CAPÍTULO XXI
EMMA no podía perdonarle... Pero como
el señor Knightley, que había estado también en la reunión, no había advertido
ningún motivo de provocación ni ningún resentimiento, y sólo había visto las
mayores amabilidades y cortesías por ambas partes, al día siguiente por la
mañana, cuando volvió a Hartfield para tratar de unos asuntos con el señor
Woodhouse, expresó su satisfacción por la velada de la noche anterior; no de un
modo tan claro como lo hubiera hecho de no encontrarse presente el padre de Emma, pero siendo lo suficientemente explícito para
que ésta le comprendiera a la perfección. Había solido reprochar a Emma el ser injusta para con Jane, y ahora se alegraba muchísimo de ver que la situación había mejorado.
-Una
velada agradabilísima empezó diciendo, después de haber hablado de todo lo
necesario con el señor Woodhouse, de que éste le hubiera dicho que había
comprendido y de que guardaran los papeles-; muy agradable. Usted y la señorita
Fairfax nos obsequiaron con una música deliciosa. Señor Woodhouse, no conozco
mayor placer que estar cómodamente instalado en un sillón mientras dos jóvenes
como éstas nos regalan los oídos durante toda una velada; a veces con música, a
veces con su conversación. Estoy seguro, Emma, de que a
la señorita Fairfax tiene que haberle parecido agradable la velada. En
cualquier caso, por usted no quedaría. Me alegré de ver que le dejaba tocar
tanto, porque como en casa de su abuela no tienen ningún instrumento, ella debe
de haberlo agradecido mucho.
-Me
alegra saber que le pareció acertado -dijo Emma sonriendo-; pero no creo que acostumbre a ser descortés con las personas
que invitamos a Hartfield.
-¡Oh,
no, querida! -dijo su padre al momento-, de eso sí que no tengo la menor duda.
No hay nadie que sea ni la mitad de atenta y de cortés que tú. Si acaso eres
demasiado atenta. Ayer noche los panecillos... creo que con que hubieses
ofrecido una sola vez hubiese bastado.
-No
-dijo el señor John Knightley casi al mismo tiempo-;
no suele ser usted descortés; ni en modales ni en comprensión; en fin, creo que
usted ya me entiende.
La
maliciosa mirada de Emma significaba: «Le entiendo
perfectamente»; pero sólo dijo:
-La
señorita Fairfax es muy reservada.
-Siempre
le he dicho que lo era... un poco; pero no tardará usted en disculpar la parte
de su reserva que debe ser disculpada, la que tiene su origen en la timidez. Lo
que es discreción ha de respetarse.
-¿Le
parece tímida? A mí no.
-Mi
querida Emma -dijo trasladándose a una silla
que estaba más cerca de ella-, supongo que no irá a decirme que no le pareció
agradable la velada de ayer.
-¡Oh,
no! Me, divirtió mucho mi perseverancia en hacer preguntas y el pensar que
obtenía tan poca información. -Lo lamento -fue su única respuesta.
-Yo
supongo que todo el mundo lo pasó bien -dijo el señor Woodhouse, con su
habitual placidez-. Por lo menos yo sí. Al principio estaba demasiado cerca
del fuego; pero luego retiré un poco la silla, muy poquito, y ya dejó de
molestarme. La señorita Bates estaba muy locuaz y de buen humor, como siempre,
aunque para mi gusto habla demasiado aprisa. Pero es muy agradable, y la señora
Bates también, aunque de un modo distinto. Me gustan las antiguas amistades; y
la señorita Jane Fairfax es una jovencita muy
linda, muy linda y muy bien educada. Estoy seguro, señor Knightley, de que pasó
una velada muy agradable, gracias a Emma.
-Sin
duda; y Emma gracias a la señorita Fairfax.
Emma advirtió el tono de inquietud
del señor Knightley, y deseando tranquilizarle, al menos por entonces, dijo
con una sinceridad de la que nadie se hubiera atrevido a dudar.
-Es
una muchacha elegantísima, de la que una casi no puede apartar los ojos. Yo no
me cansaba de contemplarla con verdadera admiración; y también compadeciéndola
con toda mi alma.
El
señor Knightley dio la impresión de sentir más gratitud de la que quería
aparentar; y antes de que pudiera responder, el señor Woodhouse, que seguía
pensando en las Bates, dijo:
-¡Qué
lástima que sus medios sean tan escasos! ¡La verdad es que me dan mucha pena! Y
muchas veces he querido hacerles algún regalo, algo pequeño, sin gran
importancia, pero de lo que no hay corrientemente... ¡pero es tan poco lo que
uno puede arriesgarse a hacer! Ahora hemos matado un cerdo, y Emma piensa enviarles lomo o un jamón... Es un
regalo de poco valor, pero exquisito... Los cerdos de Hartfield no pueden
compararse con ningún otro... pero, a pesar de todo es cerdo... y, mi querida Emma, si no podemos estar seguros de que van a
cortarlo en tajadas, bien fritas, como las freímos nosotros, quitando toda la
grasa, y sin asarlo, porque no hay estómago que resista el cerdo asado... me
parece que sería mejor que les enviáramos el jamón, ¿no crees, querida?
-Mi
querido papá, les he enviado todo un cuarto trasero. Ya sabía que éste era tu
deseo. El jamón tendrán que salarlo, ya lo sabes, y es riquísimo, y el lomo
pueden comérselo como quieran.
-Has
hecho muy bien, querida... muy bien. Yo no sabía nada de esto, pero era lo mejor
que podía hacerse. Pero el jamón que no lo salen demasiado; y si no está
demasiado salado y queda bien hervido, como Serle nos hierve los nuestros, si
se come con mucha moderación acompañándolo de nabos hervidos y un poco de
zanahoria o de chirivía, no creo que pueda hacerles daño.
-Emma -dijo bruscamente el señor
Knightley-, tengo una noticia para usted. A usted le gustan las noticias... y
cuando venía he oído algo que creo que le interesará.
-¿Noticias?
¡Oh, sí, siempre me gusta saber lo que ocurre! ¿De qué se trata? ¿Por qué
sonríe usted de ese modo? ¿Dónde lo ha oído usted? ¿En Randalls?
Él
sólo tuvo tiempo para decir:
-No,
no, no ha sido en Randalls; no me he acercado por allí.
Cuando
la puerta se abrió de repente y la señorita Bates y la señorita Fairfax
entraron en la estancia. La señorita Bates, rebosando agradecimiento y
noticias, no sabía a cuál de las dos cosas dar libre curso antes que la otra.
El señor Knightley en seguida comprendió que había perdido la oportunidad y que
ya no le iban a dejar decir ni una sílaba más.
-¡Querido
señor Woodhouse! ¿Cómo se encuentra esta mañana? Mi querida señorita
Woodhouse... ¡Estoy verdaderamente abrumada! ¡Qué magnífico cuarto de cerdo!
¡Son ustedes demasiado buenos! ¿Conocen ya la noticia? El señor Elton va a
casarse.
En
aquellos momentos en quien menos pensaba Emma era en el
señor Elton, y quedó tan extraordinariamente sorprendida que no pudo evitar un
pequeño sobresalto y un ligero rubor al oír aquellas palabras.
-Éstas
eran mis noticias... Supuse que le interesarían -dijo el señor Knightley con
una sonrisa que parecía aludir a lo que había pasado entre ellos.
-Pero
¿dónde ha podido usted enterarse? -exclamó la señorita Bates-; ¿dónde es
posible que lo haya usted oído, señor Knightley? Porque aún no hace cinco
minutos que he recibido una nota de la señora Cole... no, no puede hacer más de cinco minutos... o,
en fin, como máximo, diez... porque ya me había puesto el sombrero y el chal, y
estaba a punto de salir... bajé sólo un momento para volver a hablar con Patty sobre el cerdo... Jane estaba esperando en el pasillo... ¿verdad, Jane?... porque mi madre tenía miedo de que no
tuviéramos un recipiente lo suficientemente grande para salarlo. Y yo me dije,
bajaré a verlo, y Jane dijo: «¿Quieres que vaya yo?
Porque me parece que estás un poco resfriada, y Patty ha estado fregando la cocina.» «¡Oh, querida...», dije yo... Bueno,
pues precisamente en aquel momento llegó la nota. Una tal señorita Hawkins, eso es todo lo que yo sé. Una tal
señorita Hawkins de Bath. Pero, señor Knightley, ¿cómo es
posible que se haya enterado usted? Porque en el mismo momento en que el señor
Cole se lo dijo a la señora Cole, ella me escribió. Una tal señorita Hawkins...
-Hace
una hora y media he estado hablando de negocios con el señor Cole. Cuando yo llegué acababa de leer la carta del
señor Elton, y me la enseñó en seguida.
-¡Vaya!
Eso sí que... Me parece que nunca ha habido una noticia que interese a más
gente. Querido señor Woodhouse, es usted demasiado bueno. Mi madre me ha encargado
que le dé sus saludos más afectuosos y un millar de gracias, y dice que usted nos
está verdaderamente abrumando con sus amabilidades.
-La
verdad -replicó el señor Woodhouse- es que consideramos (y en realidad así es)
nuestros cerdos de Hartfield tan superiores a cualquier otro cerdo, que Emma y yo no podíamos tener mayor placer que...
-¡Oh,
mi querido señor Woodhouse! Como dice siempre mi madre, nuestros amigos son
demasiado buenos para con nosotras. Si hay alguien que sin tener grandes medios
de fortuna dispone de todo lo que puede llegar a desear, estoy segura de que
somos nosotras. Nosotras sí que podemos decir que nos ha tocado la mejor parte.
Bueno, señor Knightley, de modo que usted llegó incluso a leer la carta; vaya,
vaya...
-Era
muy corta... sólo para anunciar la boda... pero desde luego, alegre y exultante... -y al decir esto miró significativamente a Emma-. Decía que había tenido la suerte de... En
fin, no me acuerdo exactamente de lo que decía... tampoco me interesaba tanto
como para recordarlo. En resumen, lo que decía es lo que usted ha dicho ya, que
iba a casarse con una tal señorita Hawkins. Por el tono de la carta me imagino
que la boda acababa de concertarse.
-¡El
señor Elton se va a casar! -dijo Emma apenas
pudo hablar-. Todo el mundo hará votos por su felicidad.
-Es
muy joven para casarse -fue el comentario del señor Woodhouse-. Hubiera hecho
mejor no teniendo tanta prisa. A mí me parecía que vivía muy bien tal como
estaba. Siempre nos alegraba verle en Hartfield.
-¡Una
nueva vecina para todos, señorita Woodhouse! -dijo la señorita Bates,
jubilosamente-. Mi madre está encantada... Dice que le parecía mal que en esta
pobre y vieja Vicaría no hubiese un ama de casa. Eso sí que son grandes
noticias. Jane, tú no conoces al señor Elton...
no me extraña que tengas tanta curiosidad por verle.
La
curiosidad de Jane no parecía ser lo
suficientemente intensa como para absorber su atención.
-No,
no conozco al señor Elton -replicó al ser interpelada-. ¿Es... es alto?
-¿Quién
puede contestar a esta pregunta? --exclamó Emma-. Mi padre diría que sí, el señor Knightley que no; y la señorita Bates
y yo que es el justo término medio. Cuando lleve usted más tiempo aquí,
señorita Fairfax, ya se irá dando cuenta de que el señor Elton es el modelo de perfección en Highbury, tanto en lo físico
como en lo moral.
-Tiene
usted mucha razón, señorita Woodhouse, ya se irá dando cuenta. Es un joven de
grandes prendas... Pero querida Jane, recuerda
que ayer te decía que era precisamente de la misma talla que el señor Perry. La
señorita Hawkins... estoy convencida de que es una joven excelente. ¡Ha sido
siempre tan atento con mi madre! Hacía que se sentara en los primeros bancos
para que pudiera oír mejor, porque mi madre es un poco sorda, ¿sabe usted? No
mucho, pero un poco dura de oído. Jane dice que
el coronel Campbell es un poco sordo. Él tiene la
impresión de que los baños le sientan bien... baños de agua caliente... pero Jane dice que la mejoría no le dura mucho. El
coronel Campbell, ¿sabe usted?, es lo que se dice
un ángel. Y el señor Dixon parece ser un joven de grandes prendas, digno de
él. ¡Es una suerte tan grande que la gente buena se encuentre...! ¡Y siempre termina encontrándose! Ahora por ejemplo, el señor
Elton y la señorita Hawkins; y aquí están los Cole, que son personas tan buenas; y los Perry... Yo creo que nunca ha
habido un matrimonio más feliz que los Perry. Lo que yo digo, señor Woodhouse
-dijo volviéndose hacia él-, es que creo que hay muy pocos lugares en que haya
tan buenas personas como en Highbury. Yo siempre digo que tenemos mucha suerte
de tener vecinos como éstos... Mí querido señor Woodhouse, si hay algo en el
mundo que le gusta a mi madre es el cerdo... lomo de cerdo bien asado...
-En
cuanto a quién es la señorita Hawkins o qué hace o cuánto tiempo hace que el
señor Elton la conoce -dijo Emma-,
supongo que nada
puede saberse. Yo no creo que se hayan conocido hace mucho. Hace sólo cuatro
semanas que se fue.
Nadie
conocía ningún detalle; y después de que se formularan varias preguntas más, Emma dijo:
-Está
usted muy callada, señorita Fairfax... pero confío en que llegará a
interesarse por estas noticias. Usted que últimamente ha tenido ocasión de ver
y oír tantas cosas referentes a esas cuestiones y que ha conocido tan de cerca
uno de estos procesos, con la boda de la señorita Campbell... no podemos excusarle el que se muestre
indiferente con el señor Elton y la señorita Hawkins.
-Cuando
conozca al señor Elton -replicó Jane- estoy
convencida de que me interesaré por su caso... pero me parece que para ello es
indispensable que antes le conozca. Y como hace ya varios meses que la señorita
Campbell se casó, tal vez las impresiones
de entonces se han borrado bastante.
-Sí,
hace exactamente cuatro semanas que se fue, como usted muy bien dice, señorita
Woodhouse -dijo la señorita Bates-, ayer hizo cuatro semanas... Una tal
señorita Hawkins... No sé, yo siempre me había imaginado que se casaría con
alguna joven de estos alrededores... No es que yo nunca... Pero una vez la
señora Cole me confesó en secreto... Pero yo
inmediatamente le dije: «No, el señor Elton es un joven que merece algo más...»
Pero... En resumidas cuentas, yo no me creo excesivamente lista para descubrir
esas cosas. Tampoco pretendo serlo. Veo lo que tengo delante de los ojos. Por
otra parte nadie hubiera podido extrañarse de que el señor Elton aspirara a...
La señorita Woodhouse me deja charlar, no se enfada, ¿verdad? Ya sabe que por
nada del mundo quisiera ofender a nadie. ¿Cómo está la señorita Smith? Parece que ya se encuentra bien del todo,
¿no? ¿Han tenido noticias recientes de la señora de John Knightley? ¡Oh, tiene unos niños tan
preciosos! Jane, ¿sabes que siempre me imagino al
señor Dixon como al señor John Knightley? Me refiero al aspecto físico... alto, y con aquella manera
de mirar... y no muy hablador.
-Pues
te equivocas del todo, querida tía; no se parecen en nada.
-¿Ah,
no? ¡Qué cosa más singular! Claro que una nunca puede formarse una idea exacta
de nadie antes de conocerle. Nos imaginamos una cosa y luego no hay quien nos
la saque de la cabeza. Tú decías que el señor Dixon no es precisamente muy
guapo.
-¿Guapo?
¡Oh, no...! Ni muchísimo menos... Ya te dije que era un hombre más bien
corriente.
-Querida,
tú dijiste que la señorita Campbell
no quería admitir
que fuese un hombre más bien corriente, y que fuiste tú...
-¡Oh!
En cuanto a mí, mi opinión no tiene ningún valor. Cuando siento aprecio por una
persona siempre creo que es bien parecida. Cuando dije que no era excesivamente
apuesto, no hacía más que repetir lo que supongo que piensa la mayoría.
-Bueno,
mi querida Jane. Me parece que tenemos que irnos.
El tiempo está inseguro, y la abuelita estará intranquila. Es usted muy amable,
mi querida señorita Woodhouse; pero de veras que tenemos que irnos ya. Vaya, eso
sí que han sido noticias agradables. Pasaré un momento por casa de la señora Cole; para estar sólo dos o tres minutos; y tú, Jane, sería mejor que fueras directamente a casa...
no quisiera que te pillara un chaparrón... Sí, será una gran cosa para Highbury...
Muchas gracias, muy agradecidas. No, no creo que avise a la señora Goddard,
ella sólo se interesa por el cerdo hervido; cuando preparemos el jamón ya será
otra cosa. Bueno, hasta la vista, mi querido señor Woodhouse. ¡Oh, el señor
Knightley también viene! ¡Oh, es usted tan amable...! Si Jane está cansada, ¿querrá usted ofrecerle su brazo? El señor Elton y la
señorita Hawkins... Adiós, adiós a todos.
Cuando
Emma quedó a solas con su padre, la
mitad de su atención la reclamó el señor Woodhouse, quien se lamentaba de que
los jóvenes tuvieran tanta prisa por casarse... y de que además se casaran con
desconocidos... y la otra mitad pudo dedicarla a reflexionar sobre lo que
acababa de oír. Para ella era una noticia divertida, francamente una buena
noticia, ya que probaba que el señor Elton no había sufrido mucho por su
desaire; pero lo sentía por Harriet.
Harriet iba a
sentirlo... y lo único que podía hacer era ser ella misma la primera en
enterarla y evitarle así que otros le dieran la noticia con menos delicadeza.
Era precisamente la hora en que ella solía ir a Hartfield. ¡Si se encontrara
por el camino con la señorita Bates! Y cuando empezó a llover, Emma se vio obligada a resignarse a esperar que el
mal tiempo la retendría en casa de la señora Goddard; sin duda alguna iba a
enterarse de todo antes de que ella tuviese ocasión de prevenirla.
El
aguacero fue intenso, pero no duró mucho; y apenas hacía cinco minutos que
había terminado cuando llegó Harriet inquieta
y acalorada por venir corriendo con el corazón angustiado. Y la primera frase
que brotó de sus labios mostraba con toda evidencia la turbación de su ánimo:
-¡Oh,
Emma! ¿Te imaginas lo que ha ocurrido?
Emma se dio cuenta de que el mal ya
estaba hecho, y de que lo mejor que podía hacer por su amiga era escucharla; y
así Harriet pudo contar sin obstáculos todo
lo que llevaba dentro.
-Hace
una media hora que he salido de casa de la señora Goddard. Tenía miedo de que
lloviera, y parecía que iba a empezar a llover de un momento a otro... pero he
pensado que aún me daría tiempo de llegar a Hartfield... y he venido todo lo de
prisa que he podido; pero al pasar cerca de la casa de una muchacha que me está
haciendo un vestido, he pensado que podía entrar un momento para ver cómo lo
tenía, y aunque sólo he estado allí un momento, apenas salir ha empezado a
llover, y yo no sabía qué hacer; y entonces he seguido andando muy aprisa y he
ido a refugiarme en la tienda de Ford -Ford era
el propietario de la mejor tienda de pañería y mercería, la primera en importancia
de Highbury por sus dimensiones y su buen gusto-. Y allí he estado sentada más
de diez minutos, sin imaginarme ni muchísimo menos lo que iba a pasar... Cuando
de repente veo que entran dos personas... ¡Desde luego ha sido una gran
casualidad! Aunque claro que ellos son clientes de Ford... ¡Pues entraron nada menos que Elizabeth Martin y su hermano! ¡Querida Emma!, ¿tú te imaginas? Yo creí que me iba a desmayar.
No sabía qué hacer. Estaba sentada cerca de la puerta... Elizabeth me vio en seguida; pero él no; estaba
distraído con el paraguas. Estoy segura de que ella me vio, pero desvió la
mirada e hizo como si no me hubiera conocido; y los dos se fueron hacia el otro
extremo de la tienda; y yo me quedé sentada cerca de la puerta... ¡Oh, querida,
pasé tan mal rato...! Estoy segura de que debía estar tan blanca como mi
vestido. Pero no podía irme, claro, porque estaba lloviendo; pero hubiera
querido estar en cualquier parte del mundo, menos allí. ¡Oh, mi querida Emma...! Bueno, por fin, supongo que él volvió la
cabeza y me vio; porque en vez de seguir prestando atención a lo que compraban,
empezaron a cuchichear los dos. Y estoy segura de que hablaban de mí; y yo no
podía por menos de pensar que él la estaba convenciendo para que me hablara
(¿crees que me equivocaba, Emma?)... porque en seguida ella vino
hacia mí... se me acercó... y me preguntó cómo estaba, y parecía dispuesta a
darme la mano si yo quería. No parecía la misma de siempre; yo me daba cuenta
de que estaba nerviosa; pero parecía querer hablarme de un modo amistoso, y nos
dimos la mano, y estuvimos charlando durante un rato; pero ya no me acuerdo de
nada de lo que dije... ¡yo estaba temblando! Recuerdo que ella dijo que sentía
mucho que ahora no nos viéramos nunca, lo cual a mí casi me pareció demasiado
amable por su parte. ¡Querida Emma, me sentía
tan mal! Y entonces empezó a aclararse el tiempo... y yo pensé que nada me
impedía el irme... pero entonces... ¡imagínate!... vi que él se dirigía hacia
nosotras... muy despacito, -¿sabes? como si no supiera muy bien lo que tenía
que hacer; y se nos acercó, y me habló, y yo le contesté...
......y así estuvimos un
minuto, poco más o menos, y yo me sentía tan apurada... ¡Oh, no puedes hacerte
idea!; y entonces me armé de valor y dije que ya no llovía y que tenía que
irme; y me fui, y cuando estaba en la calle y aún no había andado ni tres
yardas desde la puerta, cuando él vino tras de mí sólo para decirme que si iba
a Hartfield, él creía que iría mucho mejor dando la vuelta por las cuadras del
señor Cole, porque si seguía el camino más
directo lo encontraría todo encharcado. ¡Oh, querida, yo creí que me moría! De
modo que le dije que le agradecía mucho el interés; ya ves, no podía decirle
menos; y entonces él volvió con Elizabeth, y yo
di la vuelta por las cuadras...
....bueno, me parece que sí que fui por allí, pero ahora te aseguro que ya casi no sé por dónde iba ni lo que hacía. ¡Oh, Emma! Hubiera dado cualquier cosa para que eso no me ocurriera; y a pesar de todo, ¿sabes?, me dio alegría ver que se portaba de un modo tan cortés y tan atento. Y Elizabeth también. ¡Oh, Emma, dime algo, te lo ruego, tranquilízame un poco!
Emma no hubiera deseado otra cosa;
pero en aquellos momentos no estaba en sus manos el conseguirlo. Se vio
obligada a hacer una pausa y a reflexionar. Ella también se sentía desazonada.
El proceder del joven y de su hermana parecían responder a unos sentimientos
sinceros, y Emma no podía sino compadecerles. Tal
como lo describía Harriet, en su modo de actuar había
habido una curiosa mezcla de afecto herido y de auténtica delicadeza. Pero es
que antes de entonces ella siempre les había considerado como personas dignas y
de buen corazón; pero eso no tenía nada que ver con el que emparentar con
ellos no fuese lo más recomendable. Era una tontería preocuparse por aquellas
cosas. Por supuesto, él debía de sentir haberla perdido... todos debían de
sentirlo. Probablemente para ellos era un doble fracaso de la ambición y del
amor. Todos debían de haber confiado en elevarse de rango social gracias a las
amistades de Harriet. Y por otra parte, ¿qué valor
podía darse a la descripción de Harriet? Ella
que era tan fácil de complacer... de tan poco criterio...
¿qué valor podía tener un elogio suyo?
Emma hizo un esfuerzo por dominarse e
intentó consolarla, haciéndole ver que todo lo que había pasado no tenía
ninguna importancia, y que no valía la pena que se preocupara por ello.
-Han
tenido que ser unos momentos desagradables -dijo-; pero parece que tú te has
portado muy bien; ahora todo ha terminado; y como un primer encuentro no puede
volver a repetirse, no tienes por qué pensar más en eso.
Harriet dijo que Emma tenía razón, y que no volvería a pensar en aquello... pero siguió
hablando de lo mismo... no podía hablar de otra cosa; y por fin Emma, con objeto de sacarle a los Martin de la cabeza, se vio obligada a recurrir a
las noticias que antes se había propuesto comunicarle con tantas precauciones y
tanta delicadeza; casi sin saber si tenía que alegrarse o indignarse, si avergonzarse
o tomárselo a broma, visto el estado de ánimo de la pobre Harriet... para quien el señor Elton parecía haber
perdido ya todo interés...
Sin
embargo, poco a poco el señor Elton volvió a adquirir importancia. Quizá no
tanta como le concedía el día anterior o tan sólo una hora antes, pero volvía a
interesarse por él; y antes de que terminara aquella conversación, Harriet había expresado todas las sensaciones de
curiosidad, de asombro, de pesar, de pena y de ilusión acerca de aquella
afortunada señorita Hawkins, que en su imaginación había vuelto a relegar a un
lugar secundario a los Martin.
Emma llegó a sentirse casi satisfecha
de que se hubiera producido aquel encuentro, ya que había servido para
amortiguar el primer golpe sin producir ninguna influencia alarmante. Con el género
de vida que llevaba ahora Harriet,
los Martin no podían llegar hasta ella de no ser que
fueran a buscarla exprofeso a donde no querrían ir por falta de valor y de
condescendencia; porque desde que ella había rechazado al señor Martin, sus hermanas no habían vuelto a poner los
pies en casa de la señora Goddard; y así era posible que pasase todo un año sin
que volvieran a coincidir en algún sitio, careciendo pues de la necesidad y de
la posibilidad incluso de hablarse.
Continuará...
3 comentarios:
Pobre Emma ojala los planes no se le vayan al caño . Te mando un beso y te deseo un lindo miércoles
Los comentarios de Mr Woodhouse siempre me dan risa, porque no es mi suegro ni padre! Si no lo mataría! jaja.
Emma y sus errores, se empecina en colocar a su amiga muy por encima de lo que la sociedad tiene destinado para ella.
Besos
Como siempre me divierto en grande con las ocurrencias del papá de Emma, todo lo que él puede decir acerca del cerdo es increíble, jajá.
La noticia de la boda del señor Elton sí que causó revuelo, eh? esa señora Bates habla hasta por los codos, qué mujer insoportable.
Se nota que Harriet sigue interesada en el joven Martin a pesar de los manejos de Emma para juntarla con el señor Elton, lástima que no pueda contradecir a su amiga, al menos no todavía. Ahora a esperar el próximo capítulo.
Besitos!
Jazmín.
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