jueves, 10 de marzo de 2011

SÓLO QUEDAN ESTAS TRES Tercera y última parte de la serie: Fitzwilliam Darcy, Un caballero.

Una novela de Pamela Aidan

CAPÍTULO I
La variedad infinita que hay en ella


—¡Arre, arre! —La voz de James, el cochero, resonó con su tono familiar mientras arreaba a los caballos que tiraban del carruaje de Darcy, para que cruzaran la puerta que salía de Londres, tomando el camino hacia Kent. Darcy se relajó sobre los cojines verdes forrados de terciopelo, mientras el vehículo rodaba con suavidad, bajo el experto látigo de James. Le lanzó una mirada furtiva a su primo, que estaba sentado frente a él, con la nariz hundida en el Post. La guerra en la Península Ibérica se había recrudecido, y el general Wellesley, ahora conde de Wellington, sitiaba Badajoz otra vez. El tercer sitio a esa importante ciudad había comenzado hacía tan sólo una semana y ahora empezaban a llegar a Londres los primeros informes de la operación, inundando los periódicos y la imaginación del populacho de nuevas esperanzas y temores.


—¿Has visto esto, Fitz? —Richard le dio la vuelta al periódico y señaló enérgicamente con el dedo uno de los artículos.


—Sí, ha sido una de las muchas noticias que pude leer esta mañana, mientras esperaba a que aparecieras —respondió Darcy; con sarcasmo. El coronel Richard Fitzwilliam había llegado a Erewile House, la casa que Darcy poseía en Londres, la noche anterior, con el fin de que los dos pudieran salir temprano para emprender la visita que le hacían cada año en primavera a su tía, lady Catherine de Bourgh. Pero Dyfed Brougham, un amigo de Darcy, había aparecido inesperadamente y la velada se había prolongado hasta la madrugada. En consecuencia, Richard había tardado en levantarse y el viaje se había retrasado varias horas.


—Al suelo, tropa. Una tormenta se aproxima por el horizonte… —Richard se llevó la mano a la frente, como si quisiera protegerse de la esperada reprimenda.


—Un reproche bien merecido —afirmó Darcy con un resoplido.


—Sí, pero apelo a tu naturaleza bondadosa y amable… —siguió diciendo Richard. Su primo volvió a resoplar, pero no pudo contener una sonrisa—. Y culpo enteramente a tu amigo.


Darcy soltó una carcajada al oír aquello.


—¿Mi amigo? Dy apenas me dirigió la palabra cuando te vio en el salón.


—Fue muy atento, ¿verdad?


—¡Excesivamente!


—Un hombre muy simpático, ciertamente, ¡y bien informado! Siempre había pensado que era un tipo superficial y frívolo. Y nunca había podido entender el cariño que le tenías, Fitz. Una personalidad muy distinta a la tuya.


—Él no era así en la universidad. De hecho, era muy diferente.


—Si tú lo dices. —Fitzwilliam se encogió de hombros y se recostó contra los mullidos cojines del landó—. Y estoy tentado a creerte después de anoche. Antes no comprendía muy bien por qué lo habías autorizado a visitar a Georgiana mientras estamos ocupados en nuestra peregrinación a Rosings; sin embargo, ahora reconozco que ha sido una estupenda decisión.


Darcy asintió con la cabeza.


—Sí, la aprobación de Brougham será muy valiosa cuando Georgiana se presente en sociedad el año próximo.


—Oh, de eso también estoy seguro —afirmó Richard de manera enfática. Darcy lo miró con curiosidad y entonces su primo dejó el periódico y se lo puso sobre las rodillas—. ¿No has notado lo amable que es Georgiana con Brougham? Él la hace reír con una facilidad enorme y son capaces de conversar durante horas, o lo harían, si las normas sociales no lo impidieran. Aparte de nosotros dos, nunca había visto que Georgiana se sintiera cómoda en compañía de otros hombres, especialmente desde… —Richard apretó los labios de repente y, tras de un extraño lapso de silencio, continuó—: Pero tu amigo lo ha logrado y lo ha hecho bastante bien… —Richard dejó la frase inconclusa, cuando vio la expresión que asomaba al rostro de Darcy—. ¿De verdad no lo habías notado?


—¡No hay nada incorrecto en ello, Richard! Nada que se pueda considerar como un interés particular de Brougham por Georgiana —replicó Darcy con irritación, asegurándole a su primo, y a él mismo, que las insinuaciones que podían desprenderse de las observaciones de Fitzwilliam eran totalmente absurdas—. Y por parte de Georgiana tampoco hay un afecto que supere el cariño normal que se siente por un amigo de la familia.


—¡Claro que no hay «nada incorrecto», Fitz! ¡Por Dios! —Fitzwilliam hizo una retirada estratégica y se volvió a concentrar en el Post. Darcy suspiró y cerró los ojos. Los últimos dos meses no habían sido la mejor época de su vida, y sus propias preocupaciones podrían haberle hecho pasar por alto lo que su primo estaba señalando. ¡Pero seguramente Fitzwilliam le estaba dando demasiada importancia a cosas insignificantes! Dy había sido muy amable con Georgiana, eso no podía negarlo. Más que amable, en realidad, pues había guardado silencio sobre el desmesurado interés de Georgiana por las descargas teológicas de Wilberforce, cuyos textos la había sorprendido estudiando el día que se habían reencontrado, cuando ella, por desgracia, dejó caer el libro a sus pies. Pero su actitud sólo era una muestra de amistad hacia él y la consecuencia de su irresistible forma de ser y sus amables maneras. Si Georgiana hubiese permanecido inmune a la encantadora personalidad de Dy, Darcy tendría más razones para preocuparse.


No, él había estado más interesado en su propia tranquilidad, después de regresar de su desafortunado viaje a Oxfordshire en busca de la mujer que podría convertirse en su esposa. Los acontecimientos que habían tenido lugar en el castillo de Norwycke habían sido tan desagradables y lo habían dejado tan angustiado que, tras regresar a Londres, había jurado no volver a involucrarse en ninguna aventura en cuestiones matrimoniales, en un futuro próximo. Por ello, se había sumergido en los asuntos familiares y en sus negocios, así como en las actividades sociales más agradables de los hombres solteros de su posición. El primero de esos asuntos familiares había sido la desagradable tarea de informar a su primo D'Arcy del comportamiento de su prometida, lady Felicia Lowden, en Norwycke. D'Arcy se había puesto rojo de furia, pero había que reconocer que, para alivio de Darcy, no se había desquitado con el mensajero portador de las malas noticias. Al contrario, había atribuido la responsabilidad a quien correspondía y enseguida había consultado a su padre, lord Matlock, cómo se podía deshacer el compromiso. Dos semanas después apareció una nota en el Post que informaba que lady Felicia «lamentablemente» había ejercido su prerrogativa. Desde luego el chismorreo fue intolerable, pero era preferible soportar los cotilleos ahora que el escándalo inevitable después. Las familias Darcy y Fitzwilliam respiraron con alivio, mientras que la rama De Bourgh se contentó con una larga carta en la que expresaban su satisfacción, confirmando las dudas que habían tenido desde el principio, pero que no habían expresado, sobre la conveniencia de aquella relación.


Georgiana, su querida hermana, había evitado presionarlo para que le contara detalles de su estancia en la propiedad de lord Sayre. Se había propuesto hacerlo sentir muy cómodo en casa y, con la ayuda de Brougham, que reanudara sus actividades sociales cotidianas. A las dos semanas de haber regresado, Darcy la acompañaba a conciertos, recitales y exposiciones de arte, mientras que Dy lo había arrastrado al salón Jackson, el establecimiento de su maestro de esgrima, a varias reuniones y, unas cuantas noches antes, a un combate de boxeo bastante ilegal en el que se hacían apuestas. Entre el humor sarcástico de Dy y su infalible olfato para la intriga, y el tranquilo cariño de Georgiana, Darcy se había recuperado por completo de aquella terrible experiencia. Algunas veces lo asaltaban oscuros remordimientos. La revelación de la verdadera profundidad de su odio hacia George Wickham, que había estado tan cerca de acabar con la vida de su hermana y había envenenado a Elizabeth contra él, le resultaba casi tan espantosa como el recuerdo de lo cerca que había estado de rendirse a las apasionadas tentaciones que le había ofrecido lady Sylvanie Sayre. Pero tal como Richard había vaticinado, ahora la evocación de todo eso parecía sólo un mal sueño, y a él le resultaba cada vez más fácil ignorar todos aquellos desagradables recuerdos.


Sin embargo, eso no significaba que todo estuviese en orden. Uno de los problemas de los que esperaba haberse librado había vuelto a aparecer casi tan pronto como había regresado a Londres; porque sólo dos días después de su vuelta se había encontrado con su amigo Charles Bingley. La alegría de Bingley al ver que Darcy había regresado había sido tan sincera, y su carácter sencillo y franco contrastaba tanto con la de aquellos con quienes había estado la última semana, que aceptó enseguida una invitación a pasar una noche cenando «en familia». Pero Darcy y Georgiana apenas se habían quitado los abrigos, cuando la hermana de Charles, la señorita Caroline Bingley, lo había asaltado para susurrarle con voz entrecortada que ya no había podido eludir durante más tiempo una visita de la señorita Jane Bennet y que había tenido que invitarla finalmente el sábado, le pedía con urgencia cualquier consejo que pudiera darle para manejar aquel desagradable asunto.


Tras observar durante un instante los calculadores ojos de la dama, Darcy le había respondido que no podía entender cómo era posible que ella necesitara su opinión, asegurándole que confiaba plenamente en su capacidad para acabar con las pretensiones de una jovencita tan poco sofisticada como la señorita Bennet. Darcy podía dudar del amor que la señorita Bennet sentía por Bingley, pero estaba seguro de su capacidad intelectual. Y cuando la muchacha tuviera ocasión de asistir a una de las representaciones de la autoritaria Caroline, sabría enseguida que la amistad había llegado a su fin. A pesar de todo, la impertinencia de la señorita Bingley le había resultado tan molesta que había pasado el resto de la velada muy incómodo, tratando en vano de hacer desaparecer el recuerdo de Elizabeth Bennet que la petición de la señorita Bingley había invocado y había hecho aparecer entre las personas con las que casi siempre la había visto.


Y ahora Darcy y Fitzwilliam se dirigían a visitar a la tía Catherine. Aquellas visitas reglamentarias habían comenzado cuando Darcy era un niño, y tenían lugar en compañía de sus padres y Richard, cuya naturaleza rebelde sufría misteriosamente una parcial pero notoria transformación cuando estaba con el señor Darcy. Luego la visita había continuado en compañía de su padre y Richard. Y ahora, él y su primo habían asumido el papel de su padre como consejeros de lady Catherine. Aquel cometido requería la presencia de ambos, e incluso así Darcy no estaba seguro de que sus sugerencias fuesen tomadas en consideración, como sucedía con las de su padre. El placer con que su tía los recibía no tenía mucha relación con el mantenimiento o la productividad de Rosings, pero sí mucho que ver con las expectativas que ella tenía para su hija Anne con respecto a él. Darcy compadecía sinceramente a su prima Anne y le deseaba lo mejor, pero no sentía tanta compasión por ella como para estar dispuesto a ofrecerle una salida a través de una propuesta de matrimonio. La tía Catherine podía sonreír y hacer las insinuaciones que quisiera, pero…


—Darcy, ¿qué es eso que siempre estás acariciando?


—¿Qué? —Darcy tuvo que volver bruscamente a la realidad para fijarse en lo que sucedía en el interior del carruaje.


Fitzwilliam había dejado el periódico a un lado y ahora señalaba la mano de Darcy.


—Ahí, en el bolsillo del chaleco. ¡Y no me digas que no es nada! Te he visto jugueteando con eso todo el tiempo durante varios meses y me está volviendo loco.


—¿Esto? —Darcy podía sentir el calor de su cara enrojecida mientras sacaba del bolsillo los hilos de bordar, que ya estaban gastados y se habían vuelto frágiles de tanto acariciarlos. ¡Maldito Richard! ¿Cómo le iba a explicar aquello?


—¿Ahora te gusta bordar? —bromeó Fitzwilliam, cuando vio la trenza de hilos de colores. Darcy le dirigió una mirada furibunda y volvió a guardársela en el chaleco—. ¡Vamos, Darcy! Seguro que es el recuerdo de una dama y tienes que contarme los detalles ahora mismo. —Se frotó las manos con vigor—. Porque este inquisidor no descansará hasta que confieses todo. ¿Pido las empulgueras?


—¡Eres un pillo!


—Para ti, soy el excelentísimo padre inquisidor —replicó riéndose Fitzwilliam, pero no se dejó distraer. Enseguida se inclinó hacia delante, apoyó los codos en las rodillas y dijo—: Desde el principio, vamos.


Darcy le lanzó una mirada como para congelarle la sangre en las venas. Pero, inmune a esa estrategia que ya conocía, Richard se puso serio, lo miró con severidad y completó su gesto interrogante enarcando una ceja.


—Desde el principio —repitió con una voz aterradora que recordaba la de un temible inquisidor—. ¡Rápido o empezaré a pensar que se trata de algo serio!


Darcy se puso todavía más colorado y durante un instante sintió algo parecido al pánico. ¿Algo serio? La imagen de los encantadores rizos recogidos con una cinta adornada con rosas diminutas y el recuerdo del placer de sentir la mano enguantada de Elizabeth entre las suyas se fundieron durante un segundo y lo hicieron moverse inquieto en el asiento. Lo irónico era que él no estaba pensando en Elizabeth mientras acariciaba los hilos, pero la curiosidad de Richard lo había sorprendido y había despertado en él una serie de pensamientos y sensaciones que, según estaba a punto de confesar, habían cobrado vida propia. ¡Por Dios, ahora no!, se reprendió Darcy, al ver que esas imágenes se apoderaban de él sin que pudiera detenerlas. ¡Ten un poco de dignidad, por favor! Darcy volvió a mirar a su primo y vio que éste lo observaba divertido, mientras tomaba nota de su creciente agitación.


—¡Triunfo absoluto! —aulló Fitzwilliam, recostándose en el asiento—. Por fin te he puesto en una situación que te ha hecho ruborizar y te ha dejado sin palabras. ¿Quién es esa dama tan especial? —La acertada deducción de Richard arrastró a Darcy a las tormentosas aguas de la negación, pero el prematuro aire triunfalista de su primo le sirvió para salir de la confusión y encontrar al mismo tiempo una estrategia para eludir la verdad.


—Estás muy equivocado si crees que esto es el símbolo del favor de una dama. —Darcy imprimió a su voz el tono más desinteresado que pudo. Al menos esa parte era verdad, y el hecho de decirlo lo ayudó a calmarse. Haber podido ejercer aquella pequeña dosis de control contribuyó a alejar los fantasmas—. Si me sonrojé fue por la vergüenza que me produjo recordar la indiscreción de un amigo, cuya imprudencia requirió que yo me involucrara en un asunto muy delicado: un rescate o una interferencia, como quieras llamarlo, antes de que él cometiera un grave error de juicio.


La expresión del rostro de Fitzwilliam mostraba que no iba a quedar satisfecho con esa explicación tan vaga.


—¿Un error de juicio? Pero —insistió— hubo una dama involucrada, ¿no es así?


—Sí, hubo una dama involucrada. —Darcy suspiró. Era imposible disuadir a Richard si notaba que había una dama en el fondo del asunto. Tendría que darle más detalles—. Mi amigo estuvo a punto de ponerse en una situación de tener que proponerle matrimonio a una joven que tiene una posición y una familia totalmente inapropiadas.


—Ah —respondió Fitzwilliam con consternación—, ése sí que es un problema. —Hizo una pausa y miró por la ventana, mientras el coche se sacudía a causa de un bache en el camino, y luego volvió a mirar a Darcy con una chispa de picardía en los ojos—. Pero dime, viejo amigo, ¿era bonita?


Darcy miró a su primo de reojo.


—¡Bonita! Richard, ¿es lo único en que se te ocurre pensar? —Fitzwilliam lo miró con malicia y se encogió de hombros—. Sí —replicó Darcy con tono de exasperación—, si quieres saberlo, era una criatura favorecida por la naturaleza y de temperamento dulce, además. Pero juro que ella no lo quiere, al menos no tanto como él pensaba. —Darcy se quitó los guantes y los alisó, antes de dar el golpe de gracia—. Siendo así, el inconveniente mayor era su familia, por no mencionar su escasa fortuna.


—Seguramente un hombre puede soportar a la familia de lejos, siempre y cuando la dama sea agradable y la fortuna no sea un impedimento.


—Tal vez se podría pasar por alto —coincidió Darcy de manera vacilante—, si hubiese una prueba de que la dama siente inclinación por el caballero. Pero ése no es el caso. Te aseguro que se necesitaría una prueba mucho mayor de la que aparentaba para suavizar los inconvenientes que representaría establecer una relación con esa familia.


—Lo presentas como si fuera un verdadero horror —señaló Fitzwilliam riéndose.


—Una familia con ingresos reducidos, con un montón de hijas solteras a las que se les permitía la libertad de deambular por el campo y terriblemente impertinentes. —Darcy comenzó a enumerar los puntos de una lista con la que estaba bastante familiarizado—. Un padre que no se digna educar a su familia y una madre que, cada vez que ve un nuevo par de pantalones en el vecindario, piensa que está destinado a alguna de sus hijas.


—¿Y tú no te convertiste en su presa, al igual que tu amigo?


—Yo no encajaba. —Darcy miró a su primo con aire de superioridad.


—Me lo imagino. —Fitzwilliam se rió de su ironía, sacudiendo la cabeza—. Tu amigo debía de estar embrujado. Estaba «perdidamente enamorado», ¿no es así?


—Así es. —Darcy secundó aquella opinión, pero luego se concentró en el paisaje que atravesaban. Fitzwilliam era demasiado perceptivo. Por eso no le convenía dejarle hacer muchas conjeturas—. Pero creo que ya está en proceso de curarse de semejante hechizo.


—Con tu ayuda, claro.


—Sí —respondió Darcy bruscamente, mirando a su primo a los ojos—. Con mi ayuda. Estoy muy satisfecho por haberlo logrado. Habría sido una unión desastrosa. La familia de la novia lo habría convertido en el hazmerreír de la alta sociedad.


Fitzwilliam respiró profundamente.


—Así que un hazmerreír. Espero que tu amigo aprecie el favor que le has hecho. Te debe la vida o, al menos, la cordura. Bien hecho, Fitz —concluyó Richard con sinceridad y volvió a agarrar el Post.


¿Bien hecho? ¿De verdad? Darcy frunció el ceño. No podía evitar una cierta contradicción entre sus pensamientos y emociones. Lo que le había dicho a Fitzwilliam era cierto. Todavía estaba convencido de que la señorita Bennet no experimentaba por Bingley la más tierna de las emociones. ¿Acaso no la había observado con detenimiento hasta llegar justamente a esa conclusión? Aunque debía admitir que ella no tenía el aspecto de ser una cazafortunas. No, eso también podía jurarlo. Con franqueza, la señorita Bennet era un enigma. ¿Un enigma que Bingley había logrado descifrar, mientras que él no? ¡Bingley estaba seguro de que ella lo amaba! Darcy cruzó los brazos sobre el pecho y miró a través de la ventanilla del coche hacia las colinas y los campos que estaban comenzando a verdear.


No, todas esas reflexiones eran inútiles; el último eslabón de ese asunto había quedado ya zanjado. Apretó la mandíbula cuando la consternación se apoderó de él. Gracias a ese último eslabón, él y la señorita Bingley estaban unidos en una desagradable conspiración de silencio contra su propio amigo. ¡Cómo detestaba esa artimaña! ¡Cómo despreciaba la manera en que la señorita Caroline Bingley le susurraba al oído sus temores a ser descubierta hasta que la señorita Bennet se marchó de la ciudad! A pesar de que Darcy intentaba convencerse de la necesidad de que su amigo escapara de los peligros de una familia como ésa, y se felicitara por haberlo hecho, el carácter vil de las estrategias que había empleado permanecería para siempre en su conciencia como una mancha.


¡Su conciencia! Cerró los ojos para no ver el luminoso sol de marzo que entraba por las ventanillas, iluminando los asientos del carruaje. Ese riguroso instinto que le ofrecía orientación y censura no había sido de mucho consuelo para él últimamente. En los momentos de soledad, alimentaba una oscura ira cuya existencia se había visto obligado a admitir en Norwycke y, cada vez que veía una cierta expresión en el rostro de Bingley, le propinaba un duro golpe. Su amigo seguía siendo un hombre de buen carácter y sonrisa fácil, pero detrás de aquella apariencia había una sombra que Darcy había pensado que desaparecería una vez que regresara a la ciudad y a sus múltiples distracciones. Sin embargo, aún no se había desvanecido y, a juzgar por su mirada reservada y reflexiva que dejaba traslucir un corazón herido, Darcy sabía que su amigo estaba luchando por volver a ser como antes. Bingley mantenía su vida social con determinación, pero sólo con una parte de su antigua energía. Aunque varias damas habían recibido algunas atenciones por su parte, ninguna había sido claramente cortejada. Charles leía más y hablaba menos, mostrando la reserva de la cual Darcy siempre lo había acusado de carecer, con la esperanza de recuperarse completamente, según le había dicho una vez. Pero lo más probable es que fuera una causa perdida, porque ¿cómo puede uno recuperar la inocencia del corazón y olvidar la dulzura del amor? Darcy se había equivocado acerca de Bingley. Era posible que el corazón de la señorita Bennet hubiese quedado intacto, pero él realmente se había enamorado de verdad y llevaría esa herida con él para siempre. ¿Qué otra opción había tenido? Ninguna… Darcy todavía representaba el papel de mentor y verdadero amigo. Pero ¿realmente había hecho bien?, insistía en preguntar su conciencia.


Y también estaba Elizabeth. ¿Acaso Darcy había actuado correctamente con ella? La descripción que había hecho de su familia había sido rigurosamente precisa, excepto en lo que concernía a ella y a su hermana mayor. Debía reconocer que al describirle la familia a su primo, había cometido una descortesía. Dios no permitiera que ella se enterara alguna vez de sus palabras, o que alguien pensara que se referían a ella. Las circunstancias tan inapropiadas y el carácter de la familia Bennet representaban un obstáculo para Bingley. En su propio caso, eso era todavía más acertado. Y aunque la insuficiente fortuna no era la mayor preocupación para Darcy, la dificultad más insuperable estaba en la degradación que significaría semejante unión y en la vergüenza para él y su familia que representaría siempre el comportamiento de sus miembros. Siempre y cuando la dama sea agradable, había dicho Richard, exagerando despreocupadamente los efectos beneficiosos de la distancia. ¡Pero aunque la dama era más que agradable, la luna no sería suficiente distancia para negar las dificultades! Sin embargo, ¿no era cierto que él seguía atormentándose con pensamientos sobre ella, soñando con ella y aquellos condenados hilos de seda que lo sujetaban y ataban a ella?


Se llevó los dedos al bolsillo del chaleco, pero el ruido del periódico lo hizo detenerse. Miró disimuladamente a su primo para asegurarse de que estaba totalmente absorto en la lectura. Un resoplido de desprecio y una exclamación anodina que no iba dirigida a él fueron señal suficiente de que Richard estaba distraído. Darcy sacó lentamente los hilos que tanto le habían servido pero también atormentado. Tal vez… si hubiese una prueba de que la dama siente inclinación por el caballero…, había dicho Darcy, considerando de modo traicionero que él podría ser la excepción, aunque sabía que era imposible. Ella estaba en Hertfordshire; él en Kent, o en Londres o en Derbyshire, no importaba dónde. Nunca se volverían a encontrar, a menos que él se lo propusiera, y tampoco debían hacerlo. No estaban en juego únicamente unas cuantas millas. Tratar de obtener el afecto de Elizabeth sería inmoral, porque de ahí no podía salir nada honorable. Ella siempre sería hija de su madre, y él siempre sería hijo de su padre… un Darcy de Pemberley.


Cerró los dedos alrededor de los hilos. Se enderezó, se volvió hacia la ventanilla del coche y quitó rápidamente los seguros, dejando que la parte superior de la ventana se deslizara hacia abajo. Cayó con un golpe suave. El golpeteo de las cadenas de los arneses y el sonido de los cascos de los caballos sobre el camino se oyeron de repente con más fuerza y distrajeron a Fitzwilliam de su periódico.


—Ah, ¡el aire fresco del campo! —Richard dirigió una sonrisa a su primo y volvió a concentrarse en la lectura. Darcy bajó la vista hacia su mano enguantada y los desgastados hilos que reposaban en la palma. Luego cerró los ojos para no verlos, se inclinó sobre la ventanilla y los dejó caer. Atrapados por la brisa primaveral, los hilos salieron volando hasta caer al lado del camino.


—¿Quién será ese hombre, Darcy? —preguntó Fitzwilliam con expresión de incredulidad. Acercó la cabeza a la ventanilla, mientras el coche pasaba delante de un corto sendero que llevaba hasta una casa modesta—. A juzgar por su apariencia, debe de ser un clérigo; pero te desafío a encontrar un pájaro más raro. ¡Míralo! —Darcy se enderezó para mirar en la dirección que le indicaba su primo y se quedó helado cuando reconoció a aquel personaje—. No deja de hacer reverencias y… ¡Mira! —Fitzwilliam se levantó de su asiento y bajó la ventanilla para asomarse mejor.


—Por Dios, Richard, no…


—¡Saludos, buen hombre! —gritó Fitzwilliam desde la ventanilla cuando pasaron a su lado, y luego volvió a sentarse, soltando una carcajada—. ¿Será el nuevo clérigo de nuestra tía, el que vino a reemplazar al viejo Satherthwaite?


—El señor Collins —informó Darcy a su primo con los dientes apretados. ¿Cómo podía haber olvidado que aquel fastidioso hombrecillo, que gracias al mérito de su ropa de clérigo se había portado de manera tan desagradablemente familiar durante el baile de Bingley, estaría allí?


—¿Collins? ¿Acaso lo conoces? —preguntó Fitzwilliam con sorpresa.


Darcy asintió.


—Lo conocí en Hertfordshire el otoño pasado, cuando acompañé a Bingley en su desafortunada excursión en busca de una buena propiedad. Collins es pariente de uno de los vecinos.


—¿Y qué tal es? ¿Tan bueno para hacer reverencias y genuflexiones como el viejo Satherthwaite? ¡Por Dios, qué hombre tan adulador! Pero todavía me da escalofríos al pensar en la forma en que tía Catherine se inmiscuía en sus asuntos.


—Sospecho que nuestra tía siempre va a buscar lo mismo en todos los párrocos cuya manutención dependa de ella, aunque no sabría decir si éste es igual o peor que Satherthwaite. Pero sí estoy seguro de una cosa —añadió Darcy, torciendo la boca con sarcasmo—: Sospecho que, debajo de esa levita de clérigo, el señor Collins es una especie de gallito pendenciero. —Hizo una pausa para disfrutar de la incredulidad de Fitzwilliam—. Él se me acercó y se presentó por su cuenta en el baile de Bingley.


—¿Se presentó a sí mismo? —Fitzwilliam se sintió todavía más asombrado—. ¡Caramba, qué hombre más impertinente! ¡No creo que a nuestra tía le gustara enterarse de eso! Supongo que cuando lo conozca me saludará por mi nombre de pila.


Darcy resopló de manera poco elegante a modo de respuesta, pero, de repente, se sumió en un súbito silencio mientras lo invadían los recuerdos. La primera vez que se había fijado en él fue durante su torpe intento de acompañar a Elizabeth en una danza popular. Al principio, la ineptitud de Collins le había parecido simplemente cómica, pero la creciente humillación que había sufrido la dama por la falta de cortesía y habilidades de su pareja casi lo había impulsado a intervenir. Darcy había resistido la tentación y luego, cuando la agitación de Elizabeth se había calmado por fin, Collins volvió a sorprenderla, al igual que al resto del salón, ofreciéndole su mano para el siguiente baile. Lo que había seguido había sido divertido y doloroso al mismo tiempo. Al igual que los hilos de los que por fin se había deshecho. Como los recuerdos de los que todavía no había logrado desprenderse.


El carruaje alcanzó en pocos minutos la entrada de Rosings, propiedad de la familia De Bourgh y casa de su tía viuda, Catherine de Bourgh. A juzgar por la atención que su primo estaba dirigiendo a su corbata, su chaqueta y su chaleco, Darcy pudo comprobar que Fitzwilliam había comenzado a desplegar sus reservas de buen humor y galantería, preparándose para su llegada y posterior estancia. Lady Catherine solía causar pavor a Richard cuando eran niños, pero a medida que había madurado y descubierto los vericuetos que conducían a las sensibilidades femeninas, Richard había empleado esos conocimientos con ella. Hacía años que la transformaba en una persona dulce, tan dulce como podía ser una mujer con el carácter de su tía; pero Richard siempre insistía en que eso era una hazaña que requería una cuidadosa atención.
Cruzaron la entrada y atravesaron el parque. Los caballos apresuraron el paso bajo la experta mano de James, presintiendo que su trabajo estaba a punto concluir. Cuando giraron en una curva, pasando cerca del bosquecillo que había sido despejado por el abuelo de sir Lewis de Bourgh, los pensamientos de Darcy se vieron interrumpidos por una fugaz mancha de color, como la que podría producir el vestido o el abrigo de una dama. Darcy frunció el ceño y se dio la vuelta, intentando ver de qué se trataba, pero la frondosidad de los árboles y la rapidez del carruaje se lo impidieron.


—¿Has visto algo? —preguntó Fitzwilliam.


—Nada… supongo que era una criada que va camino de la aldea. —Darcy se encogió de hombros y luego añadió con una sonrisa burlona—: Y no, no sé si era bonita.


—¡Darcy, ya sabes que yo no jugueteo con las criadas! —exclamó Fitzwilliam, mirándolo con aire de haberse ofendido—. Mi padre me habría clavado a la puerta del establo si alguna vez lo hubiese hecho y todavía es perfectamente capaz de hacerlo. —Fitzwilliam no pudo evitar un estremecimiento mientras seguía dando vueltas a aquella idea—. ¡Y mi madre también! ¡Ella le habría alcanzado las puntas! —Cuanto más acaloradas se volvían las protestas de Richard, más amplia se hacía la sonrisa de Darcy, hasta que finalmente se dio cuenta de que su primo sólo lo estaba molestando, se detuvo en seco y lo fulminó con la mirada, antes de soltar ambos una carcajada.


Cuando James dirigió el carruaje a la entrada de Rosings, los dos primos se habían transformado una vez más en los serios caballeros que su tía esperaba. Y ciertamente los estaba esperando. Una corte de criados formaba una línea desde la escalera hasta la puerta, preparados para descargar el coche y conducir a los visitantes hasta la presencia de su señoría.


—Allá vamos. —Fitzwilliam le dio un último tirón a su chaleco y revisó la línea de sus pantalones—. Si ella protesta porque no traemos pantalones por la rodilla, te echaré la culpa eternamente —le aseguró a Darcy, mientras el vehículo se detenía y la portezuela se abría de inmediato. El criado que había abierto era el mismo pobre diablo que había realizado esa ocupación desde que Darcy tenía memoria. El caballero asintió al oír el saludo de bienvenida del hombre y comenzó a subir las escaleras detrás de él, tan pronto como Fitzwilliam descendió del coche. Desde luego, los dos conocían el camino, pero lady Catherine era una fanática de las formalidades; en consecuencia, los dos caballeros siguieron el paso reposado del criado hasta que llegaron a las puertas del salón rosado.


—Darcy… Fitzwilliam. ¡Por fin habéis llegado! —El tono de irritación en la voz penetrante de su tía era inconfundible. Sin duda los estaba esperando desde hacía horas. Darcy miró a su primo con cara de reproche y le hizo una seña para saber quién iba a asumir la culpa por el retraso. Fitzwilliam suspiró; luego los dos avanzaron hacia el salón y se inclinaron ante la dama, que estaba majestuosamente sentada en un lugar que le daba pleno dominio sobre todo lo que la rodeaba.


—Su señoría. —Darcy hizo una reverencia y besó la mano que su tía le tendió. Fitzwilliam hizo lo mismo un instante después.


Lady Catherine frunció el ceño mientras inspeccionaba a sus dos sobrinos de arriba abajo.


—¡Ninguno de los dos está vestido de manera apropiada! El atuendo correcto para hacer una visita es pantalones a la rodilla y medias, señores. No me cabe la menor duda de que esta falta es culpa de Fitzwilliam.


Richard le lanzó una mirada asesina a su primo, antes de comenzar a disculparse.


—Su señoría, fue idea de D…


—Venid —lo interrumpió lady Catherine—, saludad a vuestra prima. —Los dos hombres se giraron obedientemente hacia la pálida criatura que estaba sentada en el diván, a la derecha de lady Catherine, e hicieron una reverencia. La delgada figura de Anne de Bourgh estaba totalmente oculta por una buena cantidad de chales que pensaban que eran imprescindibles para proteger su salud de cualquier inclemencia. En la mayor parte de las jovencitas aquella cantidad exagerada de ropa habría provocado un sofoco, pero la cara macilenta de Anne era un testimonio mudo de su continua fragilidad.


Darcy dio un paso adelante y le tendió una mano de manera formal.


—Prima —murmuró, mientras Anne sacaba su mano de debajo de los chales y se la ofrecía de manera lánguida. A pesar estar tan abrigada, los dedos de su prima estaban fríos; y cuando Darcy se los llevó a los labios, volvió a preguntarse cómo haría Anne para soportar aquella vida, atrapada entre su mala salud y el carácter dominante de su madre.


—Primo —saludó ella débilmente. Darcy retrocedió para dejar paso a Fitzwilliam y la observó mientras su prima recibía los respetos de Richard y repetía el mismo saludo lacónico. No parecía haber ningún cambio en su palidez, ni sus ojos revelaban ninguna chispa de interés por su llegada. Al contrario, parecía aliviada de pensar que había terminado ya con las formalidades y se podía retirar nuevamente a su interior, mientras volvía a meter la mano bajo los chales.



—¿No creéis que vuestra prima tiene buen aspecto? —La pregunta de lady Catherine exigía que ellos estuvieran de acuerdo y ninguno de sus sobrinos estaba dispuesto a decepcionarla—. Estamos siguiendo un nuevo régimen que me recomendó uno de los médicos del regente; así que no puede ser sino beneficioso. Espero que dentro de un año Anne sea totalmente capaz de tomar el lugar que le corresponde. —Le dirigió una sonrisa suspicaz a Darcy—. Algo que todos hemos estado esperando con ansiedad.
Gracias a su cuidadosa reserva, Darcy logró contenerse y no mostrar el sentimiento de rebeldía que repentinamente se apoderó de él. Desde luego, lady Catherine estaba haciendo referencia a sus expectativas de que Darcy se casara con Anne. El caballero lanzó una mirada a su prima para confirmar su opinión de que ella creía tan poco en esa «eventualidad» como él y luego miró hacia otro lado. Era una vieja cantinela que él había aprendido a ignorar desde hacía mucho tiempo, sin tener que incurrir en un enfrentamiento abierto con la anciana dama. Pero esta vez las insinuaciones de lady Catherine habían provocado en él una respuesta excesivamente visceral. Por supuesto que él deseaba que su prima estuviera más vital y saludable. ¿Quién no? Pero cualquier mejoría en ese sentido no la convertiría en una esposa apropiada para él. Y eso también era algo que sabía desde hacía mucho tiempo. Entonces, ¿por qué se sentía tan afectado? Tú sabes bien por qué, intervino su conciencia, pero Darcy la apartó, tratando de concentrarse en lo que le iba a responder a su tía.


—Sin duda, todos nos alegraremos mucho, señora.



La sonrisa de lady Catherine pareció vacilar al oír la respuesta de Darcy, pero no insistió más, por lo que prefirió invitarlos a sentarse para que pudieran servirse algo de beber y aliviar así el cansancio del viaje.


—Habéis llegado terriblemente tarde, sobrinos. —Cuando los dos ocuparon sus sitios con el té en la mano, lady Catherine volvió a su tema inicial—. Os esperaba desde hacía horas y ya me había preparado para recibir la noticia de un grave accidente. Como veo que los dos gozáis de buena salud, supongo que ha habido algún problema con un caballo o el carruaje.


—No, señora —replicó Darcy, decidido a ayudar a Fitzwilliam a librarse de la inevitable reprimenda de su tía—. Salimos tarde de Londres.


—¡Salisteis tarde! Me pregunto qué pudo retrasar vuestra partida. ¡Con seguridad tu ayuda de cámara entiende el reloj!


—Sí, señora —contestó Darcy con cautela—, Fletcher no tiene la culpa en absoluto.


La penetrante mirada de lady Catherine se fijó entonces en Fitzwilliam. Consciente de que estaba a punto de ser llamado a rendir cuentas, Richard intentó amagar.
—Un viejo amigo de Darcy, el conde de Westmarch, llegó inesperadamente y se quedó hasta muy tarde. No podíamos echarlo a la calle…
—¿El conde de Westmarch? —preguntó lady Catherine, dirigiéndose a Darcy—. ¡Me asombra que seas amigo de él, Darcy! Conocí a su padre, ya lo sabes; y si todavía estuviera vivo, estoy segura de que se sentiría muy decepcionado con su hijo. Ése sí que era un caballero absolutamente perfecto. Bailé con él dos veces durante mi primera temporada social y estoy segura de no engañarme cuando digo que me habría convertido en lady Westmarch si ese escándalo, que esa mujer empezó a propósito, sin duda, no lo hubiese obligado a casarse prematuramente. He oído cosas sorprendentes sobre su hijo y te aconsejo que pongas fin a esa amistad, o al menos te niegues a recibirlo en Erewile House cuando Georgiana esté en casa. Toda cautela es poca cuando se trata del cuidado de una jovencita. Ellas se dejan llevar por la más mínima atención por parte de un caballero experimentado. Confío en que su nueva institutriz la vigile de cerca.


Darcy confirmó la aseveración de lady Catherine con un lacónico «Sí, señora», mientras se levantaba de la silla y se dirigía a la mesita de té. La insistencia de su tía en una posible boda con Anne había despertado en él un sentimiento de rebeldía, exacerbado por el hecho de que, aunque no fuera su prima, de todas formas, tendría que elegir a otra mujer cuya forma de ser le resultaría igualmente decepcionante, pues no estaría a la altura de sus expectativas. Las calumnias de su tía contra Brougham y las instrucciones que le estaba dando sobre la manera de proceder no eran nuevas, pero en ese momento habían servido para alimentar el malestar de Darcy. Tal vez fuera prudente hacer un poco más breve la visita de ese año.

—Eso está bien —le dijo lady Catherine, llamando su atención—. Aunque, si hubieras contratado a la mujer que yo te recomendé, ¡podrías estar seguro de no tener que preocuparte por ese tema! —Todavía de espaldas, Darcy apretó los dientes, dejó la taza sobre la mesa y se inclinó para agarrar la tetera—. Puedes preguntarle a lady Metcalf el buen criterio que tengo para las institutrices. Ella dice que la señorita Pope es «un tesoro» y yo no tengo dudas de que así sea. Lo que las jovencitas necesitan es una instrucción firme y constante, no lo olvides. Hace poco me enteré de una situación asombrosa y estoy segura de que cualquier día habrá una auténtica catástrofe en esa familia. ¡Cinco hijas y nunca han tenido institutriz!


Darcy sintió como si todo a su alrededor se quedara inmóvil, mientras las palabras de su tía resonaban en su cabeza. ¡Cinco hijas! La mano le tembló mientras levantaba la tetera y se servía otra taza de té, lo que hizo que el líquido humeante se derramara sobre el plato. ¿Sería posible que Collins hubiese informado a su señoría de lo que había visto en Hertfordshire?


—¿Nunca han tenido institutriz? ¡Increíble! —comentó Fitzwilliam, como si esas cosas realmente le preocuparan. Darcy sabía que eso era una estrategia destinada a mantener la atención de su tía lejos de él; pero esta vez él tenía tantos deseos de conocer más detalles como su tía de revelárselos.


—¡Así es! —respondió lady Catherine y, mirando a Fitzwilliam, asintió con la cabeza—. Eso mismo dije yo. Pero ése no es el colmo de la locura de esa familia, sobrino. No, por supuesto que no. —Lady Catherine golpeó el suelo con su bastón con empuñadura de plata—. ¡Esas niñas no sólo no han contado con las bondades de la disciplina de una institutriz, sino que todas ellas ya han sido presentadas en sociedad, antes de que las mayores se casen! Desde la mayor hasta la menor, que tiene apenas quince años. Nunca había oído algo tan descabellado, y así se lo dije a la amiga de la señora Collins.


La taza de Darcy se sacudió de tal manera sobre el plato que tuvo que agarrarla con la otra mano. ¿La amiga de la señora Collins? No había ninguna señora Collins cuando él se marchó de Netherfield. ¿Quién era ella y quién era esa amiga de la que hablaba lady Catherine? Darcy respiró hondo, tratando de calmarse, y se volvió hacia sus familiares.


—¿La señora Collins? —preguntó Fitzwilliam. Darcy casi le da las gracias en voz alta.


—Una jovencita modesta y juiciosa con la que mi párroco se ha casado recientemente, después de conocerla durante una visita que yo lo animé a hacer a un pariente lejano de su padre. Regrese con una esposa, señor Collins, le dije, así usted volverá con todo lo que necesita para tener una vida útil. No sé cuántas veces me ha dado las gracias por ese consejo. Ella es exactamente lo que yo habría elegido para él. Humilde, tranquila y con unos modales agradables, al igual que su padre, sir William Lucas, que vino hace poco a visitarlos. Me han informado de que tú los conoces, Darcy.


¡Lucas! Darcy buscó el nombre en su memoria. ¡Charlotte… la señorita Charlotte Lucas, la amiga íntima y confidente de Elizabeth! ¿Cuántas veces las había observado mientras conversaban privadamente? ¿La señorita Lucas se había casado con Collins? Eso sólo podía significar que… Darcy se llevó enseguida la mano al bolsillo del chaleco, pero no encontró nada. ¿Dónde…? ¡Claro, los había dejado caer en el camino! Al levantar la vista, vio que Richard lo estaba mirando con curiosidad y una ceja levantada, al ver la posición de su mano. Darcy se arregló el chaleco con un gesto deliberado y aventuró una respuesta.


—Sí, señora. Los conocí en noviembre pasado en Hertfordshire. Yo… yo estaba acompañando a un amigo que estaba buscando una propiedad en ese condado. Durante la estancia, conocí a sir William y a su familia.


¿Acaso el destino estaba a punto de traer a su vida la realidad de la cual aquellos hilos eran sólo una sombra? Darcy estaba ansioso por saber, por asegurarse de quién podía ser esa amiga y, sin embargo, si se trataba de Elizabeth, ¿cómo debería proceder?


—He sido informada de que también conociste a la amiga de la señora Collins, la señorita Elizabeth Bennet. Es bastante molesto que yo no pueda tener el placer de hacer la presentación, Darcy.


¡Elizabeth! ¡Sí, era Elizabeth! El corazón del caballero comenzó a palpitar aceleradamente. Las manos se le helaron. ¿Cómo debería comportarse cuando se reencontraran? ¿Como un simple conocido? ¿Como viejos rivales? ¿Acaso ella ya habría terminado de descifrar su carácter o se habría abstenido de hacerlo, tal como él le había pedido? ¡Y Wickham! ¿Qué otras falsedades le habría contado a Elizabeth una vez que se había marchado?


—¿Darcy? —La voz de lady Catherine lo volvió a traer al presente—. Estaba diciendo que me siento muy contrariada por no tener el placer de presentaros, pues la señorita Bennet me aseguró que vosotros os conocíais bien. Me parece que es una muchacha un poco impertinente a veces, lo cual puede hacerla exagerar la realidad. ¿Es cierto que os conocéis?


—Muy cierto, señora. Hertfordshire es pequeño y nos encontrábamos con bastante frecuencia —confesó Darcy.


—¿Ah, sí? —Richard apretó los labios, y los ojos le brillaron con malicia—. Entonces tal vez mañana deberíamos hacerles una visita al señor y la señora Collins y a la amiga de la señora Collins. ¿Qué dices, Darcy?


Darcy se estremeció, alarmado. ¿Mañana? Estaba reuniendo fuerzas para hacer desistir a su primo de semejante plan, pero, de repente, se le ocurrió una idea. ¿No sería mejor que su primer encuentro tuviera lugar lejos de los ojos escrutadores de lady Catherine? Aunque debería tener mucho cuidado con Richard, era la oportunidad perfecta para poner a prueba su autocontrol y ver cómo quería proceder Elizabeth.


—Excelente idea, primo —respondió Darcy—. No sería muy correcto por mi parte retrasar ni un minuto más esa visita y privarte del placer de convertirte en el objeto de la admiración del señor Collins.



*************

Darcy tiró del cordón de la campanilla con impaciencia. Cuando finalmente se había podido excusar para prepararse para la cena, casi había salido huyendo de la compañía de su tía y sus primos para refugiarse en su habitación. Fletcher todavía no estaba listo para ayudarlo, lo cual era algo inusual y, en esas circunstancias, también desconcertante. ¿Dónde se había metido su ayuda de cámara? Si estaba flirteando con… Darcy atravesó la enorme habitación de altos techos, con la espalda tiesa por la molestia que le causaba la ausencia de su criado, pero luego se detuvo. ¡No, eso no podía ser! Ahora Fletcher era un hombre comprometido. Conociendo a su ayuda de cámara como lo conocía, Darcy descartó su primer impulso. Fletcher tenía su sentido del honor en muy alta estima para jugar con el aprecio y la confianza de su amada. Tal vez le vendrían bien unos cuantos minutos de soledad, si estaba llegando a conclusiones tan descabelladas. Se dirigió lentamente hasta una de las grandes ventanas y miró hacia la explanada verde y sinuosa que formaba el parque de Rosings. Necesitaba calmarse y detener las ridículas palpitaciones de su corazón.


Elizabeth… ¡allí! Había necesitado de toda su fuerza de voluntad para alejar de su mente ese pensamiento, mientras su tía pontificaba sobre la familia Bennet, sobre la esposa del nuevo párroco y sobre los últimos proyectos que había realizado en el pueblo. Pero ahora, lejos del examen de sus parientes, aquella idea lo invadió con una fuerza inusitada. ¡Ella estaba allí! Se había sentado en el mismo salón del que él acababa de retirarse y, a juzgar por la extensión del discurso de su tía, había venido más de una vez. Se hospedaba en la casa que estaba al final del sendero, justo detrás de la puerta en la que Collins se había parado a saludarlos cuando habían llegado. Ella caminaba por los senderos y los caminos de Rosings. ¡Ese rayo de color en el bosque! ¿Podría haber sido…? El torrente de sangre que sentía correr por sus venas hizo que el fino lino de su camisa pareciera una tela burda, dándole la sensación de que el cuello le apretaba y le irritaba. Se volvió hacia el espejo y metió los dedos de las dos manos entre el nudo que le oprimía la garganta, para deshacerlo con desesperación hasta que la corbata cayó por fin a sus pies, sobre la alfombra. Sólo en ese momento se atrevió a mirar su reflejo, mientras rezaba para que no pareciera… Soltó un gruñido y dio media vuelta. ¡Sí, tenía el aspecto del más estúpido de los hombres!


¿Qué era lo que se había propuesto precisamente esa misma mañana? ¿Acaso no había soltado los hilos de bordar al viento primaveral en señal de su solemne decisión de alejar de él cualquier pensamiento o deseo relacionado con ella? Ahora ya no había posibilidad de evitar la perturbadora realidad de esos hilos y, la verdad, tampoco quería hacerlo, según le susurraba insistentemente una voz interior. En lugar de eso, tendría que dominar el irracional impulso de correr inmediatamente hasta la rectoría para insistir en el privilegio de beber en las adorables aguas que tanto recordaba. Imaginó por un momento esa escena, mientras se soltaba los dos primeros botones de la camisa, pero el recuerdo de la mirada desafiante de Elizabeth bajo una expresiva ceja enarcada congeló su fantasía. No, ella no esperaba ni deseaba una adoración tan desbordada y violenta. Ella quería de él la verdad, de la misma forma que él desearía la verdad de ella, cuando se enfriara el ardor que ahora lo consumía. Y la verdad era que nada había cambiado. Todos los obstáculos seguían intactos y él sería culpable de jugar con ella si llegaba a expresarle de alguna manera el torrente de sus emociones y a despertar sus esperanzas.


Cerró los ojos y se sentó pesadamente en el borde de la imponente cama de su habitación, cuya amplitud y lujo eran tan notorios como su falta de comodidad. Nunca había dormido bien en Rosings. Elizabeth. Los conflictos del otoño pasado regresaron a él aumentados diez veces por el hecho de que ella había vuelto a entrar en su vida. El tormento de imaginársela todo el tiempo no era comparable con lo que significaría su presencia. Se movió con nerviosismo y se desabrochó la chaqueta, mientras pensaba en el dilema al que se enfrentaba. ¿Acaso sus deseos no eran más que manifestaciones de su egoísta terquedad, pura falta de autocontrol? ¿O lo que era inadecuado eran su deber y sus creencias, el código de conducta dentro del cual había sido educado? En cuatro meses todavía no había encontrado la respuesta pero, más allá de la confusión, sabía que, comenzando con la visita a la rectoría al día siguiente y a lo largo de aquel reencuentro, debía tener cuidado… mucho, mucho cuidado.


El ruido de unos pasos apresurados al otro lado de la puerta del vestidor hizo que Darcy se enderezara en la cama de un salto. ¡Fletcher! Rápidamente recuperó la compostura y se giró hacia la puerta, al tiempo que ésta se abría de par en par.


—¡Mil excusas, señor! —El ayuda de cámara hizo una inclinación desde el umbral. Darcy podía ver que estaba jadeando debido a la prisa con que había venido. Pero ¿de dónde?


—¡Fletcher! —exclamó Darcy con un tono más severo del que pretendía usar, pero no había manera de ocultar el estado en que se encontraba—. ¿Dónde se había metido mientras yo me hacía viejo aquí esperándolo? Nunca pensé que pudiera encontrar usted algo tan interesante en Rosings que lo hiciera descuidar de esa manera sus obligaciones.


—Tiene usted razón, señor Darcy. No se trata de nada precisamente en Rosings, señor, nada en absoluto. Precisamente. —Fletcher hizo una momentánea pausa y luego continuó—: ¿Puedo ayudarle a quitarse la chaqueta, señor? ¿Pido el agua para el baño? Está lista y esperan órdenes. —Le dio un tirón a la cuerda de la campanilla que sonaba en la cocina y se acercó a su patrón. En unos segundos, la chaqueta de Darcy se estaba deslizando por sus brazos y caía desmadejada sobre la cama—. Listo. ¿Ahora el chaleco, señor?


—Fletcher, ¿dónde estaba usted… precisamente? —Darcy frunció el entrecejo al ver que su ayuda de cámara parecía eludir la pregunta.


—¿Justamente ahora, señor?


Darcy asintió.


—En la cocina, señor, probando la temperatura del agua que…


—Antes de eso —lo interrumpió Darcy.


Fletcher cerró la boca de pronto y una curiosa mirada cruzó su rostro. Luego bajó los ojos y confesó:


—Estaba en la rectoría, señor. Pero sólo en su nombre, señor Darcy.


—¿En mi nombre? ¿En la rectoría? —espetó Darcy con sorpresa y alarma.


—Sí, señor. —Fletcher respiró profundamente—. Me enteré de que una dama que usted conoce y con la cual conversó mucho mientras estuvimos en Hertfordshire se encontraba allí como invitada. No contento con quedarme con un simple rumor, me dirigí hacia allí para asegurarme de que se trataba realmente de la misma dama. —Luego levantó los ojos e informó a Darcy con aire triunfal—: Me complace informarle, señor, de que se trata de la mismísima señorita Elizabeth Bennet.


Darcy lo miró con severidad.


—Si se representase esto en un teatro…


—Usted condenaría la pieza como improbable ficción —concluyó Fletcher—. Señor, le aseguro que estaba en la rectoría haciendo precisamente eso: determinar si la dama era realmente la señorita Elizabeth Bennet o no.


—Hummm —respondió Darcy con deseos de saber más, pero sin poder preguntar.


—La dama goza de buena salud, señor —murmuró Fletcher mientras le sacaba el chaleco de los hombros.


—¿Cómo lo sabe? —Darcy no pudo evitar hacer la pregunta.


Fletcher se inclinó para comenzar a desabrochar los botones de la camisa de Darcy, cuyos ojales eran muy cerrados.


—Cuando llegué, la dama regresaba de una de sus excursiones y tenía muy buen aspecto. El ama de llaves de la señora Collins dice que nunca había visto a una jovencita a la que le gustara tanto salir a pasear por los senderos de Rosings como a la señorita Elizabeth. —La camisa cayó sobre la cama, junto a la chaqueta y el chaleco. El ruido del agua que alguien estaba vertiendo en la bañera en el vestidor los distrajo a los dos durante un momento—. A menos que el tiempo se lo impida —siguió diciendo Fletcher en voz baja—, diariamente sale a disfrutar de su paseo.


—¿Y usted estaba tan convencido de que era de vital importancia para mí obtener esa información que fue en persona hasta la rectoría para asegurarse del asunto? —preguntó Darcy con escepticismo—. ¿Por qué querría saber yo en qué emplea su tiempo la señorita Elizabeth?


—¡Para que pueda evitarla a toda costa, señor! —contestó Fletcher con vehemencia.


Darcy apretó los labios y entrecerró los ojos mientras miraba a su ayuda de cámara y ponía en la balanza su relación de siete años, casi ocho para ser exactos, y el papel tan importante que Fletcher había desempeñado en los terribles acontecimientos del castillo de Norwycke, contra lo que los dos sabían que era su «improbable ficción». El criado debía de tener sus razones. En virtud del excepcional servicio que siempre le había prestado, Darcy no insistiría más, pero reconoció que era probable que después tuviera mucho tiempo para lamentarse de la generosidad de esa decisión. Además, el hombre le había suministrado precisamente la información que necesitaba.


***************


El sendero que llevaba desde Rosings hasta el camino que pasaba por la casa parroquial de Hunsford estaba cubierto de prímulas y flores de brillantes colores, pero Darcy sólo le dedicó una mirada ocasional a su belleza mientras caminaba detrás de su primo y el señor Collins. El buen hombre se había presentado por propia iniciativa en Rosings, tan temprano como era posible sin parecer grosero, y enseguida había rogado que los huéspedes de Rosings le hicieran el honor de ir a conocer a su esposa.


—Nosotros también tenemos la alegría de tener huéspedes —dijo pavoneándose, bajo la mirada de fascinación del coronel—. La hermana de mi esposa y una prima mía por parte de padre, a la que el señor Darcy ya ha tenido el placer de conocer, la señorita Elizabeth Bennet, de Hertfordshire.


—Mis sobrinos ya están enterados de la presencia de la señorita Elizabeth Bennet, señor Collins —lo había interrumpido tajantemente lady Catherine, mientras Fitzwilliam aceptaba la invitación—. Ayer, casi inmediatamente después de su llegada, les conté que ella estaba de visita y les mencioné la decepción que me producía no tener el placer de poder presentarlos. ¡Y ahora usted también me va a negar el placer de presentarle a Fitzwilliam! —El señor Collins había fruncido visiblemente el ceño al oír las palabras de lady Catherine y se había disculpado profusamente por su error. Pero la invitación ya estaba hecha y allí estaban ahora, en el camino salpicado de flores que conducía a Hunsford.


Insensible a la suntuosa belleza que la naturaleza les ofrecía de manera tan generosa, Darcy se concentró en captar las palabras de la conversación unilateral que llegaba hasta él por encima de los hombros de los caballeros que iban delante. Fitzwilliam se había percatado de que la capacidad del señor Collins para hacer el ridículo era inagotable y por ello monopolizaba abiertamente la conversación del hombre durante su caminata hasta la casa parroquial. Darcy se sintió agradecido por ello. Las emociones y los temores que combatían en su mente y perturbaban la tranquilidad de su espíritu no le permitían estar en condiciones de soportar las tonterías de Collins; sin embargo, el discurso estudiado del clérigo era la única fuente de la que podía obtener fragmentos de información acerca de Elizabeth, con el fin de prepararse para su primer encuentro desde el baile de Netherfield. Darcy se esforzaba por oír lo que Collins estaba diciendo sin que pareciera estar prestándole atención, pero el viento se llevaba inevitablemente las palabras hacia el bosque, y otras veces sus frases eran tan retorcidas que carecían de sentido.


Tras renunciar con frustración, y enervado por el curso que habían tomado sus sentimientos, Darcy trató de recuperar su erosionada compostura. Aunque bastante antes de lo que él había planeado, ellos iban a encontrarse de nuevo. Y bien, ¿qué importancia tenía el tiempo? ¿Tarde o temprano, antes o después? ¿Acaso él no se había hecho una promesa cuando dejó que los hilos de bordar se fueran con el viento? ¡No iba a abandonar esas convicciones, a las que había llegado con dificultad pero en las que creía con tanta firmeza como en su honor, sólo porque estaba a punto de enfrentarse a la realidad! Sin embargo, Darcy no era ningún tonto. El poder que su imaginación había llegado a concederle a Elizabeth no tendría nada que ver con el placer que le produciría la propia presencia de la dama. Se recordó que le estaba prohibido ofrecerle su mano, ahí no había ningún peligro, pero la agitación que sentía en ese momento era prueba de que su corazón seguía en peligro. Con tal fin, debía contenerse de manifestarle cualquier tipo de deferencia o atención, independientemente de las tentaciones que ella le presentara. ¡Recuerda quién eres! La advertencia que con frecuencia le repetía su padre volvió a resonar en sus oídos. Darcy se puso tenso. Tenía que pensar en Pemberley, en Georgiana, en la familia. ¡Piensa en ellos!, se ordenó. Decidido, apretó la mandíbula.


Ya faltaba poco. Pronto llegarían a la puerta de la casa. Con expresión divertida, Fitzwilliam retrocedió un paso y se detuvo junto a Darcy, mientras su anfitrión tocaba la campanilla.


—¡Ah, finalmente voy a conocer a la Bennet de la pequeña sociedad de Hertfordshire, que mi tía tanto lamenta no poderte presentar porque ya la conoces! —le susurró Fitzwilliam al oído, con una sonrisa. Su ironía hizo que a Darcy se le contrajeran los músculos del estómago. Miró a su primo con curiosidad. ¿Acaso Richard sospechaba algo? Ya no había tiempo de pensar en eso, pues Fitzwilliam ya estaba subiendo las escaleras hacia el piso principal de la rectoría, detrás de su última diversión. Darcy vio que arriba se abría la puerta del salón y luego oyó el ruido de sillas y pasos suaves, cuando sus ocupantes se levantaron para recibir a los recién llegados. Fitzwilliam desapareció en el interior del salón y, antes de que pudiera pensar, Darcy estaba frente a Collins, que ya le estaba presentando a su esposa.



—Señora Collins. —El clérigo se dirigió a su mujer de manera formal—. El señor Darcy, a quien debes recordar de su visita a Netherfield el otoño pasado. Señor, mi esposa, la señora Collins.


—Señora Collins —contestó Darcy. Mientras le hacía una inclinación, el fresco aroma de la lavanda llegó hasta su nariz. ¡Elizabeth! Darcy se obligó a no desviar los ojos de su anfitriona, a pesar de que un torbellino de emociones trató de abrirse paso entre tanta reserva y lo impulsó a buscarla, en contra de todas sus consideraciones.


—Bienvenido, señor Darcy —respondió la señora Collins en tono afable—. Es una afortunada coincidencia que usted esté de visita en Rosings precisamente cuando Hunsford también hospeda visitantes que usted conoce; porque mi hermana, la señorita Lucas, y mi querida amiga, la señorita Elizabeth Bennet, también están con nosotros. —Una jovencita cuyo rostro recordaba vagamente del baile de Netherfield le hizo una reverencia, a la cual Darcy respondió con solemnidad; y luego quedó frente a Elizabeth.


Ante la cálida y luminosa imagen de Elizabeth, enmarcada por los brillantes rayos del sol de la mañana, Darcy supo que estaba perdido y que todas sus decisiones eran tan consistentes como el humo. ¡Elizabeth! El corazón le dio un vuelco, a pesar de todas sus precauciones. Antes de que pudiera tranquilizarse, los hermosos ojos de la muchacha, profundos e inteligentes, le lanzaron una mirada fugaz al encontrarse con los de Darcy, atrapándolo de una manera tan audaz que él sintió que se le cortaba la respiración y que las preguntas que esos ojos contenían lo clavaban irremediablemente en el suelo. Su corazón, traicionero, comenzó a golpear dolorosamente sus costillas, cuando ella modificó la expresión de sus fascinantes ojos, iluminados por una misteriosa perspicacia femenina, entrecerrándolos para estudiarlo con curiosidad. ¿Qué estaría buscando? Y lo que resultaba todavía más angustioso: ¿Qué era lo que había descubierto? ¿Acaso ella era capaz de acceder con tanta facilidad a todos esos lugares secretos que él se empeñaba en defender y fortificar?


Incapaz de desviar la mirada, Darcy sólo pudo esperar a que ella llegara a una conclusión. Pasó toda una eternidad, durante la cual el aire que se agitaba entre ellos se volvió pesado y denso. Luego la joven enarcó una ceja, con aquel gesto tan provocador que lo había cautivado desde el principio. Levantó un poco la barbilla y una chispa divertida iluminó su franca mirada. La provocación de sus encantadores rasgos hizo que la presión que Darcy sentía en el pecho amenazara con estallar en un gruñido. ¡Por Dios, cuánto había echado de menos el desafío, la fascinación y la imprevisibilidad de Elizabeth! ¿Cuántas veces se la había imaginado justamente así? Todas sus defensas contra ella se convirtieron en cenizas mientras que, como el más preciado de los vinos, el efecto que ella tenía sobre él recorrió todo su cuerpo, poniendo en evidencia todos sus sentidos. Le recordó la sensación de embriaguez que había sentido varios meses atrás cuando se encontraba en su presencia y que había arrastrado con él desde entonces, a pesar de lo mucho que se reprendía por hacerlo.



Parte de mi alma… De repente lo asaltaron las palabras de Adán, sus propias palabras, pronunciadas aquella noche hacía tanto tiempo, y su alma, que comprendía lo que su razón no podía entender, se apresuró a abrazar esa otra mitad de sí mismo con un júbilo que le provocó un cierto mareo, sintiéndose tentado a tomarse imperdonables libertades. Darcy quería sonreír, quería reírse a carcajadas, quería tomar la mano de Elizabeth entre las suyas y llevársela a los labios. Deseaba que los dulces sueños en los que ella aparecía, que lo habían atormentado durante el sueño y la vigilia, concluyeran al fin para convertirse en realidad. Sus fantasías cobraron fuerza con vertiginosa velocidad hasta que, durante un instante de terror, Darcy temió haber perdido todo dominio de sí mismo. Se vio con claridad mientras avanzaba hacia ella y la abrazaba sin vacilar, en una unión de cuerpo y alma. Pero —¡por favor, Dios mío!—la verdad es que no se había movido, ¿o sí? Trató de recuperar el control de sus extremidades, pero incluso en ese momento el aroma a lavanda enardeció sus sentidos, mientras sus labios buscaban la suave calidez de la frente de la muchacha y se deleitaban con el íntimo palpitar del corazón de Elizabeth contra el suyo.


La joven hizo una reverencia. Aunque Darcy apenas pudo percibirlo, el gesto de Elizabeth provocó en él la inclinación correspondiente y ese intercambio le produjo una oleada de alivio, al ver que su cuerpo no lo había traicionado y no había hecho nada inapropiado.


—Señorita Elizabeth Bennet —dijo con voz ahogada. Con los labios apretados, Darcy contuvo el aliento mientras levantaba la cabeza para captar las primeras sílabas que ella le dirigiría, pero la muchacha no dijo nada. Fue una reverencia totalmente formal. Notó que los ojos de Elizabeth se posaban sobre él durante un instante, pero no recibió ningún otro saludo antes de que ella se girara para saludar a su primo. Darcy sabía que debía agradecer esa cortesía, porque le había permitido recuperarse. Pero en lugar de eso, experimentó un momento de angustioso pesar. ¿Qué sensación habría experimentado al ver en esos maravillosos ojos una chispa de alegría por su llegada? Darcy miró rápidamente hacia otro lado. La suposición era un ejercicio inútil. Luego se recordó que él estaba allí para cumplir con un acto de mera cortesía, nada más.


—Señora Collins. —Fitzwilliam tomó fácilmente la delantera—. Puedo ver que usted ha trabajado mucho durante el breve período que lleva casada. ¡Hunsford nunca había brillado tanto bajo la administración del reverendo Satherthwaite, se lo aseguro! ¿No estás de acuerdo, Darcy? —Giró la cabeza hacia su primo, mientras le pedía en silencio que entrara en la conversación.


Darcy lo miró con expresión confusa.


—No creo que nunca estuviera… —El rápido gesto de desaprobación de Richard lo hizo detenerse—. Quiero decir que estoy completamente de acuerdo con Fitzwilliam, señora —continuó, dirigiéndose a su anfitriona—. La casa ha mejorado mucho desde que el último párroco de lady Catherine vivió aquí. Especialmente el jardín —añadió con una repentina inspiración. Elizabeth frunció los labios al oír el cumplido. ¿Qué había dicho que pudiera provocar su risa, o acaso era una burla? Darcy recordaba demasiado bien sus duelos de salón como para no reconocer el carácter de la reacción de la muchacha. Pero aparentemente el terreno era más incierto de lo que él se había imaginado.


Fitzwilliam renunció a tratar de involucrar a su primo en la conversación y cambió de tema:


—Hertfordshire es un condado maravilloso, señorita Bennet. Estoy ansioso por saber qué le parece Kent en comparación con Hertfordshire.


Finalmente Elizabeth sonrió.


—Las comparaciones son un asunto difícil, coronel Fitzwilliam. ¿Cómo podría comparar Kent con Hertfordshire? ¿En lo referente a su geografía, a las grandes propiedades, al esplendor de sus paisajes o a la cantidad de aldeas pintorescas? ¿O tal vez lo que usted quiere que yo compare es la caza? —Ah, ahí estaba la Elizabeth que Darcy buscaba, esos ojos brillantes y juguetones. ¡Pero el hecho de que esos ojos brillaran así para su primo le pareció intolerable!


—Puede compararlos como usted quiera, señorita Elizabeth —respondió Fitzwilliam—, porque estoy convencido de que vale la pena oír su opinión en cualquiera de esos aspectos. —Hizo una pausa y después sonrió—. Excepto, si usted me disculpa, en el tema de la caza. Puedo recurrir a Darcy para eso.


—Entonces, ¿usted también «recurre» a él? —preguntó Elizabeth, enarcando ligeramente una ceja. ¡Ahí estaba otra vez! Esa manera casi imperceptible de levantar el hombro, el fugaz hoyuelo de la mejilla—. Pero, claro, tiene usted razón. Yo sólo puedo comparar la caza basándome en lo que he oído; mientras que el señor Darcy puede hacerlo con más autoridad. Su contribución es más importante que la mayoría de los caballeros. —¿Más importante que la mayoría de los caballeros? La frustración de Darcy aumentó.


—Pero eso sólo se debe a las apariencias, señorita Elizabeth. —Fitzwilliam había fruncido ligeramente el entrecejo al oír las palabras de la muchacha, pero ya estaba sonriendo otra vez de modo juguetón—. Cuanto mayor es la posición de un caballero, más autoridad se le atribuye, la posea o no. ¿No le parece que es así? Y los Darcy —añadió sonriendo, en respuesta a la risa de Elizabeth mientras caminaban hacia la ventana— son gente de buena estirpe.


—¿Les gustaría tomar asiento? —La invitación de la señora Collins le recordó a Darcy sus modales. Apartó sus ojos de Elizabeth para dirigir su mirada al rostro sereno y reservado de su anfitriona. Pero incluso mientras asentía en señal de aceptación, no pudo evitar fijarse de nuevo en Elizabeth. La luz que entraba por la ventana le acariciaba el pelo maravillosamente, resaltando sus cálidos matices, mientras iluminaba los delicados mechones de la nuca que habían escapado a las peinetas. Darcy tragó saliva, tratando en vano de calmar las palpitaciones de su sangre al ver a Elizabeth y a su primo conversando con tanta soltura.


—Muchas gracias por elogiar el jardín, señor. —La voz modulada y clara de la señora Collins le recordó que estaba buscando una silla para sentarse. Había varias dispuestas de manera agradable alrededor de una mesita sobre la que reposaba un florero de porcelana repleto de narcisos y helechos. Aunque Darcy no dudaba de las capacidades de la anfitriona, sospechaba que el florero era obra de Elizabeth. Seguramente los había cortado por la mañana, cuando regresaba de un solitario paseo por los alrededores del parque. ¿Qué cosas podría hacer si tuviera la libertad de pasearse por los jardines de Pemberley? Una sensación agradable lo invadió al pensar en esa idea. Se movió para acomodarse en la silla que le proporcionaba la mejor ubicación para continuar con su observación.


Los Collins se sentaron con él y lo miraron expectantes. Tratando de buscar algo que decir, Darcy intentó evitar los temas ordinarios, pero fue relevado de la tarea por el señor Collins, que se sintió inclinado a creer que el caballero estaría encantado de conocer los nombres de cada planta que había en las jardineras que rodeaban la rectoría. Darcy soportó la charla, pero el sonido de las risas procedentes del otro extremo del salón le hizo levantar la cabeza del interminable discurso del párroco, para ver a Fitzwilliam sonriendo abiertamente mientras se inclinaba a oír las palabras de Elizabeth. No había duda de que su primo estaba encantado. La expresión de placer que revelaba su rostro indicaba claramente que estaba intrigado y fascinado con la muchacha. ¿Cómo podría no estarlo? La mirada de Darcy recorrió con avidez la figura de la joven, desde los rizos que adornaban delicadamente su cabeza hasta las zapatillas verde pálido que se asomaban por debajo de su vestido. ¡Maldición! Si quería volver a poner las cosas en orden, tendría que optar por un acercamiento más moderado.


Tratando de observarla como si fuera un simple conocido, Darcy volvió a empezar. Ella era bonita, no había duda, pero nadie la catalogaría como una belleza. Aunque la luz del sol obraba maravillas en su pelo, los rizos castaños y los ojos oscuros no estaban de moda. Su vestido no tenía un corte especial ni la tela era cara, pero la transparencia de la sencilla muselina le sentaba tan bien que, después de considerarlo, no la habría cambiado por nada del mundo. Bueno, tal vez por seda, pero sólo la seda más delicada, ¡por Dios, en qué demonios estaba pensando! Desvió la mirada, alarmado por la dirección que habían tomado sus pensamientos desbocados. Necesitaba con urgencia algo a qué aferrarse. Se dirigió nuevamente hacia los Collins. ¿El señor Collins todavía continuaba parloteando sobre las condenadas jardineras?


Cuando el pastor hizo una pausa para respirar, Darcy se apresuró a intervenir.


—¿Qué le parece Hunsford, señora Collins? Recuerdo que su antiguo inquilino se quejaba de que las chimeneas no tiraban lo suficientemente bien. Como consejero de lady Catherine, puedo ordenar directamente a los trabajadores de Rosings que arreglen eso o cualquier otro desperfecto que usted pueda haber encontrado. —Midió con cuidado lo que iba a decir a continuación—. No hace falta molestar a su señoría con los detalles. Será un placer para mí ocuparme del asunto. —Si iba a ser objeto de las molestas adulaciones de Collins, que fuera al menos por haber hecho algo bueno.


La respuesta de Collins a su oferta fue exactamente como había temido, pero la mirada de alivio de su esposa fue suficiente para confirmar sus sospechas de que la tacañería de su tía en lo referente a sus empleados había ocasionado ciertas incomodidades en la casa parroquial. Si Elizabeth iba a visitar a su amiga con frecuencia, aquello no podía continuar así. Darcy le volvió a asegurar a su anfitrión que era un placer para él y luego guardó silencio. Elizabeth… en Rosings. ¿Vendría a menudo? ¿Se la encontraría siempre allí cuando él hiciera su visita anual? Le lanzó otra mirada furtiva.


Se encontraba mirando directamente a Fitzwilliam, reflexionando sobre alguna tontería que él le estaba diciendo, con una fingida seriedad que no alcanzaba a reprimir la sonrisa que esbozaban sus labios. Tenía las mejillas encendidas de felicidad, mientras Richard se esforzaba valientemente por estar a la altura de su ingenio, pero Darcy se imaginaba que, en aquella competición, su primo tenía todas las de perder. ¿Acaso la encontraría siempre allí? ¡Qué pregunta tan idiota! Tarde o temprano ella se casaría. Se movió con incomodidad, pues la idea era tan perturbadora que apenas podía quedarse quieto. Se retorció el anillo de rubí de su padre de manera inmisericorde. ¡Eso era inevitable! Tarde o temprano, algún hombre bendecido por el cielo y que no tuviera ninguna obligación más que su futura felicidad, la llevaría al altar y haría realidad lo que Darcy sólo podía imaginar.


La risa que Elizabeth había estado tratando de contener tras un provocador puchero estalló de repente en dulces cascadas de felicidad. Darcy sintió que su corazón dejaba de latir. Aquélla era la Elizabeth del baile de Meryton, con la sonrisa enigmática y la risa discreta, la Elizabeth del baile de Netherfield, con los rizos indomables y la mirada melancólica, la Elizabeth de Pemberley y Erewile House, cuyos ojos le hablaban mientras él recorría los pasillos acompañado de su fantasma. Con creciente irritación, vio que Fitzwilliam se inclinaba para susurrarle algo al oído y, antes de que pudiera desviar la mirada, ella ladeó la cabeza y se quedó mirándolo. Sus ojos se encontraron y Darcy no pudo escapar a su fascinación, como no podía ordenarle a su corazón que dejara de latir. La respuesta a mil preguntas reposaba en las profundidades de aquellos encantadores ojos y el caballero sintió que se moría por hacerlas. Pero antes de que la primera pregunta llegara a asomarse a sus labios, la expresión de la muchacha se hizo más seria y la risa se desvaneció, mientras adoptaba una mirada pensativa, antes de concentrar de nuevo su atención hacia su compañero de conversación.


¿En qué estaría pensando? ¿Por qué lo había mirado de esa manera? ¡Ay, aquello era intolerable! Una débil vocecita protestó en su interior, diciendo que el comportamiento de Fitzwilliam no tenía por qué preocuparle, que el corazón de su primo correría un gran riesgo si se implicaba con ella y que él había jurado hacía escasamente media hora que no le haría a Elizabeth ninguna demostración de deferencia o interés. Sin pensarlo dos veces y de manera irracional, Darcy se levantó de su asiento y en un instante se puso a su lado. Tanto Elizabeth como su primo lo miraron con un gesto de sorpresa igual o menor al asombro que él mismo experimentó cuando se vio al otro lado del salón. ¡Habla!, le ordenó su corazón.



—¿Y su familia, señorita Elizabeth? Confío en que gocen de buena salud. —La pregunta salió de su boca con más soltura de la que él se había atrevido a esperar, pero Richard todavía parecía preguntarse por el motivo de su repentina intromisión. No obstante, a Darcy poco le importaba lo que su primo pensara de sus modales, porque al fin los ojos de Elizabeth se dirigían directamente a él. La edad no puede marchitarla, ni la costumbre debilitar la variedad infinita que hay en ella. La magistral descripción que hizo Shakespeare de la legendaria reina de Egipto era perfecta para Elizabeth. El placer que ella producía era incalculable.


—Cuando los dejé, todos gozaban de buena salud, señor, y desde entonces he sabido que todo va perfectamente. Es usted muy amable por preguntar. —Elizabeth respondió con mesura y cortesía, pero desvió la mirada casi antes de terminar de responder. ¿Eso iba a ser todo? ¡Pero no! Los ojos de la muchacha volvieron a fijarse en él, lo cual le hizo albergar esperanzas—. Mi hermana mayor ha pasado estos tres meses en Londres. ¿No la habrá visto usted, por casualidad?



¡Ella no habría podido lanzarle un dardo más inesperado! ¿Cómo podía haberlo olvidado? No, Darcy no había visto a la hermana de Elizabeth, pero se había enterado de que estaba en Londres, había conspirado contra ella. Sintió que su conciencia hacía estragos en su cabeza, mientras ella esperaba una respuesta y lo miraba con un gesto indescifrable. Richard también lo miró con curiosidad. ¡Darcy era un tonto, mil veces tonto, por haber sucumbido!


—No, señorita Elizabeth. —Se inclinó en señal de disculpa—. Lamento decir que no tuve el placer de encontrarme a su hermana en Londres. —Ella pareció aceptar sus palabras, pero a él le remordía tanto la conciencia que ya no pudo permanecer a su lado. Sin decir otra palabra, se retiró hacia la ventana y se quedó mirando el jardín de la señora Collins. Dejaría que todo el mundo creyera que estaba absorto en la contemplación del condenado jardín. Cualquier cosa era buena para ocultar que casi había hecho el ridículo a pesar de sus propias convicciones. ¡Maldita debilidad! Se juró que aquello no volvería a pasar, no debía volver a ocurrir.

Continuará...

7 comentarios:

Neskapulita dijo...

Hola a todos, amigos del foro! Ante todo, quiero agradecer especialmente a Lady Darcy, por tomarse la molestia de compartir con todos nosotrosmestas historias fantásticas, a las cuales no tendría acceso de otro modo! La parte dos de esta historia me entretuvo muchísimo, aunque no reconocí a nuestro Darcy en los caracteres...me pareció muy simpática como una historia aparte, pero estoy feliz de haber retomado la historia con nuestra Lizzy! Muero de ganas por ver como sigue, ya que aunque conozco el desenlace, quiero ver la "versión desde los ojos y sentimientos de Darcy! Esta historia me tiene a mil! Nuevamente Gracias por compartirla con todos nosotros...Besis para todos, Lore.

MariCari dijo...

Lady, otra vez me has hecho revivir mi parte romántica... estaría leyéndote toda la vida... sí, ya sé que la historia... pero es tu blog y me encanta...
Lo encuentro fascinante... maravilloso... Bss.. y muchas gracias, amiga.

michelle dijo...

waa que geneal que subas los capitulos de esta gran historia... :D yo lo busque y lo descargue estoy casi a la mitad para acabarlo y tengo que decir que es muy bueno
gracias¡

alex dijo...

Hola,
quiero agradecer por compartir está historia, gracias,
espero con ansias los próximos capítulos,
saludos,

anabel dijo...

eeeehhhhhh!!!!!!! esperaba imapaciente por que comenzaras a compartir con nosotros la tercera parte, y exactamente el dia que ya no pude pasar a ver si habia comenzado, estuvo ahi!!!!....pero no importa lo emocionante es que puedo volverla a leer desde otra perspectiva, que ademas me encanta!!
gracias, mil millones de gracias por hacernos llegar esta historia!

Guacimara dijo...

Me había perdido esta entrada tuya! Bien bien bien! Cuando leí la trilogia quedé alucinada con el primero y tercer libro aunque de eso hace ya mucho... Y ahora que veo que vas a ir publicando el tercero intentaré a ratitos irlo siguiendo contigo. Gracias.
Un beso y hasta pronto!

Fernando García Pañeda dijo...

su alma, que comprendía lo que su razón no podía entender, se apresuró a abrazar esa otra mitad de sí mismo...
Encontrar a la otra mitad de uno mismo es mucho más de lo que se le puede pedir a la vida. Es la esencia del amor inacabable. Es mucho más de lo que la inmensa mayor parte de los mortales recibe a lo largo de su vida.
Los afortunados, los tocados por ese don divino lo sabemos, lo aprendemos cada día, cada hora, cada instante.
Porque no se recupera la inocencia del corazón ni se olvida la dulzura del amor: una vez que llegan, siempre están ahí, ni se olvidan ni se pierden. Aun a pesar del dolor que produzcan los errores cometidos.
Me uno al enorme agradecimiento de sus seguidoras por empezar con esta nueva historia, milady. Siempre nueva, por muchas veces que se lea; siempre nueva, cada día, como la vida.
Sólo suyo.