miércoles, 13 de julio de 2011

SÓLO QUEDAN ESTAS TRES Capítulo X


SE CIERRA EL CIRCULO

 
Darcy examinó el nudo de seda de colores de la corbata distintiva de su club ecuestre y observó particularmente la serie de nudos que caían en cascada, con postiza facilidad, sobre la parte superior del chaleco. Las reglas del club decretaban que debía arreglarse precisamente de aquella forma, y ningún miembro que se desviara lo más mínimo podía ser admitido a la cena. Como nunca había tolerado semejante despropósito, Darcy había dejado de asistir a la cena anual del club Four-and-Go desde su ingreso, hacía ya varios años, pero aquélla era la noche de Bingley. En consecuencia, para conseguir aquella particular tarjeta de entrada para la cena, Darcy tuvo que poner a prueba no sólo la habilidad sino la memoria de Fletcher.


—¡Bien hecho, Fletcher!


—Gracias, señor. —Fletcher bajó el espejo de mano y lo dejó con cuidado sobre la mesita—. Sólo espero que el ayuda de cámara del señor Bingley pueda lograr el mismo resultado. Su último intento fue únicamente pasable.


—Esa es la razón por la cual el señor Bingley va a venir a Erewile House, para que usted lo revise antes de ir a la cena. —Darcy hundió los brazos en la levita que su ayuda de cámara le sostenía.


—¡Claro, señor! —respondió Fletcher, alisando la chaqueta sobre los hombros. Darcy pudo oír el tono de satisfacción de su voz—. Estaré atento a su llamada.


El caballero asintió, tomó su reloj de bolsillo, salió de la habitación y bajó las escaleras hasta el salón de las visitas. El ansiado descanso en Pemberley, después de todo el asunto de Wickham, sólo había durado una semana. Sus tíos, los Matlock, llegaron poco después de su regreso y la mayor parte del tiempo Darcy estuvo a su disposición. Para él había sido muy agradable recibir a lord y lady Matlock, y la presentación de la nueva prometida de su primo D'Arcy, una jovencita adorable y modesta que lady Matlock había sugerido, resultó ser un auténtico placer, sobre todo para Georgiana. Darcy logró tener unos cuantos minutos en privado con su hermana, en los cuales le contó que había descubierto a Wickham y le relató en términos generales que el asunto había sido llevado a feliz término. Georgiana lo escuchó con interés y aceptó su abreviado relato, contenta de que todo hubiese terminado bien para la familia Bennet.


—¿Podría visitarnos otra vez la señorita Elizabeth Bennet? —preguntó Georgiana, pero Darcy sólo le contestó con un vago: «Tal vez».


El deseo de su hermana de volver a ver a Elizabeth resonó fuertemente en el corazón del caballero. ¡Cuánto anhelaba conocer sus pensamientos, sus sentimientos acerca de todo lo que había ocurrido! ¿Se habría recobrado ya de todo aquel sufrimiento? ¿Habría recuperado su antigua vivacidad, o el asunto la habría transformado de manera irrevocable? A Darcy le dolía el corazón al pensar en la imposibilidad de sus deseos. Elizabeth nunca llegaría a saber que él había estado involucrado en el asunto, más allá de la desesperada confesión que le había hecho ese día en Lambton. Darcy les había pedido encarecidamente a los Gardiner que mantuvieran en secreto su participación y que Lydia jurara guardar silencio. La familia Bennet no debía saber nada. Por tanto, Darcy no tenía ninguna razón para albergar esperanzas de volver a verla. Posiblemente, nunca tendría oportunidad de ver ni el más mínimo resultado de sus esfuerzos. Pero ¿acaso no lo sabía desde el principio?


—Hágalo pasar, Witcher —le indicó Darcy al mayordomo, cuando vino a anunciarle la presencia de Bingley en la puerta. Su amigo entró con paso rápido y, algo perturbado, se detuvo frente a él, pidiendo su opinión sobre «este condenado nudo».


—Participar en la carrera bajo el ojo crítico de los jinetes y los conductores más destacados del país no ha resultado ser ni la mitad de enervante que ver las dificultades que tuvo mi ayuda de cámara con esta cosa. —Levantó las puntas de los lazos de seda con desprecio.


Darcy soltó una carcajada.


—Ya he avisado a Fletcher, Charles. Vamos, dejemos que él te lo arregle antes de que los demás se burlen de ti.


—Me siento tan confundido —le dijo Bingley más tarde, mientras el carruaje de Darcy comenzaba a avanzar—… Y no es sólo por esto —añadió, señalando la corbata—. O por el estricto examen que el club hará de cada una de mis palabras hasta mi ingreso esta noche. ¡Es toda mi vida! —concluyó con exasperación.


—¿A qué te refieres? ¿Ha ocurrido algo? —Darcy se volvió hacia Bingley con preocupación.


—Nada en particular, pero eso es parte del problema. Yo no tengo ningún objetivo, ninguna dirección. Nada por lo cual luchar o a lo que enfrentarme —respondió—. Sin embargo, hay decisiones que debo tomar y que pueden determinar mi futuro.


—Así es la vida —sentenció Darcy con fingido tono de resignación, pero eso no disuadió a su compañero.


—Por ejemplo —continuó Bingley—, el año pasado decidí que sencillamente tenía que tener mi propia residencia campestre. Mis obligaciones sociales lo exigían. Esperaba tener eso resuelto en este momento, pero… ¡Maldición! No puedo tomar una decisión. La semana pasada recibí una comunicación del agente de Netherfield preguntándome si tengo intenciones de comprarla o no. Caroline se opone…


¡Netherfield! La mente de Darcy comenzó a volar. Se había olvidado por completo de Netherfield, pues había asumido que Bingley había terminado el contrato desde hacía meses, ¡Netherfield! Y sólo estaba a poco más de tres millas de… ¡Elizabeth!


—Tal vez —dijo Darcy, interrumpiendo con delicadeza las reflexiones de su amigo— otra visita te pueda ayudar a tomar una decisión.


—¿Ese es tu consejo? —Bingley se echó hacia atrás—. Eso pensaba yo, pero… ¡Así que eso crees! ¡Bien! —Bingley movió la cabeza como si estuviera maravillado—. ¿Serías tan amable, entonces, de considerar aunque fuera…?


—¿La posibilidad de acompañarte? —terminó de decir Darcy, pero al instante deseó haberse mordido la lengua en lugar de dejar al descubierto su ansiedad.


Pero Bingley no pareció notarlo, porque inmediatamente se deshizo en palabras de agradecimiento y empezó a mencionar fechas y planes, hasta que el carruaje se detuvo en el lugar de la cena del club.


—¡Es muy amable por tu parte, Darcy! —exclamó Bingley, al descender a la acera.


¿Amable por tu parte?, pensó Darcy para sus adentros, mientras seguía a Bingley y entraban en el hotel, ¿o sólo se trataba de oportunismo egoísta? Después de pensarlo un rato, Darcy decidió que era una combinación de ambas cosas. El otoño anterior había interferido en la vida de Charles con resultados tan nefastos que, aunque Jane Bennet recibiera o no a Bingley en esta segunda incursión a Hertfordshire, Darcy tenía la obligación de reconocer que le debía a su amigo un relato completo de su conspiración para separarlos desde el principio. Sería incómodo y embarazoso —molestias que se merecía con toda justicia—, e incluso, lo que era peor, podría costarle la amistad de un hombre estupendo. Y eso, se dijo Darcy con profundo dolor, también se lo merecería.



********************

—¡Por fin has llegado! —Una semana después, Bingley recibió a Darcy en la misma puerta de Netherfield Hall, con una sonrisa y una palmada en la espalda, que atestiguaban la auténtica calidez de la bienvenida—. Pensé que iba a enloquecer hasta que llegaras, pero hay tanto que hacer al abrir una casa… ¡Desde el amanecer hasta el ocaso!


—¿En serio? —Darcy enarcó una ceja—. ¡No tenía ni idea! —dijo burlón.


Bingley soltó la carcajada.


—¡Vamos, entra! —Darcy siguió a su amigo hasta la biblioteca. A medida que avanzaban, vio cómo Bingley se detenía varias veces para dar instrucciones a algún criado o responder con seguridad a la pregunta de otro, hasta que finalmente estuvieron solos en su antiguo refugio, esperando a que les sirvieran un pequeño refrigerio. ¿Sólo habían sido necesarios un par de días como amo de Netherfield para producir semejante cambio de actitud? ¿De dónde había salido toda esa confianza en sí mismo? Darcy se burló de su amigo. Charles se sonrojó ligeramente al oír el cumplido y rápidamente lo atribuyó a la generosidad con que había sido recibido. Varios de los propietarios de la comarca habían venido a visitarlo horas después de su llegada, para celebrar su regreso al condado y hacerle todo tipo de invitaciones. Luego estaban los sirvientes. Eran casi todos los mismos que había tenido el año pasado, y dejaron entrever que se alegraban realmente de verlo regresar a Netherfield—. De verdad es algo extraordinario —concluyó Bingley con evidente satisfacción—. ¡Más de lo que esperaba!


Darcy sonrió y murmuró que estaba de acuerdo, complacido con las dos buenas noticias de su amigo. Al parecer, los vecinos no estaban resentidos con Bingley por los sucesos del año anterior sino que, de hecho, estaban ansiosos por renovar su amistad. Que los criados estuvieran contentos con su regreso también era un buen augurio. Sin duda, la mayor confianza de Bingley en sí mismo y la facilidad con que asumía su papel eran testimonio de los esfuerzos de todo el mundo para animarlo a quedarse. Sólo restaba el asunto de la señorita Bennet. ¿Habría tratado de verla?


La bandeja que habían ordenado llegó por fin y, cuando el criado cerró la puerta de la biblioteca, Darcy le preguntó a Bingley si había hecho alguna visita desde su llegada. Como había estado muy ocupado, sólo había ido a casa del squire Justin, contestó Bingley sacudiendo la cabeza, y porque se había encontrado con su carruaje en el camino y el hombre había insistido mucho para que lo acompañara a tomar un té de bienvenida.


—Pero ayer tomé la decisión de poner remedio a eso. —Bingley miró a su amigo con una mezcla de ansiedad y entusiasmo—. Pretendo visitar a la familia Bennet mañana.


—¿En serio? —Darcy recibió el anuncio de Bingley sin mostrar ni un atisbo de sorpresa, pero el corazón le palpitaba como loco ante semejante perspectiva.


—Sé que la compañía de los Bennet no es tu preferida —continuó diciendo Bingley, recostándose en la silla— y las hermanas menores pueden ser bastante molestas. Podría posponerla…


—Mi querido Bingley —replicó Darcy con fingida severidad—, ¡no vas a descuidar tus obligaciones sociales con una familia tan destacada como los Bennet por mi culpa!


Su amigo soltó una carcajada y luego se calmó un poco para preguntarle:


—¿Entonces no pones ninguna objeción?


—Ninguna. —Darcy se levantó de la silla, pues la rapidez con la que se iba a sumergir en el mundo de Elizabeth le inundó de una dicha y un temor que no estaba seguro de poder ocultar, y se acercó a la ventana que se abría a los campos y el bosque de la mansión—. ¿Vemos qué ha pasado con las tierras durante todo este año de ausencia?



*********

Mientras se estaban tomando un oporto esa noche, Bingley decidió que, en lugar de enviar su tarjeta para anunciar la visita, sorprenderían a sus vecinos para verlos en persona. Debatiéndose entre el apremiante deseo de ver a Elizabeth y un cierto temor a que su presencia tal vez no le causara a ella, ni a su familia, tanto placer como el que Bingley pronosticaba, Darcy se limitó a asentir en señal de que aprobaba el plan de su amigo, antes de dirigir la conversación hacia otros temas. Su primera motivación al venir a Netherfield era el bienestar de Bingley y, si había cometido un terrible error al valorar los sentimientos de Jane Bennet, rectificar su delito. Cuanto más pronto determinara la verdad o la falsedad del asunto, mejor… no sólo para Bingley sino para su propia conciencia. Pero también había venido con la esperanza de descubrir qué quedaba del principio que él y Elizabeth habían tenido en Pemberley. Durante la mayor parte de su viaje hasta Hertfordshire, había reflexionado mucho acerca de cómo conseguir esos dos objetivos, pero la oportunidad de enfrentarse a ambos se le había presentado de manera milagrosa, sin tener que hacer ningún esfuerzo. No obstante, era tan vertiginosa la velocidad con que sus esperanzas y temores se iban decantando hacia una acción inevitable, que superaba cualquier cosa que él hubiese planeado o, a decir verdad, añorado.


A pesar de lo mucho que lo deseaba, no había manera de negar el hecho concreto de que al día siguiente estaría cara a cara con Elizabeth. ¿Cómo sería ese encuentro? ¿Cómo deberían actuar de ahí en adelante? Acostado en la cama esa noche, Darcy observó con amargura lo paradójico que era el hecho de que un suceso que uno ha deseado tanto, cuando está a punto de ocurrir, pudiera transformarse en algo cargado de terrible inquietud. Pasó la noche intranquilo, pero cuando finalmente amaneció, la mañana le trajo la convicción de que, con el fin de lograr lo que había venido a hacer, no era a Elizabeth a quien debía observar sino a Jane Bennet, y era a ella a quien debía dirigir la mayor parte de su capacidad de discernimiento.




Cabalgaron lentamente. Cuando Darcy se encontró con su amigo en el patio, Bingley lo saludó con su habitual cordialidad y buen ánimo y comenzó a charlar, pero eso sólo duró hasta que tomaron el camino hacia Longbourn. Luego la conversación se fue debilitando. En aquel momento, Bingley guardaba silencio y el trote de los caballos se había reducido a un paso lento. Darcy miró a su amigo con el rabillo del ojo en busca de un resurgimiento de su entusiasmo, pero Charles siguió ensimismado y él no supo cómo romper ese estado de ánimo.


Acababan de tomar la desviación que conducía directamente a Longbourn, cuando Bingley detuvo su caballo.

 —Es mejor estar seguro de la verdad de un asunto, ¿no? —le preguntó a Darcy—. Uno no debe seguir adelante sin haber resuelto el pasado.


Darcy asintió con la cabeza, mirando fijamente a Bingley.


—Por lo general, ésa es la mejor política, sí.


Bingley asintió a modo de respuesta.


—Muy bien —dijo, luego se enderezó, echó los hombros hacia atrás y espoleó a su caballo. Un momento después, Darcy observó con desaliento, y no poca sensación de culpa, la actitud de su amigo. Si, tal como sospechaba, Bingley había sucumbido a la duda y la inseguridad con respecto a su acogida en Longbourn, el único culpable de eso era Darcy. Había expuesto a su amigo a ser censurado ante el mundo por mostrar una apariencia caprichosa y voluble, eso era lo que había dicho Elizabeth. Gracias al cielo, el «mundo» alrededor de Meryton parecía haber perdonado a Charles los sucesos del año anterior. ¿Serían los habitantes de Longbourn igual de amables?


Las dudas de Bingley con respecto a su aceptación debieron de evaporarse tan pronto como se desmontó del caballo. El mozo del establo que corrió a recoger el caballo, la criada que les abrió la puerta y el ama de llaves que los anunció, hicieron su trabajo con un entusiasmo contagioso que presagiaba la bienvenida que recibiría en el interior. Darcy esperaba que el placer que despertaba la visita de Bingley pudiera ampliarse hasta incluirlo a él de manera general y disminuir la incomodidad que provocaría su presencia. El ama de llaves abrió la puerta del salón y dejó entrar un rayo de sol que penetró enseguida en el vestíbulo de Longbourn. Darcy trató de contener la sensación de que el tiempo y el espacio corrían desbocados, más allá de su control.


—¡Señor Bingley! ¡Qué estupendo que haya venido! —La voluminosa figura de la señora Bennet bloqueó el umbral—. Precisamente estábamos comentando, ¿no es así, niñas? que sería estupendo que usted nos visitara hoy. ¡Y aquí está! ¿No es maravilloso?


 —¡Señoras! —Bingley hizo una inclinación al entrar en el salón y Darcy lo siguió. Cuando se levantaron, Kitty le estaba sonriendo a Bingley. Le hizo una rápida reverencia y luego volvió a concentrarse en un montón de cintas que tenía sobre la mesa. Mary hizo una reverencia rutinaria y se alejó, para retomar su lectura en el otro extremo del salón. Darcy y Bingley se dirigieron entonces a las otras dos. La señorita Bennet y Elizabeth estaban juntas y se sonrojaron un poco cuando hicieron sus respectivas reverencias. La imagen de Elizabeth poseía tal gracia y modestia que el corazón de Darcy comenzó a palpitar con tanta fuerza dentro del pecho que le dolieron las costillas.

Se permitió el lujo de contemplarla unos instantes, buscando una mirada, una sonrisa que pudiera indicar el estado de ánimo de la joven, pero Elizabeth parecía algo distraída. Entonces se obligó a desviar la mirada y ordenó a su corazón que se apaciguara.

—Por favor, tomen asiento —volvió a decir la señora Bennet—. Señor Bingley, debe usted sentarse aquí, lejos del sol. —Lo llevó hasta el sillón más cómodo del salón—. Ahí, ¿no es agradable? Y tan conveniente para conversar. ¿Les gustaría tomar algo? —Una vez que Bingley hubo murmurado que no, la señora Bennet se dirigió a Darcy—. Señor Darcy. —Movió la mano de manera desinteresada señalando el salón y fue a sentarse cerca de su invitado favorito.


Con libertad para sentarse donde quisiera, Darcy encontró una silla que estaba admirablemente bien ubicada para sus propósitos y también suficientemente cerca de Elizabeth para poder entablar una conversación sin tener que buscarla. Se hundió con gratitud entre los contornos del sillón y esperó unos pocos minutos protocolarios antes de inclinarse hacia la muchacha, para hablar de lo que consideraba un tema seguro.


—¿Puedo preguntar por sus tíos, el señor y la señora Gardiner? ¿Se encuentran bien?


Elizabeth se sobresaltó y se sonrojó, antes de informarle, casi sin respirar, de que sus parientes se encontraban bien y deseaban que ella le agradeciera nuevamente las atenciones que él había tenido con ellos en Pemberley.


—Fue un placer —le aseguró él y luego desvió la mirada, intrigado por el hecho de que ella se hubiese desconcertado tanto por una pregunta que podía ser calificada de trivial. Miró entonces hacia el suelo, a pesar de que se moría por descubrir lo que ella estaba pensando. Intentando no sucumbir a esa tentación, Darcy volvió a mirar a Bingley, pero se vio sorprendido, a su vez, por una pregunta de Elizabeth.


—¿Y la señorita Darcy? ¿Cómo se encuentra?


—Ella está muy bien, gracias —respondió el caballero—, y le envía sus saludos, con el deseo de que pueda usted volver a visitarnos algún día.


—Ah, es muy amable por su parte. —Es posible que Elizabeth tuviera intención de decir algo más, pero guardó silencio.


—Ha pasado mucho tiempo, señor Bingley, desde que se fue usted —declaró la señora Bennet, dominando toda la conversación—. Empezaba a temer que no fuera a volver. La gente dice que piensa usted abandonar esta comarca por la fiesta de San Miguel; pero espero que no sea cierto. —Lo miró con picardía—. Han ocurrido muchas cosas en la vecindad desde que usted se fue. La señorita Lucas se casó y está establecida. Y también se casó una de mis hijas. Supongo que se habrá enterado usted, seguramente lo habrá leído en los periódicos. —Bingley no pudo comentar nada, porque ella no le dio tiempo—. Salió en el Times y en el Courier, sólo que no estaba bien redactado. Decía solamente: El caballero George Wickham contrajo matrimonio con la señorita Lydia Bennet, sin mencionar a su padre ni decir dónde vivía la novia ni nada. —La señora Bennet se inclinó hacia Bingley, sacudiendo la cabeza con irritación—. La nota debió de ser obra de mi hermano, el señor Gardiner, y no comprendo cómo pudo hacer una cosa tan insulsa. ¿La ha visto usted?

Mientras Bingley contestaba afirmativamente y expresaba sus felicitaciones, Darcy se limitó a quedarse quieto, tratando de que no se le notara la perplejidad. Había pensado que seguramente se haría una discreta mención al matrimonio de Lydia, para explicar su ausencia, pero que dicha mención estaría marcada por una cierta prudencia, dolorosamente adquirida. Pero no, ¡no hubo nada de eso! Al lanzarle una mirada a Elizabeth, Darcy vio cómo luchaba contra la incomodidad que le causaban las palabras de su madre. Ella lo miró por un instante y luego volvió a concentrarse en su bordado.


—Es delicioso tener una hija bien casada —siguió diciendo la señora Bennet, sin mostrar la mínima moderación—, pero al mismo tiempo, señor Bingley, es muy duro que se haya ido tan lejos. —Se habían marchado a Newcastle, informó la señora Bennet, donde estaría durante algún tiempo el regimiento de su yerno—. Supongo que usted habrá oído decir que él ha dejado el regimiento del condado… y se ha pasado al ejército regular. Gracias a Dios tiene todavía algunos amigos, aunque quizá no tantos como merece. —Al decir esto, la señora Bennet dejó de mirar a Bingley y pasó a examinar el rostro impasible de Darcy.


Mientras se debatía entre la incredulidad y la indignación, Darcy se puso en pie y se dirigió hacia una ventana, tratando de mantener la compostura bajo la mirada acusadora de la señora Bennet. Al observar las últimas flores de la estación en el jardín de Longbourn, pensó en lo increíble que resultaba el hecho de que aquella mujer pudiera ser la madre de Elizabeth. La señora Bennet vivía totalmente engañada por sus propias fantasías y la experiencia de las últimas semanas no había podido hacerle cambiar de opinión ni enseñarle prudencia. Una vez disipada la rabia, Darcy experimentó un sentimiento de compasión por lo que debían de sufrir Elizabeth y sus hermanas a causa de su madre.


—Señor Bingley. —La voz temblorosa de Elizabeth volvió a traer a Darcy al presente y levantó la mirada para observar su perfil—. ¿Tiene usted intenciones de permanecer mucho tiempo en el campo?


—Creo que nos quedaremos unas cuantas semanas. Es la temporada de caza, ya sabe. —Bingley miró a la señorita Bennet mientras contestaba y podría haber hablado más, pero su madre se apresuró a intervenir.


—Cuando haya matado usted a todos sus pájaros, señor Bingley, por favor venga aquí y mate todos los que quiera en la propiedad de mi esposo. Estoy segura de que estará encantado y le reservará sus mejores nidadas.


—Es usted muy amable, señora —respondió Bingley con elegancia, ante las absurdas palabras de la señora Bennet. Luego se volvió hacia las hermanas—. Pero espero no pasar todo el tiempo cazando. ¿Hay algo, señorita Bennet, que reúna a todos los habitantes del condado?


¡Ah, allí estaba por fin lo que Darcy había venido a comprobar! Mientras Bingley entablaba una conversación con Jane Bennet, Darcy los examinó a ambos. Charles había enrojecido un poco y sus ojos mostraban una cautelosa esperanza, mientras trataba de rescatar a la señorita Bennet de la sombra de su madre. Sus sentimientos eran inconfundibles. En contraste, las respuestas de la señorita Bennet eran mesuradas pero afables. Bingley persistió. La muchacha sonrió con un poco más de calidez, mientras él bromeaba acerca de algo, y luego se rió. Bingley sonrió enseguida y echó hacia atrás los hombros, ante lo cual la señorita Bennet se sonrojó y clavó la vista en el suelo, pero no antes de que Darcy alcanzara a ver el brillo de sus ojos y una dulce sonrisa. Decidió que era un comienzo prometedor y se preguntó cómo podía haber pensado que Jane Bennet estaba tratando de atrapar a su amigo para hacer un matrimonio socialmente ventajoso.


 ¿Y qué pasaba con Elizabeth? La miró rápidamente y luego volvió a mirar a Bingley, sintiendo que el corazón se le partía en dos. ¡Estaba tan callada! Darcy sentía la tensión que emanaba de ella. ¿Acaso quería que él se fuera, o que hablara?


 ¿Debería hacer referencia a su encuentro en Pemberley? ¿Se atrevería a continuar lo que habían empezado durante la visita de Elizabeth a Pemberley, antes de la llegada de la carta que traía la noticia de la traición de Wickham? Volvió a mirar por la ventana, debatiéndose entre las distintas explicaciones acerca de la actitud de Elizabeth.


El ruido de las sillas le advirtió de que su visita estaba llegando a su fin y se levantó para despedirse, ansioso por terminar con aquel sufrimiento para ambos. Pero él y Bingley no pudieron escapar tan rápidamente.


—Me debía usted una visita, señor Bingley —dijo la señora Bennet con un tono de falsa acusación, cuando se dirigían hacia la puerta—, pues cuando volvió a la capital el pasado invierno me prometió venir a comer con nosotros en cuanto regresara. Ya ve que no lo he olvidado. Y le aseguro que me disgusté mucho porque no volvió usted para cumplir su compromiso. ¡Debe usted cenar con nosotros esta misma semana, señor! ¿Le parece bien el martes?


Bingley miró enseguida a Darcy, al tiempo que un rubor comenzaba a subir por su cuello, antes de dirigirse a su anfitriona y ofrecerle sus disculpas. Tras lanzarle una mirada a la señorita Bennet, que también se había puesto colorada, aceptó la burda invitación en nombre de los dos.


—Señora Bennet. —Bingley y Darcy se despidieron—. Señorita Bennet, señorita Elizabeth… —Charles siguió despidiéndose de todas. Darcy hizo lo propio. La respuesta de la señorita Bennet a la despedida de Darcy fue totalmente apropiada, y él pudo mirarla a los ojos, pero temió hacer lo mismo con Elizabeth, para no ver la sensación de alivio que tal vez encontraría allí.


Se iban a encontrar nuevamente, cenarían juntos en Longbourn dentro dos días. Darcy se alegró por Bingley.


—¿Qué opinas, Charles? —preguntó cuando llegaron al final del sendero y tomaron el camino—. ¿Dirías que todo ha ido bien?


—Tan bien como se podía esperar después de una ausencia tan larga —contestó Bingley de manera pensativa, y luego se lanzó a hacer un verdadero himno de elogios—. ¿No te parece hermosa? Tan hermosa como… ¡No, más hermosa de lo que recuerdo! ¡Ay, Darcy, qué forma de sonreírme!


Mientras se dirigían hacia la siguiente visita de la mañana, Darcy escuchó con alegría todas las expresiones de renovada esperanza de su amigo, al tiempo que pensaba que las suyas propias estaban bastante dudosas. Si, tal como parecía, su presencia sólo le causaba dolor a Elizabeth, o la confundía tanto que la sumía en el silencio, no le causaría más molestias al imponerle su presencia más allá de lo necesario. Se pondría a las órdenes de Bingley todavía con más firmeza y seguiría observando a la señorita Bennet, y sus ojos se fijarían esta vez en las señales más sutiles del afecto que residía en el pecho de Jane Bennet. En cuanto a Elizabeth, Darcy decidió que necesitaría recibir de ella una señal o volvería a Londres lo más pronto posible.


Su visita al squire Justin estuvo marcada por tal familiaridad que pareció como si no llevaran ausentes de Hertfordshire más que un par de semanas. Mientras recibían las afectuosas atenciones del squire, Darcy pensó nuevamente que, si su amigo decidía establecerse en el vecindario, le iría muy bien entre aquellas personas. El squire podía ser el tipo de consejero sabio y experimentado al cual podría recurrir Bingley, relevándole a él de un papel que se sentía cada vez menos cualificado para representar. Se lo mencionaría a Bingley, en caso de que su amigo encontrara que, en efecto, todo lo que deseaba estaba en Hertfordshire.


**************

Estaba decidido. Partiría al día siguiente. Darcy observó el techo desde su cama y se puso un brazo sobre los ojos. La cena de la noche anterior en Longbourn le había dado muchas razones para creer que Bingley estaba en el camino de la felicidad. Había observado a la pareja con creciente certeza, y el placer que ambos sentían por su mutua compañía era cada vez más evidente. Con la confesión que tenía que hacerle aquel día a Bingley, su amigo pronto estaría rumbo al matrimonio. Era hora de cortar el cordón y dejarlo construir su futuro. En cuanto al suyo propio…

La cena en Longbourn había resultado muy concurrida. La señora Bennet no había dudado en señalarle esta circunstancia en repetidas ocasiones, y Darcy suponía que su intención era recriminarle el comentario que él había hecho durante el otoño anterior acerca de la naturaleza limitada de la vida provinciana. Aparte de las formalidades que le exigía su papel de anfitriona, la señora Bennet lo había ignorado durante la mayor parte de la velada y él había guardado las distancias. Aunque durante la cena se había visto obligado a sentarse cerca de ella y participar en una conversación llena de repeticiones sobre las vulgares impresiones que había tenido del baile en Netherfield, ahora generosamente complementadas por expresiones de arrobamiento sobre su hija recién casada y su yerno.

Después de saludar a sus anfitriones en el vestíbulo, Darcy se había acercado a la señorita Bennet, que lo había recibido con la sonrisa amable que solía dedicarle a todo el mundo. Tras hacerle una reverencia, Darcy se había dirigido a Elizabeth. Al ver sus rizos brillantes y su frente tan blanca, había sentido que el corazón le daba un vuelco. ¿Cómo era posible que ella siempre pudiera sorprenderlo con más encantos de los que podía evocar, cuando él recordaba y atesoraba cada momento que habían pasado juntos?

—Señor Darcy. —Elizabeth había levantado la mirada hacia él, y sus extraordinarios ojos habían mostrado una cierta incertidumbre, mientras examinaba el rostro de Darcy. Luego había clavado la mirada en el suelo y había hecho una reverencia—. Es usted muy amable por haber venido.

—En absoluto —había contestado Darcy al levantarse de su inclinación—. Han sido ustedes muy amables invitándonos. —Y eso había sido todo lo que habían conversado casi hasta el final de la velada. Cuando tuvo la oportunidad de acercarse, ella le había preguntado por Georgiana. Él le había respondido y luego se había quedado esperando, en medio de un silencio incómodo, pero sin saber qué decir por la cantidad de preguntas que anhelaba hacer. Ella no había dicho nada más y él se había retirado cuando otra jovencita había comenzado a hablar con ella. ¡La muchacha no se le había acercado más durante la velada! Y tampoco había visto aparecer a la Elizabeth vivaz, desafiante y llena de ingenio.


Poco después, Darcy había quedado atrapado en una mesa de jugadores de whist, y afortunadamente había tenido que concentrar toda su atención en el juego. Entre partida y partida había mirado furtivamente hacia la mesa de Elizabeth. La expresión de su rostro indicaba que no parecía divertirse mucho con las cartas. Quizá no estuviese muy complacida con la velada en general. El caballero no pudo saberlo con seguridad. Pero sí se sintió satisfecho al ver que Bingley había retomado las atenciones hacia su hermana. Mientras Charles y Jane caminaban juntos por el salón, o se sentaban y conversaban con otros invitados, ella les había dedicado una de esas miradas tiernas que Darcy tanto ansiaba recibir.


Bueno, que así sea, pensó para sí mismo con una sensación parecida al desaliento, apartando las mantas. Estaba esperando recibir una señal y, aunque no había tenido una recepción negativa, no había sido lo suficientemente positiva como para animarlo a quedarse. Así que se marcharía a Londres. Darcy se levantó y corrió las cortinas. Un último día… un último día que debería terminar con el fortalecimiento o la destrucción de una amistad. Darcy recorrió con la mirada los campos que separaban Netherfield de Longbourn. Elizabeth… Elizabeth.


************


—¡Son unas personas muy amables! —le dijo Bingley a Darcy con cara de satisfacción, cuando el último de sus invitados pidió el carruaje y se marchó en medio de la fría noche de otoño—. Me caen tan bien o mejor incluso que el otoño pasado. —La noche anterior, en Longbourn, Bingley había anunciado una reunión improvisada para jugar a las cartas y muchos caballeros habían asistido, felices de pasar una velada lejos de los ojos de sus madres, esposas o hermanas.


—Gente muy buena, sin duda —había dicho Darcy, mientras regresaban al salón para tomarse un último vaso de oporto—. Es estupendo saber que te dejo en tan buena compañía. No te aburrirás durante mi ausencia. —Darcy observó cuidadosamente a Bingley mientras servía el oporto. Su amigo estaba de un humor excelente. Las visitas a Longbourn y la calurosa acogida que le había dispensado parte de la burguesía de la comarca le estaban sentando de maravilla a su amigo y Darcy se sentía extraordinariamente agradecido por ello. Ahora, la noche antes de marcharse de Hertfordshire, era el momento de hablar con él. Sintió que su estómago se contraía cuando aceptó el vaso de manos de su amigo.

—Desearía que no te marcharas tan pronto, pero como no tienes más remedio, brindo por los buenos hombres que acaban de irse y por tu rápido regreso. —Bingley levantó su vaso y le sonrió. Darcy sintió un dolor agudo al ver esa imagen. Cuando hubiese terminado lo que tenía que decirle, ¿querría todavía que regresara? Brindó con Charles y ambos bebieron un largo trago. ¡Adelante!, lo acosó su conciencia.


—Charles, hay algo que debo decirte antes de marcharme.


—¡Dime, Darcy! —Bingley dejó su vaso sobre la mesa, se dejó caer cómodamente sobre un gran sillón y le señaló el otro que estaba frente al fuego.


—No, gracias, creo que permaneceré de pie. —Darcy dio otro sorbo al oporto y se quedó mirando las llamas fijamente.


Bingley lo miró con consternación.


—¿Te sucede algo, Darcy? Ya he notado que esta noche estuviste más callado que de costumbre.


—Los cargos de conciencia tienden a aplacar el espíritu, amigo mío, y ésa es la razón de mi comportamiento esta noche. Sabía que tenía que hablar contigo y la perspectiva de hacer una confesión, aunque necesaria, nunca es placentera.


—¡Vamos, Darcy, suenas aterradoramente lúgubre! ¡Confesión! ¿Qué podrías tener que confesarme tú a mí?


—Charles, he interferido en tu vida de una manera que sólo puedo calificar como la mayor impertinencia que he cometido en la vida. —Darcy miró a su amigo a la cara, en la que había aparecido confusión y confianza al mismo tiempo, y sintió una oleada de arrepentimiento—. Mi única excusa, si es que tengo derecho a alguna, es que en ese momento estaba convencido de que estaba actuando sólo por tu bien. Pero he llegado a ver que estaba equivocado, muy equivocado, en todo.


—¡Darcy! Vamos, amigo mío…


—Charles —Darcy se apresuró a detener a Bingley, antes de que éste comenzara a negar su culpa, y levantó una mano—, quiero que escuches cuál fue mi delito. —Se mordió el labio, dejando escapar un suspiro, y luego tomó aire—. Sin tener ninguna consideración por tus sentimientos, o los de ella, el otoño pasado me propuse hacer todo lo que estuviera en mi poder para separarte de la señorita Bennet.


—¿Qué? —Bingley miró a Darcy sin entender.

—Me esforcé por evitar que alimentaras esa relación, a pesar de que tu afecto resultaba evidente. Me había convencido de que le eras indiferente a la señorita Bennet y por eso me propuse sembrar dudas sobre su carácter y convencerte de que no podías confiar en tu propio corazón. —Bajó la mirada hacia el vaso que tenía en la mano, sintiéndose incapaz de mirar a su amigo—. Mi osadía me parece tan asombrosa incluso a mí mismo que comprenderé perfectamente que me ordenes que me marche de tu casa en este mismo instante.

Bingley se puso pálido y, al poner el vaso sobre la mesa, le tembló la mano.


—¿Todo este tiempo? ¿Quieres decir que todo este tiempo ella…? ¡Pero Caroline y Louisa me dijeron lo mismo!


—Tus hermanas no estaban de acuerdo con esa relación, Charles. Ellas tienen expectativas mucho más altas con respecto a tu matrimonio. Me avergüenza decirlo pero, para serte franco, yo conspiré con ellas en este asunto.


—¡Santo Dios, Darcy! ¡No puedo creer que tú hayas hecho una cosa semejante! —Bingley se levantó de un salto, alejándose de él, mientras se pasaba la mano por el pelo.

—Fue una cosa absolutamente censurable. —Darcy observó con consternación y dolor cómo Bingley comenzaba a pasearse de un extremo a otro. Si pudiera terminar allí; pero, claro, había más—. Mi deshonra no termina aquí, Charles. También debo confesar que la señorita Bennet estuvo en Londres más de tres meses durante el invierno y que di instrucciones para que te ocultaran el hecho de que se encontraba en la ciudad.


—¡Darcy!

—Y tengo que decirte que la señorita Bennet visitó a la señorita Bingley y esperó durante varias semanas a que ésta le devolviera la visita, pero cuando eso ocurrió el único propósito que tenía era acabar definitivamente con la relación. E hizo eso siguiendo mis instrucciones. —Era terrible ver la cara de Bingley. Sintió que le dolía el corazón. Cerró los ojos, tratando de buscar una disculpa apropiada.


—Siento mucho el dolor que te he causado a ti y a la señorita Bennet. Lo siento en el alma, Charles. El único remedio que puedo ofrecer es asegurarte que yo estaba equivocado respecto a la señorita Bennet y que ella, en efecto, te ama y todavía puede hacerte un hombre muy feliz.


Bingley se acercó a Darcy de manera amenazadora.


—¡Que tú me aseguras! Primero me dices que me engañaste, que me privaste del amor de la más dulce de las mujeres y me animaste a dudar de mi propio corazón y ¿ahora se supone que debo aceptar tus opiniones?


—Tienes razón en no tener en cuenta lo que yo te diga, Charles. He demostrado ser muy mal amigo. ¡Déjame fuera de esto! Pero ¿cuál es tu propia opinión sobre la señorita Bennet?—preguntó Darcy en voz baja.


Una mezcla de emociones cruzó por el rostro de Bingley mientras trataba de asimilar lo que acababa de saber. Dio media vuelta y se sentó, y Darcy le permitió la dignidad de guardar silencio. Se tomó el resto del oporto y esperó, oyendo como el fuego chisporroteaba en la chimenea.

—¡Lo que ha debido de sufrir mi querida Jane durante todas esas semanas en Londres, Darcy! ¡Qué habrá pensado de mí! ¡Qué habrán pensado todos los Bennet de mí! No entiendo cómo pudieron recibirme con tanta cordialidad cuando regresé.


—Charles, el hecho de que te hayan dado una bienvenida tan calurosa es una prueba más de que los sentimientos de la señorita Bennet están a tu favor.


—Sí —dijo Bingley, como si estuviera pensando en voz alta—, eso parece razonable. ¡Me recibieron bien! Aunque es cierto que la señorita Bennet y yo no tenemos una relación tan cordial como antes, hace sólo unos días que volví.


—Si me permites darte mi opinión, creo que si haces una propuesta de matrimonio tendrás una respuesta que os llenará de felicidad a los dos.


—¿Tú crees, Darcy? —Bingley se sonrojó. Retrocedió un poco y carraspeó—. ¿De verdad?

—No tengo dudas, ¿tú sí?


—¡No lo sé! —Bingley comenzó a pasearse otra vez—. Creo que… Anoche ella… ¡Ah, si me atreviera a preguntar! ¡Darcy! —exclamó Bingley, colocándose a su lado.


—Espera un poco si quieres, pero el asunto terminará del mismo modo, Charles, y ya no diré ni una palabra más sobre el tema.

Bingley soltó un grito y estrechó la mano de su amigo con fuerza. Luego comenzó a hablar sin parar y le aseguró que, aunque se había portado de manera abominable, no había perdido un amigo y que ese amigo le perdonaba todo a la luz de su futura felicidad.

Continuará...

domingo, 3 de julio de 2011

SÓLO QUEDAN ESTAS TRES Capítulo IX

SOLO QUEDAN ESTAS TRES Capítulo IX


La alianza de las mentes sinceras



Después de cerrar la puerta al finalizar su fracasada entrevista con Lydia Bennet, Darcy recorrió lentamente el pasillo y bajó las escaleras hasta la taberna de la posada, donde se encontraba Wickham, mientras consideraba su siguiente movimiento. Aquel bribón debía de estar pensando que estaba en la posición más ventajosa y, en efecto, así era a simple vista. La presencia de Darcy y la obstinación de Lydia eran prueba de ello. Pero era una ligera ventaja y mientras tuviera todavía localizados a los tórtolos, correspondía a Darcy la tarea de insistir en la incertidumbre y el peligro que representaba su posición, poniendo tanto énfasis como pudiera. Porque si llegaban a huir, todo estaría perdido.

******************
Queridos amigos:

Debido a problemas reincidentes en la actualización de blogger, en donde mis nuevas entradas no actualizan, o lo que es peor, aparecen en sus blogroll entradas muy antiguas sin mi consentimiento, me he visto en la necesidad de probar nuevas tácticas y tratar de engañar al señor Blogger, espero que ésto sirva de alguna manera y así  mantenerlos al día en la publicación de la novela.
Para continuar leyendo el resto del capítulo, vayan a la Página principal del blog.

Saludos afectuosos.