lunes, 1 de noviembre de 2010

DEBER Y DESEO. Segunda parte de la Trilogía Fitzwilliam Darcy, Un Caballero.

Queridos amigos:
Como bien saben, aún sigo manteniendo una lucha cuerpo a cuerpo con esta dolencia, este achaque que cualquiera diría, amenaza con borrarme de este mundo virtual, pero como en su momento lo dije: Me hace muy feliz irme en contra de la corriente...y como no deseo desaparecer de la blogosfera, ni pasar al olvido en sus memorias, y porque tenía una promesa pendiente con ustedes, es que hago un alto en esta batalla desigual para subir por fin la continuación de esta trilogía. No bajaré la guardia ni tiraré la toalla, si acaso sea mi oponente quien lo haga.  A pesar de mis circunstancias intentaré por todos los medios de actualizar con la misma frecuencia de antes, así mismo reitero mis disculpas por mi ausencia en vuestros hogares virtuales y espero pronto poder reanudar mis visitas digitales.
Muchas gracias por estar aquí.



CAPÍTULO I
Fragilidad Natural






… con Él, que vive y reina contigo y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.




De pie y solo en el banco propiedad de su familia en St..., Darcy recitó la plegaria del primer domingo de Adviento, con el libro de oraciones cerrado sobre el pulgar. La mañana había clareado con cierta lentitud y la neblina que surgía de la tierra cubierta de nieve parecía decidida a penetrar con su escasa luz. La bruma se metía, fría e inclemente, en los huesos, y parecía aferrarse a las propias piedras del santuario. Darcy sintió un escalofrío. Había estado a punto de no asistir a los servicios, pues su ánimo no había mejorado nada durante la noche, pero la costumbre lo sacó de la cama y, sabiendo que sus empleados se habían levantado temprano esperando que él asistiera a la ceremonia religiosa, se había vestido, había desayunado y se había marchado.


Con la levita verde oscuro abrochada hasta arriba para defenderse del frío, Darcy observó el magnífico lugar; la arquitectura y la decoración lo animaron a levantar la mirada hacia el techo abovedado y al esplendor de la luz que entraba por las grandes vidrieras de colores. Al bajar la vista, Darcy no se sorprendió al ver que, a pesar de que ese día representaba el primer domingo de las fiestas de Navidad, la iglesia no estaba llena. Rara vez lo estaba. Sólo algunas de las familias cuyos apellidos adornaban los suntuosos paneles, vidrieras o placas, se dignaban a honrar con su presencia al depositario de su generosidad. Sin embargo, ésa no había sido la costumbre de la familia Darcy. Y, aunque ahora estaba solo, mentalmente veía a sus progenitores sentados en el banco de al lado, sumidos en una serena reflexión.


Se anunció la lectura de la primera Escritura de la mañana y Darcy abrió el libro de oraciones en la página señalada.


«Con nadie tengáis más deuda que la del mutuo amor. Pues el que ama al prójimo ha cumplido la ley...».


El sonido de los tacones de unas botas y el tintineo de una espada enfundada resonaron detrás de Darcy, distrayéndolo del texto. Al instante, fue empujado hacia el centro del banco por un hombre ataviado con una casaca roja.


—¡Dios mío, qué tiempo tan horrible! Pensé que te quedarías en casa hoy. Necesito hablar contigo —susurró el coronel Richard Fitzwilliam al oído de su primo.


—¡Silencio! —susurró Darcy de manera tajante, medio divertido y medio mortificado por la irreverencia característica de Richard. Luego hundió en el brazo de su primo una esquina del libro de plegarías, hasta que éste se rindió y lo tomó en sus manos—. ¡Mira... lee!


«... todos los demás mandamientos, se resumen en uno: amarás a tu prójimo como a ti mismo...».


—¡Maldición, Fitz! ¿Te parece que esto es «amar a tu prójimo»? —Fitzwilliam lo miró con gesto de reproche, mientras se frotaba el brazo dolorido.


—¡Richard, modera tu lenguaje! —murmuró Darcy—. Sólo lee... Aquí. —Señaló el lugar exacto y Richard inclinó la cabeza para poder leer, con una sonrisa en el rostro.


«... Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz. Como en pleno día, procedamos con decoro: nada de desenfreno o embriaguez...».


—Eso deja fuera al ejército —señaló Richard de manera cómica, torciendo la boca—. A la marina también.


«... nada de lujuria y libertinaje...»:.


—Ahí va la nobleza.


—¡Richard! —exclamó Darcy con voz amenazante.


«... nada de rivalidades y envidias. Revestios más bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias».


—Eso último acaba con toda la clase alta. —Richard miró por encima del hombro—. Pero como no hay nadie en la iglesia, hasta aquí llega el sermón.


Darcy entornó los ojos y luego le dio un pisotón a su primo. Como recompensa por esa forma de estimular la piedad, Darcy recibió un codazo en el costado.


Los dos hombres se sentaron y Darcy se separó un poco de Richard. Otra sonrisa traviesa cruzó por el rostro del coronel y los dos dirigieron su atención al sermón del reverendo basado en el Evangelio de san Mateo, capítulo 21.


Cuando el buen reverendo llegó al pasaje en que el pueblo de Jerusalén comienza a extender mantos y ramas por el camino, Richard se deslizó un poco en el banco con los brazos cruzados y adoptó una postura que bien podía tomarse por una siesta. Darcy movió las piernas, puso las botas más cerca de los calentadores y trató de prestar atención al sermón, que se había alejado del texto y ahora derivaba al campo del discurso filosófico. Era más o menos el mismo tipo de llamamiento a la racionalidad y la moralidad de los intereses personales que Darcy había oído en innumerables ocasiones. El reverendo se lamentaba por la «debilidad de la naturaleza humana», mientras que apenas mencionaba las «caídas ocasionales y las sorpresas» de las pequeñas transgresiones de las cuales el hombre era heredero y que obedecían a la «fragilidad natural» que residía en el corazón de los hombres.


¡Fragilidad natural! Darcy se estremeció al oír aquella expresión que le resultaba tan familiar y se miró la punta de las botas, con los labios apretados en un gesto inflexible, mientras trataba de imponerle ese apelativo a sus propias experiencias a manos de cierta persona. Semejante ejercicio se vio traducido en una serie de implicaciones indeseadas. ¿Acaso debería aceptar dócilmente que la explicación —no, en realidad, la excusa— del comportamiento injurioso que George Wickham había tenido con su hermana Georgiana y con él mismo era la «fragilidad»? ¿Se esperaba que compadeciera a Wickham por su debilidad y lo ayudara? Un resentimiento tan amargo como frío volvió a encenderse en su pecho y comenzó a escuchar las palabras del reverendo con un oído más crítico.


—En esos momentos —decía el pastor— debe¬mos recurrir a la clemencia infinita del Ser Supremo, que de ninguna manera nos somete a un juicio tan estricto que nos condene a la desilusión, sino que nos ofrece, por medio de Jesucristo, el bálsamo de una justicia divina moderada y racional. Si vuestro lema ha sido la sinceridad y vuestro credo la realización de vuestros deberes, entonces podéis descansar con justificada complacencia en la evidencia de vuestra vida.


¡Evidencia! ¿Qué placer podía brindarle a Wickham la evidencia de su vida? Con seguridad, ¡él había sobrepasado los límites de la clemencia! El resentimiento de Darcy se hizo palpable una vez más y una tenaz inquietud se deslizó por los límites de su certeza. Se recostó contra el banco y cruzó los brazos sobre el pecho, imitando la postura en que su primo dormitaba alegremente, pero sin perderse ni una sílaba del sermón.


—Y si estáis libres al menos de todos los grandes vicios —continuó el reverendo—, o habéis tenido sólo un desliz accidental, pero no caéis habitualmente en ellos, podéis felicitaros por ser inofensivos para el Creador y la sociedad en general. O si no es así


—dijo y se aclaró la garganta con delicadeza— pero el balance está a vuestro favor o no es muy malo en general, cuando se sopesan con justicia vuestras acciones buenas y malas, teniendo en cuenta la fragilidad humana, podéis considerar con seguridad que habéis cumplido vuestra parte del contrato de la humanidad con el Todopoderoso y estar seguros de la recompensa.


Darcy miró al pulpito. Su mente y su cuerpo le transmitían otra vez la aversión por las acciones de Wickham, y su rabia se volvía a encender, forjando nuevos eslabones en la cadena de su profundo resentimiento. ¿Acaso Wickham escaparía también de la justicia eterna? «Si el balance... no es muy malo... cuando se sopesan con justicia... teniendo en cuen¬ta. ..». ¡El propio Wickham no podría haber plantea¬do su caso con más elocuencia y de manera más favorable! Darcy apretó la mandíbula y adoptó una actitud fría y férrea, pero el brillo de sus ojos traicio¬nó sus sentimientos.


El reverendo continuó:


—Con ese fin, «Conoceos a vosotros mismos», como dice el filósofo, y conducios con prudencia, de acuerdo con el consejo del apóstol Santiago sobre la utilidad de las buenas obras y, ciertamente, cumpliendo con vuestro deber. Pero siempre, queridos feligreses, de manera moderada, tal y como corresponde a los seres racionales. Palabra de Dios. Amén.


El reverendo cerró la Biblia sobre sus notas, pero Darcy no pudo cerrar tan fácilmente la rabia y la indignación que lo estremecían. Todo su ser exigía acción, pero no se podía mover para aliviar esa necesidad, ni sabía qué acción podría satisfacer sus exigencias.


El coro se puso de pie para empezar a cantar y el murmullo de sus movimientos acompasados, sumado a las triunfales notas del órgano, despertó a Richard. Se sentó recto y parpadeó, como un buho, mirando a su primo.


—¿Me he perdido algo? —Bostezó mientras se levantaba.


—Lo mismo de siempre —contestó Darcy, girando la cabeza., pues con una simple ojeada, su primo se daría cuenta de que algo andaba mal. Aprovechando el ritual de Richard para despejarse de su somnolencia, Darcy recogió lentamente su sombrero y su libro de plegarias. Necesitaba distraerse. Con estudia¬da despreocupación, se volvió hacia su primo y dijo—: Excepto cuando su excelencia, el duque de Cumberland, salió corriendo por el pasillo y confesó haber asesinado a su ayuda de cámara.


—¡Cumberland! —Richard abrió los ojos como platos y dio media vuelta, cuando se detuvo y miró a Darcy—. ¡Así que Cumberland! Mal hecho, Fitz, aprovecharte de un pobre soldado agotado por los servicios prestados a...


—¡A las damas de Londres, para salvarlas de los horrores de un minuto de aburrimiento! —resopló Darcy—. Sí, tienes toda mi compasión Richard.


Éste se rió y salió al pasillo.


—¿Te importaría que hoy estirara mis piernas debajo de la mesa de tu comedor, Fitz? Su señoría, el conde de Matlock, y el resto de la familia partieron para Matlock la semana pasada y yo necesito con urgencia una tranquila comida lejos de las tropas. Me parece que me estoy haciendo demasiado viejo para embarcarme en travesuras todo el tiempo. —Suspiró—. Creo que la felicidad no es más que estar establecido y gozar de tranquilidad. En realidad, eso está empezando a parecerme muy atractivo.


—«Establecido y tranquilo». Así has pasado la mayor parte de los servicios de esta mañana —dijo Darcy, esbozando una sonrisa mientras su primo comenzaba a protestar—, pero no te reprenderé por eso.


—Además tu dijiste que «ha sido lo mismo de siempre».


—Sí, en líneas generales —replicó Darcy, arrastrando las palabras—. Pero mejor dime el nombre de la «muy atractiva» dama con quien aspiras a establecerte y gozar de tranquilidad. '


—Bueno, Fitz, ¿acaso he mencionado alguna dama? —El rubor que cubrió el cuello de Richard pareció contradecir el tono indiferente de su pregunta.


—Primo, siempre ha habido una dama. —En ese momento ya habían llegado a la puerta de la iglesia y Darcy saludó al reverendo con un gesto más serio de lo habitual. Cuando salieron del atrio, el cochero de Darcy, Harry, que los estaba esperando, hizo avanzar el carruaje, que se deslizó hacia la acera.


—¡Qué tiempo más espantoso! —Richard se estremeció mientras esperaba a que Harry abriera la portezuela—. Espero que no tengamos todo el invierno así. Me alegra que mi padre y mi madre se hayan marchado a casa. —Se subió al coche detrás de Darcy y rápidamente se echó sobre las piernas una de las mantas del carruaje—. A propósito, Fitz —dijo, entrecerrando los ojos mientras miraba a su primo y el coche arrancaba—, ¿ése es el nudo de Fletcher que humilló a Brummell en casa de lady Melbourne? En¬séñale a tu pobre primo cómo se hace. El roquefort, ¿no es así?


—El roquet, Richard —replicó Darcy—. ¿Tú también? ¡No, por favor!


**********

 
—¿Fitz? Fitz, no creo que hayas oído ni una palabra de lo que acabo de decirte. —El coronel Richard Fitzwilliam bajó el vaso de oporto que su primo le había ofrecido después del almuerzo y se unió a él en la ventana-—. Y creo que fue muy brillante, si me permites decirlo.


—Te equivocas en las dos cosas, Richard —contestó Darcy secamente, mirando todavía por la ventana.


—¿En las dos cosas? —Su primo se recostó contra el marco de la ventana para mirar mejor su rostro.


Darcy se giró hacia él, con una sonrisa condescendiente.


—He oído cada palabra y no fue nada inteligente. Tal vez entretenido, pero nada que se pudiera calificar de brillante. —Darcy levantó su propio vaso y terminó el contenido, mientras esperaba la reacción de Richard a su ataque —Bueno, entonces, debo sentirme halagado de que tú me consideres «entretenido», teniendo en cuenta que eres muy exigente, primo. —Richard hizo una pausa y, enarcando una ceja, miró a Darcy con suspicacia—. Pero tienes que admitir que no me estabas prestando toda tu atención y que hoy no te has portado como siempre. ¿Hay algo que quieras


decirme?


Darcy miró a su primo con incomodidad, mientras renegaba mentalmente de su aguda capacidad de observación. Nunca había podido esconderle nada a Richard durante mucho tiempo; su primo lo conocía demasiado bien. Tal vez había llegado el momento de hablar de sus preocupaciones. Respirando profundamente, Darcy se volvió hacia el acogedor refugio de
su biblioteca.


—He recibido varias cartas de Georgiana en el último mes.


—¡Georgiana! —La risa burlona de Richard se convirtió en un gesto de consternación—. Entonces, ¿no ha habido ningún cambio?


—¡Al contrario! —Darcy fue directo al meollo del asunto—. Ha habido un cambio muy notorio y, aunque me alegro mucho de ello y estoy agradecido al cielo, no logro entenderlo totalmente.


Su primo se enderezó. , —¿Un cambio notorio, dices? ¿En qué sentido?


—Georgiana ha dejado atrás su melancolía y nos ruega que la perdonemos por causarnos tanta preocupación. Me dice que debo, sí, debo —repitió Darcy al ver la mirada de incredulidad de Richard— olvidar todo el asunto, y que ella ya no lo recuerda sino como una lección aprendida. —Su primo soltó una exclamación—. ¡Y eso no es todo! Me cuenta que ha empezado a visitar a nuestros arrendatarios, como hacía mi madre.


—¿Será posible? —Richard negó con la cabeza—. La última vez que estuvimos juntos no podía mirarme ni alzar la voz más allá de un murmullo.


—¡Todavía hay más, Richard! Su última carta era muy afectuosa, y aunque no lo creas, me ofrecía consejo a mí sobre un asunto acerca del cual le había escrito. —Darcy se dirigió a su escritorio, mientras su primo reflexionaba en medio de un silencio cargado de asombro. Abrió un cajón, sacó una hoja y se la entregó—. Y luego, cuando regresé a Londres, Hinchcliffe me mostró esto.


—«La Sociedad para devolver jovencitas del campo a sus familias... cien libras al año» —leyó Richard—. Fitz, ¿me estás gastando una broma? Porque se trata de una broma de pésimo gusto.


—No estoy bromeando, te lo aseguro. —Darcy tomó otra vez la carta y miró a su primo a los ojos—. ¿Qué te parece todo esto, Richard?


Este buscó su vaso de oporto y se bebió el resto del contenido de un solo trago.


—No lo sé. ¡Parece increíble! —Miró a Darcy—. Dices que su carta era «muy afectuosa». Entonces, ¿parecía contenta?


—¿Contenta? —Darcy reflexionó sobre la pa¬labra y luego negó con la cabeza—. No, yo no diría eso. ¿Conforme? ¿Madura? —Miró a su primo sin encontrar la palabra exacta—. En todo caso, me reuniré con ella en Pemberley dentro de pocos días y pretendo mantenerla a mi lado. —-Hizo una pausa—. Voy a traerla conmigo a la ciudad en enero.


—Si ella ha mejorado como crees... —Richard dejó la frase en el aire, mientras miraba su vaso vacío con el ceño fruncido.


—¿Vas a ir a Matlock para Navidad o tienes que quedarte en la ciudad? Así podrías verlo por ti mismo y aconsejarme, porque valoro mucho tu opinión, Richard. —La forma en que Darcy miró a su primo a los ojos ratificó sus palabras.


Asintió con la cabeza, agradeciendo tanto la intención como la singularidad de la solicitud de Darcy.


—Tengo una semana de permiso y aún no he decidido dónde pasarla. Su señoría, el conde de Matlock, estaría muy complacido de verme por sus tierras, y a mi madre, desde luego, le encantaría tener a toda la familia en casa. ¿Vas a invitar a la familia durante una semana como en años anteriores?


Darcy asintió con la cabeza, y tras volver a guardar la carta en el escritorio, sirvió un poco más de oporto para él y su primo. Se llevó el vaso a los labios después de hacer un brindis y dejó que la deliciosa calidez del licor se deslizara por su garganta mientras cerraba los ojos. Había otro asunto sobre el que deseaba oír la opinión de Richard, pero no sabía por dónde empezar.


—Me encontré con Wickham. —Aquella serena revelación rompió el silencio como un tiro de fusil.


—¡Wickham! ¡No se atrevería...! —exclamó Richard con intensidad


—No, nos encontramos por casualidad cuando acompañaba a Bingley en Hertfordshire. Aparentemente se ha unido a un regimiento que está estacionado en Meryton.


—¡Un regimiento militar! ¿Wickham? Debe haber agotado todos sus recursos o quizá se esconda de algún compromiso inminente. ¡Wickham un soldado! ¡Cómo me gustaría tenerlo bajo mis órdenes!


Richard se paseó hasta el otro extremo del salón y luego dio media vuelta y preguntó:


—¿Has hablado con su superior? ¿Le contaste la clase de canalla que había reclutado ?


—¿Cómo podría hacerlo? —replicó Darcy en respuesta al apasionamiento de su primo—. Me pedirían que presentara una prueba que ni yo, ni tú, podemos dar. —Darcy le sostuvo la mirada a Richard hasta que este último relajó sus hombros en señal de aceptación. Darcy señaló a los sillones junto al fuego y los dos se sentaron pesadamente, cada uno sumido en sus propias reflexiones y sentimientos de frustración. Durante varios minutos, el único sonido que se oyó fue el viento soplando contra las ventanas.


—Richard, ¿qué piensas de Wickham?


Éste levantó la cara con un gesto de. desconcierto. —¿Que qué pienso de él?


—¿Cómo explicas su comportamiento? —Darcy se mordió el labio inferior y dejó escapar el aire que estaba reteniendo, mientras ampliaba una pregunta que llevaba más de una década rondándolo—. Él recibió de mi padre más cosas de las que habría podido soñar y obtuvo la posibilidad de ir mucho más allá de lo que le permitirían sus orígenes. Sin embargo, desperdició todas las oportunidades, incluso cuando las tuvo al alcance la mano, y pagó toda la preocupación de mi padre tratando de seducir a su hija. —Darcy hizo una pausa, dio otro sorbo a su oporto y luego continuó, en voz más baja—: ¿Crees que eso se puede llamar una «fragilidad natural» ?


-—¡Fragilidad natural! ¡Ese es un sinvergüenza y nada más! —rugió Richard. Se detuvo y trató de controlarse un poco, antes de continuar en un tono más normal—: Ya era así desde pequeño, como bien puedes recordar. Puede que sólo sea un año mayor que tú, pero yo lo vi golpeándote cuando éramos niños.


—Mi padre nunca lo vio. —Darcy agitó el contenido de su vaso.


—Mmm —resopló Richard—. No estoy totalmente seguro de eso. Tu padre era un hombre muy perceptivo. No puedo evitar pensar que él le tenía bien tomada la medida a Wickham, aunque no sé por qué no hizo nada al respecto. Pero en una cosa sí se equivocó. No creo que tu padre haya podido imaginar que Wickham pudiera hacerle daño a Georgiana. ¡Al igual que ninguno de nosotros! Sabíamos que era un ladronzuelo, un mentiroso y un sinvergüenza, pero —dijo Richard, golpeando el brazo de la silla— ni siquiera nosotros, que fuimos víctimas de sus artimañas, ¡podíamos imaginar la magnitud de su perversidad!


—Tal vez Wickham cayó en ese comportamiento de forma accidental. La presión de sus deudas... el tiempo jugaba en su contra... —dijo Darcy recordan¬do el sermón de la mañana.


—¡Por accidente! Fitz... ¡fue una trampa cuidadosa y fríamente calculada! ¡Probablemente estuvo planeándola durante meses!


—Pero, Richard. —Darcy miró a su primo directamente y su expresión revelaba el conflicto interno al que se estaba enfrentando—. La fragilidad humana no se puede descartar tan fácilmente. Yo no puedo decir que sea inmune a sus efectos, y seguramente tú tampoco, ya que recurres regularmente a ella. Todos esperamos que, después de considerar el conjunto, el balance se incline a nuestro favor, gracias a nuestra atención al deber y la caridad.


Richard ladeó la cabeza y miró a su primo con intensidad.


—Eso es cierto, Fitz —respondió lentamente—, y yo no soy ningún teólogo... o filósofo para opinar sobre el asunto. Ésa es más tu naturaleza que la mía. Pero si me estás preguntando si podemos disculpar la forma en que Wickham se portó con Georgiana porque no pudo evitarlo o si, al final, en su caso la balanza se inclinará hacia el bien, te ruego que me permitas decirte que te vayas al demonio, primo. Porque, a menos que se convierta repentinamente en un santo, ese tipo es un villano de la peor calaña y así será siempre. ¡Ni siquiera el ejército puede cambiar eso!


Un golpe en la puerta impidió que Darcy discutiera la opinión de su primo. Después de ser autorizado, Witcher entró con una bandeja de plata sobre la que reposaba una nota doblada.


—Señor, esto acaba de llegar, y al mensajero le dijeron que debía esperar una respuesta.


—Gracias, Witcher —respondió su patrón, tomando la nota—. Si espera un momento, contestaré enseguida. —Después de romper el sello, Darcy desdobló la hoja y enseguida reconoció la letra de su amigo Charles Bingley.




Darcy


Ha sucedido algo extraño. Caroline ha vuelto a la ciudad después de cerrar Netherfield, diciendo que nunca podrá ser feliz en Hertfordshire. Tiene intención de quedarse en Londres durante la Navidad, al igual que Louisa y Hurst. No es necesario decirte que he dejado el hotel y ahora estoy cómodamente instalado en casa. (Tan cómodo como puedo estar, en todo caso). En consecuencia, por favor, te agradecería que te presentaras en la calle Aldford para cenar el lunes por la noche, pues no estaré en el hotel. A menos, claro, que prefieras cenar allí. ¡Por favor, dime qué opinas!


Tu amigo,


Bingley



Darcy levantó la mirada y observó a Richard.


—Es de Bingley. Quiere que le aconseje si debemos cenar en su casa o en otro lado. —Se levantó del sillón y se dirigió al escritorio.


—¡Caramba! ¿Acaso tu protegido no puede decidir sin tu ayuda ni siquiera dónde comerá?


—Parece que no. —Darcy se rió con amargura—. Pero no lo puedo culpar, pues yo mismo he sido el causante de esa indecisión. —Buscó la pluma, revisó la punta y la mojó en el tintero.


—Lo has estado animando a depender demasiado de ti, Fitz —le advirtió Richard.


—Eso es lo más irónico de todo. —Darcy escribió que cenar en la calle Aldford estaría bien. El sabía que Caroline, la hermana de Bingley, se pondría furiosa con él si la evitaba en esos momentos—. Hasta hace unas semanas, lo estaba empujando para que saliera de la protección de mis alas. Pero en Hertfordshire sucedió algo que se le fue de las manos, así que tuve que hacer otra vez de mamá gallina. Listo, Witcher. —Darcy espolvoreó la arenilla para secar la tinta y dobló la nota. Luego la colocó sobre la bandeja—. ¡Pero no hablemos más de eso!


—Estoy a tus órdenes, primo. —Richard le hizo una reverencia—. ¿Qué tal si jugamos unas cuantas partidas de billar antes de que tenga que regresar al cuartel? Y, tal vez —añadió con picardía—, ¿podríamos hacer una pequeña apuesta?


—¿Ya has acabado la paga del mes, primo?


—Culpa a las damas, Fitz. ¿Qué puede hacer un hombre pobre? ¡La fragilidad natural, ya sabes!


Después de «unas cuantas partidas de billar», Darcy descubrió que su bolsillo se sentía más liviano, mientras la sonrisa de su primo se volvía más amplia. Aunque, por el bien de Richard, hizo muchos aspavientos por lo que había perdido, no le molestaba en absoluto desprenderse de las guineas que le ayudarían a terminar el mes con tranquilidad. Darcy sabía que su primo era extremadamente generoso con los hombres, unos muchachos, en realidad, que tenía bajo sus órdenes, en particular con los que eran hijos segundones, igual que él. El coronel los cuidaba casi como una gallina clueca, asegurándose de que escribieran a casa, rescatándolos de los líos en que se metían y convirtiéndolos en verdaderos modelos de la Guardia Real. Pero todas esas tareas traían consigo unos gastos que su paga regular no siempre podía cubrir sin limitar sus actividades privadas. Pedirle a su padre dinero extra no era algo que a su primo le gustara hacer con frecuencia. Por eso, Darcy siempre ponía a su disposición su palco para las cosas que les interesaban a los dos, como el teatro y la ópera, y las apuestas ocasionales en una partida de billar o de cartas suministraban los fondos para aquellas que no compartían. Este arreglo nunca fue oficial entre ambos, desde luego, pero se daba por descontado, y los fondos necesarios pasaban generosamente de la mano que los perdía a la que los recibía con gratitud.


—Bueno, primo, haré una insólita demostración de clemencia y me marcharé al cuartel antes de que te gane Pemberley. —Richard estiró los músculos del hombro antes de agarrar la chaqueta del uniforme. Dejó deslizar las guineas en un bolsillo interior y se puso la casaca roja.


Darcy esbozó una sonrisa fingida.


—Eso dices, pero ese día aún no ha llegado ni llegará primo. —Darcy recogió su propia chaqueta y tomó la delantera para bajar las escaleras, con Richard detrás—. Entonces, ¿vendrás durante la semana de Navidad? —preguntó.


—Cuenta con ello —contestó su primo, mientras bajaban las escaleras—. Me dejaste inquieto con esas noticias sobre Georgiana, y aunque no es mi responsabilidad velar por ella, de todas formas me preocupa. Además, hace mucho tiempo que no pasamos la Navidad juntos. Mi madre estará feliz de tenerme en casa y pasar otra vez las fiestas en Pemberley. —Cuando llegaron al vestíbulo, Richard se volvió hacia su anfitrión con expresión seria—. Ella ha estado preocupada por ti, Fitz, por vosotros dos, en realidad. Estoy seguro de que esta invitación le dará mucha tranquilidad.


—Aprecio la preocupación de mi tía —le aseguró Darcy a su primo—, y confieso que he sido negligente en mi correspondencia con ella últimamente. Pero pondré remedio a eso. ¡Voy a escribirle esta misma noche!


—Entonces te dejaré para que lo hagas. Hazme un favor y dile que me has visto hoy y que hemos comido juntos, etcétera, etcétera. —De pronto se le ocurrió una idea—. Y no olvides mencionar que estuve en la iglesia, ¡sé buen amigo! Le alegrará tener noticias tuyas, claro, pero se pondrá todavía más contenta al saber que su hijo, la oveja negra, pasó un domingo tranquilo. Yo mismo le escribiría, pero ella te creerá a ti.


Witcher abrió la puerta cuando Darcy le hizo una señal y los primos se estrecharon la mano de una manera afectuosa y familiar.


—Escribiré todo eso, Richard —prometió Darcy solemnemente, pero luego se rió—. Aunque, a estas alturas, tratar de lavar tu imagen ante tu madre parece una causa perdida. —Al ver la cara que ponía su primo, Darcy añadió con malicia—: Tal vez si asistir a la iglesia se volviera una costumbre...


—¡Ja, no! Gracias, primo. Limítate a escribir lo que te pido y todo irá bien. Adiós, entonces, ¡hasta Navidad! Witcher. —Richard le hizo un gesto con la cabeza al viejo mayordomo y, abrochándose el abrigo, bajó corriendo los escalones de Erewile House y se subió al coche que le habían pedido, mientras Darcy daba media vuelta para enfrascarse en la placentera tarea de escribirle a su tía Fitzwilliam.


Hacía ya mucho que el sol se había dado por vencido en su batalla contra las nubes y la niebla. Cuando Darcy escribió las últimas palabras de su carta, la luna ya había aparecido. Mientras espolvoreaba la arenilla secante sobre la misiva, notó con un poco de pesar que ya había oscurecido. No sólo el tiempo sino también la luz parecían estar en contra de la idea de dar una vuelta por la plaza para calmar la tensión de sus músculos y la turbación de su mente. Dejó la carta en la bandeja de plata para que Hinchcliffe la pusiera en el correo por la mañana y se levantó de su escritorio con un gruñido.


—¡Wickham! —Darcy se dirigió a la ventana y, apoyando un brazo en el marco, escudriñó la noche. La plaza estaba extrañamente silenciosa, pues el sonido que producían los caballos y los coches que pasaban era amortiguado por la niebla. El sermón de aquella mañana le había tomado por sorpresa y con la guardia baja y había hecho tambalear lo que hasta entonces había pensado que era una idea clara. La sensación era muy desagradable y su intento de hablar de manera racional con Richard había resultado ser totalmente inútil. La pregunta seguía mortificándolo: ¿Cómo podía uno entender a Wickham y a los hombres como él? Más aún, ¿estaba preparado para creer que Wickham no estaba, a los ojos de Dios, en una posición mucho peor que él mismo?


Richard no le había entendido. Pensaba que Darcy quería encontrar una excusa para justificar las acciones de Wickham. Pero la verdad es que su resentimiento hacia aquel canalla se había reavivado en la medida en que este último parecía estar íntimamente relacionado con la pobre opinión que tenía de él Elizabeth Bennet.


Se enderezó, volvió hasta su escritorio y apagó la lámpara. Inmóvil en medio de la biblioteca a oscuras, revisó las tareas del día siguiente. Por la mañana tenía que rematar todos los asuntos pendientes que había sobre su mesa. Luego, a las dos y media, tenía que presentarse en Cavendish Square para encargarle a Thomas Lawrence que pintara el retrato de Georgiana, cuando regresaran a la ciudad. Por último, Bingley y su hermana lo esperaban a cenar en la calle Aldford.


Cerró los ojos y dejó escapar otro gruñido. ¡Bingley! Si todo salía bien, ese asunto tan enojoso estaría solucionado. Deseó que Caroline Bingley hubiese seguido sus instrucciones con exactitud y se hubiese limitado a confirmar de manera desinteresada las dudas que él había sembrado en su hermano. Si ella hubiese tratado de obligarlo a renunciar a la señorita Jane Bennet, Darcy sabía que todas sus sutilezas y sugerencias habrían sido en vano y que tendría que enfrentarse a un Bingley que lo recibiría como un toro testarudo, listo para embestir.


Sintió que se le helaba la sangre sólo de pensarlo. Nunca había considerado la posibilidad de fallar. Si en contra de la opinión de su familia y de su amigo, Bingley insistía en cortejar a la señorita Bennet, a pesar de su poco apropiada posición social... ¿ Cortaría él sus relaciones con su amigo o lo apoyaría? ¡Con seguridad, lo apoyaría! Pero ¿a qué precio? Tal vez muy bajo. Podía suceder que Bingley, al ser un hombre casado, perdiera interés en las diversiones de la ciudad, y como las relaciones entre los casados y sus amigos solteros tienden a debilitarse... Darcy negó con la cabeza. No, Bingley seguiría siendo Bingley. Aunque ya no lo acompañara a algunos actos, Darcy no dudaba de que seguiría habiendo un gran afecto entre ellos. Y eso significaría que...


Elizabeth. —Darcy no tenía intención de pensar en la hermana de la señorita Bennet, y mucho menos de pronunciar su nombre en voz alta, pero aquella palabra resonó en medio de la oscuridad y cayó suavemente en sus oídos. Darcy se agarró del borde del escritorio con fuerza, reprendiéndose por comportarse como un tonto—. ¡Idiota, ella te odia! Eso debería ser suficiente para no querer buscar su compañía. —Antes de que pudiera reprenderse más la puerta se abrió de repente y la luz de una lámpara que alguien sostenía en alto hizo que Darcy parpadeara y se tapara los ojos.


—¡Señor Darcy! —La lámpara descendió un poco y fue colocada sobre una mesa del corredor—. ¡Perdón, señor! Oí un ruido y como la biblioteca estaba a oscuras, no podía saber qué era. —Cuando sus ojos se acostumbraron por fin a la luz, el caballero pudo distinguir la figura de su mayordomo en el umbral, con uno de los lacayos más corpulentos detrás, armado con un leño de la chimenea—. Con todo ese asunto de Wapping, señor. Todas esas pobres almas asesinadas en sus lechos.


Darcy miró a su empleado con suspicacia.


—Está bien, Witcher. Es comprensible, supongo, ¡pero nosotros estamos bastante lejos de Wapping!


—Sí, señor. —Witcher bajó la cabeza—. Supongo que es la neblina, señor. Todo el mundo se pone nervioso cuando no puede ver lo que tiene a su alrededor. Es el tiempo ideal para cometer un crimen. —Le hizo una seña al lacayo para que volviera a su puesto y luego le hizo una reverencia a su patrón—. Discúlpeme otra vez, señor. ¿Quiere que le deje esta lámpara?


—No, puede llevársela. Buenas noches, Witcher.


—Lo mismo le deseo, señor Darcy. —El caballero esperó hasta que el viejo criado bajara las escaleras hasta el piso de la servidumbre, antes de comenzar a subir hacia su alcoba. El sueño sería la única manera de escapar a la penetrante incertidumbre que lo acechaba ese día.


—«Dormir», pero no «soñar», por favor, Dios mío —murmuró.


Continuará...

13 comentarios:

Eliane dijo...

Rocely: Este libro no lo he leido asi que me viene bien...
lo de tu salud, estoy segura que le vas a ganar!!!Fuerza y un gran abrazo

princesa jazmin dijo...

Querida Lady Darcy: no me alcanzan las palabras para agradecerte que incluso estando malita de salud tengas la buena voluntad de estar junto a nosotros. No te imaginas cómo esperaba seguir leyendo esta novela tan apasionante de la señora Aidan, personalmente no tengo oportunidad alguna de conseguir el libro, así que te lo debo a tí. Gracias de nuevo.
Aunque tal vez no sirva de nada, deseo de todo corazón que puedas recuperarte, te envío mucha fuerza y paciencia para sobrellevarla.
Sos una gran persona, y eso que sólo te conozco en este mundo virtual.
Un abrazo enorme, jazmín.

J.P. Alexander dijo...

Nena espero que te me mejores. Cuidate mucho Lady te mando un besote. Y sobre el capitulo que bello que es Darcy amo cuando medita y si Wingley no tiene perdon por ser un mal nacido y desagradecido

Luciana dijo...

Roce, espero que estés mejor de salud.
Es feo no sentirse bien y abandonar las cosas que nos gustan, te entiendo porque estoy pasando por algo similar.
Besos y que te mejores pronto.

MariCari dijo...

Cariño, espero que estés mejor... ponte sana, que buena lo eres, ja, ja.
la frase .. con Él, que vive y reina contigo y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
en mis tiempos era...

porque Él vive y reina contigo en el Espíritu Santo, Dios por los siglos de los siglos. Amén.
Es un fragmento de la Oración a Cristo. Sumo sacerdote

Muy apropiada en los días de los difuntos...
Bss

Ivana dijo...

hola Lady Darcy:
en este momento me siento un poco rara, por un lado muy contenta ya que has oublicado un nuevo capitulo de este libro que no he podido leer ya que no lo encuentro.
por el otro lado el leer sobre el estado de salud, me ha puesto mal, desconocia tu malestar y eso se debe a q hace mucho que no actualizo mi blog.
por eso MUCHAS GRACIAS por tenernos en cuenta, apesar de tu malestar.
sinceramente espero que pronto muy pronto mejores.
todos los q pasamos por aca te queremos y te mandamos nuestra buena energia espero que te llegue y te haga sentir querida y acompañada.
te mando un beso grande y un fuerte abrazo
saludos

Fernando García Pañeda dijo...

Cada vez me sorprende menos su fortaleza, su pasión por todo tipo de creación que esté en su sensibilidad y su gentileza y afecto por sus lectoras (y algún humilísimo lector). Pero creo expresar el sentir general si le pido de todo corazón que no sea a costa de su salud y de su tranquilidad.
¿Qué se puede hacer por que la batalla no sea tan desigual, por equilibrar las fuerzas?
Gracias por ser y estar, milady.

Fernando García Pañeda dijo...

Es realmente difícil entender a los hombres como Wickham y parecidos, pero por desgracia abundan, se reproducen en demasía. Lo cierto es puedan andar por el mundo, siempre mque con el tiempo, cierta experiencia y un número variable de heridas, se aprende a reconocerlos (siempre vienen de soslayo) fácilmente para poder evitarlos o, llegado el caso, combatirlos.
En todo caso, son más fáciles de reconocer que los escasos Darcy que todavía puedan andar por el mundo, más dados a la discreción, a escuchar más que hablar. Aunque reconozco que cada vez dudo más de su existencia.
Peor es encontrarse con hombres más complicados que, pretendiendo ser Darcy, se comportan como Wickham y acaban siendo tan dañinos como éste, si no más. Especies raras, pero poco recomendables...
Por mi parte, intentaré que el balance no sea muy malo en general cuando se sopesen mis acciones buenas y malas. Espero que no sea demasiado difícil el empeño, teniendo a su señoría como espejo.
Suyo siempre, con todo mi afecto y más.

AKASHA BOWMAN. dijo...

Gracias por acordarse de sus amigas lectoras a la hora de seguir subiendo esta trilogía, aunque reitero lo dicho por el querido Fernando: que no sea a costa de su salud, querida, pues escriba usted en este blog o no escriba nosotras no nos olvidaremos de su encantadora y sincera persona.

Me alegra de todas formas tenerla aquí de nuevo ;)

He tenido que leer al menos el capítulo anterior para ponerme al día, pues reconozco que tenía ya la historia un tanto difusa y cuando leo me gusta estar centrada.

No se preocupe por la asiduidad con que suba los capítulos, sus lectores amigos estaremos pendientes.

Un beso cordial

Fernando García Pañeda dijo...

Milady, le pido perdón encarecidamente por los errores existentes en el segundo de mis comentarios. Le doy mi palabra que no se debe a un abuso del oporto vespertino ni a una reprobable resaca mañanera, sino simplemente a los caprichos enredadores de Blogger & Co.
Le reitero mis disculpas, que comprendería no aceptara ante tamaño despropósito, pero con la promesa de que no se repetirá ni por casualidad.
Suyo como siempre.

Juan A. dijo...

Querida amiga:

Espero de todo corazón que te encuentres mejor. Echo en falta tus palabras. Todo se disculpa, pues conozco la razón que te impide prodigarte como sería tu deseo.

Gracias por estar ahí, en todo caso. Tu presencia es muy valiosa. A la vista está.


Te envío un beso cálido y reparador en estos inquietantes días de Brumario.

Anónimo dijo...

Thanks :)
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Anónimo dijo...

Si, probablemente lo sea