CAPÍTULO XIII
NADIE más feliz que la señora John Knightley durante su breve estancia en
Hartfield, visitando cada mañana a sus antiguas amistades en compañía de sus
cinco hijos, y por la noche contando a su padre y a su hermana todo lo que
había hecho durante el día. No podía desear nada mejor... excepto que los días
no pasaran tan aprisa. Eran unas vacaciones mara villosas,
perfectas a pesar de ser demasiado cortas.
En
general, por las tardes estaba menos ocupada con sus amigos que por las
mañanas; pero el compromiso de reunirse todos en una cena, fuera de casa, no
había manera de evitarlo, a pesar de ser Navidad. El señor Weston no hubiera
aceptado una negativa; debían cenar todos juntos en Randalls; e incluso el señor Woodhouse se dejó
convencer de que esta idea era posible y que era mejor hacerlo así que dividir
el grupo.
De
haber podido, el señor Woodhouse hubiera puesto reparos al modo en que iba a
trasladarse a todos a Randalls,
pero como el coche
y los caballos de su yerno se encontraban en Hartfield en aquellos días, tuvo
que limitarse a hacer una simple pregunta sobre aquella cuestión; de modo que
no pudo hacer de ello un conflicto; y a Emma no le
costó mucho convencerle de que en uno de los coches también podrían acomodar a Harriet.
Harriet, el señor Elton y el señor
Knightley, los habituales de la casa, fueron los únicos invitados; la cena iba
a ser a una hora temprana, y los comensales pocos y escogidos; y en todos los
detalles se tuvieron en cuenta las costumbres y preferencias del señor
Woodhouse.
La
víspera de este gran acontecimiento (pues era un gran acontecimiento que el
señor Woodhouse cenara fuera de casa el 24 de diciembre), Harriet pasó toda la tarde en Hartfield, y había
vuelto a su casa tan destemplada por un fuerte resfriado que, a no ser por su
insistencia en querer que la cuidara la señora Goddard, Emma no le hubiera permitido salir de la casa. Al día siguiente Emma la visitó, y comprendió que habría que
renunciar a su compañía en la cena de aquella noche. Tenía mucha fiebre y un
fuerte dolor de garganta. La señora Goddard le prodigaba los cuidados más
afectuosos, se habló del señor Perry, y la propia Harriet se encontraba demasiado enferma y abatida
para resistir a la autoridad que la excluía de la grata reunión de aquella
noche, aunque no podía hablar de ello sin derramar abundantes lágrimas.
Emma le hizo compañía todo el tiempo
que pudo para atenderla durante las obligadas ausencias de la señora Goddard, y
levantarle el ánimo describiéndole cuál sería el abatimiento del señor Elton
cuando supiera su estado; y por fin la dejó bastante resignada, con la grata
confianza de que él iba a pasar una mala velada y de que todos la echarían
muchísimo de menos. Apenas Emma
había andado unas
pocas yardas desde la puerta de la casa de la señora Goddard, cuando se
encontró con el propio señor Elton, que evidentemente se dirigía hacia allí, y
como siguieron andando juntos poco a poco, conversando acerca de la enferma
(habían llegado hasta él rumores de que se trataba de una enfermedad grave y
había ido a enterarse a fin de poder ir a informar luego a los de Hartfield),
fueron alcanzados por el señor John Knightley, que volvía de su cotidiana visita a Donwell en compañía de
sus dos hijos mayores, cuyas caras encendidas y saludables mostraban todos los
beneficios de un paseo por el campo, y parecían augurar la rápida desaparición
del cordero asado y del pudding de arroz por los que se apresuraban a volver
a casa. Se unieron a ellos y siguieron andando todos juntos. En aquellos
momentos Emma estaba describiendo los síntomas
de la enfermedad de su amiga:
-...
una garganta inflamadísima, con mucha fiebre y con un pulso rápido y débil...
etcétera.
Y
contó que la señora Goddard le había dicho que Harriet era propensa a las inflamaciones de garganta
y que muchas veces le había dado sustos como aquél. El señor Elton pareció
alarmadísimo al oír esto, y exclamó:
-¡Inflamaciones
de garganta! Confío en que no habrá infección. No será una infección maligna,
¿verdad? ¿La ha visto Perry? La verdad es que debería cuidarse tanto de usted
misma como de su amiga. Permítame aconsejarle que no se exponga demasiado. ¿Por
qué no la visita Perry?
Emma, que la verdad es que no estaba
alarmada en absoluto, calmó esos temores exagerados asegurándole que la señora
Goddard tenía mucha experiencia y le prestaba los cuidados más solícitos; pero
como aún debía quedarle una cierta inquietud, que ella no deseaba hacer
desaparecer, sino que más bien prefería atizar para que aumentara, no tardó en
añadir como si hablara de algo totalmente distinto:
-Oh,
hace tanto frío, tantísimo frío, y da tanto la impresión de que va a nevar que
si se tratara de cualquier otro lugar o de cualquier otra reunión, la verdad es
que haría lo posible para no salir de casa esta noche... y para disuadir a mi
padre de aventurarse a cenar fuera de casa; pero como él ya se ha hecho a la
idea e incluso parece que no siente tanto el frío, prefiero no poner
obstáculos, porque sé que sería una gran decepción para el señor y la señora
Weston. Pero le doy mi palabra, señor Elton, de que yo, si estuviera en su
lugar, daría una excusa para no asistir. Me parece que ya está usted un poco
ronco, y teniendo en cuenta lo mucho que tendrá que hablar mañana y lo cansado
que va a ser para usted ese día, creo que la más elemental prudencia aconseja
que se quede en casa y que esta noche se cuide lo mejor que pueda.
El
señor Elton daba la impresión de que no sabía muy bien qué responder; y en
realidad eso era lo que le ocurría; pues aunque muy halagado por el gran
interés que se tomaba por él una dama tan bella, y sin querer negarse a seguir
ninguno de sus consejos, lo cierto es que no sentía la menor inclinación por
dejar de asistir a la cena; pero Emma, demasiado
confiada en la idea que se había hecho de la situación para oírle
imparcialmente y darse cuenta de su estado de ánimo en aquel momento, quedó
plenamente satisfecha con oírle murmurar aprobadoramente que hacía «mucho
frío, verdaderamente mucho frío», y siguió andando contenta de haberle alejado
de Randalls permitiéndole así interesarse
cada hora por la salud de Harriet.
-Hace
usted muy bien -dijo-; nosotros ya le excusaremos con los señores Weston.
Pero
apenas acababa de pronunciar estas palabras, cuando su cuñado le ofrecía
cortésmente un lugar en su coche, si es que el tiempo era el único obstáculo
para el señor Elton, y éste aceptó inmediatamente el ofrecimiento con una gran
satisfacción. No tardó en ser cosa hecha; y nunca sus grandes y correctas
facciones expresaron más contento que en aquellos instantes; nunca había sido
más amplia su sonrisa ni más brillantes de alegría sus ojos que cuando volvió
el rostro hacia Emma.
«¡Vaya!
-se dijo Emma para sus adentros- ¡Eso sí que
es curioso! Yo le encuentro una excusa para no venir, y ahora prefiere
acompañarnos y dejar a Harriet
enferma en su
casa... Me parece pero que muy extraño... Aunque tengo la impresión de que hay
muchos hombres, sobre todo los solteros, que sienten tanta afición, que les
entusiasma tanto cenar fuera de casa, que una invitación
así es una de las cosas que más les ilusiona, lo consideran como uno de los
mayores gustos que pueden darse, casi como un deber de su posición social y de
su profesión, y todo lo demás pasa a segundo término... y ése debe ser el caso
del señor Elton; sin duda alguna, un joven de grandes prendas, muy correcto y
agradable, y enamoradísimo de Harriet; pero,
a pesar de todo, no es capaz de rechazar una invitación y tiene que cenar fuera
de casa sea donde sea que le inviten. ¡Qué cosa más extraña es el amor! Es
capaz de ver ingenio en Harriet,
pero por ella no es
capaz de cenar solo.»
Al
cabo de poco el señor Elton se despidió de ellos, y Emma no pudo por menos de hacerle justicia apreciando el sentimiento que
puso al nombrar a Harriet cuando se iba; el tono de su voz
al asegurarle que la última cosa que haría antes de prepararse para el placer
de volver a ver a Emma sería ir a casa de la señora
Goddard a pedir noticias de su linda amiga, y que esperaba que podría darle
mejores nuevas, era muy significativo; y suspirando esbozó una triste sonrisa que
inclinó definitivamente la balanza de la aprobación en favor suyo.
Después
de unos minutos que pasaron en completo silencio, John Knightley dijo:
-En
mi vida he visto a un hombre más empeñado en ser agradable que el señor Elton.
Cuando trata con señoras se le ve afanosísimo por complacerlas. Con los hombres
es más sensato y más natural, pero cuando tiene una dama a quien complacer
cualquier ridiculez le parece bien.
-Las
maneras del señor Elton no son lo que se llama perfectas -replicó Emma-; pero cuando se ve que se desvive por agradar,
hay que pasar por alto muchas cosas. Cuando un hombre hace lo que puede, aunque
sea con dotes limitados, siempre será preferible al que sea superior pero no
tenga voluntad. El señor Elton tiene tan buen carácter y tan buena voluntad que
no es posible dejar de apreciar esos méritos.
-Sí
-dijo rápidamente el señor John Knightley con cierta socarronería-, parece tener muy buena voluntad...
sobre todo por lo que se refiere a ti.
-¿A
mí? -exclamó Emma con una sonrisa de asombro-;
¿imaginas que el señor Elton está interesado por mí?
-Confieso,
Emma, que esta idea me ha pasado por
la imaginación; y si antes de ahora nunca habías pensado en ello ya tienes
motivo para hacerlo.
-¡El
señor Elton enamorado de mí! Pero ¡a quién se le ocurre!
-Yo
no digo que sea así; pero no estaría de más que pensaras en si es o no es
verdad, para amoldar tu conducta a lo que decidas. Yo creo que le das alas
siendo tan amable con él. Te hablo como un amigo, Emma. Sería mejor que abrieras bien los ojos y te aseguraras de lo que
haces y de lo que quieres hacer.
-Te
agradezco el interés; pero te aseguro que te equivocas por completo. El señor
Elton y yo somos muy buenos amigos, nada más.
Y
siguió andando, riéndose para sus adentros de los desatinos que a menudo se le
ocurren a la gente que sólo conoce una parte de los hechos, y de los errores en
que incurren ciertas personas que pretenden tener un criterio infalible; y no
muy complacida con su cuñado que la creía tan ciega e ignorante, y tan
necesitada de consejos. Él no dijo nada más.
El
señor Woodhouse se había hecho tanto a la idea de salir aquella noche que a
pesar de que el frío era cada vez más intenso no parecía en absoluto dispuesto
a asustarse de él, y al final estuvo listo para la marcha con toda puntualidad,
y se instaló en su coche junto con su hija mayor, en apariencia prestando menos
atención al tiempo que ninguno de los demás; demasiado mara villado
por su propia hazaña y pensando demasiado en la ilusión que iba a proporcionar a los de Randalls para darse cuenta de que hacía frío... aparte
de que iba demasiado bien abrigado para sentirlo. Sin embargo el frío era muy
intenso; y cuando el segundo coche se puso en movimiento empezaron a caer unos
copos de nieve, y el cielo parecía tan cargado como para necesitar tan sólo un
soplo de aire más tibio para dejarlo todo blanquísimo al cabo de muy poco
tiempo.
Emma no tardó en advertir que su
compañero no estaba del mejor de los humores. Los preparativos para salir y la
salida misma con aquel tiempo, unido al hecho de tener que renunciar a la compañía
de sus hijos después de la comida, eran inconvenientes lo
suficientemente desagradables como para disgustar al señor John Knightley; la visita no le parecía ofrecer
compensaciones dignas de aquellas contrariedades; y durante todo el trayecto
hasta la Vicaría no dejó de expresar su descontento.
-Se
necesita tener muy buena opinión de uno mismo –dijo- para pedir a la gente que
abandone su chimenea y vaya a verle en un día como éste, sin más objeto que
hacerle una visita. Debe de considerarse alguien muy agradable; yo no sería
capaz de hacer una cosa así. Es el mayor de los absurdos... ¡Y ahora se pone a
nevar! Es una locura no permitir que la gente se quede cómodamente en su
casa... y lo es el no quedarse cómodamente en casa cuando uno puede hacerlo. Si
nos obligaran a salir en una noche así para cumplir algún deber o para algún
negocio, ¡cómo nos quejaríamos de nuestra mala suerte; y aquí estamos
probablemente con ropas más ligeras que de costumbre, siguiendo adelante por
nuestra propia voluntad, sin ningún motivo justificado y desafiando la voz de
la naturaleza que dice al hombre por todos los medios que tiene a su alcance
que se quede en casa y que se resguarde lo mejor que pueda; aquí estamos en
camino para pasar cinco horas aburridas en una casa ajena, sin nada que decir u
oír que no se dijera u oyera ayer y que no pueda decirse u oírse de nuevo
mañana. Saliendo con mal tiempo para volver
probablemente con un tiempo peor; obligando a salir a cuatro caballos y a
cuatro criados sólo para llevar a cinco personas ociosas tiritando de frío a
unas habitaciones más frías y entre peores compañeros de lo que se hubiese
podido tener en casa.
Emma no estaba dispuesta a asentir
complacida a estos comentarios a lo cual sin duda él estaba acostumbrado, para
emular el «Tienes toda la razón, querido», frase con la que solía obsequiarle
su habitual compañera de viaje; pero tuvo la fuerza de voluntad suficiente para
contenerse y no responderle nada. No podía estar de acuerdo con él y temía que
una discusión degenerase en disputa; su heroísmo sólo llegaba al silencio. Le
dejó seguir hablando y arregló los cristales y se arrebujó bien en sus ropas
sin despegar los labios.
Llegaron,
el coche dio la vuelta, se bajó el estribo y el señor Elton, bien acicalado,
sonriendo y con su traje negro, se reunió con ellos al instante. Emma tenía la esperanza de que se cambiara el tema
de la conversación. El señor Elton se deshacía en amabilidades y parecía de muy
buen humor; la verdad es que de tan buen humor que Emma pensó que debía haber recibido noticias distintas acerca del estado de
Harriet de las que habían llegado hasta
ella. Mientras se vestía había enviado a alguien a preguntar, y la respuesta
había sido: «Sigue lo mismo, no hay mejoría.»
-Las
noticias que he recibido de la casa de la señora Goddard -dijo al cabo de un
momento- no son tan buenas como yo esperaba. Me han dicho que no hay ninguna
mejoría.
Su
rostro se ensombreció inmediatamente; y cuando contestó lo hizo con una voz
llena de sentimiento:
-¡Oh,
no! Lo sentí tanto al enterarme... estaba a punto de decirle que cuando fui a
casa de la señora Goddard, que fue la última cosa que hice antes de volver a la
Vicaría para vestirme, me dijeron que la señorita Smith no había mejorado nada, lo que se dice nada, sino que más bien estaba
peor. Lo sentí tanto y me quedé muy preocupado... yo tenía esperanzas de que
iba a mejorar después del cordial que le dieron esta mañana.
Emma sonrió y contestó:
-Confío
en que mi visita le haya sido beneficiosa para la parte nerviosa de su
enfermedad; pero mi presencia aún no tiene poder suficiente para hacer
desaparecer una inflamación de garganta; es un resfriado verdaderamente fuerte.
El señor Perry la ha visitado, como seguramente ya le han dicho a usted.
-Sí...
yo suponía... es decir... no me lo habían dicho...
-Él
ya la había tratado de cosas parecidas, y confío que mañana por la mañana podrá
darnos a los dos mejores noticias. Pero es imposible no sentirse inquieto. ¡Es
una ausencia tan lamentable para nuestra reunión de esta noche!
-Sí,
muy lamentable... Usted lo ha dicho, ésta es la palabra... la echaremos de
menos a cada momento.
Eso
ya era ponerse más en carácter; el suspiro que acompañó estas palabras era muy
digno de tenerse en cuenta; pero hubiera tenido que durar más. Emma no pudo por menos de desalentarse cuando sólo
al cabo de medio minuto el señor Elton empezó a hablar de otras cosas; y en un
tono de voz totalmente despreocupado y alegre.
-Es
una idea excelente -dijo- usar las pieles de cordero en los coches. Así se va
muy cómodo; es imposible tener frío tomando estas precauciones. Esas
innovaciones modernas la verdad es que convierten el coche de un caballero en
algo perfectamente completo. Se está tan protegido y defendido del tiempo que
no hay corriente de aire que pueda penetrar. De este modo el tiempo deja de
tener importancia. Hoy hace una noche muy fría... pero en este coche nosotros
ni nos enteramos... ¡Ah! veo que nieva un poco.
-Sí
-dijo el señor John Knightley-, y me parece que
vamos a tener mucha nieve.
-Tiempo
navideño -comentó el señor Elton-. Es lo propio de la estación; y podemos
considerarnos como muy afortunados de que no empezara a nevar ayer y hubiera
habido que aplazar la reunión de hoy, lo cual hubiera podido ocurrir muy
fácilmente, porque el señor Woodhouse no se hubiera atrevido a salir si hubiese
nevado demasiado; pero ahora ya no tiene importancia. La verdad es que ésta es
la estación del año más adecuada para las reuniones amistosas. Por Navidad todo
el mundo invita a sus amigos y la gente no se preocupa mucho por el tiempo que
haga, aunque sea muy malo. Una vez me quedé sitiado una semana en casa de un
amigo. Nada podía serme más agradable. Fui allí para pasar sólo una noche y no
pude irme hasta al cabo de siete días justos.
El
señor John Knightley no parecía muy
propicio a comprender este placer, pero sólo dijo fríamente:
-A
mí no me gustaría nada verme sitiado por la nieve en Randalls durante una semana.
En
otra ocasión Emma hubiera encontrado divertido
todo aquello, pero en aquellos momento estaba demasiado asombrada al ver el
interés que el señor Elton prestaba a otras cuestiones. Harriet parecía haber sido olvidada totalmente ante
la perspectiva de una grata velada.
-Podemos
tener la seguridad de contar con un buen fuego en la chimenea -siguió
diciendo-, y sin duda todo estará dispuesto para ofrecernos las mayores
comodidades. El señor y la señora Weston son encantadores; la señora Weston
merece todos los elogios, y él por su parte es una persona admirable, tan
hospitalario y tan sociable; desde luego seremos pocos, pero las reuniones en
las que hay poca gente pero escogida son quizá las más agradables de todas. El
comedor de la señora Weston tampoco es capaz de acomodar debidamente a más de
diez personas; y por mi parte en estas circunstancia yo suelo preferir que
sobre espacio para dos a que falte espacio para dos. Seguramente estará usted
de acuerdo conmigo -dijo volviéndose hacia Emma con aire meloso-, estoy seguro de que contaré con su aprobación
aunque tal vez el señor Knightley que está acostumbrado a las grandes reuniones
de Londres no esté totalmente de acuerdo con nosotros.
-Yo
no sé nada de las grandes reuniones de Londres, nunca ceno fuera de casa.
-¿De
veras? -en un tono entre asombrado y compasivo-. No tenía ni la menor idea de
que las leyes significaran una esclavitud tan grande. Pero no desespere usted,
ya llegará el tiempo en que encuentre la recompensa, cuando tenga que trabajar
poco y pueda disfrutar mucho.
-Cuando
más disfrutaré -replicó el señor John Knightley cuando cruzaban ya la verja de la
casa- será cuando vuelva a estar sano y salvo en Hartfield.
CAPÍTULO XIV
AL
entrar en el salón de la señora Weston ambos tuvieron que componer su actitud;
el señor Elton refrenar un poco su entusiasmo y el señor John Knightley ahuyentar su mal humor. Para
acomodarse a las circunstancias y al lugar, el señor Elton tuvo que sonreír
menos, y el señor John Knightley que sonreír más. Emma fue la
única que pudo ser espontánea, y mostrarse tan contenta como estaba en
realidad. Era una gran alegría para ella el estar con los Weston. El señor
Weston era uno de sus amigos favoritos, y no había nadie en el mundo con quien
pudiera hablar con tanta franqueza como con su esposa; nadie en quien confiara
con tanta seguridad de ser escuchada y comprendida, despertando siempre el
mismo interés y la misma comprensión, nadie que se hiciera tanto cargo de los
pequeños conflictos, proyectos, dudas e ilusiones, suyos y de su padre. No
podía hablar de nada de Hartfield por lo que la señora Weston no sintiera un
vivo interés; y media hora de ininterrumpidas confidencias acerca de todas
esas cuestiones menudas de las que dependen la felicidad cotidiana de la vida
íntima de cada cual, era uno de los mayores placeres que ambas podían concederse.
Éste
era un placer del que quizá no podrían disfrutar durante toda aquella visita,
en la que sería difícil encontrar media hora para sus expansiones; pero sólo la
presencia de la señora Weston, su sonrisa, su contacto, su voz, era ya
reconfortante para Emma y decidió pensar lo menos
posible en las rarezas del señor Elton, o en cualquier otra cosa desagradable,
y disfrutar hasta el máximo de todo lo grato que pudiera ofrecer la velada.
Antes
de su llegada ya se había hablado mucho de la mala suerte que había tenido Harriet al resfriarse. Hacía rato que el señor
Woodhouse se hallaba cómodamente instalado en un sillón contando toda la
historia, además de toda la historia de los incidentes del trayecto hasta allí
que había hecho con Isabella;
entonces se anunció
la llegada de Emma, y apenas había terminado unas
frases en las que se congratulaba de que James al ir con ellos tuviera ocasión
de ver a su hija, cuando aparecieron los demás, y la señora Weston, que hasta
entonces había dedicado casi toda su atención al señor Woodhouse, pudo dejarle
y dar la bienvenida a su querida Emma.
Emma encontró ciertas dificultades
para poner en práctica su decisión de olvidarse del señor Elton por un rato, ya
que cuando todos se sentaron resultó que el joven estaba a su lado. Era muy difícil
apartar de su mente la idea de su sorprendente insensibilidad respecto a Harriet, mientras no sólo le tenía pegado a ella, sino
que además le dedicaba de continuo las más atentas sonrisas y le dirigía la
palabra con la mayor deferencia siempre que tenía ocasión. En vez de olvidarle,
su proceder era tal que no pudo evitar el decirse para sus adentros:
-¿Es
posible que tenga razón mi cuñado? ¿Es posible que empiece a olvidarse de Harriet y a poner su afecto en mí? ¡Sería absurdo,
no puede ser!
Sin
embargo, el señor Elton se desvivía de tal modo porque Emma no sintiera frío, se mostraba tan atento con su padre y tan amable
para con la señora Weston, y por fin demostró tanto entusiasmo y tanta falta de
criterio ante sus dibujos, que no podía por menos de pensarse que parecía
enamorado, y ella tuvo que hacer un esfuerzo por conservar la calma y la
naturalidad. No quería mostrarse descortés, en primer lugar por ella misma y
luego por Harriet, confiando en que todo podría volver a encauzarse bien, como
al principio; de modo que fue muy amable con él; pero le costaba un esfuerzo
sobre todo cuando los demás hablaban de cosas por las que ella estaba
interesada, mientras que el señor Elton la aturdía con su insípida locuacidad.
Por algunas palabras sueltas que pudo oír comprendió que el señor Weston estaba
hablando de su hijo; oyó las palabras «mi hijo» y «Frank», y que repetía «mi hijo» varias veces más; y
por alguna otra cosa que llegó hasta sus oídos, supuso que estaba anunciando la
próxima visita de su hijo; pero antes de que pudiera deshacerse del señor Elton
la conversación había cambiado por completo, hasta el punto de que cualquier
pregunta suya que hubiese resucitado el tema hubiera parecido fuera de lugar e
impertinente.
Lo
que ocurría era que, a pesar de la decisión que había tomado Emma de no casarse nunca, había algo en el nombre,
en la idea del señor Frank
Churchill que
siempre la había atraído. Con frecuencia había pensado -sobre todo desde que
el padre del joven había contraído matrimonio con la señorita Taylor- que si ella tuviera que casarse Frank Churchill sería la persona más indicada, tanto por su
edad como por su carácter y su posición social. Por la relación que existía
entre ambas familias parecía una unión perfectamente natural. Y Emma no podía por menos de suponer que era una
boda en la que debería de pensar todo el mundo que les conocía. Estaba
totalmente persuadida de que los Weston pensaban en ello; y aunque no estaba
dispuesta a que ni él ni ningún otro hombre le hiciera abandonar su actual
situación que consideraba más pletórica de bienestar que ninguna otra nueva que
pudiese substituirla, sentía una gran
curiosidad por verle, una decidida intención a encontrarle agradable, a que él
se sintiera atraído hasta cierto punto, y una especie de placer ante la idea de
que en la imaginación de sus amigos ambos aparecieran unidos.
Bajo
el influjo de estas sensaciones, las cortesías del señor Elton no podían ser
más inoportunas; pero ella se consolaba pensando que en apariencia era muy
atenta, cuando en realidad no podía contrariarla más aquella situación... y
suponiendo que durante el resto de la velada forzosamente se volvería a hablar
del mismo tema que al principio, o que por lo menos se aludiría a lo esencial
del asunto, tratándose de una persona tan comunicativa como el señor Weston; y
así resultó ser; y cuando por fin se hubo desembarazado del señor Elton y se-
sentó a la mesa junto al señor Weston, éste aprovechó la primera tregua que
pudo hacer en sus deberes como anfitrión, la primera pausa que hubo desde que
se sirvió el lomo de carnero, para decir a Emma:
-Sólo
nos faltan dos personas más para ser el número exacto. Quisiera poder tener con
nosotros a dos invitados más... la amiguita de usted, la señorita Smith, y mi hijo... sólo entonces podría decir que
la reunión es completa del todo. No sé si me ha oído usted decir a los demás
cuando estábamos en el salón que esperábamos a Frank. Esta mañana he tenido carta suya, y me dice que estará con nosotros
dentro de dos semanas.
Emma no tuvo que esforzarse mucho por
manifestar su alegría; y se mostró totalmente de acuerdo con la idea de que el
señor Frank Churchill y la señorita Smith eran los dos comensales que faltaban para
completar la reunión.
-Desde
el mes de setiembre -siguió diciendo el señor Weston- estaba deseando venir a
vernos; en todas sus cartas hablaba de lo mismo; pero no puede disponer de su
tiempo; se ve forzado a complacer a ciertas personas, y complacer a estas
personas (y que eso quede entre nosotros) a veces cuesta muchos sacrificios.
Pero ahora no tengo la menor duda de que lo tendremos con nosotros hacia la
segunda semana de enero.
-¡Qué
alegría va a tener usted! Y la señora Weston está tan ansiosa por conocerle
bien que debe estar casi tan ilusionada como usted.
-Sí,
tendría una gran alegría, pero ella es de la opinión de que este viaje volverá
a aplazarse una vez más. No está tan segura como yo de que venga. Pero yo
conozco mejor que ella el intríngulis de ese asunto. Verá usted, el caso es
que... (pero sobre todo que eso quede entre nosotros; en la sala de estar yo de
eso no he dicho ni una palabra. Ya sabe usted que en todas las familias hay
secretos...). Le decía que el caso es que hay un grupo de amigos que han sido invitados
a pasar unos días en Enscombe, en el mes de enero; y para que Frank venga es preciso que esta invitación se
aplace. Si no se aplaza, él no puede moverse de allí. Pero yo sé que se
aplazará, porque se trata de una familia por la que cierta señora, que tiene
bastante importancia en Enscombe, siente una particular aversión; y aunque se
considera necesario invitarles una vez cada dos o tres años, cuando llega el
momento siempre terminan aplazando la visita. No tengo la menor duda de que va
a ocurrir así. Estoy tan seguro de que Frank va a
estar aquí antes de mediados de enero, como de estar aquí yo mismo. Pero su
querida amiga -e indicó con la cabeza el otro extremo de la mesa- tiene tan
pocos caprichos, y en Hartfield estaba tan poco acostumbrada a ellos, que no
prevé los efectos que pueden tener, mientras que yo tengo ya una práctica de
muchos años en esas cosas.
-Lamento que todavía hayan dudas en este
caso -replicó Emma-; pero estoy dispuesta a ponerme a
su lado, señor Weston. Si usted opina que vendrá, yo seré de su misma opinión;
porque usted conoce Enscombe.
-Sí...
bien puedo decir que lo conozco; aunque en mi vida haya estado allí... ¡Es una
mujer extraña! Pero yo nunca me permito hablar mal de ella por consideración a Frank; porque sé que ella le quiere de veras. Yo
solía pensar que no era capaz de querer a nadie excepto a sí misma; pero
siempre ha sido muy afectuosa con él (a su modo... consintiéndole pequeños
antojos y caprichos, y queriendo que todo salga de acuerdo con su voluntad). Y
a mi entender dice mucho en favor de él haber despertado un afecto así; porque,
aunque eso yo no lo diría a nadie más, la verdad es que para el resto de la
gente esa mujer tiene un corazón más duro que la piedra; y un carácter
endiablado.
Emma estaba tan interesada por aquel
tema que volvió a abordarlo, esta vez con la señora Weston, cuando al cabo de
poco volvieron a trasladarse a la sala de estar; le deseó que pudiera tener esta
ilusión... aun reconociendo que comprendía que la primera entrevista debería ser
más bien violenta... La señora Weston estuvo de acuerdo con ella; pero añadió
que aceptaría con gusto la violencia que pudiese haber en esta primera
entrevista con tal de poder tener la seguridad de que sería cuando se había
anunciado...
-...porque
yo no confío que venga. No puedo ser tan entusiasta como el señor Weston. Mucho
me temo que todo esto terminará en nada. Supongo que el señor Weston te ha
contado ya exactamente cómo están las cosas.
-Sí...
parece ser que todo depende exclusivamente del mal humor de la señora Churchill, que imagino que es la cosa más segura del
mundo.
-Querida
Emma -replicó la señora Weston,
sonriendo-, ¿qué seguridad puede haber en un capricho?
Y
volviéndose hacia Isabella, que antes no había estado atendiendo
a la conversación, añadió:
-Debe
usted saber, mi querida señora Knightley, que en mi opinión no podemos estar
tan seguros ni muchísimo menos de poder tener con nosotros al señor Frank Churchill, como piensa su padre. Depende
exclusivamente del buen o mal humor y del capricho de su tía; en resumen, de
si ella quiere o no. Entre nosotras, porque estamos como entre hermanas y
puede decirse la verdad: la señora Churchill manda
en Enscombe, y es una mujer de un carácter caprichosísimo; y el que su sobrino
venga aquí depende de que esté dispuesta a prescindir de él por unos días.
-¡Oh,
la señora Churchill! Todo el mundo conoce a la señora
Churchill -replicó Isabella-; y yo por mi parte siempre que pienso en ese
pobre muchacho me inspira una gran compasión. Vivir constantemente con una
persona de mal carácter debe de ser horrible. Eso es algo que afortunadamente
ninguno de nosotros conoce por experiencia; pero tiene que ser una vida
espantosa. ¡Qué suerte que esa mujer nunca haya tenido hijos! ¡Pobres
criaturas, qué desgraciados los hubiera hecho!
Emma hubiese querido estar a solas
con la señora Weston. De este modo se hubiese enterado de más cosas; la señora
Weston le hubiera hablado con una franqueza que nunca se atrevería a emplear
delante de Isabella; y estaba segura de que no le
hubiera ocultado casi nada referente a los Churchill, exceptuando sus proyectos sobre el joven de
los que instintivamente presumía ya algo gracias a su imaginación. Pero allí no
podía decirse nada más. El señor Woodhouse no tardó en ir a reunirse con ellas
en la sala de estar. Permanecer durante mucho rato sentado a la mesa después de
comer era una penitencia que no podía soportar. Ni el vino ni la conversación
lograron retenerle; y se dispuso alegremente a reunirse con las personas con
las que siempre se encontraba a gusto.
Y
mientras él hablaba con Isabella,
Emma tuvo
oportunidad de decir a su amiga:
-De
modo que no crees que esta visita de tu hijo sea segura ni mucho menos. Lo
siento. Sea cuando fuere, la presentación tiene que ser un poco violenta. Y
cuanto antes se termine con eso mejor.
-Sí;
y cada aplazamiento hace temer que vengan otros. Incluso si esa familia, los
Braithwaites, aplazan otra vez su visita, aún temo que puedan encontrar alguna
otra excusa y tengamos una nueva decepción. No puedo imaginarme que haya ningún
obstáculo por parte de él; pero estoy segura de que los Churchill tienen un gran interés en retenerle a su
lado. Tienen celos. Estás celosos incluso del afecto que siente por su padre.
En resumen, que no tengo ninguna seguridad de que venga, y preferiría que el
señor Weston no se entusiasmara
tanto con esta idea.
-Debería
venir -dijo Emma-. Aunque sólo pudiera estar con
vosotros un par de días, debería venir; casi es difícil imaginarse un joven de
su edad que no pueda ni siquiera hacer eso. Una joven, si cae en malas manos,
puede ser apartada y alejada de aquellas personas con las que ella desearía
estar; pero es inconcebible que un hombre esté tan supeditado a sus parientes
como para no poder pasar una semana con su padre si lo desea.
-Para
saber lo que él puede o no puede hacer -replicó la señora Weston- deberíamos
estar en Enscombe y conocer la vida de la familia. Quizá fuera eso lo que
deberíamos hacer siempre antes de juzgar el proceder de cualquier persona de
cualquier familia; pero estoy segura de que lo que ocurre en Enscombe no puede
juzgarse de acuerdo con normas generales... ¡Es una mujer tan antojadiza! Y
todo depende de ella...
-Pero
quiere mucho a su sobrino: es su preferido, ¿no? Ahora bien, de acuerdo con la
idea que yo tengo de la señora Churchill, sería
más natural que mientras ella no hace ningún sacrificio por el bienestar de su
marido, a quien se lo debe todo, se dejara gobernar con frecuencia por su
sobrino, a quien no debe nada en absoluto, aun sin dejar de hacerle víctima de
sus constantes caprichos.
-Mi
querida Emma, tienes un carácter demasiado
dulce para comprender a alguien que lo tiene muy malo, y poder fijar las leyes
de su conducta; déjala que sea como quiera. De lo que yo no dudo es de que en
ocasiones su sobrino ejerce sobre ella una considerable influencia; pero puede
ocurrir que a él le sea totalmente imposible saber de antemano cuándo podrá
ejercerla.
Emma escuchaba, y luego dijo
fríamente:
-No
me convenceré a menos que venga.
-En
ciertas cuestiones puede tener mucha influencia -siguió diciendo la señora
Weston -y en otras muy poca; y entre estas últimas que están fuera de su
alcance, es más que probable que figure eso de ahora de poder separarse de
ellos para venir a visitarnos.
CAPÍTULO XV
EL
señor Woodhouse no tardó en reclamar su té; y cuando lo hubo bebido se mostró
dispuesto a regresar a su casa; y lo único que consiguieron las tres mujeres
que estaban con él fue distraerle, haciéndole olvidar que era ya tarde, hasta
que hicieron su aparición los demás hombres. El señor Weston era una persona
habladora y jovial, y muy poco amiga de dejar ir a sus invitados a una hora
demasiado temprana; pero por fin todos fueron pasando a la sala de estar. El
señor Elton, que parecía de muy buen humor, fue uno de los primeros que dejó el
comedor por el salón. La señora Weston y Emma estaban sentadas en el sofá, una al lado de la otra. Él inmediatamente
se les acercó y casi sin pedirles permiso se sentó entre ambas.
Emma, que estaba también de buen humor
por la noticia de la inminente llegada del señor Frank Churchill, estaba dispuesta a olvidar lo enojosamente
inoportuno que había sido el señor Elton y a mostrarse con él tan atenta como
al principio, y cuando Harriet
se convirtió en el
primer tema de conversación, se dipuso a escucharle con la más cordial de sus
sonrisas.
El
señor Elton se mostró muy inquieto acerca del estado de su linda amiga... su
linda, adorable, simpática amiga.
-¿Sabe
usted algo nuevo? ¿Ha tenido alguna noticia de ella desde que estamos en Randalls? Estoy muy intranquilo... tengo que confesar
que esta enfermedad suya me alarma muchísimo...
Y
en este tono siguió hablando durante un buen rato, muy en su punto, sin esperar
que le contestaran, realmente preocupado por aquel dolor de garganta tan
maligno; y así llegó a captarse de nuevo todas las simpatías de Emma.
Pero
poco a poco la cosa degeneró en algo distinto; de pronto dio la impresión de
que si estaba tan preocupado por la malignidad de aquel dolor de garganta era
más por Emma que por Harriet... que más que el que la enferma se recuperase
de su mal, le inquietaba el que éste no fuera contagioso. Rogó encarecidamente
a Emma que se abstuviera de visitar a
su amiga, por lo menos por ahora... insistiendo en que le prometiese a él que
no se expondría a aquel peligro hasta que él hubiese hablado con el señor Perry
y conociera la opinión del médico; y aunque Emma intentó tomárselo a broma, y hacer que la cuestión volviera a sus
cauces normales, no hubo modo de poner fin a su extremada solicitud por ella.
Se sentía molesta. Era manifiesto -y él no hacía ningún esfuerzo por ocultarlo-
que hacía como si estuviera enamorado de ella, en vez de estarlo de Harriet; una muestra de inconstancia, que de ser
verdad, resultaba la cosa más despreciable y abominable del mundo. Y a Emma le costaba esfuerzos conservar la calma. El
señor Elton se volvió hacia la señora Weston para implorar su ayuda.
-Ayúdeme,
se lo suplico; ¿me ayudará usted a convencer a la señorita Woodhouse de que no
vaya a casa de la señora Goddard hasta que tengamos la seguridad de que la
enfermedad de la señorita Smith
no es contagiosa?
No estaré tranquilo hasta que no me prometa que no va a ir allí... ¿No quiere
usted usar de su influencia para conseguir arrancarle a la señorita Woodhouse
esta promesa? ¡Tanto como se preocupa por los demás -siguió diciendo- y tan
poco que se cuida de sí misma! Quería que esta noche me quedara en casa para
cuidarme un resfriado, y ahora no quiere prometerme que no se expondrá a
contagiarse una peligrosa inflamación de garganta... ¿Le parece razonable ese
proceder, señora Weston? Juzgue usted misma. ¿No tengo cierto derecho a
quejarme? Estoy seguro de que es usted demasiado comprensiva para no ayudarme
en esta empresa.
Emma vio la sorpresa de la señora
Weston y comprendió que ésta debía de ser mayúscula ante aquellas frases, que
por su sentido y por la manera en que se habían dicho hacían suponer que el
señor Elton se atribuía más derecho que nadie a interesarse por ella; y en
cuanto a ella misma estaba demasiado encolerizada y ofendida para poder decir
algo sobre la cuestión. Lo único que hizo fue mirarle fijamente; una mirada que
creyó bastaría para devolverle el buen juicio; y luego, levantándose del sofá
fue a sentarse en una silla al lado de su hermana, dedicando a ésta toda su
atención.
Pero
Emma no tuvo ocasión de observar el
efecto que producía en el señor Elton aquel desaire, ya que inmediatamente la
atención de todos se concentró en otro asunto; ya que el señor John Knightley entró en la estancia, después de
haber estado observando el tiempo que hacía, y les espetó la noticia de que
todo estaba cubierto de nieve y de que aún seguía nevando copiosamente entre
violentas ráfagas de viento; y concluyó con estas palabras dirigidas al señor
Woodhouse:
-Será
un comienzo muy animado para la primera de sus visitas de este invierno. Algo
nuevo para su cochero y los caballos tener que abrirse paso en medio de una
tormenta de nieve.
La
consternación había vuelto silencioso al pobre señor Woodhouse; pero todos los
demás tenían algo que decir. Unos estaban asustados, otros no, pero todos
tenían alguna pregunta que hacer o algún consuelo que ofrecer. La señora Weston
y Emma intentaron animarle por todos
los medios, distrayendo su atención de las palabras de su yerno, que seguía
implacable en son de triunfo:
-Yo
estaba admirado de su valentía -dijo- al arriesgarse a salir con un tiempo así,
porque por supuesto que ya veía usted que no iba a tardar mucho en nevar. Todo
el mundo veía que estaba a punto de desatarse un temporal de nieve. Su valor ha
sido admirable; y confío en que podremos volver a casa sanos y salvos. Aunque
nieve durante una o dos horas más, no creo que los caminos se pongan
intransitables; y tenemos dos coches; si uno vuelca en el descampado del prado
comunal, siempre podemos recurrir al otro. Confío en que antes de medianoche
todos estaremos de regreso en Hartfield sanos y salvos.
El
señor Weston, también triunfalmente, pero por otros motivos, confesaba que ya
hacía rato que se había dado cuenta de que estaba nevando, pero que si no
había dicho nada había sido para no intranquilizar al señor Woodhouse, que así
hubiera tenido una excusa para irse en seguida. En cuanto a lo de que hubiera
caído o estuviera a punto de caer tanta nieve que impidiera su regreso, no era
más que una broma; lo que temía era que no encontraran dificultades para
regresar. Lo que él deseaba era que los caminos fuesen impracticables para
poder retenerlos a todos en Randalls;
y con buena
voluntad estaba seguro de que se encontraría acomodo para todo el mundo; y dijo
a su esposa que suponía que estaba de acuerdo con él en que, con un poco de
ingenio, podía alojarse a todo el mundo, lo cual ella lo cierto es que no sabía
cómo iba a conseguirse, ya que sabía que en la casa no había más que dos habitaciones
sobrantes.
-¿Qué
vamos a hacer, querida Emma...
qué vamos a hacer?
-fue la primera exclamación del señor Woodhouse, y todo lo que pudo decir por
un buen rato.
Miró
a su hija, como en demanda de auxilio; y cuando ésta le tranquilizó
recordándole lo buenos que eran los caballos, la pericia de James y la
confianza que debía inspirarle tener a tantos amigos a su alrededor, le
reanimaron un poco.
El
susto de su hija mayor fue semejante al suyo. El horror de quedar bloqueados en
Randalls mientras sus hijos estaban en
Hartfield dominó su imaginación; y pensando que los caminos serían sólo
transitables para gente muy decidida, pero en un estado que no admitía más
demora, propuso rápidamente que su padre y Emma se quedaran en Randalls,
mientras ella y su
esposo se pusieran en marcha inmediatamente desafiando todas las posibles
acumulaciones de nieve y temporales que pudieran salirles al paso.
-Me
parece, querido, que lo mejor que podríamos hacer es que guiaras tú mismo el
coche -dijo-; estoy segura de que ese modo conseguiremos llegar a casa si
salimos ahora mismo; y si tropezamos con algún obstáculo insuperable, yo puedo
bajar y seguir andando. No tengo ningún miedo. No me importaría ir andando la
mitad del camino. Cuando llegáramos a casa me cambiaría los zapatos; ya sabes
que eso es una cosa que no me da frío.
-¿De
veras? -replicó su marido-. Entonces, mi querida Isabella, eso es lo más extraordinario del mundo,
porque en general todo te da frío. ¡Ir andando hasta casa...! Pues me parece
que llevas buen calzado para volver andando. Ni los caballos creo que puedan
llegar.
Isabella se volvió hacia la señora Weston
con la esperanza que aprobara su plan. La señora Weston no podía por menos de
aprobarlo. Isabella entonces se volvió hacia Emma; pero Emma no se
resignaba del todo a abandonar la esperanza de que todos pudieran irse; y
estaban aún discutiendo la cuestión cuando el señor Knightley, que había
salido de la estancia inmediatamente después de que su hermano hubiera dado las
primeras noticias acerca de la nieve, regresó y les dijo que había salido para
examinar de cerca la situación y que podía asegurarles que no había la menor
dificultad de que regresaran a sus casas cuando quisieran, entonces o al cabo
de una hora. Había ido hasta más allá de la verja y habían andado un trecho del
camino en dirección a Highbury... en los lugares de mayor espesor la nieve no pasaba de media pulgada de grosor... en muchos
lugares apenas había nieve suficiente para blanquear la tierra; en aquellos
momentos caían unos cuantos copos, pero las nubes se estaban dispersando y todo
parecía anunciar que la tormenta no tardaría en cesar. Había estado hablando
con los cocheros y ambos estuvieron de acuerdo con él en que no había nada que
temer.
Estas
noticias fueron un gran alivio para Isabella, como
lo fueron también para Emma,
principalmente a
causa de su padre, quien inmediatamente se tranquilizó todo lo que se lo
permitieron sus nervios; pero la alarma que se había producido no le permitía
seguir sintiéndose a gusto mientras continuara en Randalls. Estaba convencido de que por el momento no
había ningún peligro en regresar a su casa, pero nadie podía convencerle de que
no había ningún peligro en seguir allí; y mientras unos y otros seguían
discutiendo sus respectivas opiniones, el señor Knightley y Emma resolvieron el caso en unas pocas frases
escuetas:
-Su
padre no estará tranquilo; ¿por qué no se van ustedes?
-Yo
estoy dispuesta si los otros me siguen.
-¿Quiere
que llame a los criados?
-Sí,
por favor.
Sonó
la campanilla y se dieron órdenes para que se dispusieran los coches. Al cabo
de unos minutos Emma pensó con alivio que no
tardarían en dejar en su casa al fastidioso acompañante que había tenido
aquella noche -tal vez allí recuperaría la sensatez y la serenidad-, mientras
que su cuñado volvería a su estado normal de calma y equilibrio una vez
terminada aquella ardua visita.
Llegaron
los coches; y el señor Woodhouse, siempre la persona más solícitamente cuidada
en tales ocasiones, fue acompañado hasta el suyo por el señor Knightley y el
señor Weston; pero nada de lo que uno y otro le dijeron pudo evitar que
volviera a asustarse un poco al ver la nieve que había caído y al darse cuenta
de que la noche era mucho más oscura de lo que él había supuesto.
-Me
temo que vamos a tener un mal viaje de regreso. No quisiera que la pobre Isabella se asustase. Y la pobre Emma, que vendrá en el coche de atrás. No sé qué es lo mejor que podríamos
hacer. Los dos coches tendrían que ir tan cerca el uno del otro como fuera
posible.
Hablaron
con James y le ordenaron que fuera muy despacio y que esperara al otro coche.
Isabella subió detrás de su padre; John Knightley, olvidando que él no pertenecía a
aquel grupo, subió con toda naturalidad detrás de su esposa; de modo que Emma se encontró escoltada y seguida hasta el
segundo coche por el señor Elton, dándose cuenta de que la puerta iba a
cerrarse tras ellos y de que iban a hacer el viaje solos. Antes de que se
despertaran las sospechas de aquella noche con el fastidioso incidente de poco
antes, a Emma el viaje le hubiera resultado
agradable; ella le hubiera hablado de Harriet, y los
tres cuartos de milla le hubieran parecido apenas un cuarto. Pero ahora hubiera
preferido que la situación hubiese sido otra. Tenía la impresión de que su acompañante había abusado del excelente vino del
señor Weston, y tenía la seguridad de que no dejaría de decir necedades
impertinentes.
Para
imponerle el máximo respeto posible con la frialdad de sus modales, se dispuso
inmediatamente a hablarle con extremada calma y seriedad del tiempo y de la
noche; pero apenas había empezado, apenas habían traspuesto la verja en pos del
otro coche, cuando el señor Elton le quitó la palabra de la boca, le cogió la
mano, solicitó su atención y empezó a declararle su apasionado amor;
aprovechando aquella oportunidad inmejorable, le manifestó «sentimientos que debían
de ser ya bien conocidos de ella», su esperanza, su temor, su adoración...
Estaba dispuesto a morir si ella le rechazaba...; pero confiaba en que lo
profundo de su afecto, lo insuperado de su amor, lo ardiente de su pasión,
tenían que encontrar cierta correspondencia en ella, y, en resumen, le proponía
que le aceptase formalmente tan pronto como fuera posible. Así estaban las
cosas. Sin ningún escrúpulo, sin ninguna excusa, sin que al parecer se
sintiera responsable de la menor infidelidad, el señor Elton, el enamorado de Harriet, estaba declarándose a Emma. Ésta intentó pararle los pies; pero fue en vano; él estaba dispuesto a
seguir adelante y a decirlo todo. A pesar de lo enojada que estaba, al pensar
en la situación en que se veía le hizo contenerse al responderle. Pensaba que
por lo menos la mitad de aquella locura debía atribuirse a la embriaguez, y que
por lo tanto era de esperar que fuese algo pasajero. Así, en un tono entre
grave y burlón que confiaba sería más adecuado para su turbio estado mental,
replicó:
-Me
asombra usted, señor Elton. ¿Es a mí a quien se dirige usted? Se está usted
confundiendo... me está tomando por mi amiga... si tiene algún recado para la
señorita Smith, se lo transmitiré muy gustosa;
pero, por favor, recuerde que yo no soy ella.
-¿La
señorita Smith? ¿Un recado para la señorita Smith? ¿Qué quiere usted decir?
Y
repetía las palabras de ella con tal convicción, dando muestras de tal estupor,
que Emma no pudo por menos que replicar
con viveza:
-Señor
Elton, su proceder es totalmente inexplicable. Y sólo puedo justificarlo de un
modo: no está usted en su sano juicio; de lo contrario no me hablaría de esta
manera, ni aludiría a Harriet
como acaba de
hacerlo. Domínese y no diga nada más, y yo intentaré olvidar sus palabras.
Pero
el vino que había bebido el señor Elton le había dado ánimos, pero no le había
enturbiado la cabeza. Sabía perfectamente lo que estaba diciendo; y después de
protestar con vehemencia, considerando como altamente ofensivas las sospechas
de Emma, y de aludir aunque muy de
pasada al respeto que le merecía la señorita Smith... aunque afirmando que no podía por menos de
asombrarse de que se la mencionase en aquellos momentos, volvió a insistir sobre
su gran amor, apremiando a la joven para que le diese una respuesta favorable.
Emma se iba dando cuenta de que las
palabras de su interlocutor más que a la embriaguez eran debidas a la inconstancia
y a la presunción; y haciendo ya menos esfuerzos para ser cortés, replicó:
-Ya
me es imposible seguir dudando. Se ha manifestado usted tal cual es. Señor
Elton, no encuentro palabras para expresar mi asombro. Después de su proceder,
del que yo he sido testigo, durante este último mes, respecto a la señorita Smith... después de las atenciones que yo he visto día
a día, como usted le prodigaba... dirigirse a mí con estas pretensiones, le
aseguro que me parece una falta de formalidad que nunca hubiera creído posible
en usted. Créame que no puedo estar más lejos de congratularme de ser el objeto
de su interés.
-¡Santo Cielo! -exclamó el señor Elton-.
Pero ¿qué quiere usted decir con esto? ¡La señorita Smith! En ningún momento de mi vida he pensado en la señorita Smith... jamás le he prestado la menor atención... a
no ser como amiga de usted; nunca he manifestado el menor interés por ella
excepto por el hecho de ser amiga de usted. Si ella ha creído otra cosa, han
sido sus propias ilusiones las que la han engañado, y yo lo lamento mucho...
muchísimo. Pero la verdad es que la señorita Smith... ¡Oh, señorita Woodhouse! ¿Quién puede pensar
en la señorita Smith cuando se tiene cerca a la señorita Woodhouse? No, le doy mi palabra de honor de
que no se trata de una falta de formalidad. Yo sólo he pensado en usted. Le
aseguro que nunca he prestado la menor atención a nadie más. Desde hace ya
muchas semanas, todo lo que yo hacía o decía no tenía otro objeto que
manifestar mi adoración por usted. ¡No puede usted ponerlo en duda! ¡No!... -en
un tono que pretendía ser insinuante- y estoy seguro de que usted se ha dado
cuenta de ello y me ha comprendido...
Sería
imposible describir cuáles eran los sentimientos de Emma al escuchar todo esto... que le producía una enojosa sensación de disgusto
y contrariedad. Quedó demasiado abrumada para poder darle una respuesta
inmediata, y la breve pausa de silencio que siguió dio nuevos ánimos al
exaltado señor Elton, quien intentó volver a cogerle la mano mientras exclamaba
jubilosamente:
-¡Encantadora
señorita Woodhouse! Permítame que interprete este significativo silencio, con
el que usted reconoce que hace ya mucho tiempo que me había comprendido.
-¡No!
-exclamó Emma-. Este silencio no reconoce
semejante cosa. No sólo no he podido estar más lejos de comprenderle a usted,
sino que hasta este mismo momento había estado completamente equivocaba
respecto a sus intenciones. Y por lo que a mí se refiere, lamento muchísimo
que haya estado alimentando esas esperanzas... Porque nada podía ser más
contrario a mis deseos... El afecto que demostraba tener a mi amiga Harriet... el modo en que le hacía la corte (por lo
menos así lo parecía), me causaban un gran placer, y le deseaba de todo corazón
el mayor éxito; pero si hubiera supuesto que lo que le atraía en Hartfield no
era ella, inmediatamente hubiera pensado que se equivocaba usted al visitarnos
con tanta frecuencia. ¿Tengo que creer que jamás ha sentido usted ningún interés
particular por la señorita Smith?
¿Que nunca ha pensado
seriamente en ella?
-¡Nunca!
-exclamó él, sintiéndose ofendido a su vez-; nunca, se lo aseguro. ¡Yo, pensar
seriamente en la señorita Smith!
La señorita Smith es una joven excelente; y me alegraría mucho
verla bien casada. Yo le deseo toda clase de venturas; y sin duda hay hombres
que no tendrían nada que objetar a... Pero no creo que esté a mi altura; me
parece que puedo aspirar a algo mejor. ¡No tengo porqué pensar que no voy a
poder casarme con alguien de mi misma posición como para tener que dirigirme a
la señorita Smith! No... mis visitas a Hartfield no tenían otro objetivo que usted; y como allí
se me alentaba...
-¿Que
se le alentaba? ¿Que yo le alentaba? Me temo que se haya usted equivocado por
completo al suponer semejante cosa. Yo sólo le consideraba como un admirador de
mi amiga. Bajo cualquier otro punto de vista, no hubiera podido ser usted más
que un conocido como cualquier otro. Lo lamento muy de veras; pero es mejor
que se haya aclarado este error. De haber continuado como hasta ahora la
señorita Smith hubiera podido llegar a
interpretar mal sus intenciones; probablemente sin advertir, como tampoco lo
había advertido yo, la gran desigualdad a la que usted da tanta importancia.
Pero, una vez aclarado el asunto, todo se reduce a una decepción por parte de
usted, que, confío, no durará mucho. Por el momento no tengo la menor intención
de casarme.
Él
estaba demasiado enojado para contestar; y el tono de Emma había sido demasiado cortante para invitar a nuevas súplicas; y ambos
irritados y ofendidos, y profundamente molestos el uno con el otro, tuvieron
que seguir juntos durante unos minutos más, ya que los temores del señor
Woodhouse les obligaban a ir a un paso muy lento. De no haber estado tan
encolerizados, la situación hubiese sido muy embarazosa, pero la intensidad de
sus emociones no daba lugar a los pequeños zigs-zags de este estado de ánimo.
El coche enfiló el callejón de la Vicaría y se detuvo, y ellos inesperadamente
se encontraron delante de la puerta de la casa del señor Elton, quien bajó sin
pronunciar ni una palabra... A Emma le pareció
indispensable desearle buenas noches; y él se limitó a corresponder a la cortesía fría y orgullosamente; y la joven,
presa de una indescriptible turbación, siguió su camino hasta Hartfield.
Allí
fue acogida con grandes muestras de alegría por su padre, quien temblaba de
miedo al pensar en los peligros que podía representar el que viniera sola
desde el callejón de la Vicaría... y el doblar aquella esquina cuya sola idea
le horrorizaba... y todo ello con el coche conducido por manos extrañas... por
un cochero cualquiera... no por James; y pareció como si todos esperaran su
regreso para que todo empezara a marchar perfectamente; ya que el señor John Knightley, avergonzado de su mal humor de
antes, ahora se deshacía en amabilidades y atenciones; mostrándose
particularmente solícito con su suegro, hasta el punto de parecer -ya que no
dispuesto a tomar con él un bol de avenate- por lo menos totalmente
comprensivo respecto a las grandes virtudes de esta bebida; y así fue cómo el
día concluyó en paz y sosiego para toda la familia, excepto para Emma... que se hallaba tan turbada y nerviosa que
tuvo que hacer un gran esfuerzo por mostrarse alegre y fingir que prestaba
atención a lo que se decía; hasta que al llegar la hora en que como de
costumbre todos se retiraron a descansar, pudo permitirse el alivio de
reflexionar con calma.
Continuará...
10 comentarios:
Como te prometí aquí estoy, y aunque esta no es mi novela austeniana favorita, si eso resulta posible (ni Emma ni Mansfield gozan de mi predilección) es un placer sacar un minuto para pasearme por tus letras, que son las letras de la maestra. Emma siempre me ha parecido una snob y por mi parte prefiero las heroínas más humildes que saben de sus limitaciones y así y todo se atreven a plantar cara a grandes personajes. Eso de que no les bailen el agua suele llamar la atención de estos encumbrados galanes jejejejejje
Por otra parte la "Güiny" no es mi favorita. Si tengo que escoger una Emma cinematográfica me quedo forever con Kate Beckinsale.
Besos y nos leemos, milady.
Mi estimada amiga, pues que mejor que no te agrade Emma, de hecho, no goza de la simpatía de muchos, pero eso es bueno, así se le puede criticar a placer y buscar algo de contienda en este pacífico salón azul.
En lo que se refiere a la elección de la heroínas cinematográficas, debo confesar que, mi inclinación al momento de escoger las versiones, se debe unicamente a los Caballeros Austen (una manera más de hacerle honor al sugestivo nombre de este blog) ;)
Mi elegante y admirado Jeremy Northam le da el punto adecuado de generosidad, superioridad, templanza y caballerosidad, y un tono cautivador entre el perfecto sermoneador y el amante enamorado...en mi humilde opinión, es el mejor actor que ha interpretado a Mr.Knightley.
Besos mi querida amiga, y gracias por tu visita.
Todo un acierto publicar en un sólo bloque estos capítulos, milady, para captar mejor su alcance.
Nuestra favorita tejedora de historias va tirando de nuevos hilos y, casi sin darnos cuenta, nos va sumergiendo en la trama, dándole, de paso, una primera sacudida a la entrometida protagonista. Una aparentemente banal cena (me encanta el hermano de Knightley: «pasar cinco horas aburridas en una casa ajena, sin nada que decir u oír que no se dijera u oyera ayer y que no pueda decirse u oírse de nuevo mañana») empieza a perfilar un futuro enredo que Emma se encargará de urdir como le corresponde con su ingenio e imaginación tan mal aprovechadas.
Estoy absolutamente de acuerdo en cuanto se refiere a Jeremy Northam y su papel en Emma (algo muy distinto, por cierto, al resto de papeles de su carrera, lo que le honra como actor): templanza, contención, elegancia. Un perfecto Knightley. Quién pudiera...
Contento y complacido en este pacific blue, mi Señora. Siempre.
Ah, se me olvidaba comentar, mi Señora: «Cuando un hombre hace lo que puede, aunque sea con dotes limitadas, siempre será preferible al que sea superior pero no tenga voluntad».
Cuánto mejor nos iría a muchos si, en este concreto aspecto, imitáramos al inefable señor Elton.
De nuevo, suyo.
Mi querido y admirado Señor, intenté publicar varios capítulos de un golpe, pero ya ve que Don Blogger siempre me fastidia y no actualiza mis entradas cuando le doy carga pesada :(. Ya veremos si lo intento de nuevo más adelante...
Estoy segura que aunque lo disimule muy bien, a usted le place las contiendas y debates en los mares tranquilos. Alterar el orden de las cosas, es sin duda su fuerte ;) y este apacible lugar no será la excepción para sus fechorías. En lo que a mí se refiere, siempre estoy dispuesta a contradecirle cuanto pueda, sabe que me apasionan nuestros juegos de palabras...Pero hoy me siento muy mimosa, tanto que, me atreveré a brindarle un cumplido: muy pocos caballeros poseen de verdad la voluntad y los dotes de mi Señor, ni los emplean con el cariño y la inteligencia con el que usted lo hace. Solo que a veces tarda un poco en reaccionar, mi querido Fer Knightley ;D
Muy agradecida por la condescendencia.
Suya también, mi querido Señor. Siempre.
Si advierte inteligencia (sólo la que alcanzo, no demasiada) y cariño en mis comentarios, así como en las fechorías y tropelías que cometo en este su mar azul, quiere decir que me expreso bien, porque no hay otra cosa en todo ello, mi querida Lady Darcy. Pero nunca con tanto donaire e ingenio como sus palabras.
Será un placer aceptar esta suave tregua, y cambiar las dagas florentinas por halagos y mimos... ¿o quizá unas y otras sean lo mismo? ;D
Gracias por su afecto y su presencia...
Suyo, como bien sabe, siempre, mi Señora.
De hecho, sí. Son lo mismo. ¿Acaso no advierte un suave cosquilleo, un soplo de caricia, o un revoloteo de mariposas en la boca del estómago cada vez que desenfundo mi espada??
Gracias por ser un contrincante perfecto, Mi querido Señor.
Un placer leer juntos estos capítulos, que están muy bien así ya que se trata de un sólo hecho(o dos): la cena en Randalls y la declaración del señor Elton.
A pesar de que su cuñado la había puesto en guardia poco tiempo antes sobre las intenciones del joven, la sorpresa y desagrado de Emma son muy sinceras, ella realmente estaba creída que él sólo se interesaba en Harriet. Veremos ahora cómo ella racionalizará sus propios errores.
Vemos aparecer también a Frank Churchill y el lugar que éste ocupa en la mente(y la desbordada imaginación)de nuestra damita.
Ya que hablaban de actores, creo que Alan Cumming en este rol está perfectísimo, como elegido por la propia Jane Austen.Quién mejor que él para interpretar a este pesado moscón?inaguantable!la pobre Emma ya tuvo suficiente castigo pasando semejante velada a su lado...
Gracias por tus amables palabras de siempre, querida amiga, leer en tu saloncito a nuestra Jane es un regalo para mí.
La estoy leyendo por primera vez, de hecho.
Besitos!
Jazmín.
Así que era eso...
Por eso no puedo dejar de batirme con milady una y otra vez. Es algo irresistible, que no puedo ni quiero evitar. Por esa perfección que me confiere su sola presencia, mi Señora.
Las gracias y elegancias son todas suyas.
Siempre.
Qué cara de piedra tiene Mr Elton para creer estar al mismo nivel de Emma. Claro que tampoco estaba al de Harriet, pero se puede decir que el hombre se tenía una gran autoestima jaja.
Besos.
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