CAPÍTULO VI
Emma no tenía la menor duda de que había encauzado bien la imaginación de Harriet, y de que había hecho que su instinto juvenil
de vanidad se orientase hacia el buen camino, ya que advertía que la muchacha
era mucho más sensible que antes al hecho de que el señor Elton fuese un hombre
considerablemente atractivo y de maneras muy agradables; y como no
desaprovechaba ninguna oportunidad para hacer que Harriet se convenciese de la admiración que él sentía
por ella, presentándoselo de un modo sugestivo, Emma no tardó en estar segura de haber suscitado en la muchacha tanto
interés como era posible; por otra parte estaba plenamente convencida de que el
señor Elton estaba a punto de enamorarse, si es que ya no estaba enamorado.
Emma no dudaba de los sentimientos del joven. Le hablaba de Harriet y la elogiaba con tanto entusiasmo que Emma no podía por menos de pensar que sólo con que
pasase algún tiempo más todo iba a ser perfecto. El que él se diera cuenta de
los sorprendentes progresos que había hecho Harriet en sus maneras desde que frecuentaba
Hartfield, era una de las más gratas pruebas de su creciente interés.
-Usted
ha dado a la señorita Smith todo lo que ella necesitaba
-decía el joven-; le ha dado gracia y naturalidad. Cuando empezaron a tratarse
ya era una muchacha muy bella, pero en mi opinión los atractivos que usted le
ha proporcionado son infinitamente superiores a los que ha recibido de la
naturaleza.
-Me
alegra saber que usted cree que le he podido ser útil; pero Harriet sólo necesitaba un poco de orientación,
recibir unas escasas, muy escasas, indicaciones. Tenía el don natural de la
dulzura de carácter y de la naturalidad. Yo he hecho muy poco.
-Si
fuera posible contradecir a una dama... -dijo el señor Elton, galantemente.
-Yo
quizá le he dado un poco más de decisión, tal vez le he hecho pensar en cosas
que antes nunca se le habían ocurrido.
-Exactamente,
eso es; eso es lo que más me asombra. La decisión que ha adquirido. ¡Ha tenido
un magnífico maestro!
-Y
yo una buena alumna, a quien le aseguro que ha sido grato enseñar; nunca había
conocido a alguien con mayores disposiciones, con más docilidad.
-No
lo dudo.
Y
estas palabras fueron pronunciadas con una especie de viveza anhelante, que
parecía ya la de un enamorado. Otro día no quedó Emma menos complacida al ver cómo secundó el joven su repentino deseo de
pintar un retrato de Harriet.
-Harriet, ¿nunca te han hecho un retrato?
-dijo-; ¿nunca has posado para un pintor?
En
aquel momento Harriet se disponía a salir de la
estancia, y sólo se detuvo para decir con una candidez un tanto afectada:
-¡Oh,
querida! No, nunca.
Apenas
hubo salido, Emma exclamó:
-¡Sería
precioso un buen retrato suyo! Yo lo pagaría a cualquier precio. Casi me dan ganas de pintarlo yo misma. Supongo que
usted lo ignoraba, pero hace dos o tres años tuve una gran afición por la
pintura, y probé a hacer el retrato de varios de mis amigos, y en general me
dijeron que no lo hacía mal del todo. Pero por una u otra razón, me cansé y lo
dejé correr. Pero claro está que podría probar otra vez si Harriet quisiera posar para mí. ¡Sería mara villoso tener un retrato suyo!
-Permítame
que le anime a hacerlo -exclamó el señor Elton-, sería precioso. Permítame que
le anime, señorita Woodhouse, a ejercer sus excelentes dotes artísticas en
beneficio de su amiga. Yo he visto sus dibujos. ¿Cómo podía suponer que
ignoraba que fuese usted una artista? ¿No hay en este salón abundantes muestras
de sus pinturas de paisajes y flores?; ¿no tiene la señora Weston en su salón
de Randalls unos inimitables dibujos que son
obra suya?
«Sí,
hombre de Dios -pensó Emma-, pero todo eso ¿qué tiene que ver
con saber reproducir el parecido de una cara? Sabes muy poco de dibujo. No te
quedes en éxtasis pensando en los míos. Guárdate los éxtasis para cuando estés
delante de Harriet.»
-Verá
usted, señor Elton -dijo en voz alta-, si me anima usted de un modo tan amable,
creo que trataré de hacer lo que pueda. Las facciones de Harriet son muy delicadas, y por eso son más
difíciles de reproducir en un retrato; y tiene rasgos muy
peculiares, como
la forma de los ojos o el trazado de la boca, que es preciso reproducir
exactamente.
-Usted
lo ha dicho... La forma de los ojos y el trazado de la boca. Yo no dudo de que
usted lo conseguirá. Por favor, inténtelo. Estoy seguro de que tal como usted
lo haga será, para usar su propia expresión, algo precioso.
-Pero
yo temo, señor Elton, que Harriet
no quiera posar.
Concede tan poco valor a su belleza. ¿Ha visto usted la manera en que me ha
contestado? ¿Qué otra cosa quería decir si no: «Para qué hacer un retrato mío?»
-¡Oh,
sí! Le aseguro que ya me he fijado. No me ha pasado por alto. Pero no dudo de
que podremos convencerla.
Harriet no tardó en regresar, y casi
inmediatamente se le hizo la proposición; y sus reparos no pudieron resistir
mucho ante la insistencia de ambos. Emma quiso
ponerse manos a la obra sin más demora, y por lo tanto fue a buscar la carpeta
en donde guardaba sus bocetos, ya que ninguno de ellos estaba terminado, a fin
de que entre todos decidieran cuál podía ser la mejor medida para el retrato.
Les mostró sus numerosos bocetos. Miniaturas, retratos de medio cuerpo, de
cuerpo entero, dibujos a lápiz y al carbón, acuarelas, todo lo que había ido
ensayando. Emma siempre había querido hacerlo
todo, y había sido en el dibujo y en la música donde sus progresos habían sido
mayores, sobre todo teniendo en cuenta la escasa disciplina en el trabajo a la
que se había sometido. Tocaba algún instrumento y cantaba; y dibujaba en casi
todos los estilos; pero siempre le había faltado perseverancia; y en nada
había alcanzado el grado de perfección que ella hubiese querido poseer, ya que
no admitía errores. No se hacía muchas ilusiones acerca de sus habilidades
musicales o pictóricas, pero no le disgustaba deslumbrar a los demás, y no le
importaba saber que tenía tina fama a menudo mayor que la que merecían sus
méritos.
Todos
los dibujos tenían su mérito; y quizá los mejores eran los menos acabados; su
estilo estaba lleno de vida; pero tanto si hubiera tenido mucho menos, como si
hubiese tenido diez veces más, la complacencia y la admiración de sus dos
amigos hubiera sido la misma. Ambos estaban extasiados. El parecido gusta a
todo el mundo, y en este aspecto los aciertos de la señorita Woodhouse eran muy
notables.
-No
verá usted mucha variedad de caras -dijo Emma-. No
disponía de otros modelos que los de mi familia. Aquí está mi padre (otra de mi
padre), pero la idea de posar para este cuadro le puso tan nervioso que tuve
que dibujarle cuando él no se daba cuenta; por eso en ninguno de estos esbozos
le saqué mucho parecido. Otra vez la señora Weston, y otra y otra, ya ve. ¡Ay,
mi querida señora Weston! Siempre mi mejor
amiga en todas las ocasiones. Siempre que se lo pedía estaba dispuesta a
posar. Esta es mi hermana; y la verdad es que recuerda mucho su silueta fina y
elegante; y las facciones son bastante parecidas. Hubiera podido hacerle un
buen retrato si hubiera posado más tiempo, pero tenía tanta prisa para que
dibujara a sus cuatro pequeños que no había modo de que se estuviera quieta. Y
aquí está todo lo que conseguí con tres de sus cuatro hijos; éste es Henry, éste es John y ésta es Bella, los tres en la misma hoja, y
apenas se distinguen el uno del otro. Su madre puso tanto interés en que los
dibujara que no pude negarme; pero ya sabe usted que no es posible lograr que
niños de tres o cuatro años se estén quietos; y tampoco es muy fácil sacarles
parecido, aparte de un vago aire personal y de la construcción de la cabeza, a
no ser que tengan las facciones más- acusadas de lo que es normal en una
criatura; éste es el esbozo que hice del cuarto, que aún estaba en pañales. Lo
dibujé mientras dormía en el sofá, y le aseguro .que esta cabecita sonrosada se
parece a la suya todo lo que puede desearse. Tenía la cabeza inclinada de un
modo muy gracioso. Se le parece mucho. Estoy bastante orgullosa de mi pequeño George. El rincón del sofá está muy bien. Y aquí está
mi último dibujo (y desenvolvió un esbozo muy bonito, de pequeño tamaño, que
representaba a un hombre de cuerpo entero), el último y el mejor: mi cuñado, el
señor John Knightley. Me faltaba muy poco
para terminarlo cuando lo arrinconé en un momento de mal humor y me prometí a
mí misma que no volvería a hacer más retratos. No puedo soportar que me
provoquen; porque después de todos mis esfuerzos, y cuando había conseguido
hacer un retrato lo que se dice muy bueno (la señora Weston y yo estuvimos
totalmente de acuerdo en que se le parecía muchísimo), sólo que quizá
demasiado favorecido, demasiado halagador, pero eso era un defecto muy
disculpable, después de esto, llega Isabella y su
opinión fue como un jarro de agua fría: «Sí, se le parece un poco; pero, desde
luego, no le has sacado muy favorecido.» Y además nos costó muchísimo
convencerle para que posara; como si nos hiciera un gran favor; y todo en
conjunto era más de lo que yo podía resistir; de modo que no pienso terminarlo,
y así se ahorrarán excusarse ante sus visitas de que el retrato no se le
parezca; y como ya he dicho entonces me juré que nunca más volvería a dibujar a
nadie. Pero siendo por Harriet,
o mejor dicho, por
mí misma, pues ahora no va a intervenir ningún matrimonio en el asunto, estoy
decidida a romper mi promesa.
El
señor Elton parecía lo que se dice muy emocionado y complacido con la idea, y
repetía:
-Cierto,
por el momento no va a intervenir ningún matrimonio, como
usted dice. Tiene usted mucha razón. Ningún matrimonio.
E
insistía tanto en ello que Emma
empezó a pensar si
no sería mejor dejarles solos. Pero como Harriet quería
que le hicieran el retrato, decidió que la declaración podía esperar.
Emma no tardó en concretar las medidas
y la modalidad del retrato. Debía ser un retrato de cuerpo entero, a la
acuarela, como el del señor John Knightley, y estaba destinado, si es que complacía a la artista, a
ocupar un lugar de honor sobre la chimenea.
Empezó
la sesión; y Harriet sonriendo y ruborizándose, y temerosa
de no saber adoptar la posición más conveniente, ofrecía a la escrutadora
mirada de la artista, una encantadora mezcla de expresiones juveniles. Pero no
podía hacerse nada con el señor Elton, que no paraba ni un momento, y que
detrás de Emma seguía con atención cada
pincelada. Ella le autorizó a ponerse donde pudiera verlo todo a plena
satisfacción sin molestar; pero terminó viéndose obligada a poner fin a todo
aquello y a pedirle que se pusiera en otro sitio. Entonces se le ocurrió que
podía hacerle leer.
-Si
fuera usted tan amable de leernos algo, se lo agradeceríamos mucho. Haría más
fácil mi trabajo y distraería a la señorita Smith.
El
señor Elton no deseaba otra cosa. Harriet escuchaba
y Emma dibujaba en paz. Tuvo que
permitir al joven que se levantara con frecuencia para mirar; era lo mínimo que
podía pedírsele a un enamorado; y a la menor interrupción del trabajo del
lápiz, se levantaba para acercarse a ver los progresos de la obra y quedar mara villado. No había modo de que se contrariara
con un crítico tan poco exigente, ya que su admiración le hacía advertir
parecidos casi antes de que fuera posible apreciarlos. Emma no hacía mucho caso de su opinión, pero su amor y su buena voluntad
eran indiscutibles.
En
conjunto la sesión resultó muy satisfactoria; los esbozos del primer día la
dejaron lo suficientemente satisfecha como para desear seguir adelante. El
parecido era evidente, había estado acertada en la elección de la postura, y
como pensaba hacer unos pequeños retoques en el cuerpo, para darle un poco más
de altura y hacerlo considerablemente más esbelto y elegante, tenía una gran
confianza en que terminaría siendo, en todos los aspectos, un magnífico dibujo,
que iba a ocupar con honor para ambas el lugar al que estaba destinado; un
recuerdo perenne de la belleza de una, de la habilidad de la otra, y de la
amistad de las dos; sin hablar de otras muchas gratas sugerencias, que el tan
prometedor afecto del señor Elton era probable que añadiese.
Harriet tenía que volver a posar al día
siguiente; y el señor Elton, como era de esperar, pidió permiso para asistir a
la sesión y servirles de nuevo de lector.
-Con
mucho gusto. Estaremos más que encantadas de que forme usted parte de nuestro
grupo.
Al
día siguiente hubo los mismos cumplidos y cortesías, el mismo éxito y la misma
satisfacción, y todo ello unido a los rápidos y afortunados progresos que
hacía el dibujo. Todo el mundo que lo veía quedaba complacido, pero el señor
Elton estaba en un éxtasis continuo y lo defendía contra toda crítica.
-La
señorita Woodhouse ha dotado a su amiga de las únicas perfecciones que le
faltaban -comentaba con él la señora Weston sin tener la menor sospecha de que
estaba hablando a un enamorado-. La expresión de los ojos es admirable, pero
la señorita Smith no tiene esas cejas ni esas
pestañas. Precisamente no tenerlas es el defecto de su cara.
-¿Usted
cree? -replicó él-. Lamento no estar de acuerdo con usted. A mí me parece que
hay un parecido perfecto en todos los rasgos. En mi vida he visto un parecido
semejante. Hay que tener en cuenta los efectos de sombra, sabe usted.
-La
ha pintado demasiado alta, Emma
dijo el señor
Knightley.
Emma sabía que esto era cierto, pero
no estaba dispuesta a reconocerlo, y el señor Elton intervino acaloradamente.
-¡Oh,
no! Claro está que no es demasiado alta, ni muchísimo menos. Tenga usted en
cuenta que está sentada... lo cual naturalmente significa una perspectiva
distinta... y la reducción da exactamente la idea... y piense que tienen que
mantenerse las proporciones. Las proporciones, el escorzo... ¡Oh, no! Da
exactamente la idea de la estatura de la señorita Smith. Desde luego, exactamente su estatura...
-Es
muy bonito -dijo el señor Woodhouse-; está muy bien hecho. Igual que todos tus
dibujos, querida. No conozco a nadie que dibuje tan bien como tú. Lo único que
no me acaba de gustar es que la señorita Smith simule
estar al aire libre y sólo lleva un pequeño chal sobre los hombros... y da la
impresión de que tenga que resfriarse.
-Pero
papá querido, se supone que es en verano; un día caluroso de verano. Mira él
árbol.
-Sí,
querida, pero siempre es expuesto permanecer así al aire libre.
-Puede
usted pensar lo que quiera -exclamó el señor Elton-, pero yo debo confesar que
me parece una idea acertadísima el situar a la señorita Smith al aire libre; ¡y el árbol está tratado con una gracia inimitable!
Cualquier otra ambientación hubiera tenido mucho menos carácter. La ingenuidad
de la postura de la señorita Smith... ¡En
fin, todo! ¡Oh, es algo más que admirable! No puedo apartar los ojos del
dibujo. Nunca había visto un parecido tan asombroso.
Y
lo inmediato fue pensar en enmarcar el cuadro; y aquí surgieron algunas
dificultades. Alguien tenía que cuidarse de ello; y debía hacerse en Londres;
el encargo tenía que confiarse a una persona inteligente de cuyo buen gusto se
pudiera estar seguro; y no podía pensarse en Isabella, que era quien solía ocuparse de estas cosas,
ya que estaban en diciembre, y el señor Woodhouse no podía soportar la idea de
hacerla salir de casa con la niebla de diciembre. Pero todo fue enterarse el
señor Elton del conflicto y quedar éste resuelto. Su galantería estaba siempre
alerta.
-Si
se me confiara este encargo, ¡con qué infinito placer lo cumpliría! En cualquier momento estoy dispuesto a ensillar el caballo
e ir a Londres. Me sería imposible describir la satisfacción que me causaría
ocuparme de este encargo.
«¡Es
demasiada amabilidad por su parte!», «¡Ni pensar en darle tantas molestias!»,
«¡Por nada del mundo consentiría en darle un encargo tan incómodo!»...
Cumplidos que suscitaron la esperada repetición de nuevas insistencias y
frases amables, y en pocos minutos se acordó que así se haría.
El
señor Elton llevaría el cuadro a Londres, elegiría el marco y se encargaría de
todo lo necesario; y Emma pensó que podía arrollar la
tela de modo que pudiese llevarla sin peligro y sin que ocasionase demasiadas
molestias al joven, mientras que éste parecía temeroso de que tales molestias
fueran demasiado pequeñas.
-¡Qué
precioso depósito! erijo suspirando tiernamente cuando le entregaron el cuadro.
--Casi
es demasiado galante para estar enamorado -pensó Emma. --Por lo menos eso es lo que me
parece, pero supongo que debe de haber muchas maneras distintas de estar
enamorado. Es un joven excelente, y eso es lo que le conviene a Harriet; «exactamente, eso es», como él dice siempre;
pero da unos suspiros, se enternece de una manera y gasta unos cumplidos tan
exagerados que es más de lo que yo podría soportar en un hombre. A mí me toca
una buena parte de los cumplidos, pero en segundo plano; es su gratitud por lo
que hago por Harriet.
Continuará...
15 comentarios:
«Es demasiado galante para estar enamorado». Me ha gustado mucho esa sutileza en la percepción de sentimientos. Alguien galante es sólo eso: considerado, amable. Alguien verdaderamente enamorado deja en segundo plano la galantería (excepto quizás en público). Puede más la pasión, el arrebato, que la delicadeza.
Pero no por ello debe perderse la galantería, el cortejo permanente, la repetición siempre distinta de las formas de mostrarse cariño y respeto, verdadero afecto, algo que impide que la pasión se consuma como una simple llama pasajera... Pero nunca «más de lo que yo podría soportar en un hombre», a juicio de la dama ;)
Y tampoco conviene dejar nunca de lado las críticas y los varapalos, cuando se merecen, ¿no cree, milady? Para eso el viejo Knightley se las pinta solo: lo único que se le ocurre es señalar el defecto del cuadro.
En fin, un equilibrio difícil que se hace muy fácil cuando hay sincronía.
Con mi afecto y mis defectos, mi Señora
Buen texto y bonito espacio,
te dejo mis saludos.
feliz fin de semana.
Me encanta el personaje del párroco es tan pre juicioso y frívolo, que parece sacado de alguien que ella conocía. Te mando un beso y te me cuidas nena
A pesar que su padre era clérigo, sacando a su carismático Mr Tilney, a los demás no los ha dejado muy bien parados. Mr Elton es casi tan desagradable como Mr Collins.
Besos.
hola lady darcy, hace algun tiempo que te sigo, pero hasta hoy he decidido dejarte un comentario: quiero agradecerte que te tomes el tiempo para publicar estas encantadoras historias.
Pero la verdad es que quiero hacerte una peticion (si no es abusar mucho de tu amabilidad), hace poco me entere de que salio un libro que es una secuela de orgullo y prejuicio; y por las criticas que recibió me parece que es muy interesante, se titula "la muerte llega a Pemberley" por: P.D. James, y me encantaria que lo publicaras en tu maravilloso blog, espero que lo tomes en consideracion. De cualquier forma MIL GRACIAS!!!
Bien, querida, ya estamos las dos en marcha de nuevo, así son estas cosas, tienes vaivenes y hay que asumirlos.
Me gusta Enma así que será un placer leerla en tu compañia.
Increible lo mirados que eran en aquella época..me refiero a la observación acerca de que estaba sentada al aire libre y solo tenía un chal sobre sus hombros o bien el hecho de no dejar que Isabella se encargarse de enmarcar el dibujo por ser invierno.
Besos Lady Darcy
Puede más la pasión, el arrebato, que la delicadeza...mi querido Señor, habla usted con demasiada convicción sobre un asunto que en otros tiempos le provocaría urticaria ;)
Un cortejo permanente que impida que la llama se extinga...muy pocos amantes son capaces de ello, pero nunca «más de lo que yo podría soportar en un hombre», ¿a juicio de Emma, o el suyo propio?
Puede que con razón sea algo que muy pocos hombres puedan soportar. formará mi querido Señor parte de la mayoría o de aquellos pocos llamados a la excelencia ;) Daría mi arrebato, mi pasión entera por comprobarlo.
Sincronía...¿qué haríamos sin ella?
Con nuestro afecto y defectos, tan necesarios como únicos. Mi Señor.
Muchas gracias por tu visita y tus palabras, mi estimado Ricardo. Eres siempre bienvenido en este espacio. Un placer leerte.
Mi querida Citu, por el contrario a mí me parece insoportable. No entiendo la fijación de Jane Austen por crear a clérigos tan patéticos. Alguna experiencia cercana quizá...en fin. Una enorme alegría tu visita, como siempre. Besos.
Mi querida Lu, ¿casi? de hecho, me resulta difícil decidir cual de los dos se lleva las palmas. En todo caso, y como bien dices, nuestra querida autora se reivindicó con Mr. Tilney...ya empezaba a preocuparme y achacarle a Jane alguna especie de trauma.
Un beso y gracias por venir.
Anónimo, (me gustaría mucho más llamarte por tu nombre)Me complace saber que mis publicaciones no son en vano, más allá del esfuerzo que implica, es la ilusión de compartir, yendo de la mano en cada capítulo, compartiendo opiniones entre los lectores y llevando la historia donde no aún no llegó. Todo ello es lo que verdaderamente me motiva a estar en este espacio azul. En cuanto a tu petición, te aseguro que lo tendré en consideración, por el momento voy con Emma, más adelante retomaré tu sugerencia ya que es una idea interesante.
Muy agradecida por tu visita, que espero no sea la última ;)
Querida Wen, y es que no nos vamos a dejar vencer ¿verdad? Es una enorme alegría saberte bien y con el ánimo que te caracteriza. Estaré más que complacida releyendo y comentando a tu lado las aventuras y desventuras de la engreída pero noble Emma.
"Mirados"...por aquí le decimos fijones ;) y sí, habría que tener mucho cuidado en aquél tiempo. Sería muy difícil pasar inadvertido con tan poca gente a tu alrededor, y más difícil aún sanarse de un resfrío, teniendo en cuenta las limitaciones y carencias de la época supongo que no sería nada recomendable que un sencillo resfrío se complicara con algo más delicado, incluso fatal. Sin penicilina al rescate debe haber sido un asunto serio, un verdadero dolor de cabeza...y de garganta ;)
Un beso inmenso.
Supongo que el frecuentar una y otra vez este acogedor saloncito transforma la urticaria en caricia. Y lo cierto es que no echo de menos algunas convicciones anteriores.
Ese "más de lo que yo podría soportar en un hombre" es el límite de la galantería, el norte para permanecer en ese equilibrio entre pasión desatada y respeto cariñoso.
Qué afortunado quien pueda darle a comprobar esa excelencia equilibrada y sincronizada...
Siempre. Suyo.
Debo suponer entonces, que aún forma parte de la mayoría, pero sin embargo aspira a esa excelencia equilibrada? Es mejor no irse por las ramas mi querido Señor. Y descuide, será el primero en saber quién es el afortunado...;)
Vaya que es moscón este personaje de Mr.Elton, realmente cuesta entender cómo Emma no se da cuenta que el joven está mil veces más interesado en ella que en Harriet, supongo que es porque Emma ve solamente lo que quiere ver.
Qué peculiar que Jane haga uso aquí del pensamiento de su protagonista, contrario a lo que dice en la realidad...
Qué graciosa la intervención de Mr.K.
Sigo con más.
Besos.
Jazmín.
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