martes, 28 de junio de 2011

SÓLO QUEDAN ESTAS TRES Capítulo IX

La alianza de las mentes sinceras



Después de cerrar la puerta al finalizar su fracasada entrevista con Lydia Bennet, Darcy recorrió lentamente el pasillo y bajó las escaleras hasta la taberna de la posada, donde se encontraba Wickham, mientras consideraba su siguiente movimiento. Aquel bribón debía de estar pensando que estaba en la posición más ventajosa y, en efecto, así era a simple vista. La presencia de Darcy y la obstinación de Lydia eran prueba de ello. Pero era una ligera ventaja y mientras tuviera todavía localizados a los tórtolos, correspondía a Darcy la tarea de insistir en la incertidumbre y el peligro que representaba su posición, poniendo tanto énfasis como pudiera. Porque si llegaban a huir, todo estaría perdido.


Wickham se dio la vuelta cuando Darcy entró en la oscura estancia y su eterna sonrisita se hizo más amplia al ver que Darcy bajaba solo. Avanzó hacia el lugar que habían ocupado antes y puso un vaso medio vacío sobre la mesa, antes de sentarse.


—Una muchachita asombrosamente fiel, ¿verdad? Todavía no sé si eso es un rasgo afortunado o desafortunado en una mujer, pero así es. ¿Qué le vas a hacer?


—En efecto —respondió Darcy, sentándose en el otro asiento—. ¿Qué sugieres?


Wickham soltó una carcajada, como si acabara de hacer un chiste, pero su alegría se apaciguó bajo la constante mirada de censura de Darcy.


—Bueno —sugirió—, podrías llevártela a la fuerza, tú o alguien a quien contrates, pataleando y gritando como una loca. Ni yo ni nadie aquí se interpondría en tu camino por… —Miró a Darcy con gesto calculador—. Diez mil libras.


—Diez mil libras —repitió Darcy sin emoción—. Pero está el problema de su reputación y la de su familia. El hecho de que tú tengas diez mil libras en el bolsillo no va a restaurar la respetabilidad de la familia de ella. No, la idea de llegar a un arreglo matrimonial es la dirección correcta que debes tomar. —Darcy se recostó.



Wickham hizo una mueca de decepción, pero sus ojos decían que estaba ansioso por seguir.


—Muy bien, diez mil libras. —Golpeó la mesa como si estuviera en una subasta de caballos—. ¡Y me caso con ella!


Darcy fingió una ligera mirada de sorpresa.


—¿Y después de oír esta oferta tan magnánima debo asumir que tú crees que, primero, yo soy tonto, y segundo, el simple hecho de unir tu nombre al de ella será una compensación adecuada por tus acciones y se restaurará inmediatamente la reputación de toda la familia?


—¿Qué es lo que tú…?


—¿Qué es lo que creo? Muy sencillo, que una vez te encuentres en posesión de una suma considerable de dinero, abandonarás a la muchacha en manos de tus acreedores y yo habré financiado una buena cantidad de bellaquerías y engaños futuros. ¿O acaso has olvidado mencionar que el trato incluía una cláusula adicional según la cual tú te reformabas y modificabas tu carácter?


Wickham le lanzó una mirada de frío odio.


—¡Siempre el mismo mojigato melindroso y temeroso de ensuciarse la ropa! ¡Carácter! —exclamó con odio—. Sólo los ricos pueden permitirse el lujo de tener carácter, pero la mayoría de ellos parecen no complicarse mucho. Simplemente tienen el dinero o el poder para comprar la manera de salir de los problemas, antes de que los rumores se vuelvan demasiado insistentes. Pero los pobres… a los pobres los juzgan sin conmiseración…


—Sí —lo interrumpió Darcy—, está el asunto de tus deudas. ¿Tienes alguna idea de a cuánto ascienden? —Wickham se encogió de hombros con desinterés. Darcy insistió en el asunto—: Entonces pensemos solamente en las que has contraído desde tu llegada a Meryton. ¿A cuánto ascienden?


Wickham se volvió a encoger de hombros.


—No tengo ni idea, excepto… —Desvió la mirada un segundo, antes de continuar—: Excepto las deudas de honor que tengo con mis compañeros oficiales. —Como si hubiese tenido una revelación de repente, Wickham se enderezó y golpeó la mesa—. ¡Ellos son los causantes de todo este maldito lío! ¡Si esos «elegantes caballeros» no hubiesen sido tan endemoniadamente meticulosos a la hora de exigir lo que les debía y no hubiesen estado tan prestos en delatarme, yo no estaría aquí!


—Pagaré tus deudas.


—¿Qué? —Wickham miró a Darcy de inmediato—. ¿Todas?


—Todas aquellas en las que incurriste desde que pusiste un pie en Meryton.


—¡Debes de estar bromeando! ¿Todas? ¿Sin saber la suma? —preguntó con incredulidad.


—Pagaré tus deudas, tanto a los comerciantes como a los oficiales —repitió Darcy. No se había movido desde que se había recostado contra la silla y, extrañamente, tampoco había sentido la rabia o el desagrado que solía sentir hasta ahora cada vez que cruzaba por su mente la simple mención de George Wickham. Darcy tenía un objetivo, y trataría de conseguirlo, pero algo había cambiado, y ahora era capaz de luchar contra aquel canalla de manera desapasionada.


La incredulidad de Wickham se convirtió rápidamente en suspicacia.


—Pero eso significaría que tú las controlarías todas. Y en cualquier momento, podrías exigir su pago.


—Sí, eso es cierto. —Darcy inclinó la cabeza, mostrando su acuerdo—. Dependerías de —añadió e hizo una pausa, mientras buscaba la palabra, y le hizo gracia encontrarla precisamente en una frase que había salido de los labios de su hermana— la clemencia, que sería excesivamente generosa y silenciosa, te lo aseguro, mientras tú te comportaras como un caballero en el amplio sentido de la palabra y trataras a tu esposa de manera honorable. —Agitado ante la perspectiva, Wickham se puso en pie y se dirigió a la ventana—. Yo no necesito que tú creas en el honor, puedes continuar despreciándolo todo lo que quieras, sólo que actúes de manera que los demás crean que lo respetas —terminó de decir Darcy, mientras el otro hombre le daba la espalda. En ese momento, Wickham se volvió para mirarlo cara a cara, con una expresión inescrutable—. Pero si llego a enterarme de que estás maltratando a tu esposa o has contraído una deuda de manera injustificada… —Darcy dejó la frase en suspenso.


—¡Atrapado y encadenado! —Wickham contrajo la cara con rabia—. ¿Y qué gano yo en esta encantadora historia? Ya sabes que podría simplemente huir de ti, de la muchacha y de todo este maldito lío en este instante.


—Podrías tratar de hacerlo, tienes razón, pero hay demasiada gente interesada en tu paradero: comerciantes, padres ofendidos, tus antiguos compañeros del regimiento, por no mencionar a tu comandante. Yo te encontré pocos días después de enterarme de que habías huido de Brighton. Ellos también podrán hacerlo.


Wickham se puso pálido, tragó saliva y luego enrojeció.


—No te atreverías… —susurró entre dientes, con los ojos llenos de rabia.


—Sinceramente, espero que las cosas no lleguen a ese extremo —contestó Darcy, mientras una sensación de calma fluía por su cuerpo. La veracidad de sus palabras lo sorprendió casi tanto como a su adversario. Debería estar sintiendo un enorme júbilo a causa de su inminente triunfo sobre el hombre que había arruinado su vida y amenazado a su familia. Al menos debería haber sentido la satisfacción de acorralar a su presa, pero no era así. ¿Acaso era compasión? ¿Sentía compasión por Wickham? No… no se trataba de eso… precisamente.


Wickham se relajó un poco y volvió a sentarse a la mesa.


—Si accedo a todo eso, ¿cómo voy a vivir de aquí en adelante y con una esposa que mantener? Está muy bien eso de satisfacer a todas esas sanguijuelas, pero ¿de qué voy a vivir? —El hecho de que Darcy no contestara inmediatamente pareció preocupar a Wickham, porque comenzó a golpear nerviosamente el suelo con el pie—. No tengo profesión. —Se miró las manos y luego volvió a mirar a Darcy—. ¡Kympton! ¡Dame la rectoría de Kympton! —Darcy comenzó a negar con la cabeza—. ¡Es lo que tu padre quería para mí! ¡Es perfecto!


—¡No! ¡De ninguna manera! —Darcy cortó de plano las exigencias de Wickham—. Hay otra posibilidad, pero antes de hacer más averiguaciones deseo llegar a un trato contigo. —Se levantó de la silla—. ¿Hacemos ese trato? Tú no tratarás de huir de esta posada y te reunirás conmigo mañana para seguir discutiendo tu situación, y yo no informaré a nadie de tu paradero ni me retractaré de ninguna de las promesas que te he hecho hasta ahora.


Wickham reflexionó un momento y luego, suspirando, le tendió la mano.


—De acuerdo. —Darcy se quedó mirando la mano extendida, sintiendo una opresión en el pecho—. Ah, bueno… —Wickham comenzó a retirarla.


—¡No, ven! —Darcy ignoró al diablillo que quería llevarlo de nuevo al reino del resentimiento y estrechó brevemente la mano de Wickham—. De acuerdo. Mañana por la tarde vendré a buscarte —dijo apresuradamente—. Despídeme de la señorita Lydia Bennet. —Luego tomó su sombrero y su bastón y dejó a Wickham solo en la taberna, para que pensara lo que quisiera acerca de lo que acababa de pasar entre los dos.


Al llegar a donde estaba el coche de alquiler, Darcy le dio una dirección al cochero y subió. Mientras el vehículo recorría las calles, arrojó su sombrero y sus guantes sobre el gastado asiento de cuero y se frotó primero los ojos y luego toda la cara. Se recostó contra los cojines del respaldo, estiró las piernas y evaluó la situación. ¡Los había encontrado! La triste miseria del lugar en el que estaban era suficiente para deprimir al más optimista de los hombres, y Wickham no formaba parte de ese feliz grupo. Pero Darcy estaba seguro de que se sentía cada vez más impaciente por tener que marginarse de la vida que ansiaba y estaba desesperado por encontrar una manera de alcanzar otra vez la suficiente respetabilidad para disfrutar de esa vida. ¿Serían suficientes para tentar a Wickham las condiciones que le había propuesto? Parecía que sí; al menos de momento. Cuando pasara todo aquello, era probable que el simple hecho de tener el control de sus deudas pendiendo sobre su cabeza lo hiciera mantenerse en el camino correcto.


Cerró los ojos y dejó escapar un gran suspiro. A pesar de que las condiciones resultaban bastante onerosas para Wickham, la verdad era que el hecho de que el hombre hubiese aceptado su oferta de comprar todas sus deudas y las medidas que habría que tomar para garantizar los términos del acuerdo lo atarían a él durante el resto de su vida. Darcy lo sabía desde el principio y el desagrado que esto le producía había despertado su antipatía latente, a pesar de todos los esfuerzos por tener una actitud adecuada a la importancia de aquel empeño. Pero luego, al ver todo aquello —el egoísmo y la actitud desafiante e infantil de Lydia Bennet, la bravata de Wickham, que mostraba su absoluta falta de conciencia—, Darcy había sentido brotar dentro de él una inesperada compasión, y la suave lluvia de la clemencia había hecho desvanecer lo que la rabia y el orgullo no habían podido lograr. Había llegado a un acuerdo. Era un comienzo que permitía albergar un poco de esperanza.


¡Esperanza! La atención de Darcy se fijó ahora en esa dulce presencia que había en su corazón, para quien significaría tanto esta esperanza… Elizabeth. Si pudiera aliviar su sufrimiento asegurándole que había encontrado a su hermana y que ya se estaban trazando los planes para garantizar su regreso. ¡Lo que debía de estar pasando día tras día, mientras esperaba que le llegara alguna noticia!


—Pronto —le prometió Darcy con voz suave en medio de la penumbra del carruaje—. Pronto.


El vehículo se detuvo frente al cuartel de oficiales de la Real Guardia Montada de su majestad y, cuando el cochero se bajó para abrir la portezuela, Darcy sacó una tarjeta del tarjetero que guardaba en el bolsillo del chaleco. Se la entregó al hombre y le pidió que se la llevara al oficial de guardia y preguntara por el paradero del coronel Fitzwilliam. En menos de cinco minutos, Darcy sabía exactamente dónde estaba su primo.


—¡Por Dios, Fitz! ¿Qué estás haciendo aquí y montado en eso? —Darcy se rió al ver el gesto de desaprobación de Richard, mientras su primo le abría la portezuela del carruaje y bajaba él mismo la escalerilla. ¡Era estupendo volver a reír!—. Toma, coge tu sombrero, por favor, y ¡asegúrate de sacudirlo!


—¡Por favor no ofendas a mi cochero! —le advirtió Darcy con un guiño—. Es un hombre extraordinariamente valiente y fiel a su palabra. —Se volvió hacia el hombre y le puso en la mano tres veces más de la tarifa habitual, mirándole directamente a los ojos—. Le estoy muy agradecido.


—Gracias, patrón… Ah, señor. —El hombre se sonrojó y, bajando la cabeza mientras retrocedía, se subió de nuevo a su pescante y se marchó.


Darcy dio media vuelta y vio a su primo mirándolo con total incredulidad. Le puso una mano en el hombro y dijo:


—Ven, ya he encontrado a Wickham y necesito tu ayuda. ¿Dónde podemos hablar?


Minutos después, estaban en el umbral de una taberna frecuentada por un gran número de oficiales de su majestad, la mayoría de los cuales miraron con curiosidad a Darcy, después de hacerse a un lado y saludar a su acompañante.


—No hay muchos civiles lo suficientemente valientes como para atreverse a cruzar el «Mar Rojo» —explicó Richard, escoltando a su primo hasta una cómoda mesa en el rincón—. Se están preguntando quién eres tú. Ahora, ¡dime cómo demonios has hecho para encontrar a ese bellaco sarnoso antes que yo!


Darcy sacudió la cabeza.


—En otra ocasión, tal vez. Necesito tu ayuda en algo en lo que tú eres particularmente experto. —Richard le sonrió con picardía—. ¿Qué? ¡No! Me refiero a tus conocimientos militares, mi querido primo.


Richard se recostó contra la silla, con actitud de suficiencia.


—¡Habla! ¿Qué quieres saber?


—¿Cuánto cuesta un cargo de teniente?


—¿Un cargo de teniente? Depende de la unidad y del lugar donde esté destacada. Está entre las quinientas y las novecientas libras. —Frunció el entrecejo—. ¿Por qué…? ¡Espera un minuto! —El coronel se inclinó hacia delante y clavó una mirada horrorizada en Darcy—. ¡No estarás pensando en Wickham!


—¡En un segundo! —Darcy sonrió al ver la expresión de su primo—. ¡Nunca entenderé por qué D'Arcy dice que eres lento!


—¡Porque es un idiota! Pero eso no viene al caso. —Richard entrecerró los ojos y golpeó la mesa con un dedo—. Quieres comprarle un cargo de teniente a Wickham. Wickham, el canalla que casi arruinó… —Se detuvo y se mordió el labio, luego continuó—: Que te ha arrojado a la cara todo lo bueno que has hecho por él, que le debe dinero a todos los comerciantes y una disculpa al padre de todas las jovencitas que hay desde aquí hasta Derbyshire. —Richard se iba poniendo cada vez más rojo con cada acusación—. ¿Qué ha hecho para que abandone su regimiento en la milicia y tú lo recompenses con una carrera en el ejército regular? ¡Teniente! —exclamó Richard resoplando—. ¡Déjalo empezar desde abajo y aprender disciplina y respeto, si tiene tantas ganas de entrar en el ejército!


—No te lo puedo decir; no tengo derecho a revelar los detalles —le recordó Darcy a su primo, que se recostó contra la silla y comenzó a sacudir la cabeza lleno de frustración. Luego cedió un poco—. Debes saber que no hago esto con el objeto de asegurar el bienestar de Wickham. Él ha… —Darcy se quedó callado un momento y frunció el ceño—. ¡Maldición! Ha engañado a otra jovencita, pero esta vez se trata de una muchacha de una familia a la que conozco, respetable pero modesta. Lo único que hay que hacer es obligarlos a casarse y tú sabes tan bien como yo que George no está en condiciones de mantener a una esposa. Hago esto por la jovencita y su familia. —Darcy repasó con el dedo uno de los círculos oscuros que habían dejado en la mesa innumerables vasos a lo largo de los años—. Tal vez, si hubiese sido menos orgulloso, habría tenido algo de éxito en hacerles ver la verdadera naturaleza de Wickham, antes de que pusiera en peligro a una de sus hijas.


Richard observó a su primo fijamente, mientras se acariciaba la barbilla. Darcy sabía que estaba buscando cualquier resquicio de debilidad que pudiera aprovechar.


—¡Muy bien, muy bien! —Se rindió finalmente y levantó las manos—. Estás decidido a hacer esto, en lo cual hay mucho más de lo que se ve a simple vista, y no hay manera de hacerte cambiar de parecer. ¿Qué quieres que haga yo?


—Encuentra un puesto de teniente en una unidad destacada aquí en Inglaterra, pero en un lugar recóndito, preferiblemente donde haya pocas tentaciones para ir por el mal camino.


Richard enarcó las cejas.



—¡Quieres enterrarlo! —Resopló—. Bueno, debo decir que tu idea suena mejor ahora que al principio. No debe de ser difícil encontrar oficiales que quieran vender un cargo sin muchas posibilidades de ascenso en medio de la nada. Tal vez tenga suerte y pueda encontrar un acantonamiento con un comandante autoritario, que crea devotamente en los beneficios de atormentar a sus subalternos para convertirlos en hombres de verdad. —Se rió con malicia—. Te enviaré una lista a Erewile House.


—La necesito lo más pronto posible. —Darcy se puso en pie, al igual que su primo.


—¡Sí, señor! —respondió Richard enseguida, luego se inclinó para susurrarle al oído—: Pero si se llega a saber que yo tuve algo que ver con la entrada al ejército de ese miserable, no tendré compasión contigo, primo.

**************

 Esa misma noche, Witcher dejó sobre el escritorio de Darcy un sobre con la letra inconfundible de Richard.


—Una comunicación del coronel Fitzwilliam, señor —anunció Witcher desde la puerta y luego atravesó el salón, cuando Darcy lo autorizó.


—Gracias, Witcher. Eso será todo. —Tomó el sobre y comenzó a romper el sello.


Pero en lugar de salir, el mayordomo se quedó mirando la bandeja que Darcy tenía junto al brazo.


—¿No le ha gustado la comida, señor?


—No, está muy bien. —Darcy miró con desaliento la comida primorosamente dispuesta—. En medio de todo este lío —dijo, señalando el escritorio lleno de papeles— se me olvidó que estaba ahí.


—¿Quiere que me la lleve, señor? —A juzgar por el tono de Witcher y su larga experiencia, Darcy sabía que el hecho de mandar la comida de vuelta sin probarla, preocuparía a sus sirvientes.


—No, no, déjela ahí. Ahora que esto ha llegado —respondió, señalando el sobre—, me siento más tranquilo. Dele las gracias a su mujer, Witcher.


—Sí, señor. —El hombre suspiró con alivio—. Eso haré, señor.


Una vez roto el sello, Darcy esparció las páginas sobre el escritorio y estiró la mano para tomar una de las galletas de limón de su ama de llaves. Después de estudiar durante media hora la lista del coronel Fitzwilliam y seleccionar el regimiento que estaba más lejos de Hertfordshire y de toda sociedad respetable, sacó papel y pluma y comenzó la compra de un puesto para el oficial George Wickham.


A la mañana siguiente, siguiendo las instrucciones de su primo, Darcy presentó su solicitud ante las autoridades apropiadas y una hora después le aseguraron que, cuando se hubiesen cumplido todos los trámites militares, su solicitud para un cargo en el regimiento…, destacado en Newcastle, sería aceptada.


Al regresar a Erewile House, se embarcó en la extraordinariamente incómoda tarea de informarle a su secretario de que sería necesario hacer ciertos ajustes en sus finanzas. Por primera vez en su larga relación, Darcy vio que Hinchcliffe se sobresaltaba realmente y se quedaba mirándole fijamente.


—Señor Darcy —dijo con voz ronca, incapaz de articular bien las palabras—, ¡usted no sabe lo que está diciendo! Conseguir una suma que supera de tal manera los requerimientos normales de sus intereses implicaría un movimiento de capital bastante considerable y, por tanto, una pérdida inevitable. Señor, respetuosamente le ruego que lo reconsidere. Tal vez haya otras maneras de conseguir esa suma…


Darcy negó con la cabeza.


—Me temo que no con tanta rapidez y el tiempo corre en mi contra. —Al ver la preocupación en los ojos del secretario, Darcy continuó—: No piense que he hecho algo imprudente o deshonesto, Hinchcliffe. No me he convertido en jugador ni soy víctima de una extorsión. Al contrario, tengo la esperanza de que estos fondos sirvan para hacer un bien… para corregir un error, al menos. —Guardó silencio, dando un golpecito al escritorio—. Lo dejo en sus manos, Hinchcliffe —le dijo al hombre que le había enseñado y lo había guiado en todos los asuntos financieros desde la muerte de su padre—, y tengo plena confianza en sus decisiones. Proceda como mejor le parezca: yo firmaré sin pedir ninguna explicación o justificación.


—Como desee, señor. —El secretario se levantó y lo miró. Ya había recuperado su habitual reserva, pero todavía era evidente su preocupación por alguien que había crecido bajo su tutela—. Pero la esperanza, esa de la que usted habla, rara vez produce capital, señor, y mucho menos intereses.


—Sin embargo, si hay algo de humanidad en nosotros, debemos seguir invirtiendo, ¿no le parece? —Lo dijo en voz baja, pero con una repentina y sentida convicción.


Hinchcliffe inclinó la cabeza y luego, por primera vez, le hizo una reverencia completa.


—Su padre estaría muy orgulloso, señor, muy orgulloso. —Y diciendo esto, el secretario dio media vuelta, sin alcanzar a ver la expresión de asombro y agradecimiento en el rostro de Darcy, y salió del estudio, con los hombros en actitud de emprender una batalla financiera contra el mundo, en nombre de su patrón. Darcy sabía que las palabras de Hinchcliffe no eran producto de la ligereza. Acompañadas por aquella reverencia, eran la primera prueba del aprecio más profundo y auténtico que le había ofrecido su secretario en todos estos años. Ah, el hombre siempre había sido extremadamente cortés y paciente, incluso cuando, durante su primer encuentro, Darcy, de doce años, se había estrellado contra el joven secretario en el vestíbulo, justo frente a esa misma puerta. Su padre estaría muy orgulloso. Los ojos de Darcy buscaron el pequeño retrato de su padre que había sobre la pared y asintió en señal de agradecimiento.


—Sí, gracias, creo que lo estaría.


**************
Después de poner en marcha las promesas económicas que le había hecho a Wickham, Darcy tenía que hablar otra vez con él, antes de poder presentarles todo a los parientes de Elizabeth en Londres como un hecho consumado. Así que volvió a subirse a un desvencijado coche de alquiler, preparado para cualquier contratiempo que pudiera surgir. Wickham siempre solía sorprender a la gente con alguna insólita acción, pues dependía de la audacia de semejantes acciones para confundir a sus adversarios. Pero esas estratagemas eran ya bien conocidas por Darcy, debido a la larga relación que existía entre ellos. Esta vez Wickham tenía mucho que perder, mientras que Darcy tenía un grupo de aliados que podrían atraparlo en cualquier lugar adónde decidiera huir.


Llegó a la posada justo antes de las tres. Cuando bajó la cabeza para entrar en la taberna, alcanzó a ver a su «sombra» vigilándolo desde el umbral que conducía a las escaleras. Con un gesto de la cabeza y un guiño, el muchacho le informó de que el par de tórtolos todavía estaban arriba. Poniendo de manera despreocupada una guinea sobre una mesa cercana, Darcy agradeció la información y fue recompensado con una mirada de sorpresa que Darcy creía que rara vez había aparecido en el curtido rostro del chico.


Esta vez, todo estaba ordenado. Wickham abrió la puerta y pudo ver que la ropa había sido recogida, habían retirado las botellas y los platos y una mesa y un par de sillas más sólidas habían reemplazado a las anteriores.


—Darcy —lo saludó con incomodidad y le hizo señas de que pasara.


—Señorita Lydia Bennet. —Darcy le hizo una inclinación a la jovencita, que estaba sentada en el marco de la ventana. Cuando vio que Wickham le hacía un gesto, la muchacha se bajó e hizo una reverencia.


—Señor Darcy —respondió con tono tímido.




—Lydia, querida, baja a la cocina y pide algo de comer. —Wickham la tomó de la mano y la condujo a la puerta—. Espera abajo y súbelo tú misma, si tienes la bondad. Darcy y yo tenemos cosas que discutir. —Con una expresión que dejaba traslucir claramente su incomodidad por tener que realizar aquella tarea, Lydia retiró la mano y salió de la habitación dando un portazo, por si había alguna duda acerca de sus sentimientos—. ¡Chiquilla odiosa! —Wickham hizo una mueca—. ¡Mira a lo que quieres atarme!


Darcy no iba a tolerar aquello.


—Eso quedó decidido cuando, por tu propia voluntad, la subiste a un carruaje en Brighton. —Se sentó en una de las sillas—. Es poco más que una niña, George, y tú alentaste una fantasía infantil que todavía tienes que cumplir. No es ninguna sorpresa que se sienta decepcionada y se comporte como la chiquilla que es.


Wickham mostró su acuerdo con un gruñido y se sentó en la otra silla. No tenía buen aspecto, a pesar de que iba bien vestido y se había afeitado. Se pasó la mano por el pelo varias veces antes de recostarse en la silla, pero ni siquiera en ese momento se relajó. Al notar la manera en que Darcy lo observaba, se rió de sí mismo.


—¡Estoy muy nervioso! No pude dormir anoche y no sé por qué, pero siento como si me estuvieran vigilando. Tengo la piel de gallina.


—Sientes «algo en el viento» —dijo Darcy, utilizando la vieja expresión que aludía a la existencia de algún plan secreto.


—¡Sí, exactamente! Y estoy harto de eso. —Se mordió el labio—. Ayer accediste a pagar mis deudas sin importar de donde vinieran, ¿verdad?


—Sí, desde que llegaste a Meryton hasta el día de tu boda, me haré cargo de todas.


—Puede llevar algún tiempo saber exactamente cuánto debo. Exceptuando las deudas de los oficiales, realmente no tengo ni idea de la cantidad.


—Esa será tu tarea durante la próxima semana. —Darcy levantó el maletín de cuero que traía y sacó papel, tinta y plumas—. Haz la lista de las que puedes recordar y pide que te envíen las que no recuerdas. —Al ver la mirada de alarma de Wickham, Darcy rectificó—: Pide que las manden a Erewile House.


—Ah, bueno. —Wickham volvió a respirar—. Así sí. —Miró por un momento los objetos que estaban desplegados frente a él y luego dirigió de nuevo la mirada a Darcy—. Y cuando haya hecho todo esto y me haya casado con la muchacha, ¿qué vendrá después? Si no me asignas una de tus rectorías… —Se quedó callado, pero cuando vio que Darcy no lo contradecía, continuó—: Entonces, ¿cómo voy a mantener este nuevo estilo de vida en el que tú insistes?


Aquél era el segundo obstáculo y, para que todo funcionara, había que hacer que Wickham lo superara con cierta dosis de buena voluntad.


—He adquirido para ti un cargo de teniente en el ejército regular —le respondió Darcy.


—¿Qué?


—En un regimiento que lo más probable es que nunca tenga que realizar acciones en el exterior —le aseguró Darcy.


Wickham se desplomó contra el respaldo de la silla e hizo una mueca, tratando de asimilar aquella revelación acerca de su futuro. Lentamente pareció hacerse a la idea. Miró a Darcy.


—Pero necesitaré…


—Sé lo que necesitarás y te prestaré el dinero para comprarlo; lo indispensable y nada más. Con prudencia, podrás vivir cómodamente; si obtienes un ascenso, podrás vivir bastante bien.


—¡Cómodamente! —Wickham se rió con desdén, poniéndose en pie—. ¿Y cuál es tu idea de comodidad, Darcy? ¿Estarías «cómodo» viviendo así? —Extendió los brazos para señalar lo que le rodeaba—. ¡No lo creo! —Se inclinó sobre la única ventana de la habitación y miró hacia el patio que había abajo.


—También está la dote de tu esposa…


—¡Una insignificancia! —replicó Wickham.


—… y también lo que yo le daré a ella —añadió Darcy enseguida. Ante el ofrecimiento, Wickham dio media vuelta, otra vez interesado.


—¡Dos mil libras! —exigió, como si la suma fuese negociable. Darcy enarcó una ceja—. Mil quinientas, entonces, y me volveré metodista, si quieres.


—Dudo que te quieran «aceptar», George, o que tú puedas seguir su credo durante mucho tiempo. —Sacudió la cabeza. Era hora de cerrar aquel enojoso asunto—. No, no voy a negociar contigo. Mil libras adicionales a la dote de la muchacha, tus deudas cubiertas, tu profesión garantizada, tu carácter reformado, por decirlo de alguna manera, y una esposa, eso es lo que te ofrezco para que puedas hacer lo correcto con esta muchacha y su familia.


—Mientras me porte como un caballero, ¿no fue ésa la condición? —dijo Wickham en tono de burla. No parecía esperar una respuesta, porque enseguida se volvió otra vez hacia la ventana para considerar lo que le habían ofrecido y no notó el silencio de Darcy.


Si se hubiera comportado de modo más caballeroso. Las palabras burlonas de Wickham no eran una repetición exacta de la acusación de Elizabeth, pero se parecían bastante. ¡Qué ironía que Darcy le estuviese exigiendo a Wickham precisamente aquello de lo que Elizabeth le había dicho que carecía!


—Has pensado en todo, Darcy. Te felicito. —La voz de Wickham lo volvió a traer al presente—. Aunque lo he intentado, no he podido encontrar ningún resquicio ni circunstancia alguna que pueda aprovechar. ¡Impresionante! —Cruzó la alcoba y se sentó en la mesa—. Me has atado bastante bien, tú y Lydia; pero en realidad, la perspectiva no es tan mala. Ciertamente es mucho mejor que enfrentarse a la cárcel o al tribunal militar. —Se limpió las manos en los pantalones y puso una sobre la mesa, con la palma hacia arriba—. Creo que debo aceptar tu oferta, Darcy. Aquí tienes mi mano como prueba, de un «caballero» a otro.


—En nombre de la familia de la muchacha —lo corrigió Darcy, extendiendo la mano.


—Como quieras. —Wickham se encogió de hombros y todo concluyó.


Darcy no se permitió soltar el suspiro de alivio que le oprimía el pecho hasta que estuvo solo y el caballo del carruaje de alquiler comenzó a moverse. Su mente regresó al principio, a la posada de Lambton y al momento en que descubrió a Elizabeth en medio de la terrible angustia que le destrozó el corazón, cuando había tenido que hacer un esfuerzo enorme para no correr a abrazarla y secar sus lágrimas. No tenía derecho, aunque todos sus sentimientos lo impulsaban hacia ella en nombre de la compasión y el amor. Las lágrimas de Elizabeth le habían roto el corazón, porque al instante se había dado cuenta de quién tenía la culpa de lo que había sucedido; pero lo que realmente lo había dejado desolado había sido la horrible resignación de su voz ante la vergüenza y la desgracia que la esperaban. En ese momento, había jurado que eso no sucedería, y aunque había tenido que comprar con gran esfuerzo la reconstrucción de lo que quedaba del maltrecho apellido Bennet, había tenido éxito y se había asegurado de que el honor de la familia de Elizabeth volviera a estar en perfecto estado.


Cerró los ojos, echó la cabeza hacia atrás y se llenó los pulmones de aire. Luego lo dejó escapar lentamente. ¡Elizabeth! Elizabeth estaba libre. Y no viviendo a la sombra de la desgracia; podría ser otra vez la persona tan maravillosa que era, sin tener que disculparse ni sonrojarse. Sonrió abiertamente. Había corregido un grave error causado por su propio orgullo y eso era bueno. Pero el hecho de haber restaurado la imagen de Elizabeth… ¡era un tesoro que guardaría en su corazón hasta el final de sus días!




*****************


El carruaje se detuvo delante de la residencia de los Gardiner en la calle Gracechurch. Mientras Darcy esperaba que el cochero se bajara y le abriera la portezuela, miró la calle con curiosidad. Las casas no eran suntuosas, pero tampoco eran vulgares ni pretenciosas, como había querido describirlas malintencionadamente Caroline Bingley. Eran, más bien, residencias sobrias y bien cuidadas, que bordeaban la calle formando una fila de sólida respetabilidad, con un cierto toque de elegancia. Una de ellas era la que tenía enfrente y, al verla, Darcy comprendió mejor la conversación y el gusto que habían mostrado los tíos de Elizabeth en Pemberley.


Descendió del coche, subió los escalones que conducían a la entrada principal y llamó a la puerta. Se preguntó por dónde debería empezar a explicar aquella visita. El hecho de que él acudiera a visitarle sería considerado algo poco extraño, incluso excéntrico, sobre todo sin haber mandado su tarjeta advirtiendo de su llegada. Pero cuando los Gardiner oyeran las razones que le habían impulsado a ir, ¿cómo se sentirían con respecto a él?


Una criada abrió la puerta.


—¿Sí, señor? —Parecía demasiado joven para aquel trabajo y aún no había sido debidamente entrenada en las normas de protocolo que requería aquel puesto. Lo más probable es que fuera nueva.


—He venido a ver al señor Gardiner —dijo Darcy, entregándole su tarjeta a la muchacha—. ¿Está en casa y disponible para recibir visitas? Es muy importante que hable con él.


—N-no lo sé, señor.


—¿Si está en casa o si está disponible para recibir visitas? —insistió Darcy. ¡Definitivamente debía de ser nueva!


—Oh, sí está en casa, pero ya hay alguien con él. Y la señora todavía no ha regresado del campo —dijo la muchacha con ingenuidad—. Así que no sé si puede recibir dos visitas. Me contrataron para ayudar en la cocina; es la primera vez que abro la puerta. Los que normalmente lo hacen no esperaban que los volvieran a llamar tan pronto.


—Ya veo. —Darcy no pudo evitar sonreír, pero tenía que ver al tío de Elizabeth lo más pronto posible—. Tal vez yo podría ayudarla. Si usted me dice quién es la otra visita, podremos determinar si será prudente que me anuncie. ¿Sabe usted de quién se trata?


—El hermano del patrón —dijo la criada con convicción, pero luego la asaltó una duda—. Bueno, le llama «hermano», pero ¿cómo pueden ser hermanos si su apellido es Bennet? El cuñado, tal vez. —La muchacha pareció satisfecha con su razonamiento—. Lleva aquí varios días y ha estado muy agitado. —Sacudió la cabeza, con expresión de reproche—. Entonces, ¿lo hago pasar?


—No, creo que no. —Darcy tomó con suavidad su tarjeta de los dedos de la criada y le dio gracias al cielo por haber podido escapar al desastre de encontrarse inesperadamente con los dos hombres al mismo tiempo.


—Ah. —La muchacha pareció decepcionada, pero luego se le iluminó el rostro—. Se va mañana por la mañana, señor. Acabo de oírlo. Regresa a su casa.


—Entonces volveré mañana, gracias.


—Ha sido un placer, señor —contestó la criada y, sin preguntarle el nombre, cerró la puerta.


—¡Bien! —resopló Darcy, sorprendido por esa súbita despedida—. ¡Será entonces hasta mañana! —Después de subirse otra vez al coche, le pidió al conductor que lo dejara en una esquina cerca de Grosvenor Square. Desde allí, se dirigió caminando a casa por entre los callejones de los establos, de forma que sus vecinos no lo vieran. Vivir clandestinamente en su propia casa había sido necesario para cumplir su objetivo, pero le estaba resultando agradable. Al liberarse de los compromisos sociales que habrían interferido en lo que tenía entre manos, también había evitado reunirse con quien estuviera obligado a hacerlo—. ¡Casi como Dy! —Al comienzo la idea le pareció divertida, pero rápidamente la diferencia de objetivos de ambos lo hizo ponerse serio. ¿Dónde estaría Dy? No había tenido noticias suyas desde que había salido volando en su caballo en persecución de los supuestos sospechosos del asesinato del primer ministro. ¿Estaría bien o habría terminado mal, al otro lado del mar, en América? Darcy deseó saber cómo se encontraba su amigo.


—¡Ay, señor Darcy! —exclamó la señora Witcher, poniéndose una mano en el corazón, cuando ella lo sorprendió en la entrada de servicio dirigiéndose a la cocina—. ¡Nunca voy a entender por qué el dueño de la casa no puede entrar por la puerta principal!


***************


Cuando Darcy llamó de nuevo a la puerta de los Gardiner a la mañana siguiente, la pequeña fregona había sido reemplazada por una mujer mayor que conocía perfectamente sus obligaciones. Lo hicieron pasar al vestíbulo en medio de murmullos corteses y reverencias y lo dejaron esperando unos minutos, hasta que el dueño de casa apareció en la puerta de su estudio, mirándolo con asombro.


—¡Señor Darcy! —Se adelantó para saludarlo—. ¡Me siento muy honrado, señor!


—Señor Gardiner. —Darcy inclinó la cabeza para responder al saludo del hombre—. Espero que se encuentre usted bien.


—Vaya, sí… tan bien como es posible, dadas las circunstancias —tartamudeó—. Pero, sea bienvenido, y entre, por favor. —Señaló su estudio—. ¿Puedo ofrecerle algo? ¿Un poco de té…?


—No, gracias. Por favor, no se moleste ni moleste a sus criados.


El señor Gardiner hizo otra inclinación y se sentó en un sillón frente a él.


—¿Qué puedo hacer por usted, señor Darcy? —comenzó—. Debo confesar que estoy realmente asombrado de verlo en mi casa, pero —se apresuró a decir, con los ojos le brillando de curiosidad— eso no significa que no esté encantado de poder devolverle la excelente hospitalidad que usted nos brindó durante nuestra visita a Derbyshire. ¿En qué puedo servirle, señor?


A pesar de la naturaleza tan delicada del asunto en que estaba a punto de embarcarse, Darcy había pensado que estaba bien preparado para aquella entrevista; sin embargo, la franqueza y afabilidad del hombre que tenía delante lo hicieron dudar. Se dio cuenta de repente de que le caía bien el tío de Elizabeth y no le gustaría que su rostro honesto y amable se endureciera con un gesto de irritación e incomodidad. Pero no había nada que hacer. Lo que Elizabeth le había revelado en medio de la desesperación, Darcy lo había convertido en algo bueno para el hombre que tenía delante de él y para su familia, y el señor Gardiner tenía que conocer todos los detalles para completar lo que él había conseguido hasta ahora.


—Su sobrina, la señorita Elizabeth Bennet, le debe de haber comentado que, casualmente, yo fui a visitarla minutos después de que ella recibiera una noticia muy perturbadora que acababa de enviarle su hermana —comenzó a decir Darcy.


Los ojos del señor Gardiner se ensombrecieron, pero luego puso una expresión afable.


—Sí… sí, lo hizo, y le agradezco mucho su comprensión… y también la de la señorita Darcy, estoy seguro. Lizzy estaba ansiosa por reunirse con su familia y ¿qué puede hacer un hombre frente a semejante súplica, excepto satisfacerla? —dijo el señor Gardiner con una sonrisa.


Darcy respiró hondo.


—Entonces, al parecer ella no le contó que, en medio de su turbación, me reveló el contenido de esa carta.


—Ah… —El señor Gardiner se recostó contra el respaldo de sillón, como si le acabaran de dar un golpe y cerró los ojos. Darcy quiso respetar aquellos momentos de silencio, pero el hombre reaccionó con asombrosa rapidez—. Lamento que usted haya tenido que enterarse de nuestros problemas, señor —repuso con voz firme—. Por favor, disculpe a mi sobrina por haber sido tan impulsiva.


Darcy le restó importancia al asunto haciendo un gesto con la mano.


—No hay nada que disculpar.


El tío de Elizabeth suspiró.


—Gracias, señor. Usted nos honra. —Se incorporó y siguió hablando, con una sensación de incomodidad—. Sé que apenas nos conocemos, señor Darcy, pero siento que yo, que mi familia, puede contar con su discreción con respecto a este lamentable asunto. —Aunque era una afirmación, no había duda de que el señor Gardiner deseaba tener plena seguridad.


—Le aseguro que mi silencio está garantizado —respondió Darcy, para alivio del señor Gardiner—. Pero, impulsado por importantes razones personales, me ha sido imposible pasar por alto la situación en la que se encuentra su familia. Francamente, señor, creo que soy en gran parte responsable de ella.


El señor Gardiner no podía estar más desconcertado.


—¿Usted, responsable? Estoy confundido, señor, ¿cómo puede ser posible?


—Conozco a George Wickham desde hace mucho tiempo. Él es el hijo del administrador de mi fallecido padre; en consecuencia, nuestra relación se remonta a la infancia. Desgraciadamente, Wickham ha sido desde el principio un hombre taimado y calculador. Después de la muerte de mi padre, nuestra relación llegó a su fin cuando le entregué una suma de dinero que mi padre le dejó en su testamento. Después de eso, perdí la pista acerca de su paradero y sus actividades, hasta que…


—Mi querido señor —protestó el señor Gardiner—, ¡yo no veo ninguna culpa ahí! ¿Cómo podría usted haber evitado que ese hombre llegara a Meryton, o cómo habría podido prever que seduciría a mi sobrina en Brighton? ¡Perdóneme, es usted muy amable, pero se está atribuyendo demasiadas responsabilidades!


—Desearía que eso fuera cierto —contestó Darcy—. Que hubiese venido aquí sólo para tranquilizar algo mi conciencia. Pero, para mi deshonra, no es así. —Tomó aire profundamente, ansioso por la confesión que tenía que hacer—. Wickham desapareció de mi vida durante varios años, hasta que se introdujo nuevamente en ella de una manera que amenazó a mi familia y mi apellido. Señor Gardiner, —Darcy lo miró a los ojos—, ¿puedo retribuirle su gratitud por mi discreción confiando yo, a mi vez, en la suya?


—¡Desde luego, señor! —contestó con firmeza Gardiner—. ¡Total discreción!


—El año pasado, cuando regresaba de visitar a unos amigos, llegué justo a tiempo para impedir que Wickham lograra completar sus planes de seducir a la señorita Darcy.


—¡Santo cielo! —El señor Gardiner se pasó una mano por el cabello cada vez más ralo—. ¡Oh, ese despreciable sinvergüenza! Entonces, no me sorprende que Lydia… ¡Si es un seductor experimentado!


—Así es. Puede ser muy convincente y engañar a todo el mundo hasta que es demasiado tarde.


—¿Qué hizo usted entonces, después de descubrirlos?


—Yo no sabía qué hacer, excepto salvar la reputación de mi hermana y evitar la desgracia familiar. Decidí expulsarlo y no decir nada, con la esperanza de que ése fuera el final de esta historia. ¡Una falsa y absurda esperanza! —Darcy hablaba con gran resentimiento al describir su error—. ¡Tenía que haberlo imaginado! Sólo lo dejé libre para que se abalanzara sobre los demás.


—Pero eso es comprensible, señor. ¿Qué otra cosa podría haber hecho usted que no le causara más dolor a la señorita Darcy?


—Tal vez, si no hubiese sido demasiado orgulloso para pedir el consejo de personas más sabias que yo, podría haber hecho algo. Pero no lo hice, pues aborrecía la idea de que mis asuntos privados se convirtieran en comidilla pública. —Darcy desvió la mirada de su interlocutor y suspiró—. Pero me temo que ya me he extendido mucho tratando de justificarme, y ésa no es la razón por la cual estoy aquí. —Se puso en pie y comenzó a pasearse por la habitación—. Así que, podrá imaginarse usted la fuerte impresión que sentí cuando, al llegar a Hertfordshire con mi amigo durante el otoño pasado, descubrí que Wickham era uno de los favoritos de la sociedad de Meryton. Como acabo de decirle, él puede ser encantador y bastante convincente, especialmente con las mujeres. Yo, por mi parte, no me esforcé mucho por agradar, en una comunidad que no conocía. Ese es un defecto que la señorita Elizabeth tuvo la bondad de señalarme.


—Ay, por Dios. —El señor Gardiner sacudió la cabeza—. Lamentablemente, la inteligencia de Lizzy no cuenta con el freno de la discreción tanto como yo quisiera, pero ella será la primera en admitir su falta… una vez se convenza de que hizo algo mal.


—No, lo que ella me hizo fue un favor; eso y mucho más. Pero déjeme continuar con mi relato, que llega al punto culminante… —Darcy se quedó quieto de repente y se detuvo frente a su interlocutor con gesto de humildad—. Porque debido a mi reserva y mi erróneo sentido del orgullo, no revelé su carácter. Si esto se hubiese sabido, Wickham no habría sido aceptado en Meryton. Las jovencitas como su sobrina habrían rehuido su compañía y los padres habrían protegido a sus hijas. Pero, en lugar de eso, elegí el camino de mi propia conveniencia, y su sobrina y su familia han tenido que pagar un alto precio por ello. Creo que soy totalmente culpable y siento que tengo la responsabilidad absoluta de hacer todo lo posible para arreglar este asunto.


El señor Gardiner lo había escuchado pacientemente. Reflexionó sobre todo lo que había oído sin pronunciar ni una palabra de indignación, a pesar de que el caballero las merecía. Darcy esperó.


Por fin el hombre levantó los ojos para mirarlo a la cara.


—Puede haber algo de culpa en sus actos, o mejor, en sus omisiones, joven, pero no puedo encontrar una responsabilidad tan grande como la que usted cree. En mi opinión, otras personas más cercanas a los sucesos en cuestión tienen más cosas por las cuales responder que usted. Si usted ha llegado a conocerse mejor, eso es algo que digno de alabanza; pero le ruego que no cargue en su conciencia con toda la culpa de este asunto.


Darcy hizo una inclinación.


—Usted es más amable conmigo de lo que merezco, pero no tengo excusa. Así las cosas, salí de Derbyshire sólo un día después que ustedes y vine a Londres con el único propósito de encontrar a su sobrina y volverla a llevar al seno de su familia.


—Lo mismo que yo, señor Darcy. ¡Pero ha sido en vano! —El señor Gardiner se dejó caer sobre el sillón y sacudió la cabeza—. Es como si se los hubiese tragado la tierra. Esto tiene tan perturbado a mi cuñado, el señor Bennet, que he insistido para que regresara a Hertfordshire.


—Ésa es la razón principal de que haya recurrido a usted, señor. Yo los he encontrado.


—¡Que los ha encontrado! ¡Santo cielo, señor! —El señor Gardiner se levantó de inmediato y agarró a Darcy del brazo—. ¿Dónde? ¿Cómo?


—Es mejor que no sepa dónde —respondió Darcy con gravedad—, y cómo lo hice resulta irrelevante en este momento. Simplemente, los he encontrado y ya he hablado con los dos. Su sobrina está bien.


—¿En serio? Tenía tanto miedo. —Se pasó una mano por los ojos y dio media vuelta para recuperar la compostura.


Darcy esperó unos minutos antes de continuar.


—Está bien, pero insiste en que no dejará a Wickham. Él me ha confesado en privado que nunca tuvo intenciones de casarse con ella.


—¡Maldito demonio! —gritó el señor Gardiner, dándose la vuelta.


—Muchos han dicho eso y es mejor tratarlo como tal. Le he hecho ver la necesidad de que haga lo correcto con su sobrina.


—¡Seguramente no apelando a su conciencia! —exclamó el señor Gardiner e insistió—: Usted habrá tenido que imponer sus condiciones de otra forma… por medio de una oferta económica, supongo. ¿Estoy en lo cierto?


—Me he hecho cargo de todas sus deudas.


—¡Ah! —respondió el señor Gardiner—. Eso habrá sido un incentivo, sin duda; pero estoy seguro de que no fue suficiente para hacerlo aceptar. ¡Porque él puede prometer cualquier cosa y, cuando usted haya pagado a sus acreedores, desaparecer! —Alzó las manos—. ¿No es posible que, incluso en este mismo momento, ya se haya marchado?


—Está bajo vigilancia, señor, y no puede hacer ningún movimiento sin que lo vean. Él lo sabe. Y también es consciente de que si lo hace, su coronel se enterará de su paradero y será arrestado para enfrentarse a un tribunal militar. No, no se moverá.


—¡Santo Dios, señor! —Abrumado por la emoción, el señor Gardiner estrechó la mano de Darcy con vigor—. Usted ha hecho más que cualquiera… —Tragó saliva—. Tiene que decirme cuánto le ha costado todo esto y le prometo que todo le será reembolsado.


Darcy retrocedió.


—No lo haré, señor. La suma va mucho más allá de las deudas de Wickham. Si queremos garantizar el futuro de su sobrina, hay que hacer mucho más de lo que usted o el padre de la chica podrían, si me perdona usted la impertinencia.


—No importa —respondió rápidamente el señor Gardiner—. Es deber de sus familiares recordar el carácter de la muchacha y asumir las consecuencias.


—Lo comprendo, señor, y me gustaría poder complacerlo —dijo Darcy, mirando al señor Gardiner con intensidad—. Pero es imposible.


—¡Hummm! —resopló su anfitrión transcurridos unos segundos—. ¡Ya veremos! Entonces, ¿qué hay que hacer? ¡Debe de haber algo que yo pueda hacer!


Darcy se relajó y volvió a tomar asiento.


—Queda en sus manos, señor, presentar el asunto a la familia de su sobrina, pues nadie más, aparte de su esposa, debe enterarse de mi participación en esto. —Darcy hizo una pausa y luego se inclinó hacia su anfitrión—. ¿Aceptaría usted recibir a su sobrina y tenerla aquí hasta el día de la boda? Tiene que dar la impresión de que ella sale de su casa para casarse.


—¡Por supuesto! —contestó el señor Gardiner y luego, haciendo una pequeña demostración de indignación, añadió—: ¡Creo que somos lo suficientemente solventes como para organizar al menos una boda!


Dos semanas más tarde, mientras se encontraba de pie en la puerta de la iglesia, Darcy se entretenía pensando que la forma en que la cálida luz de agosto entraba por las vidrieras de la iglesia de St. Clement no podría haber sido más perfecta. Probablemente aquélla sería la única perfección que vería en los próximos minutos y se detuvo para contemplarla un rato y deleitarse en ella, antes de volver a mirar hacia la calle. Los Gardiner se retrasaban. Era algo extraño en los familiares de Elizabeth, a quienes había llegado a estimar durante el curso de aquel enojoso drama, y trató de adivinar, sin temor a confundirse, de quién era la culpa. Suspirando, miró por encima del hombro hacia la puerta que se cerró detrás del novio. El corpulento Tyke Tanner se apoyaba contra el marco con una expresión de amarga resignación, mientras pensaba en todo el tiempo que tendría que esperar hasta que pudiera dar por concluida su misión. Darcy hizo una mueca y se giró de nuevo a mirar hacia la calle. Pensaba en que Gardiner tenía que imponerse y controlar a la muchacha. ¡Cuánto deseaba que todo terminara y pudiera quedar libre y con la conciencia tranquila para regresar a Pemberley! No tenía muy claro que aquel enlace fuera a ser muy satisfactorio. Evidentemente, no podía prever mucha felicidad en la vida de la pareja en cuestión, pero el peso de su deber y la esperanza de restablecer el prestigio de la familia de Elizabeth a los ojos de la sociedad era lo que lo había impulsado a seguir. Pronto concluiría todo lo que su nombre y su fortuna podían rectificar.


Un carruaje dobló la esquina y frenó hasta detenerse ante las escaleras de la iglesia. Tan pronto como bajaron la escalerilla, apareció un caballero con cara de angustia. El señor Gardiner tenía el rostro encendido, pero cuando levantó la vista hacia la puerta y vio a Darcy, no pudo ocultar la sensación de alivio. Después de hacer un gesto de asentimiento, se volvió otra vez hacia el carruaje y levantó la mano para ayudar a bajar a las damas que venían con él. Al instante apareció Lydia con un revuelo de faldas y un sombrero de alas increíblemente anchas. La novia iba seguida por la menuda pero decidida señora Gardiner. El respeto de Darcy por aquella dama había crecido todavía más desde que había sabido que, durante las semanas anteriores, se había esforzado por imprimir en su protegida un poco del decoro que se esperaba de una joven esposa respetable.


El pequeño grupo subió los escalones y el señor Gardiner le tendió la mano a Darcy para saludarlo.


—Señor Gardiner. —Darcy inclinó la cabeza cortésmente y también en señal de respeto—. ¿Cómo está? —Miró fugazmente a la novia—. ¿Están todos bien?


—Señor Darcy —respondió el hombre, jadeando un poco por la subida—. Le ruego que nos disculpe. Un asunto inesperado nos ha retrasado, pero sí, todos estamos bien y listos para proceder. ¿Y por su parte, señor?


—No hay ningún problema. El novio está preparado. ¿Entramos?


—Enseguida —respondió el señor Gardiner—. Quiera Dios que este asunto termine rápidamente y cumplamos con nuestro deber. —El caballero asintió para mostrar que estaba totalmente de acuerdo con los sentimientos del señor Gardiner y se volvió para saludar a su esposa y a la futura novia.


—¿Dónde está Wickham? —interrumpió Lydia Bennet moviendo el ala enorme de su ridículo sombrero, tratando de mirar hacia la iglesia—. ¿Está dentro? ¿No debería estar aquí?


La señora Gardiner levantó la vista alarmada, pero Darcy se apresuró a tranquilizarlas.


—Sí, está aquí. ¿Entramos? —Darcy ayudó a las dos mujeres a cruzar el umbral y se detuvo sólo para ver un rápido gesto de Tyke Tanner, que indicaba que Wickham estaba en su lugar, delante del altar. Darcy se volvió hacia la señora Gardiner—. ¿Puedo acompañarla, señora? —Luego le ofreció el brazo.


—Gracias, señor Darcy. —La señora Gardiner suspiró con gratitud, mientras agarraba el brazo del caballero—. Gracias por todo.


—Es usted muy amable, señora —comenzó a decir, pero su acompañante le dio un golpecito en el brazo.


—No, señor, es usted quien es muy amable, así como muchas otras cosas buenas y admirables. —La señora Gardiner le sonrió de una forma enternecedora, haciéndole ruborizarse. Al mirar hacia delante, la señora Gardiner volvió a suspirar—. Es un día tan hermoso… Lydia, esa chiquilla malcriada, no se lo merece, pero ¡así son las cosas! —Miró a su alrededor—. Si no fuera porque eso le subiría más los humos a mi díscola sobrina, desearía que su familia estuviera aquí, al menos Jane y Elizabeth.


Se colocaron detrás de su marido y Lydia y los siguieron al interior de la iglesia, recorriendo con pasos lentos el pasillo central, que se veía salpicado aquí y allá de manchas de color que se proyectaban desde las vidrieras. Era una hermosa mañana, pensó Darcy, reduciendo todavía más el paso, y con más fervor del que la señora Gardiner se podía imaginar deseó que el anhelo de la tía de Elizabeth pudiera hacerse realidad. ¡Que aquél fuera el día de su boda y llevara a Elizabeth del brazo! La mezcla de placer y dolor que le causó aquel pensamiento lo golpeó con violencia.


Llegaron hasta el altar. La señora Gardiner se soltó del brazo de Darcy y ocupó su lugar detrás de su sobrina, mientras que él se dirigía al suyo, a la derecha de Wickham. La impecable chaqueta azul del novio, cuya tela todavía crujía al ser nueva, le confería una dignidad que éste asumía con aterradora tranquilidad frente al pastor. La novia se sonrojó y le dijo a su tía, en un tono que todo el mundo pudo oír:


—¿No te parece muy apuesto?


—Queridos hermanos… —El sacerdote comenzó la ceremonia. Wickham echó los hombros hacia atrás. Darcy miró directamente al frente, por temor a que la descarga de sabiduría de las palabras que el ministro estaba recitando y que irrumpían como cañonazos en medio de aquella charada en la que estaba participando hiciera que su rostro revelara sus verdaderos pensamientos. Milagrosamente, en pocos minutos todo estuvo concluido. Darcy se inclinó para firmar como testigo en el registro, mientras la señora Gardiner abrazaba a su sobrina y estrechaba ligeramente la mano de su nuevo sobrino. El señor Gardiner estampó un rápido beso sobre la frente de la novia.


—Bueno —dijo el señor Gardiner, ignorando el ademán que hizo Wickham para estrechar su mano—, creo que todo está preparado en casa. ¿Querrá usted acompañarnos al desayuno nupcial, señor? —le dijo al pastor, que declinó la oferta con cortesía. Luego se volvió hacia Darcy—. Sé que usted debe marcharse y no nos acompañará, pero espero que venga a cenar mañana, cuando estos dos se hayan ido. —Le tendió la mano, que Darcy estrechó con firmeza para testimoniar el aprecio que sentía por él—. Es usted un gran hombre, señor Darcy. Es un honor. —El señor Gardiner se inclinó y, llamando a su esposa para que lo acompañara, bajó las escaleras hasta el carruaje que los esperaba.


—Darcy —le dijo Wickham.


—Wickham… Señora Wickham —respondió Darcy. La señora Wickham hizo una reverencia y se rió.


—¿Cuándo…? —preguntó Wickham, acercándose un poco.


—Tan pronto como llegue a casa, todo se pondrá en marcha —murmuró—. Atiende a tu esposa y todo irá bien.


—¡Por supuesto! —Wickham retrocedió y agarró la mano de su flamante esposa—. Ella significa mucho para mí, ¿no? —Se oyó otra cascada de risitas.


—Señora Wickham. —Deseando marcharse ya de allí, Darcy hizo una rápida inclinación a la novia y bajó las escaleras hacia su carruaje.


—A casa —le indicó al conductor.


—Sí, señor —respondió su cochero, tomando las riendas. El mozo recogió la escalerilla y cerró la puerta, y Darcy perdió de vista a la pareja de recién casados. Arrojó el sombrero sobre el asiento, cerró los ojos y se estiró, liberando la tensión de sus músculos. ¡Ah, era estupendo estar de nuevo en su propio carruaje! Viajar de manera anónima en ruidosos coches de alquiler había sido emocionante, pero ya había terminado; y se alegraba de que así fuera. Prefería dejar ese tipo de intriga a otros que, por naturaleza, la disfrutaban. Debía salir para Pemberley lo más pronto posible… lo más pronto posible. Se relajó, deleitándose con aquel pensamiento. Pemberley. ¡Necesitaba estar en casa!

Continuará...

8 comentarios:

TheVillageInRed dijo...

Me encantaron estas novelas, la verdad que son de las pocas que me parece que merezcan la pena de las "continuaciones" de nuestra querida Jane.

Un besazo!!

Unknown dijo...

Querida Lady Darcy, pase por su blog ansiosa, esperando leer este nuevo capitulo y que por cierto, acabo de devorar, le doy las gracias por el mismo, por el gran esfuerzo que ha producido en usted el haberlo subido.
Deseo de todo corazón que usted se encuentre bien.
Que Dios la Bendiga!!

Daniela dijo...

Gracias Lady Darcy por el nuevo capítulo, y por avisarnos, el truco funciona, al principio creí que el cap. estaba incompleto pero ya en la página principal pude leerlo entero. Me encantó como Darcy negocia con el ambicioso de Wickham y supo bien por donde atacar. Espero ansiosa el siguiente, saludos.

J.P. Alexander dijo...

Ay genial capitulo un beso lady cuídate mucho mi niña.

Eliane dijo...

Rocely: Espero que estés bien de salud y ánimo. Un gran abrazo

MariCari dijo...

Así debió ocurrir la ceremonia, desde luego que sí... anodina y tonta, como la niña que la realizaba... je, je... Mil gracias por traer aquí este brillante capítulo... una vez más!!
Bss... amiga...

takemi dijo...

Muchisimas gracias por compartir todos estos capítulos maravillosos...no hay nada mejor que leer y sumergirse en la lectura de tal manera q pareciese que estas alli y haces parte de ella...Esperaré con mucho agrado los capítulos a seguir sin omitir lo facinada que he quedado con todo lo que he leido hasta ahora...por lo que he leido el esfuerzo para poder publicarlos a total cabalidad ha sido grande pero jamas infructuoso, todo lo contrario espero q sepas Lady Darcy que ha valido completamente la pena...de nuevo gracias por darme esta oportunidad de involucrarme en este mundo justo cuando mas lo necesitaba

Fernando García Pañeda dijo...

Cuando el propósito y el fin concuerdan, cuando afectan a la voluntad de manera inexorable, inteligencia y talento se unen para conseguir los más altos y más difíciles objetivos. En las situaciones arduas y escabrosas es donde se miden las verdaderas cualidades de una persona. Algunos quieren y no pueden; otros, si quieren, pueden.
Al final, resultará que no es tan torpe como parecía este Darcy ;))
En todo caso, hay otras situaciones más difíciles de superar por un caballero (o que pretenda serlo), aunque a priori puedan parecer más sencillas.
¡Necesitaba estar en casa!. Como en esta acogedora casita azul.
Por siempre, mi Señora.