Una novela de Pamela Aidan
Capítulo XIII
Las heridas de un amigo
—¡Señor Darcy! —exclamó Witcher bastante sorprendido cuando abrió la enorme puerta principal de Erewile House para dejar entrar a su patrón y sus dos acompañantes, varias horas antes de lo esperado.
—Brandy en la biblioteca, si es usted tan amable, Witcher. —Darcy depositó rápidamente el abrigo y las otras cosas en las manos del criado del primer piso y les hizo señas a sus amigos para que hicieran lo mismo—. Y pídale al personal de la cocina que esté levantado que nos prepare algo de cenar.
—Yo no quiero nada, Darcy —interrumpió Bingley—. He comido tantos condenados bizcochos como para tumbar un caballo mientras estaba entreteniendo a la señorita Cecil. O tratando de hacerlo —añadió en voz baja.
—¡Muy bien! ¡Adelante, caballeros! —Darcy señaló las escaleras hacia la biblioteca y luego tomó la delantera. Una vez allí, sus amigos se sentaron en los cómodos sillones en espera de las bandejas que habían ordenado. Un denso silencio invadió el aire, mientras Darcy se agachaba para atizar el fuego de la chimenea.
—Bueno —dijo Bingley rompiendo el silencio, impulsado por una creciente curiosidad—, ¿alguien me va a contar qué ha ocurrido para que muchos de los invitados a la velada salieran precipitadamente a la calle? —Se dirigió a Brougham—. Apelo a usted, señor, pues Darcy no va a soltar palabra.
Brougham miró a su anfitrión, con las cejas enarcadas con aire interrogante.
—De todas formas lo va a leer mañana en las páginas dedicadas a la crónica escandalosa, Fitz.
—Cierto, pero esperemos que hayamos salido a tiempo.
—¿A tiempo para qué? ¿De qué escándalo están hablando? —preguntó Bingley mirándolos a ambos—. ¡Exijo saber!
—A tiempo, mi querido señor Bingley, para evitar que sus iniciales aparezcan impresas en el periódico, como participante en la bacanal de la que acabamos de salir —le informó secamente Brougham—. Sobre usted, señor, no tengo duda, pero sobre Fitz… Bueno —suspiró dramáticamente—, es poco probable que él se escape de que lo mencionen. ¡No después de haber humillado a Brummell! ¡Oh, no, creo que no!
Darcy respondió a la risita de Dy con una mirada fulminante, pero al final su actitud cambió.
—¡Brummell! ¡Se me había olvidado! ¡La maldita corbata! —Se desplomó en una silla y se masajeó las sienes.
—¿Darcy derrotó a Beau Brummell? —Bingley se incorporó en su silla y miró a los dos hombres, tratando de detectar si le estaban tomando el pelo.
—¡Llegó, vio y venció! ¡Acobardó de tal manera a ese petimetre que tuvo que retirar la esfinge! A propósito, Fitz, ¿cuándo le vas a dar la noticia a Fletcher? —La mirada asesina de Darcy y la reservada incredulidad de Bingley animaron a Brougham a seguir con sus burlas, que sólo cesaron cuando se oyó un golpecito en la puerta.
—¡Adelante! —gruñó Darcy, y enseguida varias bandejas de comida pasaron humeando desde la puerta hasta las mesas. Mientras los criados salían en silencio, Darcy se levantó para servir otra ronda y les pasó los vasos a sus amigos—. Propondría un brindis, si se me ocurriera alguno —murmuró—, pero en este momento…
—Por la amistad —interrumpió Brougham con voz baja pero firme. Darcy lo examinó durante varios segundos; Brougham le respondió con una mirada intensa y cálida. Ante semejante envite, no pasó mucho tiempo antes de que una reticente sonrisa comenzara a esbozarse en las comisuras de su boca.
—¡Por la amistad, entonces! —respondió Darcy, levantando su vaso. Brougham hizo lo mismo con el suyo y Bingley se unió alegremente, pronunciando el mismo voto. Después de beberse el licor con una carcajada, los tres se concentraron en los manjares que habían traído los criados de Darcy y se acomodaron en los cojines ante el fuego.
Mientras Dy entretenía a Bingley haciendo un repaso a los sucesos de la velada, relatados con mucha más gracia de la que él recordaba haber experimentado, Darcy observaba atentamente a Charles. Nada había salido bien. De hecho, había resultado casi un desastre y no podía evitar fruncir el ceño al pensar en lo que escribirían los periódicos del día siguiente. Ante el relato de Brougham, Charles se mostró divertido y asombrado, pero Darcy percibió un fondo de tristeza en la actitud de su amigo. Cuando respondió a las preguntas de Dy acerca de la señorita Cecil, Darcy sintió que su inquietud se confirmaba al oír que Charles comparaba a la dama de manera desfavorable con la que había conocido hacía poco en Hertfordshire.
—¡Hertfordshire! Darcy ya me ha contado. ¿Va usted a hacer una oferta?
—¡Dy! —protestó Darcy.
—Por la propiedad. Hacer una oferta por la propiedad. —Brougham lo miró con severidad y luego volvió a fijar su atención en Bingley.
—Lo había estado considerando —contestó Bingley, sin darse cuenta del intercambio de miradas entre los otros dos— y ya casi había llegado a una decisión. Pero ahora no estoy seguro. Darcy me aconseja que me tome un tiempo y busque más.
—Ése es, en general, un excelente consejo; pero puede haber otras consideraciones.
—Sí —contestó Bingley, demasiado rápido para el gusto de Darcy—. Pensé que las podía haber, pero Darcy… bueno, puedo estar equivocado.
—Ya veo… —Brougham dejó la idea en el aire—. Antes de saltar obstáculos, es bastante sano estar seguro del terreno que se pisa. ¿Te hablé de Sansón, Fitz? —Brougham se recostó en la silla—. ¡Lo perdí en Melton, pobre animal!
—¡No! —Darcy respondió de manera emotiva al dolor que revelaba la voz de su amigo. Ante la pregunta de Bingley, explicó—: El caballo favorito de Brougham e hijo del mismo semental que mi Nelson. ¿Qué sucedió, Dy?
—Un accidente estúpido, en realidad. He estado en Melton en innumerables ocasiones, lo conozco como la palma de mi mano; excepto que este año uno de los propietarios locales no permitió que incluyeran sus campos en el recorrido de la partida de caza. Llegué demasiado tarde para echarle un vistazo a los nuevos campos y, por ciertas consideraciones que no mencionaré, me uní precipitadamente a la contienda. —Hizo una pausa para darle un sorbo a su brandy y miró solemnemente a Bingley—. Había un seto, ¿sabe? Más alto de lo que yo había intentado saltar y desconocido para mí, con una zanja al otro lado tan ancha como la distancia hasta la China. Sansón se enfrentó al seto como un héroe, pero la zanja nos pilló a los dos por sorpresa. Los dos caímos estrepitosamente, pero Sansón recibió la mayor parte del impacto, permitiéndome a mí salir rodando sólo con un tobillo torcido y un hombro dislocado. Siempre me había reído de la formalidad de Melton: la pistola en la alforja, el disparo y todo eso. Pero, ¿sabéis? Ese día me alegró. Condenarlo a horas de ese dolor mientras yo me arrastraba hasta encontrar un granjero… y todo a causa de mi locura… —Brougham se detuvo de pronto y miró hacia el líquido color ámbar de su vaso antes de beberse un trago—. Estad seguros del terreno que pisáis, amigos míos, muy seguros.
El chisporroteo del fuego en la chimenea fue lo único que perturbó el silencio que siguió al relato de Brougham. Con disimulo, Darcy observó la reacción de Bingley ante la historia de Dy y se sintió complacido de ver la actitud pensativa que adoptaba. Entonces volvió a mirar a Brougham y asintió con la cabeza en señal de agradecimiento por su ayuda.
Dy le hizo un gesto casi imperceptible con los hombros, acompañado de una sonrisa tensa y rápida, y luego se puso de pie.
—Caballeros, ahora debo desearles buenas noches. Ésta ha sido una velada memorable, por no decir reveladora. Creo que es suficiente mencionar que hemos visto algunas personas más de las que nos habíamos propuesto. —Unos gruñidos lo interrumpieron, pero él continuó—: Y hemos estado expuestos —añadió mientras se oían más gruñidos— a nuevas experiencias. —Bingley se rió por el juego de palabras. Brougham le tendió la mano—. ¡Señor Bingley, encantado!
—¡El placer es todo mío, lord Brougham! —Charles le estrechó la mano y se inclinó, visiblemente complacido por haber entrado en el círculo de Brougham.
—Fitz —le dijo Brougham a Darcy, volviéndose hacia él—, dudo que te vea nuevamente antes de que salgas para Pemberley. ¿Le darás mis recuerdos a Georgiana?
—¡Por supuesto!
—¡Bien! Envíame una nota cuando regreses a la ciudad, o tendré que tratar de sobornar otra vez a Witcher, lo que no me hará mucho bien. ¡Ah! Y felicita a Fletcher de mi parte, por favor. ¿Se le subirán mucho los humos si le mando una muestra de mi estimación? Recordaré durante muchos días la expresión de Brummell.
—¡Estoy tentado de ponerlo en tus manos por completo! Charles —le dijo Darcy a Bingley—, discúlpame un momento mientras acompaño a Brougham a la puerta. —Ante el gesto de asentimiento de Bingley, Darcy escoltó a su amigo hasta el corredor, deteniéndose para asegurarse de que la puerta de la biblioteca quedara bien cerrada. Con un gesto, acompañó a Brougham hasta la escalera.
—Brandy en la biblioteca, si es usted tan amable, Witcher. —Darcy depositó rápidamente el abrigo y las otras cosas en las manos del criado del primer piso y les hizo señas a sus amigos para que hicieran lo mismo—. Y pídale al personal de la cocina que esté levantado que nos prepare algo de cenar.
—Yo no quiero nada, Darcy —interrumpió Bingley—. He comido tantos condenados bizcochos como para tumbar un caballo mientras estaba entreteniendo a la señorita Cecil. O tratando de hacerlo —añadió en voz baja.
—¡Muy bien! ¡Adelante, caballeros! —Darcy señaló las escaleras hacia la biblioteca y luego tomó la delantera. Una vez allí, sus amigos se sentaron en los cómodos sillones en espera de las bandejas que habían ordenado. Un denso silencio invadió el aire, mientras Darcy se agachaba para atizar el fuego de la chimenea.
—Bueno —dijo Bingley rompiendo el silencio, impulsado por una creciente curiosidad—, ¿alguien me va a contar qué ha ocurrido para que muchos de los invitados a la velada salieran precipitadamente a la calle? —Se dirigió a Brougham—. Apelo a usted, señor, pues Darcy no va a soltar palabra.
Brougham miró a su anfitrión, con las cejas enarcadas con aire interrogante.
—De todas formas lo va a leer mañana en las páginas dedicadas a la crónica escandalosa, Fitz.
—Cierto, pero esperemos que hayamos salido a tiempo.
—¿A tiempo para qué? ¿De qué escándalo están hablando? —preguntó Bingley mirándolos a ambos—. ¡Exijo saber!
—A tiempo, mi querido señor Bingley, para evitar que sus iniciales aparezcan impresas en el periódico, como participante en la bacanal de la que acabamos de salir —le informó secamente Brougham—. Sobre usted, señor, no tengo duda, pero sobre Fitz… Bueno —suspiró dramáticamente—, es poco probable que él se escape de que lo mencionen. ¡No después de haber humillado a Brummell! ¡Oh, no, creo que no!
Darcy respondió a la risita de Dy con una mirada fulminante, pero al final su actitud cambió.
—¡Brummell! ¡Se me había olvidado! ¡La maldita corbata! —Se desplomó en una silla y se masajeó las sienes.
—¿Darcy derrotó a Beau Brummell? —Bingley se incorporó en su silla y miró a los dos hombres, tratando de detectar si le estaban tomando el pelo.
—¡Llegó, vio y venció! ¡Acobardó de tal manera a ese petimetre que tuvo que retirar la esfinge! A propósito, Fitz, ¿cuándo le vas a dar la noticia a Fletcher? —La mirada asesina de Darcy y la reservada incredulidad de Bingley animaron a Brougham a seguir con sus burlas, que sólo cesaron cuando se oyó un golpecito en la puerta.
—¡Adelante! —gruñó Darcy, y enseguida varias bandejas de comida pasaron humeando desde la puerta hasta las mesas. Mientras los criados salían en silencio, Darcy se levantó para servir otra ronda y les pasó los vasos a sus amigos—. Propondría un brindis, si se me ocurriera alguno —murmuró—, pero en este momento…
—Por la amistad —interrumpió Brougham con voz baja pero firme. Darcy lo examinó durante varios segundos; Brougham le respondió con una mirada intensa y cálida. Ante semejante envite, no pasó mucho tiempo antes de que una reticente sonrisa comenzara a esbozarse en las comisuras de su boca.
—¡Por la amistad, entonces! —respondió Darcy, levantando su vaso. Brougham hizo lo mismo con el suyo y Bingley se unió alegremente, pronunciando el mismo voto. Después de beberse el licor con una carcajada, los tres se concentraron en los manjares que habían traído los criados de Darcy y se acomodaron en los cojines ante el fuego.
Mientras Dy entretenía a Bingley haciendo un repaso a los sucesos de la velada, relatados con mucha más gracia de la que él recordaba haber experimentado, Darcy observaba atentamente a Charles. Nada había salido bien. De hecho, había resultado casi un desastre y no podía evitar fruncir el ceño al pensar en lo que escribirían los periódicos del día siguiente. Ante el relato de Brougham, Charles se mostró divertido y asombrado, pero Darcy percibió un fondo de tristeza en la actitud de su amigo. Cuando respondió a las preguntas de Dy acerca de la señorita Cecil, Darcy sintió que su inquietud se confirmaba al oír que Charles comparaba a la dama de manera desfavorable con la que había conocido hacía poco en Hertfordshire.
—¡Hertfordshire! Darcy ya me ha contado. ¿Va usted a hacer una oferta?
—¡Dy! —protestó Darcy.
—Por la propiedad. Hacer una oferta por la propiedad. —Brougham lo miró con severidad y luego volvió a fijar su atención en Bingley.
—Lo había estado considerando —contestó Bingley, sin darse cuenta del intercambio de miradas entre los otros dos— y ya casi había llegado a una decisión. Pero ahora no estoy seguro. Darcy me aconseja que me tome un tiempo y busque más.
—Ése es, en general, un excelente consejo; pero puede haber otras consideraciones.
—Sí —contestó Bingley, demasiado rápido para el gusto de Darcy—. Pensé que las podía haber, pero Darcy… bueno, puedo estar equivocado.
—Ya veo… —Brougham dejó la idea en el aire—. Antes de saltar obstáculos, es bastante sano estar seguro del terreno que se pisa. ¿Te hablé de Sansón, Fitz? —Brougham se recostó en la silla—. ¡Lo perdí en Melton, pobre animal!
—¡No! —Darcy respondió de manera emotiva al dolor que revelaba la voz de su amigo. Ante la pregunta de Bingley, explicó—: El caballo favorito de Brougham e hijo del mismo semental que mi Nelson. ¿Qué sucedió, Dy?
—Un accidente estúpido, en realidad. He estado en Melton en innumerables ocasiones, lo conozco como la palma de mi mano; excepto que este año uno de los propietarios locales no permitió que incluyeran sus campos en el recorrido de la partida de caza. Llegué demasiado tarde para echarle un vistazo a los nuevos campos y, por ciertas consideraciones que no mencionaré, me uní precipitadamente a la contienda. —Hizo una pausa para darle un sorbo a su brandy y miró solemnemente a Bingley—. Había un seto, ¿sabe? Más alto de lo que yo había intentado saltar y desconocido para mí, con una zanja al otro lado tan ancha como la distancia hasta la China. Sansón se enfrentó al seto como un héroe, pero la zanja nos pilló a los dos por sorpresa. Los dos caímos estrepitosamente, pero Sansón recibió la mayor parte del impacto, permitiéndome a mí salir rodando sólo con un tobillo torcido y un hombro dislocado. Siempre me había reído de la formalidad de Melton: la pistola en la alforja, el disparo y todo eso. Pero, ¿sabéis? Ese día me alegró. Condenarlo a horas de ese dolor mientras yo me arrastraba hasta encontrar un granjero… y todo a causa de mi locura… —Brougham se detuvo de pronto y miró hacia el líquido color ámbar de su vaso antes de beberse un trago—. Estad seguros del terreno que pisáis, amigos míos, muy seguros.
El chisporroteo del fuego en la chimenea fue lo único que perturbó el silencio que siguió al relato de Brougham. Con disimulo, Darcy observó la reacción de Bingley ante la historia de Dy y se sintió complacido de ver la actitud pensativa que adoptaba. Entonces volvió a mirar a Brougham y asintió con la cabeza en señal de agradecimiento por su ayuda.
Dy le hizo un gesto casi imperceptible con los hombros, acompañado de una sonrisa tensa y rápida, y luego se puso de pie.
—Caballeros, ahora debo desearles buenas noches. Ésta ha sido una velada memorable, por no decir reveladora. Creo que es suficiente mencionar que hemos visto algunas personas más de las que nos habíamos propuesto. —Unos gruñidos lo interrumpieron, pero él continuó—: Y hemos estado expuestos —añadió mientras se oían más gruñidos— a nuevas experiencias. —Bingley se rió por el juego de palabras. Brougham le tendió la mano—. ¡Señor Bingley, encantado!
—¡El placer es todo mío, lord Brougham! —Charles le estrechó la mano y se inclinó, visiblemente complacido por haber entrado en el círculo de Brougham.
—Fitz —le dijo Brougham a Darcy, volviéndose hacia él—, dudo que te vea nuevamente antes de que salgas para Pemberley. ¿Le darás mis recuerdos a Georgiana?
—¡Por supuesto!
—¡Bien! Envíame una nota cuando regreses a la ciudad, o tendré que tratar de sobornar otra vez a Witcher, lo que no me hará mucho bien. ¡Ah! Y felicita a Fletcher de mi parte, por favor. ¿Se le subirán mucho los humos si le mando una muestra de mi estimación? Recordaré durante muchos días la expresión de Brummell.
—¡Estoy tentado de ponerlo en tus manos por completo! Charles —le dijo Darcy a Bingley—, discúlpame un momento mientras acompaño a Brougham a la puerta. —Ante el gesto de asentimiento de Bingley, Darcy escoltó a su amigo hasta el corredor, deteniéndose para asegurarse de que la puerta de la biblioteca quedara bien cerrada. Con un gesto, acompañó a Brougham hasta la escalera.
—Dy —dijo, poniendo una mano sobre el brazo de Brougham—, mis sinceras condolencias por Sansón; era un magnífico animal.
—Sí, lo era, ¿verdad? —Brougham suspiró mientras bajaban las escaleras—. Como dije, «un héroe». Pude haber sido yo el que se rompiera el cuello. ¿Alguna posibilidad de que Nelson tenga descendencia?
—Lo intentaré, te lo prometo. —Darcy miró alrededor, y al ver que no había ningún criado, continuó—: Pero, en realidad, quería acompañarte para darte las gracias. Creo que tu historia le ha dado un poco de sosiego a Bingley.
—¿De verdad lo crees? —Llegaron al vestíbulo, donde Witcher y un lacayo se apresuraron a entregar a Brougham sus pertenencias—. ¡Qué interesante!
—¿Por qué? ¿A qué te refieres?
Brougham se puso el abrigo y se ajustó el sombrero con aire indiferente.
—¡Porque la historia era para ti! Hay más cosas sobre Hertfordshire que no me has dicho, viejo amigo. Sé que quieres hacerle un favor a Bingley en este asunto, y es posible que él lo necesite, pero ten cuidado, Fitz. Asegúrate del terreno que pisas y revisa cuidadosamente la naturaleza de tu interés. —Brougham le dio una palmada en el hombro—. ¡Buenas noches y feliz Navidad! Witcher —dijo y le dirigió una sonrisa al viejo mayordomo—, mis recuerdos para su querida esposa y feliz Navidad para usted también.
—Gracias, señor, y feliz Navidad, señor.
Mientras Witcher cerraba la puerta tras Brougham, Darcy volvió a subir las escaleras hasta la biblioteca, distraído, pensando en el comentario de despedida de Dy.
—Darcy. —La súbita aparición de Bingley entre las sombras interrumpió sus pensamientos—. Se está haciendo tarde. Creo que yo también debo marcharme. —Darcy dio media vuelta y los dos bajaron las escaleras—. ¡Vaya velada!
—¡Estoy de acuerdo, y es una velada que no pretendo repetir nunca! —comentó Darcy—. En el futuro, me arriesgaré a ir a Drury Lane para oír a la Catalani.
—Ah, es cierto, ¡nunca llegamos a oír a la diva! Pero, de verdad, Darcy, nunca había visto tanta opulencia y elegancia en mi vida. Todo estaba a la moda y era de un gusto exquisito. Y aunque había algunos a quienes no dudaría en catalogar de demasiado petulantes, muchos invitados me parecieron bastante amables. ¡Y Brummell, Darcy! ¡Pensar que le has hecho sombra!
—Sí, bueno, cuanto menos se hable sobre eso, mejor.
—Como dijo lord Brougham, ¡eso es poco probable! Él es un gran cazador, ¿no es así? Tanta humildad. —Llegaron abajo y Bingley recogió sus cosas de las manos del criado—. ¡Qué pena lo de su caballo! Lo hace a uno pensar, ¿no es así?
Darcy miró fijamente a Bingley, que adoptó una actitud solemne.
—¿Estar seguro del terreno que pisas antes de saltar la cerca?
—Sí… eso. —Bingley respiró profundamente—. Estoy comenzando a ver la sabiduría de tu consejo. Me estaba apresurando a saltar la cerca, sin estar seguro del terreno e ignorando la advertencia de un amigo —confesó—. Debo pensar racionalmente acerca de la señorita Bennet, tal como me has aconsejado.
Darcy trató de ocultar la euforia que le produjeron las palabras de Bingley.
—Eso es todo lo que te pido, Charles —respondió en voz baja—. Estoy seguro de que después de hacer una reflexión juiciosa sobre el asunto, encontrarás una respuesta satisfactoria. —A pesar de la débil sonrisa con la que Bingley le respondió y la tristeza que volvió a cubrir sus ojos, Darcy se permitió pensar que su campaña se acercaba a un final victorioso. Si la señorita Bingley podía añadir a su consejo un testimonio lo suficientemente desinteresado que corroborara la indiferencia de la señorita Bennet, el asunto estaría resuelto, estaba seguro. Debía enviar una nota de inmediato.
—Buenas noches, Darcy. ¿Cenamos en Grenier's el domingo?
—Que sea el lunes, después de que me enfrente a Lawrence en su caverna, y allí estaré.
—¡Lawrence!
—Sí, estoy tratando de que haga un retrato de Georgiana cuando la traiga conmigo después de Navidad. A la mañana siguiente, espero partir para Pemberley.
—Entonces, será el lunes. Buenas noches otra vez, Darcy. Señor Witcher.
Darcy esperó hasta que Bingley se subiera al coche que le habían pedido y el cochero arreara al caballo, antes de cerrar la puerta.
—¿Eso será todo por hoy, señor Darcy? —preguntó Witcher, sacándolo de sus reflexiones.
—Sí, Witcher. Mande a los criados a descansar y tenga el desayuno listo a las diez, supongo.
—Muy bien, señor. ¿Llamo a Fletcher?
—Sí, por favor. Y Witcher —detuvo al mayordomo cuando estaba tomando la cuerda de la campana—, tengo que enviar una nota mañana temprano. No se necesita contestación.
—Sí, señor. —Witcher tiró de la cuerda y Darcy volvió a subir las escaleras para ultimar dos cosas. La primera era una nota para la señorita Bingley; la segunda sería una confrontación con su ahora famoso ayuda de cámara. Cuando Darcy llegó finalmente a su habitación, encontró su ropa de dormir cuidadosamente puesta sobre la cama, una jarra con agua caliente y otra con agua fría listas y sus artículos de tocador organizados sobre el lavabo. Ya habían desaparecido todas las prendas de ropa que había visto desplegadas para su inspección aquella noche. Incómodo por la meticulosa estrategia de Fletcher, Darcy cerró la puerta de la habitación con fuerza y se dirigió rápidamente hasta el centro de la estancia, con las manos en la espalda y tratando de adoptar una mirada severa. La puerta del vestidor se abrió casi antes de que él estuviera listo.
—Señor D…
—¡Fletcher, quiero hablar un momento con usted!
Al oír el tono de Darcy, Fletcher primero abrió los ojos y luego bajó la mirada.
—Sí, señor Darcy.
—Recuerdo con claridad haberle advertido que no quería competir con el señor Brummell ni llamar excesivamente la atención de nadie. —La indignación de Darcy volvió a encenderse y se entusiasmó con el tema—. Creo que esas fueron mis instrucciones precisas, ¿no es así?
—Sí, señor.
—Pues, señor Fletcher, usted me ha fallado en los dos aspectos.
Fletcher levantó la cabeza, y por su rostro cruzaron sucesivamente expresiones de culpa, incertidumbre y prudencia.
—¿De verdad, señor?
—¡Dolorosamente cierto, Fletcher! Usted me ha convertido en «el espejo de la moda y el ejemplo de la elegancia», y ¡ciertamente no se lo agradezco! Sucede que me habría gustado pasar inadvertido en Melbourne House esta noche; pero gracias a esta maldita corbata, no tuve oportunidad de hacerlo. Y ahora me encuentro en la posición más desagradable. —Comenzó a pasearse por la habitación—. «Medida por medida» dijo usted. ¡Pero yo no me imaginé que se refiriera a Brummell! ¿Sabía usted que él conoce su nombre con exactitud?
—Había oído rumores… —Fletcher se puso pálido como el papel, pero Darcy no supo si debido a la culpa o a la sorpresa.
—¡Rumores! ¡Me sorprende que no tengan comunicación directa! ¡Había apuestas, Fletcher, apuestas! —Darcy se detuvo sólo a un paso de su ayuda de cámara, cuyos ojos estaban nuevamente fijos en el suelo—. ¡No lo voy a tolerar, Fletcher, en absoluto! Si usted desea ser el ayuda de cámara de un dandi, tiene mi permiso para buscar a alguien que disfrute arreglándose para la sociedad. Pero si va a continuar a mi servicio, se contentará con mis sencillos requerimientos. —Dio media vuelta, se sentó frente al tocador y gruñó—: Ahora, deshaga este infernal nudo.
—Sí, señor Darcy. —Fletcher se acercó con cuidado y comenzó a deshacer el intricado nudo con dedos expertos—. ¿Señor Darcy? —preguntó después de aflojar la corbata.
—¿Sí, Fletcher?
—Si me permite, señor… ¿Exactamente hasta qué punto fue grave mi falta esta noche, señor?
Darcy le lanzó una mirada cautelosa. La angustia y el orgullo libraban una batalla abierta en una actitud que solía ser impenetrable para él. El excelente control de Fletcher estaba a punto de desaparecer, y dada la relación tan íntima que tenía con aquel hombre, Darcy tuvo que pensar cuál sería la razón. Daba por descontado el hecho de que había tenido éxito al intimidar a Fletcher. Así que no, la respuesta no estaba en la angustia por la amonestación; entonces había que considerar el orgullo. Darcy se aclaró la garganta.
—La esfinge se ha retirado.
Las manos de Fletcher temblaron.
—¡Así de grave, señor! —Fletcher también carraspeó—. Por favor permítame ofrecerle mis más sinceras excusas y rogarle que «no reflexione con excesivo detalle» sobre el asunto. —La afrentosa corbata yacía ahora amontonada sobre el tocador.
—Mmm —resopló Darcy y miró al ayuda de cámara con el rabillo del ojo. Tenía razón, Fletcher había sucumbido al canto de sirena de su arte, y al humillar al celebrado árbitro de la moda había alcanzado de manera incuestionable la cima de su profesión. Darcy sintió una oleada de comprensión y simpatía por el orgullo que sentía Fletcher por el éxito de su arte, pero ésta fue rápidamente temperada al recordar que ese éxito se había obtenido a su costa, sin contar con su aprobación y sin que él ni siquiera lo supiera. Fletcher parecía estar realmente arrepentido y la inconveniencia de conseguir un nuevo ayuda de cámara… Darcy negó con la cabeza. El hombre estaba con él desde que había vuelto de la universidad y no se podía imaginar enseñándole a un nuevo ayuda de cámara todas esas preferencias que Fletcher comprendía tan bien. Lo apropiado en ese momento parecía ser mantener la mano firme y, tal vez, ofrecerle una zanahoria.
—Supongo que «debe entregarse al olvido lo que no tiene remedio. Lo hecho, hecho está». Pero, Fletcher, no me vuelva a hacer esta clase de truco nunca más. «Más sustancia y menos retórica». ¿Entiende usted?
—Sí, señor. —El alivio en la voz y la actitud de Fletcher fue palpable.
—No crea que el asunto está totalmente terminado —continuó diciendo Darcy, levantándose para que Fletcher lo ayudara a quitarse la levita—. Hasta que algún personaje supere su roquet, estaré obligado a aguantar a innumerables idiotas que querrán saber cómo se hace. ¡Gracias a Dios me marcharé pronto a Pemberley!
—«La naturaleza de la clemencia es que no sea for…». —El ayuda de cámara comenzó a citar otra vez a Shakespeare con sinceridad.
—Sí, bueno, le ruego que no permita que este triunfo suyo y la notoriedad que conlleva interfieran en sus deberes o los del resto de la servidumbre.
—No, señor —contestó el ayuda de cámara. El chaleco con hilos color zafiro se deslizó por los hombros de Darcy, y cuando éste se volvió a mirar a Fletcher mientras doblaba cuidadosamente su ropa, preparándose para abandonar la habitación, vio con claridad que la ecuanimidad del hombre había sufrido un desequilibrio esta noche. Todo el mes había sido demasiado perturbador para los dos.
—Fletcher —dijo Darcy, cuando su ayuda de cámara avanzaba hacia la puerta—, lord Brougham me pidió que le transmitiera sus felicitaciones.
—¿En serio, señor? Lord Brougham es muy amable.
—Quería que usted supiera que recordará durante varios días la expresión de la cara de Brummell mientras contemplaba su derrota a manos suyas. Y, Fletcher —concluyó—, reciba también mis felicitaciones.
—¡Gracias, señor Darcy! —Fletcher hizo una pronunciada reverencia.
Se desearon buenas noches mutuamente y Darcy dio media vuelta para prepararse para dormir, mientras rogaba con devoción para que su tarea de disuadir a Bingley estuviese a punto de finalizar y nada se interpusiera en el camino de una pronta partida hacia Pemberley. Tanto él como Fletcher podrían recuperar el equilibrio allí. Todo volvería a la normalidad.
Darcy sacudió las páginas del Morning Post y volvió a doblar metódicamente el periódico antes de dar un último bocado a su tostada con mantequilla y finalizar su taza de café. Las noticias que se había perdido mientras estaba en Hertfordshire eran alarmantes y perturbadoras, los últimos disturbios públicos habían desplazado de las primeras páginas del Post los informes sobre el escándalo de Melbourne House y lo hacían desear con mayor intensidad la finalización de sus asuntos, para abandonar Londres y marcharse a Pemberley lo antes posible. Consultó su reloj de bolsillo; todavía faltaban tres cuartos de hora para que su agente de negocios se presentara en la biblioteca. Suspiró mientras devolvía el reloj a su lugar, pensando que la alarma por el levantamiento de los tejedores de las Midlands no era, ciertamente, la única razón de su inquietud por su situación en Londres; claro que tenía razones más personales.
Empujó la silla hacia atrás, se levantó y se dirigió a la ventana para mirar el césped de Grosvenor Square, blanco ahora por la nieve. Los árboles del parque parecían oscuros centinelas contra la blancura, excepto por las ramas más altas, cuyos dedos fibrosos estaban delicadamente cubiertos de hielo y brillaban con el sol de la mañana. Darcy respiró hondo y dejó salir el aire lentamente, llenando de vapor uno de los helados cristales de la ventana, que enseguida se cubrió de hielo. Pasó el dedo por el hielo e hizo el dibujo de un pequeño Punch. ¿Cuántos años hacía que no le dibujaba a Georgiana figuras sobre el hielo? ¿Diez? Estaba seguro de que eran al menos diez.
Cerró el puño y con el dorso de la mano borró el payaso, mientras terminaba de revisar los resultados de su campaña hasta ahora. No, las cosas que lo ataban a Londres le dolían intensamente, pero sin importar la forma en que analizara el problema, estaba atrapado entre sus promesas a la señorita Bingley y su propia preocupación por su amigo. Estaba obligado a concluir el plan.
La reunión con su agente de negocios resultó ser, afortunadamente, muy corta, y Darcy quedó por fin libre para dedicarse a la única actividad de esa corta visita a la ciudad que había anhelado con placer: elegir los regalos de Navidad para su hermana. Mientras James y Harry, bien envueltos en abrigos y bufandas, discutían en el pescante sobre la mejor ruta hacia Piccadilly, dada la nevada que había caído aquella mañana temprano, el caballero dedicó su atención a pensar en las próximas fiestas y todas las responsabilidades que le esperaban. Tanto el señor Witcher en Londres como el señor Reynolds en Pemberley habían recibido dinero para comprarles regalos a los sirvientes que tenían a su cargo. Hinchcliffe sólo había aceptado para sí mismo una impersonal bonificación anual de vacaciones, que a estas alturas, según sospechaba Darcy, ya debía de haber convertido en una importante reserva. También el regalo de Navidad de Fletcher había sido siempre el mismo: los gastos del transporte hasta la casa de sus padres en Nottingham durante una semana y una pequeña suma para alegrar los corazones y la vida de sus ancianos progenitores. Una suma bastante moderada ese año, si se tomaba como referencia el tributo que le había mandado Dy y que había llegado esa mañana. Darcy resopló, mientras el coche se detenía frente a Hatchard's. Harry abrió la puerta y bajó la escalerilla casi enseguida.
—Será una tarde fría hoy, señor Darcy —dijo el cochero, estremeciéndose a pesar del abrigo y la bufanda que llevaba encima.
—¡Así es, Harry! Dígale a James que mantenga a los caballos en movimiento y usted venga conmigo.
—Gracias, señor. ¡James! —Harry se dirigió al pescante, impartió las instrucciones oportunas y se apresuró a seguir a Darcy al interior del establecimiento. La campana de la puerta sonó alegremente cuando entraron, lo que atrajo la mirada del señor Hatchard, que se encontraba tras el mostrador.
—¡Señor Darcy, qué placer verlo, señor! —Se acercó a ellos. Antes de devolver el saludo, Darcy hizo una señal a Harry para que se retirara al cuarto donde esperaban los cocheros—. Y ¿qué le han parecido los volúmenes que le envié a Hertfordshire? Confío en que hayan llegado bien.
—Sí, es usted muy amable, Hatchard. ¿Hay algo más en esa línea?
—No, señor, ni siquiera un rumor. Wellesley se encuentra en sus cuarteles de invierno en Portugal, ya sabe. Tal vez, entre las fiestas y los bailes, alguien encuentre tiempo para garabatear unas cuantas líneas. Estoy esperando una cantidad de manuscritos que deben llegar en primavera y ciertamente lo mantendré informado.
—¡Muy bien! Hoy estoy buscando algo para la señorita Darcy. ¿Tiene alguna sugerencia?
—¡La señorita Darcy! Ah, hay muchas cosas, a pesar de lo que piensa el señor Walter Scott. —El señor Hatchard llevó a Darcy a una pequeña estancia amueblada con una mesa y sillas. Pocos instantes después depositó delante de él un montón de libros. Darcy hojeó las obras seleccionadas, frunciendo el ceño al revisar la mayoría. Tras elegir The Scottish Chiefs (Los jefes o caudillos escoceses) de la señorita Porter y el último volumen de Tales from Fashionable Life, de la señorita Edgeworth, los dejó sobre el mostrador para que los empaquetaran y se metió por un pasillo para echar un vistazo a las estanterías.
—¡Darcy! ¡Vaya, Darcy, qué suerte! —Darcy levantó la vista del estante que estaba revisando y vio que «Poodle» Byng venía hacia él, con su característico acompañante canino trotando detrás.
Ya empezamos. Darcy lanzó una mirada de súplica al cielo.
—Darcy, viejo amigo, ¿qué era ese nudo que llevaba usted anoche en Melbourne House? Una cosa endemoniadamente complicada. Dejó a Beau Brummell en un terrible estado de irritación durante el resto de la noche. Por eso arremetió contra el chaleco del pobre Skeffington, ¿lo sabía? —La sonrisa cordial de Poodle se transformó en una sonrisita de indeseable intimidad mientras continuaba—: Alguien me dijo que se llamaba el roquefort, pero yo le dije que no lo creía. «No es el roquefort», dije yo. «El roquefort es un queso, cabeza de chorlito». Fue Vasingstoke el que lo dijo; todo el mundo sabe que su poni le dio una coz en la cabeza cuando montó por primera vez. «El roquefort es un queso», dije yo, «y le apuesto a cualquiera a que Darcy nunca llevaría un queso alrededor del cuello», ¿no fue así, Pompeyo? —Poodle se dirigió a su perro, que ladró a modo de respuesta. Con firme convicción, los dos dirigieron sus ojos expectantes hacia Darcy.
—No, Byng, tiene usted razón. Es el roquet. Y, por favor —se apresuró a continuar—, le ruego que no me pida instrucciones. Es una creación de mi ayuda de cámara. Sólo él puede hacerlo.
—¡El roquet! Aja, espere a que se lo cuente a Vasingstoke. «Fuera de juego», ¿no es así? Bueno, no es de sorprender que Brummell quedara de tan mal humor. Pero lo único que le pido es una mínima indicación. No quiero competir, imagínese; sólo molestar un poco a Brummell.
Darcy estiró la mano por detrás y agarró un libro del estante.
—Por favor, acepte mis disculpas y créame que no puedo satisfacer su curiosidad, Byng. No estaba prestando atención cuando Fletcher lo anudó y por eso no puedo darle ninguna indicación sobre cómo proceder. Tendrá que excusarme y entenderá que no puedo tener a mis caballos esperando mucho con este tiempo y debo llevarle esto —sacó el volumen desde atrás— a Hatchard. —Le hizo una ligera reverencia, pasó al lado del perro, que siguió sus movimientos con un gruñido, y se dirigió rápidamente hasta el mostrador.
—¿Eso será todo, señor Darcy? —Hatchard enarcó las cejas en señal de sorpresa cuando Darcy puso sobre el montón de libros que había escogido el volumen que le había servido de disculpa—. ¡La nueva edición de Practical View! ¡No sabía que tenía intereses en ese tema!
—¿Qué? Ah… sólo empaquételo con el resto, si es usted tan amable, y llame a Harry.
En unos segundos, Harry estaba ya junto al mostrador, recibiendo el paquete que Hatchard había envuelto con tanto cuidado. Darcy lo siguió al exterior, pues no tenía deseos de esperar dentro hasta que el coche llegara y arriesgarse a sufrir más impertinencias por parte de Byng y su confidente canino.
Un poco más adelante, cerca de St. James, Darcy se detuvo un momento en Hoby's para que le tomaran medidas para un nuevo par de botas. Allí tuvo que defenderse de más admiradores del roquet. Luego dirigió a su cochero hasta Leicester Square y la tienda de sedas de madame LaCoure. Dejándose aconsejar por la modista, eligió tres piezas de seda y dos de muselina y prometió regresar con su hermana para elegir los encajes y las cintas apropiadas. Luego siguió hasta DeWachter's, en Clerkenwell, el joyero que trabajaba para los Darcy desde hacía varias generaciones, donde escogió una sencilla pero hermosa gargantilla y un brazalete de perlas y aceptó con toda la elegancia que pudo las felicitaciones del señor DeWatcher por su «triunfo». Su última parada fue la imprenta a la que Georgiana solía encargar sus partituras. Tras llevarse todas las partituras nuevas de los compositores que ambos admiraban, Darcy se subió al coche con sus últimos paquetes.
—¿Señor Darcy? —preguntó Harry mientras colocaba los paquetes y sacudía la manta.
—¿Sí, Harry?
—¿Qué es eso del roquet, señor?
Darcy suspiró pesadamente.
—Una nueva forma de anudar una corbata de lazo que ha inventado Fletcher. ¿Por qué lo pregunta, Harry?
—Ah, señor, porque un par de caballeros me acaban de ofrecer una moneda de oro cada uno si los dejaba entrar a hurtadillas a su vestidor para verlo. —Harry sacudió la cabeza—. Le ruego que me perdone, señor, pero la alta sociedad tiene, a veces, unas extrañas costumbres.
Darcy cerró los ojos.
—No hay palabras más ciertas. Volvamos a casa, Harry.
Después de regresar de hacer sus compras, Darcy se reunió con Hinchcliffe, que lo recibió con un montón de tarjetas e invitaciones que habían sido entregadas recientemente y que solicitaban su asistencia a una increíble cantidad de recepciones, desayunos, exhibiciones de boxeo, clubes discretos, reuniones políticas y representaciones teatrales. Darcy les echó un vistazo con desaliento y luego las arrojó sobre su escritorio.
—¿Debo enviar la respuesta habitual, señor? —Hinchcliffe se inclinó, las recogió y las organizó sobre una bandeja de plata.
—Sí. Excusas para cualquier persona que usted no conozca y que esté por debajo de un baronet, sentidas excusas para cualquier persona por encima de eso y páseme el resto a mí. Tal como están las cosas, aunque empiece ahora mismo, me temo que se pasará trabajando la mayor parte de la noche. —Hinchcliffe inclinó la cabeza en señal de acuerdo silencioso y se marchó hacia su oficina.
Cuando la puerta se cerró, Darcy se sintió invadido por una repentina inquietud que lo impulsó a pasearse por la biblioteca. Faltaba poco más de una hora para la cena, y aunque había planeado cenar solo esa noche, el perverso deseo de tener una agradable compañía se apoderó de él. Después de Año Nuevo, cuando regresara a la ciudad con Georgiana, noches como ésa podrían transcurrir de manera agradable, dedicado a compartir libros y música con su hermana. Pero incluso mientras contemplaba esos futuros placeres, Darcy descubrió que, para su desgracia, esa perspectiva no lo satisfacía por completo. Una inquietud inmensa e indefinida, que Darcy nunca había sospechado que existiera, se hizo hueco en su interior, amenazando con robarle la satisfacción y la tranquilidad.
Mientras se paseaba de un lado a otro, Darcy se acercó hasta una estantería. Con la esperanza de que la disciplina que implicaba seguir el curso de una batalla pudiera ayudarlo a poner sus pensamientos en orden, sacó Fuentes de Oñoro del lugar donde estaba guardado y se desplomó en uno de los sillones junto al fuego. Estirando las piernas hacia la chimenea, deslizó el dedo por las páginas y abrió el libro en el lugar marcado por los hilos de bordar. Cuando se inclinó para comenzar a leer, las palabras le parecieron borrosas, como si se hubiesen vuelto incomprensibles por el reflejo que producía la luz del fuego sobre los hilos trenzados que reposaban sobre la página. ¡Elizabeth! ¡Cuánto se había resistido a pensar en ella! Sintió que la respiración se le aceleraba a medida que un torrente de recuerdos invadía su mente: Elizabeth en la puerta de Netherfield, vacilante pero decidida; en las escaleras, agotada pero dedicada al cuidado de su hermana; en el salón, enarcando una ceja cuando desafiaba su manera de ser; en el piano, ajena a la gracia que imprimía a su canción; en el baile, la noche de Milton, con los ojos brillantes, bañada por el encanto del Edén.
Elizabeth se habría reído al ver la pomposa angustia de Brummell a causa de una simple corbata. Darcy estaba seguro de que ella no se habría dejado intimidar por lady Melbourne, ni se habría desmayado al ver el escandaloso espectáculo de lady Caroline. Casi podía imaginarla, sentada en la silla de al lado, sonriéndole con esa expresión que, estaba empezando a creer, presagiaba algo delicioso. Al pensar en eso, se agudizó la vaga insatisfacción que sentía. Incertidumbre, dicha, nostalgia, todas esas emociones se habían deslizado en su vida de manera inconsciente, y estando solo en su casa, Darcy sintió con intensidad los efectos de esas emociones. Cerró los dedos alrededor de los hilos. ¿Qué era lo que Dy le había advertido? Conocer el terreno que pisaba, sí, pero ¿qué era lo otro? Estar totalmente seguro de la naturaleza de su interés estaba los asuntos de Bingley. ¿Qué parte de su interés estaba dirigido solamente al beneficio de Bingley? ¿No se acercaba a la verdad el hecho de que separar a Charles de la señorita Jane Bennet era su defensa más segura contra el conflicto que generaba su propia e impetuosa atracción por la hermana de la muchacha?
Se inclinó hacia delante, con los codos apoyados sobre las rodillas y los hilos apretados en la palma de la mano, y se quedó mirando fijamente las brasas. Estaba seguro de que le deseaba a su amigo la mayor felicidad en su matrimonio. Al menos, una felicidad tan grande como era razonable esperar de la unión de dos fortunas y posiciones semejantes. En cuanto a su propio futuro como hombre casado, Darcy sólo pensaba que era algo que debía evitar. Sus propiedades y negocios estaban bien administrados y eran prósperos, lo cual hacía innecesario un matrimonio por interés y le daba la libertad de elegir cuándo y dónde él quisiera, con la esperanza de alcanzar un cierto grado de felicidad. Había momentos durante la noche en que deseaba las comodidades del matrimonio, y ocasionalmente un rostro o una figura habían llamado su atención. Pero la realidad de confiar el futuro de su gente y pasar la vida con una de esas mentes frágiles y naturalezas endurecidas que se escondían tras las caras bonitas que se le ofrecían en esas horas oscuras y silenciosas siempre había logrado convencerlo de que cambiar la felicidad por la comodidad sería una locura. Darcy sabía que las dos cosas eran posibles; lo había visto en vida de sus padres antes de la muerte de su madre y, después, en la sonrisa distante que a veces cruzaba por el rostro de su padre. Pero ahora…
Darcy levantó el marcapáginas y lo contempló a la luz del fuego, mientras la corriente de aire que salía de la chimenea levantaba y hacía girar los delicados hilos, tejiéndolos y destejiéndolos en trenzas de colores. Igual que tu idea de ella, admitió para sus adentros, tejiéndose y destejiéndose. Te preocupas con diligencia por destejer tu relación con ella al disuadir a Bingley y, sin embargo, la vuelves a tejer cuando estás solo con tus pensamientos desbocados y tus recuerdos robados.
Un golpe en la puerta lo hizo reaccionar. Colocó los hilos rápidamente otra vez entre las páginas del libro y lo cerró de un golpe.
—Entre.
Hinchcliffe se asomó por la puerta.
—Señor Darcy, hay una nota aquí sin dirección y escrita con una letra que no conozco. Está redactada de una manera más bien críptica. Pensé que le gustaría verla enseguida. —Diciendo eso, Hinchcliffe avanzó unos pasos y le entregó una misiva color crema, que no tenía ninguna marca ni señas de quién la enviaba.
—Gracias, Hinchcliffe. —Darcy tomó la nota, y después de hacer un gesto con la cabeza indicándole al secretario que podía retirarse, esperó a que éste se marchara para abrir la hoja a la luz de la lámpara.
Señor:
Han sido recibidas sus instrucciones y serán cumplidas al pie de la letra. Envié una nota a B, quien, como usted se imaginará, se sorprendió bastante al saber de mi llegada y me avisó de que dejará sus habitaciones mañana para venir a la calle Aldford. Confío en usted, señor, para que complete su salvación, ya que sé muy bien que mi confianza reposa en las mejores manos.
C.
Darcy arrugó la nota y la arrojó al fuego.
—La respuesta a todas tus ambiciones —se burló de sí mismo—. ¡Ser el «depositario de la confianza» de Caroline Bingley y el «salvador» de su hermano! Por Dios, hombre, ¿qué oficio desempeñarás después? ¡Arzobispo, seguramente! —Se dejó caer sobre el respaldo de la silla, pero se sobresaltó nuevamente al oír un segundo golpe en la puerta.
—Sí, ¿qué ocurre? —gritó.
La puerta se abrió y una criada muy joven, con unos ojos azules muy abiertos, anunció en voz baja:
—S-su c-ce… cena, s-se… señor. —La muchacha hizo una reverencia nerviosa. Sus rizos rubios flotaron alrededor de su cara, y luego desapareció.
Darcy se quedó mirando con desaliento cómo se desvanecía la figura de la muchacha, a través del marco de la puerta.
—Te estás volviendo un verdadero Barbazul, asustando a las chiquillas del servicio…
—¿Algo va mal, señor Darcy? —Sólo pasó un instante antes de que Witcher apareciera en la puerta.
—No, Witcher —suspiró Darcy—, lo único que va mal es mi estado de ánimo.
—¿Entonces Maddie no ha hecho nada inapropiado, señor?
—¿Maddie?
—Mi nieta, señor Darcy. Ella vino a anunciarle la cena, señor. Es la primera vez que está arriba, señor. —Witcher presumió un poco, con orgullo de abuelo. El estado de ánimo de Darcy sucumbió un poco más.
—¡Su nieta! —Se dirigió al escritorio y, abriendo un cajón, sacó un chelín—. Aquí tiene, para su nieta, para celebrar el éxito de su primer día arriba. —Radiante, Witcher aceptó la generosidad de su patrón con la promesa de entregárselo a la muchacha más tarde.
—Su cena está lista, señor Darcy. Jules ha preparado una deliciosa cena con sus platos favoritos, que está esperando su atención. ¿Digo que le sirvan?
—Sí, por favor. Bajaré en un momento.
Cuando Witcher se fue, Darcy recuperó su libro y lo volvió a poner con cuidado en la estantería, acariciando las puntas de la sedosa trenza mientras lo hacía. Durante un momento se detuvo y permitió que el rostro de Elizabeth se alzara ante él. Sacudiendo suavemente la cabeza, dejó caer la mano.
—No, debes irte —susurró—, porque yo soy el salvador de Bingley. —Le dio la espalda a la visión con pesada determinación, atravesó la biblioteca y, al salir al corredor, cerró la puerta con delicadeza.
Queridos lectores:
Hasta aquí hemos llegado con el último capítulo del primer libro de la trilogía: Fitzwilliam Darcy Un Caballero. El segundo libro cuyo formato aún se encuentra en papel, lo subiré siempre y cuando obtenga, como es debido, la autorización de la señora Pamela Aidan.
Sólo me queda agradecerles en el alma vuestra compañía y por qué no decirlo también, si es que les es posible, vuestras oraciones para apelar al buen corazón de la señora Aidan ;D y así seguir disfrutando de esta excelente trilogía.
Reciban como siempre, todo mi afecto.
Lady Darcy.
33 comentarios:
Oohhh... aunque lo leí en formato papel, me ha gustado volver a releer aquí algunos de los capítulos que más me gustaron (cuando Darcy le hecha bronca a Fletcher por el lazo de su corbata es uno de mis preferidos).
Esperemos que la señora Aidann de su permiso y el resto de chicas puedan disfrutar de la continuación de esta maravillosa trilogía.
Un besazo!
lady Darcy,
No se como lo has conseguido pero, por fin, el contenido del blog se ve actualizado, me alegra que el problemilla se haya resulto.
Se acerca la Navidad y Darcy no piensa más que en partir y me entristece su actitud.
Divertidisima la escena con Flectcher, me encanta este personaje, es muy valioso y socarrón admás de un estupendo estilista :)
me quede intrigadisima con en personaje de Lady Caroline Lambd, vi una película sobre ella, que me impactó,hace años y no he conseguido recordar el título, me gustaría mucho volverla a ver.
Uno mi ruego para que puedas seguir publicando, además creo que es un estupendo medio de dar a conocer la obra y a su autora.
Un beso
Querida Lady Darcy, al fin me he puesto al dia y he regresado, espero perdones la tardanza.
El capitulo a sido muy bonito, no esperamos mas de Pamela Aidan, tengo que hacer especial mencion a eso de "clubs discretos", una buena forma de llamar a lo que tdos sabemos, lo siento pero una dama no se permite escribir esa clase de palabras, espero lo comprenda jejeje
Tengo la alegria de notificarle que he adquirido el segundo volumende de Fritzwilliam Darcy un caballero, Deber y Deseo, aunque claro, aun no lo he empezado porque estaba esperando a que husted acabara de ofrecernos la segunda parte, ahora me pondre manos a la obra con el libro.
Espero que tenga suerte con su peticion a la señora Aidan, aunuqe no puedo evitar preguntarle ¿como va ha conseguir contactar con ella y pedir su consentimiento?
Besos y mucha suerte con la tarea:)
Ay cada vez este libro esta mas apasionante pobre Darcy las cosas que le pasan. Te mando un beso Lady y te me cuidas mucho.
Hola Lady Darcy tengo que admitir que se me escapa un lagrimón he disfrutado con tu blog, todos estos capitulos que con muchas ganas lei y esperaba anciosa una nueva publicación.
Ahora hemos llegado a su fin y espero y ruego que te den ese permiso, poruqe no he podido conseguir en mi paies la segunda y la tercera parte, asi q desde donde estoy hare fuerza, para q todo salga bien y podamos juntas disfrutarlo.
besos
Pues espero que no pondrá inconveniente, madame, y que podremos disfrutar tambien del resto de la trilogia.
Aqui estaremos.
Feliz dia, Lady Darcy
Bisous
Por fin su blog se actualiza en el bloggroll querida Lady Darcy, me alegra mucho, aunque de todos modos estoy siempre al pendiente.
¡qué lástima que esta parte de la trilogía llegue a su fin! He disfrutado tanto cada línea, imaginándome siempre el rostro regio y la expresión del señor Darcy en cada momento..., viéndolo caminar tan digno y rebosante de majestuosidad, riéndome sin duda con las ocurrencias del bueno de Fletcher y regocijándome con la elocuencia de la querida Lizzy...
ojalá y Pamela Aidan dé su consentimiento, pues al fin y al cabo el suyo es un homenaje a su obra en este delicioso blog. Estoy deseando seguir leyendo, querida.
Muchos besos
Ay,Lady estaba tan feliz leyendo los capítulos...no tenía idea que éste ya era el último.Ahora me ha entrado pánico de no poder seguir leyendo, le aseguro que voy a hacerle lugar en mis plegarias a la dichosa autorización.
Es una historia tan bonita y atrapante para los que amamos O&P. No sé si me gustan más los personajes "nuevos" como Dy o Fletcher o las actividades sociales de Darcy brillantemente descriptas o los chispzos de humor(cómo me reí con la aparición de Poodle o el soborno al cochero)o...definitivamente me quedo con los pensamientos de Darcy cuando está a solas y rememora a Lizzie.
Todos los amigos haremos fuerza querida Lady puede estar segura.
P.D:me encantó el fotomontaje de Darcy 2005 y Bingley 1995, que aquí hace el papel de Dy. Los hace usted misma,verdad?la felicito!
Hola Guacimara,
Sin duda los capítulos más graciosos son, en donde Fletcher hace de las suyas.
Muchas gracias por tu compañía Guaci, yo también espero lo mismo.
Besos.
Mi querida Wendy,
A Dios gracias al subir esta nueva entrada se actualizó solo, problemas del servidor de blogger supongo.
El único consuelo de Darcy por el momento, es ver a su querida Georgiana y quizá tratar de olvidar ciertas heridas en las que se siente directamente culpable.
Sobre Lady Caroline Lamb, recuerdo esa película, si más no me equivoco es del año 1972, protagonizada por Sarah Miles y Richard Chamberlain, sobre el apasionado romance entre ella y lord Byron. La película lleva el mismo nombre "Lady Caroline Lamb" ojalá y la puedas conseguir.
Esperemos que todo salga bien con la petición, aunque algunos autores no lo vean de esa manera y sólo piensen en el dinero que puedan dejar de percibir. En fin ya veremos.
un beso.
Me has hecho sonreir mi querida Scarlett con eso de "club discreto" y yo lo lamento aún más ya que mis ojos se resistían a leer ese tipo de atrocidades ;D
Me alegro que comiences con el segundo libro; yo leí el segundo y el tercero y me gustaron aunque al tercero le doy unos puntos extras sobre el segundo, sin afán de desanimarte, es sólo cuestión de gustos.
Sobre tu pregunta, hasta hace unos meses tenía una dirección web donde contactarme con ella, pero hoy ya no figura como tal, lo que complica aún más mis espectativas.
De no lograr comunicarme con ella, deberé tomar una decisión y asumir la responsabilidad, no sé, quizá un buen consejo me ayude a decidir.
Un beso.
Hola Citu querida,
Te mando otro beso aún mayor.
Gracias Ivana por tus buenas vibras, aunque de complicarse el asunto, apelaré al buen consejo de tod@s, para tomar una decisión lo más salomónica posible.
un beso.
Muchas gracias Madame Minuet por sus buenos deseos.
hasta entonces.
Bisous.
Querida Akasha,
Yo también me siento un poco triste. A pesar de haber leído la trilogía completa, lo que me entristece en verdad es no poder seguirles ofreciendo el resto de la historia, al menos por el momento. Sólo me consuela de alguna manera, el haber logrado compartir con todos y cada uno de ustedes, que aún no la conocían, esta excelente novela.
Esperemos el mejor desenlace.
un beso.
No desesperes mi querida princesa, ya encontraremos una solución a mediano o corto plazo. Por lo pronto es mi deseo más cercano el que todos ustedes me sigan acompañando en la nueva temporada de mi blog, y seguir disfrutando por supuesto de su valiosa amistad.
un beso inmenso.
PD. Así es mi querida amiga, son montajes propios de estas manitos, y quemada de pestañas nocturnas ;D
Milady, puede contar, por supuesto, con la humilde ayuda de su más seguro servidor, tanto para contactar con la señora Aidan como para resolver posibles dudas sobre propiedad intelectual.
En todo caso, no creo que vayan a surgir inconvenientes para seguir publicando esta exquisitez.
"Incertidumbre, dicha, nostalgia, todas esas emociones se habían deslizado en su vida de manera inconsciente." Aunque él mismo no lo crea, empieza a ser bastante afortunado nuestro viejo amigo Darcy. Hay ahogos y desconsuelos que le hacen sentir a uno tan vivo...
En serio Milord? eso sería genial!
Haga usted un pequeño espacio en su ajetreada agenda que ya le estaré molestando ;)
Cierto es que le noto bastante sensible mi querido señor, ¿hay algo que pueda hacer esta humilde servidora para brindar por lo menos un breve respiro y aliviar en algo ese desconsuelo?
Sensible... Las artes de adivinación de milady son portentosas. O quizá, más que adivinación, habría que decir la perspicacia de sentimientos. Tan portentosas, que si no fuera la más distinguida de las damas me atrevería a sospechar la existencia de algún artificio o circunstancia que lo facilita.
Sea como fuere, sepa que su sola presencia, como nadie puede dejar de reconocer, es un soplo enorme de aire fresco y con ella el alivio se traduce en dicha.
En serio, milady. Pero no utilice el condicional, tratándose de mi humilísima ayuda. Un leve gesto de su señoría y mi agenda quedará en blanco para recibir todo tipo de molestias, siempre que sean de difícil solución ;)
Suyo en afecto y lealtad, no puede ser de otra manera.
Mi querida Lady Darcy, gracias por tu gentileza. Estas últimas semanas actualizo menos el blog, es cierto. Tal vez eso no sea un mal indicio, como a primera vista pudiera parecer.
Eres un auténtico cielo. Te envío un beso y, si me lo permites, un abrazo.
Mi buena amiga Rocely: Me encanta Fletcher como le indica que ropa ponerse según la ocasión!!!!
Besitos
Con el comienzo de curso y la vuelta al trabajo voy un poco retrasada en todo...en cuanto pueda me pondré al día con la lectura de los últimos capítulos,no puedo quedarme sin saber como crecen los sentimientos del señor Darcy hacía Elisabeth
Gracias por tus visitas y por tus cariñosas palabras
Muchos besos
Hola nena solo pasaba a desearte un buen fin de semana y mandarte otro beso
Así es Milord, la adivinación y la hechicería nada tiene que ver en este asunto, soy muy perspicaz, yo diría que demasiado, para la mala fortuna de muchos. Y coincido plenamente en que la sola presencia de la persona anhelada puede ser la gran diferencia entre un aliento de vida y la asfixia lacerante y absoluta...dichoso aquel que la reciba.
Querido Juan Antonio,
Gracias a ti por la visita y por tus palabras siempre tan halagadoras. Me alegra ver que has actualizado tu blog y con un poema tan hermoso. Te felicito.
Recibo ambos con mucho agrado.
Querida Eli,
me alegra que hayas disfrutado de la historia.
un abrazo y un beso inmenso.
Princesa Nadie,
Pierde cuidado, demás está decirte que tienes un sillón siempre a tu disposición, disfruta de la novela en la medida de tu disponibilidad. Estos placeres hay que hacerlos sin prisa.
Un beso y gracias por pasar.
Mi querida Citu,
mil gracias siempre por tu afecto, te deseo un feliz domingo y te envío un beso aún mayor.
cuidate.
Hola cariñete, te he dejado un regalo en mi blog. Espero que te guste!
Mil gracias mi buena amiga, paso ya mismo a recogerlo.
Eres un ángel.
mil besitos.
jajajaja!!! menudo lío por una corbata!! este Fletcher es un artista. Poniendo a su amo a competir con el icono de la moda de entonces...¡Nada más y nada menos que Brummell! pobre hombre, menudo golpe para su ego masculino.
Espero que la señora Aidan te permita publicar el segundo libro, porque dejarnos así es una crueldad,jaja. Crucemos los dedos.
Besos.
Hola, linda, ha sido una maravilla llegar a estas páginas tan hermosas, muchas gracias por la invitación; bien dicen que el mundo está lleno de cosas hermosas, sólo que lamentablemente tardamos a veces demasiado en encontrarlas, pero nunca es tarde, y aquí me tienes.
Ha sido una sorpresa saber de esta publicación, confieso con cierta vergüenza que no tenía idea, y ahora sólo quiero leer. El tiempo es cruel, pero seguro que puedo aprovechar este fin de semana para ponerme al día; ya casi he hecho un bosquejo mental de cómo empezar ;)
¿Eres ficker también? Algo referente al Fanfic me pareció leer en el sidebar.
Gracias de nuevo por la visita, muchos besos, aquí me tendrás, eso es seguro, feliz fin de semana.
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