Capítulo IV
Intermezzo
La mañana de la cacería amaneció fresca y despejada, ofreciéndoles a los caballeros un excelente día. Arropado por los consejos de Darcy, fruto de su experiencia en la organización de esta clase de asuntos, su naturaleza afable y su nueva escopeta ligera, Bingley se integró con facilidad entre los cazadores más importantes del condado. Su arma fue objeto de numerosas aclamaciones, sus presas, alabadas, y su compañía tan solicitada en las futuras cacerías que no se le hubiera podido culpar por considerarse el hombre más afortunado del mundo.
A pesar de los repetidos intentos por parte de los otros caballeros de entablar conversación, Darcy permaneció tercamente en la retaguardia, concentrado en el entrenamiento del joven lebrel que había traído con él, en lugar de prestar atención a la charla del grupo. Pensó que lo más probable es que fuera tal como Caroline Bingley había dicho: «sólo hablan de caballos y cacerías» y, en consecuencia, se trataba de una conversación a la que únicamente necesitaba prestar atención de vez en cuando. E incluso eso sólo lo hizo por Charles, para ayudarlo a distinguir a todo el mundo más tarde, cuando comentaran los acontecimientos del día alrededor de un vaso de oporto en la biblioteca. Ése era el momento en que Bingley debía dejar su huella, y Darcy no tenía intención de desviar la atención de los habitantes de la zona hacia nada distinto de su amigo.
Respiró una gran bocanada de aire fresco y tonificante, lo retuvo un momento y lo saboreó tal y como había hecho con el vino de la cena la noche anterior; luego exhaló lentamente, lo que hizo que el campo y el bosque frente a él comenzaran a vibrar a través del vapor de su respiración. El grupo había atravesado el campo sin él y sus voces se iban desvaneciendo en un silencio que alimentaba la paz del alma. Sin embargo, una llamada de atención a la altura de sus rodillas rompió, de repente, aquella sensación de paz. Darcy se puso en cuclillas, balanceándose sobre la planta de los pies, mientras acariciaba al perro detrás de las orejas.
El animal, que había dejado de ser un cachorro, tenía unas patas enormes, y lo alentaba una pasión por complacer a su amo que rayaba en lo cómico. La mirada de infinita adoración que levantaba hacia Darcy luchaba abiertamente con la pura dicha que experimentaba por estar, al fin, al aire libre. Darcy no pudo evitar una sonrisa al ver cómo la batalla entre obediencia e impulso hacía que el perro temblara debido a la tensión y el entusiasmo. El lebrel le lanzó finalmente una mirada de súplica tan conmovedora que Darcy habría tenido que ser de piedra para resistirla, a pesar de que él mismo no sintiera un eco de la misma lucha en su interior. Le dio al animal una caricia rápida y vigorosa y, recogiendo del suelo un palo de buen tamaño, se incorporó totalmente y miró al perro con firme autoridad. Sabueso y amo se miraron mutuamente, atentos a captar en el otro cualquier asomo de debilidad. Darcy dejó que la tensión entre ellos creciera hasta que, levantando el brazo todo lo que pudo, lanzó el palo y gritó la palabra más hermosa que puede esperar oír un perro:
—¡Tráelo!
Como un resorte muy apretado que se suelta de repente, el sabueso saltó hacia delante en silencio, totalmente concentrado en su presa. En cuestión de segundos, un ruido entre la alta hierba indicó que el sabueso estaba buscando el palo. Darcy comenzó a caminar en la dirección que había tomado el grupo, seguro de que el entusiasmo del perro por el juego lo traería otra vez rápidamente a su lado. El animal no lo decepcionó. Después de quitarle el palo con dificultad, Darcy lo volvió a lanzar, pero esta vez no dio ninguna orden. El sabueso se sentó directamente frente a él, interponiéndose en el camino, y en sus grandes ojos apareció reflejada una pregunta. Darcy esperó. Un breve aullido de impaciencia se escapó de su hocico y terminó con un ladrido agudo.
—¡Tráelo! —La orden casi pilla al sabueso por sorpresa, pero salió corriendo y Darcy continuó su camino, apurando el paso. Alcanzó a los demás justo cuando el animal regresó, llevando su tesoro con orgullo, fuertemente apretado entre los dientes.
—Vaya, Darcy, su perro debe de ser de una utilidad increíble para usted. El mío sólo trae la presa, ¡mientras que el suyo también se preocupa por conseguir la leña para cocinarla! —señaló jocosamente uno de los caballeros que estaba con Bingley. El grupo se rió de buen grado y Darcy los acompañó.
—Caballeros, ésta ha sido una mañana muy agradable —dijo Bingley y esperó un momento con satisfacción, pues fue interrumpido por varios gestos de aprobación—. Gracias… ha sido un placer. —Inclinó la cabeza para agradecer los comentarios—. Yo, por mi parte, encuentro que me ha despertado un considerable apetito. ¿Qué tal si regresamos y vemos qué ha elegido mi cocinero para alimentar a unos caballeros que vuelven de una exitosa mañana de cacería?
Levantando el arma por encima del hombro, Darcy llamó a su perro para que abandonara la búsqueda del preciado palo y dio media vuelta para dirigirse a Netherfield. Un golpe en su otro hombro le hizo girar la cabeza rápidamente, pero se relajó de inmediato cuando se dio cuenta de que era Bingley, que venía detrás.
—¿Qué opinas? —le preguntó su amigo en voz baja, mientras se quedaban un poco rezagados—. ¿Puedo informar a mis hermanas de que he cumplido con mi misión?
—Sin duda alguna —le aseguró Darcy y añadió con una sonrisa irónica—: Procura no presentarte a un escaño en el Parlamento en la próxima elección, ¡porque seguro que ganarías si continúas en esta dirección!
Bingley soltó una carcajada de felicidad y luego se inclinó hacia Darcy con gesto conspirador.
—Según una fuente fidedigna, la familia de cierta jovencita también ha aceptado una invitación a cenar en la casa del squire mañana por la noche. Y —continuó, sin ver el brillo peligroso que apareció en los ojos de Darcy al enterarse de aquella noticia— aunque es probable que las encontremos en casa de los King, también es seguro que estarán en la cena del coronel, porque la hija más joven, según he sabido, es muy amiga de la esposa del coronel.
—Te has olvidado de mencionar la reunión en casa de sir William. Me pregunto por qué. —Darcy decidió que la creciente excitación de Bingley podía soportar un poco de ironía.
—Ah, sabía que ellas estarían invitadas a esa reunión —contestó Bingley, sin percatarse de las segundas intenciones de la pregunta—. ¡Yo me pregunto cómo es posible que no notaras que la señorita Elizabeth Bennet y la señorita Lucas son buenas amigas! Con frecuencia están juntas. —Bingley sacudió la cabeza en señal de incredulidad y miró a Darcy—. De verdad, Darcy, normalmente eres más observador.
Darcy soltó un resoplido al percibir la ingenuidad de Bingley, pero se abstuvo de corregirlo. Entonces, señorita Elizabeth, ¿parece que estamos destinados a encontrarnos continuamente?, pensó. Me pregunto cuál será su próxima táctica. Bingley se alejó para reunirse con los otros caballeros y dejó a su amigo pensando en las fuerzas que necesitaría desplegar para el compromiso del día siguiente.
Hacia el final de la velada en casa del squire Justin, Darcy supo que estaba totalmente derrotado. Nada había salido como esperaba. Después de evitar cualquier tipo de bebida fuerte ese día para asegurarse de tener suficiente claridad mental, había venido preparado para esquivar las frases ingeniosas y los dardos de su inquietante adversaria. Si la oportunidad se presentaba y todo salía bien, también tenía intención de ofrecerle una disculpa. Pero no ocurrió ninguna de las dos cosas.
Al intentar rememorar los acontecimientos, Darcy ya fue consciente de que una velada que había comenzado de una forma tan poco propicia nunca podría mejorar. Llegaron a la casa del squire con un retraso mucho mayor del que se consideraba elegante, debido a cierto detalle del vestido de la señorita Bingley que le disgustó en el último minuto. Y la tardanza resultó ser mayor todavía a causa de la desafortunada pérdida de una herradura por parte del caballo principal del carruaje, lo que los obligó a atravesar el campo a una velocidad menor de la habitual. El aroma almizclado del perfume de la señora Hurst, que parecía invadir el coche, estuvo a punto de levantarle dolor de cabeza, así que cuando finalmente llegaron al salón de su anfitrión, Darcy apenas podía contener su irritación.
Tras insistir en ser el último del grupo en presentar sus respetos al anfitrión, Darcy se detuvo un momento en la puerta para aclarar sus ideas y recuperar el equilibrio. La señorita Bingley fue cordialmente recibida por el squire, y éste le dejó paso con solemnidad para que saludara a su esposa, que le devolvió la inclinación con las hijas de la casa, en medio de un silencio reverencial. Visiblemente complacida con el efecto causado por su entrada, la señorita Bingley accedió a la cortesía de preguntarles por su salud y poco después se sintió feliz al convertirse en el centro de atención, ante la envidia que despertó su traje en la mayor parte de las damas y la manera en que los caballeros admiraron la caída de la tela. Luego siguieron los Hurst y enseguida Bingley, quien presentó sus respetos y recibió también un gran apretón de manos por parte del squire, que se disculpó por la urgencia de sus ocupaciones, que lo habían privado del placer de acompañarlo durante la partida de caza del día anterior en Netherfield.
—Tendrá que contarme qué le parece su nueva escopeta, señor Bingley. He estado considerando comprar una de ese mismo modelo.
—Tendré mucho gusto en contárselo todo, señor, pero ¿no cree que una demostración vale más que mil palabras? Debe venir a Netherfield tan pronto le sea posible y probarla usted mismo —propuso generosamente Bingley, ofreciendo una invitación que consolidaba aún más su aprobación entre los residentes de Hertfordshire. Luego avanzó para presentarle sus respetos a la esposa del squire, siendo recibido con aparente regocijo por la buena mujer y sus hijas.
Por último, Darcy se presentó ante el anfitrión.
—Señor Darcy —comenzó a decir el squire—, he oído que tiene usted un sabueso impresionante. ¡Se dice que después de traer la presa, busca leña para el fuego, deshace su morral de caza y luego prepara la presa al estilo italiano para la cena! —El pequeño grupo de caballeros que estaban cerca se rieron con entusiasmo—. Señor, ¡dígame cuánto vale! ¡Yo tengo que tener esa maravilla!
—Mis disculpas, squire, pero creo que usted ha sido muy mal informado —respondió Darcy, torciendo un poco el labio inferior, pero sin dejar de mirar a su anfitrión con gran seriedad—. El sabueso todavía es muy joven y necesita mucho entrenamiento. Lamento decir que el estilo italiano aún está más allá de sus capacidades, pero como el perro insiste en añadirle ajo a todo, la confusión de su informante es comprensible. —Durante un momento, el humor velado de Darcy fue recibido con un silencio sepulcral, pero luego el squire soltó una carcajada y los demás lo siguieron.
—¡Bien hecho, señor Darcy! Veo que en ese cerebro hay más cosas de las que revela su rostro. ¿Me permite presentarle a mi esposa? —El squire hizo las presentaciones necesarias y Darcy pronto se encontró libre para unirse al grupo de invitados que quisiera. La señorita Bingley y la señora Hurst estaban bastante ocupadas con sus admiradores. El señor Hurst discutía sobre los méritos de Gentleman’s Pride frente a Gray Shadow en la última carrera. Bingley estaba atrapado en una conversación sobre caza de la cual era evidente que quería escapar, pues, a cada poco, giraba la cabeza para mirar alrededor del largo salón.
Sí, ¿dónde están las hermanas Bennet? Él mismo se sorprendió buscándolas. Descartando la posibilidad de unirse al grupo que rodeaba a la señorita Bingley, empezó a pasearse por el salón. Estaba a punto de pasar junto a un grupo de personas reunidas alrededor de un sofá, cuando el caballero que estaba más cerca dio un paso hacia atrás y casi tropieza con él. Al tratar de esquivarlo, justo a tiempo para no ser derribado, se encontró cara a cara con la señorita Elizabeth Bennet.
—¿Me permite saludarla esta noche, señorita Bennet, y desearle una buena velada? —comenzó a decir rápidamente, al tiempo que le hacía una reverencia tan correcta y elegante como si estuviera bajo la inspección de las reinas de la sociedad londinense. La inclinación de la muchacha fue igualmente correcta.
—Claro, señor —dijo, haciendo una pausa, y luego añadió con cierta indiferencia, mientras levantaba la vista hacia él—: Aunque el hecho de que sea buena dependerá de nosotros, ¿no es así? —Los labios de la señorita Elizabeth Bennet se curvaron para formar una sonrisa de cortesía que apareció fugazmente, pero no antes de que Darcy quedara cautivado por la chispa que incluso una sonrisa tan anodina produjo en sus ojos. La confusión del caballero aumentó cuando ella se hizo a un lado y miró a su alrededor con el ceño ligeramente fruncido, gesto que él tuvo que admitir que resultaba adorable—. Si tiene usted la bondad de excusarme, señor Darcy, hay algo que requiere mi inmediata atención.
—Por supuesto, señorita Bennet —logró decir, aunque sus palabras sólo alcanzaron a llegar a la espalda de la muchacha, que se retiraba apresuradamente. Sorprendido en cierta forma por ese tratamiento, Darcy pensó primero que ella continuaba dándole su merecido por sus desconsideradas palabras de los dos últimos encuentros y que ese aparente deseo de evitarlo formaba parte de su juego. Pero cuando la vio consolando a su agitada madre y «teniendo una charla» con una de sus hermanas menores, vio que la brusca manera en que la muchacha se había retirado había sido legítima y que sus sospechas eran infundadas.
Durante la cena, Darcy se sintió un poco decepcionado al no haber quedado estrictamente dentro del círculo de Elizabeth Bennet, pues estaba sentado al otro lado de la mesa y dos sillas más allá; pero estaba lo suficientemente cerca para ser testigo de la manera sencilla y afable en que trataba a los que habían tenido la fortuna de compartir la mesa con ella. Con reticente admiración, no pudo dejar de notar la deliciosa manera en que la muchacha le subió los ánimos al hosco y anciano mayor… y, más tarde, la forma en que le aseguró a un joven y tímido galán local que el nudo de su corbata estaba «espléndido». Ya estuviera intercambiando frases ingeniosas o escuchando con atención, Darcy se dio cuenta de la inusual inteligencia que desplegaban los hermosos ojos oscuros de Elizabeth y se preguntó cómo había podido descartarla de manera tan irreflexiva durante el baile.
Un invitado que estaba al otro lado le pidió su opinión sobre cierto tema, y Darcy tardó algunos minutos en poder volver a fijar su atención en el extremo de la mesa. Sucedió entonces que la conversación alrededor de Elizabeth Bennet había cesado, lo que le permitió la oportunidad de tomar algo fresco. Extendió su esbelto brazo y agarró la copa entre sus dedos delicadamente formados. Darcy observó, inexplicablemente fascinado, cómo se la llevaba lentamente a los labios con una elegancia inconsciente. Le dio un sorbo al vino, con increíble delicadeza, y volvió a dejar la copa en su lugar. Cuando ella hizo aquel sencillo gesto y volvió a poner la mano en el regazo, Darcy soltó el aire, a pesar de que no se había dado cuenta de que había estado conteniendo la respiración. Rápidamente desvió los ojos antes de que ella pudiera notar su inapropiado comportamiento y los dirigió a su propio vaso. Sintió que el pulso se le aceleraba, que su manera de agarrar la copa no demostraba la misma seguridad con que ella lo había hecho y que el vino se balanceaba peligrosamente. ¿Qué te está sucediendo?, se reprendió a sí mismo, luego tragó el líquido rojizo sin saborearlo.
El squire echó hacia atrás su asiento, se levantó de la mesa y sugirió, haciendo un guiño a todos los invitados, que ahora los caballeros podían disfrutar de algo que su administrador había adquirido para aquellos que sabían reconocer lo bueno. Los estaba esperando en el salón de juegos; ¿les gustaría acompañarlo? Darcy se levantó con los otros caballeros, sintiéndose al mismo tiempo ansioso por salir y reacio a hacerlo, por razones que prefirió no analizar.
Después de aceptar un vaso de un brandy francés no muy legal, se dio la vuelta y descubrió que era observado por un hombre mayor, cuya actitud revelaba un interés particular. Al notar la involuntaria tensión de Darcy, en la mirada del hombre apareció un brillo burlón mientras, para su sorpresa, le dirigía un saludo. Intrigado, el caballero contestó el saludo levantando su vaso de manera similar y bebió un ligero sorbo. El brandy era excelente y Darcy cerró los ojos durante un instante, deleitándose con su calidez. Cuando los abrió, vio el rostro resplandeciente de su anfitrión.
—Señor Darcy, ¡me atrevo a decir que ni siquiera usted ha tenido la oportunidad de probar con frecuencia un ejemplo tan espléndido del arte de la destilería! —El squire hizo una pequeña pausa para que Darcy hiciera un gesto de asentimiento antes de continuar—: Sólo me gustaría que pudiéramos adquirir tabaco americano con la misma facilidad con que conseguimos brandy francés.
—Podríamos, si fuera de nuevo tabaco inglés —tronó el mayor, que llegaba desde el otro extremo del salón para reunirse con ellos—. ¡Ya basta de palabrería! ¡Apuntemos nuestros cañones a las calles de su capital y pongamos punto final a este absurdo! ¡Los Estados Unidos! ¡Bah! Recuerde mis palabras, señor. Pronto estarán marchando sobre la colonia de Canadá si alguien en St. James no se preocupa por otra cosa que no sea el corte de su chaqueta. Cuando yo estuve allí en el setenta y nueve… —Enseguida se desató una acalorada discusión sobre la inminente guerra, de la cual Darcy se excusó rápidamente.
Encontró un cómodo sillón en una esquina tranquila y se arrellanó plácidamente en él, sin otro propósito que disfrutar del excelente brandy. Al sostener su vaso en alto para atrapar un rayo de luz de la lámpara que tenía al lado, aprobó el delicado color ambarino del licor y su brillo, irradiando el reflejo de la luz. Antes de que pudiera impedirlo, estaba comparando el resplandor del licor con lo que había observado en los ojos de la señorita Bennet. Rápidamente puso el vaso sobre la mesa. ¡Imbécil!, se amonestó en voz baja, moviéndose incómodo en su asiento.
Preguntándose qué habría sido de Bingley, echó un vistazo a su alrededor y lo localizó cerca de la chimenea, conversando con el hombre que lo había saludado y que, gracias a su anfitrión, ahora sabía que era el señor Bennet. A juzgar por la seriedad de su rostro, que resultaba casi doloroso observar, Darcy se podía imaginar bien la intensidad con que Bingley debía de estar tratando de causar una buena impresión en el anciano. Aunque el señor Bennet parecía prestarle a Bingley una atención similar, Darcy creyó detectar una chispa de burla sarcástica en sus ojos, que no le gustó en lo más mínimo. Su sentido del deber para con su amigo reclamaba que fuera a rescatarlo, pero dada la particularidad de su propio intercambio con el caballero, Darcy experimentó una decidida resistencia a intervenir. Se sintió profundamente agradecido cuando el squire sugirió que se reunieran nuevamente con las damas.
La corta distancia que había entre el salón que los caballeros estaban abandonando y aquel al cual estaban entrando le pareció engañosa, pues el contraste entre los dos era tan grande que parecía que hubiesen hecho un viaje entre dos mundos. En el salón de juegos reinaba la atmósfera familiar de la sociedad masculina: el aroma del brandy y el humo de la pipa, el crujido de los sillones de cuero y la noble mirada de los trofeos de caza, cuyas cabezas llevaban años vigilando desde las paredes aquel dominio masculino. En medio del salón revestido de madera y a media luz, la conversación había girado en torno a los caballos y la caza, el precio del maíz y la guerra. Se hacían acuerdos, se cerraban negocios y se establecían relaciones que asegurarían la paz y la prosperidad de la región durante muchos años.
En contraste, el mundo al que estaban entrando resplandecía con la luz de miles de velas, el papel pintado floreado y el dulce aroma del té y el jerez. Todo hablaba de una sociedad femenina, cuyas reglas no escritas y cuyo comportamiento impredecible siempre le habían causado una cierta consternación a Darcy. La excesiva afabilidad del matrimonio formado por sus padres y el buen sentido y excelente entendimiento con aquellos de cuya compañía solían disfrutar no lo habían preparado bien para captar todos los matices en un salón social o un salón de baile. Los subterfugios y los discursos bonitos pero falsos no habían formado parte de su educación. Dicho comportamiento era considerado como falto de honor e insultante. Sin embargo, después de entrar en el mundo más amplio de sus semejantes y amigos, Darcy descubrió que habitualmente se esperaba que la gente actuara así, y que esa conducta era incluso elogiada, en especial cuando los dos sexos se encontraban en sociedad.
Sin deseos de involucrarse en las banalidades o intrigas que pasaban por conversaciones de salón, Darcy trató de recuperar su equilibrio para prepararse para la esperada justa con Elizabeth Bennet. El tan ansiado intercambio de dardos no había tenido lugar y lo había dejado curiosamente desanimado. Pensando en alcanzar a Bingley antes de que se sumergiera en el salón, Darcy avanzó hacia él, pero su amigo parecía bastante interesado en llegar al salón y no lo vio. Tuvo que seguir solo, y al entrar se acercó a una mesa sobre la que habían colocado dulces y jerez. Estudió brevemente la oferta y eligió uno de los dulces azucarados. Mientras lo saboreaba, levantó la vista y descubrió a Bingley, que estaba animando a la señorita Bennet a sentarse en un pequeño sofá y señalaba luego la mesa de los dulces. Ella asintió con elegancia en señal de aceptación y se ruborizó complacida, mientras él se dirigía directamente hacia Darcy.
—Ah, Darcy —le dijo Bingley con una sonrisa de oreja a oreja—. Hazte a un lado, hombre. Tengo la misión de hacerle un favor a una adorable dama y debo regresar rápidamente o me temo que seré reemplazado.
Darcy miró por encima del hombro de Bingley cuando éste se inclinó para cumplir su tarea.
—No, no tienes nada que temer, Bingley. La madre de la dama te está guardando el sitio. Si no me equivoco, ella se encargará de ahuyentar a quienquiera que ose tratar de sentarse junto a su hija hasta que tú regreses.
Bingley se detuvo sólo el tiempo suficiente para verificar la verdad de las palabras de Darcy y luego se rió entre dientes y susurró:
—La señora Bennet tiene su utilidad, Darcy.
—¿Y qué hay del señor Bennet? —preguntó Darcy en voz baja—. ¿Quedaste satisfecho con la conversación?
—¡Un hombre muy interesante y muy agudo! No se parece a su esposa en absoluto. —Bingley se enderezó, tratando de mantener el equilibrio de un plato de bizcochos en una mano y dos vasos de jerez en la otra—. Creo que nos hemos entendido estupendamente bien. —Darcy entornó los ojos—. ¡No seas tan incrédulo! —respondió Bingley—. Pero no tengo tiempo para ti, Darcy. La señorita Bennet espera y, con o sin su madre, no pretendo perder mi oportunidad, ahora que finalmente la he conquistado. —Y, diciendo esto, Bingley se alejó apresuradamente.
¿Y dónde está la otra señorita Bennet? Darcy examinó el salón mientras iba a por otro bizcocho y una taza de té. Una esbelta mano femenina agarró la taza antes que él. Levantó la vista y se encontró con la señorita Bingley.
—Señor Darcy, permítame prepararle una taza de té. Con un terrón de azúcar, ¿verdad? —Darcy hizo un esfuerzo por convertir la mueca que sintió asomándose a su cara en algo que se pareciera al agradecimiento—. Aquí tiene… justo como le gusta. —La señorita Bingley le ofreció el té con un aire de intimidad que le disgustó.
—Gracias, señorita Bingley —dijo, aceptando la taza y dando un paso hacia atrás—. Por favor, no permita que la entretenga. Me parece que los caballeros que están allí esperan su regreso con ansiedad. —Hizo un gesto en dirección a uno de los grupos de invitados.
La señorita Bingley hizo ademán de pasar frente a él, pero se detuvo junto a su hombro y susurró:
—Es todo tan aburrido, ¿no es así, señor Darcy? —El cosquilleo de la respiración de la señorita Bingley en la oreja fue una sensación desagradable y necesitó de todos sus años de educación para deslizarse suavemente hacia atrás y alejarse de ella. Tomó otro dulce, tratando de encubrir aquel movimiento—. ¡Usted debe estar muerto de aburrimiento en medio de una compañía tan poco distinguida! —siguió diciendo la señorita Bingley—. Porque, vamos, el squire es todo un personaje.
—No es el tipo de sociedad al que estamos acostumbrados, eso es seguro —afirmó Darcy—, pero, señorita Bingley, debe usted admitir que la velada tiene cierta utilidad. Su hermano ya ocupa una posición destacada entre estas personas y al final de esta velada será más estimado. Y usted, que hace las veces de señora de la casa, también asumirá, sin duda, un papel protagonista en la comunidad. De hecho, ha comenzado usted muy bien. La manera en que la han recibido esta noche ha sido extremadamente amable y parece que usted es universalmente admirada. Eso sólo puede contribuir al progreso de la influencia de su hermano.
Los ojos de la señorita Bingley brillaron e hizo un puchero con los labios.
—No tan universalmente admirada, señor Darcy.
—Señorita Bingley, ¡con seguridad se equivoca usted! Estoy asombrado oyéndola decir eso —replicó Darcy, aunque estaba bastante seguro de cuál era la fuente del descontento de la muchacha—. ¿A quién se refiere usted?
—A la señorita Elizabeth Bennet —confesó ella—. Detecté su falta de sinceridad en Netherfield y su comportamiento aquí esta noche sólo confirma la verdad. —La señorita Bingley sacudió la cabeza con pesar. Luego, después de haber lanzado su dardo, se disculpó, agarró el brazo de un joven vestido con lo que se consideraba localmente como el último grito de la moda y le pidió que la acompañara hasta el otro lado del salón. Cuando se alejaron, Darcy la oyó exclamar algo sobre la corbata del joven y aconsejarle que hablara con el ayuda de cámara de su hermano acerca de la manera adecuada de ponérsela.
Tan pronto como la señorita Bingley le dio la espalda, Darcy dejó de fruncir el ceño y se llevó la taza a los labios para disimular la sonrisa irónica que había ocultado mediante aquel gesto y que ya no podía esconder por más tiempo. Elizabeth Bennet, ¡celosa! ¡Qué maravilla! Darcy sacudió la cabeza y, continuando con la farsa, le dio un sorbo al té, que ya se había enfriado. Enseguida deseó no haberlo hecho. Al mirar a su alrededor para buscar con desesperación una servilleta, no encontró ninguna y se vio obligado a tragar el desagradable líquido. Para remediarlo, le dio un rápido mordisco a otro dulce y abandonó la taza en la mesa más cercana.
Un golpecito en el brazo le hizo dar media vuelta para descubrir a su anfitrión, que le ofrecía un vaso de jerez y lo miraba con simpatía.
—No es usted muy aficionado al té, ¿o sí, señor Darcy? —Darcy tomó el jerez e hizo una pequeña inclinación para expresar su gratitud y su acuerdo—. Yo no lo toco a menos que tenga mucho azúcar y leche. Si no es así… ¡me parece una cosa espantosa! Cuando oí que los americanos arrojaron al puerto hace muchos años un cargamento entero de té, supe que las colonias estaban perdidas. ¡Un grupo de personas con tanto sentido común sería muy difícil de controlar en lo que fuera que decidieran hacer!
Darcy no pudo evitar sonreír al ver el buen humor del squire. Pensó entonces que tal vez sería conveniente revisar la opinión tan despectiva que tenía de esos hombres y su función en el Imperio.
—Y hablando de gente con sentido común, aquí viene un buen ejemplo. —El squire hizo un gesto con el vaso—. ¿Le han presentado ya a la señorita Bennet? ¿La señorita Elizabeth Bennet?
Darcy siguió el gesto del squire y vio a la dama en cuestión, que estaba pasando frente a ellos en ese momento, del brazo de la hija más joven del squire. La acompañante de la señorita Elizabeth abrazaba lo que parecía un pequeño trozo de bordado, una muestra, tal vez. Agachó la cabeza con timidez, mientras Elizabeth la hacía sentar con suavidad y le aseguró que era «absolutamente encantadora» antes de llamar a algunos de los que estaban cerca diciendo:
—Vengan a ver la muestra de Fanny para la exhibición de bordados de Meryton. —Varias exclamaciones de admiración y reconocimiento se oyeron en el grupo, mientras la muestra de bordado era examinada y elogiada. Darcy observó mientras Elizabeth llamaba la atención de los demás hacia la sutileza del diseño y luego se retiraba discretamente, dejando a la joven en el centro del grupo, sonrojada y feliz. La señorita Elizabeth se detuvo a cierta distancia y Darcy pudo verla contemplando el resultado de su obra. Con una sonrisa de satisfacción, dio media vuelta y se reunió con la señorita Lucas, justo al otro lado de donde estaban Darcy y el squire.
La imagen de Elizabeth Bennet mientras se inclinaba sobre la hija del squire ofreciéndole su aprobación y apoyo había sido la representación misma de la bondad y Darcy contuvo la respiración por la dicha de poder contemplarla. La gracia natural de su figura, inclinada en una actitud de dulce preocupación por una chiquilla tímida, tocó dentro de él una fibra que desafió con facilidad la servil atención y los estudiados halagos de aquellos que eran cuatro veces más importantes que la señorita Bennet. Su actitud no había sido una pose, como solía suceder con tanta frecuencia entre las mujeres de Londres. La encantadora actitud de la muchacha dejó ver que su único propósito había sido complacer a la chiquilla y, tal vez, a sus padres.
—¿Señor Darcy? Perdóneme, ¿señor Darcy? —La voz del squire, que expresaba una mezcla de preocupación y complacencia, penetró a través de la conciencia de Darcy. Parpadeó unas cuantas veces y soltó el aire de una manera que se podría tomar como un suspiro—. ¿Tal vez le gustaría tomar un poco de jerez, señor Darcy? Ah, sí. —El squire esperó mientras el caballero se bebía casi de un solo trago todo el contenido del vaso—. Lizzy Bennet es tan auténtica como parece. No emplea ningún artificio y, como siempre digo, goza de un buen sentido poco común, todo envuelto en un paquete tan hermoso como podría desearse, ¿no le parece?
Mientras que el squire divagaba, Darcy podía sentir en su cuerpo la mortificación por lo que había ocurrido. Ya era suficiente con la confusión que le causaba la creciente fascinación que sentía por ella, pero el hecho de que fuera tan evidente para los demás era intolerable. Al poco tiempo de entrar en la vida social, su naturaleza reservada le granjeó la reputación de ser orgulloso, y en esos primeros días él había permitido que eso le sirviera de escudo. Últimamente, de acuerdo con Bingley, aquello se había transformado en una armadura. Escudo o armadura, la verdad es que ahora no le estaba funcionando. Haciendo un esfuerzo, Darcy apeló a sus antiguas costumbres y le respondió al squire con una voz fríamente contenida:
—No puedo tener ninguna opinión sobre eso, señor. Y ahora, si usted tiene la bondad de disculparme… —Haciendo una rápida inclinación, se alejó, mientras el squire lo observaba, con las cejas levantadas por la sorpresa.
La expresión impenetrable de Darcy disuadió a todos los que se cruzaban en su camino de tratar de entablar conversación con él. Encontró un sillón solitario que tenía una buena perspectiva sobre la mayor parte del salón y, sentándose, trató de recuperar la tranquilidad.
Se sentía atraído por ella, eso era indiscutible. Sin embargo, también era cierto que Elizabeth Bennet no había aprovechado ninguna oportunidad de acercársele después de la cena. Durante unos angustiosos momentos, Darcy contempló la desconcertante posibilidad de que simplemente ella no estuviera interesada en él. Si fuera así, sería una experiencia singular. Desde el día en que su tío lo presentó en los sagrados salones de Almack, vivía asediado por arrogantes matronas celestinas que lo cortejaban, y por los esposos de éstas, que lo atendían con la esperanza de que él tirara el pañuelo en el camino de sus hijas. De hecho, hasta aquel viaje a Hertfordshire, no podía recordar a una sola mujer en edad casadera que no hubiese modulado sus palabras tratando de buscar su aprobación o de atraparlo en matrimonio. La ilusoria idea de que la señorita Elizabeth Bennet no sintiera ningún interés por él fue rápidamente desechada. El breve y poco satisfactorio intercambio que habían tenido antes de la cena lo animaba a creer que había escapado de la categoría en la cual había sido colocada la señorita Bingley. Sin embargo, a pesar de que la idea de no ser objeto de burla por parte de la señorita Bennet fue recibida con ecuanimidad por Darcy, tenía que reconocer que el hecho de que ahora lo ignorara, equiparándolo con un mueble, hería su orgullo.
Reunidos alrededor de un sofá cerca de donde estaba Darcy, unos cuantos oficiales, que estaban enzarzados en una ruidosa discusión, lanzaron de repente una llamada para que viniera una dama que sirviera de árbitro en un asunto muy enojoso. Darcy observó con disimulo cómo la opinión del salón sobre quién sería el árbitro más adecuado entre las damas primero osciló y luego se convirtió en un coro que reclamaba la presencia de la señorita Elizabeth Bennet. Con una graciosa mezcla de tolerancia y modestia, la muchacha pasó frente a Darcy rumbo al puesto de juez que los oficiales habían despejado para ella. Una pequeña oleada de su perfume llegó hasta él mientras pasaba, y se sintió atrapado por el suave susurro de su vestido. En ese momento, sin tener totalmente claro por qué debería importar lo que ella pensara de él, o cuál era su objetivo final, Darcy se propuso diseñar un plan para conseguir la atención de la muchacha. La razón protestó brevemente, pero la puerta estaba abierta, el camino parecía irresistible y la imaginación de Darcy fue más allá, deslizándose hacia los misterios de una mujer cuyos encantos le resultaban cada vez más perturbadores.
18 comentarios:
Hola querida amiga!
Este es hasta ahora, porque creo que vendrán otros geniales, mi capítulo favorito.
La parte del sabueso persiguiendo la vara me ha resultado de lo más adorable y tierno que pude haberme imaginado jamás!
Y Darcy, poco a poco cayendo por Lizzy y sintiendo los síntomas de amor, uno a uno como joven enamorado... Wuaa me derritió xD
Espero con ansias la siguiente entrega jejeje. Por ahora me preparo para ir a correr en mi siguiente clase xD
Saludos!!
Este Darcy es mas mono cuanto mas tiempo pasa, como podria nadie resistirse a el, es un encanto poder entrar en su mente y saber lo que piensa, es mas vulnerable de lo que parece. Preciosa la escena con el perro aishhh...es para comerselo.
Esperamos impacientes el siguiente capitulo:)
Si ya se ve la atracción es tan romantico. Un capitulo genial.
Precioso el ambiente de cacería, tan inglés, y ese interior con decoración femenina, ese papel de la pared que imagino tan georgiano, y la luz de las velas.
Encantador tambien el modo en que el caballero se fija y queda embelesado por detalles como el modo en que ella se lleva la copa a los labios, o el modo en que disfruta del suave perfuma que deja al pasar.
Y oh, no menos importante, él admite para sus adentros que se siente atraido por ella y esta dispuesto a actuar!
La historia queda en un momento crucial, madame.
Feliz dia
Bisous
Los subterfugios y los discursos bonitos pero falsos no habían formado parte de su educación.
¿Me comprende un poco más ahora, milady, cuando puedo parecer algo inexpresivo y excesivamente sobrio en mis comentarios?
Las tribulaciones de Fitzwilliam, muy propias de un caballero joven y, aunque inteligente, poco experimentado en las relaciones sociales, están muy bien expresadas, como si fueran obra de un hombre con sensibilidad poco común, y no de una mujer. Pero, claro está, hay mujeres que son grandes observadoras del temperamento masculino y nos saben transmitir con maestría tales sentimientos.
Lo cierto es que, según avanzan los capítulos, crece la intensidad en la escritura a la par que la tensión espiritual de su protagonista.
Ese quedarse encandilado por detalles como la forma de manejar una copa son de los que alegran la vida a humildes lectores sin más pretensiones que acceder a un "profundo conocimiento de la naturaleza humana, la más acertada descripción de sus variedades, las más animadas muestras de ingenio y de humor con el lenguaje más escogido", por utilizar las mismas palabras que aquella humilde lectora llamada Jane Austen.
A sus pies.
Rocely: Que bien que has compaginado con fotografias la obra... me gusta! Yo estoy terminando de leer el libro, por eso, lo tuyo, solo lo repaso! Me encanta! Describe muy bien los sentimientos de Mr.Darcy!
Un gran abrazo
Creo que por el momento es el capítulo que más me ha gustado, pues analiza los sentimientos contradictorios que confluyen dentro de Darcy y que él mismo insiste en enterrar. Es ideal cómo se queda embelesado en la forma en que Lizzy bebe una copa de vino, un detalle tan efímero y a la vez tan seductor para él.
Me agradó también ese sentido del humor nada carente de ironía al mencionar que su perro abusa normalmente del ajo en la cocina... jeje
Y, sobre todo, que ya está irremediablemente perdido, puesto que a pesar de luchar contra su razón y sus sentimientos, desea tener la atención de la señorita aunque sea por un ínfimo instante.
Saludos Lady, nos seguimos leyendo
Hola Lady Darcy.
Te comento que nunca pude la leer la novela que estás subiendo. De seguro tu objetivo en parte es darla a conocer (aunque quién no la conoce) y por otra parte entiendo que intentas decir que es posible, al margen del tiempo, leer de a pocos.
Tú me la recomendaría ¿por qué?
Debo agradecer tus visitas a mi espacio y agradecer también la presencia de ésta en tu blog. Me comentas que no puedes abrir el enlace, te pido que intentes ahora.
Saludos, que estés bien
He disfrutado leyendo este capitulo y descubriendo los sentimientos de Darcy hacía Elisabeth.Me encanta esta frase..."contuvo la respiración por la dicha de poder contemplarla"
¡Que bonito!...no puedo evitar lanzar un suspiro...
Las imágenes son del libro "Las hadas de las flores de Cecily Mary Barker",si pinchas en el gadchet que he puesto podrás ver más,son encantadoras.Besos
Hola Lady Darcy! he llegado a tu rincón austeniano y aquí me quedo, como tu bien dices tenemos mucho en común. Felicidades por tu blog, yo también te sigo
Gracias mis fieles amig@s por su visita, me alegra mucho el poder disfrutar de sus opiniones.
Darcy empieza a sentir una creciente atracción por Elizabeth, se resiste a creerlo, sin embargo, se siente más que nunca la fuerte influencia de su orgullo y vanidad que opacan sus sentimientos... "vivía asediado por arrogantes matronas celestinas que lo cortejaban, y por los esposos de éstas, que lo atendían con la esperanza de que él tirara el pañuelo en el camino de sus hijas..." me causó mucha gracia ese fragmento y este "... la ilusoria idea de que la señorita Elizabeth Bennet no sintiera ningún interés por él fué rápidamente desechada" que tipo para más vanidoso, pero no menos adorable, coincido en que la escena del lebrel es preciosa y muy tierna.
Se vienen capítulos aún mejores.
un gran beso a tod@s.
Hola Gabryel!
Gracias por tu amable visita.
Pero qué honor sería para mí si en verdad hubiese escrito un sólo párrafo de ésta novela, lo cierto es que sólo soy un instrumento para llevar la literatura de época a quien quiera recibirla. De hecho esta novela "Una fiesta..." es de la autora Pamela Aidan, y es una adaptación de ORGULLO Y PREJUICIO la obra maestra de la célebre escritora inglesa Jane Austen, seguro que has escuchado hablar de ella. Sin embargo, si aún no leiste ninguna de sus obras te recomiendo empezar por Orgullo y Prejuicio, la puedes leer en este blog, en el enlace directo en la barra lateral, estoy segura que la sabrás apreciar y ya me dirás tu opinión.
Hasta entonces y gracias nuevamente por tu visita.
Hola César,
El que aún no hayas podido leer Orgullo y Prejuicio es una falta que se puede remediar sin duda alguna, sólo tienes que hacer un pequeño viaje a la barra lateral del blog y buscar Orgullo y Prejuicio, está con enlace directo al primer capítulo, o si prefieres el camino largo y buscarla en el archivo del blog, tambien se puede jeje.
Sobre el porqué la recomendaría, sería bastante largo de explicar por este medio, pero tengo dos entradas dedicadas a Jane Austen y Los hombres de Jane Austen, puedes ubicarlas en la barra lateral en "alguna vez publiqué..." estoy segura que te gustarán.
Después de leer O&P, recién te recomendaría que empezaras con esta novela que estoy subiendo actualmente, ya que ésta está escrita desde la perspectiva del protagonista masculino, muy interesante por cierto.
Un abrazo.
Bienvenida seas querida Bego!
Será un gusto inmenso contar con tus visitas.
Quedas en tu casa y te envío un fuerte abrazo.
Querido Milord,
Dirá que ultimamente lo dejo para el final, pero no lo tome a mal, reza esa conocida frase...los últimos serán los primeros...;)
pero cierto es, que sus comentarios siempre me desconciertan y a veces hasta me alteran, (en el buen sentido de la palabra por supuesto) lo que provoca un desorden inesperado de mis ideas.
No se preocupe mi querido señor, le entiendo perfectamente, cada vez le comprendo más, aunque le cueste creerlo, pero no nos olvidemos que el hombre y con esto me refiero al hombre como especie humana, es una "animal de costumbres" todo se aprende con mucha práctica y buena voluntad.
Me alegra en sobremanera que esté disfrutando de esos detalles tan sensibles que se narraron en este capítulo, el quedarse sin aire, embelesado por el breve instante de un sorbo de vino, me recuerdan ciertos momentos en los que me sucede lo mismo, y no precisamente con el vino, más sí con el detalle de unas palabras bien escritas, y usted es fiel testigo de eso.
con todo el afecto de una amiga que cada vez lo comprende mejor.
Milady, sepa que no sólo no me molesta ser el postre en sus palabras, sino que lo tomo como es debido: un auténtico privilegio.
No sé cómo agradecerle como se merece la distinción que me otorga con su afecto y con su interés por entenderme cada vez un poco mejor. Pero sepa en todo caso, que se lo agradezco de todo corazón.
Y otro motivo de alegría es conocer esa alteración y desconcierto que provocan mis comentarios, porque ayuda a aumentar esa "mala fama" que cultivo como artesano de las palabras. Si fuera menor mi afecto, tal vez me expresara de otra manera más formal y menos traviesa.
Su amigo.
No se deleite tanto por mi confesión mi querido señor, es cierto que sus comentarios me alteran y algunos me desconciertan, no hay duda (no soy de hierro) pero no es que me deje sin palabras como creo que insinúa, (eso nunca) al contrario, es tanto lo que tengo que responder, que necesito de todo mi tiempo, tranquilidad y sosiego para disfrutar como es debido del plato fuerte de mi mesa (no soy muy afecta a los postres) y si me permite el atrevimiento, no termino de convencerme que su afecto tenga mucho que ver en este asunto, no será que quiere hacer gala de su mala fama?....mmm... "mala fama..." tal parece que el jovencito travieso necesita una lección por tan mal comportamiento...
Con todo el afecto de una fiel amiga que está dispuesta darla.
Siempre fui muy travieso de jovencito, pero me temo que no es posible calificarme de ese modo al día de hoy :)
Travieso, pero a la vez aplicado, así que una lección siempre será bienvenida y aprovechada.
En todo caso, no cesaré en el deleite de alterarla con mis palabras (como los niños, procuro recaer en mis placeres), sea cual sea mi fama. Mientras no me lo prohíba, en cuyo caso cesaré al instante.
Todo y sólo mi afecto.
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