jueves, 10 de mayo de 2012

EMMA Capítulo VI

CAPÍTULO VI
Emma no tenía la menor duda de que había encauzado bien la imaginación de Harriet, y de que había hecho que su instinto juvenil de vanidad se orientase hacia el buen camino, ya que adver­tía que la muchacha era mucho más sensible que antes al hecho de que el señor Elton fuese un hombre considerablemente atractivo y de maneras muy agradables; y como no desaprovechaba ninguna oportunidad para hacer que Harriet se convenciese de la admiración que él sentía por ella, presentándoselo de un modo sugestivo, Emma no tardó en estar segura de haber suscitado en la muchacha tanto interés como era posible; por otra parte estaba plenamente convencida de que el señor Elton estaba a punto de enamorarse, si es que ya no estaba enamorado. Emma no dudaba de los sentimientos del jo­ven. Le hablaba de Harriet y la elogiaba con tanto entusiasmo que Emma no podía por menos de pensar que sólo con que pasase algún tiempo más todo iba a ser perfecto. El que él se diera cuenta de los sorprendentes progresos que había hecho Harriet en sus maneras desde que frecuentaba Hartfield, era una de las más gratas pruebas de su creciente interés.
-Usted ha dado a la señorita Smith todo lo que ella necesitaba -decía el joven-; le ha dado gracia y naturalidad. Cuando empe­zaron a tratarse ya era una muchacha muy bella, pero en mi opi­nión los atractivos que usted le ha proporcionado son infinitamente superiores a los que ha recibido de la naturaleza.
-Me alegra saber que usted cree que le he podido ser útil; pero Harriet sólo necesitaba un poco de orientación, recibir unas escasas, muy escasas, indicaciones. Tenía el don natural de la dulzura de carácter y de la naturalidad. Yo he hecho muy poco.
-Si fuera posible contradecir a una dama... -dijo el señor Elton, galantemente.
-Yo quizá le he dado un poco más de decisión, tal vez le he hecho pensar en cosas que antes nunca se le habían ocurrido.
-Exactamente, eso es; eso es lo que más me asombra. La deci­sión que ha adquirido. ¡Ha tenido un magnífico maestro!
-Y yo una buena alumna, a quien le aseguro que ha sido grato enseñar; nunca había conocido a alguien con mayores disposicio­nes, con más docilidad.
-No lo dudo.
Y estas palabras fueron pronunciadas con una especie de viveza anhelante, que parecía ya la de un enamorado. Otro día no quedó Emma menos complacida al ver cómo secundó el joven su repentino deseo de pintar un retrato de Harriet.
-Harriet, ¿nunca te han hecho un retrato? -dijo-; ¿nunca has posado para un pintor?
En aquel momento Harriet se disponía a salir de la estancia, y sólo se detuvo para decir con una candidez un tanto afectada:
-¡Oh, querida! No, nunca.
Apenas hubo salido, Emma exclamó:
-¡Sería precioso un buen retrato suyo! Yo lo pagaría a cual­quier precio. Casi me dan ganas de pintarlo yo misma. Supongo que usted lo ignoraba, pero hace dos o tres años tuve una gran afición por la pintura, y probé a hacer el retrato de varios de mis amigos, y en general me dijeron que no lo hacía mal del todo. Pero por una u otra razón, me cansé y lo dejé correr. Pero claro está que podría probar otra vez si Harriet quisiera posar para mí. ¡Sería maravilloso tener un retrato suyo!
-Permítame que le anime a hacerlo -exclamó el señor El­ton-, sería precioso. Permítame que le anime, señorita Woodhouse, a ejercer sus excelentes dotes artísticas en beneficio de su amiga. Yo he visto sus dibujos. ¿Cómo podía suponer que ignoraba que fuese usted una artista? ¿No hay en este salón abundantes mues­tras de sus pinturas de paisajes y flores?; ¿no tiene la señora Wes­ton en su salón de Randalls unos inimitables dibujos que son obra suya?
«Sí, hombre de Dios -pensó Emma-, pero todo eso ¿qué tiene que ver con saber reproducir el parecido de una cara? Sabes muy poco de dibujo. No te quedes en éxtasis pensando en los míos. Guárdate los éxtasis para cuando estés delante de Harriet.»
-Verá usted, señor Elton -dijo en voz alta-, si me anima usted de un modo tan amable, creo que trataré de hacer lo que pueda. Las facciones de Harriet son muy delicadas, y por eso son más difíciles de reproducir en un retrato; y tiene rasgos muy pecu­liares, como la forma de los ojos o el trazado de la boca, que es preciso reproducir exactamente.
-Usted lo ha dicho... La forma de los ojos y el trazado de la boca. Yo no dudo de que usted lo conseguirá. Por favor, inténtelo. Estoy seguro de que tal como usted lo haga será, para usar su pro­pia expresión, algo precioso.
-Pero yo temo, señor Elton, que Harriet no quiera posar. Con­cede tan poco valor a su belleza. ¿Ha visto usted la manera en que me ha contestado? ¿Qué otra cosa quería decir si no: «Para qué hacer un retrato mío?»
-¡Oh, sí! Le aseguro que ya me he fijado. No me ha pasado por alto. Pero no dudo de que podremos convencerla.
Harriet no tardó en regresar, y casi inmediatamente se le hizo la proposición; y sus reparos no pudieron resistir mucho ante la insistencia de ambos. Emma quiso ponerse manos a la obra sin más demora, y por lo tanto fue a buscar la carpeta en donde guardaba sus bocetos, ya que ninguno de ellos estaba terminado, a fin de que entre todos decidieran cuál podía ser la mejor medida para el re­trato. Les mostró sus numerosos bocetos. Miniaturas, retratos de medio cuerpo, de cuerpo entero, dibujos a lápiz y al carbón, acua­relas, todo lo que había ido ensayando. Emma siempre había que­rido hacerlo todo, y había sido en el dibujo y en la música donde sus progresos habían sido mayores, sobre todo teniendo en cuenta la escasa disciplina en el trabajo a la que se había sometido. To­caba algún instrumento y cantaba; y dibujaba en casi todos los es­tilos; pero siempre le había faltado perseverancia; y en nada había alcanzado el grado de perfección que ella hubiese querido poseer, ya que no admitía errores. No se hacía muchas ilusiones acerca de sus habilidades musicales o pictóricas, pero no le disgustaba des­lumbrar a los demás, y no le importaba saber que tenía tina fama a menudo mayor que la que merecían sus méritos.
Todos los dibujos tenían su mérito; y quizá los mejores eran los menos acabados; su estilo estaba lleno de vida; pero tanto si hubiera tenido mucho menos, como si hubiese tenido diez veces más, la complacencia y la admiración de sus dos amigos hubiera sido la misma. Ambos estaban extasiados. El parecido gusta a todo el mundo, y en este aspecto los aciertos de la señorita Woodhouse eran muy notables.
 
 
-No verá usted mucha variedad de caras -dijo Emma-. No disponía de otros modelos que los de mi familia. Aquí está mi padre (otra de mi padre), pero la idea de posar para este cuadro le puso tan nervioso que tuve que dibujarle cuando él no se daba cuenta; por eso en ninguno de estos esbozos le saqué mucho pare­cido. Otra vez la señora Weston, y otra y otra, ya ve. ¡Ay, mi querida señora Weston! Siempre mi mejor amiga en todas las ocasio­nes. Siempre que se lo pedía estaba dispuesta a posar. Esta es mi hermana; y la verdad es que recuerda mucho su silueta fina y ele­gante; y las facciones son bastante parecidas. Hubiera podido ha­cerle un buen retrato si hubiera posado más tiempo, pero tenía tanta prisa para que dibujara a sus cuatro pequeños que no había modo de que se estuviera quieta. Y aquí está todo lo que conseguí con tres de sus cuatro hijos; éste es Henry, éste es John y ésta es Bella, los tres en la misma hoja, y apenas se distinguen el uno del otro. Su madre puso tanto interés en que los dibujara que no pude ne­garme; pero ya sabe usted que no es posible lograr que niños de tres o cuatro años se estén quietos; y tampoco es muy fácil sacar­les parecido, aparte de un vago aire personal y de la construcción de la cabeza, a no ser que tengan las facciones más- acusadas de lo que es normal en una criatura; éste es el esbozo que hice del cuar­to, que aún estaba en pañales. Lo dibujé mientras dormía en el sofá, y le aseguro .que esta cabecita sonrosada se parece a la suya todo lo que puede desearse. Tenía la cabeza inclinada de un modo muy gracioso. Se le parece mucho. Estoy bastante orgullosa de mi pequeño George. El rincón del sofá está muy bien. Y aquí está mi último dibujo (y desenvolvió un esbozo muy bonito, de pequeño tamaño, que representaba a un hombre de cuerpo entero), el último y el mejor: mi cuñado, el señor John Knightley. Me faltaba muy poco para terminarlo cuando lo arrinconé en un momento de mal humor y me prometí a mí misma que no volvería a hacer más re­tratos. No puedo soportar que me provoquen; porque después de todos mis esfuerzos, y cuando había conseguido hacer un retrato lo que se dice muy bueno (la señora Weston y yo estuvimos total­mente de acuerdo en que se le parecía muchísimo), sólo que quizá demasiado favorecido, demasiado halagador, pero eso era un defecto muy disculpable, después de esto, llega Isabella y su opinión fue como un jarro de agua fría: «Sí, se le parece un poco; pero, desde luego, no le has sacado muy favorecido.» Y además nos costó mu­chísimo convencerle para que posara; como si nos hiciera un gran favor; y todo en conjunto era más de lo que yo podía resistir; de modo que no pienso terminarlo, y así se ahorrarán excusarse ante sus visitas de que el retrato no se le parezca; y como ya he dicho entonces me juré que nunca más volvería a dibujar a nadie. Pero siendo por Harriet, o mejor dicho, por mí misma, pues ahora no va a intervenir ningún matrimonio en el asunto, estoy decidida a romper mi promesa.
El señor Elton parecía lo que se dice muy emocionado y com­placido con la idea, y repetía:
-Cierto, por el momento no va a intervenir ningún matrimonio, como usted dice. Tiene usted mucha razón. Ningún matrimonio.
E insistía tanto en ello que Emma empezó a pensar si no sería mejor dejarles solos. Pero como Harriet quería que le hicieran el re­trato, decidió que la declaración podía esperar.
Emma no tardó en concretar las medidas y la modalidad del re­trato. Debía ser un retrato de cuerpo entero, a la acuarela, como el del señor John Knightley, y estaba destinado, si es que complacía a la artista, a ocupar un lugar de honor sobre la chimenea.
Empezó la sesión; y Harriet sonriendo y ruborizándose, y te­merosa de no saber adoptar la posición más conveniente, ofrecía a la escrutadora mirada de la artista, una encantadora mezcla de ex­presiones juveniles. Pero no podía hacerse nada con el señor Elton, que no paraba ni un momento, y que detrás de Emma seguía con atención cada pincelada. Ella le autorizó a ponerse donde pudiera verlo todo a plena satisfacción sin molestar; pero terminó viéndose obligada a poner fin a todo aquello y a pedirle que se pusiera en otro sitio. Entonces se le ocurrió que podía hacerle leer.
-Si fuera usted tan amable de leernos algo, se lo agradecería­mos mucho. Haría más fácil mi trabajo y distraería a la señorita Smith.

El señor Elton no deseaba otra cosa. Harriet escuchaba y Emma dibujaba en paz. Tuvo que permitir al joven que se levantara con frecuencia para mirar; era lo mínimo que podía pedírsele a un ena­morado; y a la menor interrupción del trabajo del lápiz, se levan­taba para acercarse a ver los progresos de la obra y quedar mara­villado. No había modo de que se contrariara con un crítico tan poco exigente, ya que su admiración le hacía advertir parecidos casi antes de que fuera posible apreciarlos. Emma no hacía mucho caso de su opinión, pero su amor y su buena voluntad eran indiscutibles.
En conjunto la sesión resultó muy satisfactoria; los esbozos del primer día la dejaron lo suficientemente satisfecha como para desear seguir adelante. El parecido era evidente, había estado acertada en la elección de la postura, y como pensaba hacer unos pequeños re­toques en el cuerpo, para darle un poco más de altura y hacerlo considerablemente más esbelto y elegante, tenía una gran confianza en que terminaría siendo, en todos los aspectos, un magnífico dibu­jo, que iba a ocupar con honor para ambas el lugar al que estaba destinado; un recuerdo perenne de la belleza de una, de la habili­dad de la otra, y de la amistad de las dos; sin hablar de otras mu­chas gratas sugerencias, que el tan prometedor afecto del señor Elton era probable que añadiese.
Harriet tenía que volver a posar al día siguiente; y el señor Elton, como era de esperar, pidió permiso para asistir a la sesión y servirles de nuevo de lector.
-Con mucho gusto. Estaremos más que encantadas de que for­me usted parte de nuestro grupo.
Al día siguiente hubo los mismos cumplidos y cortesías, el mismo éxito y la misma satisfacción, y todo ello unido a los rápidos y afor­tunados progresos que hacía el dibujo. Todo el mundo que lo veía quedaba complacido, pero el señor Elton estaba en un éxtasis con­tinuo y lo defendía contra toda crítica.
-La señorita Woodhouse ha dotado a su amiga de las únicas perfecciones que le faltaban -comentaba con él la señora Weston sin tener la menor sospecha de que estaba hablando a un enamo­rado-. La expresión de los ojos es admirable, pero la señorita Smith no tiene esas cejas ni esas pestañas. Precisamente no tenerlas es el defecto de su cara.
-¿Usted cree? -replicó él-. Lamento no estar de acuerdo con usted. A mí me parece que hay un parecido perfecto en todos los rasgos. En mi vida he visto un parecido semejante. Hay que tener en cuenta los efectos de sombra, sabe usted.
-La ha pintado demasiado alta, Emma dijo el señor Knightley.
Emma sabía que esto era cierto, pero no estaba dispuesta a re­conocerlo, y el señor Elton intervino acaloradamente.
-¡Oh, no! Claro está que no es demasiado alta, ni muchísimo menos. Tenga usted en cuenta que está sentada... lo cual natural­mente significa una perspectiva distinta... y la reducción da exac­tamente la idea... y piense que tienen que mantenerse las propor­ciones. Las proporciones, el escorzo... ¡Oh, no! Da exactamente la idea de la estatura de la señorita Smith. Desde luego, exactamente su estatura...
-Es muy bonito -dijo el señor Woodhouse-; está muy bien hecho. Igual que todos tus dibujos, querida. No conozco a nadie que dibuje tan bien como tú. Lo único que no me acaba de gustar es que la señorita Smith simule estar al aire libre y sólo lleva un pequeño chal sobre los hombros... y da la impresión de que tenga que resfriarse.

-Pero papá querido, se supone que es en verano; un día ca­luroso de verano. Mira él árbol.
-Sí, querida, pero siempre es expuesto permanecer así al aire libre.
-Puede usted pensar lo que quiera -exclamó el señor Elton-, pero yo debo confesar que me parece una idea acertadísima el si­tuar a la señorita Smith al aire libre; ¡y el árbol está tratado con una gracia inimitable! Cualquier otra ambientación hubiera tenido mucho menos carácter. La ingenuidad de la postura de la señorita Smith... ¡En fin, todo! ¡Oh, es algo más que admirable! No puedo apartar los ojos del dibujo. Nunca había visto un parecido tan asom­broso.
Y lo inmediato fue pensar en enmarcar el cuadro; y aquí sur­gieron algunas dificultades. Alguien tenía que cuidarse de ello; y debía hacerse en Londres; el encargo tenía que confiarse a una per­sona inteligente de cuyo buen gusto se pudiera estar seguro; y no podía pensarse en Isabella, que era quien solía ocuparse de estas cosas, ya que estaban en diciembre, y el señor Woodhouse no po­día soportar la idea de hacerla salir de casa con la niebla de di­ciembre. Pero todo fue enterarse el señor Elton del conflicto y que­dar éste resuelto. Su galantería estaba siempre alerta.
-Si se me confiara este encargo, ¡con qué infinito placer lo cum­pliría! En cualquier momento estoy dispuesto a ensillar el caballo e ir a Londres. Me sería imposible describir la satisfacción que me causaría ocuparme de este encargo.
 
 
«¡Es demasiada amabilidad por su parte!», «¡Ni pensar en darle tantas molestias!», «¡Por nada del mundo consentiría en darle un encargo tan incómodo!»... Cumplidos que suscitaron la esperada re­petición de nuevas insistencias y frases amables, y en pocos minutos se acordó que así se haría.
El señor Elton llevaría el cuadro a Londres, elegiría el marco y se encargaría de todo lo necesario; y Emma pensó que podía arro­llar la tela de modo que pudiese llevarla sin peligro y sin que oca­sionase demasiadas molestias al joven, mientras que éste parecía temeroso de que tales molestias fueran demasiado pequeñas.
-¡Qué precioso depósito! erijo suspirando tiernamente cuando le entregaron el cuadro.
--Casi es demasiado galante para estar enamorado -pensó Emma.­ --Por lo menos eso es lo que me parece, pero supongo que debe de haber muchas maneras distintas de estar enamorado. Es un joven excelente, y eso es lo que le conviene a Harriet; «exacta­mente, eso es», como él dice siempre; pero da unos suspiros, se enternece de una manera y gasta unos cumplidos tan exagerados que es más de lo que yo podría soportar en un hombre. A mí me toca una buena parte de los cumplidos, pero en segundo plano; es su gratitud por lo que hago por Harriet.
Continuará...

15 comentarios:

Fernando García Pañeda dijo...

«Es demasiado galante para estar enamorado». Me ha gustado mucho esa sutileza en la percepción de sentimientos. Alguien galante es sólo eso: considerado, amable. Alguien verdaderamente enamorado deja en segundo plano la galantería (excepto quizás en público). Puede más la pasión, el arrebato, que la delicadeza.
Pero no por ello debe perderse la galantería, el cortejo permanente, la repetición siempre distinta de las formas de mostrarse cariño y respeto, verdadero afecto, algo que impide que la pasión se consuma como una simple llama pasajera... Pero nunca «más de lo que yo podría soportar en un hombre», a juicio de la dama ;)
Y tampoco conviene dejar nunca de lado las críticas y los varapalos, cuando se merecen, ¿no cree, milady? Para eso el viejo Knightley se las pinta solo: lo único que se le ocurre es señalar el defecto del cuadro.
En fin, un equilibrio difícil que se hace muy fácil cuando hay sincronía.
Con mi afecto y mis defectos, mi Señora

Ricardo Miñana dijo...

Buen texto y bonito espacio,
te dejo mis saludos.
feliz fin de semana.

J.P. Alexander dijo...

Me encanta el personaje del párroco es tan pre juicioso y frívolo, que parece sacado de alguien que ella conocía. Te mando un beso y te me cuidas nena

Luciana dijo...

A pesar que su padre era clérigo, sacando a su carismático Mr Tilney, a los demás no los ha dejado muy bien parados. Mr Elton es casi tan desagradable como Mr Collins.
Besos.

Anónimo dijo...

hola lady darcy, hace algun tiempo que te sigo, pero hasta hoy he decidido dejarte un comentario: quiero agradecerte que te tomes el tiempo para publicar estas encantadoras historias.
Pero la verdad es que quiero hacerte una peticion (si no es abusar mucho de tu amabilidad), hace poco me entere de que salio un libro que es una secuela de orgullo y prejuicio; y por las criticas que recibió me parece que es muy interesante, se titula "la muerte llega a Pemberley" por: P.D. James, y me encantaria que lo publicaras en tu maravilloso blog, espero que lo tomes en consideracion. De cualquier forma MIL GRACIAS!!!

Maria Carmen Martinez Molina dijo...

Bien, querida, ya estamos las dos en marcha de nuevo, así son estas cosas, tienes vaivenes y hay que asumirlos.
Me gusta Enma así que será un placer leerla en tu compañia.
Increible lo mirados que eran en aquella época..me refiero a la observación acerca de que estaba sentada al aire libre y solo tenía un chal sobre sus hombros o bien el hecho de no dejar que Isabella se encargarse de enmarcar el dibujo por ser invierno.
Besos Lady Darcy

LADY DARCY dijo...

Puede más la pasión, el arrebato, que la delicadeza...mi querido Señor, habla usted con demasiada convicción sobre un asunto que en otros tiempos le provocaría urticaria ;)
Un cortejo permanente que impida que la llama se extinga...muy pocos amantes son capaces de ello, pero nunca «más de lo que yo podría soportar en un hombre», ¿a juicio de Emma, o el suyo propio?
Puede que con razón sea algo que muy pocos hombres puedan soportar. formará mi querido Señor parte de la mayoría o de aquellos pocos llamados a la excelencia ;) Daría mi arrebato, mi pasión entera por comprobarlo.
Sincronía...¿qué haríamos sin ella?
Con nuestro afecto y defectos, tan necesarios como únicos. Mi Señor.

LADY DARCY dijo...

Muchas gracias por tu visita y tus palabras, mi estimado Ricardo. Eres siempre bienvenido en este espacio. Un placer leerte.

LADY DARCY dijo...

Mi querida Citu, por el contrario a mí me parece insoportable. No entiendo la fijación de Jane Austen por crear a clérigos tan patéticos. Alguna experiencia cercana quizá...en fin. Una enorme alegría tu visita, como siempre. Besos.

LADY DARCY dijo...

Mi querida Lu, ¿casi? de hecho, me resulta difícil decidir cual de los dos se lleva las palmas. En todo caso, y como bien dices, nuestra querida autora se reivindicó con Mr. Tilney...ya empezaba a preocuparme y achacarle a Jane alguna especie de trauma.
Un beso y gracias por venir.

LADY DARCY dijo...

Anónimo, (me gustaría mucho más llamarte por tu nombre)Me complace saber que mis publicaciones no son en vano, más allá del esfuerzo que implica, es la ilusión de compartir, yendo de la mano en cada capítulo, compartiendo opiniones entre los lectores y llevando la historia donde no aún no llegó. Todo ello es lo que verdaderamente me motiva a estar en este espacio azul. En cuanto a tu petición, te aseguro que lo tendré en consideración, por el momento voy con Emma, más adelante retomaré tu sugerencia ya que es una idea interesante.
Muy agradecida por tu visita, que espero no sea la última ;)

LADY DARCY dijo...

Querida Wen, y es que no nos vamos a dejar vencer ¿verdad? Es una enorme alegría saberte bien y con el ánimo que te caracteriza. Estaré más que complacida releyendo y comentando a tu lado las aventuras y desventuras de la engreída pero noble Emma.
"Mirados"...por aquí le decimos fijones ;) y sí, habría que tener mucho cuidado en aquél tiempo. Sería muy difícil pasar inadvertido con tan poca gente a tu alrededor, y más difícil aún sanarse de un resfrío, teniendo en cuenta las limitaciones y carencias de la época supongo que no sería nada recomendable que un sencillo resfrío se complicara con algo más delicado, incluso fatal. Sin penicilina al rescate debe haber sido un asunto serio, un verdadero dolor de cabeza...y de garganta ;)

Un beso inmenso.

Fernando García Pañeda dijo...

Supongo que el frecuentar una y otra vez este acogedor saloncito transforma la urticaria en caricia. Y lo cierto es que no echo de menos algunas convicciones anteriores.
Ese "más de lo que yo podría soportar en un hombre" es el límite de la galantería, el norte para permanecer en ese equilibrio entre pasión desatada y respeto cariñoso.
Qué afortunado quien pueda darle a comprobar esa excelencia equilibrada y sincronizada...
Siempre. Suyo.

LADY DARCY dijo...

Debo suponer entonces, que aún forma parte de la mayoría, pero sin embargo aspira a esa excelencia equilibrada? Es mejor no irse por las ramas mi querido Señor. Y descuide, será el primero en saber quién es el afortunado...;)

princesa jazmin dijo...

Vaya que es moscón este personaje de Mr.Elton, realmente cuesta entender cómo Emma no se da cuenta que el joven está mil veces más interesado en ella que en Harriet, supongo que es porque Emma ve solamente lo que quiere ver.
Qué peculiar que Jane haga uso aquí del pensamiento de su protagonista, contrario a lo que dice en la realidad...
Qué graciosa la intervención de Mr.K.
Sigo con más.
Besos.
Jazmín.