lunes, 22 de agosto de 2011

SÓLO QUEDAN ESTAS TRES Capítulo XII (FINAL)

La fina sutileza del amor



Llegaron terriblemente tarde. Cuando entraron, todo el mundo, incluidos Bingley y Jane, ya estaba sentado a la mesa. Encabezados por la hermana mayor de Elizabeth, enseguida todos preguntaron en coro:


—Mi querida Lizzy, ¿dónde os habíais metido?


Darcy resolvió asumir la culpa, pero la respuesta de Elizabeth, que habían caminado tanto que ella misma no sabía dónde habían estado, fue suficiente para satisfacer la curiosidad de todos.


Darcy echó un vistazo a la mesa. Elizabeth había tomado asiento en un lugar que estaba lejos de él, por temor a despertar especulaciones prematuras, pero ella era la única persona con quien él quería conversar y su sonrisa era la única que anhelaba. Miró con un poco de envidia a Bingley y Jane. Los novios oficiales no tenían ninguna restricción y podían hablar en medio de una cierta privacidad que le estaba negada al resto del grupo. Con creciente resignación, el caballero miró a los padres de Elizabeth y aceptó que era a ellos a quienes debía dirigir su atención. Durante sus recientes visitas a Longbourn había tenido más contacto con la señora Bennet del que deseaba, pero al señor Bennet lo conocía muy poco. ¿Por dónde podría empezar a relacionarse con aquel hombre al que muy pronto le estaría pidiendo la mano de Elizabeth?


Cuando la comida terminó, todos se levantaron y fueron al salón, donde Darcy sintió la necesidad de conversar con el padre de Elizabeth. Tras aceptar una taza de café de manos de la señora Bennet, se dirigió a su anfitrión.


—Señor Bennet —le dijo, levantando ligeramente la taza a modo de saludo.


—Señor Darcy —contestó el hombre y luego, con un gesto de la barbilla, señaló a Bingley y a Jane, que estaban solos, en un rincón del salón—. Hacen una buena pareja, ¿no le parece, señor Darcy? Aunque todas esas sonrisas y susurros son más bien molestos para el resto del mundo, la señora Bennet me asegura que eso es lo normal.


Darcy bajó la taza y se volvió hacia el señor Bennet.


—Creo que Bingley será un esposo estupendo —dijo con aire reflexivo—. Lo conozco desde hace varios años y es uno de los mejores hombres con los que he tenido el placer de encontrarme.


—¡Ah, no lo dudo! —contestó el señor Bennet—. Se llevarán muy bien, él y Jane. Sus hijos nunca oirán de ninguno de ellos una palabra de enfado e incluso es posible que les permitan a sus padres expresar su opinión, de vez en cuando. Sin embargo, estoy contento por ella. —Le dio un sorbo a su taza—. ¿Y usted, señor? ¿Se quedará mucho tiempo en Hertfordshire, o acaso Londres reclama su presencia?



—Todavía no tengo planes definidos, pero no sería raro que me quedara algún tiempo más.


—¡Vaya! —El señor Bennet pareció sorprendido—. Vaya —repitió—. Bueno, puede usted visitar Longbourn cuando quiera, señor Darcy. Como puede ver, tengo varias hijas que pueden ofrecerle una conversación sugerente a un hombre educado. —Señaló con la cabeza a Mary, sumergida en un libro, y a Kitty, que estaba arreglando las cintas de un sombrero. Después de dejar la taza sobre una mesa con expresión divertida, el señor Bennet se disculpó y le dijo a su esposa—: Estaré en mi estudio si alguien me necesita, querida.


Darcy miró a Elizabeth, sorprendido al ver que su anfitrión abandonaba de esa forma tan brusca a sus invitados y se preguntó si esto sería una señal para que él y Bingley se marcharan. Pero nadie más pareció notar el extraño comportamiento del señor Bennet o hacer ademán de concluir la velada; se limitaron a despedirse del dueño de la casa. A pesar de todo, ellos no se quedaron mucho tiempo y, cuando él y Bingley se pusieron en pie para marcharse, Elizabeth lo acompañó hasta la puerta y luego al exterior, tal como había hecho Jane con Bingley. Protegiéndose del frío con los brazos, Elizabeth lo vio montarse a su caballo. Al mirarla con el rostro hacia arriba bajo la luz de las estrellas, Darcy recordó la velada de un año atrás, a la salida del salón de baile de Meryton. Habían pasado tantas cosas desde esa noche que aquel día Darcy se sintió optimista con respecto al futuro. Sin embargo, al mismo tiempo estaba inquieto. Elizabeth era suya y no era suya, era la compañera de su corazón, pero todavía no estaba a su lado.


Darcy se inclinó hacia ella.


—Hasta mañana —le susurró.


Ella asintió con la cabeza.


—Hasta mañana —moduló con los labios, mientras se ponía al lado de su hermana y observaban cómo los caballos se perdían en la oscuridad de la noche.


Bingley iba canturreando cuando, después de espolear a su caballo, Darcy lo alcanzó. Con tono desafinado, la canción se perdía en la noche. Darcy sonrió al ver la distracción de su amigo y pensó en la felicidad que sentía en su propio corazón.


—¿Y a qué criatura estás invocando a esta hora, Charles? —le dijo bromeando—. Creo que todos los animales decentes están guardados en sus establos.


—Darcy, ¡soy el más afortunado de los hombres! —dijo Bingley, ignorando el sarcasmo de Darcy—. ¡Qué día tan maravilloso!


—Sí, así es —murmuró Darcy.


Bingley se volvió hacia él.


—Supongo que no ha resultado ser tan maravilloso para ti tener que pasar toda una velada con los Bennet. Has sido muy amable al soportarlo, Darcy, te lo agradezco.


—En absoluto, Charles —dijo Darcy, restándole importancia—. Es natural que quieras estar en compañía de tu prometida el mayor tiempo posible. Y, después de todo, yo estoy aquí por voluntad propia y puedo marcharme en cualquier momento.


—Eres muy amable —contestó Bingley. Guardó silencio un momento, antes de añadir, con un tono muy distinto—: Tan amable que nos dejaste a Jane y a mí rezagados en el bosque. ¿Cómo ha sucedido eso? No os volvimos a ver a partir de la primera media hora.


—¿Acaso no queríais estar solos?


—No me refiero a eso. —Bingley soltó una carcajada—. Bueno, yo no estaba muy preocupado, no tan preocupado como Jane, en todo caso; porque ella no había visto lo bien que os habíais llevado en Pemberley tú y su hermana. Pensé que nos habías dejado atrás a propósito, para darnos un poco de intimidad, y que no te importaba acompañar a la señorita Elizabeth mientras tanto.


—¿Y le dijiste eso a la señorita Bennet?


—Algo parecido. ¿Acaso no he debido hacerlo?


Darcy no le respondió de inmediato. ¿Tenía algún sentido reservarse su felicidad? Pronto sería del dominio público, y Bingley era su amigo íntimo. En todo caso, Darcy deseaba pronunciar en voz alta las palabras que darían solidez a los acontecimientos de aquella tarde. Y tenía curiosidad por ver la reacción de Charles. Adelantó el caballo hasta colocarse junto a Bingley.


—Tienes razón sólo en parte, amigo mío. Confieso que pensé muy poco en ti y en la señorita Bennet esta tarde. Mi propósito, después de que tuvieras la feliz idea de sugerir dar un paseo, era encontrar la forma de hablar con la señorita Elizabeth en privado.


—¡Hablar en privado! —Bingley le dio un tirón a las riendas y miró a Darcy bajo la luz de la luna—. Me pregunto sobre qué.


—Un asunto personal. —Darcy sonrió abiertamente.


—Claro. —Pero Bingley no se dejó intimidar—. ¿Un asunto personal acerca de qué, si puedo preguntar?


—Bueno, claro que puedes preguntar…


—¡Darcy! —El tono de Bingley sonó amenazante.


Su amigo se detuvo y soltó una carcajada.


—Acerca del hecho de que… y puede que esto te sorprenda o no, porque ya no puedo confiar en mis propias percepciones… El hecho de que he admirado… no, más que admirado a la señorita Elizabeth casi desde que nos conocimos.


—¡Santo cielo! —exclamó Bingley con perplejidad—. Este verano en Pemberley sospeché que había algo de afecto, pero ¿desde el otoño pasado? ¡Si lo único que hiciste fue pelearte con ella!


—Sí, eso es cierto. No nos entendimos bien el otoño pasado. Al principio, mi propio comportamiento fue el responsable de la pobre opinión que ella tenía de mí. Pero luego hubo ciertos rumores perniciosos relacionados conmigo y divulgados por Wickham, que terminaron de definir su manera de pensar.


—¡Ese sinvergüenza! Y pensar que tendré que ser su… —Bingley guardó silencio para no hablar más de ese tema y volvió al asunto que los ocupaba—. ¡Continúa, Darcy! ¡La has amado todo este tiempo! Bueno… —Bingley tomó aire—. ¡Eso es realmente maravilloso! Parece una obra de teatro… aquella de Shakespeare. Ah, ¿cuál era… acerca de un hombre… Benedick?


Darcy se rió.


—¡Sí, muy parecido!


—Pero ¿qué ocurrió entre el otoño pasado y Pemberley?


—La primavera pasada nos encontramos de nuevo, cuando ella fue a visitar a su amiga en Kent, cerca de la propiedad de mi tía, lady Catherine de Bourgh. Lamento decir que ahí hubo más malentendidos y conductas abominables por mi parte, pero finalmente quedó clara la naturaleza de los problemas que había entre nosotros. Cuando nos encontramos después en Pemberley, descubrimos que nos resultaba mucho más agradable estar juntos.


—¡Por favor, continúa! —le apremió Bingley, mientras volvían a poner en movimiento sus caballos, pero lentamente.


—Fue el comienzo de algo, pero eso fue todo. Cuando ella tuvo que regresar a su casa inesperadamente, parecía muy poco probable que volviéramos a tener ocasión de hablar.


—¡Ese sí que resultaba un gran problema! —Bingley sacudió la cabeza—. Pero luego te hablé de Netherfield. ¡No me sorprende que tuvieras tanto interés en que regresara!


—Estaré en deuda contigo para siempre, amigo mío —dijo Darcy con una sonrisa—, gracias a tu lamentable incapacidad para tomar una decisión. —Bingley aceptó su falta con un silbido de júbilo—. Eso me dio la oportunidad que necesitaba para concluir dos asuntos de vital importancia —continuó diciendo Darcy—. Primero, corregir mi imperdonable intromisión en tus asuntos y, segundo, para evaluar la inclinación de la señorita Elizabeth y ver si existía la posibilidad de que aceptara mi propuesta de matrimonio.


—¡Propuesta de matrimonio! ¡Eso es maravilloso, Darcy! Pero bueno, claro que te aceptará… ¿Qué mujer en Inglaterra no te aceptaría?


—Ah, existe una, te lo aseguro. Esta no ha sido mi primera propuesta. —Darcy miró la cara de asombro de su amigo—. El «malentendido» al que me referí durante la primavera pasada…


Bingley tomó aire.


—¡Increíble! ¿Elizabeth?


—¿No es ella increíble? —Se oyó una nota de placer en la voz de Darcy. Siguieron cabalgando en silencio hasta que las luces de Netherfield aparecieron entre los árboles. Luego Darcy dijo, más pensativo esta vez—: Me rechazó de plano y sin ninguna ceremonia, Charles. Y siempre estaré en deuda con ella por eso. Me sentí muy amargado. Estuve furioso durante un tiempo. Pero ella me bajó de mi pedestal y me hizo saber que todas mis pretensiones no significaban nada para una mujer valiosa e íntegra.


—Pero ¿respondió afirmativamente a esta segunda propuesta? —Había un tono de preocupación e incertidumbre en la pregunta de Bingley.


Darcy sonrió.


—Dijo que sí.


Clavando los pies en los estribos, Bingley lanzó un grito que fue respondido por los aullidos de los mastines de Netherfield. Su caballo caracoleó al oír el escándalo y el de Darcy retrocedió.


—Darcy, ¡esto es extraordinario! —continuó, después de sentarse otra vez en la montura—. ¿Te das cuenta? ¡Vamos a ser hermanos! Ah, Jane y yo habíamos hablado de eso, lo habíamos deseado, pero pensábamos que era imposible. ¡Se va a sorprender mucho!


—Charles, te ruego que no hables de esto hasta que hagamos el anuncio oficial. —Darcy interrumpió el entusiasmo de su amigo—. Todavía tengo que hablar con el señor Bennet y eso sería embarazoso…


—No digas más. —Bingley se rió con un poco de vergüenza—. Entiendo que no debo hablar, pero, ¡ay, va a ser extremadamente difícil! —Después de unos minutos de silencio, se volvió hacia Darcy—: Entonces, ¿volvemos a perdernos mañana?


—Los senderos de Hertfordshire nos resultan totalmente desconocidos —replicó Darcy.


—¡Así es! —confirmó Bingley—. ¡Condenado lugar!




**************

 
La noche siguiente, después de la cena, Darcy se acercó a la puerta de la biblioteca de Longbourn. Un rayo de luz salía por la rendija, pero no se oía nada. Golpeó suavemente y al oír desde dentro un suave «¿Sí?», abrió la puerta.


—Con su permiso, señor. ¿Puedo hablar un momento con usted?


—¡Señor Darcy! —El señor Bennet enarcó las cejas con asombro al verlo en el umbral. Después de recuperarse, se levantó del escritorio que tenía cubierto de papeles y libros, lo invitó a entrar y le señaló una silla frente a él—. ¿Quiere usted beber algo? ¿No? —Volvió a dejar sobre la mesa la botella que había levantado—. Muy bien. —Se sentó de nuevo—. Bueno, ¿en qué puedo servirle? Creo que mi esposa ya le ha ofrecido todas las aves de mis tierras. No la voy a desautorizar, si eso es lo que le preocupa.


—No, señor. Es muy generoso por su parte, pero he venido a hablar de un asunto muy distinto. —Hizo una pausa. Tenía que plantear el asunto sin más preámbulos.


—Es un honor informarle, señor, de que le he pedido a su hija Elizabeth que se case conmigo. Si usted lo aprueba, ella ha accedido a hacerme el más feliz de los hombres.


—¿Elizabeth? —El señor Bennet se enderezó en la silla, se puso pálido y, al poner la copa de vino sobre la mesa, le tembló la mano—. Usted debe de estar… —Luego cerró la boca y se reservó lo que iba a decir. Después de un momento, continuó con otro tono—: Elizabeth… Elizabeth es una muchacha muy vivaz y alegre. Espero que no se ofenda, pero ¿está usted seguro de que no está equivocado? Es posible que ella haya dicho algo en broma.



—No, señor, no estoy equivocado —contestó Darcy, sorprendido por esa respuesta—. Conozco bien su temperamento y le aseguro que me ha dado su consentimiento.


A juzgar por su expresión, era obvio que el señor Bennet no estaba convencido.


—Señor Darcy, ¡me deja usted atónito! —Se recostó contra el respaldo, sacudiendo la cabeza—. ¿Cómo ha sucedido esto? Nunca he apreciado evidencia de afecto entre ustedes dos, ni he oído nada al respecto.


—No dudo de que esto le resulte inesperado. —Darcy se enderezó—. Puedo entender su desaliento ante el hecho de que mi propuesta la haya llegado de manera tan súbita. Parece intempestiva, lo sé, pero tiene mucho fundamento. Mi admiración por Elizabeth ha ido creciendo a lo largo de los meses desde que la conozco. En realidad, señor, comenzó cuando la vi por primera vez el año pasado.


El señor Bennet frunció el ceño.


—Puede ser; si usted lo dice. Pero me preocupa mi hija. Usted quiere mi bendición. —Miró a Darcy desde el otro lado del escritorio—. Pero ¿está usted seguro de que existe entre ustedes un afecto verdadero y duradero?


—Mi interés por su hija no siempre fue recíproco, eso lo admito, y reconozco mis múltiples defectos. —Darcy se puso en pie—. Pero ¡he conquistado el corazón de Elizabeth a pesar de todo! Yo la amo, señor, y le juro que su felicidad y su bienestar son, y siempre serán, mi primera preocupación. —Guardó silencio un momento y luego continuó, en voz más baja pero no menos directa—: Señor Bennet, solicito su consentimiento.


El señor Bennet dejó escapar un suspiro y pareció encogerse en su silla. Pasaron unos momentos. Luego el hombre levantó ligeramente la barbilla y rompió su silencio.


—No es ningún secreto que Lizzy es mi hija favorita, señor Darcy. Le tengo un cariño especial desde que nació. Y creo que siempre será así. Su felicidad me preocupa mucho porque sé que ella, más que sus hermanas, sufrirá terriblemente si se casa con un hombre que no aprecie su carácter y sea inferior a su inteligencia. Usted parece ser un hombre sincero y honorable. Si usted se ha ganado el corazón de Elizabeth, no le negaré mi consentimiento.


—Gracias…


El señor Bennet levantó una mano para contener las palabras de gratitud de Darcy.


—Usted aspira a llevarse un tesoro poco común, señor Darcy —dijo el señor Bennet—, pero se lo advierto, señor, sólo será suyo si es usted más sabio que la mayor parte de los hombres.


—Así es, señor. —Darcy se inclinó ante la sagacidad de la advertencia del padre de Elizabeth—. Amo a Elizabeth por encima de todas las cosas. No le decepcionaré.


—Entonces usted será el más afortunado de los hombres, señor Darcy. —Miró al caballero con ojos cansados—. Tiene usted mi consentimiento.


—Gracias, señor. —Darcy volvió a inclinarse. Pero en lugar de tenderle la mano para estrechar la de Darcy o hablar sobre la dote de Elizabeth, su futuro suegro se dirigió hasta la puerta de la biblioteca y la abrió.


—Por favor, dígale a Elizabeth que venga —le dijo el señor Bennet a Darcy.


*********


—¿Fantaseando, señor Darcy? —Darcy se giró al oír la adorada voz de Elizabeth. Aquélla era la tercera vez en los tres días que habían transcurrido desde su compromiso que estaba esperándola afuera, mientras ella iba a buscar su sombrero para acompañarla en lo que se había convertido en su paseo diario, y había caído en una especie de ensoñación, en la cual el tema principal era lo poco que se merecía su buena fortuna. Pero allí estaba ya ella, con la cara sonriente y los ojos brillantes de alegría bajo el inoportuno sombrero.


—¡Vamos! —ordenó él con una sonrisa, señalando con la barbilla hacia el sendero. Cuando ya no podían verlos, Darcy estiró la mano y descubrió que Elizabeth estaba pensando lo mismo. Se tomaron de la mano y comenzaron a caminar rápidamente. Al principio, apresuraron el paso en medio de risas nerviosas, por su ansiedad por escapar a la mirada de los demás, pero una vez que lograron su objetivo, disminuyeron el ritmo; y la realidad de su complicidad invadió su espíritu con una cálida sensación de intimidad. Darcy sentía una alegría hasta entonces desconocida y buscaba una manera de comunicársela a Elizabeth, más allá de las palabras sencillas que acudían a su mente. Ella se merecía un soneto, pero él no era poeta. Acababa de decidir que las frases sencillas con que podía expresar sus sentimientos eran mejores que el silencio, cuando Elizabeth hizo que lo olvidara todo con una pregunta.


—¿Cuándo comenzaste a enamorarte de mí? —preguntó, enarcando la ceja de manera provocativa. Darcy la miró a la cara y sonrió—. Comprendo que una vez en el camino siguieras adelante —continuó diciendo Elizabeth con entusiasmo—, pero ¿cuál fue el primer momento en que te gusté?



—No puedo concretar la hora, ni el sitio… —contestó Darcy y luego se rió, al ver la expresión de impaciencia de Elizabeth a causa de su indecisión. Se detuvo y se inclinó para mirarla a los ojos—. Ni la mirada, ni las palabras que pusieron los cimientos de mi amor. Ha pasado mucho tiempo. Estaba ya medio enamorado de ti, antes de saber que te quería.


—Pero ¿cuándo te diste cuenta de que estabas medio enamorado? —Elizabeth frunció los labios y lo miró.


—No estoy completamente seguro, señora. —Se quedó callado y la miró con suspicacia—. Pero probablemente fue el día en que me convertí en ladrón.


—¡Ladrón! —Elizabeth se rió—. ¡Un hombre que lo tiene todo! ¿Por qué querría usted convertirse en ladrón, señor?


—Yo era un hombre que creía que lo tenía todo —la corrigió Darcy—. Pero me faltaba una cosa: el amor de una mujer excepcional.


Elizabeth se sonrojó al oír el cumplido, pero no permitió que eso la detuviera.


—¿Y qué hay de ese robo?


—¿No pensarás mal de mí si lo confieso? —Darcy fingió que estaba nervioso, encantado con su juego.


—Aún mejor, ¡actuaré como tu confesora! —A Elizabeth le encantó la idea—. ¡Confiesa, que yo te absolveré!


Darcy se volvió a reír.


—¿Recuerdas qué libro estabas leyendo en la biblioteca de Netherfield cuando tu hermana se puso enferma?


Ella negó con la cabeza.


—Con tal cantidad de libros, ¿quién podría recordarlo? Sólo estuve allí unos minutos.


—¡Estuviste el tiempo suficiente para hacerme perder la concentración por completo! ¡Creo que tuve que repetir tres veces cada página para entender lo que leía! No, estuviste un buen rato y dejaste algo para marcar la página en la que ibas.


De pronto el recuerdo pareció iluminar la cara de Elizabeth.


—Unos hilos… en un volumen de Milton. ¡Ya recuerdo! —Elizabeth arrugó la frente—. ¡Volví a buscar el libro, pero no pude encontrar la página!


—Eso fue a causa de mi robo. Yo me los llevé… y los guardé durante meses… aquí. —Darcy se dio una palmadita en el bolsillo del chaleco—. Me los enrollaba en el dedo y los guardaba en mi bolsillo, cuando no los estaba usando como marcapáginas.


—¿Y dónde están ahora? —Elizabeth levantó la vista para mirarlo, con una sonrisa dulce.


—Espero que formen parte del nido de algún pajarillo. Cuando sentí que ya no podía seguir atormentándome con ellos, los arrojé al viento, durante la primavera pasada, cuando iba rumbo a Kent. —Darcy se rió con pesar—. Finalmente había decidido olvidarte. Deshacerme de esos hilos iba a ser el principio. ¡Pero no me sirvió de mucho! —Se llevó la mano de Elizabeth a los labios y la besó con fervor—. Porque allí estabas tú, mi adorada Elizabeth, la realidad tras esos hilos, y yo quedé completa e irremediablemente perdido.




**************

—¡Cuidado, Fletcher, tiene que dejarlo respirar! —El coronel Fitzwilliam acudió perezosamente al rescate de su primo, desde la seguridad de una silla que estaba al otro lado del vestidor de Darcy, en Netherfield.


—Mi querido coronel, le aseguro que puede respirar —protestó Fletcher—. Listo, señor —le indicó a su amo—, sólo una vuelta más y podrá bajar la barbilla, pero lentamente, señor, lentamente. —Darcy resopló pero obedeció—. Así, señor. ¡Sí! ¡Observe, señor! —Fletcher le enseñó un espejo que mostró un exquisito arreglo de dobleces, nudos y vueltas que adornaban el cuello de Darcy y caían con elegancia sobre su chaleco.


—¿Cómo se llama, buen hombre? —preguntó Dy, mientras se acercaba los impertinentes a los ojos y observaba la nueva obra maestra con interés.


—El bonheur, milord. —Fletcher inclinó la cabeza.


—¿Felicidad? Eso es audaz, pero el roquet también lo era. —Dy se volvió a guardar los impertinentes en el bolsillo del chaleco—. Fletcher, lo felicito. —Lord Brougham se volvió hacia su amigo para darle una palmadita en el hombro—. Fitz, tienes que prometer que me prestarás a Fletcher cuando sea mi turno de casarme, o no te invitaré.


—¡Trato hecho! —contestó el novio, volviéndose a mirar en el espejo. A pesar de todas las incomodidades, tenía buen aspecto; y, después de todo, era el día de su boda. Darcy movió la cabeza hacia ambos lados para probar si le apretaba. Era soportable—. Richard, ¿qué opinas tú? —dijo por encima del hombro.


El coronel Fitzwilliam dejó su cómodo puesto de observación y se acercó cautelosamente. Cruzó los brazos y estudió a su primo con gesto pensativo.


—No es un uniforme —los hombres silbaron al oír eso—, pero Fletcher es un genio, como todo el mundo sabe. —Sonrió—. Estás estupendo, primo. ¡La señorita Elizabeth dirá «Acepto» sólo por ver tu corbata! —Darcy le arrojó una toalla.


—Gracias, querido Richard. —Darcy miró a su ayuda de cámara—. ¡Excelente trabajo, Fletcher! —Se levantó de la silla, miró la hora en el reloj de la chimenea y señaló su nueva levita azul—. ¿Ya estamos listos para eso?


—Sí, señor. —Fletcher se dirigió al armario y sacó la levita, sosteniéndola con el mayor cuidado.


—Así que, ¿cómo es la vida de casado, Fletcher? —preguntó Dy dirigiéndose al ayuda de cámara—. Ilustre a este par de solterones.


El ayuda de cámara se puso colorado, pero sacó pecho y echó los hombros hacia atrás.


—Muy buena, milord, muy buena de verdad, gracias. —Sostuvo la levita para que Darcy se la pusiera—. ¿Señor Darcy? —Deslizó las mangas por los brazos, luego se dio la vuelta y ajustó la parte delantera sobre los hombros y el chaleco y la abrochó.


—Y creo que la señora Fletcher es la doncella de la novia.


—Sí, milord, y está muy contenta por tener ese honor. —Fletcher alisó la espalda y le dio un tirón a uno de los faldones, antes de comenzar su examen en busca de hilos rebeldes o pelusas. Cuando terminó, Darcy fue hasta la cómoda y abrió un libro que había encima. Pasó las páginas hasta que halló lo que estaba buscando. Allí, entre las páginas y reposando junto a la nota escrita con la letra de Elizabeth, encontró el primer regalo de bodas que ella le había dado. Sonrió al ver la madeja de hilos que tenía en la mano —tres verdes, dos amarillos y uno azul, uno rosa y uno lavanda—, los acarició una vez y luego se los enrolló en el dedo y los guardó en el bolsillo del chaleco.


El reloj dio las campanadas, y los acompañantes de Darcy se enderezaron y abandonaron la posición relajada que habían adoptado.


—Es la hora, Fitz. —La voz de Richard tembló ligeramente. Se aclaró la garganta—. ¡Que me parta un rayo si no eres el más afortunado de los hombres! Ya sabes que te daría un puñetazo si pensara de otra manera. —Todos se rieron al oír eso, pero se pusieron serios cuando Richard estrechó la mano de su primo—. Nunca había visto una pareja más avenida en los aspectos tradicionales, pero la profunda emoción que compartís… —Guardó silencio—. Bueno, eso me da esperanzas. —Soltó la mano de Darcy y añadió, con una sonrisa—: Y ahora que ya estás fuera del mercado…


—¡Venga, muévete, Fitzwilliam! —Lord Brougham apartó a Richard con el hombro y soltó una carcajada. Luego le tendió la mano a Darcy—. Mi buen amigo. —La sonrisa de Dy se convirtió en una mirada solemne y afectuosa, directa a los ojos—. No puedo decirte lo feliz que me siento en este día.


—Dy… —Profundamente conmovido, Darcy comenzó a darle las gracias; pero Brougham lo interrumpió.


—No, permíteme terminar. —Dy respiró hondo—. Fitz, aprecio tu amistad, envidio a tu familia y en general te he admirado desde que nos conocimos, tú lo sabes. Pero este último año te vi estremecerte hasta la médula. Te quiero, Fitz, pero necesitabas con urgencia algo que te sacara de tu maldita y fría indiferencia. Gracias a Dios fue el amor —Dy tragó saliva— y el amor de una mujer extraordinaria.


Darcy apretó el hombro de su amigo.


—Si tú no me hubieses abierto los ojos…


—¿Para qué están los amigos? —susurró Dy y luego retrocedió y miró el reloj—. Ahora sí es la hora. —Estrechó la mano de Darcy con más fuerza—. Hubo momentos en los que casi perdí las esperanzas, pero tú, amigo mío, te enfrentaste a lo peor que puede reflejar el espejo de un hombre y has demostrado que eres una de las mejores personas que tengo el privilegio de conocer. —Luego esbozó una amplia sonrisa y, con un gesto de su elegante mano, ordenó—: ¡Ahora, fuera! Ve a por tu novia, porque te has ganado su corazón de la mejor manera posible.


***********

—Queridos hermanos, nos hemos reunido aquí en presencia de Dios, y de esta concurrencia, para unir a este hombre y a esta mujer en santo matrimonio; que es un estado honorable instituido por Dios, y representa la unión mística que hay entre Cristo y su Iglesia…


Allí estaban todos: aquellos que lo amaban y aquellos a quienes él amaba: Georgiana, sus parientes Matlock, Dy; y aquellos que habían venido por conveniencia: miembros de sus distintos clubes, amigos de la universidad, los vecinos de los Bennet y los parientes de Bingley. Todos juntos. Sin embargo, Darcy no podía mirar sino a los ojos de Elizabeth, que estaba a su lado. Su serena belleza lo tranquilizó, aplacando su corazón, mientras las palabras del ritual fluían a su alrededor, llenándolo de asombro. Este hombre, pensó Darcy, era él mismo, y esta mujer era esa maravillosa y preciosa mujer. La luz entraba a través de las vidrieras de la iglesia de Meryton, iluminando su pequeño círculo con una bendición de gloria suavemente coloreada. Hacía brillar de tal manera el cabello, los ojos y toda la figura de Elizabeth, que cuando el ministro habló de la «unión mística», Darcy sintió que esas palabras penetraban hasta su corazón.


Tan pronto como la vio en la puerta de la iglesia, se sintió desfallecer. ¡Estaba tan adorable! La sonrisa que adornaba sus labios y el brillo de sus ojos mientras ella y su hermana Jane se aproximaban a él y a Charles, mostraban su dicha y su confianza en él. Darcy debió de haber dado un paso atrás o debió de haberse tambaleado, porque de pronto sintió la mano de Richard sobre su brazo. Elizabeth, Jane y su padre ocuparon sus puestos, y Darcy se volvió para mirar al pastor y concentró todas las facultades que le quedaban en absorber las palabras que lo unirían físicamente a Elizabeth, tal como ya estaban unidos de corazón.


—¿Quieres tomar a esta mujer por tu legítima esposa —le preguntó de manera solemne el reverendo Stanley—, y vivir con ella, conforme a la ley de Dios, en santo matrimonio? ¿La amarás…?


Sí, Elizabeth, cantó el corazón de Darcy.


—… consolarás, honrarás en la salud y en la enfermedad…


Sí, mi amor.


—… y, renunciando a todas las demás, te reservarás para ella sola, hasta que la muerte os separe?


—Sí, quiero —respondió Darcy, con voz fuerte y sonora. Con mucho gusto, completamente, siempre.


El pastor se dirigió a Elizabeth. Ella bajó los ojos, pero Darcy podía sentir su felicidad.


—¿Quieres tomar a este hombre por tu legítimo esposo, para vivir con él conforme a la ley de Dios, en santo matrimonio? ¿Le obedecerás, servirás, amarás, honrarás y consolarás en la salud y en la enfermedad; y, renunciando a todos los demás, te reservarás para él solo, hasta que la muerte os separe?


—Sí, quiero.


—¿Quién entrega a estas mujeres para que se casen con estos hombres?


—Yo. —El señor Bennet se dirigió a sus hijas y les acarició lentamente la mejilla. Darcy alcanzó a ver que a Elizabeth se le humedecían los ojos cuando su padre tomó su mano derecha y, dando un paso atrás, se la entregó al sacerdote. Al ver el gesto de asentimiento del reverendo, Darcy se acercó a Elizabeth. El pastor puso la mano de la muchacha entre sus manos. Las palabras fluyeron… te recibo a ti… mejore o empeore tu suerte… El corazón de Darcy se hinchó de amor y orgullo —buen orgullo—, mientras pronunciaba cada palabra, mirándola fijamente a los ojos:


—… para amarte y cuidarte hasta que la muerte nos separe, según la santa ley de Dios; y de hacerlo así te doy mi palabra y fe.


Darcy separó lentamente sus dedos de los de ella. Elizabeth tomó la mano derecha de Darcy.


—Yo, Elizabeth Bennet, te recibo a ti, Fitzwilliam George Alexander Darcy, como mi legítimo esposo… —Darcy se sintió a punto de desfallecer al entender el significado de los votos de Elizabeth: que ella ponía en él toda su confianza hacia el futuro. Richard se inclinó sobre el ministro y puso el anillo de Elizabeth sobre el libro de oración. Darcy lo tomó.


—Con este anillo te desposo —prometió Darcy, jurando conservar para ella todo lo que era o llegara a ser—, con mi cuerpo te venero y con todos mis bienes terrenales te doto. —Deslizó la sortija adornada con un rubí en el dedo anular de Elizabeth, ajustándolo con suavidad antes de llevarse la mano a los labios, sin dejar de mirarla. El dolor del pasado: el rechazo y la revelación, la vanidad y la autocompasión, su aterradora soledad, ¡todo había terminado! Y más allá de esa bendición, que reunía a todas las demás, estaba la confianza y la devoción de aquella mujer. Durante todos los días de su vida serían uno en cuerpo y alma. Sólo faltaba una última bendición. Los dos se volvieron hacia el ministro.


—Por cuanto Fitzwilliam Darcy y Elizabeth Bennet y Charles Bingley y Jane Bennet consienten en su santo matrimonio, y lo han testificado delante de Dios y de los presentes… —A lo largo del ritual, el reverendo Stanley había leído todas las palabras, pero ahora, cuando se acercaba al final, hizo una pausa y levantó la vista para mirarlos a los dos con una cálida sonrisa—. Yo os declaro marido y mujer, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.


—Amén —respondió la congregación.


Darcy tomó la otra mano de Elizabeth y se las acercó al corazón. Ella era suya; él era de ella. No quería nada más.




—Elizabeth —susurró. Ella lo miró a los ojos—. Mi querida y adorada Elizabeth.

 
FIN
 

17 comentarios:

Wendy dijo...

LLegar al final con la boda de Lizzy y Darcy te deja en un estado de ensoñación del que cuesta apartarse para ponerse a teclear
¿No es absolutamente perfecto? Se trata de un compromiso firme, su relación ha sufrido mucho altos y bajos, incluso un rechazo por parate de Lizzy sin embargo se ha afianzado hasta llegar a este momento mágico.
Y la cordialidad de los días prévios a la petición de mano, todos reunidos, su hermana y Bingley, el caracter amable y tranquilo del señor Bennet, los paseos cómplices, la inquietud lógica de los enamorados, lo dicho, es perfecto.
No importa las veces que lo lea siempre me causa mucha emoción.
Un beso querida.

MariCari dijo...

Sorprendente aún siendo tan conocedora de la sorpresa, maravillada aún siendo consciente de que es una maravilla, y agradecida a ti amiga por subir a tu blog esta bella historia contada con otro ritmo, contada con otra mirada y escrita por otro corazón igual de atrevido y osado como el de nuestra querida Jane Austen... Si la una tuvo el original que le dio pie a escribir aquello que Jane pudo o no dar a entender... no por ser esto más fácil lo tuvo fácil, pues hasta la propia Jane tendría momentos en su obra relatados delante de sus propias narices... una vivió esa época y la otra la soñó y de ambas historias, de ambas sensaciones nos hemos nutrido las amantes de esta historia.

Gracias amiga, espero que estés bien y que tus días te traigan paz y felicidad por el esfuerzo que has realizado en tu blog, mi querida amiga Lady Darcy. Bss...

anne wentworth dijo...

ahhh!!! nunca voy a dejar de agradecerte el que hayas compartido esta trilogia con nosotras!!... no sabes lo dificil que es conseguir las traducciones de libros como estos, y una que no llego a la reparticion de idiomas!!.... mil gracias lo disfrute un mundo!!

Lady Jane dijo...

¡Dios! Creo que ya parezco una tonta sonriendo en frente del computador... ¡Bravo, bravo, bravo por tan bello final! Ha sido verdaderamente maravillosa esta trilogía, en especial este libro final. ¡Qué palabras tan agraciadas!
Me ha fascinado ese detalle de los pensamientos de Darcy:

"Sí, Elizabeth, cantó el corazón de Darcy.

—… consolarás, honrarás en la salud y en la enfermedad…

Sí, mi amor.

—… y, renunciando a todas las demás, te reservarás para ella sola, hasta que la muerte os separe?

—Sí, quiero —respondió Darcy, con voz fuerte y sonora. Con mucho gusto, completamente, siempre."

Esta trilogía verdaderamente muestra el gran estudio que debió tener Pamela Aidan para plasmar en hojas la perspectiva precisa del caballero literario más soñado. Es algo para apreciar. Realmente sus libros han hecho revivir el encanto por Orgullo y Prejuicio. ¡Y todo gracias a la fantástica Jane Austen!

Quiero darte las más sinceras gracias, querida lady Darcy, por compartir con nosotros tan bella historia.
Siento que las palabras no son suficientes, así que te daré un regalo especial para tí, lo puedes recoger sin ningún compromiso en mi blog y lucirlo en tu maravillosa morada azulada. Espero que te guste.

Un abrazote.

J.P. Alexander dijo...

Ay que romántico, adoro esa historia. te mando un beso mi Lady

AKASHA BOWMAN. dijo...

Solo me queda darte sinceramente las gracias por obsequiarnoc on esta maravillosa obra de la señora Aidan, con la que- al menos personalmente- he disfrutado mucho descubriendo aspectos hasta el momento desconocidos- aunque intuídos- de la obra de la señora Austen.

Me encanta leer la premura y la impaciencia de Darcy al solicitar el consentimiento del señor Bennet, como si temiera que el pobre señor pudiera negarle algo.

Me encanta ser testigo de esos paseos enamorados, de esas manos cogidas y de leer nuevamente la historia de los hilos separadores.

Durante la ceremonia me he emocionado tal que si estuviera allí mismo, espectante frente a ese doble matrimonio.

"...te recibo a ti, aunque tu suerte cambie..."

GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS UNA Y MIL VECES, LADY DARCY.

Anónimo dijo...

Hola, gracias por publicar esta secuela de orgullo y prejuicio. yo me quede con ganas de saber que seguía después de la boda y me entre 3 libros en español en el sitio www.elizabethdarcy.com pueden echarle un vistazo a ver que les parece

Anónimo dijo...

Hola, alguien de los fans de orgullo y prejuicio sabe si pamela aidan publico algún libro sobre la vida de darcy y elizabeth después de la boda

Amma Sinclética dijo...

¡Cordiales saludos!

Reabrí mi blog:

http://sofiatudela.blogspot.com/

J.P. Alexander dijo...

Te extraño nena te mando un beso y te me cuidas

Mónica dijo...

Me parece increible q nos hallas traducido estos libros...
Hace poco los lei y me encanto conocer una perspectiva nueva de mi historia de amor favorita y amo a Darcy,lastima q ya de esos no hay....

MariCari dijo...

Como ya no has publicado más... hace tiempo que no vengo... pero te echo en falta tu buen hacer en tu blog... mira, esta amiga también habla de esta escritora que tú tanto nos has contado sus historias... http://aundiadeveranocompararte.blogspot.com/2011/12/pamela-aidan-y-sus-libros.html#comment-form

Bss amiga y feliz Otoño...

Anónimo dijo...

ME ENCANTO LA TRILOGIA, LA ENCONTRE DE CASUALIDAD ME ENAMORE DE TODO, SIEMPRE ME PREGUNTE COMO SERIA LEER LOS PENSAMIENTOS Y PERSPECTIVAS DE DARCY Y CON ESTO ESO YA FUE SALDADO,ME FACINO LO MUY BIEN AMBIENTADO QUE ESTA, Y NADA ES DEMACIADO, NI POCO... SINCERAMENTE ESTUPENDO. MIL GRACIAS POR PENSAR EN TODAS NOSOTRAS LAS GRANDES ADMIRADORAS DE ORGULLO Y PREJUICIO. "LOS LIBROS NUNCA PERDERAN LA MAGIA"

LADY MARIAN

Anónimo dijo...

hermosa historia, no puedo parar de leer, es aditiva como alguien dijo por ahí. Gracias!!!

daphne dijo...

ohh es hermoso habia leido orgullo y prejuicio y casi me muere por la falta de detalles pero la trilogia fue fantastica estoy mas enamorada que nunca del señor darcy amo el libro esta genial que lo allas transcribido gracias por el esfuerzo y felicitaciones tu blog es genial..

angie dijo...

Gracias, sonara increible pero ya termine la trilogia pero aun no he terminado el libro de la Srita. Austen!!!
Vi la peli y creo que como a casi cada mujer que la vimos (o leyo el libro) quede enamorada del Sr. Darcy y es por esto que no pude soltar este blog.
Mil gracias por su tiempo y su esfuerzo y de alguna manera tambien a la Sra. Pamela Aidan por regalarnos la historia de este tan singular caballero: el adorable Sr. Darcy.

Aleja Hdez dijo...

Muy buen libro,bueno la trilogía es muy buena.
solo una pregunta,me gustaria hacer el marcapaginas que dice Darcy,pero no se como.Alguien me da ideas??