Una mañana, aproximadamente una semana después de la declaración de Bingley, mientras éste se hallaba reunido en el saloncillo con las señoras de Longbourn, fueron atraídos por el ruido de un carruaje y miraron a la ventana, divisando un landó de cuatro caballos que cruzaba la explanada de césped de delante de la casa. Era demasiado temprano para visitas y además el equipo del coche no correspondía a ninguno de los vecinos; los caballos eran de posta y ni el carruaje ni la librea de los lacayos les eran conocidos. Pero era evidente que alguien venía a la casa. Bingley le propuso a Jane irse a pasear al plantío de arbustos para evitar que el intruso les separase. Se fueron los dos, y las tres que se quedaron en el comedor continuaron sus conjeturas, aunque con poca satisfacción, hasta que se abrió la puerta y entró la visita. Era lady Catherine de Bourgh.
Verdad es que todas esperaban alguna sorpresa, pero ésta fue superior a todas las previsiones. Aunque la señora Bennet y Catherine no conocían a aquella señora, no se quedaron menos atónitas que Elizabeth.
Entró en la estancia con aire todavía más antipático que de costumbre; contestó al saludo de Elizabeth con una simple inclinación de cabeza, y se sentó sin decir palabra. Elizabeth le había dicho su nombre a la señora Bennet, cuando entró Su Señoría, aunque ésta no había solicitado ninguna presentación.
La señora Bennet, pasmadísima aunque muy ufana al ver en su casa a persona de tanto rango, la recibió con la mayor cortesía. Estuvieron sentadas todas en silencio durante un rato, hasta que al fin lady Catherine dijo con empaque a Elizabeth:
Una mañana, aproximadamente una semana después de la declaración de Bingley, mientras éste se hallaba reunido en el saloncillo con las señoras de Longbourn, fueron atraídos por el ruido de un carruaje y miraron a la ventana, divisando un landó de cuatro caballos que cruzaba la explanada de césped de delante de la casa. Era demasiado temprano para visitas y además el equipo del coche no correspondía a ninguno de los vecinos; los caballos eran de posta y ni el carruaje ni la librea de los lacayos les eran conocidos. Pero era evidente que alguien venía a la casa. Bingley le propuso a Jane irse a pasear al plantío de arbustos para evitar que el intruso les separase. Se fueron los dos, y las tres que se quedaron en el comedor continuaron sus conjeturas, aunque con poca satisfacción, hasta que se abrió la puerta y entró la visita. Era lady Catherine de Bourgh.
––Supongo que estará usted bien, y calculo que esa señora es su madre.
Elizabeth contestó que sí concisamente.
––Y esa otra imagino que será una de sus hermanas.
––Sí, señora ––respondió la señora Bennet muy oronda de poder hablar con lady Catherine––. Es la penúltima; la más joven de todas se ha casado hace poco, y la mayor está en el jardín paseando con un caballero que creo no tardará en formar parte de nuestra familia.
––Tienen ustedes una finca muy pequeña ––dijo Su Señoría después de un corto silencio.
––No es nada en comparación con Rosings, señora; hay que reconocerlo; pero le aseguro que es mucho mejor que la de sir William Lucas.
––Ésta ha de ser una habitación muy molesta en las tardes de verano; las ventanas dan por completo a poniente.
La señora Bennet le aseguró que nunca estaban allí después de comer, y añadió:
––¿Puedo tomarme la libertad de preguntar a Su Señoría qué tal ha dejado a los señores Collins?
––Muy bien; les vi anteayer por la noche. Elizabeth esperaba que ahora le daría alguna carta de Charlotte, pues éste parecía el único motivo probable de su visita; pero lady Catherine no sacó ninguna carta, y Elizabeth siguió con su perplejidad.
La señora Bennet suplicó finísimamente a Su Señoría que tomase algo, pero lady Catherine rehusó el obsequio con gran firmeza y sin excesiva educación. Luego levantándose, le dijo a Elizabeth:
––Señorita Bennet, me parece que ahí, a un lado de la pradera, hay un sitio precioso y retirado. Me gustaría dar una vuelta por él si me hiciese el honor de acompañarme.
––Anda, querida ––exclamó la madre––, enséñale a Su Señoría todos los paseos. Creo que la ermita le va a gustar.
Elizabeth obedeció, corrió a su cuarto a buscar su sombrilla y esperó abajo a su noble visitante. Al pasar por el vestíbulo, lady Catherine abrió las puertas del comedor y del salón y después de una corta inspección declaró que eran piezas decentes, después de lo cual siguió andando.
El carruaje seguía en la puerta y Elizabeth vio que la doncella de Su Señoría estaba en él. Caminaron en silencio por el sendero de gravilla que conducía a los corrales. Elizabeth estaba decidida a no dar conversación a quella señora que parecía más insolente y desagradable aún que de costumbre.
¿Cómo pude decir alguna vez que se parecía a su sobrino?, se dijo al mirarla a la cara.
Cuando entraron en un breñal, lady Catherine le dijo lo siguiente:
––Seguramente sabrá usted, señorita Bennet, la razón de mi viaje hasta aquí. Su propio corazón y su conciencia tienen que decirle el motivo de mi visita. Elizabeth la contempló con el natural asombro:
––Está usted equivocada, señora. De ningún modo puedo explicarme el honor de su presencia.
––Señorita Bennet ––repuso Su Señoría con tono enfadado–– debe usted saber que no me gustan las bromas; por muy poco sincera que usted quiera ser, yo no soy así. Mi carácter ha sido siempre celebrado por su lealtad y franqueza y en un asunto de tanta importancia como el que aquí me trae me apartaré mucho menos de mi modo de ser. Ha llegado a mis oídos que no sólo su hermana está a punto de casarse muy ventajosamente, sino que usted, señorita Bennet, es posible que se una después con mi sobrino Darcy. Aun sabiendo que esto es una espantosa falsedad y aunque no quiero injuriar a mi sobrino, admitiendo que haya algún asomo de verdad en ello, decidí en el acto venir a comunicarle a usted mis sentimientos.
––Si creyó usted de veras que eso era imposible –replicó Elizabeth roja de asombro y de desdén–, me admira que se haya molestado en venir tan lejos. ¿Qué es lo que se propone?
––Ante todo, intentar que esa noticia sea rectificada en todas sus partes.
––Su venida a Longbourn para visitarme a mí y a mi familia ––observó Elizabeth fríamente––, la confirmará con más visos de verdad, si es que tal noticia ha circulado.
––¿Que si ha circulado? ¿Pretende ignorarlo? ¿No han sido ustedes mismos los que se han tomado el trabajo de difundirla?
––Jamás he oído nada que se le parezca.
––¿Y va usted a decirme también que no hay ningún fundamento de lo que le digo?
––No presumo de tanta franqueza como Su Señoría. Usted puede hacerme preguntas que yo puedo no querer contestar.
––¡Es inaguantable! Señorita Bennet, insisto en que me responda. ¿Le ha hecho mi sobrino proposiciones de matrimonio?
––Su Señoría ha declarado ya que eso era imposible.
––Debe serlo, tiene que serlo mientras Darcy conserve el uso de la razón. Pero sus artes y sus seducciones pueden haberle hecho olvidar en un momento de ceguera lo que debe a toda su familia y a sí mismo. A lo mejor le ha arrastrado usted a hacerlo.
––Si lo hubiese hecho, no sería yo quien lo confesara.
––Señorita Bennet, ¿sabe usted quién soy? No estoy acostumbrada a ese lenguaje. Soy casi el familiar más cercano que tiene mi sobrino en el mundo, y tengo motivos para saber cuáles son sus más caros intereses.
––Pero no los tiene usted para saber cuáles son los míos, ni el proceder de usted es el más indicado para inducirme a ser más explícita.
––Entiéndame bien: ese matrimonio al que tiene usted la presunción de aspirar nunca podrá realizarse, nunca. El señor Darcy está comprometido con mi hija. ¿Qué tiene usted que decir ahora?
––Sólo esto: que si es así, no tiene usted razón para suponer que me hará proposición alguna.
Lady Catherine vaciló un momento y luego dijo:
––El compromiso entre ellos es peculiar. Desde su infancia han sido destinados el uno para el otro. Era el mayor deseo de la madre de él y de la de ella. Desde que nacieron proyectamos su unión; y ahora, en el momento en que los anhelos de las dos hermanas iban a realizarse, ¿lo va a impedir la intrusión de una muchacha de cuna inferior, sin ninguna categoría y ajena por completo a la familia? ¿No valen nada para usted los deseos de los amigos de Darcy, relativos a su tácito compromiso con la señorita de Bourgh? ¿Ha perdido usted toda noción de decencia y de delicadeza? ¿No me ha oído usted decir que desde su edad más temprana fue destinado a su prima?
––Sí, lo he oído decir; pero, ¿qué tiene que ver eso conmigo? Si no hubiera otro obstáculo para que yo me casara con su sobrino, tenga por seguro que no dejaría de efectuarse nuestra boda por suponer que su madre y su tía deseaban que se uniese con la señorita de Bourgh. Ustedes dos hicieron lo que pudieron con proyectar ese matrimonio, pero su realización depende de otros. Si el señor Darcy no se siente ligado a su prima ni por el honor ni por la inclinación, ¿por qué no habría de elegir a otra? Y si soy yo la elegida, ¿por qué no habría de aceptarlo?
––Porque se lo impiden el honor, el decoro, la prudencia e incluso el interés. Sí, señorita Bennet, el interés; porque no espere usted ser reconocida por la familia o los amigos de Darcy si obra usted tercamente contra la voluntad de todos. Será usted censurada, desairada y despreciada por todas las relaciones de Darcy. Su enlace será una calamidad; sus nombres no serán nunca pronunciados por ninguno de nosotros.
––Graves desgracias son ésas ––replicó Elizabeth––. Pero la esposa del señor Darcy gozará seguramente de tales venturas que podrá a pesar de todo sentirse muy satisfecha.
––¡Ah, criatura tozuda y obstinada! ¡Me da usted vergüenza! ¿Es esa su gratitud por mis atenciones en la pasada primavera? Sentémonos. Ha de saber usted, señorita Bennet, que he venido aquí con la firme resolución de conseguir mi propósito. No me daré por vencida. No estoy acostumbrada a someterme a los caprichos de nadie; no estoy hecha a pasar sinsabores.
––Esto puede que haga más lastimosa la situación actual de Su Señoría, pero a mí no me afecta. ––¡No quiero que me interrumpa! Escuche usted en silencio. Mi hija y mi sobrino han sido formados el uno para el otro. Por línea materna descienden de la misma ilustre rama, y por la paterna, de familias respetables, honorables y antiguas, aunque sin título. La fortuna de ambos lados es espléndida. Están destinados el uno para el otro por el voto de todos los miembros de sus casas respectivas; y ¿qué puede separarlos? Las intempestivas pretensiones de una muchacha de humilde cuna y sin fortuna. ¿Cómo puede admitirse? ¡Pero no ocurrirá! Si velara por su propio bien, no querría salir de la esfera en que ha nacido.
––Al casarme con su sobrino no creería salirme de mi esfera. Él es un caballero y yo soy hija de otro caballero; por consiguiente, somos iguales.
––Así es; usted es hija de un caballero. Pero, ¿quién es su madre? ¿Quiénes son sus tíos y tías? ¿Se figura que ignoro su condición?
––Cualesquiera que sean mis parientes, si su sobrino no tiene nada que decir de ellos, menos tiene que decir usted ––repuso Elizabeth.
Dígame de una vez por todas, ¿está usted comprometida con él?
Aunque por el mero deseo de que se lo agradeciese lady Catherine, Elizabeth no habría contestado a su pregunta; no pudo menos que decir, tras un instante de deliberación:
––No lo estoy.
Lady Catherine parecía complacida.
––¿Y me promete usted no hacer nunca semejante compromiso?
––No haré ninguna promesa de esa clase.
__¡Señorita Bennet! ¡Estoy horrorizada y sorprendida! Esperaba que fuese usted más sensata. Pero no se haga usted ilusiones: no pienso ceder. No me iré hasta que me haya dado la seguridad que le exijo.
––Pues la verdad es que no se la daré jamás. No crea usted que voy a intimidarme por una cosa tan disparatada. Lo que Su Señoría quiere es que Darcy se case con su hija; pero si yo le hiciese a usted la promesa que ansía, ¿resultaría más probable ese matrimonio? Supongamos que esté interesado por mí; ¿si yo me negara a aceptar su mano, cree usted que iría a ofrecérsela a su prima? Permítame decirle, lady Catherine, que los argumentos en que ha apoyado usted su extraordinaria exigencia han sido tan frívolos como irreflexiva la exigencia. Se ha equivocado usted conmigo enormemente, si se figura que puedo dejarme convencer por semejantes razones. No sé hasta qué punto podrá aprobar su sobrino la intromisión de usted en sus asuntos; pero desde luego no tiene usted derecho a meterse en los míos. Por consiguiente, le suplico que no me importune más sobre esta cuestión.
––No se precipite, por favor, no he terminado todavía. A todas las objeciones que he expuesto, tengo que añadir otra más. No ignoro los detalles del infame rapto de su hermana menor. Lo sé todo. Sé que el muchacho se casó con ella gracias a un arreglo hecho entre su padre y su tío. ¿Y esa mujer ha de ser la hermana de mi sobrino? Y su marido, el hijo del antiguo administrador de su padre, ¿se ha de convertir en el hermano de Darcy? ¡Por todos los santos! ¿Qué se cree usted? ¿Han de profanarse así los antepasados de Pemberley?
––Ya lo ha dicho usted todo ––contestó Elizabeth indignada––. Me ha insultado de todas las formas posibles. Le ruego que volvamos a casa.
Y al decir esto se levantó. Lady Catherine se levantó también y regresaron. Su Señoría estaba hecha una furia.
––¿Así, pues, no tiene usted ninguna consideración a la honra y a la reputación de mi sobrino? ¡Criatura insensible y egoísta! ¿No repara en que si se casa con usted quedará desacreditado a los ojos de todo el mundo?
Lady Catherine, no tengo nada más que decir. Ya sabe cómo pienso.
––¿Está usted, pues, decidida a conseguirlo?
––No he dicho tal cosa., No estoy decidida más que a proceder del modo que crea más conveniente para mi felicidad sin tenerla en cuenta a usted ni a nadie que tenga tan poco que ver conmigo.
––Muy bien. Entonces se niega usted a complacerme. Rehúsa usted obedecer al imperio del deber, del honor y de la gratitud. Está usted determinada a rebajar a mi sobrino delante de todos sus amigos y a convertirle en el hazmerreír de todo el mundo.
––Ni el deber, ni el honor, ni la gratitud ––repuso Elizabeth––, pueden exigirme nada en las presentes circunstancias. Ninguno de sus principios sería violado por mi casamiento con Darcy. Y en cuanto al resentimiento de su familia o a la indignación del mundo, si los primeros se enfurecen por mi boda con su sobrino, no me importaría lo más mínimo; y el mundo tendría el suficiente buen sentido de sumarse a mi desprecio.
––¿Y ésta es su actitud, su última resolución? Muy bien; ya sé lo que tengo que hacer. No se figure que su ambición, señorita Bennet, quedará nunca satisfecha. Vine para probarla. Esperaba que fuese usted una persona razonable. Pero tenga usted por seguro que me saldré con la mía.
Todo esto fue diciendo lady Catherine hasta que llegaron a la puerta del coche. Entonces se volvió y dijo:
––No me despido de usted, señorita Bennet; no mando ningún saludo a su madre; no se merece usted esa atención. Me ha ofendido gravemente. Elizabeth no respondió ni trató de convencer a Su Señoría de que entrase en la casa. Se fue sola y despacio. Cuando subía la escalera, oyó que el coche partía. Su madre, impaciente, le salió al encuentro a la puerta del vestidor para preguntarle cómo no había vuelto a descansar lady Catherine.
––No ha querido ––dijo su hija––. Se ha marchado.
––¡Qué mujer tan distinguida! ¡Y qué cortesía la suya al venir a visitarnos! Porque supongo que habrá venido para decirnos que los Collins están bien. Debía de ir a alguna parte y al pasar por Meryton pensó que podría visitarnos. Supongo que no tenía nada de particular que decirte, ¿verdad, Lizzy?
Elizabeth se vio obligada a contar una pequeña mentira, porque descubrir la materia de su conversación era imposible.
CAPITULO LVII
No sin dificultad logró vencer Elizabeth la agitación que le causó aquella extraordinaria visita. Estuvo muchas horas sin poder pensar en otra cosa. Al parecer, lady Catherine se había tomado la molestia de hacer el viaje desde Rosings a Hertfordshire con el único fin de romper su supuesto compromiso con Darcy. Aunque lady Catherine era muy capaz de semejante proyecto, Elizabeth no alcanzaba a imaginar de dónde había sacado la noticia de dicho compromiso, hasta que recordó que el ser él tan amigo de Bingley y ella hermana de Jane, podía haber dado origen a la idea, ya que la boda de los unos predisponía a suponer la de los otros. Elizabeth había pensado, efectivamente, que el matrimonio de su hermana les acercaría a ella y a Darcy. Por eso mismo debió de ser por lo que los Lucas ––por cuya correspondencia con los Collins presumía Elizabeth que la conjetura había llegado a oídos de lady Catherine dieron por inmediato lo que ella también había creído posible para más adelante.
Pero al meditar sobre las palabras de lady Catherine, no pudo evitar cierta intranquilidad por las consecuencias que podía tener su intromisión. De lo que dijo acerca de su resolución de impedir el casamiento, dedujo Elizabeth que tenía el propósito de interpelar a su sobrino, y no sabía cómo tomaría Darcy la relación de los peligros que entrañaba su unión con ella. Ignoraba hasta dónde llegaba el afecto de Darcy por su tía y el caso que hacía de su parecer; pero era lógico suponer que tuviese más consideración a Su Señoría de la que tenía ella, y estaba segura de que su tía le tocaría el punto flaco al enumerar las desdichas de un matrimonio con una persona de familia tan desigual a la suya. Dadas las ideas de Darcy sobre ese particular, Elizabeth creía probable que los argumentos que a ella le habían parecido tan débiles y ridículos se le antojasen a él llenos de buen sentido y sólido razonamiento.
De modo que si Darcy había vacilado antes sobre lo que tenía que hacer, cosa que a menudo había aparentado, las advertencias e instancias de un deudo tan allegado disiparían quizá todas sus dudas y le inclinarían de una vez para siempre a ser todo lo feliz que le permitiese una dignidad inmaculada. En ese caso, Darcy no volvería a Hertfordshire. Lady Catherine le vería a su paso por Londres, y el joven rescindiría su compromiso con Bingley de volver a Netherfield.
«Por lo tanto ––se dijo Elizabeth––, si dentro de pocos días Bingley recibe una excusa de Darcy para no venir, sabré a qué atenerme. Y entonces tendré que alejar de mí toda esperanza y toda ilusión sobre su constancia. Si se conforma con lamentar mi pérdida cuando podía haber obtenido mi amor y mi mano, yo también dejaré pronto de lamentar el perderle a él.»
La sorpresa del resto de la familia al saber quién había sido la visita fue enorme; pero se lo explicaron todo del mismo modo que la señora Bennet, y Elizabeth se ahorró tener que mencionar su indignación.
A la mañana siguiente, al bajar de su cuarto, se encontró con su padre que salía de la biblioteca con una carta en la mano.
––Elizabeth ––le dijo––, iba a buscarte. Ven conmigo.
Elizabeth le siguió y su curiosidad por saber lo que tendría que comunicarle aumentó pensando que a lo mejor estaba relacionado con lo del día anterior. Repentinamente se le ocurrió que la carta podía ser de lady Catherine, y previó con desaliento de lo que se trataba.
Fue con su padre hasta la chimenea y ambos se sentaron. Entonces el señor Bennet dijo:
––He recibido una carta esta mañana que me ha dejado patidifuso. Como se refiere a ti principalmente, debes conocer su contenido. No he sabido hasta ahora que tenía dos hijas a punto de casarse. Permíteme que te felicite por una conquista así.
Elizabeth se quedó demudada creyendo que la carta en vez de ser de la tía era del sobrino; y titubeaba entre alegrarse de que Darcy se explicase por fin, y ofenderse de que no le hubiese dirigido a ella la carta, cuando su padre continuó:
––Parece que lo adivinas. Las muchachas tenéis una gran intuición para estos asuntos. Pero creo poder desafiar tu sagacidad retándote a que descubras el nombre de tu admirador. La carta es de Collins.
––¡De Collins! ¿Y qué tiene él que decir? ––Como era de esperar, algo muy oportuno. Comienza con la enhorabuena por la próxima boda de mi hija mayor, de la cual parece haber sido informado por alguno de los bondadosos y parlanchines Lucas. No te aburriré leyéndote lo que dice sobre ese punto. Lo referente a ti es lo siguiente:
«Después de haberle felicitado a usted de parte de la señora Collins y mía por tan fausto acontecimiento, permítame añadir una breve advertencia acerca de otro asunto, del cual hemos tenido noticia por el mismo conducto. Se supone que su hija Elizabeth no llevará mucho tiempo el nombre de Bennet en cuanto lo haya dejado su hermana mayor, y que la pareja que le ha tocado en suerte puede razonablemente ser considerada como una de nuestras más ilustres personalidades.»
––¿Puedes sospechar, Lizzy, lo que esto significa?
––¿No tienes idea de quién es el caballero, Elizabeth? Ahora viene.
«Los motivos que tengo para avisarle son los siguientes: su tía, lady Catherine de Bourgh, no mira ese matrimonio con buenos ojos.»
––Como ves, el caballero en cuestión es el señor Darcy. Creo, Elizabeth, que te habrás quedado de una pieza. Ni Collins ni los Lucas podían haber escogido entre el círculo de nuestras amistades un nombre que descubriese mejor que lo que propagan es un infundio. ¡El señor Darcy, que no mira a una mujer más que para criticarla, y que probablemente no te ha mirado a ti en su vida! ¡Es fenomenal!
Elizabeth trató de bromear con su padre, pero su esfuerzo no llegó más que a una sonrisa muy tímida. El humor de su padre no había tomado nunca un derrotero más desagradable para ella.
––¿No te ha divertido?
––¡Claro! Sigue leyendo.
«Cuando anoche mencioné a Su Señoría la posibilidad de ese casamiento, con su habitual condescendencia expresó su parecer sobre el asunto. Si fuera cierto, lady Catherine no daría jamás su consentimiento a lo que considera desatinadísima unión por ciertas objeciones a la familia de mi prima. Yo creí mi deber comunicar esto cuanto antes a mi prima, para que ella y su noble admirador sepan lo que ocurre y no se apresuren a efectuar un matrimonio que no ha sido debidamente autorizado.»
Y el señor Collins, además, añadía:
«Me alegro sinceramente de que el asunto de su hija Lydia se haya solucionado tan bien, y sólo lamento que se extendiese la noticia de que vivían juntos antes de que el casamiento se hubiera celebrado. No puedo olvidar lo que debo a mi situación absteniéndome de declarar mi asombro al saber que recibió usted a la joven pareja cuando estuvieron casados. Eso fue alentar el vicio; y si yo hubiese sido el rector de Longbourn, me habría opuesto resueltamente. Verdad es que debe usted perdonarlos como cristiano, pero no admitirlos en su presencia ni permitir que sus nombres sean pronunciados delante de usted.»
––¡Éste es su concepto del perdón cristiano! El resto de la carta se refiere únicamente al estado de su querida Charlotte, y a su esperanza de tener un retoño. Pero, Elizabeth, parece que no te ha divertido. Supongo que no irías a enojarte y a darte por ofendida por esta imbecilidad. ¿Para qué vivimos si no es para entretener a nuestros vecinos y reírnos nosotros de ellos a la vez?
––Sí, me he divertido mucho ––exclamó Elizabeth––. ¡Pero es tan extraño!
––Pues eso es lo que lo hace más gracioso. Si hubiesen pensado en otro hombre, no tendría nada de particular; pero la absoluta indiferencia de Darcy y la profunda tirria que tú le tienes, es lo que hace el chiste. Por mucho que me moleste escribir, no puedo prescindir de la correspondencia de Collins. La verdad es que cuando leo una carta suya, me parece superior a Wickham, a pesar de que tengo a mi yerno por el espejo de la desvergüenza y de la hipocresía. Y dime, Eliza, ¿cómo tomó la cosa lady Catherine? ¿Vino para negarte su consentimiento?
A esta pregunta Elizabeth contestó con una carcajada, y como su padre se la había dirigido sin la menor sospecha, no le importaba que se la repitiera. Elizabeth no se había visto nunca en la situación de fingir que sus sentimientos eran lo que no eran en realidad. Pero ahora tuvo que reír cuando más bien habría querido llorar. Su padre la había herido cruelmente al decirle aquello de la indiferencia de Darcy, y no pudo menos que maravillarse de la falta de intuición de su padre, o temer que en vez de haber visto él demasiado poco, hubiese ella visto demasiado mucho.
21 comentarios:
Madame, aunque hoy es uno de esos dias en los que llego tan tarde, no podia dejar de pasar a sumergirme en este ambiente Jane Austin y rememorar esa deliciosa novela.
Menuda labor la suya, escribiendola capitulo a capitulo! Hermosa dedicacion para acercarla a quienes aun no la conocen.
Buenas noches. O creo que en su caso tardes :)
Bisous
Madame Minuet
Gracias por su visita, es un detalle que me halaga. Espero que el viaje a este mundo la reconforte en algo tras un día agotador; conmigo siempre lo hace, aunque la tarea valga el esfuerzo es un placer que siempre me concedo.
Feliz noche.
Te devuelvo la visita encantada. Sí que te gusta Jane Austen, sí. Me encanta tu blog, Lady Darcy!! Espero que sigamos leyéndonos. Hasta pronto…
Un beso.
Estos dos capitulos son un magistral ejemplo de la hipocresia y la superiorodad moral del rico, Jane Austen no solo era una buena escritora sino una buena observadora de su tiempo, aunque por desgracia aun tenemos lo mismos problemas sociales del siglo XIII, hay demasiadas Lady Catherins y Mr Collins en el mundo. Saludos ;)
Carmen,
Será un gusto contar de hoy en adelante con tus visitas, y ten por seguro que me verás seguido por tu casa.
un beso.
Scarlett
Sí, totalmente de acuerdo, el autoritarismo del rico y poderoso, y aquellas personas que anteponen el halago a las propias necesidades o a la opinión personal (lo que en mi país le decimos franelero o sobón) hoy en día abundan, y lo que es aún peor, existe gente que no ve más allá y que se deja.
saludos:)
Hola Rocely,
Esa parte en la que Lady Catherine va a hablar con Lizzy me hierva la sangre de la rabia, ¡con qué poder se creía!
Me encanta que Lizzy con mucho tacto la ponga en su lugar dejándola muy mal parada.
Buena idea trasladar las imágenes a la campiña como pasa en el libro.
Besos.
Hacía tiempo que no pasaba por aquí porque me apetece leer varios capítulos a la vez. Y realmente este último es genial! Ayer empecé la última parte de la trilogia "Fitzwilliam Darcy, un caballero", leyendo la temporada que pasaron juntos en Rosings pero desde el punto de vista de Darcy. Creo que combinarlo con la versión que tu escribes desde el punto de vista de Lizzy puede ser genial.
Gracias por pasar por mi blog, y es atrapante el suyo. Si lo desea podemos escribirnos al correo también.
Hola Patri.
Esta es una de mis preferidas, la decisión y la firmeza de carácter que Lizzy demuestra ante la prepotencia de Lady Catherine es asombrosa. LC fué por lana y salió trasquilada ;)
besitos.
Hola Guacimara!! que sorpresa tan agradable, ya se te extrañaba, pero pensé que por el contrario, se te hacía un poco difícil por falta de tiempo el leer varios capítulos a la vez, o estoy algo confundida. En todo caso eso es lo de menos, lo importante, es tenerte por acá que siempre es un placer.
besos.
Monsieur, gracias por la visita, y espero verlo seguido por acá, y sí, acepto encantada ese medio de comunicación también.
Puede escribirme al mail que aparece en mi perfil, estaré al pendiente.
saludos atentos.
saludos querida, me congratulo enormemente contigo al encontrar un lugar como este, que encierra tanta adoracion por la epoca victoriana como la que yo siento. Te invito a visitar mi blog, creo que te gustara http://unminutodemieternidad.blogspot.com/ saludos
"La esposa del señor Darcy gozará seguramente de tales venturas que podrá a pesar de todo sentirse muy satisfecha". Supongo que Lady Darcy podrá dar cuenta de esta verdad :))
A veces es portentosa la incapacidad que tenemos los hombres para no darnos cuenta de las obviedades que tenemos delante de nuestras narices. Y el Sr. Bennet es "todo un hombre", de eso no cabe duda. A diferencia de Collins, que ni a eso llega.
Son entrañables los fotogramas de Elizabeth pensativa...
Beso su mano siempre.
Bienvenida Akasha,
será un gusto disfrutar de tus visitas.
No sólo es una adoración y sino también una obsesión por todo lo que la época encierra, jamás me sentí tan a gusto. Gracias por la invitación, ya tuve el placer de conocer tu hogar, me verás seguido, te lo aseguro.
Milord,
ya estaba esperando una opinión como la suya, pues que bueno sería que el nombre no sólo sea de ficción o producto de una fantasía tonta, con lo que me gustaría dar un paseo por los jardines de Pemberley "en un faetón con un buen par de jacas sería lo ideal", los otros sueños los reservo sólo para mi ;)
...siempre recibo encantada ese beso.
Lady Darcy pero que hermoso tienes tu blog, lo que he estado perdiendo, no tengo perdón pero a veces la vida real nos arrastra de tal manera que nos hace olvidar nuestros placeres. Y que mayor placer para mi que volver a leer la historia de Lizzie y Darcy y lo es todavía más escrito a través de tu corazón. Perdona mi ausencia mi querida amiga, espero el siguiente capítulo...
Besitos para ti
como sabes que recien te encontre querida, no llevo los capitulos al dia. Te aseguro que este fin de semana empiezo desde el principio a leerlos y el lunes ya estoy a la orden del día. Me encanta tu estilo sublime, tb yo estaré por aqui seguido, tus aposentos son muy cómodos....jjeje
Mamen,querida amiga, sabes bien como aprecio tus visitas y comentarios, gracias porque sé bien que a pesar que el tiempo es ingrato para todos, aún podemos mantener vivas la relaciones de afecto y amistad, que a pesar de la distancia nos unen siempre.
besotes para ti.
Akasha, yo también tengo una promesa pendiente que pienso cumplir lo antes posible, jeje.
saludos.
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