martes, 14 de agosto de 2012

EMMA Capítulo XXI

CAPÍTULO XXI

EMMA no podía perdonarle... Pero como el señor Knightley, que había estado también en la reunión, no había advertido ningún motivo de provocación ni ningún resentimiento, y sólo había visto las mayores amabilidades y cortesías por ambas partes, al día si­guiente por la mañana, cuando volvió a Hartfield para tratar de unos asuntos con el señor Woodhouse, expresó su satisfacción por la velada de la noche anterior; no de un modo tan claro como lo hubiera hecho de no encontrarse presente el padre de Emma, pero siendo lo suficientemente explícito para que ésta le comprendiera a la perfección. Había solido reprochar a Emma el ser injusta para con Jane, y ahora se alegraba muchísimo de ver que la situación había mejorado.
-Una velada agradabilísima empezó diciendo, después de haber hablado de todo lo necesario con el señor Woodhouse, de que éste le hubiera dicho que había comprendido y de que guardaran los papeles-; muy agradable. Usted y la señorita Fairfax nos obsequia­ron con una música deliciosa. Señor Woodhouse, no conozco mayor placer que estar cómodamente instalado en un sillón mientras dos jóvenes como éstas nos regalan los oídos durante toda una velada; a veces con música, a veces con su conversación. Estoy seguro, Emma, de que a la señorita Fairfax tiene que haberle parecido agradable la velada. En cualquier caso, por usted no quedaría. Me alegré de ver que le dejaba tocar tanto, porque como en casa de su abuela no tienen ningún instrumento, ella debe de haberlo agradecido mucho.
-Me alegra saber que le pareció acertado -dijo Emma sonrien­do-; pero no creo que acostumbre a ser descortés con las per­sonas que invitamos a Hartfield.
-¡Oh, no, querida! -dijo su padre al momento-, de eso sí que no tengo la menor duda. No hay nadie que sea ni la mitad de atenta y de cortés que tú. Si acaso eres demasiado atenta. Ayer noche los panecillos... creo que con que hubieses ofrecido una sola vez hubiese bastado.
-No -dijo el señor John Knightley casi al mismo tiempo-; no suele ser usted descortés; ni en modales ni en comprensión; en fin, creo que usted ya me entiende.
La maliciosa mirada de Emma significaba: «Le entiendo perfecta­mente»; pero sólo dijo:
-La señorita Fairfax es muy reservada.
-Siempre le he dicho que lo era... un poco; pero no tardará usted en disculpar la parte de su reserva que debe ser disculpada, la que tiene su origen en la timidez. Lo que es discreción ha de respetarse.
-¿Le parece tímida? A mí no.
-Mi querida Emma -dijo trasladándose a una silla que estaba más cerca de ella-, supongo que no irá a decirme que no le pa­reció agradable la velada de ayer.
-¡Oh, no! Me, divirtió mucho mi perseverancia en hacer pregun­tas y el pensar que obtenía tan poca información. -Lo lamento -fue su única respuesta.
-Yo supongo que todo el mundo lo pasó bien -dijo el señor Woodhouse, con su habitual placidez-. Por lo menos yo sí. Al prin­cipio estaba demasiado cerca del fuego; pero luego retiré un poco la silla, muy poquito, y ya dejó de molestarme. La señorita Bates estaba muy locuaz y de buen humor, como siempre, aunque para mi gusto habla demasiado aprisa. Pero es muy agradable, y la seño­ra Bates también, aunque de un modo distinto. Me gustan las antiguas amistades; y la señorita Jane Fairfax es una jovencita muy linda, muy linda y muy bien educada. Estoy seguro, señor Knightley, de que pasó una velada muy agradable, gracias a Emma.
-Sin duda; y Emma gracias a la señorita Fairfax.
Emma advirtió el tono de inquietud del señor Knightley, y de­seando tranquilizarle, al menos por entonces, dijo con una sinceridad de la que nadie se hubiera atrevido a dudar.
-Es una muchacha elegantísima, de la que una casi no puede apartar los ojos. Yo no me cansaba de contemplarla con verdadera admiración; y también compadeciéndola con toda mi alma.
El señor Knightley dio la impresión de sentir más gratitud de la que quería aparentar; y antes de que pudiera responder, el señor Woodhouse, que seguía pensando en las Bates, dijo:
-¡Qué lástima que sus medios sean tan escasos! ¡La verdad es que me dan mucha pena! Y muchas veces he querido hacerles algún regalo, algo pequeño, sin gran importancia, pero de lo que no hay corrientemente... ¡pero es tan poco lo que uno puede arries­garse a hacer! Ahora hemos matado un cerdo, y Emma piensa enviarles lomo o un jamón... Es un regalo de poco valor, pero exquisito... Los cerdos de Hartfield no pueden compararse con nin­gún otro... pero, a pesar de todo es cerdo... y, mi querida Emma, si no podemos estar seguros de que van a cortarlo en tajadas, bien fritas, como las freímos nosotros, quitando toda la grasa, y sin asarlo, porque no hay estómago que resista el cerdo asado... me parece que sería mejor que les enviáramos el jamón, ¿no crees, querida?
-Mi querido papá, les he enviado todo un cuarto trasero. Ya sabía que éste era tu deseo. El jamón tendrán que salarlo, ya lo sabes, y es riquísimo, y el lomo pueden comérselo como quieran.
-Has hecho muy bien, querida... muy bien. Yo no sabía nada de esto, pero era lo mejor que podía hacerse. Pero el jamón que no lo salen demasiado; y si no está demasiado salado y queda bien hervido, como Serle nos hierve los nuestros, si se come con mucha moderación acompañándolo de nabos hervidos y un poco de zanaho­ria o de chirivía, no creo que pueda hacerles daño.
-Emma -dijo bruscamente el señor Knightley-, tengo una no­ticia para usted. A usted le gustan las noticias... y cuando venía he oído algo que creo que le interesará.
-¿Noticias? ¡Oh, sí, siempre me gusta saber lo que ocurre! ¿De qué se trata? ¿Por qué sonríe usted de ese modo? ¿Dónde lo ha oído usted? ¿En Randalls?
Él sólo tuvo tiempo para decir:
-No, no, no ha sido en Randalls; no me he acercado por allí.
Cuando la puerta se abrió de repente y la señorita Bates y la señorita Fairfax entraron en la estancia. La señorita Bates, rebosando agradecimiento y noticias, no sabía a cuál de las dos cosas dar libre curso antes que la otra. El señor Knightley en seguida comprendió que había perdido la oportunidad y que ya no le iban a dejar decir ni una sílaba más.
-¡Querido señor Woodhouse! ¿Cómo se encuentra esta mañana? Mi querida señorita Woodhouse... ¡Estoy verdaderamente abrumada! ¡Qué magnífico cuarto de cerdo! ¡Son ustedes demasiado buenos! ¿Conocen ya la noticia? El señor Elton va a casarse.
En aquellos momentos en quien menos pensaba Emma era en el señor Elton, y quedó tan extraordinariamente sorprendida que no pudo evitar un pequeño sobresalto y un ligero rubor al oír aquellas palabras.
-Éstas eran mis noticias... Supuse que le interesarían -dijo el señor Knightley con una sonrisa que parecía aludir a lo que había pasado entre ellos.
-Pero ¿dónde ha podido usted enterarse? -exclamó la señorita Bates-; ¿dónde es posible que lo haya usted oído, señor Knightley? Porque aún no hace cinco minutos que he recibido una nota de la señora Cole... no, no puede hacer más de cinco minutos... o, en fin, como máximo, diez... porque ya me había puesto el sombrero y el chal, y estaba a punto de salir... bajé sólo un momento para volver a hablar con Patty sobre el cerdo... Jane estaba esperando en el pasillo... ¿verdad, Jane?... porque mi madre tenía miedo de que no tuviéramos un recipiente lo suficientemente grande para sa­larlo. Y yo me dije, bajaré a verlo, y Jane dijo: «¿Quieres que vaya yo? Porque me parece que estás un poco resfriada, y Patty ha estado fregando la cocina.» «¡Oh, querida...», dije yo... Bueno, pues precisamente en aquel momento llegó la nota. Una tal seño­rita Hawkins, eso es todo lo que yo sé. Una tal señorita Hawkins de Bath. Pero, señor Knightley, ¿cómo es posible que se haya en­terado usted? Porque en el mismo momento en que el señor Cole se lo dijo a la señora Cole, ella me escribió. Una tal señorita Hawkins...
-Hace una hora y media he estado hablando de negocios con el señor Cole. Cuando yo llegué acababa de leer la carta del señor Elton, y me la enseñó en seguida.
-¡Vaya! Eso sí que... Me parece que nunca ha habido una no­ticia que interese a más gente. Querido señor Woodhouse, es usted demasiado bueno. Mi madre me ha encargado que le dé sus saludos más afectuosos y un millar de gracias, y dice que usted nos está verdaderamente abrumando con sus amabilidades.
-La verdad -replicó el señor Woodhouse- es que consideramos (y en realidad así es) nuestros cerdos de Hartfield tan superiores a cualquier otro cerdo, que Emma y yo no podíamos tener mayor placer que...
-¡Oh, mi querido señor Woodhouse! Como dice siempre mi ma­dre, nuestros amigos son demasiado buenos para con nosotras. Si hay alguien que sin tener grandes medios de fortuna dispone de todo lo que puede llegar a desear, estoy segura de que somos nosotras. Nosotras sí que podemos decir que nos ha tocado la mejor parte. Bueno, señor Knightley, de modo que usted llegó incluso a leer la carta; vaya, vaya...
-Era muy corta... sólo para anunciar la boda... pero desde luego, alegre y exultante... -y al decir esto miró significativamente a Emma-. Decía que había tenido la suerte de... En fin, no me acuerdo exactamente de lo que decía... tampoco me interesaba tan­to como para recordarlo. En resumen, lo que decía es lo que usted ha dicho ya, que iba a casarse con una tal señorita Hawkins. Por el tono de la carta me imagino que la boda acababa de concer­tarse.
-¡El señor Elton se va a casar! -dijo Emma apenas pudo ha­blar-. Todo el mundo hará votos por su felicidad.
-Es muy joven para casarse -fue el comentario del señor Wood­house-. Hubiera hecho mejor no teniendo tanta prisa. A mí me parecía que vivía muy bien tal como estaba. Siempre nos alegraba verle en Hartfield.
-¡Una nueva vecina para todos, señorita Woodhouse! -dijo la señorita Bates, jubilosamente-. Mi madre está encantada... Dice que le parecía mal que en esta pobre y vieja Vicaría no hubiese un ama de casa. Eso sí que son grandes noticias. Jane, tú no co­noces al señor Elton... no me extraña que tengas tanta curiosidad por verle.
La curiosidad de Jane no parecía ser lo suficientemente intensa como para absorber su atención.
-No, no conozco al señor Elton -replicó al ser interpelada-. ¿Es... es alto?
-¿Quién puede contestar a esta pregunta? --exclamó Emma-. Mi padre diría que sí, el señor Knightley que no; y la señorita Bates y yo que es el justo término medio. Cuando lleve usted más tiempo aquí, señorita Fairfax, ya se irá dando cuenta de que el señor Elton es el modelo de perfección en Highbury, tanto en lo físico como en lo moral.
-Tiene usted mucha razón, señorita Woodhouse, ya se irá dando cuenta. Es un joven de grandes prendas... Pero querida Jane, re­cuerda que ayer te decía que era precisamente de la misma talla que el señor Perry. La señorita Hawkins... estoy convencida de que es una joven excelente. ¡Ha sido siempre tan atento con mi madre! Hacía que se sentara en los primeros bancos para que pudiera oír mejor, porque mi madre es un poco sorda, ¿sabe usted? No mu­cho, pero un poco dura de oído. Jane dice que el coronel Campbell es un poco sordo. Él tiene la impresión de que los baños le sientan bien... baños de agua caliente... pero Jane dice que la me­joría no le dura mucho. El coronel Campbell, ¿sabe usted?, es lo que se dice un ángel. Y el señor Dixon parece ser un joven de gran­des prendas, digno de él. ¡Es una suerte tan grande que la gen­te buena se encuentre...! ¡Y siempre termina encontrándose! Aho­ra por ejemplo, el señor Elton y la señorita Hawkins; y aquí están los Cole, que son personas tan buenas; y los Perry... Yo creo que nunca ha habido un matrimonio más feliz que los Perry. Lo que yo digo, señor Woodhouse -dijo volviéndose hacia él-, es que creo que hay muy pocos lugares en que haya tan buenas personas como en Highbury. Yo siempre digo que tenemos mucha suerte de tener vecinos como éstos... Mí querido señor Woodhouse, si hay algo en el mundo que le gusta a mi madre es el cerdo... lomo de cerdo bien asado...
-En cuanto a quién es la señorita Hawkins o qué hace o cuánto tiempo hace que el señor Elton la conoce -dijo Emma-, su­pongo que nada puede saberse. Yo no creo que se hayan conocido hace mucho. Hace sólo cuatro semanas que se fue.
Nadie conocía ningún detalle; y después de que se formularan varias preguntas más, Emma dijo:
-Está usted muy callada, señorita Fairfax... pero confío en que lle­gará a interesarse por estas noticias. Usted que últimamente ha te­nido ocasión de ver y oír tantas cosas referentes a esas cuestiones y que ha conocido tan de cerca uno de estos procesos, con la boda de la señorita Campbell... no podemos excusarle el que se muestre indiferente con el señor Elton y la señorita Hawkins.
-Cuando conozca al señor Elton -replicó Jane- estoy conven­cida de que me interesaré por su caso... pero me parece que para ello es indispensable que antes le conozca. Y como hace ya varios meses que la señorita Campbell se casó, tal vez las impresiones de entonces se han borrado bastante.
-Sí, hace exactamente cuatro semanas que se fue, como usted muy bien dice, señorita Woodhouse -dijo la señorita Bates-, ayer hizo cuatro semanas... Una tal señorita Hawkins... No sé, yo siempre me había imaginado que se casaría con alguna joven de estos alrededores... No es que yo nunca... Pero una vez la señora Cole me confesó en secreto... Pero yo inmediatamente le dije: «No, el señor Elton es un joven que merece algo más...» Pero... En resumidas cuentas, yo no me creo excesivamente lista para descu­brir esas cosas. Tampoco pretendo serlo. Veo lo que tengo delante de los ojos. Por otra parte nadie hubiera podido extrañarse de que el señor Elton aspirara a... La señorita Woodhouse me deja charlar, no se enfada, ¿verdad? Ya sabe que por nada del mundo quisiera ofender a nadie. ¿Cómo está la señorita Smith? Parece que ya se encuentra bien del todo, ¿no? ¿Han tenido noticias re­cientes de la señora de John Knightley? ¡Oh, tiene unos niños tan preciosos! Jane, ¿sabes que siempre me imagino al señor Dixon como al señor John Knightley? Me refiero al aspecto físico... alto, y con aquella manera de mirar... y no muy hablador.
-Pues te equivocas del todo, querida tía; no se parecen en nada.
-¿Ah, no? ¡Qué cosa más singular! Claro que una nunca puede formarse una idea exacta de nadie antes de conocerle. Nos imagi­namos una cosa y luego no hay quien nos la saque de la cabeza. Tú decías que el señor Dixon no es precisamente muy guapo.
-¿Guapo? ¡Oh, no...! Ni muchísimo menos... Ya te dije que era un hombre más bien corriente.
-Querida, tú dijiste que la señorita Campbell no quería admitir que fuese un hombre más bien corriente, y que fuiste tú...
-¡Oh! En cuanto a mí, mi opinión no tiene ningún valor. Cuando siento aprecio por una persona siempre creo que es bien parecida. Cuando dije que no era excesivamente apuesto, no hacía más que repetir lo que supongo que piensa la mayoría.
-Bueno, mi querida Jane. Me parece que tenemos que irnos. El tiempo está inseguro, y la abuelita estará intranquila. Es usted muy amable, mi querida señorita Woodhouse; pero de veras que tenemos que irnos ya. Vaya, eso sí que han sido noticias agradables. Pasaré un momento por casa de la señora Cole; para estar sólo dos o tres minutos; y tú, Jane, sería mejor que fueras directamente a casa... no quisiera que te pillara un chaparrón... Sí, será una gran cosa para Highbury... Muchas gracias, muy agradecidas. No, no creo que avise a la señora Goddard, ella sólo se interesa por el cerdo hervido; cuando preparemos el jamón ya será otra cosa. Bueno, hasta la vista, mi querido señor Woodhouse. ¡Oh, el señor Knightley también vie­ne! ¡Oh, es usted tan amable...! Si Jane está cansada, ¿querrá usted ofrecerle su brazo? El señor Elton y la señorita Hawkins... Adiós, adiós a todos.
Cuando Emma quedó a solas con su padre, la mitad de su aten­ción la reclamó el señor Woodhouse, quien se lamentaba de que los jóvenes tuvieran tanta prisa por casarse... y de que además se ca­saran con desconocidos... y la otra mitad pudo dedicarla a reflexio­nar sobre lo que acababa de oír. Para ella era una noticia divertida, francamente una buena noticia, ya que probaba que el señor Elton no había sufrido mucho por su desaire; pero lo sentía por Harriet. Harriet iba a sentirlo... y lo único que podía hacer era ser ella mis­ma la primera en enterarla y evitarle así que otros le dieran la noti­cia con menos delicadeza. Era precisamente la hora en que ella solía ir a Hartfield. ¡Si se encontrara por el camino con la señorita Ba­tes! Y cuando empezó a llover, Emma se vio obligada a resignarse a esperar que el mal tiempo la retendría en casa de la señora Goddard; sin duda alguna iba a enterarse de todo antes de que ella tuviese ocasión de prevenirla.
El aguacero fue intenso, pero no duró mucho; y apenas hacía cinco minutos que había terminado cuando llegó Harriet inquieta y acalorada por venir corriendo con el corazón angustiado. Y la pri­mera frase que brotó de sus labios mostraba con toda evidencia la turbación de su ánimo:
-¡Oh, Emma! ¿Te imaginas lo que ha ocurrido?
Emma se dio cuenta de que el mal ya estaba hecho, y de que lo mejor que podía hacer por su amiga era escucharla; y así Harriet pudo contar sin obstáculos todo lo que llevaba dentro.
-Hace una media hora que he salido de casa de la señora God­dard. Tenía miedo de que lloviera, y parecía que iba a empezar a llover de un momento a otro... pero he pensado que aún me daría tiempo de llegar a Hartfield... y he venido todo lo de prisa que he podido; pero al pasar cerca de la casa de una muchacha que me está haciendo un vestido, he pensado que podía entrar un momento para ver cómo lo tenía, y aunque sólo he estado allí un momento, apenas salir ha empezado a llover, y yo no sabía qué hacer; y en­tonces he seguido andando muy aprisa y he ido a refugiarme en la tienda de Ford -Ford era el propietario de la mejor tienda de pañería y mercería, la primera en importancia de Highbury por sus di­mensiones y su buen gusto-. Y allí he estado sentada más de diez minutos, sin imaginarme ni muchísimo menos lo que iba a pasar... Cuando de repente veo que entran dos personas... ¡Desde luego ha sido una gran casualidad! Aunque claro que ellos son clientes de Ford... ¡Pues entraron nada menos que Elizabeth Martin y su her­mano! ¡Querida Emma!, ¿tú te imaginas? Yo creí que me iba a desmayar. No sabía qué hacer. Estaba sentada cerca de la puerta... Elizabeth me vio en seguida; pero él no; estaba distraído con el paraguas. Estoy segura de que ella me vio, pero desvió la mirada e hizo como si no me hubiera conocido; y los dos se fueron hacia el otro extremo de la tienda; y yo me quedé sentada cerca de la puerta... ¡Oh, querida, pasé tan mal rato...! Estoy segura de que debía estar tan blanca como mi vestido. Pero no podía irme, claro, porque estaba lloviendo; pero hubiera querido estar en cualquier parte del mundo, menos allí. ¡Oh, mi querida Emma...! Bueno, por fin, supongo que él volvió la cabeza y me vio; porque en vez de seguir prestando atención a lo que compraban, empezaron a cuchi­chear los dos. Y estoy segura de que hablaban de mí; y yo no podía por menos de pensar que él la estaba convenciendo para que me ha­blara (¿crees que me equivocaba, Emma?)... porque en seguida ella vino hacia mí... se me acercó... y me preguntó cómo estaba, y pa­recía dispuesta a darme la mano si yo quería. No parecía la misma de siempre; yo me daba cuenta de que estaba nerviosa; pero parecía querer hablarme de un modo amistoso, y nos dimos la mano, y es­tuvimos charlando durante un rato; pero ya no me acuerdo de nada de lo que dije... ¡yo estaba temblando! Recuerdo que ella dijo que sentía mucho que ahora no nos viéramos nunca, lo cual a mí casi me pareció demasiado amable por su parte. ¡Querida Emma, me sen­tía tan mal! Y entonces empezó a aclararse el tiempo... y yo pensé que nada me impedía el irme... pero entonces... ¡imagínate!... vi que él se dirigía hacia nosotras... muy despacito, -¿sabes? como si no supiera muy bien lo que tenía que hacer; y se nos acercó, y me habló, y yo le contesté...

......y así estuvimos un minuto, poco más o menos, y yo me sentía tan apurada... ¡Oh, no puedes hacerte idea!; y entonces me armé de valor y dije que ya no llovía y que tenía que irme; y me fui, y cuando estaba en la calle y aún no había andado ni tres yardas desde la puerta, cuando él vino tras de mí sólo para decirme que si iba a Hartfield, él creía que iría mucho mejor dando la vuelta por las cuadras del señor Cole, porque si se­guía el camino más directo lo encontraría todo encharcado. ¡Oh, querida, yo creí que me moría! De modo que le dije que le agra­decía mucho el interés; ya ves, no podía decirle menos; y entonces él volvió con Elizabeth, y yo di la vuelta por las cuadras...

....bueno, me parece que sí que fui por allí, pero ahora te aseguro que ya casi no sé por dónde iba ni lo que hacía. ¡Oh, Emma! Hubiera dado cualquier cosa para que eso no me ocurriera; y a pesar de todo, ¿sabes?, me dio alegría ver que se portaba de un modo tan cortés y tan atento. Y Elizabeth también. ¡Oh, Emma, dime algo, te lo ruego, tranquilízame un poco!
Emma no hubiera deseado otra cosa; pero en aquellos momentos no estaba en sus manos el conseguirlo. Se vio obligada a hacer una pausa y a reflexionar. Ella también se sentía desazonada. El proce­der del joven y de su hermana parecían responder a unos senti­mientos sinceros, y Emma no podía sino compadecerles. Tal como lo describía Harriet, en su modo de actuar había habido una curiosa mezcla de afecto herido y de auténtica delicadeza. Pero es que antes de entonces ella siempre les había considerado como personas dignas y de buen corazón; pero eso no tenía nada que ver con el que em­parentar con ellos no fuese lo más recomendable. Era una tontería preocuparse por aquellas cosas. Por supuesto, él debía de sentir ha­berla perdido... todos debían de sentirlo. Probablemente para ellos era un doble fracaso de la ambición y del amor. Todos debían de haber confiado en elevarse de rango social gracias a las amistades de Harriet. Y por otra parte, ¿qué valor podía darse a la descripción de Harriet? Ella que era tan fácil de complacer... de tan poco cri­terio... ¿qué valor podía tener un elogio suyo?
Emma hizo un esfuerzo por dominarse e intentó consolarla, ha­ciéndole ver que todo lo que había pasado no tenía ninguna impor­tancia, y que no valía la pena que se preocupara por ello.
-Han tenido que ser unos momentos desagradables -dijo-; pero parece que tú te has portado muy bien; ahora todo ha termi­nado; y como un primer encuentro no puede volver a repetirse, no tienes por qué pensar más en eso.
Harriet dijo que Emma tenía razón, y que no volvería a pensar en aquello... pero siguió hablando de lo mismo... no podía hablar de otra cosa; y por fin Emma, con objeto de sacarle a los Martin de la cabeza, se vio obligada a recurrir a las noticias que antes se había propuesto comunicarle con tantas precauciones y tanta deli­cadeza; casi sin saber si tenía que alegrarse o indignarse, si aver­gonzarse o tomárselo a broma, visto el estado de ánimo de la pobre Harriet... para quien el señor Elton parecía haber perdido ya todo interés...
Sin embargo, poco a poco el señor Elton volvió a adquirir im­portancia. Quizá no tanta como le concedía el día anterior o tan sólo una hora antes, pero volvía a interesarse por él; y antes de que terminara aquella conversación, Harriet había expresado todas las sensaciones de curiosidad, de asombro, de pesar, de pena y de ilusión acerca de aquella afortunada señorita Hawkins, que en su imaginación había vuelto a relegar a un lugar secundario a los Martin.
Emma llegó a sentirse casi satisfecha de que se hubiera produ­cido aquel encuentro, ya que había servido para amortiguar el primer golpe sin producir ninguna influencia alarmante. Con el género de vida que llevaba ahora Harriet, los Martin no podían llegar hasta ella de no ser que fueran a buscarla exprofeso a donde no querrían ir por falta de valor y de condescendencia; porque desde que ella ha­bía rechazado al señor Martin, sus hermanas no habían vuelto a poner los pies en casa de la señora Goddard; y así era posible que pasase todo un año sin que volvieran a coincidir en algún sitio, careciendo pues de la necesidad y de la posibilidad incluso de ha­blarse.

Continuará...



3 comentarios:

J.P. Alexander dijo...

Pobre Emma ojala los planes no se le vayan al caño . Te mando un beso y te deseo un lindo miércoles

Luciana dijo...

Los comentarios de Mr Woodhouse siempre me dan risa, porque no es mi suegro ni padre! Si no lo mataría! jaja.

Emma y sus errores, se empecina en colocar a su amiga muy por encima de lo que la sociedad tiene destinado para ella.

Besos

princesa jazmin dijo...

Como siempre me divierto en grande con las ocurrencias del papá de Emma, todo lo que él puede decir acerca del cerdo es increíble, jajá.
La noticia de la boda del señor Elton sí que causó revuelo, eh? esa señora Bates habla hasta por los codos, qué mujer insoportable.
Se nota que Harriet sigue interesada en el joven Martin a pesar de los manejos de Emma para juntarla con el señor Elton, lástima que no pueda contradecir a su amiga, al menos no todavía. Ahora a esperar el próximo capítulo.
Besitos!
Jazmín.