martes, 12 de junio de 2012

EMMA Capítulo X


CAPÍTULO X



A pesar de estar ya a mediados de diciembre, el mal tiempo aún no había impedido a los jóvenes realizar sus acostum­brados paseos; y al día siguiente Emma tenía que visitar a un enfermo de una familia pobre, que vivía a cierta distancia de Highbury.

Para ir a esta cabaña, que quedaba apartada, debía pasar por el callejón de la Vicaría, un callejón que nacía en la ancha aunque irregular calle mayor del pueblo; y allí, como es de suponer por su nombre, se hallaba la bienaventurada mansión del señor Elton. Pri­mero había que pasar frente a una serie de casas más modestas, y luego, después de andar alrededor de un cuarto de milla, aparecía el edificio de la vicaría; una casa antigua y sin grandes pretensiones que no podía estar más pegada al camino. Su situación no era muy buena; pero su actual propietario había introducido en ella muchas mejoras; y en aquellas circunstancias no era posible que las dos amigas pasaran por delante sin moderar el paso y aguzar la vista.

El comentario de Emma fue:

-Aquí la tienes. Aquí vendrás tú y tu álbum de charadas uno de esos días.

El de Harriet fue:

-¡Oh, qué preciosidad de casa! ¡Pero qué bonita es! ¡Mira, las cortinas amarillas que le gustan tanto a la señorita Nash!

-Ahora vengo pocas veces por este lado -dijo Emma, mientras seguían andando-, pero dentro de poco ya tendré un aliciente para venir por aquí, y poco a poco me irán siendo familiares los setos, cercas, estanques y árboles de esta parte de Highbury.

Entonces se enteró de que Harriet nunca había estado dentro de la Vicaría, y su curiosidad por verla por dentro era tan extremada que, teniendo en cuenta el aspecto exterior de la casa y su aparien­cia, Emma sólo pudo considerarlo como una prueba de amor, igual que cuando el señor Elton vio «ingenio» en la muchacha.

-A ver si se nos ocurre algo para entrar -dijo-; pero ahora no tenemos ningún pretexto verosímil; no necesito pedir informes a su ama de llaves sobre ningún criado... ni tengo ningún recado que darle de parte de mi padre...

Estuvo reflexionando, pero no se le ocurría nada. Después de que las dos hubieran guardado silencio durante unos minutos, Ha­rriet exclamó:

-¡Lo que me extraña más, Emma, es que no te hayas casado aún, ni vayas a casarte dentro de poco! ¡Con lo encantadora que eres!

Emma se echó a reír y replicó:

-Harriet, el que yo sea encantadora no basta para hacerme pen­sar en el matrimonio; es preciso que encuentre encantadoras a otras personas... por lo menos a una. Y no sólo no voy a casarme por ahora, sino que tengo poquísimas intenciones de casarme.

-¡Oh! Eso es lo que tú dices; pero yo no puedo creerlo.

-Para que me tiente esta idea tendría que encontrar a alguien muy superior a todos los hombres que he conocido hasta ahora; desde luego, el señor Elton -dijo recordando con quien hablaba­ no cuenta para el caso. Pero es que tampoco tengo ningún deseo de encontrar a una persona así. No creo que me sintiera tentada a casarme. Mejor que ahora no voy a estar. Y si me casara, es lógico suponer que terminaría arrepintiéndome de haberlo hecho.


-¡Querida! ¡Es tan extraño que una mujer hable así!

-Yo no tengo ninguno de los motivos que suelen empujar al matrimonio a las mujeres. Claro que si me enamorara la cosa sería muy distinta; pero yo nunca me he enamorado; no va con mi manera de ser o con mi carácter, y creo que nunca me enamoraré. Y sin amor estoy segura de que sería una loca si dejara la situa­ción que tengo ahora. Dinero no me hace falta; cosas en qué ocu­parme tampoco; y posición social tampoco; creo que habrá muy pocas mujeres casadas que sean tan dueñas de la casa de su marido como yo lo soy en Hartfield; y sé que nunca, nunca podría esperar ser tan querida y considerada; ser siempre la primera y tener siem­pre razón para un hombre, como ahora soy la primera y tengo siempre razón para mi padre.

-¡Pero entonces terminarás siendo una solterona, como la seño­rita Bates!

-Me pones el más temible de los ejemplos, Harriet; si yo su­piera que terminaría siendo como la señorita Bates, tan tonta, tan aco­modaticia, tan llena de sonrisas, tan pesada, tan vulgar y tan in­sulsa... y siempre tan dispuesta a contar chismes de todo el mundo, me casaba mañana. Pero estoy convencida de que entre nosotras nunca habrá el menor parecido, excepto en el hecho de no habernos casado.

-¡Pero a pesar de todo no dejarás de ser una solterona! ¡Y eso es espantoso!

-No te preocupes, Harriet, nunca seré una solterona pobre; y para la mujer que no se casa la pobreza es lo único que le hace parecer despreciable a los ojos de los que viven holgadamente. Una mujer soltera con una renta muy pequeña siempre será una sol­terona ridícula y desagradable; objeto de eterna burla para mucha­chos y muchachas; pero una mujer soltera con buena fortuna siem­pre es respetada, y puede ser tan inteligente y de trato tan agra­dable como cualquier otra persona. Y no creas que esta distinción atenta tan gravemente, como podría parecer en un principio, contra la buena fe y el sentido común de la gente; porque una renta muy pequeña tiende a encoger el ánimo y agria el carácter. Los que apenas pueden vivir y se ven obligados a tratar a poca gente, y aun ésta, por lo común, de muy baja condición, adquieren con facilidad una mentalidad estrecha y se vuelven malhumorados. Sin embargo, eso no puede aplicarse a la señorita Bates; sólo que es demasiado candorosa, demasiado tonta para servirme de ejemplo; pero en general suele gustar a todo el mundo, aunque sea soltera y pobre. La verdad es que la pobreza no le ha encogido el ánimo. Estoy segura de que aunque sólo tuviera un chelín en el bolsillo, no tendría ningún inconveniente en gastar seis peniques; y nadie le tiene miedo: esto es un gran encanto.

-¡Pero querida! ¿Qué vas a hacer? ¿A qué vas a dedicarte cuan­do envejezcas?

-Harriet, si no me engaño acerca de mí misma soy una persona activa, que no sabe estar ociosa y que cuenta con muchos recursos propios; y no sé por qué tienen que faltarme cosas que hacer a los cuarenta o a los cincuenta años, cuando ahora, a los veintiuno, no me faltan. Las ocupaciones habituales de una mujer, por lo que se refiere a los ojos, a las manos y al cerebro, igual puedo tenerlas entonces que las tengo ahora; o por lo menos sin que haya una gran diferencia. Si dibujo menos, leeré más; si dejo la música, me dedicaré a bordar tapetes. Y en cuanto a seres que reclamen nuestra atención, personas en quien poner nuestro afecto, y la verdad es que en ese punto es en donde hay una mayor infe­rioridad, y cuya ausencia es el mayor peligro que tienen que evitar las que no se casan, por ese lado estoy totalmente tranquila, por­que podré cuidarme de todos los hijos de mi hermana, a quien tanto quiero. Según todas las probabilidades, su número bastará para atender toda la necesidad de cariño que pueda sentir en el de­clive de mi vida. Ellos bastarán para todas mis esperanzas y todos mis temores. Y aunque el afecto que yo pueda darles nunca será igual al de una madre, se ajusta mejor a mis ideas de comodidad que si fuera más ardiente y más ciego. ¡Mis sobrinos y sobrinas! En mi casa tendré a menudo a alguna de mis sobrinas.

-¿Conoces a la sobrina de la señorita Bates? Bueno, ya sé que has tenido que verla centenares de veces... pero, quiero decir si la has tratado.

-¡Oh, sí! Siempre tenemos que tener trato con ella cuando vie­ne a Highbury. A propósito de lo que hablábamos, éste es un caso como para perder todo el orgullo que se pueda sentir por una sobrina. ¡Santo Cielo! Confío en que yo, con todos los hijos de los Knightley, no fastidiaré a la gente ni la mitad de lo que la seño­rita Bates nos fastidia a todos con Jane Fairfax. Estamos hartos in­cluso del mismo nombre de Jane Fairfax. Cada carta suya se lee cuarenta veces; los saludos que envía para sus amigos circulan no sé cuantas veces por todo el pueblo; y sólo con que envíe a su tía los patrones de un corsé o un par de ligas de punto para su abuela, en todo un mes no se oye hablar de otra cosa. A Jane Fairfax le deseo todos los bienes imaginables; pero me tiene lo que se dice aburrida.

Se encontraban ya cerca de la cabaña, y dejaron aquella conversa­ción ociosa. Emma era muy caritativa y socorría las necesidades de los pobres no sólo con su dinero, sino también con su dedicación personal, su afecto, sus consejos y su paciencia. Comprendía su modo de ser, no se escandalizaba de su ignorancia y de sus tentaciones, ni concebía novelescas esperanzas de extraordinarios actos de virtud en aquellas personas por cuya educación tan poco se había hecho; en seguida se interesaba realmente por sus preocupaciones, y siem­pre les ayudaba con tanta inteligencia como buena voluntad.



En aquella ocasión, la enfermedad y la pobreza se habían adueñado a la vez de la familia a la que iba a visitar; y después de perma­necer allí todo el tiempo que pudo darles ánimo y consejos, salió de la cabaña tan impresionada por la escena que acababa de pre­senciar, que dijo a Harriet mientras regresaban:

-Harriet, esos espectáculos son los que nos hacen mejores. Al lado de esto ¡qué trivial parece todo lo demás! Ahora me siento como si no pudiera pensar en nada más que en esos pobres seres durante todo el resto del día; y sin embargo ¡qué poco va a tardar en desa­parecer de mi mente!

-Tienes razón -dijo Harriet-. ¡Pobre gente! Resulta difícil pensar en otra cosa.

-La verdad es que no creo que esta impresión se desvanezca tan pronto -dijo Emma, mientras cruzaba un seto de poca altura apoyando el pie en la vacilante pasarela con la que terminaba el estrecho y resbaladizo sendero que atravesaba el huerto de la cabaña, y que les dejaba de nuevo en el callejón-. Creo que no se desva­necerá tan pronto -añadió, deteniéndose para contemplar una vez más la miseria exterior de aquel lugar, y recordar que aún era mayor la que escondía la cabaña.

-¡Oh, no, querida! -dijo su compañera.

Siguieron andando. El callejón daba una ligera vuelta; y apenas pasada la vuelta, se encontraron frente al señor Elton; y tan cerca que Emma sólo tuvo tiempo para añadir:

-¡Ah! Harriet, mira que pronto se pondrá a prueba nuestra perseverancia en los buenos pensamientos. Bueno -sonriendo-, por lo menos espero que si la compasión ha conseguido ayudar y con­solar a los que sufren, ya ha cumplido su misión más importante. Si nos compadecemos de los desdichados hasta el punto de hacer por ellos todo lo que podemos, lo demás sólo es una simpatía inútil que sólo sirve para entristecernos a nosotras mismas.

Antes de que el caballero llegase junto a ellas, Harriet apenas tuvo tiempo de contestar:

-¡Oh, sí, querida!

Sin embargo, las necesidades y las desventuras de aquella pobre familia fueron el primer tema de la conversación. Él también se dirigía ahora a la cabaña, aunque aplazaría la visita; pero sostu­vieron una interesante charla acerca de lo que podía hacerse y de lo que se haría. El señor Elton dio media vuelta para acompa­ñarlas.


«Encontrarse en una ocasión como ésta -pensó Emma-, tenien­do los dos un fin caritativo, aumentará no poco el amor que sienten el uno por el otro. No me extrañaría que eso provocara la decla­ración. Estoy segura de que se le declararía si yo no estuviera pre­sente. Cómo me gustaría poderme encontrar ahora en cualquier otro lugar.»

Deseosa de alejarse de ellos todo lo que fuera posible, Emma no tardó en tomar un estrecho caminito que bordeaba el callejón desde una altura un poco superior, dejándoles solos en el camino principal. Pero aún no habían pasado dos minutos cuando vio que la costumbre de Harriet de imitarla en todo y de seguirla a todas partes, le hacía ir tras de sus pasos, y que, en resumen, dentro de poco los dos iban a caminar tras de ella. Aquello no servía; enton­ces inmediatamente se detuvo, y con el pretexto de tener que atarse los cordones de los botines, se paró en medio del caminito, rogán­doles que tuvieran la bondad de seguir andando, que ella ya les alcanzaría en menos de un minuto. Ambos hicieron lo que se les pedía; y cuando juzgó que había ya pasado un tiempo razonable para haber terminado con sus botines, tuvo la suerte de encontrar un nuevo pretexto para retrasarse más, ya que fue alcanzada por la niña de la cabaña, que, de acuerdo con sus órdenes, había salido con un jarro para ir a buscar caldo a Hartfield. Andar al lado de la niña, hablar con ella y hacerle preguntas era la cosa más natural del mundo, o hubiese sido la más natural si hubiera obrado sin segundas intenciones; y de este modo los otros pudieron seguir llevándole cierta delantera sin ninguna obligación de esperarla. Sin embargo, involuntariamente les ganaba terreno; el paso de la niña era rápido y el de la pareja más bien lento; y Emma lo sintió más porque veía con toda claridad que ambos estaban muy interesados en la conversación que sostenían. El señor Elton hablaba animada­mente, Harriet le escuchaba con complacida atención; y Emma, que había enviado por delante a la niña, empezaba a pensar en cómo podría retrasarse un poco más cuando ambos volvieran la cabeza y se viese obligada a unirse a ellos.


El señor Elton seguía hablando, todavía debatiendo algún inte­teresante detalle; y Emma sintió cierta decepción cuando se dio cuenta de que sólo estaba refiriendo a su linda compañera cómo se había desarrollado la reunión del día anterior en casa de su amigo Cole, y que le informaba acerca del queso de Stilton, el del norte del Wiltshire, la mantequilla, el apio, la remolacha y los postres en general.

-Bueno, espero que eso les lleve a hablar de alguna cosa más in­teresante -fue su consoladora reflexión-; entre dos personas que se quieren todo resulta interesante; y todo les sirve para manifestar lo que llevan dentro del corazón. ¡Si pudiera dejarles solos du­rante más tiempo!

Siguieron andando calmosamente los tres juntos hasta llegar a la vista de la valla de la vicaría, cuando la súbita resolución de hacer que por lo menos Harriet entrase en la casa hizo que Emma tuviese que detenerse otra vez por culpa de su botín, y rezagarse para atarse de nuevo los cordones; entonces se las ingenió para rom­perlos y los arrojó a una zanja, viéndose obligada a rogarles que se detuvieran también, y a reconocer que se veía incapaz de llegar hasta su casa con relativa comodidad.


-Se me ha roto el cordón -dijo- y no sé cómo componerlo. La verdad es que soy una compañera muy engorrosa para los dos, pero creo que no siempre voy tan mal equipada. Señor Elton, no me queda más remedio que rogarle que me permita entrar un mo­mento en su casa y pedirle a su ama de llaves un trozo de cinta o de cordel o algo por el estilo, sólo para poder llegar hasta casa.

El señor Elton acogió esta proposición con gran alegría; y se desvivió en atenciones y cuidados para acompañar a las jóvenes a entrar en su casa y hacerles los honores de ella. El saloncito en el que fueron recibidas era el que él solía ocupar la mayor parte del día, y daba a la fachada de la casa; al lado había otra estancia que comunicaba con el salón por una puerta; ésta estaba abierta, y Emma pasó a la otra estancia en compañía del ama de llaves, que se disponía a ayudarla del mejor modo posible. La joven se vio obli­gada a dejar la puerta entreabierta, tal como la había encontrado; peso su deseo era que el señor Elton la cerrara. Sin embargo no se cerró, sino que quedó entreabierta; pero al entablar con el ama de llaves una larga conversación, confió que en la estancia contigua él tendría ocasión de decir todo lo que quisiera. Durante diez mi­nutos no pudo oírse más que a sí misma. La situación no podía prolongarse. Y se vio obligada a terminar y a pasar a la otra es­tancia.

Los enamorados estaban de pie, uno al lado del otro, junto a una de las ventanas. La cosa presentaba un aspecto más que favorable; y durante medio minuto Emma se sintió orgullosa del éxito de sus planes. Pero la realidad era algo distinta; él no había llegado al fondo de la cuestión. Había estado muy atento, muy delicado; había dicho a Harriet que las había visto pasar y había decidido seguirlas; y había añadido algún otro pequeño cumplido y alguna alusión, pero nada importante.

«Prudente, muy prudente -pensó Emma-; avanza pulgada a pulgada y no quiere arriesgarse hasta saber que pisa terreno se­guro.»

Sin embargo, aunque su ingeniosa estratagema no había dado los resultados que ella esperaba, no pudo por menos de sentirse hala­gada al pensar que había dado ocasión a ambos de gozar de aque­llos gratos momentos que debían ayudarles a seguir adelante hacia el gran acontecimiento.

9 comentarios:

J.P. Alexander dijo...

A mi lo que me encanta de esa novela es que siempre las cosas se le van al caño

Karras dijo...

Querida Lady A pesar de llegar tarde a tu blog, me he entretenido echando un vistazo y he de decirle que me recuerda usted mucho a una querida amiga (que seguramente sea común)la cual escribe este tipo de novelas con gran maestríaa de detalles al igual que usted. Incluso me atrevería a decir que tiene gustos comunes. Para mi es un placer haberla encontrado y le manifiesto mi alegría cada vez que recibo una visita de usted en mi bosque. Reciba mi respeto y un atrevido beso.

Maria Carmen Martinez Molina dijo...

Leyendo ese paseo tan bucólico pienso por un momento que esas dos jovenes podríamos ser tu y yo ¿te imaginas poder dedicar el tiempo a pasear y otras actividades igual de gratas? soñar si podemos, jajajja.
Enma es una mujer adelantada a su tiempo, sigue con su vida sin condicionarse por el hecho de un futuro matrimonio, se siente segura y lo está, su posición social y economica le permiten llevar una vida digna y respetable tal y como ella misma dice, es una mujer inteligente a pesar de que en cuestiones amorosas ajenas y propias meta mucho la pata.
Beso, querida hermana.

Unknown dijo...

«Nunca podría esperar ser tan querida y considerada: ser siempre la primera y tener siempre razón para un hombre»... Sin duda, la trayectoria de Emma va directamente hacia su soltería permanente, ¿no cree, milady? Salvo que se le cruce por el camino algún saco largo... o quizá alguien demasiado enamorado, del que a su vez pueda sentirse atraída nuestra protagonista. En todo caso, demasiado joven para emitir esos proyectos de futuro tan a la ligera. Suplir las carencias de experiencia del corazón con ideas surgidas de la razón, por muy bien concebidas que estén, no suele dar resultado; o al menos no el resultado esperado, en uno u otro sentido.
Por eso, en mi opinión, más que tener las ideas muy claras, le faltan algunos años de rodaje por los a veces muy sinuosos caminos de la vida.
Siempre la primera y siempre con la razón, mi Señora.

Luciana dijo...

Hay dos frases de este capítulo que me encantan.
"Para que me tiente esta idea tendría que encontrar a alguien muy superior a todos los hombres que he conocido hasta ahora", muy de acuerdo con la chica, la diferencia es que ella por ahora, además de creerse casamentera, está ciega, por lo tiene justo enfrente de sus narices.
Luego, tendré que conseguir algo de dinero, para respetar la lógica de Jane/Emma.
"nunca seré una solterona pobre; y para la mujer que no se casa la pobreza es lo único que le hace parecer despreciable a los ojos de los que viven holgadamente. Una mujer soltera con una renta muy pequeña siempre será una sol­terona ridícula y desagradable; objeto de eterna burla para mucha­chos y muchachas; pero una mujer soltera con buena fortuna siem­pre es respetada, y puede ser tan inteligente y de trato tan agra­dable como cualquier otra persona."
Y Jane demuestra ser una visionaria en cuanto a la soltería, por más que después nos case a su ingenua Emma.
"si no me engaño acerca de mí misma soy una persona activa, que no sabe estar ociosa y que cuenta con muchos recursos propios; y no sé por qué tienen que faltarme cosas que hacer a los cuarenta o a los cincuenta años, cuando ahora, a los veintiuno, no me faltan"
Cuánta razón! No es la edad, sino la actitud lo que hace a una solterona, unas (donde me incluyo), no nos quedamos quietas y otras, crían gatos ;)
Besos.

LADY DARCY dijo...

Citu querida, Esta es la novela en la que mayores resbalones tiene la protagonista, y a pesar de ello sigue en su empeño de hacer las cosas a su equivocado modo. Pero es grato ver la manera como va madurando.
Un beso.


Querido y estimado Karras, me halagan tus palabras, pero debo confesar que aunque tengo en la gaveta no muy pocos escritos con el sueño de ser leídos por otros ojos que no sean los míos, en esta ocasión y una vez más se quedarán ahí...pues esta novela que estoy subiendo a mi saloncito azulado es obra de Jane Austen, gran escritora inglesa de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX. Me gustaría mucho que la sigas a partir de ahora, estoy segura que tendremos mucho que compartir en un futuro, pues veo que eres un lector voraz y de muy buen gusto.
Recibo con mucho agrado tu visita, y ese beso atrevido, con las mejillas completamente sonrojadas.



Mi querida Hermana Wen no había pensado en ello...pero ahora que lo mencionas...de hecho, lo hemos estado haciendo a lo largo de este tiempo; pasear, charlar, reirnos, contarnos algunos secretillos... ;)
Pues qué importa si nuestros paseos no se dan en una agradable campiña inglesa, imaginación es lo que nos sobra, siempre habrá la ocasión y el lugar ¿no es así?
Un beso enorme.

LADY DARCY dijo...

Ni un saco largo ni alguien tontamente enamorado...
No podría desearle a Emma algo tan desastrozo mi querido Señor ;)
Más sí un hombre que la ame más allá del entendimiento, más allá de los sueños, más allá de la distancia, del tiempo y del espacio. Más allá del corazón. ¿Qué mujer en su sano corazón (que no solo juicio) no multiplicaría todo ello para devolverselo con creces?

Muy agradecida por esas palabras del final...sobretodo viniendo de alguien que lleva años de experiencia por esos caminos en los que la razón ya no cuenta y se da cuenta de la diferencia.

LADY DARCY dijo...

Querida Lu muy buena lógica la tuya, incluso mayor que la de Emma...criar gatos me has hecho reir. Tienes mucha razón, es la actitud lo que hace a la persona.
En cuanto al dinero, creo que si me lo preguntan, preferiría ser soltera o casada pobre que casada rica, suena a cliché, lo sé, pero me parecería más romántico que amen mi corazón sonrosado que el verde de mis billetes.

Lo sé...lo sé...Esos sólo pasa en las novelas. ;)

Un Beso inmenso.

princesa jazmin dijo...

Este capítulo es muy jugoso en cuanto a las ideas ponderantes acerca del papel de la mujer y el casamiento, coincido con Lucy. Tenemos mucho del punto de vista de la misma Jane también.
Me resulta peculiar y hasta algo divertido el punto de vista tan pragmático de Emma acerca de la importancia capital de la posesión de dinero, si lo tienes puedes relacionarte con gente "valiosa",y si no lo tienes no queda otra más que la lástima ajena y el embrutecimiento. Por un instante me parece oír un monólogo de Lord Henry o algún cínico personaje de Oscar Wilde.Y la parte de los sobrinos, todavía más. Qué lógica irrefutable... imagino que durante la historia cambiará de opinión.
Me encanta ir leyendo con ustedes.
Besitos.
Jazmín.