lunes, 4 de junio de 2012

EMMA Capítulo IX

CAPÍTULO IX

EL señor Knightley podía pelearse con ella, pero Emma no podía pelearse consigo misma. Él estaba tan contrariado que tardó más de lo que tenía por costumbre en volver a Hartfield; y cuando volvieron a verse la seriedad de su rostro demostraba que Emma aún no había sido perdonada. Eso a ella le dolía, pero no se arrepentía de nada. Al contrario, sus planes y sus procedimientos cada vez le parecían más justificados, y el cariz que tomaron las cosas en los días siguientes le hicieron aferrarse aún más a sus ideas.

El retrato, elegantemente enmarcado, llegó sano y salvo a la casa poco después del regreso del señor Elton, y una vez estuvo colgado sobre la chimenea de la sala de estar subió a verlo, y ante la pintura balbuceó entre suspiros las frases de admiración que eran de rigor; y en cuanto a los sentimientos de Harriet era evi­dente que se estaban concretando en una sólida e intensa inclina­ción hacia él, según su juventud y su mentalidad se lo permitían. Y Emma quedó vivamente satisfecha al ver que ya no se acordaba del señor Martin más que para hacer comparaciones con el señor Elton, siempre extremadamente favorables para este último.

Sus proyectos de cultivar el espíritu de su amiguita mediante lec­turas copiosas e instructivas y mediante la conversación, no fueron más allá de leer los primeros capítulos de algunos libros y de la intención de proseguir al día siguiente. Charlar era mucho más fá­cil que estudiar; mucho más agradable dejar volar la imaginación y hacer planes para el futuro de Harriet que esforzarse por aumen­tar su inteligencia o ejercitarla en materias más áridas; y la única labor literaria que por el momento emprendió Harriet, el único aco­pio intelectual que hizo con vistas a la madurez de su vida, fue el coleccionar y copiar todos los acertijos de las clases más variadas que pudo encontrar, en un cuadernillo de papel lustroso confeccio­nado por su amiga y adornado con iniciales pintadas y viñetas.

En aquella época eran frecuentes libros de gran extensión con recopilaciones como ésta. La señorita Nash, la directora del pensio­nado de la señora Goddard, había copiado por lo menos trescientos de esos acertijos; y Harriet, que había tomado la idea de ella, con­fiaba que con la ayuda de la señorita Woodhouse reuniría muchos más. Emma colaboraba con su inventiva, su memoria y su buen gusto; y como Harriet tenía una letra muy bonita, todo hacía prever que sería una colección de primer orden tanto por el esmero de la presentación como por lo copioso.

El señor Woodhouse estaba casi tan interesado en aquel asunto como las muchachas, y muy a menudo intentaba procurarles algo digno de figurar en la colección.

-¡Tantos buenos acertijos como había cuando yo era joven!

Y se maravillaba de no recordar ninguno. Pero confiaba que con el tiempo se iría acordando. Y siempre terminaba con: «Kitty, una moza linda, pero fría... »

Tampoco su gran amigo Perry, a quien había hablado acerca de aquello, pudo por el momento facilitarle ningún acertijo; pero le había pedido a Perry que estuviera alerta, y como él visitaba tan­tas casas suponía que algo iba a conseguirse por ese lado.

Su hija no pretendía que todo Highbury se exprimiese el ce­rebro. La única ayuda que solicitó fue la del señor Elton. Se le invitó a aportar todos los enigmas, charadas y adivinanzas que pudiese recoger; y Emma tuvo la satisfacción de verle interesarse muy de veras por esta labor; y al mismo tiempo advirtió que ponía el mayor empeño en que no saliese de sus labios nada que no fuese un cumplido, una galantería para el sexo débil. Él fue quien aportó los dos o tres rompecabezas más galantes; y la alegría y el entusiasmo con que finalmente recordó y recitó, en un tono más bien sentimental, aquella charada tan conocida

Mi primera denota cierta pena
que mi segunda tiene que sentir;
para calmar la pena aquélla
a mi conjunto habrá de recurrir.

se convirtió en desilusión al advertir que ya la tenían copiada unas páginas atrás.

-Señor Elton, ¿por qué no escribe usted mismo una charada para nosotras? -dijo ella-; sólo así podremos estar seguras de que es nueva; y para usted nada más fácil.

-¡Oh, no! En toda mi vida no he escrito jamás una cosa de ésas. Para esto soy la más negada de las personas. Incluso temo que ni siquiera la señorita Woodhouse... -hizo una pausa- o la se­ñorita Smith puedan inspirarme.

Sin embargo, al día siguiente su inspiración produjo ciertos fru­tos. Les hizo una rapidísima visita, sólo para dejarles una hoja de papel sobre la mesa que contenía, según dijo, una charada que un amigo suyo había dedicado a una joven de la que estaba ena­morado; pero Emma, por su manera de proceder, se convenció in­mediatamente de que su autor no era otro que él mismo.

-No se la ofrezco para la colección de la señorita Smith –dijo-. ­Porque, como es de mi amigo, no tengo derecho a hacer que se divulgue ni poco ni mucho, pero he pensado que quizás a ustedes les gustará conocerla.

Sus palabras iban dirigidas a Emma más que a Harriet, lo cual Emma comprendía muy bien. Él estaba muy serio y nervioso, y le resul­taba más fácil mirarla a ella que a su amiga. Y al momento se fue. Hubo una pequeña pausa, y Emma dijo sonriendo y empujando el papel hacía Harriet:

-Toma, es para ti.

Pero Harriet estaba trémula y no podía ni alargar la mano; y Emma, a quien nunca importaba ser la primera, se vio obligada a leerlo ella misma.

A la señorita...

Ofrece mi primera la pompa de los reyes,
¡los dueños de la tierra! Su fasto y su esplendor.
Presenta mi segunda otra visión del hombre,
¡vedle allí cómo reina, de los mares señor!
Pero ¡ah!, las dos unidas, ¡qué visión más distinta!
Libertad y poderío, todo ya se extinguió;
señor de mar y tierra, se humilla cual esclavo;
una mujer hermosa reina en su corazón.
Descubrirá tu ingenio la pronta solución.
¡Oh, si sus dulces ojos brillaran con amor!


Emma leyó lo que decía el papel, analizó su contenido, captó su significado, volvió a leerlo para estar completamente segura, y ha­biendo desentrañado ya el sentido de aquellos versos, lo pasó a Harriet y sonrió beatíficamente, diciendo para sí, mientras Harriet intentaba descifrarlo en medio de la confusión que le producían sus esperanzas y su torpeza:

-Muy bien, señor Elton, muy bien. Peores charadas que ésta he leído. «Courtship»... un verdadero hallazgo. Le felicito. Eso es saber lo que se hace. Eso es decir con toda claridad: «Se lo ruego, señorita Smith, permítame dedicársela. Que el brillo de sus ojos apruebe al mismo tiempo mi charada y mis intenciones.»

 ¡Oh, si sus dulces ojos brillaran con amor!

 Eso sólo puede referirse a Harriet. «Dulces» es el adjetivo más adecuado para sus ojos... el mejor que podía usar.

 Descubrirá tu ingenio la pronta solución.

¡Hum! ¡El ingenio de Harriet! Tanto mejor. Un hombre tiene que estar lo que se dice muy enamorado para describirla así. ¡Ah, se­ñor Knightley! Me gustaría que pudiera usted asistir a todo eso; creo que se convencería. Por una vez en su vida se vería obligado a reconocer que se ha equivocado. ¡Una magnífica charada, eso es lo que es! Y muy oportuna. Los acontecimientos se están preci­pitando.

Emma se vio obligada a interrumpir sus gratas reflexiones, que de otro modo se hubieran prolongado mucho más, porque Harriet le estaba ya acosando a preguntas.

-¿Qué quiere decir todo eso, Emma? ¿Qué querrá decir? No tengo ni la menor idea, no sé ni por dónde empezar. ¿Qué puede significar? Intenta encontrar la solución, Emma, ayúdame. Nunca he visto nada tan difícil. ¿Crees que es la palabra «reino»? Me gus­taría saber quién es el amigo, y quién puede ser la joven a quien se dirige. ¿Te parece una buena charada? ¿No será «mujer»?

 Una mujer hermosa reina en su corazón.
A lo mejor es «Neptuno»:

   ¡Vedle allí cómo reina, de los mares señor!

¿Y «tridente»? ¿Y «sirena»? ¿Y «tiburón»? ¡Oh, no, «tiburón» no puede ser, «shark» sólo tiene una sílaba! Tiene que ser más ingenioso, si no no nos lo hubiera traído. ¡Oh, Emma, ¿crees que llegaremos a encontrar la solución?

-¡Sirenas! ¡Tiburones! ¡Qué bobadas! Querida Harriet, ¿en qué estás pensando? ¿Por qué iba a traemos una charada de un amigo suyo sobre una sirena o un tiburón? Dame el papel y escúchame.

Aquí donde pone «A la señorita...» puedes leer «señorita Smith».

 Ofrece mi primera la pompa de los reyes,
     ¡los dueños de la tierra! Su fasto y su esplendor.

Esto se refiere a la primera sílaba, «court», la corte de un rey.

 Presenta mi segunda otra visión del hombre,
   ¡vedle allí cómo reina, de los mares señor!

Esto se refiere a la segunda sílaba, «ship», un barco. Más fácil no puede ser. Y ahora viene lo bueno.

 Pero ¡ah!, las dos unidas («courtship», lo ves, ¿no?) ¡qué visión más distinta!
    Libertad y poderío, todo ya se extinguió;
   señor de mar y tierra se humilla cual esclavo;
   una mujer hermosa reina en su corazón.

Es una galantería muy fina... Y luego sigue la conclusión, que supongo, querida Harriet, que no tendrás mucha dificultad en com­prender. Puedes estar satisfecha. No hay duda de que ha sido es­crita para ti y en honor tuyo.

Harriet no pudo resistir por mucho tiempo la deliciosa tentación de dejarse convencer. Leyó los versos de la conclusión y quedó toda ella confusa y feliz. Era incapaz de hablar. Pero tampoco se le pedía que hablase. Con que sintiese bastaba. Emma hablaba por ella.

-Es una galantería tan ingeniosa -dijo- y de un sentido tan concreto que no tengo la menor duda acerca de las intenciones del señor Elton. Está enamorado de ti... y no tardarás en tener las pruebas más evidentes de ello. Es como yo creía. Me hubiese extra­ñado mucho engañarme; pero ahora todo está claro. Sus intenciones son tan claras y decididas como lo han sido siempre mis deseos sobre esta cuestión desde que te conocí. Sí, Harriet, desde entonces he estado esperando que ocurriera precisamente lo que ahora está ocurriendo. Yo nunca hubiese podido decir si la mutua atracción en­tre el señor Elton y tú era algo más deseable que natural o a la inversa. Hasta tal punto se igualaban su probabilidad y su conve­niencia. Estoy muy contenta y te felicito de todo corazón, querida Harriet. Despertar un afecto como éste es algo que debe hacer sen­tir orgullosa a toda mujer. Ésta es una unión que sólo puede traer buenas consecuencias. Que te proporcionará todo lo que necesitas: respetabilidad, independencia, un hogar propio... que te fijará en el centro de todos tus verdaderos amigos, cerca de Hartfield y de mí, y que confirmará para siempre nuestra amistad. Este enlace, Ha­rriet, nunca puede hacernos sonrojar g ninguna de las dos.

-¡Querida Emma! ¡Querida Emma! -era todo lo que Harriet podía balbucear en aquellos momentos, entre innumerables y afectuo­sos abrazos.

Pero cuando consiguieron entablar algo más parecido a una conver­sación, Emma advirtió claramente que su amiga, antes y ahora, se ponía en el lugar que le correspondía. No dejaba de reconocer la total superioridad del señor Elton.

-Tú siempre tienes razón en todo lo que dices -exclamó Ha­rriet-, y por lo tanto supongo, creo y confío que ahora también la tengas; pero de otro modo nunca hubiera podido imaginármelo. ¡Es algo tan superior a todo lo que merezco! ¡El señor Elton, que puede elegir entre tantas mujeres! Y todo el mundo opina lo mismo de él. ¡Es un hombre tan superior! Piensa tan sólo en estos versos tan armoniosos... «A la señorita...» ¡Oh, querida, qué buen poeta es! ¿Es posible que los haya escrito para mí?

-De eso no cabe la menor duda. Es seguro. Créeme, tengo la absoluta certeza. Es una especie de prólogo a la obra, el lema del capítulo; y no tardará en llegar la prosa de los hechos.

-Es algo que nadie hubiese podido esperar. Estoy segura, hace un mes yo misma no tenía ni la menor idea. ¡Ocurren cosas tan inesperadas!

-Cuando una señorita Smith se encuentra con un señor Elton ocurren tales cosas... y realmente es algo poco frecuente; no suele ocurrir que una cosa tan evidente, de una conveniencia tan obvia que requíriría la intervención de otras personas, se concrete tan aprisa por sí misma. Tú y el señor Elton, por vuestra posición esta­bais destinados a encontraros; la situación de vuestros respectivos ambientes os empujaba el uno hacia el otro. Vuestra boda será igual a la de los de Randalls. Parece como si hubiera algo en el aire de Hartfield que orienta el amor por el mejor sentido que hubiera podido tomar, y lo encauza del mejor modo posible.

El verdadero amor no es nunca río
de apacible curso...

En Hartfield, una edición de Shakespeare requeriría un largo co­mentario sobre este pasaje.

-¡Que el señor Elton se haya enamorado de veras de mí... de mí... que me haya elegido entre tantas muchachas, de mí, que por la Sanmiguelada aún no le conocía y no había hablado nunca con él! Y él, el más apuesto de todos los hombres, y a quien todo el mundo tiene tanto respeto como al propio señor Knightley. El, cuya compañía es tan solicitada que todo el mundo dice que si come alguna vez en su casa es porque quiere, pues no le faltan invitaciones; que tiene más invitaciones que días la semana. ¡Y es tan interesante en la iglesia! La señorita Nash tiene copiados todos los sermones que ha predicado desde que llegó a Highbury. ¡Pobre de mí! ¡Cuando me acuerdo de la primera vez que le vi! ¡Qué lejos estaba yo de pensar...! Las hermanas Abbot y yo corrimos a la habitación delantera y miramos por entre los postigos, cuando oímos que se acercaba; la señorita Nash vino y nos riñó y nos echó de allí... y se quedó a mirar ella; pero en seguida me llamó y me dejó mirar también, lo cual fue muy amable por su parte, ¿no? ¡Y qué guapo le encontramos! Iba dando el brazo al señor Cole.


-Ésta es una unión que todos tus amigos, sean como sean, tie­nen que ver con buenos ojos con tal de que tengan un poco de sentido común; y no vamos a amoldar nuestro proceder a la opinión de los necios. Si lo que quieren es que seas feliz en tu matrimonio aquí tienen al hombre que por la afabilidad de su carácter ofrece todas las garantías; si su deseo es que te instales en la misma co­marca y frecuentes los mismos ambientes que ellos hubieran de­seado para ti, con esta boda sus sueños se verán realizados; y si su único objetivo es el de, como se dice vulgarmente, hacer una buena boda, el señor Elton tiene que satisfacerles a la fuerza por su respetable fortuna, la honorabilidad de su posición y su brillante carrera.

-¡Oh, tienes razón! ¡Qué bien hablas!; me gusta tanto oírte hablar. Tú lo comprendes todo. Tú y el señor Elton sois igual de inteligentes. ¡Esta charada...! Aunque lo hubiese intentado durante todo un año no hubiese sido capaz de sacar algo semejante.

-Por la manera en que ayer se negó a complacernos ya supuse que tenía la intención de probar su ingenio.

-Estoy segura de que es la mejor charada que he leído en mi vida.

-Sí, la verdad es que nunca había leído una más oportuna.

-Es una de las más largas de las que tenemos copiadas.

-No creo que el que sea más o menos larga tenga un gran mérito. En general no pueden ser demasiado cortas.

Harriet estaba tan absorta en la lectura de los versos que no podía oírla. En su mente surgían las comparaciones más favorables para su admirador.

-Una cosa -dijo en seguida con las mejillas encendidas- es tener algo de ingenio, como todo el mundo, y si hay que decir al­guna cosa sentarse a escribir una carta y expresarse de un modo claro; y otra es escribir versos y charadas como ésta.

Emma no hubiese podido desear un ataque más directo a la prosa del señor Martin.

-¡Qué versos tan armoniosos! -continuó Harriet-. ¡Sobre todo los dos últimos! Pero ¿cómo voy a devolverle el papel? ¿Tengo que decirle que he descubierto el acertijo? ¡Oh, Emma! ¿Qué vamos a hacer?

-Déjame a mí. Tú no hagas nada. Apostaría a que vuelve esta tarde y entonces le devolveré el papel y charlaremos de alguna que otra bobada, y así tú no sueltas prenda... Tus dulces ojos deben elegir el momento oportuno para brillar con amor. Confía en mí.

-¡Oh, Emma, qué lástima que no pueda copiar esta charada tan preciosa en mi álbum! Estoy segura que no tengo ninguna que sea ni la mitad de bonita.

-Quita los dos últimos versos y no veo que haya ninguna razón para que no la copies en tu álbum.

-¡Oh, pero estos dos versos son...!

-... los mejores de todos. De acuerdo; para disfrutarlos tú sola; y para disfrutarlos tú sola guárdalos. No van a estar peor escritos porque los separes de los demás. El pareado no desaparece ni cam­bia de sentido. Pero si los separas lo que desaparece es toda alu­sión personal, y queda una charada muy bonita y galante propia para cualquier colección. Puedes estar segura de que no le gustaría ver que desdeñas su charada, como tampoco que desdeñas su pasión. Un poeta cuando está enamorado necesita que le alienten como poeta y como galán. Dame el álbum, yo misma la copiaré y así tú quedas completamente al margen de esto.

Harriet se sometió, pero le resultaba difícil imaginar separadas las dos partes hasta el punto de tener la plena seguridad de que su amiga no iba a copiar una declaración de amor. Le parecía un obsequio demasiado valioso como para exponerse a que se divulgara.

-Este álbum nunca saldrá de mis manos -dijo.

-Me parece muy bien -replicó Emma-, es un sentimiento muy natural; y cuando más dure en ti más contenta estaré yo. Pero aquí llega mi padre; no tendrás inconveniente en que le lea la charada. ¡Le gustará tanto! Le entusiasman todas esas cosas, y sobre todo lo que representa un cumplido para las mujeres. ¡Es el hombre más delicado y galante que conozco! Tienes que dejarme que se la lea.

Harriet se puso seria.

-Querida Harriet, no tienes que exagerar tanto con esta cha­rada. Delatarás tus sentimientos sin ninguna necesidad, si estás de­masiado preocupada o nerviosa y demuestras conceder más importan­cia a sus versos, o incluso toda la importancia que pueda conce­dérseles. No te deslumbres por lo que no es más que un pequeño tributo de admiración. Si hubiese tenido tanto interés por mante­ner el secreto no hubiese dejado así el papel cuando yo estaba delante; y más bien lo empujó hacia mí que hacia ti. No le des demasiada importancia al asunto. Le has dado muestras más que su­ficientes para que no tenga que desalentarse, y no tenemos por qué pasarnos el día suspirando por esa charada.

-¡Oh, no! Confío en que no voy a ponerme en ridículo. Haz lo que te parezca mejor.


Llegó el señor Woodhouse y no tardaron en hablar del asunto gracias a la pregunta que les hacía constantemente:

-Qué, hijas mías, ¿cómo va el álbum? ¿Tenéis alguna novedad?

-Sí, papá, tenemos algo que enseñarte que no puede ser más nuevo. Esta mañana hemos encontrado sobre la mesa una hoja de papel (suponemos que la habrá dejado un hada) conteniendo una charada preciosa, y nosotras la hemos copiado.

Se la leyó a su padre del modo que a él le gustaba que se lo leyeran todo, despacio y con claridad, y dos o tres veces, con explicaciones sobre cada una de las partes a medida que iba le­yendo... y quedó muy complacido, y, según ella ya había previsto, le llamó mucho la atención el cumplido del final.

-¡Espléndido, lo que se dice espléndido, muy bien expresado! ¡Qué gran verdad! «Una mujer hermosa reina en su corazón.» Que­rida, es una charada tan preciosa que no me cuesta mucho adivinar qué hada la ha dejado aquí... Nadie más que tú es capaz de escribir una cosa tan bonita, Emma.

Emma se limitó a asentir con la cabeza y sonrió. Después de re­flexionar brevemente, dejó escapar un profundo suspiro y añadió:

-¡Ay, no es difícil saber a quién te pareces! ¡Tu querida madre era tan inteligente para estas cosas! ¡Sólo con que yo pudiera tener tu memoria! Pero ya no me acuerdo de nada; ni siquiera de aquel acertijo que siempre me 'oyes mencionar; sólo me acuerdo de la primera estrofa; y había varias.

Kitty, una moza linda pero fría,
una llama encendió que es sufrimiento;
al niño de ojos ciegos llamaría,
a pesar del temor que ahora siento
por lo cruel que me fuera hasta ese día.

No me acuerdo de nada más... pero sé que es muy ingenioso. Pero, querida, creo que me dijiste que este acertijo ya lo tenías.

-Sí, papá, lo tenemos copiado en la segunda página. Lo sacamos de las Citas elegantes. Es de Garrick, ¿sabes?

-Sí, es verdad. Me gustaría poder acordarme de algún trozo más.

Kitty, una moza linda pero fría...

El nombre me hace pensar en la pobre Isabella; al bautizarla es­tuvimos a punto de ponerle Catherine, igual que su abuela. Su­pongo que vendrá a vernos la semana próxima. Querida, ¿ya has pensado dónde vas a ponerla... y qué habitación reservarás para los niños?

-¡Oh, sí! Dormirá en su cuarto, por supuesto; su cuarto de siempre; y los niños también tienen el suyo... el de cada vez que vienen, ya lo sabes. ¿Por qué vamos a cambiar nada?

-No sé, querida... ¡pero es que hace tanto tiempo que no han venido! La última vez fue por Pascua, y sólo por muy pocos días... El que el señor John Knightley sea abogado es un gran inconve­niente... ¡Pobre Isabella! ¡Qué triste es que tenga que estar sepa­rada de todos nosotros! ¡Y qué pena tendrá cuando venga y no encuentre aquí a la señorita Taylor!

-Papá, pero no va a ser ninguna sorpresa para ella.

No lo sé, querida. Lo que sí sé es que yo me quedé muy sor­prendido la primera vez que oí decir que iba a casarse.

-Tenemos que invitar a cenar con nosotros a los señores Wes­ton cuando Isabella esté aquí.

-Sí, querida. Con tal de que haya tiempo... Pero -en un tono muy deprimido- sólo viene por una semana. No habrá tiempo para nada.

-Es una lástima que no puedan quedarse más tiempo... pero parece ser que es un caso de fuerza mayor. El señor John Knightley debe estar de regreso en la ciudad para el día 28, y yo creo, papá, que deberíamos estarles agradecidos de que nos dediquen todo el tiempo que van a pasar fuera de Londres y que no nos priven de su compañía durante dos o tres días para estar en la Abadía. El señor Knightley promete que por esta Navidad renuncia a sus de­rechos... a pesar de que ya sabes que hace más tiempo que no han estado en su casa que en la nuestra.

-Querida, la verdad es que me resultaría muy duro ver que la pobre Isabella va a algún otro lugar que no sea Hartfield.

El señor Woodhouse nunca estaba dispuesto a conceder que el señor Knightley tuviese derechos con su hermano, y muchísimo me­nos que hubiera alguien, excepto él mismo, que los tuviese sobre Isabella. Se quedó pensativo durante unos momentos y luego dijo:

-Pero lo que no comprendo es por qué la pobre Isabella tiene que estar obligada a regresar tan pronto, aunque él se vaya. Me parece, Emma, que intentaré convencerla para que se quede más tiempo con nosotros. No sé por qué ella y los niños no pueden quedarse.

-¡Pero, papá, esto es algo que nunca has podido conseguir, y no creo que llegues a conseguirlo jamás! Isabella no quiere sepa­rarse de su marido por nada del mundo.

Esto era algo demasiado evidente para que pudiese discutirlo. Y aunque muy a pesar suyo, el señor Woodhouse se limitó a emi­tir un suspiro de resignación; y cuando Emma vio a su padre afectado por la idea de la sumisión de su hija a su marido, inme­diatamente cambió de tema y llevó a la conversación por unos de­rroteros que sabía tenían que serle gratos.

-Harriet nos hará compañía todo el tiempo que pueda, mientras mis hermanos estén con nosotros. Estoy segura de que le gustarán los niños. Estamos muy orgullosos de los niños, ¿verdad, papá? No sé a cuál de los dos va a encontrar más guapo, si a Henry o a John.

-No, no sé a cuál de los dos preferirá. ¡Pobres pequeñuelos, qué contentos estarán de venir! ¿Sabes?, Harriet, se sienten muy a gusto en Hartfield.

-Eso sí que no lo pongo en duda. No sé quién no puede sen­tirse muy a gusto en Hartfield.

-Henry es muy buen chico, pero John es igual que su mamá. Henry es el mayor, y le pusieron mi nombre, no el de su padre. Y a John, el segundo, le pusieron el nombre de su padre. Supongo que hay gente que se extraña de que no sea el mayor quien se llame así, pero Isabella prefirió que se llamara Henry, y a mí me pareció un rasgo muy bonito por su parte. Y es un chico muy in­teligente, ¿eh? Los dos son muy inteligentes; ¡y tienen cada sali­da... ! Un día se acercaron a mi sillón y me dijeron: «Abuelito, ¿quieres darme un trozo de cordel?», y una vez Henry me pidió una navaja, pero yo le dije que las navajas sólo eran para los abuelitos. Me parece que su padre suele ser demasiado duro con ellos.

-A ti te parece duro- dijo Emma- porque tú eres demasiado blando; pero si pudieras compararle con otros padres no te parece­ría duro. Él quiere que sus hijos sean trabajadores y decididos; y cuando de vez en cuando se descarrían, tiene que pararles los pies con alguna palabra enérgica; pero es un padre muy cariñoso... ¡y tanto como es un padre cariñoso el señor John Knightley! Los dos niños le adoran.

-Y luego llega su tío, y los lanza al aire de un modo que asusta, y casi les hace tocar el techo.

-Pero, papá, a ellos les gusta; es lo que les gusta más de todo. Les divierte tanto que si su tío no hubiera impuesto la norma de que deben turnarse, cuando empieza con uno nunca querría ceder su sitio al otro.

-Bueno, pues eso yo no lo entiendo.

-Papá, eso nos ocurre a todos. La mitad del mundo es incapaz de entender las diversiones de la otra mitad.

A última hora de la mañana, ya cuando las jóvenes iban a se­pararse para preparar la habitual comida de las cuatro, el héroe de aquella inimitable charada volvió a pasar por la casa. Harriet volvió el rostro; pero Emma le recibió con la sonrisa de siempre, y su perspicaz mirada no tardó en advertir que él era consciente de haber jugado una baza importante... de haberse arriesgado a echar los dados sobre la mesa; y supuso que venía a ver si la suerte le había favorecido. Sin embargo, el pretexto de su visita era el de preguntar si podían prescindir de él en la reunión de aquella no­che, en casa del señor Woodhouse, o si es que era absolutamente necesaria su presencia en Hartfield. De ser así, dejaría de lado todo lo demás. Pero en caso contrario, su amigo Cole había insistido tanto en que cenara con él... había puesto tanto interés en ello, que le había prometido, aunque condicionalmente, que acudiría a su casa.

Emma le dio las gracias, pero no consintió que desatendiese a su amigo por causa suya; sin duda su padre podría encontrar otro jugador. Él insistió... ella rehusó de nuevo; y cuando el joven se disponía ya a iniciar la reverencia para despedirse, Emma cogió la hoja de papel que estaba encima de la mesa y se la devolvió.

-¡Ah! Aquí tiene usted la charada que tuvo la amabilidad de prestarnos; muchas gracias por habérnosla dejado. Nos ha gustado tanto que me he tomado la libertad de copiarla en el álbum de la señorita Smith. Espero que su amigo no lo va a tomar a mal. Desde luego sólo he copiado los primeros versos.

Se veía claramente que el señor Elton no sabía muy bien qué de­cir. Parecía indeciso, y algo confuso; dijo algo acerca de que «era un gran honor»; miró a Emma y a Harriet, y luego, viendo el ál­bum abierto sobre la mesa, lo cogió y lo examinó muy atentamente. Con objeto de salir de aquella situación un tanto embarazosa, Emma dijo sonriendo:

-Le ruego que me excuse delante de su amigo; pero no era posible que una charada tan bonita como ésta fuera conocida tan sólo por una o dos personas. Mientras escriba de un modo tan galante, su amigo puede contar con la admiración de todas las mujeres.

-No vacilo en declarar -replicó el señor Elton, aunque vacilaba no poco al pronunciar estas palabras-, no vacilo en declarar... por lo menos si es que mi amigo siente lo que yo siento... no tengo la menor duda de que si viese su modesta expansión poética hon­rada como yo la veo ahora -dirigiendo de nuevo la mirada hacia el álbum y volviendo a dejarlo sobre la mesa- consideraría este instante como uno de los más dichosos de su vida.

Y tras decir esto se fue lo antes que pudo. Pero a Emma aún le pareció que tardaba demasiado; pues, a pesar de sus brillantes dotes, el joven hacía unas pausas al hablar que a ella le provocaban la risa. Salió, pues, de allí para reír a sus anchas, dejando que Harriet paladeara a solas la ternura y la sublimidad de la escena.

Continuará...

«Primera y «segunda» se refieren a las sílabas de que se compone la Palabra que hay que adivinar.
 Courtship»: esta palabra, que significa «cortejo» o «galanteo», puede descomponerse en las dos sílabas a las que alude la charada: court (corte real) y ship (barco).
 «Tiburón», shark en inglés.

5 comentarios:

Maria Carmen Martinez Molina dijo...

Quizás Enma sea uno de los personajes que goce de menos simpatias de entre los de Austen sin embargo a mi me gusta, se que puede ser egoista y manipuladora pero es muy inteligente y eso me gusta, hay que ver como maneja a la pobre Harriet, igual que si se tratase de una marioneta, también es cierto que la pobre tiene las luces cortitas, jijiji, más que ponerla a estudiar debería de haberla sacado al jardín y quizás se hubiese interesado por el cultivo de flores y plantas, pero mira está tan contenta con las charadas o acertijos, qué curiosa costumbre la de copiarlos ¿verdad?.
El carné queda muy chulo en tu blog, me siento orgullosa, grácias por acogerlo tan bien.
También voy mal de tiempo, querída pero por ahora voy llegando a pesar de que sea un poquito tarde.
Besos.

J.P. Alexander dijo...

A mi Emma me parece un poco frívola e inmadura lo que me gusta de ese libro es que al final crece y aprende el valor de las cosas . Un beso Lady y te me cuidas.

Unknown dijo...

Sin duda, la amistad entre Emma y Harriet es muy prometedora, de la que no han de surgir sino grandes proyectos y grandes logros: «Sus proyectos de cultivar el espíritu de su amiguita mediante lecturas instructivas no fueron más allá de leer los primeros capítulos de algunos libros y de la intención de proseguir al día siguiente. (...) La única labor literaria que emprendió Harriet, el único acopio intelectual que hizo con vistas a la madurez de su vida, fue el coleccionar y copiar todos los acertijos de las clases más variadas que pudo encontrar». Me encanta cuando la autora traspasa la línea de la ironía hacia la mordacidad (a veces puede mi lado oscuro...).
Supongo que esta es una buena lección de la diferencia entre encontrar una amiga y buscarse una aduladora falta de entendimiento. («Tienes razón! ¡Qué bien hablas!; me gusta tanto oírte hablar. Tú lo comprendes todo») Ciertamente, durante estos primeros capítulos Emma se nos presenta como un personaje irritante; no en vano se advierte la actitud del desdichado Knightley...
Así, quizá deje de lado mis elogios durante algún tiempo, milady, para que reconozca en este su servidor un verdadero amigo, y no un petimetre lisonjero.
Suyo siempre, en todo caso.

Luciana dijo...

Tengo que darle la razón a mis dos comentaristas anteriores.
Por un lado, Emma podría caernos mal a todos los lectores de Austen por su aparente superficialidad, sin embargo, nos conquista.
Y segundo, la amistad que tiene con Harriet es tan desigual en formación y oportunidades, que no es amistad. Harriet es como un cachorrito que la sigue sin decidir el rumbo.
Besos.

princesa jazmin dijo...

Nuevamente me maravillan estas costumbres de las damas de la época, en Orgullo y Prejuicio o en Persuasión no tenemos la oportunidad de conocer estas pequeñas cosas que formaban parte de la vida cotidiana de las jovencitas, los acertijos, charadas y copiarlos primorosamente en carpetas. Y que todo su círculo participara y se interesara también.
Como siempre me divierte el papá de Emma, con sus quejas, sus suspiros y sus olvidos. Cuántas veces les habrá recitado a las muchachas el mismo verso? es un personaje muy gracioso, sin quererlo incluso.
Me gustó la frase: "La mitad del mundo es incapaz de entender las diversiones de la otra mitad."
Sigo con el próximo.
Besos.
Jazmín.