miércoles, 25 de abril de 2012

EMMA Capítulo V


CAPÍTULO V


-No sé qué opinión tendrá usted, señora Weston -dijo el señor Knightley- acerca de la gran intimidad que hay entre Emma y Harriet Smith, pero a mi entender no es nada bueno.

-¿Nada bueno? ¿Cree usted realmente que es algo malo? ¿Y por qué?

-No creo que sea beneficioso para ninguna de las dos.

-¡Me sorprende usted! Emma puede hacer mucho bien a Harriet; y al proporcionarle un nuevo motivo de interés puede decirse que Harriet le hace un bien a Emma. Yo veo su amistad con una gran satisfacción. ¡En eso sí que opinamos de un modo distinto! ¿Y dice usted que ninguna de las dos va a salir beneficiada? Señor Knightley, sin duda éste será el comienzo de una de nuestras dis­cusiones acerca de Emma...

-Tal vez piense que he venido con el propósito de discutir con usted sabiendo que Weston estaba ausente, y que usted debería defenderse sola.

-Sin duda alguna el señor Weston me apoyaría si estuviera aquí, porque sobre este asunto piensa exactamente lo mismo que yo. Ayer mismo hablamos de ello, y estuvimos de acuerdo en que Emma había tenido mucha suerte de que hubiera en Highbury una mu­chacha así que pudiera frecuentar. Señor Knightley, lo que es yo, no le admito que sea usted buen juez en este caso. Está usted tan acostumbrado a vivir solo que no sabe apreciar lo que vale la com­pañía; y quizá ningún hombre sería buen juez cuando se trata de valorar la satisfacción que proporciona a una mujer la compañía de alguien de su mismo sexo, después de estar acostumbrada a ello durante toda su vida. Ya me imagino la objeción que va a poner a Harriet Smith: no es una joven de tanta categoría como debería serlo una amiga de Emma. Pero por otra parte, como Emma quiere ilustrarla, para ella misma será un incentivo para leer más. Leerán juntas; sé que eso es lo que se propone.

-Emma siempre se ha propuesto leer cada vez más, desde que tenía doce años. Yo he visto muchas listas suyas de futuras lec­turas, de épocas diversas, con todos los libros que se proponía ir leyendo... Y eran unas listas excelentes, con libros muy bien ele­gidos y clasificados con mucho orden, a veces alfabéticamente, otras según algún otro sistema. Recuerdo la lista que confeccionó cuando sólo tenía catorce años, que me hizo formar una idea tan favorable de su buen criterio que la conservé durante algún tiempo; y me atrevería a asegurar que ahora debe de tener alguna lista también excelente. Pero ya he perdido toda esperanza de que Emma se atenga a un plan fijo de lecturas. Nunca se someterá a nada que requiera esfuerzo y paciencia, una sujeción del capricho a la razón. Donde nada pudieron los estímulos de la señorita Taylor, puedo afir­mar sin temor a equivocarme que nada podrá Harriet Smith. Usted nunca logró convencerla para que leyera ni siquiera la mitad de lo que usted quería; ya sabe usted que no lo consiguió.

-Yo diría -replicó la señora Weston sonriendo- que entonces opinaba así; pero desde que me casé no me es posible recordar ni un solo deseo mío que Emma haya dejado de satisfacer.

-Comprendo que no sienta usted un gran deseo de evocar re­cuerdos como éstos -dijo el señor Knightley vivamente.

Permaneció en silencio durante unos momentos, y en seguida aña­dió:

-Pero yo, que no he sufrido el efecto de sus encantos tan direc­tamente, aún debo ver, oír y recordar. A Emma la ha perjudicado el ser la más inteligente de su familia. A los diez años tenía la desgracia de saber contestar a preguntas que dejaban desconcertada a su hermana a los diecisiete. Siempre ha sido rápida y ha estado segura de sí misma; Isabella siempre ha sido lenta e indecisa. Y siem­pre, desde los doce años, Emma ha sido la dueña de la casa y de todos ustedes. Con su madre perdió a la única persona capaz de hacerle frente. Ha heredado el talento de su madre y hubiera debido educarse bajo su autoridad.


-Señor Knightley, en bonita situación me hubiera visto de tener que depender de una recomendación suya, en caso de que hubiese tenido que dejar la familia del señor Woodhouse y buscarme otro empleo; no creo que usted hubiera hecho ningún elogio de mí a na­die. Estoy segura de que siempre me consideró como alguien poco adecuado para la misión que desempeñaba.

-Sí -dijo sonriendo-. Su lugar es éste; es usted una esposa ad­mirable, pero no sirve en absoluto para institutriz. Pero estuvo usted preparándose para ser una excelente esposa durante todo el tiempo que estuvo en Hartfield. Usted no podía dar a Emma una educa­ción tan completa como su capacidad parecía prometer; pero estaba usted recibiendo, precisamente de ella, una magnífica educación para la vida matrimonial en lo que se refiere a someter su voluntad a otra persona, haciendo lo que se le mandaba; y si Weston me hubie­ra pedido que le recomendase una esposa, sin duda alguna yo hu­biese nombrado a la señorita Taylor.

-Muchas gracias. Tiene muy poco mérito ser una buena esposa con un hombre como el señor Weston.

-Verá usted, a decir verdad temo que no tenga ocasión de emplear sus dotes, y que estando dispuesta a soportarlo todo, no tenga nada que soportar. Sin embargo, no desesperemos. Weston puede llegar a sentirse molesto por llevar una vida excesivamente regalada, o quizá su hijo le dé disgustos.

-Espero que no sea así. No es probable. No, señor Knightley, no pronostique usted disgustos por esa parte.

-No, claro que no. No hago más que mencionar posibilidades. No pretendo tener la intuición de Emma para hacer predicciones y adi­vinar el futuro. Deseo de todo corazón que el joven pueda ser un Weston en méritos y un Churchill en fortuna. Pero Harriet Smith... como ve aún no he concluido, ni mucho menos, con Harriet Smith. A mi entender es la peor clase de amiga que Emma podía llegar a tener. Ella no sabe nada de nada, y se cree que Emma lo sabe todo. No hace más que adularla; y lo que aún es peor, la adula sin proponérselo. Su ignorancia es una continua adulación. ¿Cómo puede Emma imaginarse que tiene algo que aprender mientras Ha­rriet ofrezca una inferioridad tan agradable? Y en cuanto a Harriet, me atrevería a decir que no puede salir beneficiada en nada de esta amistad. Hartfield sólo conseguirá que se sienta desplazada en to­dos los demás ambientes a los que pertenece. Adquirirá más refina­mientos, pero sólo los precisos para que se sienta incómoda con aquellas personas con las que tiene que vivir por su nacimiento y su posición. Me equivocaría de medio a medio si las enseñanzas de Emma le dan más personalidad o consiguen que la muchacha se adapte de un modo más racional a las diferentes situaciones de su vida. Lo único que logrará será darle un poco de lustre.

-Yo tengo más confianza que usted en el sentido común de Emma, o quizá me preocupo más por su bienestar de ahora; porque yo no lamento esta amistad. ¡Qué buen aspecto tenía la noche pasada!

-¡Oh! Veo que habla usted de su persona y no de su vida inte­rior, ¿no? De acuerdo; no pretendo negar que Emma sea muy bo­nita.

-¡Bonita! Sería más propio decir muy hermosa. ¿Concibe usted algo que se aproxime más a la belleza perfecta que Emma, que su rostro y su figura?

-No sé qué es lo que podría concebir, pero confieso que po­cas veces he visto un rostro o una figura más agradados que los de ella. Pero yo soy un viejo amigo y en eso soy parcial.

-¡Y sus ojos! Ojos de verdadero color avellana, ¡y qué brillantes! ¡Y las facciones regulares, lo franco de su semblante y lo propor­cionado de su cuerpo! ¡Qué aspecto más saludable y qué armoniosa silueta! Tan erguida y firme. Rebosa salud, no sólo en sus frescos colores, sino también en todo su porte, en su cabeza, en sus mi­radas. A veces se oye decir de un niño que es «la viva imagen de la salud»; pero a mí Emma siempre me da la impresión de ser la imagen más completa de lo saludable en pleno desarrollo. Parece la encarnación de la lozanía. ¿No le parece a usted, señor Knightley?

-Yo no encuentro ni un solo defecto en su persona -replicó-. Creo que es exactamente como usted la describe. Es un placer mi­rarla. Y yo añadiría aún este elogio: que no me parece que sea vanidosa. Teniendo en cuenta lo atractiva que es, da la impresión de que no piensa mucho en ello; su vanidad es por otras cosas. Pero yo, señora Weston, sigo manteniendo que no me complace su intimidad con Harriet Smith, y que temo que una y otra salgan perjudicadas.

-Y yo, señor Knightley, también sigo sosteniendo que confío en que eso no será un mal para ninguna de las dos. A pesar de todos sus defectillos, Emma es una muchacha excelente. ¿Puede existir una hija mejor, una hermana más afectuosa, una amiga más fiel? No, no, puede confiarse en sus virtudes; es incapaz de causar verdadero daño a alguien; no puede cometer un disparate que tenga impor­tancia; por cada vez que Emma se equivoca hay cien veces que acierta.

-De acuerdo; no quiero importunarla más. Emma será un án­gel, y yo me guardaré mis recelos hasta que John e Isabella vengan por Navidad. John siente por Emma un afecto razonable, y por lo tanto no le ciega el cariño, e Isabella siempre piensa igual que él; excepto cuando su marido no se alarma suficientemente con alguna cosa de los niños. Estoy seguro de que estarán de acuerdo conmigo.

-Ya sé que todos ustedes la quieren demasiado para ser injus­tos o demasiado duros con ella; pero usted me disculpará, señor Knightley, si me tomo la libertad (ya sabe que me considero con el derecho de exponer mi opinión como hubiera podido hacerlo la madre de Emma), si me tomo la libertad de indicar que no creo que se consiga ningún bien haciendo que la amistad de Harriet Smith y Emma sea materia de una larga discusión entre ustedes. Le ruego que no lo tome a mal; pero suponiendo que encontráramos algún pequeño inconveniente en esta amistad, no es de esperar que Emma, que no tiene que dar cuentas de sus actos a nadie más que a su padre, quien aprueba totalmente esa amistad, pusiera fin a ella mien­tras sea algo que la complazca. Han sido muchos años en los que mi misión ha sido la de dar consejos, o sea que no puede usted extrañarse, señor Knightley, de que aún me quede algún resabio.


-¡En absoluto! -exclamó-; yo se lo agradezco mucho; es un mag­nífico consejo, y tendrá más suerte de la que han solido tener sus consejos; porque éste será seguido.

-La señora de John Knightley se alarma fácilmente, y no quisiera que se preocupe por su hermana.

-Tranquilícese usted -dijo él-, no voy a provocar ningún al­boroto. Me guardaré el mal humor. Siento un interés muy sincero por Emma. No considero a mi cuñada Isabella más hermana que ella; no siento mayor interés por ella que por Emma, y quizá ni siquiera tanto. Lo que siento por Emma es como una ansiedad, una curiosidad. Me preocupa lo que pueda ser de ella.

-También a mí, y mucho -dijo la señora Weston quedamente.

-Emma siempre dice que nunca se casará, lo cual, por supuesto, no significa absolutamente nada. Pero no creo que haya encontrado aún a un hombre que atraiga su atención. Le sería un gran bien enamorarse perdidamente de alguien que la mereciese. Me gustaría ver a Emma enamorada, sin que estuviera segura del todo de ser correspondida; le haría mucho bien. Pero por estos alrededores no hay nadie en quien pueda pensarse, y sale tan poco de casa.

-Lo cierto es que ahora me parece aún menos decidida que antes a romper esta resolución -dijo la señora Weston-; mientras sea tan feliz en Hartfield, yo no puedo desearle que se forme nuevas relaciones que crearían tantos problemas al pobre señor Woodhouse. Por el momento yo no aconsejaría a Emma que se casase, aunque le aseguro a usted que no pretendo en absoluto desdeñar el estado matrimonial.

En parte, lo que ella se proponía con todo esto era ocultar, den­tro de lo posible, los proyectos que ella y el señor Weston acari­ciaban acerca de aquella cuestión. En Randalls existían planes res­pecto al futuro de Emma, pero no era conveniente que nadie sos­pechase nada de ellos; y cuando el señor Knightley no tardó en cambiar tranquilamente de conversación, preguntando: «¿Qué piensa Weston del tiempo? ¿Cree que vamos a tener lluvia?», se convenció de que él no tenía nada más que decir acerca de Hartfield y que no barruntaba nada de todo aquello.


Continuará...

12 comentarios:

anne wentworth dijo...

siempre que leo un capitulo de Emma.... y tu me disculparás, pero tooodos los personajes, excepto el Sr. Knightley se me figura escuchar una bola de guacamayas hablando!!....
perdona!!...
un abrazo!!
besos!!

Diana de Méridor dijo...

Lady Darcy, me alegra volver a saludarla, y constatar que continúa usted con su loable labor de divulgación de la obra de Jane Austen, de forma que llegue a todos los hogares.

Buenas noches

Bisous

Luciana dijo...

No puedo dejar de suspirar por Mr Knightley y su preocupación constante porque Emma se convierta en una mujer de excelencia.
Dentro de poco, aparecerá el mejor amigo de su lector Fernando, Mr Churchill.
Besos.

Fernando García Pañeda dijo...

Ajá: George Sermones Knightley en acción... De todos modos, me gusta más cuando los sermones se los echa en cara directamente a Emma :D
En mi opinión, si esta conversación se produce inicialmente con la Sra. Weston es porque de nuevo nuestra autora juega con sus lectores, anticipándoles de forma subliminal en este capítulo prácticamente la totalidad de la trama contenida en el resto la novela.

Como siempre, Milady.

Fernando García Pañeda dijo...

Amiga Luciana, se aprovecha usted de su condición de dama respetable y estimada para hacer valer su impunidad y provocarme de esa manera :)

Luciana dijo...

Caballero, es que me gusta que me sermoneen ;)

LADY DARCY dijo...

Querida Anne. No tienes que discultarte por nada, son comprensibles tus palabras. Pero hay que tener en cuenta que ese era el estilo de vida de aquél entonces, en una sociedad en que sobre todo la mujer no tenía otra cosa que hacer que entretenerse en escuchar y participar de las historias, dime y diretes de la gente de su entorno. Era una verdadera olla de grillos y formar parte de ella no solo era un riesgo sino una necesidad para pertenecer a un determinado circulo. En otras palabras: No eras nadie si la gente no hablaba de ti. Incluso los hombres luego de su ajetreado día, disponían de un momento para hacer lo mismo (a su estilo claro)
Además, sin las bondades de la tecnología que tenemos hoy en día, sus posibilidades de entretenimiento eran casi nulas.
Muchas gracias como siempre por tu visita, mi querida amiga.
Un beso.

LADY DARCY dijo...

Así es querida Madamme, no desistiré en mi empeño, hasta que cada una de las obras de Austen pasen por este salón. Espero contar con su compañía siempre que le sea posible.
Un abrazo sincero.

LADY DARCY dijo...

Querida Lu, suspiramos por el mismo hombre...;)
Resulta difícil de aceptar, pero quien de veras te ama te reprende abiertamente. Lástima que Emma tardó tanto tiempo en darse cuenta.

Me alegra no haber sido la única que le notó un cierto parecido jajaja. Ahora ya no podrá hacerse el desentendido y tendrá que darse por aludido.
Besos.

LADY DARCY dijo...

Estoy plenamente de acuerdo con usted mi querido Señor. Y ahora que hablamos de mensajes subliminales y parecidos...¿no ha hecho usted la prueba de echarle en cara los sermones a alguien? pues a excepción de ello, el parecido es asombroso. Si necesita alguien con quién ensayar, pues me ofrezco con gusto, para dar el visto bueno o no.
Con el afecto de siempre.

Fernando García Pañeda dijo...

¿El parecido? No sé de quién a quién... :)
Se me antoja muy difícil ensayar sermones con milady; más que nada porque escasearían los motivos y las cuestiones para ello. Pero no dude que dejaré pasar ofrecimiento suyo alguno.
Con el mismo afecto.

princesa jazmin dijo...

Me agrada cómo Mr.Knightley ve exactamente la verdadera naturaleza de la relación entre Emma y Harriet cuando todos los demás jamás se atreverían a pensar siquiera en algo así.
"inferioridad tan agradable" qué maestría la de nuestra Jane...también me resulta interesante el párrafo en que se describe el parámetro de la "belleza perfecta" de la época, salud y lozanía sobre todas las cosas(nuevamente viene Keira a mi mente y la encuentro tan fuera de ese parámetro como Jennifer Ehle si lo estaba, en las adaptaciones de O&P) y también la idea de que si Emma se enamorara se le irían los disparates de la cabeza...
Un placer leer contigo.
Besos!
Jazmín.