lunes, 9 de abril de 2012

EMMA Capítulo III

CAPÍTULO III


A su manera, al señor Woodhouse le gustaba la compañía. Le gustaba muchísimo que sus amistades fueran a verle; y se sumaban una serie de factores, su larga residencia en Hartfield y su buen carácter, su fortuna, su casa y su hija, haciendo que pudiese elegir las visitas de su pequeño círculo, en gran parte según sus gustos. Fuera de este círculo tenía poco trato con otras familias; su horror a trasnochar y a las cenas muy concurridas impedían que tuviera más amistades que las que estaban dispuestas a visitarle según sus conveniencias. Afortunadamente para él, Highbury, que in­cluía a Randalls en su parroquia, y Donwell Abbey en la parroquia vecina -donde vivía el señor Knightley- comprendía a muchas de tales personas. No pocas veces se dejaba convencer por Emma, e invitaba a cenar a algunos de los mejores y más elegidos, pero lo que él prefería eran las reuniones de la tarde, y a menos que en alguna ocasión se le antojase que alguno de ellos no estaba a la altura de la casa, apenas había alguna tarde de la semana en que Emma no pudiese reunir a su alrededor personas suficientes para jugar a las cartas.

Un verdadero aprecio, ya antiguo, dio entrada a su casa a los Weston y al señor Knightley; y en cuanto al señor Elton, un joven que vivía solo contra su voluntad, tenía el privilegio de poder huir todas las tardes libres de su negra soledad, y cambiarla por los refinamientos y la compañía del salón del señor Woodhouse y por las sonrisas de su encantadora hija, sin ningún peligro de que se le expulsara de allí.

Tras éstos venía un segundo grupo; del cual, entre los más asi­duos figuraban la señora y la señorita Bates, y la señora Goddard, tres damas que estaban casi siempre a punto de aceptar una invi­tación procedente de Hartfield, y a quienes se iba a recoger y se devolvía a su casa tan a menudo, que el señor Woodhouse no con­sideraba que ello fuese pesado ni para James ni para los caballos. Si sólo hubiera sido una vez al año, lo hubiera considerado como una gran molestia.

La señora Bates, viuda de un antiguo vicario de Highbury, era una señora muy anciana, incapaz ya de casi toda actividad, excep­tuando el té y el cuatrillo.
Vivía muy modestamente con su única hija, y se le tenían todas las consideraciones y todo el respeto que una anciana inofensiva en tan incómodas circunstancias puede suscitar. Su hija gozaba de una popularidad muy poco común en una mujer que no era ni joven, ni hermosa, ni rica, ni casada. La posición social de la señorita Bates era de las peores para que go­zara de tantas simpatías; no tenía ninguna superioridad intelectual para compensar lo demás o para intimidar a los que hubieran po­dido detestarla y hacer que le demostraran un aparente respeto. Nun­ca había presumido ni de belleza ni de inteligencia. Su juventud había pasado sin llamar la atención, y ya de edad madura se había dedicado a cuidar a su decrépita madre, y a la empresa de hacer con sus exiguos ingresos el mayor número posible de cosas. Sin embargo era una mujer feliz, y una mujer a quien nadie nombraba sin benevolencia. Era su gran buena voluntad y lo contentadizo de su carácter lo que obraba estas maravillas. Quería a todo el mundo, procuraba la felicidad de todo el mundo, ponderaba en seguida los méritos de todo el mundo; se consideraba a sí misma un ser muy afortunado, a quien se había dotado de algo tan valioso como una madre excelente, buenos vecinos y amigos, y un hogar en el que nada faltaba. La sencillez y la alegría de su carácter, su temperamen­to contentadizo y agradecido, complacían a todos y eran una fuente de felicidad para ella misma. Le gustaba mucho charlar de asuntos triviales, lo cual encajaba perfectamente con los gustos del señor Woodhouse, siempre atento a las pequeñas noticias y a los chismes inofensivos.



La señora Goddard era maestra de escuela, no de un colegio ni de un pensionado, ni de cualquier otra cosa por el estilo en donde se preten­de con largas frases de refinada tontería combinar la libertad de la ciencia con una elegante moral acerca de nuevos principios y nuevos sistemas, y en donde las jóvenes a cambio de pagar enormes sumas pierden salud y adquieren vanidad, sino una verdadera, honrada escue­la de internas a la antigua, en donde se vendía a un precio razonable una razonable cantidad de conocimientos, y a donde podía mandarse a las muchachas para que no estorbaran en casa, y podían hacerse un pequeña educación sin ningún peligro de que salieran de allí convertidas en prodigios. La escuela de la señora Goddard tenía muy buena reputación, y bien merecida, pues Highbury estaba conside­rado como un lugar particularmente saludable: tenía una casa es­paciosa, un jardín, daba a las niñas comida sana y abundante, en ve­rano dejaba que corretearan a su gusto, y en invierno ella misma les curaba los sabañones. No era, pues, de extrañar que una hilera de a dos de unas cuarenta jóvenes la siguieran cuando iba a la iglesia. Era una mujer sencilla y maternal, que había trabajado mu­cho en su juventud, y que ahora se consideraba con derecho a permitirse el ocasional esparcimiento de una visita para tomar el té; y como tiempo atrás debía mucho a la amabilidad del señor Wood­house, se sentía particularmente obligada a no desatender sus invi­taciones y a abandonar su pulcra salita, y pasar siempre que podía unas horas de ocio perdiendo o ganando unas cuantas monedas de seis peniques junto a la chimenea de su anfitrión.

Éstas eran las señoras que Emma podía reunir con mucha fre­cuencia; y estaba no poco contenta de conseguirlo, por su padre; aunque, por lo que a ella se refería, no había remedio para la ausencia de la señora Weston. Estaba encantada de ver que su padre parecía sentirse a gusto y muy contento con ella por saber arreglar las cosas tan bien; pero la apacible y monótona charla de aquellas tres mujeres le hacía darse cuenta que cada velada que pasaba de este modo era una de las largas veladas que con tanto temor había previsto.

Una mañana, cuando creía poder asegurar que el día iba a ter­minar de este modo, trajeron un billete de parte de la señora God­dard que solicitaba en los términos más respetuosos que se le permitiera venir acompañada de la señorita Smith; una petición que fue muy bien acogida; porque la señorita Smith era una muchacha de diecisiete años a quien Emma conocía muy bien de vista y por -quien hacía tiempo que sentía interés debido a su belleza. Contestó con una amable invitación, y la gentil dueña de la casa ya no temió la llegada de la tarde.

Harriet Smith era hija natural de alguien. Hacía ya varios años alguien la había hecho ingresar en la escuela de la señora Goddard, y recientemente alguien la había elevado desde su situación de co­legiala a la de huésped. En general, esto era todo lo que se sabía de su historia. En apariencia no tenía más amigos que los que se había hecho en Highbury, y ahora acababa de volver de una larga visita que había hecho a unas jóvenes que vivían en el campo y que habían sido sus compañeras de escuela.

Era una muchacha muy linda, y su belleza resultó ser de una clase que Emma admiraba particularmente. Era bajita, regordeta y rubia, llena de lozanía, de ojos azules, cabello reluciente, rasgos re­gulares y un aire de gran dulzura; y antes del fin de la velada Emma estaba tan complacida con sus modales como con su perso­na, y completamente decidida a seguir tratándola.

No le llamó la atención nada particularmente inteligente en el trato de la señorita Smith, pero en conjunto la encontró muy simpática -sin ninguna timidez fuera de lugar y sin reparos para ha­blar- y con todo sin ser por ello en absoluto inoportuna, sabiendo estar tan bien en su lugar y mostrándose tan deferente, dando mues­tras de estar tan agradablemente agradecida por haber sido admiti­da en Hartfield, y tan sinceramente impresionada por el aspecto de todas las cosas, tan superior en calidad a lo que ella estaba acos­tumbrada, que debía de tener muy buen juicio y merecía aliento. Y se le daría aliento. Aquellos ojos azules y mansos y todos aquellos dones naturales no iban a desperdiciarse en la sociedad inferior de Highbury y sus relaciones.



Las amistades que ya se había hecho eran indignas de ella. Las amigas de quien acababa de separarse, aunque fueran muy buena gente, debían estar perjudicándola. Eran una familia cuyo apellido era Martin, y a la que Emma conocía mucho de oídas, ya que tenían arrendada una gran granja del señor Knight­ley, y vivían en la parroquia de Donwell, tenían muy buena re­putación según creía -sabía que el señor Knightley les estimaba mucho- pero debían de ser gente vulgar y poco educada, en modo alguno propia de tener intimidad con una muchacha que sólo nece­sitaba un poco más de conocimientos y de elegancia para ser com­pletamente perfecta. Ella la aconsejaría; la haría mejorar; haría que abandonase sus malas amistades y la introduciría en la buena sociedad; formaría sus opiniones y sus modales. Sería una empresa interesante y sin duda también una buena obra; algo muy adecuado a su situación en la vida; a su tiempo libre y a sus posibilidades.

Estaba tan absorta admirando aquellos ojos azules y mansos, ha­blando y escuchando, y trazando todos estos planes en las pausas de la conversación, que la tarde pasó muchísimo más aprisa que de costumbre; y la cena con la que siempre terminaban esas reu­niones, y para la que Emma solía preparar la mesa con calma, es­perando a que llegara el momento oportuno, aquella vez se dispuso en un abrir y cerrar de ojos, y se acercó al fuego, casi sin que ella misma se diera cuenta. Con una presteza que no era habitual en un carácter como el suyo que, con todo, nunca había sido in­diferente al prestigio de hacerlo todo muy bien y poniendo en ello los cinco sentidos, con el auténtico entusiasmo de un espíritu que se complacía en sus propias ideas, aquella vez hizo los honores de la mesa, y sirvió y recomendó el picadillo de pollo y las ostras asa­das con una insistencia que sabía necesaria en aquella hora algo temprana y adecuada a los corteses cumplidos de sus invitados.

En ocasiones como ésta, en el ánimo del bueno del señor Wood­house se libraba un penoso combate. Le gustaba ver servida la mesa, pues tales invitaciones habían sido la moda elegante de su juventud; pero como estaba convencido de que las cenas eran perjudiciales para la salud, más bien le entristecía ver servir los platos; y mientras que su sentido de la hospitalidad le llevaba a alentar a sus invitados a que comieran de todo, los cuidados que le inspiraba su salud hacía que se apenase de ver que comían.

Lo único que en conciencia podía recomendar era un pequeño tazón de avenate claro como el que él tomaba, pero, mientras las señoras no tenían ningún reparo en atacar bocados más sabrosos, debía contentarse con decir:

-Señora Bates, permítame aconsejarle que pruebe uno de estos huevos. Un huevo duro poco cocido no puede perjudicar. Serle sabe hacer huevos duros mejor que nadie. Yo no recomendaría un huevo duro a nadie más, pero no tema usted, ya ve que son muy pequeños, uno de esos huevos tan pequeños no pueden hacerle daño. Señorita Bates, que Emma le sirva un pedacito de tarta, un pedacito chiquitín. Nuestras tartas son sólo de manzana. En esta casa no le daremos ningún dulce que pueda perjudicarle. Lo que no le aconsejo son las natillas. Señora Goddard, ¿qué le parecería medio vasito de vino? ¿Medio vasito pequeño, mezclado con agua? No creo que eso pueda sentarle mal.

Emma dejaba hablar a su padre, pero servía a sus invitados man­jares más consistentes; y aquella noche tenía un interés especial en que quedaran contentos. Se había propuesto atraerse a la señorita Smith y lo había conseguido. La señorita Wodhouse era un per­sonaje tan importante en Highbury que la noticia de que iban a ser presentadas le había producido tanto miedo como alegría... Pero la modesta y agradecida joven salió de la casa llena de gratitud, muy contenta de la afabilidad con la que la señorita Woodhouse la había tratado durante toda la velada; ¡incluso le había estrechado la mano al despedirse!

Continuará...

14 comentarios:

J.P. Alexander dijo...

Me gusta como la autora va poco a poco introduciendonos al mundo de Emma con sus prejucios sus amistades y sueños. Te mando un beso y te deseo una linda semana

anne wentworth dijo...

paso a saludarte!!!... veo que estamos leyendo Emma gracias a ti, de las de Austen no es de mi preferidas... pero por aqui ando solo para saludarte !!!

Unknown dijo...

Hoy en día, tener un padre como Mr. Woodhouse se consideraría como una desgracia y un fardo difícil de soportar; pero en la novela de Austen y en su época, sólo es una muestra del gran fondo amoroso de Emma... que es capaz de compensar todos sus defectos. O eso piensan algunos incautos como Knightley.
"Llena de gratitud y muy contenta"; así como sale la joven Smith de Hartfield, así se sale de este precioso y amoroso salón azul, mi Señora. Tiene el encanto de la elegancia y la inteligencia.
Suyo, como siempre.

Unknown dijo...

Imagino la necesidad de Emma por encontrar algo entretenido en que ocuparse... tan es así, que dedica mucho tiempo en su imaginación para destinarle un futuro a la Srita. Smith.
Saludos Lady Darcy, nos seguimos leyendo.

Luciana dijo...

Emma, la chica que lo tiene todo en una época sin shopping, internet, celulares. Qué más le queda que entretenerse "arreglándo" la vida de los demás.
Su nuevo proyecto, la pobre Harriet..
Besos.

LADY DARCY dijo...

Me agrada mucho tenerte siempre aquí mi querida Citu. Van también para ti mis mejores deseos.
Besos.

LADY DARCY dijo...

Se agradece enormemente tu visita Anne. Emma no es santa de la devoción de muchos_incluyéndome_ pero a pesar de entrometerse, inmiscuirse en la vida de los demás, tiene un corazón noble, leal y sincero, muy a pesar de sus equivocaciones. Pasa por aquí cuando gustes, y si es para criticar a la pobre Emma, cuánto mejor :D
un beso.

LADY DARCY dijo...

Hoy en día y en cualquier época del mundo no importaría tener un padre que sea como Mr. Woodhouse. No importaría...lo realmente importante sería tenerlo. Con sus engreimientos, su mal carácter, su hipocondría, su depresión, y hasta su sordera, pero al fin y al cabo, tenerlo.(sabe a lo que me refiero mi querido amigo).

"Llena de gratitud y muy contenta"; así también me quedo yo con su visita. Siempre...

LADY DARCY dijo...

Y creo que no solo era un asunto de ociosidad sino también de eficacia, productividad y... ufanía. Ser y sentirse siempre admirada y también agradecida por el resto, ¿podía haber algo mejor para una joven de su edad y posición?

Gracias siempre por tu visita, mi querida amiga.
un abrazo.

LADY DARCY dijo...

:)))) me haces reir querida Lu.
No me quepa la menor duda que tratar de "arreglar" o "ayudar" en la vida de los demás pueda ser más productivo y menos dañino que el internet y el celular, incluso menos costoso que ir de shopping :D Pero al estilo de Emma...mejor reservo mi opinión, aunque la pobre lo haya hecho con buena intención.

Un fuerte abrazo.

Unknown dijo...

Ha sido una torpeza y un despropósito mi comentario, mi Señora, y le pido mis más sinceras y humildes disculpas.
Si me da su permiso, suprimiré esa primera parte, o si ha de mantenerse que sea para mi público escarnio.
Mas no la segunda parte, por supuesto, que sigo afirmando.

LADY DARCY dijo...

No acepto sus disculpas porque son innecesarias. De sobra conozco su cariño sincero cada vez que llega a este salón. Y lo dicho por mí, no ha sido nada más que un momento de nostalgia por el que atravesaba. En todo caso el error ha sido mío, y no suyo.
Con el mismo afceto que ambos sabemos, y aún más

Fernando García Pañeda dijo...

Infinitas gracias por reconocer el cariño sincero de mis visitas y mis palabras. Es algo muy valioso para mí.
Aunque sigo pensando que me excedí de largo en mi comentario. Una torpeza.
Con más afecto, aún más...

princesa jazmin dijo...

Este capítulo me causa mucha gracia por los desvelos del padre de Emma en cuanto a su desconfianza por la mayoría de los alimentos, sobre todo teniendo en cuenta la costumbre de la época de comer copiosamente...su insistencia en el beneficio de un huevito duro o un trocito de pastel de manzanas. Si viviera en esta época estaría al corriente de todas las dietas y seguro querría ser vegano o algo asi. Qué notable cómo Emma se esfuerza en que él se sienta bien y todos pasen una velada de lo más agradable.
Interesante a su vez, el modo en que toma a Harriet como un proyecto con el cual entretenerse, casi sin pensar demasiado en los deseos de la joven...
Voy poniéndome al día.
Besos.
Jazmín.