viernes, 22 de abril de 2011

SÓLO QUEDAN ESTAS TRES Capítulo VI

Una novela de Pamela Aidan

INCLINADO A LOS PIES DE LA CULPA


La próxima vez que tú y Brougham decidáis enfrentaros, espero que me aviséis. —Sir Hugh Goforth usó su reina de tréboles para levantar las cartas de la jugada que acababa de ganar—. ¡He oído que fue una espléndida demostración de destreza con la espada!


—Nunca habría imaginado que ese petimetre pretencioso y frívolo supiera qué extremo de la espada es el que se empuña —señaló lord Devereaux, arrastrando las palabras, mientras arrojaba sus cartas al centro de la mesa—. Aunque les aseguro que, como jinete, vuela como un rayo. Creo que acabó con su caballo en Melton el año pasado. Tuvo que matarlo de un disparo.


Atrapado entre el deseo de defender a su amigo y el temor de revelar algo que no debería divulgar, Darcy reunió los naipes y se limitó a barajarlos. Había pasado más de una semana desde su enfrentamiento en el club de esgrima de Genuardi, y hasta ese día no se había acercado a Boodle's, donde la ausencia de los dos había levantado algunos comentarios.


Sir Hugh fue tomando las cartas que Darcy le repartió una a una y las fue organizando en su mano, mientras Devereaux y el cuarto jugador de la partida las agarraban todas juntas, antes de comenzar a ordenarlas. Darcy volvió a mirar por encima de la mesa a su inesperado compañero de juego. Lord Manning respondió a su mirada inquisitiva enarcando una ceja en señal de burla.


—Si hubieras estado en Cambridge y no en Oxford, Devereaux —observó Manning—, no tendrías una idea tan equivocada. Brougham es, o era, en aquel entonces, un excelente espadachín. Cuando él y Darcy no estaban compitiendo por los premios académicos, estaban midiéndose con la espada.


—¡Ah, información confidencial! —Sir Hugh cerró el abanico de cartas—. Las apuestas están a favor de Darcy por el momento. Y tú, Manning, ¿apuestas por Brougham o por Darcy?


—Ah, por Darcy —afirmó Manning con una risita—, pero sólo para molestarlo. Él odia ser objeto del interés público. ¿No es así, Darcy?


—¿Jugamos, caballeros? —Darcy eludió la pregunta de Manning—. Tu apuesta, Devereaux. —Una vez que su señoría hizo su apuesta, el juego y la noche siguieron su curso sin que hubiese ninguna otra mención sobre un posible encuentro en el futuro, pero Manning se encargó hábilmente de mostrar que tenía razón con un movimiento de los hombros. La aparición de su viejo antagonista en los salones del club había sorprendido a Darcy, porque aunque Manning era socio de Boodle's, también lo era de White's y había demostrado su preferencia por este último mediante la ausencia prolongada del primero. Darcy no lo había visto desde los horribles acontecimientos del castillo de Norwycke. No había ninguna explicación acerca de la razón por la cual Manning había decidido súbitamente honrar Boodle's con su presencia, excepto por el perverso placer que sentía en molestar a Darcy, tal como hacía en aquel momento. Con ese objetivo en mente, se había apresurado a ofrecerse como su compañero de partida cuando, después de recibir una nota urgente, Sandington había tenido que abandonar el juego.


Aunque no disfrutaba de su compañía, Darcy no podía negar que el hombre jugaba bien. Manning era tan hábil con las cartas como en el arte de provocar y sabía desbaratar la estrategia de sus oponentes con la misma destreza con que destruía la reputación de los otros miembros del club que pasaban a su lado. Tanto Goforth como Devereaux bufaban divertidos al oír los comentarios de Manning, mientras Darcy parecía ser el único al que le molestaba el pasatiempo del barón y deseaba estar en otro lado. Terminaron la noche triunfantes, pero Darcy no pudo alegrarse de haber ganado y tampoco le gustó la grosera expresión de satisfacción de Manning. Tras hacer un gesto de asentimiento como respuesta al parco elogio de su compañero, Darcy se levantó de la mesa con el propósito de volver a casa, cuando Manning se interpuso en su camino.


—¿Tienes un momento? —El tono de la solicitud era casi cortés.


—Por supuesto —respondió Darcy de forma neutra, tratando de ocultar su irritación. Manning le señaló una pequeña mesa que estaba un poco apartada. Después de sentarse, quedaron nuevamente el uno frente al otro.


—¿Qué sucede, Manning? —preguntó Darcy sin preámbulos—. Me marcho a casa y no tengo deseos de entretenerme mucho más.


—Quisiera hablar contigo… acerca de un asunto de carácter personal. —La arrogante voz de su señoría pareció quebrarse, al tiempo que desviaba la mirada de los ojos de Darcy—. Sé que debe de sonar absurdo. ¡Imaginarme a mí pidiéndote algo a ti! Pero te aseguro que sólo la más apremiante necesidad me ha impulsado a buscarte. ¡Maldición! —Manning se dejó caer sobre el respaldo de la silla, sumido en lo que parecía ser una gran lucha interna. Darcy se sintió tentado a levantarse y marcharse, pero algo en el aspecto de Manning lo hizo quedarse. Se recostó y esperó a que el barón continuara—. Se trata de Bella; ¿recuerdas a mi hermana? —El barón volvió a mirarlo a los ojos.


—Espero que la señorita Avery se encuentre bien. —Darcy enarcó las cejas. ¿Qué podría querer Manning de él, a propósito de su hermana?


—Sí… ¡y no! No está enferma, en el sentido literal de la palabra —dijo Manning, frunciendo el ceño—. Pero ¡ya sabes cómo es! Siempre como un ratoncito asustado. ¡Y con ese endemoniado tartamudeo! —Darcy frunció el entrecejo. Sí, conocía de sobra la opinión que Manning tenía de su hermana menor y el desprecio con que la trataba. Al mirar al barón con intención de comunicarle su desaprobación, se sintió complacido al ver que tenía la decencia de sonrojarse y suspender sus quejas.


—El asunto es el siguiente, Darcy —dijo, bajando la voz—. He conseguido comprender que a Bella le ha faltado la orientación apropiada. Nuestros padres murieron antes de que ella cumpliera ocho años. La institutriz que ha tenido desde entonces ha sido adecuada, pero no muy inspirada. Y yo nunca he sabido qué hacer con ella. —Volvió a levantar la voz con irritación—. Y Dios sabe que mi hermana, lady Sayre, nunca mostró el más mínimo interés, incluso antes del enojoso asunto de enero pasado. Ya he desperdiciado una temporada de presentación en sociedad y este año parece que va a ocurrir lo mismo.


—Entiendo a tu hermana y la aprecio…


—¡Sí! —Lo interrumpió Manning—. Eso me imaginaba. Tú actuaste con ella muy bien en Norwycke. Esa es la razón por la que decidí recurrir a ti. —Darcy lo miró sin comprender—. Soy consciente de que tú estás muy unido a tu hermana.


—Sí, tengo ese honor. —Darcy miró a Manning con suspicacia.


—He notado el extraordinario afecto que sentís el uno por el otro, y Bella también lo ha notado.


—¿Cuándo…?


—Os vimos juntos en el teatro el lunes pasado, en el recital de lady Lavinia el jueves, aunque llegasteis tarde y os fuisteis pronto, y en la ópera el sábado —dijo Manning, contando con los dedos las ocasiones—. En resumen, el asunto es éste: Bella os admira mucho a ti y a la señorita Darcy. —El rencor del barón resultaba innegable—. Y para ser franco, aunque tú eres insufriblemente correcto en todas las cosas, es obvio que haces algo más que soportar la compañía de tu hermana. Un hombre de tu inteligencia… —Darcy enarcó las cejas, fingiendo algo más de asombro del que realmente sentía al recibir el primer cumplido auténtico que Manning le hacía en la vida—. Sí, reconozco todos tus talentos y virtudes —aceptó Manning—. Un hombre de tu inteligencia y carácter no sería tan atento con su hermana menor si ella fuera una jovencita bulliciosa y díscola, por un lado, o una condenada sabihonda, por el otro. A Bella le sentaría muy bien adquirir algo de la moderación e inteligencia de tu hermana. —Manning guardó silencio cuando un criado se acercó con una bandeja—. Camarero, ¿qué lleva usted ahí?


—Brandy, milord. —El hombre se inclinó y les acercó la bandeja.


—¡Excelente! ¡Estoy seco después de toda esta parrafada! —Manning agarró un vaso—. ¿Darcy?


—No, gracias —rechazó Darcy, mirando al barón que intentaba aliviar la incomodidad que le producía la desagradable posición en que se encontraba.


—A pesar de nuestra larga relación antagónica, ¿permitirías que la señorita Darcy conociera a Bella, propiciarías una amistad entre ellas? —La mirada orgullosa del barón, que había abandonado sólo por un instante, regresó en ese momento y desafió a Darcy a adoptar una actitud compasiva o triunfante.


Darcy se quedó inmóvil, mientras trataba de recuperarse de la sorpresa que le había causado la solicitud de Manning. ¿Cómo podía responderle? Había muchas cosas en juego: años de lo que Manning había descrito con tanta precisión como una «relación antagónica», durante los cuales Darcy había soportado la peor parte; el hecho de imponerle a Georgiana una «amiga» que ella no había elegido y el mayor contacto con Manning que implicaría dicha relación. ¡Eso sin mencionar que los parientes del barón de la familia Sayre habían caído en total desgracia social y financiera, y que una de las damas de la familia estaba metida hasta su adorable cuello en un caso de sedición! Entrecerrando los ojos para estudiar al hombre que tenía al otro lado de la mesa, Darcy trató de buscar en él algo que indicara que albergaba algún sentimiento por las dificultades de su hermana, que no fuese la irritación y el deseo de deshacerse de sus responsabilidades hacia ella. El hecho de que aquel hombre hubiese recurrido a él en busca de ayuda era extraordinario en sí mismo y hablaba en favor de algo más que la preocupación por el efecto que tenía su hermana sobre su fortuna, pero la dureza de la mirada y la arrogancia de la actitud de Manning mientras esperaba la respuesta de Darcy reducía la posibilidad de que existiera un sentimiento más profundo o delicado. Si aceptaba, parecería que ignoraba el desprecio que Manning sentía por él, un desprecio que Darcy nunca había entendido, ni tampoco la razón que lo había provocado. Si hubiese un poco de justicia en el mundo, debería aprovechar esta oportunidad para…


Aunque pidas justicia… rogamos para solicitar clemencia. Cuando Darcy apretó la mandíbula para expresar su negativa, recordó de repente la delicada promesa de Georgiana de ser su Porcia, su abogada. Para ser justos, ¿qué otra cosa podría exigir Darcy en este caso que vengarse por las afrentas contra su orgullo herido? Pero en su propia lucha, ¿lo que le había permitido salir adelante no había sido precisamente la clemencia de Georgiana y la manera en que Dy lo había ayudado a recuperarse?


—¿Y bien? —le ladró Manning, preparándose para torcer la boca en una risita sarcástica al escuchar la negativa.


—¿Le vendría bien a la señorita Avery un encuentro el jueves por la mañana? —preguntó Darcy—. ¿Tal vez a las once? —Al decir esto, descubrió que la cara de asombro que puso Manning compensaba totalmente el esfuerzo de rendirse a los ángeles de la clemencia.


—¿Estás de acuerdo? ¡Que el diablo me lleve! —Manning se dejó caer sobre el respaldo de la silla, perplejo—. ¡Eso es muy amable por tu parte, Darcy! —logró decir, después de varios minutos sin conseguir articular palabra—. No esperaba que… Bueno, eso no tiene importancia. Sí, a las once el jueves; Bella estará encantada. —Se levantó y le tendió la mano de manera torpe—. Gr-gracias.


—De nada. —Darcy estrechó la mano del barón. Había hecho lo correcto; ahora estaba seguro. Pero esa convicción no implicaba pasar más tiempo con Manning del que fuera estrictamente necesario—. Ahora, me voy a casa. ¿Puedo dejarte en algún lado, Manning?


—No, no —respondió rápidamente el barón, que evidentemente se sentía tan incómodo como Darcy con aquel nuevo giro que había dado su relación—. Pasaré un rato por White's y luego mi bailarina me estará esperando… —Dejó la frase en el aire y se encogió de hombros—. Hasta el jueves.


—Hasta el jueves. —Darcy asintió, luego se alejó de Manning y salió del club. Cuando llegó a la acera a grandes zancadas, sonrió al ver cómo Harry saltaba del coche y se apresuraba a abrir la portezuela y bajar la escalerilla.


—Buenas noches, señor Darcy. —El hombre hizo una respetuosa inclinación.


—Buenas noches, Harry —le respondió el caballero, subiendo la escalerilla—. Dígale a James que nos lleve a casa. Ya he tenido suficiente por esta noche.


—Espero que haya tenido una buena velada, señor.


—¡Ah, ha sido una velada extraordinaria, Harry! Incluso se puede decir que he obtenido una prueba de su afirmación.


—¿A qué afirmación se refiere, señor?


—Que, a veces, la alta sociedad tiene unas extrañas costumbres. —Darcy le recitó a Harry la aguda observación que le había hecho una vez.


—Hummm —resopló Harry—. ¡No se necesita prueba de eso! —El hombre hizo ademán de cerrar la portezuela, pero luego se detuvo en seco y bajó la cabeza, aparentemente escandalizado por la libertad con que había hablado—. ¡Espero que me disculpe, señor Darcy!


—Cierre la puerta, Harry.


—Sí, señor.


La puerta se cerró enseguida, pero Darcy esperó a que Harry se subiera al pescante para reírse de la acertada filosofía del sirviente. El calificativo de «extraño» ciertamente describía con precisión el hecho de que Manning lo hubiese buscado esa noche y el curioso giro que había dado su relación.




**************


—No tengo palabras para describirle el alivio que supone para mí estar de regreso en Londres. —La señorita Bingley aceptó una taza de té de manos de Georgiana y se acomodó en su asiento—. Las tiendas y los teatros de Scarborough son insignificantes, ¡a pesar de lo que diga mi tía! Usted no se puede ni imaginar, Georgiana, cuánto anhelaba volver a la civilización.


Darcy observó cómo su hermana respondía con una sonrisa cortés, antes de llenar la taza de Bingley.


—No ha sido tan espantoso. —Bingley levantó la vista y miró a Darcy—. Aunque tengo que admitir que me siento más a gusto aquí, en Londres, que entre nuestros parientes y los antiguos conocidos de nuestros padres en Scarborough. Me temo que nos hemos alejado demasiado de ellos. Parece que llevamos una vida completamente distinta —concluyó con un tono pensativo, pero luego volvió a animarse—. ¡Han pasado varias semanas desde la última vez que estuvimos aquí! ¿Cómo fue tu viaje a Kent, Darcy? Me imagino que más caluroso que el nuestro al norte.


—Sí… más caluroso —respondió Darcy con una voz ligeramente ahogada. Georgiana lo miró a los ojos, dirigiéndole una sonrisa de apoyo. Su hermano asintió con la cabeza en señal de gratitud—. Pero no fue muy largo. Tanto Fitzwilliam como yo nos alegramos de volver a la ciudad.


—Y su retrato, Georgiana. —La voz de la señorita Bingley llenó el silencio que amenazó con instalarse entre ellos—. Me mortifica tanto pensar que hemos regresado demasiado tarde para verlo. ¿Fue muy concurrida la ceremonia de presentación? —Hizo una pausa y luego soltó una risa ronca—. Seguramente que así fue, así que mejor debería haber preguntado quién asistió. ¡Vamos, puede usted hacer alarde de su triunfo ante nosotros!



¡Vaya invitación! Darcy miró a la hermana de Bingley con un gesto de reprobación, mientras se preguntaba otra vez cómo era posible que entendiera tan poco a Georgiana. Malinterpretando la mirada de Darcy, la señorita Bingley le dirigió una sonrisa que sugería una conspiración secreta, en la cual Darcy se negó a participar.


—Se equivoca usted, señorita Bingley. Accedí a los deseos de mi hermana y no enviamos invitaciones. El retrato fue exhibido sólo ante la familia y ahora mismo va camino a Pemberley.


—¿En serio? —La señorita Bingley miró a Darcy y a su hermana con total incredulidad.


—Ése era mi deseo, señorita Bingley, y mi hermano tuvo la gentileza de concedérmelo. —Georgiana le alcanzó una taza de té a Darcy con una sonrisa tierna—. Él es muy bueno conmigo, ¿verdad?


Con los labios apretados en una sonrisa de desconcierto, la señorita Bingley asintió con la cabeza.


—¿Y qué planes tenéis ahora que habéis vuelto? —Darcy dirigió la conversación hacia un tema que no tuviera que ver con él—. Londres pronto se convertirá en un frenesí de actividad y tendréis muchas invitaciones.


—Aún no hemos decidido nada. —Bingley bajó la taza—. Ya tengo el escritorio inundado de invitaciones y mensajes.


Darcy asintió para mostrar que entendía la situación.


—Debes tratar de mantener el control de las riendas, Bingley, y no dejarte llevar por el vértigo de la sociedad. De otra manera, amigo mío, terminarás muy mal.


Bingley hizo una mueca.


—Tendré en cuenta tu advertencia. Apenas está comenzando…


—A propósito de eso, he hablado con Hinchcliffe.


—¡Hinchcliffe! —exclamó su amigo, y una luz de esperanza iluminó su rostro.


—El mismo. —Darcy sonrió al ver la expresión de cautela que cruzó por el rostro de Bingley al oír mencionar el nombre de su temible secretario—. Dice que, si estás de acuerdo, cree que su sobrino podría comenzar a trabajar a tu servicio como secretario, encargado de los asuntos sociales.


—¿De acuerdo? ¡Por supuesto que sí!


—Entonces, está hecho. ¿Que tal si se entrevista contigo mañana?


—¡Mañana… Sí, claro! ¡Puede venir esta misma noche! Le mandaré una nota ahora mismo, si tú me lo permites.


—¡Desde luego! —Darcy señaló la puerta y luego se volvió hacia su hermana—. Con el permiso de las damas.


Cuando estuvieron en su estudio, deslizó una hoja de papel sobre el escritorio y destapó el tintero, mientras Bingley tomaba asiento.
—Esto no podría haber llegado en mejor momento. —Bingley sonrió, agarrando la pluma que Darcy le ofrecía y mordiéndose el labio con expresión de seriedad. Luego mojó la pluma en el tintero y se dispuso a escribir. Darcy se recostó contra el respaldo del asiento para observar cómo Bingley garabateaba un mensaje, contento al pensar en la utilidad de la ayuda que había podido ofrecer a su amigo y en el placer con que éste había aceptado—. Listo —exclamó Bingley, al tiempo que colocaba el punto de la «i» de su apellido y le pasaba la nota a Darcy—. Dime si te parece bien. No quisiera arriesgarme a causarle una mala impresión a Hinchcliffe, con un mensaje que tuviera algún error.


Darcy leyó la corta nota rápidamente, pero cuando volvió a mirar a Bingley con un gesto de confirmación, lo sorprendió en una actitud que sólo se podría calificar de desaliento, con los ojos fijos en el vacío y una sonrisa postiza en el rostro. Incluso mientras él observaba, Bingley dejó caer los hombros y arrugó la frente. Darcy dirigió de nuevo la mirada rápidamente hacia la nota, sintiendo cómo se evaporaba su sensación de satisfacción. La receta que tenía en su mano para alivio de las obligaciones sociales de Bingley no podía hacer nada para curar el dolor que todavía albergaba el corazón de su amigo. Mientras fijaba los ojos en la nota, notó cómo lo envolvía una oleada de aflicción. ¡Qué pareja tan lamentable formaban él y Bingley! Unidos ahora por algo más que la amistad, cada uno había encontrado su alma gemela en una de las hermanas Bennet; y, como consecuencia de la intervención de Darcy, los dos padecían por la certeza de tener que pasar el resto de sus días sintiéndose medio vivos. Sí, Charles amaba a Jane Bennet tal como Darcy amaba a Elizabeth. Ahora podía apreciarlo. Pero era peor en el caso de Bingley, porque Jane Bennet sí le correspondía, según le había dicho Elizabeth; y él la creía. ¡Qué despreciable acto de vanidad había sido constituirse en arbitro del amor! Había sido injusto con su amigo, le había hecho daño de una manera imperdonable y violenta y en un asunto que el corazón de Charles debería haber resuelto por sí solo, libre de su influencia o injerencia. ¿Cómo podría compensarlo por ese terrible error? Incluso aquel acto de gentileza tenía un cierto sabor a condescendencia y superioridad.


—¡Ejem! —Darcy carraspeó y se arregló el chaleco para dar a su amigo tiempo a recuperarse. Cuando Bingley levantó la cabeza, le devolvió la nota por encima del escritorio—. Es perfecta. ¿Quieres enviarla?


—Sí, por favor —respondió Bingley con una sonrisa rápida y fugaz—. No quisiera aceptar las invitaciones equivocadas. —Tomó la nota y la dobló lentamente en tres partes iguales, mientras Darcy lo observaba con un sentimiento de desaliento ocasionado por lo que acababa de decir. ¿Acaso Charles tenía realmente tan poca fe en su propio juicio? ¿O quizá el intento de Darcy de actuar como su mentor lo había convencido de que era más seguro poner su vida en las manos de otras personas que él creía que eran más sabias que él mismo? Si ése era el caso, Darcy le había causado a Bingley un daño todavía mayor.


—Debes tomar las recomendaciones del joven Hinchcliffe sólo como sugerencias, Charles. La última palabra la tienes tú, tanto en esto como en todos tus asuntos. Si algún día te encuentras en un lugar en el que descubres que preferirías no estar, tú sabrás qué hacer. En todas las ocasiones en que te he visto, siempre has sabido cómo comportarte.


—¿Tú crees? —El rostro de Bingley se iluminó fugazmente—. ¿Es eso un cumplido, Darcy? —El desconcierto de Charles sacudió fuertemente al caballero. ¿Cuándo había adquirido la costumbre de tratar a su amigo como menos que un igual? ¿Cómo había podido tolerar Bingley semejante actitud de superioridad?


—No, en serio, Charles. —Darcy lo miró directamente a los ojos—. Si más gente poseyera tu buen carácter innato, tu capacidad de hacer que los que te rodean se sientan bien y tu buena disposición hacia el mundo, la sociedad no sería ni la mitad de difícil de lo que es. —Hizo una pausa para observar el efecto de sus palabras. El rostro de Bingley había pasado del entusiasmo al rubor, pero la sonrisa de sus labios le aseguró a Darcy que ese cambio era producto del placer y no de la rabia o la incomodidad—. ¡Dios sabe que a mí me sentaría muy bien un poco de tu talento! —Suspiró a causa de la verdad que contenía su confesión, y también por el alivio que le produjo ver que Bingley volvía a recuperar su forma de ser—. ¡Tal vez debería pedirte que me dieras unas clases!


—¡Clases! —Bingley soltó una carcajada y se levantó de la silla—. ¿Acaso el maestro y el alumno van a intercambiar los papeles?


—No. —Darcy negó con la cabeza y se levantó—. ¡Tú ya te graduaste, Bingley! Ha sido un error alentarte a que permanezcas en el aula. Preferiría que fuéramos dos amigos que acuden a ayudarse mutuamente. —Le ofreció la mano, que Bingley tomó rápidamente, aunque con un poco de sorpresa—. Dos iguales que están dispuestos a ayudarse el uno al otro a lo largo del camino.


—¡Por supuesto, Darcy, por supuesto! —exclamó Charles con aire radiante.


Darcy asintió con la cabeza y estrechó la mano de su amigo con más fuerza.


—He sobrepasado el límite, amigo mío. Y prometo rectificar lo que pueda. Te lo aseguro.






Una semana después, un golpecito en la puerta de su estudio hizo que Darcy levantara la cabeza de su libro y que su sabueso suspendiera la íntima contemplación de la escena. Trafalgar se levantó de su sitio junto a su amo y se dirigió hasta la puerta, arañando con sus patas el pulido suelo de madera que quedaba al descubierto entre las mullidas alfombras dispersas por la estancia. Bajo la atenta mirada de Darcy, el perro se levantó sobre las patas traseras, se apoyó contra la puerta y golpeó con pericia el pomo hasta abrirla, luego saltó hacia atrás para empujarla con el hocico. Un feliz gemido que brotó del fondo del pecho del animal le advirtió al caballero quién iba a aparecer enseguida.



—Trafalgar se ha convertido en todo un caballero, Fitzwilliam. —Georgiana se agachó para acariciar la suave cabeza del animal, que la miró con los ojos humedecidos llenos de ilusión.


—Un caballero muy selectivo, me temo. —Darcy le dedicó una mirada de censura al fiel seguidor de su hermana, al tiempo que se levantaba para saludarla—. Sólo se comporta bien con aquellas personas a las que aprueba. Lo que sucede es que tú, querida, sencillamente formas parte de ese selecto grupo.


Georgiana se rió y, tras darle una última palmadita a Trafalgar; se levantó.


—He venido a informarte de que la señorita Avery acaba de marcharse y ya puedes salir de la seguridad de tu cueva y visitar otras partes de la casa.


Darcy miró a su hermana de reojo.


—¿Estás diciendo que crees que me estoy escondiendo?


—No he podido evitar notar que has logrado ausentarte, o encontrar asuntos urgentes que debes resolver aquí, cada vez que la señorita Avery viene de visita. —Georgiana le sonrió mientras se colocaba junto a él—. Sin embargo, ella piensa que tú eres un caballero absolutamente perfecto.


—¡Georgiana!


—Y que yo soy una joven perfecta. —Georgiana suspiró—. ¿No crees que resulta un poco difícil ser objeto de semejante adoración?


Darcy la agarró suavemente del brazo y la llevó a un diván.


—¿Te resulta muy difícil atenderla? Soy consciente de que ha sido una abominable imposición.


—No, hermano, no es «abominable». La señorita Avery es un tipo de amiga muy distinta, pero no es una persona desagradable. —Georgiana se recostó contra el hombro de Darcy—. Fitzwilliam, a veces ella se siente muy humillada por el desprecio de su hermano y otras veces por la manera en que la ignora. Y cree que la opinión que él tiene de ella es lo que todo el mundo piensa. Por eso no es ninguna sorpresa que sea tan tímida. Cuando pienso… —Se detuvo y apretó la cabeza contra el hombro de Darcy.


—¿Cuando piensas qué, preciosa? —le preguntó Darcy, mientras le acariciaba suavemente los rizos.


—Cuando pienso en lo gentil que has sido conmigo siempre, animándome… ¡Ay, gracias, Fitzwilliam!


Darcy ya había dado media vuelta y estaba llegando a su escritorio, cuando de repente se le ocurrió algo. Se giró.


—Georgiana, ¿todavía quieres suscribirte a esa institución?


—¿A la Sociedad para devolver jovencitas del campo a sus familias? —Darcy asintió con la cabeza—. ¡Ay, sí, Fitzwilliam! ¿Tengo tu autorización?


—Déjame averiguar un poco más y, si quedo satisfecho, podrás pedirle a Hinchcliffe que desembolse la suma que juzgues conveniente. —Con los ojos brillando de alegría, su hermana hizo ademán de ponerse en pie, pero él levantó las manos—. No, no me lo agradezcas. He sido muy negligente en esto, así como en mis propias donaciones a obras de beneficencia. En realidad, lo único que he hecho hasta ahora ha sido autorizar la continuación de las obras de caridad a las que contribuía nuestro padre. Y tampoco he tratado de averiguar nada más sobre ellas, aparte de las informaciones de Hinchcliffe de que sus juntas directivas son respetables y tienen los libros en orden. —Desvió la mirada de la expresión de cálido asombro de Georgiana, mientras movía la barbilla en busca de las palabras precisas—. Me he mantenido alejado de esas cosas. Pero eso —confesó en voz baja— no seguirá siendo así.


Trafalgar miró a Georgiana mientras salía del estudio, pero pareció contener el impulso de seguirla y se volvió hacia su amo. Darcy le devolvió la mirada solemne.


—Bueno, entonces resulta que somos unos perfectos caballeros, ¿no? —Trafalgar bostezó largamente y luego soltó un ronquido, sacudiendo la cabeza antes de volver a apoyarla sobre las patas cruzadas—. Así es —dijo Darcy, levantándose.


Caminó lentamente hacia la ventana, se recostó contra el marco y miró hacia la plaza. ¿Así que la señorita Avery pensaba que él era un perfecto caballero? Una gota de lluvia golpeó contra los cristales y luego otra. Al parecer, la señorita Avery se había salvado por poco de mojarse o, más bien, él y su hermana se habían salvado por poco de pasar toda una tarde cobijándola de la lluvia. Siguió el recorrido de una gota que se deslizó por el cristal. Debía ser objetivo y desapasionado si quería analizarlo todo. Había pasado casi un mes desde Hunsford. Tenía que ser ya capaz de examinar las cosas con desapasionada objetividad.


¿Cuál había sido la impresión inicial que Elizabeth había tenido de él? Desde el primer encuentro en el baile de Meryton, cuando había pronunciado aquella frase tan odiosa sobre ella, lo había catalogado como un personaje ridículo. Y él no había hecho otra cosa que probar que ella tenía razón. Como un pomposo idiota, se había mantenido aislado, pavoneándose por los círculos sociales de Hertfordshire sin otra cosa mejor que hacer que mirar a todo el mundo por encima del hombro, de una manera muy poco caballerosa.


¿Cómo era posible que él, que tenía enfrente el mejor de los ejemplos y la más solemne de las intenciones, hubiese caído en eso? De alguna manera, en los largos años de su infancia y juventud se había salido del camino, atrapado por las trampas y las actitudes que lo hacían parecer ahora un hombre muy desagradable y un extraño a su propio corazón.


Un gemido de Trafalgar y un fuerte cabezazo contra su mano hizo que Darcy fuera de nuevo consciente de dónde estaba.


—Sí, monstruo. —Acarició la cabeza del animal—. Todo va bien, al menos en lo que a ti concierne —corrigió.


Con un suave gemido, Trafalgar apretó la cabeza contra la rodilla de su amo.


—Sí, lo sé. Las preguntas siguen ahí. —Volvió a acariciar las sedosas orejas del perro—. Pero la respuesta puede ser peor de lo que quisiera ver.


Hizo una mueca y dejó de acariciar las orejas de Trafalgar, ignorando sus empujones y gemidos. ¡Era imposible! Aunque pudiera convencerse de hacer una petición, no había ningún pretexto que pudiera utilizar para ir en busca de Elizabeth, y era poco probable que sus caminos volvieran a cruzarse. Sin embargo, la idea era lo suficientemente nueva como para obligarlo a ponerse en pie. Si fuera posible, ¿podría ella perdonarle?


La imaginación de Darcy trajo a Elizabeth ante sus ojos con una rapidez casi sorprendente. Él había dicho que la admiraba y la amaba. ¿Cómo era posible que lo hiciera cuando había malinterpretado cada uno de los actos de Elizabeth y todas sus palabras? ¡La magnitud de su propio engaño era asombrosa! Había presumido de ser el dueño de la mente y el corazón de Elizabeth, cuando, si le hubiesen preguntado, no habría podido afirmar con seguridad qué era lo que ella pensaba o sentía sobre algún tema relevante, ni decir qué era lo que ella más quería en la vida.


¿Amarla? No, durante aquellas semanas en Pemberley, Londres y Kent, había coqueteado con una Elizabeth imaginaria, que él mismo había inventado a partir de los hilos de colores de sus propios deseos. La había buscado en ese estado y ella, a pesar de no tener dinero ni perspectivas propias, lo había rechazado tajantemente; lo había rechazado, incluso cuando había tantas cosas en juego. En lugar de poner su futuro en las manos de Darcy, la joven había asumido una serie de consecuencias que aparecían ahora ante él de manera más sólida que antes. ¿Qué clase de mujer haría eso?


Le dio la espalda a la ventana y cruzó los brazos sobre el pecho, en una actitud de tanta concentración que Trafalgar y levantó la cabeza que tenía apoyada sobre las patas y tensó los músculos en señal de alerta y extrañeza, mientras su amo volvía a pasearse por el salón. Había llegado hasta allí para buscar una respuesta, una forma de salir de aquel tortuoso mes de revelaciones sobre sí mismo, y estaba decidido a dirigir todos sus esfuerzos a la solución de la pregunta. ¿Qué podía ofrecer como prueba de su arrepentimiento? ¡Nada! ¡Ciertamente nada que una mujer de principios como los que había mostrado Elizabeth se sintiera inclinada a aceptar o respetar! Durante un instante, Darcy se quedó allí parado, impotente, antes de que a su mente acudiera la respuesta. El camino para convertirse en un hombre digno del respeto de semejante mujer comenzaba por ver el mundo y medirse a sí mismo a través de otros ojos, ojos que fueran sensibles a sus defectos y carencias.


¿Podría mantenerse fiel a esa resolución? Tenía que abandonar cualquier idea sobre obtener el amor de Elizabeth como recompensa. Incluso si llegaban a encontrarse, debían portarse como simples conocidos. ¡Pero no importaba! Estaba dispuesto a honrar a esa mujer que había despreciado su posición social y su importancia, aun sacrificando lo que podría ganar, y que lo había hecho descubrirse a sí mismo. Y juró que lo haría luchando hora tras hora, sin que nadie lo viera ni lo notara, por llevar su vida de una manera que pudiera contar con la aprobación de Elizabeth Bennet.


Se dirigió a su escritorio y, después de sentarse, buscó una pluma y un cuchillo. Necesitaría un instrumento bien afilado para ese proyecto. Trafalgar se levantó de su cómoda posición junto al diván y se acercó a donde su amo trabajaba. Con un suspiro seguido de cerca por un gruñido, apoyó las patas sobre la alfombra y dirigió sus ojos curiosos hacia la figura que había en la silla. Darcy lo miró, esbozando una sonrisa.


—¿Estamos aburridos? —La mirada de Trafalgar se mantuvo firme—. No hay esperanzas de salir con esta lluvia —le dijo Darcy al perro sin rodeos y, tras afilar muy bien la pluma hasta dejarla bien puntiaguda, dejó a un lado el cuchillo—. Y aunque fuera un día perfecto, no puedo complacerte. Tengo que atender un asunto urgente, de carácter reformista, cosa que tú —Darcy le lanzó a su mastín una mirada de reproche— harías muy bien en imitar, monstruo. —Trafalgar suspiró como respuesta y se volvió a acostar, apoyando el hocico sobre las patas delanteras—. Eso dices tú, pero ya hace tiempo que debería haber sucedido. —Darcy se volvió a concentrar en el escritorio y sacó una hoja de papel, antes de mojar la pluma en el tintero. Frunció el entrecejo y vaciló un instante. Luego, agarrando bien la pluma, apoyó la punta contra el papel y escribió: «Una conducta caballerosa». Subrayó dos veces el título—. Hace tiempo que debería haber sucedido —repitió, dirigiéndose al mastín que yacía junto a él— tanto en tu caso como en el mío.

 


Varios días después, cuando Darcy había terminado su sesión semanal en el club de esgrima de Genuardi, su primo Richard se reunió con él por primera vez desde su regreso de Kent. No se habían despedido en los mejores términos, pues Richard había tratado de sacar a Darcy de sus «amarguras», como las había llamado, y él había estado a punto de arrancarle la cabeza. Así que Richard se había alejado y se había dedicado con devoción a sus deberes militares en el cuartel y a sus deberes sociales con la parte femenina de la sociedad, dejando a Darcy solo hasta que llegara el momento en que hubiese recuperado el buen humor o él necesitara dinero.


—¡Qué tal, primo! —Cuando Darcy se quitó la toalla de la cara, apareció Richard con una amplia sonrisa. Genuardi había sido bastante exigente ese día y lo notaba. También era bueno volver a ver a su primo.


—¡Richard! ¿Vienes a practicar? ¿A recuperar tu habilidad? ¡Te reto a un duelo! —dijo Darcy, señalando la pista.


—¡Ah, no, gracias, Fitz! —Richard negó con la cabeza con un gesto de horror—. He oído algo sobre tu «práctica» con Brougham y no tengo deseos de ser humillado públicamente o algo peor. He venido a ver si tenías sed después de tanto ejercicio. Si quieres pasamos por Boodle's.


—¡Excelente! —exclamó Darcy, contento ante la oportunidad de recomponer aquella relación tan importante para él—. Dame unos minutos. —Después de vestirse, los dos recorrieron la calle St. James hasta el club, mientras Richard le contaba algunas noticias de la familia y selectos retazos acerca de la vida militar. Finalmente, cuando tenían ya en la mano sendos vasos y estaban sentados a una mesa uno frente al otro, Richard hizo una pausa, levantó su vaso y luego cayó en un incómodo silencio.


—¿Hay algo en lo que pueda ayudarte? —preguntó Darcy en voz baja, pasado cierto tiempo.


—Bueno, siempre me viene bien ganar una o varias partidas de billar, ya lo sabes. —Richard le dirigió una sonrisa de arrepentimiento—. Pero ésa no es la razón por la cual quería verte.


—Independientemente de la razón, me alegra que lo hayas hecho. —Darcy se inclinó hacia su primo—. Me he portado de una manera insufrible, un verdadero fastidio, durante nuestro viaje de regreso de Kent. No sé cómo hiciste para tragarte la rabia y resistir la tentación de darme una bofetada, porque con seguridad me la merecía.


—Puede haber tenido algo que ver con los resultados de ese encuentro más bien físico que tuvimos en el parque de Rosings, que me dejó algunos cardenales bastante desagradables —lo reprendió Richard, pero luego cambió su tono por un lamento más burlón—. Además, llevaba puesto mi mejor chaleco de viaje y no quería arruinarlo con una mancha de sangre, ¡ni tuya ni mía!


—Y siendo coronel al servicio de su majestad…


—¡Eso no importa! —lo interrumpió su primo y, soltando una carcajada, volvió a levantar el vaso, pero otra vez lo bajó con un aire de seriedad.


—Será mejor que me digas de qué se trata, antes de que te asfixies. —Darcy miró a su primo por encima del borde del vaso.


—¡Me ha llevado gran parte de un día y una noche entera decidir si te lo digo o no, viejo amigo, así que concédeme un poco de tiempo! —Su primo levantó el brandy haciendo un brindis y se tomó lo que quedaba. Puso el vaso sobre la mesa con lenta precisión y levantó la mirada hacia Darcy—. La he visto. A la señorita Bennet. Aquí, en Londres.


Todo se quedó inmóvil mientras Darcy asimilaba lentamente las palabras de Richard. Elizabeth en Londres, ¿en aquel momento?


—¿Dónde? —preguntó bruscamente.


—En el teatro, anoche. Estaba con un pequeño grupo: un caballero mayor y su esposa y una hermosa criatura que supongo era su hermana. Y, por supuesto, la señorita Lucas.


—¿Hablaste con ella? —Darcy no pudo evitar preguntar. Agarró el vaso como si su suave solidez le pudiera dar estabilidad.


—No, no pensé que fuera prudente, aunque hubiese podido llegar hasta ella, porque había mucha gente. No creo que ella me haya visto. Tenía…


—¿Sí? —preguntó Darcy.


—Tenía un aspecto estupendo, como siempre, incluso en medio de la opulencia. Creo que observaba al público con el mismo interés que le dedicó a los actores.


Darcy estuvo a punto de sonreír. Así debía ser. ¿Acaso ella misma no se había jactado de ser una estudiosa del carácter?


—Espero haber hecho lo correcto al decírtelo, Fitz. —La preocupación de Richard era auténtica—. No estaba seguro de si querías saberlo o no, pero que me muera aquí mismo si quería ser yo el que te lo dijera. Sin embargo, pensé que era mejor advertirte que arriesgarnos a que te la encontraras sin estar preparado, o nunca supieras que ella está aquí y… y…


—Has hecho lo correcto, primo, y te lo agradezco. —Darcy asintió lentamente con la cabeza y luego le dio un largo sorbo a su bebida. La calle Gracechurch. Tiempo… necesitaba tiempo para pensar.


—¿Vas a…? —Richard se detuvo y desvió la mirada.


—¿Voy a…?


—¿Vas a… eh, vas a acompañar a Georgiana a los servicios religiosos el domingo? —La recuperación de su primo era admirable, Darcy tenía que admitirlo.


—Sí, voy a hacerlo. El servicio será dirigido por un nuevo sacerdote que Brougham desea que yo recomiende y…


—«Brougham desea». —La carcajada de incredulidad de Richard atrajo miradas y gestos de sorpresa de todos los rincones del salón—. ¡Debes de estar bromeando! Ah, eso sí que es gracioso, primo.


Darcy se sonrojó de contrariedad al darse cuenta de su indiscreción. Era lógico que esa afirmación pareciera absurda y totalmente opuesta a la persona que Dy trataba de representar.


—Casi tengo deseos de ver a un sacerdote que pueda atraer la atención de Brougham. —Richard siguió riéndose.


—Entonces, ¿por qué no vienes? —El desafío había salido de sus labios sin pensar y más por el interés en desviar la conversación del tema de Dy que por cualquier otra cosa—. Lady Matlock estaría complacida, no tengo duda, al oír de tus propios labios una opinión sobre este hombre, y el conde de Matlock…


—El conde de Matlock no creería ni una palabra, pero mi padre confiaría en la opinión de mi madre en este asunto. Hummm. —Richard se recostó en la silla y reflexionó sobre las ventajas y desventajas de la propuesta de su primo. El hecho de que lo considerara significaba que sus bolsillos ya estaban vacíos, o a punto de estarlo, hasta que recibiera la paga.


—Más tarde podríamos jugar una partida de billar.


—Cinco —replicó Richard.


—Entonces, ¿tan mal están las cosas? —Darcy enarcó las cejas—. Tres.


—¡Hecho! —Su primo sonrió—. ¿Pedimos otra ronda?


—¿Pedimos?


—Ah, sólo hablaba en sentido amplio, Fitz. ¡Todavía no te he ganado el dinero!


***************

Algunos días más tarde se encontraban los dos, codo con codo, sentados en el banco de los Darcy-Matlock, en un cálido domingo. Durante los días transcurridos hasta entonces, Darcy no había tratado de ver a Elizabeth ni había tenido que atender ningún asunto, real o imaginario, en las proximidades de la calle Gracechurch, que pudiera propiciar un encuentro fortuito. Eso no tendría sentido. Lo último que quería ver era la mirada de reservada cortesía, o las apresuradas excusas para marcharse que propiciarían un encuentro semejante. Y no se merecería otra cosa después de aquella abominable carta que ahora daría cualquier cosa por haber escrito de forma completamente distinta. No, era mejor conservar sus recuerdos de Elizabeth a través de un filtro más amable. Ella no pasaría mucho tiempo en Londres. Al abrir su libro de oraciones, Darcy hundió una esquina del libro en el brazo de su primo y le señaló la lectura del día, mientras el sacerdote de Dy comenzaba la lectura.



******************Las sombras se estaban haciendo más largas y los rincones de su estudio ya estaban en penumbra, cuando Witcher golpeó en la puerta y le entregó una tarjeta de visita.


—¿Quién es? —preguntó Darcy, agarrando la tarjeta.


—El honorable señor Beverly Trenholme, señor. No puedo decir que recuerde a ese caballero. —El viejo mayordomo arrugó la frente con mortificación—. Pero dice que es un viejo amigo. —¡Trenholme!, pensó Darcy. ¿Qué demonios…?


—Sí, Witcher, pero de mi época universitaria. No creo que haya venido nunca a visitarme aquí en la ciudad. Después de Navidad, pasé algunos días con él y su hermano, lord Sayre, en Oxfordshire.


—Ah, le ruego que me disculpe, señor. ¡Desde luego, Oxfordshire! —Witcher sacudió la cabeza—. ¿Lo hago pasar, señor?


—Por favor, Witcher, tenga la bondad. —Darcy se levantó, se arregló el chaleco y se tiró de los puños, movimientos habituales que le ayudaron a aclarar el montón de preguntas que había provocado la súbita aparición de Trenholme. La advertencia de Dy resonó con claridad entre ellas y Darcy se preguntó si aceptar verlo sería más de lo que Brougham juzgaría prudente.


La puerta se abrió.


—El señor Trenholme, señor.


—¡Darcy! ¡Eres muy amable al recibirme! —Trenholme entró en el estudio tendiendo la mano. Con la otra agarraba el asa de un largo y estrecho estuche de cuero.


—Trenholme. —Darcy inclinó la cabeza a modo de saludo y le estrechó la mano. La tenía fría y casi podría jurar que sintió que el hombre estaba temblando—. Por favor, toma asiento. —Trenholme acercó una silla, puso el estuche sobre el escritorio con suavidad y se sentó con un suspiro.


—¿Puedes creer que han pasado casi cuatro meses desde que nos vimos por última vez? —Volvió a suspirar—. Ese asunto tan horrible. Sayre y yo estamos más que agradecidos por tu silencio sobre el suicidio de mi madrastra y los apuros financieros de Sayre. Eso lo único que consiguió fue aplazar lo inevitable, pero uno siempre agradece todo el tiempo que pueda mantener alejados a los lobos.


—Entonces, ¿todo ha concluido? —preguntó Darcy con voz neutra.


Trenholme negó con la cabeza.


—No voy a fingir que no, al menos contigo. Todo lo que se podía transportar fue sacado y traído aquí para subastarlo en Garraway's. La propiedad será puesta en venta a finales de semana. —Una mirada de odio ensombreció la cara de Trenholme—. ¡Debería haber sido mía! Sayre nunca se preocupó por otra cosa que el dinero que podía sacarle para apostarlo en la mesa de juego. Y luego, esa maldita irlandesa b… —Trenholme levantó la voz—. Puso contra nosotros a todo el mundo. ¡Tú la viste, Darcy! ¡Viste lo traidora y mentirosa que es! Ella es capaz de apuñalarte por la espalda sin pensarlo dos veces.


—¿A qué te refieres? —Darcy miró fijamente a los ojos de Trenholme, mientras trataba de armar en su mente el rompecabezas de nombres, caras y conversaciones de los recuerdos fragmentarios de su velada en casa de Sylvanie—. ¿Traidora? ¿Qué es lo que sabes?


—Lo que sé es que, entre ella y Sayre, a mí no me queda ya suficiente dinero ni para emborracharme, que es el único estado en el cual no quiero mandarlos al… —Trenholme se detuvo—. Pero ésa no es la razón que me ha traído aquí. He venido a entregarte esto. —Se inclinó hacia delante, empujando el estuche hacia su anfitrión—. La ganaste en buena ley y no debería ser vendida para pagar ni una mínima parte de las deudas de Sayre.


Darcy abrió el estuche, mientras contenía la respiración. Allí estaba la espada española, colocada en un lecho de terciopelo. Tan pronto como Darcy la agarró, atrapó la luz de la lámpara y brilló como una llama.


—Puedo ser un cobarde y un borracho, pero sé lo que es correcto en una deuda de honor. ¡Sayre va a pagar aunque sea ésta! —declaró Trenholme con vehemencia.


Darcy la levantó y asió la empuñadura. Se ajustaba tan bien a su mano como recordaba.


—¡Trenholme, no sé qué decir! —Volvió a poner la exquisita espada en su envoltura de terciopelo.


—No hay nada que decir. Ha sido tuya desde esa noche y habrías tenido derecho a poseerla ya durante todos estos meses. Ciertamente tenías suficientes testigos para recurrir a la ley, si hubieses querido. Sayre debería agradecerte que no lo hayas hecho, y para mostrar ese agradecimiento tendría que habértela enviado él mismo.


—¿Él no sabe que me la has traído? —preguntó Darcy rápidamente.


—¡Se enterará ahora! —Trenholme se rió con amargura y se levantó—. ¡Le he dejado una nota! —Luego hizo ademán de marcharse—. No te robaré más tiempo, Darcy, pero recuerda lo que dije sobre Sylvanie. Monmouth ha metido a una víbora en su casa, no hay duda de eso. Si hay alguna canallada en marcha, Sylvanie estará en el centro de ella, no lo dudes.


—Pero ¿qué vas a hacer tú? —La pregunta de Darcy detuvo al honorable Beverly Trenholme cuando estaba a punto de agarrar el pomo de la puerta. ¡Tenía que hacer algo! Darcy trató de pensar en algo que pudiera ofrecerle al hombre en señal de agradecimiento, sin ofenderlo ni humillarlo.


—Me marcharé a América, supongo. —Trenholme dio media vuelta. Una sonrisa triste apareció en su rostro, pero no alcanzó a llegar a sus ojos—. He oído que los caballeros ingleses todavía son bien recibidos en Boston, aunque el té ya no lo sea.


—¿Té? —Darcy miró a Trenholme de reojo—. No creo que las preocupaciones actuales de los americanos tengan nada que ver con el té, Trenholme.


Trenholme se encogió de hombros.


—Pensé que habían arrojado por la borda un cargamento de té en el puerto de Boston.


—¡Eso fue hace más de treinta y cinco años! Los cargamentos de té llevan más de treinta años llegando a Boston en perfecto estado. —Darcy apretó fuertemente la mandíbula, tratando de evitar la risa que podía resultar insultante para su visitante—. No hay peligro de que tengas que prescindir del té en Boston.


—Ah. Bueno… —Trenholme parecía haberse quedado sin vida y sin palabras. ¡Un pasaje! La palabra resonó en los oídos de Darcy.


—¡Espera un momento! —Dejó a Trenholme, se dirigió a su escritorio y sacó un cuaderno del primer cajón. Comenzó a pasar rápidamente las páginas hasta que llegó a la sección en que se detallaban sus negocios de transporte de mercancías—. Si puedo conseguirte un pasaje para Boston, ¿lo aceptarías?


—¿Un pasaje gratis? —Los ojos de Trenholme brillaron por un momento.


—Un pasaje gratis —confirmó Darcy—. Tengo importantes intereses en un barco que sale para Boston, pero zarpa mañana por la mañana. Eso es poco tiempo…


—No necesito más tiempo que el que se requiere para recoger mis cosas y llegar al puerto. ¿Sabes lo que eso significa, Darcy? —gritó el hombre, mientras su anfitrión se inclinaba para escribir una nota dirigida al capitán de la nave—. Si me ahorro el dinero del pasaje, no llegaré a América sin un centavo.


—Ciertamente, eso no es muy aconsejable. —Darcy se enderezó y le entregó a Trenholme una autorización—. Dale esto al capitán y él te llevará a bordo. No será muy cómodo, nada parecido a lo que estás acostumbrado…


Trenholme tomó la nota y luego estrechó la mano de Darcy.


—Eres un buen hombre, Darcy. Nunca olvidaré esto. —Tragó saliva y luego dio media vuelta y salió, mientras su benefactor se quedaba mirándolo, con la esperanza de que fuera cierto.


***************
—¿Por qué miras el reloj con tanta insistencia? —le preguntó Georgiana a su hermano, cuando vio que sacaba otra vez el reloj del bolsillo de su chaleco. Como el tiempo era todavía agradable, habían decidido dar un paseo por el parque de St. James.


—Un amigo ha partido hacia América muy temprano esta mañana. De acuerdo con el horario, su barco debe llegar a mar abierto dentro de un cuarto de hora. Supongo que estaba tratando de adivinar exactamente dónde estaría.


—¿Un buen amigo?


—Tal vez. En todo caso, espero haber sido un «buen amigo» para él.


El ruido de unos cascos de caballo corriendo sobre el prado a una velocidad frenética hizo que Darcy se girara rápidamente y empujara a su hermana hacia atrás, para sacarla del sendero. Caballo y jinete se dirigieron hacia ellos y sólo se detuvieron en el último minuto.


—¡Darcy! —exclamó el jinete, jadeando y con los ojos desorbitados.


—¡Por Dios, Dy! ¿Qué demonios estás haciendo? —gritó Darcy con furia.


—¡No hay tiempo para eso! ¿Dónde está Trenholme? ¿Sabes dónde está?


—¡En un barco camino de América! ¿Por qué? ¿Qué sucede? —Un terror frío le atenazó las entrañas.


—¿Cuándo lo viste por última vez? ¿Te dijo algo acerca del paradero de lady Monmouth? —El caballo de Brougham se agitó, expresando la desesperación de la voz de su jinete.


—Anoche, y no, no dijo dónde estaba ella. Sólo que deseaba verla muerta y me advirtió que la vigilara. ¿Qué sucede, Dy? ¿Qué ha pasado?


—El primer ministro… Perceval. —Brougham miró más allá de Darcy, buscando los ojos de Georgiana. Darcy pudo identificar el momento en que sus miradas se cruzaron, porque enseguida su expresión se suavizó, pero en menos de un segundo volvió a recuperar la compostura y lo miró de nuevo—. No hace más de quince minutos, el primer ministro ha sido asesinado de un disparo en los pasillos del Parlamento.


Darcy apenas alcanzó a oír el grito de Georgiana, porque quedó enmascarado por la fuerza de su propio «¡No!».


—Es cierto. —Dy tiró de las riendas del caballo. La agitación del animal era cada vez mayor—. Tenemos al asesino, pero hay otros.


—¿Sylvanie? —preguntó Darcy en voz baja—. ¿Crees que Sylvanie está involucrada?


—El asesino es John Bellingham, Fitz, el hombre que te insultó y que estaba tan cerca de Sylvanie durante la velada. ¡Hay que encontrar a lady Monmouth!


—¿Qué puedo hacer yo? —Darcy agarró las riendas y se acercó a Brougham—. ¡Cualquier cosa!


Dy negó con la cabeza.


—Nada directamente. Tengo que marcharme y no puedo darte ninguna garantía de que regresaré pronto. ¡Cuida a la señorita Darcy, Fitz! Sé que lo harás, pero ¿lo harías también en mi nombre? Puede pasar algún tiempo.


—Desde luego, ¡de eso no hay duda! ¡Cuídate, y que Dios te acompañe, amigo mío!


—Y a ti. —Dy miró a Darcy con una sonrisa triste—. Señorita Darcy. —Hizo una inclinación y partió. Georgiana se abrazó a Darcy enseguida. —Ay, Fitzwilliam. ¿Qué ha sucedido? ¿Adónde va lord Brougham?


—El mundo está al revés —murmuró Darcy—, y Dy va a intentar arreglarlo.


Continuará...

12 comentarios:

MariCari dijo...

Como siempre saboreando el buen hacer de la escritora, aunque ando un poquito melancólica yo también como nuestro Darcy, el pobre, qué pena me da... con su corazón destrozado y sin saber cómo recomponerlo o si podrá recomponerlo... Menos mal que tiene una gran relación con su hermana y su perro, je ,je..
Bueno y tiene 3 buenos amigos, así, puede ser feliz un tiempo...
Bss... y gracias amiga por subir el capítulo, me encantó...

Unknown dijo...

"Porque jamás he podido leer, en cuento o en historia, que se haya deslizado exenta de borrascas, la corriente del amor verdadero..."

Me gustaría saber de la historia una vez casados nuestros protagonistas...

J.P. Alexander dijo...

Ay que tierno que es darcy lo adoro cuando quiere retificar. Un beso mi Lady y teme cuidas mucho

Isabel Merino González dijo...

Lady Darcy, últimamente parece que entro de puntillas en los blogs que tanto me gustan, como este tuyo, porque paso sin dejar rastro o comentario alguno. Mis disculpas, ya que suelo entrar desde el trabajo y allí tengo que minimizar ventanas y leer a mil por hora y no puedo dejar comentario alguno por regla general. Hoy, en casa, quería aprovechar para darte la enhorabuena por esta historia que nos regalas, por los personajes y los diálogos tan bien conseguidos y por el tiempo que nos dedicas y nos regalas.

Un beso y no dejes de escribir.

Isa

Eliane dijo...

Hola, me hice un ratito para pasar a visitarte! Te mando un gran abrazo

Anónimo dijo...

Hola, muy buenas noches. Es mi primer comentario despues de meses leyendo este blog.
Me atrevo a interrumpir para dar las gracias a la autora del blog. Ha hecho que la siga con interes.
Agradezco muchísimo que me haya permitido continuar la historia de Lizzy y Mr. Darcy. Es más, estoy escribiendo mientras veo Orgullo y prejuicio por enésima vez-

Repito el agradecimiento, Lady Darcy... SU CASA ES UN RINCON MARAVILLOSO en el que pasar un rato cada semana.

Hoy ya la estoy extrañando.

Rosa

MariCari dijo...

Dices que no tienes imaginación... ¡No te creo! No puedo creer que una mujer como tú, fuerte y con valor diga que no tiene imaginación tan solo porque el día a día nos apabulla a todos... a todos... Si el día a día no tiene imaginación, no tiene fantasía es un día mustio, sombrío, improductivo y hostil y tú, mi querida amiga, mi amiga buena.. ¿quieres eso? Quieres que las hadas de este bello blog se aburran y se dediquen a la vagancia... ¡No, no lo consentiré! Comencemos por dar un paso y luego otro y luego otro y tiremos de recuerdos, tiremos de calor... o tiremos del anhelo, de la esperanza, del tal vez o del quizás... aunque sea un tal vez algo lejano... pero quién sabe... quizás un día zarpe nuestro cascarón de nuez y pongamos rumbo hacia la fantasía o hacia el día a día de la felicidad!!!
Sabes que no puedo vivir sin este blog, lo tendrás sobre tu conciencia, lo tendrás... de por vida!! El azul me tranquiliza y leer esta novela que tú trabajas para nosotros es lo más bello que me puede pasar una tarde de lunes o martes mustias... sí, es una maravilla tomarme mi café mientras te leo ¿Te parece poco? Pues es parte de mi vida, preciosa, una parte muy querida ya...
Venga, animémonos las dos y tengamos una semana lo más imaginativa posible... dentro del mundanal ruido... pero mañana... hay noticias nuevas en el Jardín... y será otro día... Bss... de corazón!!

J.P. Alexander dijo...

Mi Querida Lady, espero que estés mejor . La verdad no sé como animarte . Lo único que se me ocurre es mandarte un gran abrazo y decirte que para lo que necesites me tienes. Te mando un beso mi lady y te me cuidas mucho

Wendy dijo...

Querida, ¿qué estoy leyendo? falta de inspiración, malita, vaya no te veo muy animada y mira que lo lamento, sabes lo que nos gusta tu blog y tu compañia, recuperate pronto, por favor.

Aprovecho mi visita para invitarte a formar parte del Club de los Pololos, te espero.

Muchos besos.

Mila dijo...

Hola!!

Me gustaría dejaros las últimas actividades que se han organizado en Chawton House, la casa de Jane Austen, con motivo del 200º aniversario de S&S. Va a haber recitales de música, representaciones teatrales, presentaciones de libros relacionados con Austen...

Espero que os guste y, sobre todo, que os animéis a ir..

http://hablandodejane.wordpress.com/2011/05/07/todos-los-eventos-organizados-en-la-casa-museo-de-jane-austen-con-motivo-del-200º-aniversario-de-sense-and-senbility/

Unknown dijo...

Querida Lady Darcy, desde el día 22 de abril, fecha en la que publico este último capitulo, me ha tenido con mucha ansiedad, espero pronto tener noticias suyas.

Deseo se encuentre bien, un saludo.

Amabili Rosisabel dijo...

Me encanta tu blog no me despegado del ordenador desde que empeze a leer este libro.
Pero quisiera saber cuando vas a subir el capitulo VII porfavor hazlo pronto esta muy interesante este libro.
Otra vez GRACIAS!!!!!!!!!!!