miércoles, 13 de abril de 2011

SÓLO QUEDAN ESTAS TRES Capítulo V

Una novela de Pamela Aidan

A PESAR DE TU PERJURIO




—¡Darcy! —El susurro inquieto de Brougham penetró a través de su conciencia como el disparo de un rifle, mientras trataban de subir la escalinata de entrada a Erewile House. Darcy frunció el ceño al sentir el dolor en su cabeza y volvió a tratar de poner un pie delante del otro y, sin embargo, mantenerse erguido. Para ser absolutamente honestos, Dy era el que estaba a cargo de todo desde que habían salido de la taberna, hacía media hora. El aire frío de la noche no había servido para despejar a Darcy, totalmente ofuscado por el brandy, de manera que Dy se había encargado de la ingrata tarea de acompañarlo a su casa hasta dejarlo en las hábiles manos de Fletcher. Si Darcy no hubiera tenido ya el rostro enrojecido a causa del licor, se habría puesto colorado como un tomate por la terrible vergüenza que debía de estar sintiendo. No le cabía la menor duda de que, por la mañana, se sentiría mortificado.


Al llegar al último escalón, Brougham apoyó a su amigo contra la puerta y lo sostuvo con un hombro, mientras agarraba el pomo.


—¡Está cerrada! —le siseó a Darcy—. Como debe estar, ¡pero eso es un maldito inconveniente para nosotros! ¿Tienes la llave? —Darcy rebuscó bajo su chaqueta, en el bolsillo del chaleco y, tras algunos minutos de tensión, sacó una llave, para alivio de Brougham—. ¡Gracias al cielo! Ahora, si logramos no hacer mucho alboroto cuando entremos… —Brougham se inclinó para meter la llave en la cerradura y trató de abrir, pero la puerta siguió cerrada—. ¿Otra cerradura? —Dy miró a Darcy.


Darcy refunfuñó.


—Sí… lo olvidé. La mandé instalar antes de partir… hacia Kent.


—¿Y también se te olvidó pedir la llave? —preguntó Brougham con exasperación. Al oír que su amigo mascullaba una respuesta afirmativa, Brougham se enderezó y comenzó a buscar algo en los bolsillos de su chaqueta. Un suave «¡Ajá!» le informó a Darcy de que había encontrado lo que estaba buscando y volvió a inclinarse sobre la cerradura. En unos instantes, la segunda cerradura se abrió y la puerta de Erewile House giró sobre sus goznes unos centímetros.


Darcy miró a su amigo con asombro.


—¿Cómo has hecho eso?


—Práctica —respondió Dy. El amanecer apenas estaba comenzando a invadir las calles londinenses, pero había suficiente luz para que Darcy alcanzara a ver la sonrisa pícara de su amigo—. Más tarde te hablaré sobre eso —susurró—, cuando estés sobrio y la cabeza no se te esté partiendo en dos. Pero ahora tenemos que lograr que entres y, Dios nos ayude, llevarte arriba, a tu habitación, sin despertar a todo el mundo.


—Georgiana —musitó Darcy, asintiendo con la cabeza para indicar que estaba de acuerdo, pero enseguida deseó no haberlo hecho. El movimiento le produjo un intenso dolor, dándole la sensación de que su cráneo se balanceaba de un lado a otro.


—Sí, la señorita Darcy. —Brougham reiteró la identidad de la persona a la que los dos más querían evitar encontrarse, con Darcy en semejante estado, y le ofreció el hombro para que se apoyara—. ¡Ahora, entra! —Darcy se recostó lleno de agradecimiento y levantó un pie que puso de manera vacilante sobre el umbral, mientras Dy empujaba la puerta hacia atrás.


Con otro empujón y un gruñido, se introdujeron en la casa y se quedaron parados allí durante un instante, como un par de escolares fugados, inspeccionando el vestíbulo, que estaba vacío y silencioso—. ¡No hay nadie! ¡Qué suerte! —Brougham miró a su alrededor y luego condujo a su amigo hacia las escaleras—. Vamos, viejo amigo —lo animó, pero Darcy se limitó a hacer una mueca, pues cada escalón que subía le producía un doloroso estallido en el cerebro.




Cuando llegaron finalmente arriba, estaba bañado en sudor por el esfuerzo y tuvo que recostarse pesadamente contra el hombro de su compañero para mantenerse en pie. Por fortuna, Dy conocía bien Erewile House y Darcy no tuvo necesidad de guiarlo hasta su habitación. Sin embargo, apenas pudo contener su agradecimiento cuando por fin estuvieron ante su puerta.


—¡Ya casi llegamos, amigo mío! —Lord Brougham agarró el pomo y lo giró lentamente para minimizar el ruido—. ¡Hay una vela, Fitz! —le advirtió, pero Darcy ya había dado un paso atrás y cerrado los ojos para evitar la luz.


—Fletcher —susurró, sin atreverse a abrir los ojos todavía—. Es probable que esté dormido en el vestidor. Llévame a una silla. ¡Necesito sentarme! —farfulló, pero Brougham no se movió ni un ápice—. ¿Dy?


—Eso va a ser un poco difícil —respondió lord Brougham lacónicamente—. Buenos días, señorita Darcy.


—¡Georgiana! —Darcy abrió los ojos de repente, levantando la cabeza con sorpresa—. ¡Aaayy! —se quejó, cuando la luz del candelabro que su hermana tenía en la mano lo cegó.


—¡Fitzwilliam! —El caballero percibió el miedo en la voz de su hermana y no sólo oyó sino que sintió cuando ella dejó apresuradamente el candelabro de plata sobre la mesa que estaba junto a la silla—. Milord —dijo Georgiana, dirigiéndose a Brougham—, ¿Fitzwilliam está herido? ¡Ay, hermano! —Volvió a centrar su atención en Darcy, agarrándolo de los brazos suavemente—. ¡Siéntelo aquí, en el sillón! —le dijo a Brougham—. ¿O debería acostarse? ¿Milord?


—Sí, por favor. —Darcy sólo pudo suspirar, mientras volvía a cerrar los ojos. ¡Que Georgiana lo viera así era espantoso!


—Creo que el sillón es lo mejor, señorita Darcy —decidió lord Brougham—. Fletcher puede ayudarlo a acostarse después. —Dy lo llevó hasta el sillón donde su hermana lo había estado esperando y lo ayudó a sentarse, ahorrándole la indignidad de desplomarse, como probablemente se merecía. Georgiana se arrodilló enseguida y lo tomó de las manos.


—Pero ¿él está herido, milord? ¿Debo llamar a un médico? —Georgiana lo miró con nerviosismo. Darcy se arriesgó a abrir los ojos justo en el momento en que la angustia de Georgiana era reemplazada por una mirada de sospecha, que luego daba paso a una de asombro. La mortificación que lo recorrió fue peor de lo que se había imaginado—. ¡Pero él está…! ¡Fitzwilliam, no es posible…! —Levantó la vista para mirar a Brougham con una cara que suplicaba que lo negara, mientras su hermano se ponía colorado de vergüenza. Buscó algo en su bolsillo con que secarse el sudor de la frente y su mano encontró un pañuelo, pero sus esfuerzos por arreglarse un poco produjeron una exclamación de perplejidad por parte de su hermana y un compasivo resoplido de burla de parte de Dy.


—¿Qué sucede? —preguntó Darcy, mientras miraba a sus dos acompañantes, confundido ante su reacción. Dy le señaló la mano, de la cual colgaba un pañuelo de lino lleno de encajes. Darcy se puso como un tomate, mientras se apresuraba a guardar el pañuelo en el bolsillo.


—Me temo que tiene usted razón, aunque sólo en la primera conjetura, señorita Darcy —respondió lord Brougham con suavidad—, pero le ruego que no se preocupe y lo pase por alto, como sé que usted puede hacerlo. Su hermano ha estado nadando en aguas profundas últimamente y creo que esta noche ha sido una aberración, cuya naturaleza nunca querrá repetir.


Georgiana agarró las manos de Darcy con fuerza y, con más compasión de la que él tenía derecho a reclamar, le sonrió con los ojos anegados en lágrimas.


—Sí, comprendo, milord, mejor de lo que usted cree.


—Muy bien. —Brougham suspiró y dio un paso atrás—. Despertaré a Fletcher, que sin duda sabrá exactamente qué hacer, y ahora los dejaré para que se ocupen de sus asuntos. ¿Puedo pasar a visitarte a ti y a la señorita Darcy esta noche? —le preguntó a un Darcy muy callado.


—Sí —respondió Darcy con gratitud—, cuando quieras. Dy…


—Lo sé, amigo mío —le aseguró lord Brougham—. Y también está la confesión que te debo y para la cual nunca encontramos ni el tiempo ni las circunstancias apropiadas. Hasta esta noche, entonces. —Hizo una pronunciada inclinación—. Señorita Darcy, Fitz. —Salió por la puerta del vestidor.


—Un amigo de verdad —murmuró Darcy cuando la puerta se cerró. Luego miró a su hermana con ojos cautelosos.


—Sí, lo es —dijo, girándose hacia él con una expresión melancólica—. Y sólo desea tu bien. Eso lo sé. —Luego adoptó un aire de desaliento y desconcierto—. Pero nunca imaginé que él… que tú… Ay, ¿qué te ha sucedido, Fitzwilliam? ¿Acaso no puedes decírmelo?


—¡Ejem! —Desde el vestidor les llegó un carraspeo extraordinariamente fuerte y, justo diez segundos después, Fletcher asomó la cabeza. Darcy casi suspiró con alivio.


—Más tarde —le prometió a su hermana, notando que la cabeza le iba a estallar—, te contaré lo que necesitas saber; pero en este momento, y me temo que durante varias horas más, estaré sufriendo las consecuencias que padece todo hombre lo suficientemente estúpido como para buscar consuelo en una botella. Por favor. —Se encogió por el dolor que le causaba el esfuerzo que estaba haciendo para levantarse—. Ve a acostarte, preciosa, y deja que Fletcher me lleve a mi cama.


—Como quieras —respondió Georgiana, aunque su valerosa sonrisa no alcanzaba a borrar la sombra de preocupación que cubría su rostro—, pero hasta entonces, te tendré presente en mis pensamientos y mis oraciones, hermano. —Georgiana se puso de puntillas y le dio un fugaz beso en la mejilla, mirándolo de manera amorosa; luego lo dejó al cuidado de su ayuda de cámara.


—¡Fletcher, ayúdeme, por favor! —dijo Darcy jadeando, tan pronto como la puerta se cerró detrás de su hermana.


—¡Señor! —El ayuda de cámara dejó algo sobre la mesa y en unos segundos estuvo al lado de su patrón.


—Creo que voy a vomitar.


—¡Aguante, señor! —Fletcher logró llevarlo hasta la cama, donde Darcy se desplomó con alivio, pero enseguida le puso en las manos un vaso con una bebida repugnante—. Beba esto, señor Darcy. Le sentará bien para el estómago y le ayudará a aclarar la cabeza, señor.


—O acabará para siempre con todos mis sufrimientos. —Darcy miró el vaso con asco—. ¿De dónde lo ha sacado?


—Es una receta que le resulta efectiva incluso a su alteza real el príncipe. —Fletcher pareció sentirse incómodo de repente—. Aunque debo añadir que no hay punto de comparación, señor.


Darcy logró enarcar una ceja.


—¡Espero que no! —Olisqueó la bebida con desconfianza y la apartó con una mueca.


—Le ayudará a dormir, señor —añadió su ayuda de cámara, antes de contener un bostezo.


Deja de portarte como un chiquillo y tómate la medicina, se reprendió para sus adentros. ¡No te mereces ni la mitad de la comprensión o el consuelo que has recibido esta, noche! Se tragó el brebaje, que era tan asqueroso como había imaginado.


—Listo, señor. —Fletcher recogió el vaso, lo puso sobre la mesa y comenzó a quitarle la chaqueta y el chaleco, luego le desabrochó la camisa—. Acuéstese. —El caballero se dejó caer sobre las almohadas y subió las piernas a la cama lentamente. Fletcher le quitó los zapatos con habilidad, los puso con el resto de la ropa y regresó a ponerle una manta encima.


—Gracias, Fletcher —jadeó Darcy, con los ojos cerrados—. Lo llamaré cuando sea capaz.


—Muy bien, señor. —El ayuda de cámara recogió la ropa sucia y se dirigió a la puerta.


—¡Fletcher!


—¿Sí, señor?


—En el bolsillo de mi chaqueta.


—¿Sí, señor?


—¿Ha encontrado algo?


—Sí, señor. —El tono neutro de Fletcher, dada su profesionalidad, no reveló nada acerca de la naturaleza de su hallazgo.


—Cuando esté lavado, envíelo a la taberna Fox and Drake junto a media corona, por favor.


—Muy bien, señor. Buenas noches, señor.


Darcy oyó que la puerta se cerraba y después ya no sintió nada más, porque cayó de inmediato en un sopor maravillosamente profundo y sin sueños, por primera vez durante semanas.


El dolor de cabeza con que se despertó al día siguiente no fue tan intenso como había temido e incluso pasó pronto, gracias a los polvos que Fletcher le había dejado junto al vaso de agua, en algún momento a lo largo de la mañana. Apoyándose sobre un codo, estiró el brazo desde la cama, echó la medicina en el agua y se quedó mirando el vaso, mientras el sol del comienzo de la tarde hacía brillar las partículas que descendían y se disolvían en el líquido. Que descendían y se disolvían… al igual que él, reflexionó. Se bebió el remedio de un trago, volvió a tumbarse sobre las almohadas y cerró los ojos. Había hecho todo y más de lo que se esperaba de acuerdo con su posición social y su educación. Después de la muerte de su padre, se había propuesto ser como él: el mejor hombre posible en todo lo que hacía, ya fuera en su papel de propietario, patrón, hermano o amigo. Era escrupulosamente honesto en los negocios y extremadamente prudente en los asuntos sociales. Sin embargo, al mirar ahora los altísimos principios de los cuales bebía y todas las expectativas de cuyo cumplimiento se enorgullecía, Darcy vio que no era más que un simple espectador de la vida, una criatura dominada por las convenciones y las normas sociales. Nunca había permitido que lo tocara ese mundo que estaba más allá de su familia inmediata. De hecho, había sido criado y educado dentro de esa perspectiva. Como un maestro de ajedrez, había ordenado su vida de acuerdo con los innumerables prejuicios y vanidades de su clase social, felicitándose por seguirlos al pie de la letra y pensando que todo lo que no se ajustaba a ellos era indigno de su consideración… hasta que había encontrado a Elizabeth.


Sintió que su corazón se estremecía cuando el nombre de Elizabeth le recordó toda la frustración y la nostalgia que ella había despertado en él. Elizabeth, la contradicción de todas sus expectativas. ¿Cómo habría podido prever que una decisiva noche en un pueblecito de Hertfordshire, en medio del grupo de gente menos refinada que había tenido que soportar en la vida, se iba a encontrar al mismo tiempo con su Némesis y su Eva y comenzaría la disolución de su existencia cuidadosamente calculada? La cual terminaría poco después, se recordó Darcy con un resoplido, en un nido de intrigas políticas y sociales y en el fondo de una botella de brandy, en una taberna desconocida. Se sonrojó a causa de la vergüenza y la contrariedad que le producía el recuerdo de su comportamiento la noche anterior. ¡Gracias a Dios, Dy había estado allí! Debido a las peculiares excentricidades de su amigo, Darcy sólo había logrado quedar en ridículo. Habría podido ser mucho peor, pero eso no disminuía la sensación de vergüenza y repugnancia que sentía al pensar en la forma de manifestar sus debilidades en aquella noche aciaga.


Abrió los ojos y se quedó mirando fijamente el techo. Tenía que levantarse y enfrentarse al día y reflexionar con cuidado sobre todo lo sucedido y qué revelaba sobre su carácter. No era una perspectiva muy prometedora. Él ya sabía cuánto había disminuido su propio aprecio por sí mismo. ¿Qué pensaría de él, entonces, su adorada hermana? ¿Su estado de ebriedad de anoche le habría hecho perder el respeto que sentía por él? ¿Y después de confesarle sus debilidades, no se hundiría todavía más? Aquella posibilidad lo hirió como una puñalada. ¿Cómo iba a cuidar y orientar a su hermana si ya no le inspiraba respeto, si cada decisión que tomara iba a ser recibida con desconfianza y suspicacia? Por otra parte, ¿cuánta confianza tenía todavía él en sí mismo? Tratando de alejar aquel aterrador pensamiento, se incorporó lentamente y, después de detenerse un instante para comprobar su equilibrio, bajó las piernas y se sentó en el borde de la cama. El dolor de cabeza era bastante tolerable, gracias a los polvos de Fletcher y, posiblemente, a ese brebaje que había tomado. Al menos había dormido.


El reloj de la chimenea dio las tres, anunciando que el día pasaba aceleradamente y pronto tendría lugar su encuentro con Dy. Sentía una enorme curiosidad por oír lo que Brougham tenía que contarle acerca de su extraño comportamiento y el cambio de personalidad que había sufrido en aquellos años después de salir de la universidad, pero también lo asaltaba una aterradora incertidumbre al tratar de imaginar qué pensaría Dy sobre la confesión que él le había hecho la noche anterior, impulsado por su estado de embriaguez, y, más aún, qué podría hacer con esa información. Se puso tenso al pensar en eso. ¿Qué había confesado exactamente? Luego trató de recordar cómo había transcurrido la velada una vez que él y Dy se volvieron a sentar en la taberna.


Creo que lo mejor es que me hables sobre ella, viejo amigo —había dicho Dy, clavándole una mirada compasiva que no contenía ni un ápice de lástima sino preocupación sincera de un viejo amigo. Lentamente, Darcy había abierto por fin la boca y su pena más íntima pareció salir a borbotones: el interés inicial, la resistencia y la actitud cautelosa y luego la total fascinación, el deseo y el amor.


Tu semejante, el equivalente que te conviene; será tu otro yo, exactamente conforme a todo lo que desea tu corazón —había citado Dy para sus adentros con aire distraído, cuando Darcy terminó, y luego soltó un silbido—. Por Dios, Fitz, te conozco bien, amigo mío, y habiendo dicho eso, debo decir que tu Elizabeth debe de ser una jovencita extraordinaria para haberte atrapado de esa manera.


—No es mi Elizabeth, pero tienes razón —había dicho Darcy con un suspiro—, es una mujer extraordinaria.


—Ya veo. Ahora bien, perdóname la insistencia, pero, dejando de lado el comienzo que tuvisteis, ¿le propusiste matrimonio finalmente, a pesar de tus múltiples reservas y dudas?


—Sí —había afirmado Darcy—. Después de haberme propuesto olvidarla, nos encontramos por casualidad en Kent. Su amiga más íntima se había casado con el párroco de mi tía unos meses antes y Elizabeth había ido a visitarla, sin saber que yo estaría en casa de lady Catherine. Puedes imaginarte la impresión que me causó encontrarla allí, alojada muy cerca de la casa de mi tía y convertida en una especie de favorita de lady Catherine.


—¿Impacto? ¡Yo más bien diría pánico! ¡Estabas en una posición imposible! Enamorado a pesar de lo que te dictaba el buen juicio, habiéndote propuesto olvidarla hacía sólo poco tiempo y ¡te la encuentras! —Brougham sacudió la cabeza—. ¡Y tan cerca!


En ese momento se había producido un largo silencio, pero no fue incómodo. Dy se había limitado a asentir con la cabeza con actitud compasiva y había desviado la mirada, mientras las arrugas de cansancio de su rostro se volvían más profundas y parecía sumergirse en sus propias reflexiones. Transcurrido un rato, se levantó y llamó a la camarera para pedirle una jarra de café fuerte y tazas. Luego volvió a su lugar y se dirigió otra vez a su amigo con una pregunta lacónica:


—¿Y después?


Darcy respiró profundamente.


—Después, tras muchas noches de luchar contra el deber que tenía para con mi apellido y mi posición, contra la perspectiva de la justificada desaprobación de mi familia y de la sociedad, y las consecuencias de vincularme y vincular a Georgiana con una familia de sospechosa decencia, sucumbí. La vida, el futuro sin ella, parecía imposible. Parte de mi alma, ya que estamos citando a Milton. —Dy había asentido—. Comencé a cortejarla, o al menos eso fue lo que pensé que estaba haciendo. En ese momento, creí que la parquedad de sus respuestas obedecía a la modestia y al reconocimiento de la disparidad de posiciones; pero en eso, como en tantas otras cosas, estaba totalmente equivocado. —Darcy se rió con tristeza—. Había decidido pedir su mano, pero me resultaba difícil llegar finalmente a ese punto, ya me entiendes. De repente se presentó una oportunidad y yo la aproveché en el acto. Ella se encontraba sola en la rectoría y fui a verla.


El propio dueño de la taberna había venido a traer el café y le había lanzado una interrogante mirada a Dy, mientras ponía las tazas sobre la mesa. Brougham había respondido con una sonrisa cansada.


—Yo cerraré por usted. —Después de despachar al tabernero, había servido café para los dos. Estaban casi solos, pues la hora de cerrar había pasado hacía rato—. Fuiste a verla —insistió Dy.


—Y ella me rechazó —respondió Darcy con gesto sombrío.


—¡Pero hay más! —dijo Dy.


Su amigo había cerrado los ojos y había apretado la mandíbula. La escena que había recordado con tanta frecuencia revivía con facilidad incluso en medio de su embriaguez.


—¿Más? Ah, claro que hay más —había respondido con amargura—. Le confesé mi amor de la manera más clara y le relaté, todavía con más vigor, todos los combates que había tenido que librar antes de aparecer en su puerta a proponerle matrimonio.


—Tus combates —repitió Dy lentamente—. Perdóname, pero ¿te he oído bien? ¿Le expusiste todas las razones por las cuales tú no debías estar proponiéndole matrimonio? —Brougham había dejado la taza sobre la mesa y lo había mirado con asombro. Pero tras un instante de reflexión, había comenzado a esbozar una sonrisa, sacudiendo la cabeza para constatar aquella afirmación—. Sí, sí, ése tenía que ser el estilo Darcy, ¿verdad? No era necesario pensar en la sensibilidad de la dama, ¿no es cierto? —dijo con sarcasmo—. ¡Sus atractivos habían prevalecido sobre el inflexible código Darcy, y qué podía resultar más natural que anunciarle la increíble suerte que había tenido, y lo poco que se la merecía! —Dy se había reído con cinismo al ver la mirada penetrante de Darcy y había dado un golpe en la mesa, haciendo que las tazas tintinearan—. Sí, sólo tú, amigo mío, podías ser capaz de convertir la falta de requisitos de la dama en el tema principal de una propuesta de matrimonio. ¡Por favor, ilústrame! ¿Cuál de tus escrúpulos te llevó a hacer semejante confesión?


—La honestidad… el honor… el orgullo… ¡Llámalo como quieras! —había respondido Darcy con rabia.


—Sin duda fue uno de ellos, pero es a ti a quien te corresponde decidir, no a mí. —Dy había vuelto a agarrar su taza y se había recostado contra la silla—. Por favor, sigue. ¿Cuál fue la reacción de la dama?


Darcy había vacilado, atrapado bajo el ojo mordaz de Brougham, pero la convicción de que relatar aquellos dolorosos sucesos le serviría para aliviar la confusión que le oprimía el alma y el cuerpo, lo había impulsado a seguir.


—Ella guardó un silencio absoluto. —Darcy había cerrado los ojos mientras hablaba, pues el recuerdo de la escena todavía estaba vivo en su memoria—. Sonrojada, sin mirarme ni responder a mi oferta. Yo me quedé perplejo ante esa respuesta —continuó Darcy, levantando la vista para observar las vigas grisáceas del techo de la taberna—. No era ni remotamente lo que esperaba. Pensé que tal vez no me había creído o quizá aquella perspectiva era demasiado para ella. —Darcy volvió a mirar a su amigo—. Insistí en mi ofrecimiento, con el deseo de que ella supiera que había considerado nuestra unión durante meses, desde todos los ángulos posibles; que mi propuesta de matrimonio no era el resultado del capricho de un escolar sino una proposición bien pensada, que había tenido en cuenta la diferencia de nuestras situaciones en la vida.


Brougham había silbado en voz baja y había sacudido la cabeza.


—¡Caramba! Me atrevería a decir que no hay muchas mujeres en toda Inglaterra que se atrevan a rechazar tu oferta de convertirse en dueñas de Pemberley, sin importar la pomposidad de tu propuesta o la falta de sensibilidad al hacerla. Sin embargo, con todo eso ante ella, al alcance de su mano, la muchacha se quedó muda. ¡Extraordinario! —Dy había esperado un momento para que los dos tuvieran tiempo de pensar en eso, antes de concluir
— Y luego, a pesar de las innumerables ventajas que ella y su familia podrían obtener, ¡te rechazó! Supongo que estaba muy ofendida por algo, ¿no es así?


Darcy se había reído con amargura.


—¡No sólo estaba muy ofendida sino que inició un contraataque! Mi carácter fue puesto en duda a causa de las mentiras que Wickham le había contado meses antes y luego…


—¡Wickham! ¿El hijo del administrador de tu padre? —había preguntado Dy con sorpresa—. ¡Qué extraño que haya vuelto a aparecer después de todo este tiempo y en Hertfordshire! ¿Acaso él es el casaca roja…? Pero por supuesto que sí. ¿Ahora se dedica a la vida militar? —Darcy había asentido y bebido un poco de café—. Sigue —lo había animado su amigo.


—Luego me atacó a causa de su hermana y Bingley.


—¡Ah, entonces aquí es donde entra Bingley! ¿La inadecuada señorita de Hertfordshire a propósito de la cual pediste mi ayuda en casa de lady Melbourne es la hermana de tu Elizabeth? —Darcy había asentido de nuevo y luego esperó a que Brougham se riera, pero no lo hizo—. Ella te culpa por haber acabado con las esperanzas de su hermana —afirmó Dy con claridad.


—Y tiene razón al hacerlo, aunque recibí bastante ayuda de las hermanas del propio Bingley. Ellas no querían tener ninguna relación de ese tipo con la gente de Hertfordshire, y yo no pude sino estar de acuerdo… en ese momento.


—Lo recuerdo —había dicho Brougham. Luego se incorporó en su asiento y siguió diciendo—: Es muy desafortunado que ella haya descubierto tu participación en ese asunto. Supongo que eso significó la muerte de tus esperanzas.


—¿La muerte de mis esperanzas? ¡En absoluto! —había gritado Darcy—. Ella me expuso la opinión que tenía de mí desde nuestro primer encuentro, que le había hecho llegar a la conclusión de que, de todos los hombres del mundo, yo era la suma de la arrogancia y la vanidad. Ese encantador bosquejo de mi personalidad fue su primera objeción y sirvió de base para su resumen posterior: soy un monstruo insensible, que goza destruyendo a los hombres por capricho y acabando con las ilusiones de doncellas virtuosas.


—¡Cuánta animadversión! ¿Y tú nunca sospechaste nada? —Dy había fruncido el entrecejo.


—¡No, porque soy un idiota! —había exclamado Darcy, desplomándose sobre el respaldo—. Tal como estaba diciendo cuando entraste, «el Idiota más grande del mundo».


—Bueno… bueno —había repetido Brougham con un suspiro—. Creo que es suficiente por esta noche. Necesitas ir a casa. ¡Yo necesito ir a casa! Han sido un día y una noche muy largos, amigo mío, y están entre las más interesantes de mi vida. Pero necesitas ir a casa —enfatizó otra vez. Darcy se mostró de acuerdo. Cuando trató de levantarse de la silla, se tambaleó y parpadeó hasta que Brougham estiró los brazos para sostenerlo. Logró caminar hasta la puerta, pero mientras esperaba a que su amigo cerrara la taberna como había prometido al dueño, el aire de la noche lo golpeó como un puñetazo en la cabeza y vomitó.


—Esto sí que me recuerda los días de la universidad —había señalado Dy con sarcasmo, antes de salir de entre las sombras para parar un carruaje que pasaba.


—¿Adónde, patrón? —había preguntado el cochero, añadiendo al ver a Darcy—: ¿Su amigo está bien? ¡Les cobraré más si tengo que limpiar después el coche!


—Él estará bien —había respondido Dy, mientras ayudaba a Darcy a subirse—. A Grosvenor. Pero tome las curvas con cuidado y ¡le pagaré el doble!




****************




Con movimientos lentos y precisos, Darcy se guardó el reloj en el bolsillo del chaleco y ajustó la leontina. Fletcher pasó el cepillo por los hombros de su levita. Los dos guardaron silencio ante el espejo del vestidor, como habían hecho en innumerables ocasiones, mientras Fletcher lo preparaba para enfrentarse al mundo como un caballero. Todo estaba en su sitio: el reloj, el sello personal, un pañuelo —esta vez el suyo propio— guardado en el bolsillo de la chaqueta. La ropa se ajustaba perfectamente a su cuerpo, llevaba en el cuello un nudo de corbata modesto pero artístico, sus zapatos relucían, la barbilla estaba suave. Tenía el aspecto adecuado hasta que se atrevió a mirar la imagen que le devolvía el espejo. Demacrado y con los ojos enrojecidos, su rostro reflejaba a los cuatro vientos la falsedad de su pose. Desvió rápidamente la mirada, pero no antes de alcanzar a ver el reflejo de la cuidadosa imperturbabilidad de Fletcher por detrás de su hombro. Hoy no había habido ninguna impertinencia, ninguna cita de Shakespeare relacionada con su estado de la noche anterior, sólo un servicio perfecto, ejecutado con el mínimo de actividad y casi en absoluto silencio. Aunque Darcy agradeció la consideración, eso le mostraba la sensación de inquietud que había despertado entre la servidumbre al abandonar sus hábitos de manera tan inesperada.


Ya eran las cuatro y media, o eso decía el reloj de bolsillo. Darcy apenas podía creerlo; nunca se había levantado tan tarde. Realizar a media tarde toda la rutina de la mañana era una experiencia absolutamente desconcertante. A eso había que añadir la extraña sensación que tenía en el estómago y el lento proceso de poner en orden su mente, que conferían al momento un aire extraño y fantástico, que a Darcy no le gustó en absoluto.


—¿Señor Darcy? —El caballero miró a su ayuda de cámara con una expresión que lo invitaba a continuar—. ¿Desea alguna cosa más, señor?


—¡Ah, multitud de cosas! —Darcy esbozó una sonrisa cuando vio que la ironía de su tono hacía volver una chispa de humor en los ojos de Fletcher, pero siguió diciendo de manera sombría—: Pero sobre todo poder recuperar las últimas veinticuatro horas, para emplearlas de un modo más provechoso. Debí haber seguido su consejo.


Fletcher se puso colorado al oír ese elogio y desvió la mirada. Darcy se tiró de los puños y de los extremos del chaleco.


—¿Estoy listo para la señorita Darcy?


—Sin duda, señor. —Fletcher hizo una inclinación y, al ver el gesto de asentimiento de Darcy, se marchó.


Darcy regresó a la alcoba y se encontró con Trafalgar, que parecía aburrido y no dejaba de bostezar. Aunque la puerta del vestidor no era ningún obstáculo para él, el perro había adquirido un cierto respeto por el ayuda de cámara de su amo y la opinión que el hombre tenía acerca de la presencia de animales dentro de la esfera de su actividad artística. En consecuencia, a pesar de todo lo fascinantes que pudieran resultar las actividades de su amo en ese lugar sacrosanto, Trafalgar mantenía una cierta distancia y esperaba pacientemente al otro lado de la puerta a que Darcy saliera. Al verlo aparecer por fin, el perro se levantó con los ojos anhelantes y miró a su amo a la cara.


—No, hoy no, monstruo. —Darcy tuvo que acabar con las sencillas esperanzas caninas de Trafalgar—. Tengo que ver a la señorita Darcy… —El animal dejó caer las orejas, mientras su amo se agachaba a acariciárselas y, con un resoplido, se dirigió hasta la puerta, la abrió con el hocico y dejó al caballero mirando cómo se marchaba. ¡Le dio la sensación de que, incluso para su perro, había resultado ser una triste decepción!


Siguiendo los pasos ofendidos de Trafalgar, Darcy atravesó el corredor y luego bajó las escaleras de la mansión, que parecían congeladas en medio del silencio. El sonido de sus pasos en los escalones perturbó de tal manera el silencio sobrenatural de la casa que hizo que Witcher se asomara al vestíbulo, dispuesto a soltar una reprimenda al que había ignorado sus órdenes, antes de antes de darse cuenta de que era su señor.


—¡Ah! ¡Es usted, señor! ¡Le ruego que me perdone, señor! —El viejo mayordomo abrió los ojos avergonzado, al darse cuenta de que había estado a punto de reñirle a su patrón.


Cuando ambos eran más jóvenes, el mayordomo había reprendido ocasionalmente a Darcy, pero de eso hacía ya muchos años. La rígida imperturbabilidad de Witcher apareció de nuevo al hacerle una reverencia mientras le decía que estaba a sus órdenes durante lo que quedaba de aquel día tan extraño.


Darcy le restó importancia a la ofensa haciendo un gesto con la mano.


—Hágame el favor de levantar la prohibición de hacer ruido, Witcher, y supongo que eso también será un alivio para la servidumbre. —Darcy buscó entonces algo, cualquier cosa, que tuviera el sabor de su vida normal. Cuanto más pronto volviera la normalidad a la casa, antes se olvidaría su aberración—. Y tráigame café al saloncito, por favor —ordenó.


—Sí, señor, enseguida —respondió el mayordomo, pero luego continuó—: Señor Darcy, lord Brougham vino temprano y dejó una tarjeta para usted pidiéndole que leyera una nota que le ha escrito. La he dejado sobre su escritorio, señor.


—¿A qué hora ha sido eso? —preguntó Darcy con sorpresa. ¿Ya había venido y se había ido?


—A las dos de la tarde, señor. La señorita Darcy pasó por el vestíbulo y habló con él un momento, pero su señoría no se quedó más de diez minutos, señor, tal como corresponde.


—Gracias, Witcher. —Darcy giró en dirección a su estudio, con curiosidad—. Y envíeme ese café, si es tan amable.


—Muy bien, señor.


Libre ahora para satisfacer la curiosidad por la misteriosa visita de Dy, Darcy entró en su estudio y, pasando delante del retrato de Georgiana que reposaba allí en un caballete hasta el día en que sería descubierto, se dirigió hasta el escritorio, donde encontró una elegante tarjeta de visita con bordes dorados, sobre una bandeja de plata. La tomó, se sentó en su silla y la abrió rápidamente.


Fitz,


Volveré más tarde y vendré a cenar.; pues la señorita Darcy me ha invitado esta noche. Te aconsejo que hoy te quedes en casa. Confía en que tu hermana conocerá la verdad de una forma correcta. ¡Ella también es una joven excepcional!


Dy


Darcy se estremeció al leer el mensaje, sintiendo una oleada de calor que le subía por el cuello. ¡Una joven excepcional! Sí, no había duda de que anoche en la taberna había hablado sin restricciones. Con sagacidad y simpatía, Dy había logrado sacarle todos los detalles importantes, excepto la peligrosa información sobre la identidad de Elizabeth. Suspiró, dejó la nota sobre el escritorio y se recostó en la silla, mientras se masajeaba las sienes con los dedos. Al contar por fin toda la crónica de ese desgraciado asunto se había sentido aliviado; pero la discrepancia entre el recuerdo de las respuestas de su amigo y la percepción que él tenía sobre los acontecimientos perturbaba su tranquilidad.


Sí, sí, ése tenía que ser el estilo Darcy, ¿verdad? El sarcasmo de Dy le había tocado hasta lo más hondo. Sólo tú, amigo mío, podías ser capaz de convertir la falta de requisitos de la dama en el tema principal de una propuesta de matrimonio. Darcy frunció el ceño. ¿Acaso era eso lo que había hecho? Repasó una vez más los primeros minutos de esa horrible entrevista. ¿Qué había dicho en esa desafortunada propuesta que había resultado ser tan contraproducente? ¡Santo Dios! ¡Lo recordaba ahora con tanta claridad! Se había sumergido directamente en un examen de los ignominiosos defectos de condición e importancia que presentaba la familia de Elizabeth. Había hablado de degradación y censura social, y a continuación había hecho una acalorada descripción de los indudables perjuicios que le causaría a su familia como resultado del hecho de sucumbir a su inclinación amorosa. En resumen, había hablado sólo de él mismo, de su familia y su importancia y de lo «inadecuada» que era ella, y ¡luego se había justificado afirmando que aborrecía la mentira y el engaño! Darcy tomó aire. La había insultado de una manera abominable y luego había disculpado sus tan preciados escrúpulos alegando que eran naturales y justos. Cerró los ojos y recordó el fuego que había visto en los ojos de Elizabeth cuando rechazó su insolente propuesta.


¿Naturales y justos? ¿Acaso había pensado durante un instante en los sentimientos de Elizabeth? ¡No! Se pasó una mano por el pelo y luego hundió la cara entre las manos. A pesar de todos los indicios de buen carácter que Elizabeth le había mostrado desde el comienzo, a pesar de todo el ingenio y la vivaz honestidad que la caracterizaban, y que eran lo que lo habían conquistado, a pesar incluso del profundo deseo de Darcy de tener un matrimonio fundado en el amor y la amistad, la había tratado con una inexcusable insensibilidad y superioridad. ¿Por qué? ¿Por qué lo había hecho? ¡Por favor, ilústrame!, le había dicho Dy. ¿Cuál de tus escrúpulos te llevó a hacer semejante confesión? Darcy por fin lo vio con claridad. Había sido el orgullo familiar, su orgullo, que toda la vida lo había empujado a despreciar a cuantos estaban fuera de su círculo e incitado invariablemente a tener una pobre opinión de la inteligencia y el valor del resto del mundo. Elizabeth lo había sentido y lo había llamado por su nombre, por el nombre que le daría cualquier persona fuera de su entorno y que incluso Dy había visto con claridad: orgullo, un orgullo del cual daban fe su arrogancia intelectual, su vanidad de clase y un egocentrismo que se negaba a reconocer los justos sentimientos de los demás.


Clavó la barbilla en el pecho, al sentir que la verdad caía como un martillo sobre su débil conciencia. ¡Lo que había dirigido todo este asunto, desde el principio hasta el final, había sido el orgullo y no un refinado conjunto de escrúpulos! Golpeó el escritorio con el puño, se levantó y comenzó a pasearse agitadamente por el estudio. ¿Qué había dicho o hecho en la vida que no hubiese sido dictado por el orgullo, o cuyos motivos no se pudieran rastrear hasta ese sentimiento? Dio media vuelta y fijó la mirada en el retrato de Georgiana. Avanzó lentamente hacia la hermosa imagen de su hermana y se detuvo ante el cuadro, para examinarlo bajo una nueva perspectiva. Sí, de manera involuntaria, su hermana le había dado la clave aquella mañana en que le había preguntado por su propio retrato. Georgiana había expresado la incomodidad que le causaba la mentira que, según ella, mostraba su retrato. Le pedí a Dios que algún día pudiera llegar a ser el hombre que aparecía en el cuadro, le había respondido Darcy, mientras su fracaso a los ojos de Elizabeth había desgarrado como una cuchilla afilada su progreso hacia ese objetivo.


Ese día, Darcy había admitido para sus adentros, con un poco de dolor, que todavía no era el hombre del cuadro; pero ahora, cuando volvía a pensar en ese retrato, la acusación de Elizabeth lo golpeó con renovada intensidad. Si se hubiera comportado de modo más caballeroso… Hirviendo de ira y autocompasión desde el día en que Elizabeth le dijo esas palabras, Darcy se había refugiado en la irascibilidad; sin embargo, no había sido capaz de obligarse a maldecir el recuerdo de Elizabeth por la sencilla razón de que, con esas palabras, ella le había exigido ser como el hombre representado en el retrato. Horrorizado, Darcy se daba cuenta ahora de que su fracaso a ese respecto no había sido solamente una cuestión de rango, o estaba relacionado con algunos aspectos concretos y aislados, o únicamente vinculado a Elizabeth, sino que tenía que ver con cosas esenciales, que llegaban hasta el corazón mismo de la persona que creía ser.


Con apabullante certeza, Darcy se dio cuenta de que, desde el comienzo mismo, todo el esfuerzo por llegar a su objetivo había estado plagado de errores que habían distorsionado y perturbado todo lo sucedido posteriormente. El orgullo no era un defecto, le había dicho a Elizabeth con arrogancia, cuando estaba bajo el dominio de una inteligencia superior. ¡Por Dios, qué petulancia! Pero eso lo explicaba todo: su aislamiento de los demás, la reputación que tenía entre la sociedad, su sofocante odio por Wickham, su atracción por Sylvanie, su intromisión en la felicidad de Bingley y, lo peor, la lucha que había tenido que librar contra sus propios deseos y el amor que sentía por una extraordinaria mujer de un nivel social inferior. Era una verdad tan penetrante que amenazó con abrumarlo. ¿Así que aborrecía el engaño? Pues, en realidad, era un maestro del engaño, ¡porque había logrado engañarse a sí mismo totalmente!


Tras diez minutos de reproches difíciles y humillantes dirigidos contra sí mismo, Darcy se dirigió al saloncito de Erewile House y encontró a su hermana cómodamente recostada en un diván, sumergida en un libro. Los restos del té reposaban sobre una mesita auxiliar que tenía ante ella. Al oír sus pasos, Georgiana levantó la vista y su rostro se le iluminó de alivio al ver que por fin había aparecido.


—¡Fitzwilliam! —exclamó. Todavía un poco insegura, moderó su expresión y se disculpó—: Lo siento, llegas tarde ya al té; seguramente ya está frío. ¿Quieres que pida más?


—No, gracias, Witcher va a traer café. —Darcy le sonrió y, tras retirarle los pies del diván, se sentó junto a ella—. Pero antes hay algo que quiero decir.


—¿Sí, hermano? —Georgiana se sentó muy recta, adoptando una expresión de solemnidad.


—Mi niña… —Darcy tomó sus manos y se las llevó al pecho con una mano, mientras que con la otra le acariciaba la barbilla—. No me he portado como debería hacerlo un hermano mayor y, por ello, te he hecho sufrir y te he negado lo que te corresponde. —Respiró trabajosamente—. No puedo revelarte todo lo que ha ocasionado mi mal comportamiento, porque eso involucra a otras personas; pero te diré lo que debes saber. —Darcy inclinó la cabeza y apretó las manos de su hermana—. He venido a suplicar tu perdón, Georgiana, y debo implorarte que me perdones porque no he hecho nada para merecer tanta clemencia.


En ese momento, una lágrima furtiva se deslizó por las mejillas de Georgiana, yendo a caer en la mano de Darcy.


—Querido hermano. —Georgiana soltó un pequeño suspiro—. ¡Te perdono voluntariamente y con todo mi corazón!


—¿Así de rápido? —Darcy se mordió el labio y miró las brillantes trenzas de su hermana—. ¿No me impondrás ninguna penitencia?


—Ninguna proeza ni ninguna penitencia —respondió Georgiana, sacudiendo la cabeza—. La clemencia no necesita esas cosas. —Sonrió con júbilo—. Preferiría contarte una historia. ¿Querrías oírla?


—La oiré con atención, preciosa. —Un golpe en la puerta indicó que su café había llegado. Después de que Georgiana le sirviera una taza de café y él tomara el primer alimento sólido del día, se sentó en el diván, tan cómodamente como pudo—. Ahora, tu historia —dijo—, pero luego te ruego que me permitas explicarte algo acerca de mi reciente conducta y de lo que viste anoche. ¿Te parece bien?


—Sí, perfecto. —Georgiana asintió y metió la mano entre el brazo de Darcy. Luego aceptó la invitación de su hermano de apoyar la cabeza contra su hombro y tomó aire—. Había una vez una jovencita tonta que, de no ser por la misericordia de Dios, casi arruina a su familia y a su amado hermano mayor, al haberse dejado convencer por un hombre malvado…




****************




Habría sido imposible contar la cantidad de veces que Darcy se indignó y luego se quedó estupefacto durante el relato de Georgiana. La traición de Wickham, la manera insidiosa y sin escrúpulos en que había seducido a la hija de su generoso benefactor, la inocente hermana de Darcy, avivaron las llamas de la furia que había estado latente en su pecho durante casi un año. Mientras Georgiana hablaba de sus encuentros bajo la mirada complaciente de su dama de compañía, la señora Younge, él sentía que la rabia y la culpa amenazaban con asfixiarlo. Sabía que lo que dijera e hiciera una vez que ella terminara sería muy importante. Si algo había aprendido en las últimas semanas, era que ya no podía confiar ciegamente en su capacidad de manejar las relaciones personales de forma adecuada. Pero cuando su hermana le relató cómo había sucumbido a la petición de aquel sinvergüenza de fugarse juntos, el sentimiento de culpa de Georgiana lo hicieron hablar.


—¡No, Georgiana! ¡Mi niña querida! —protestó Darcy, abrazándola—. ¿Qué posibilidades tenías tú frente a él? —Acarició los rizos que caían sobre su hombro—. ¡Tú has sido demasiado generosa conmigo, porque todo el mundo puede ver que yo tuve la culpa! Tú no tenías posibilidad de defenderte, porque yo no estaba contigo para protegerte ni tengo ninguna razón válida para justificar mi ausencia. ¡Yo mismo tenía que haberte acompañado a Ramsgate o a donde quisieras ir! —Darcy soltó a su hermana, se levantó y caminó ciegamente hacia la chimenea. Apoyó la cabeza contra el frío mármol y respiró hondo—. Fui negligente contigo. No me ocupé de ti. ¿Y por qué? ¡Por nada! Nada que se pueda comparar con tu bienestar. ¡Dios y tú me tenéis que perdonar!

—No, Fitzwilliam. —La protesta de Georgiana vibró delicadamente en el aire—. Yo tenía todo lo que necesitaba para defenderme de los halagos de Wickham. ¡Concédeme por lo menos la sensatez de saber qué era lo correcto y conocer mis deberes para con mi familia! —Se levantó, se acercó a su hermano y le puso una mano en la espalda—. Lo que me hacía falta era carácter para rechazar sus propuestas. Él se aprovechó de mi simpatía y mis sueños románticos, sí, pero también estimuló mi vanidad y alimentó mi descontento con innumerables insinuaciones intencionadas. —Darcy negó con la cabeza y dio media vuelta—. Hermano, siempre me han animado a tener una opinión excelente de mí misma. Al no tener que demostrar la entereza de mi carácter, gracias a la protección de la riqueza y la posición social, yo no sabía realmente cuánto valía. Desde entonces he aprendido que en esas cosas más importantes soy pobre y débil y tengo muchas carencias. Era la lección más importante que tenía que aprender en la vida. Así que ya ves, Fitzwilliam. —Georgiana lo agarró del brazo—. No puedes echarte toda la culpa. Pero en aquello relacionado con la parte de culpa que te corresponde, querido hermano, te perdono con todo mi corazón.

Darcy miró a su joven hermana, cuyo rostro parecía ansioso de que él aceptara por fin su absolución. Había obtenido lo que deseaba en esa parte de la confesión, pero parecía demasiado fácil.

—¡Fui imperdonablemente egoísta, Georgiana!

—Hermano. —Georgiana trató de detener la confesión de Darcy.

—Yo he debido…

—¡Fitzwilliam! ¡Yo sé que eres egoísta! —exclamó y luego se rió al ver la expresión ofendida de Darcy—. Normalmente eres el más amable y generoso de los hermanos, pero con los demás, y a veces también conmigo, piensas primero en tus propios intereses. ¡Ay! —exclamó—. ¡Por favor, no me pongas esa cara cuando sólo me estoy mostrando de acuerdo con lo que acabas de confesar! ¿Acaso no te he perdonado ya? Si sigues hablando, ¡voy a creer que te sientes orgulloso de tu confesión!

Darcy hubiera querido que el rubor que encendió su rostro fuera producto del arrepentimiento y no de la vergüenza y mortificación que sintió. Parecía que no podía ni confesar sus faltas sin hacer un despliegue de orgullo.

—Bueno… Hummm… Entonces, gracias —repuso, desviando la mirada, sintiéndose incapaz de observar a su hermana—. Eres muy amable.

—No, no soy «muy» amable, porque ahora —dijo Georgiana, al tiempo que volvía a sentarse en el diván y señalaba el sitio junto a ella— es tu turno, tal como prometiste.

¡Su turno! ¿Por dónde iba a comenzar? Ignorando la invitación de Georgiana para sentarse, Darcy pasó por detrás de ella y atravesó el salón. El rumor del vestido de su hermana le indicó que lo estaba siguiendo con la mirada. Sintiéndose vigilado y sin tiempo para recuperar la compostura, dio media vuelta y se sentó junto a ella, soltando un suspiro.

Cerró los ojos y se recostó.

—Tal vez recuerdes una carta que te envié desde Hertfordshire acerca de una joven. Creo que en Navidad hablamos sobre ella.

—Sí, la señorita Elizabeth Bennet.

Darcy abrió un ojo para mirar a su hermana.

—¿Recuerdas su nombre?

—Ah, claro. —Georgiana tenía los ojos muy abiertos, con actitud expectante—. No podría olvidar el nombre de una mujer que captó de tal manera tu interés y tu aprobación.

—Sí, bueno. —Darcy suspiró. Luego comenzó a contarle a su hermana todo lo que había ocurrido, pero los recuerdos le llegaban con tanta rapidez e intensidad que era difícil seguir una cronología muy precisa.

—En Rosings descubrí que mi atracción por ella crecía día a día. Llegué al punto de decidir que, a pesar de los innumerables obstáculos, no podía vivir sin ella. Comencé a cortejarla, ansioso por llevar el asunto a feliz término y al mismo tiempo avergonzado por lo que suponía eran consecuencias inevitables de mi elección. Mi ambivalencia era tan absoluta que el objeto de mis atenciones no tenía la mínima sospecha de que había sido elegida. Cuando finalmente ya no pude negarme más a mis deseos, acudí a ella y ella recibió mi propuesta de matrimonio con un frío rechazo, al tiempo que se mostraba sorprendida de saber que yo la tenía en tan alta estima.

—¡Te rechazó! —Georgiana lo miró con incredulidad—. ¡No puede ser! Con seguridad hubo un error, algún malentendido…

Darcy tomó la mano de Georgiana entre las suyas y le pidió que guardara silencio.

—Sí, hubo un error y un malentendido —respondió él, sacudiendo negativamente la cabeza para extinguir la esperanza que había aparecido en los ojos de Georgiana—. Lo que se interpuso entre la hermana de Elizabeth y Charles fue mi equivocada vanidad. Precisamente esa mañana, Elizabeth había descubierto mi participación en la desgracia de su hermana y me culpó de ello con toda justicia. El malentendido… —Darcy hizo una pausa. ¿Debería rebelarle a su hermana la reaparición de Wickham?—. El malentendido tenía que ver con un malicioso rumor sobre mí que llegó a oídos de Elizabeth y que ella no tenía motivos para no creer, teniendo en cuenta la manera vil de portarme antes con ella. Desde luego, tan pronto como tuvo conocimiento de mi intervención en el primer asunto, ya no tenía motivos para no creerme capaz de la peor injusticia.

—¡Pero seguramente se lo explicaste! —protestó Georgiana—. ¡Sé que debes de haberte sentido apenado por lo que habías hecho!

Darcy le apretó la mano.

—Lamento decir que no me sentí apenado. Su rechazo me resultó tan doloroso y humillante que justifiqué mi comportamiento todo lo que pude. —Suspiró—. Nos dijimos cosas que voy a lamentar hasta el día mi muerte. Más tarde le escribí una carta explicando mis acciones con respecto a su hermana, por lo cual creo que nunca me perdonará. En cuanto al malentendido, tengo la esperanza de haberla convencido de mi inocencia en ese asunto, pero no creo que eso pueda llevar a una reconciliación. Ella dejó muy claro cuál era la opinión que tenía de mí y de mis defectos. No, ella no puede ni nunca podrá amarme, querida. —Darcy bajó la voz.

—¡Querido hermano! —La compasión de Georgiana le resultó más dulce de lo que se había imaginado.

—Me rebelé contra el dolor de mi corazón y la perspectiva de un futuro lleno de infelicidad. La culpé a ella por engañarme, al destino por jugar conmigo y a todo y a todos excepto a mí mismo. Como dijiste, fuimos educados para tener una buena opinión de nosotros mismos, tal vez demasiado buena. Desde que regresé de Kent, no he hecho más que arrastrar mi dolor de manera mezquina, sin pensar en los que se preocupan por mi bienestar. Anoche, a pesar de que me lo desaconsejaron, fui a caer en compañía de gente peligrosa, impulsado solamente por mi orgullo y mi presunción. Fue necesaria la intervención de lord Brougham para hacerme entrar en razón y luego recompensé sus esfuerzos emborrachándome. Me he portado de manera abominable y estúpida, a causa de mi orgullo y mi vanidad. Me siento avergonzado. —Tragó saliva—. No soy el hombre en el que quería convertirme para honrar la memoria de nuestro padre. Además, te he hecho sufrir, Georgiana, por culpa de mi egoísmo —concluyó—, y me siento muy avergonzado por eso. —Darcy le soltó la mano y esperó, mientras se preparaba para oír el juicio de su hermana.

—Hermano —suspiró Georgiana, llevándose los dedos a los labios para reprimir un sollozo—. ¡Has sufrido tanto, Fitzwilliam! ¡Yo sabía que tu rabia y tu aislamiento tenían su origen en alguna pena, pero no fui capaz de imaginar esto! Amar y recibir… —La emoción la embargó y le impidió continuar.

—Mi dolor… —Darcy buscó en el bolsillo de su chaqueta y sacó su pañuelo para secar las mejillas de su hermana—. El dolor que he padecido no justifica mis acciones, aunque no hubiese sido yo mismo el que lo ha causado.

—¡Somos una pareja patética! —Georgiana miró a Darcy mientras él le secaba las lágrimas—. Nos dieron la oportunidad de cuidarnos solos y hemos respondido como niños, rechazando las enseñanzas y evitando la disciplina.

—Pero creo que tú estás reconciliada contigo misma. —Darcy la miró atentamente—. Mientras que yo sólo estoy resignado.

Georgiana apoyó la cabeza sobre el hombro de Darcy y le puso la mano en el corazón de manera tímida.

—Lo sé —susurró—. Pero eso sólo está a un paso del rabioso dolor que has estado experimentando en soledad. Por favor, no sigas así, Fitzwilliam.

Darcy deslizó los brazos alrededor de Georgiana y la abrazó, al tiempo que le estampaba un beso en la cabeza.

—¿Serás mi Porcia y presentarás mi caso ante el tribunal? —Apoyó la mejilla en el lugar que había besado.

Georgiana suspiró, hundiéndose más en el hombro de Darcy.

—No sólo yo, querido hermano. Pero sí, siempre seré tu Porcia.

**************
Darcy pasó el resto del día en su estudio, trabajando en todos los asuntos que tenía descuidados, bajo la benévola observación de su mastín. Parecía que Trafalgar también lo había perdonado, pues había aparecido inesperadamente en el lugar de siempre, junto al escritorio, tan pronto como Darcy había atravesado el umbral. En Erewile House se seguía respirando un ambiente de calma, pero ya no había tanto silencio pues los criados estaban haciendo los preparativos de la cena de esa noche para el invitado que vendría más tarde. Desde el otro lado de la puerta, Darcy oía pasos suaves que cruzaban el corredor, puertas que se abrían y cerraban, el tintineo de la vajilla y la plata y órdenes murmuradas en voz baja, creando un ambiente que recordaba a la normalidad.

Más de una vez, al caer la tarde, Darcy levantó la vista de sus papeles para observar el retrato de su hermana y recordar su extraordinaria conversación. Georgiana sabía ahora todo lo que tenía que saber. La personalidad de Darcy había quedado al descubierto y su hermana conocía su devastadora incursión en el amor, pero el resultado no había sido un alejamiento sino una nueva cercanía, que se afirmaba sobre la base del conocimiento mutuo y no del parentesco que los unía. Se levantó del escritorio para mirar la figura de Georgiana con más cuidado y, después de su examen, llegó a la conclusión de que ella lo había visto todo con más claridad que él. Lawrence no había sabido captar su personalidad. Era un hermoso cuadro, no había duda, pero Georgiana tenía razón. Aunque ella lo había expresado en palabras muy distintas, Darcy veía ahora que el retrato no había logrado percibir la humanidad esencial de esa sorprendente jovencita que era su hermana. Decidió no insistir en una ceremonia pública para descubrir el cuadro. Si la familia quería venir a verlo, podían hacerlo; luego lo enviarían a Pemberley.

Un golpe lo hizo girar la cabeza, y cuando la puerta se abrió y apareció la cara sonriente de Witcher, Trafalgar levantó la cabeza.

—Discúlpeme, señor Darcy. Lord Brougham está aquí, señor.

Darcy miró más allá de su mayordomo, pero no vio ninguna señal de su supuesto visitante, que había llegado muy temprano.

—¿Lord Brougham, Witcher? ¿Y dónde está? —Un ruido de pasos indicó que su invitado se acercaba y segundos después apareció jadeando en la puerta del estudio—. Ah, sí. Tiene usted razón, es Brougham. Un poco temprano para la cena, ¿no te parece? ¿O se te ha hecho tarde para venir a tomar el té?

—¡Se supone que usted me iba a dar un par de minutos, Witcher! —Brougham le lanzó al criado una mirada de exasperación—. ¡Es una expresión, hombre! ¡Nunca se me ocurrió que lo tomara al pie de la letra! —Brougham se volvió hacia Darcy, mientras el mayordomo, que no parecía arrepentido en absoluto, hizo una inclinación y cerró la puerta—. Ese hombre es inestimable, Fitz, pero particularmente testarudo en los momentos más importantes.

—Lo que muestra que todavía tienes que aprender a manejarlo. —Darcy se rió, pero una aguda sensación de inquietud ante la llegada de su amigo le hizo moderar su reacción. Después de todo un día de reflexionar sobre las estupideces y las confesiones de borracho que Darcy le había hecho, ¿con qué ojos lo vería Dy?—. ¡Verdaderamente inestimable! Pero has llegado temprano. No te esperábamos hasta dentro de una hora.

—¡No podía esperar más para saber cómo estaba tu cabeza, amigo mío! O el resto de tu cuerpo, a decir verdad. Tengo la sensación de que hacía algún tiempo que no bebías tanto.

En lugar de responder, Darcy esbozó una sonrisa lacónica e hizo una breve inclinación.

—¡Aquí me tienes! Juzga por ti mismo.

Tomando su invitación en sentido literal, Brougham comenzó a caminar alrededor de Darcy, imitando con exactitud el examen que le había hecho Brummell durante la velada en casa de lady Melbourne.

—Más bien en mal estado —concluyó Brougham, sacudiendo la cabeza—. ¿Te puedo preguntar cómo te sientes?

—No tan mal como debiera, gracias a la asquerosa poción de Fletcher, pero lo suficientemente mal como para barajar la idea de volverme metodista.

Brougham lo miró con curiosidad.

—¿Qué quieres decir?

—Sólo que creo que debo abstenerme de beber durante algún tiempo. —Darcy miró a su amigo con la misma curiosidad—. ¿A qué pensabas que me refería?

En una actitud típica de él, Brougham lo ignoró y respondió con otra pregunta.

—¿Le has explicado a la señorita Darcy lo que ocurrió anoche? —preguntó, avanzando hacia la estantería.

—Sí, sí, lo he hecho. —Darcy observó a Dy que acariciaba perezosamente con sus dedos los volúmenes encuadernados en cuero ordenados en la estantería.

—¿En detalle? —preguntó Brougham, mientras estudiaba los títulos.

—¡No, claro que no! —respondió—. Georgiana sólo sabe que anoche fui a caer con malas compañías y que tú me ayudaste a ver lo imprudente que sería permanecer allí. —Hizo una pausa, antes de añadir—: Le conté también algo de Hertfordshire y luego… y luego sobre Kent.

—Ah. —Brougham sacó un volumen, lo apoyó en la estantería y lo abrió al azar—. Entonces ella conoce lo relativo a dama y todo lo demás. —Con la mirada fija en las páginas del libro que comenzó a hojear, Dy preguntó—: ¿Cómo reaccionó?

—Me perdonó —contestó Darcy con sencillez.

—Bueno, tenía que hacerlo, ¿no? —Dy miró a Darcy fugazmente y luego volvió a concentrarse en el examen del libro—. Puesto que es una persona tan religiosa.

Darcy se quedó rígido al oír el tono de su amigo. ¿Qué quería decir con eso?

—Creo que ella me perdonó de verdad —contestó con altivez— y de todo corazón.

—Ya veo. —Dy miró a Darcy con una ceja levantada y esa irritante expresión que le conocía desde la época universitaria y que indicaba que no creía nada de lo que estaba oyendo, o que las palabras de su interlocutor no eran más que basura—. Eso es un gran consuelo… elegir la verdad de cada uno. Vivir en esos términos hace que la vida sea bastante tolerable, ¿no es así? Bueno, al menos durante un tiempo. —Se encogió de hombros—. Hasta que uno se estrella contra la verdad de otra persona que no va en la misma dirección que la de uno.

—¡Mirad quién pretende disertar sobre la naturaleza de la verdad! —repuso Darcy, herido por el descarado escepticismo de su amigo.

—¡Yo sí he leído un poco de filosofía, amigo mío! —protestó Brougham con tono suave, mientras pasaba la página.

—Igual que yo. —La frustración dio paso a la rabia—. Pero yo no me refiero a eso y tú lo sabes perfectamente. Esa farsa tuya, ese deseo de esconder una inteligencia de primer orden tras la máscara de un petimetre con cabeza de chorlito se ha vuelto extremadamente irritante. ¿Qué verdad ocultas ahí, mi querido amigo? —Dy levantó la vista de la página al oír el tono acalorado de Darcy, pero la sonrisa con que recibió el ataque verbal sólo enfureció más a su amigo—. ¡Y anoche en casa de Monmouth! ¡Haciéndote pasar por camarero, por Dios! ¡Cerrando las tabernas en lugar de los taberneros! ¡Y mi puerta! —recordó Darcy de repente—. ¡La cerradura! Puede que estuviera borracho, pero recuerdo lo que pasó con la cerradura.

—Tenía la esperanza de que eso se te hubiera olvidado. —Brougham negó con la cabeza—. ¡Es una lástima! —Puso el libro a un lado y miró a Darcy con aire pensativo—. Pero te prometí una explicación y la tendrás… Algún tipo de explicación, en todo caso. —Levantó una mano para anticiparse a la expresión de disgusto que estaba a punto de brotar de los labios de su amigo—. Te debo una explicación por más de una razón y te voy a decir todo lo que pueda revelarte, por el bien de nuestra amistad y el futuro de nuestra relación. —Suspiró y su rostro adoptó una expresión sombría—. Aunque es un asunto más bien complicado, te lo advierto.

—¡Me lo imagino! —Darcy cruzó los brazos y se recostó contra el borde del escritorio—. ¡Llevas siete años con este juego! —Brougham hizo una mueca de incomodidad, lo que impulsó a Darcy a decir—: Pero, por favor, adelante.

—Todo comenzó a mediados de nuestro último trimestre en la universidad. —Brougham dio media vuelta y se dirigió hacia la ventana para mirar a la calle—. Estábamos compitiendo por el premio de matemáticas, ¿recuerdas?

—Sí —recordó Darcy—. No te vi durante varios días mientras preparábamos nuestros ejercicios.

—Sí, bueno… Yo no estaba trabajando en mi ejercicio; no todo el tiempo. Ni siquiera estaba en Cambridge sino aquí, en Londres.

—¡En Londres!

Su amigo asintió con la cabeza, pero siguió mirando por la ventana.

—Una noche, mientras estaba trabajando en mi tesis, aparecieron en mi habitación unos hombres que me llevaron a una reunión muy privada, a la que no me podía negar a asistir. Aparentemente, mi trabajo acerca de la relación entre las matemáticas y la lingüística había llamado la atención de ciertos funcionarios del gobierno, que querían que aplicara mis teorías a algunos mensajes codificados que habían interceptado aquí en Inglaterra. ¡Siendo joven e impresionable, accedí enseguida! —Brougham se detuvo y se dio la vuelta para mirar a su amigo—. No, ésa no es toda la verdad. Accedí porque era, por fin, la oportunidad de exorcizar un fantasma personal. Jamás te he contado nada sobre mi padre, Darcy. ¿Nunca te has preguntado por qué?

—Claro que sí. —Darcy se incorporó, sorprendido por el giro que había tomado la explicación de Dy e intrigado por ver adónde iba a parar todo aquello—. El hecho de que no usaras tu título, Westmarch, sino que prefirieras usar Brougham, siempre me extrañó. Pero desde muy pronto tú dejaste claro que cualquier cosa que tuviera que ver con tu familia era un asunto privado.

—¡Mi familia! —resopló Brougham—. Sí, supongo que puedes llamarla así. Se dice que mi padre, el conde de Westmarch, era un hombre brillante, y quizá lo haya sido alguna vez. Pero yo no tuve más pruebas de su intelecto que las ingeniosas formas que encontraba para perseguir a mi madre y humillarme a mí. También tenía un temperamento endemoniado, le encantaba pegarle a la gente con su fusta y tenía pasión por el juego. La fortuna que mi madre aportó al matrimonio desapareció rápidamente y, cuando yo nací, él ya no la necesitaba para nada y prefería pastar en otros prados.

—¡Santo Dios, Dy!

Brougham se encogió de hombros.

—Es una historia bastante frecuente en nuestra clase social, Fitz. ¿Entiendes ahora por qué prácticamente te rogué que me invitaras a pasar ese verano con tu familia en Pemberley, después de nuestro primer año? Aunque el conde ya había muerto y yo no tenía nada que temer al ir a casa, ansiaba experimentar la sensación de tener una familia de verdad. ¡Tu padre fue toda una revelación para mí! Me siento honrado por haberlo conocido y confieso que él siempre ha representado mi ideal de lo que debe ser un esposo y un padre.

Darcy asintió con la cabeza para agradecer el elogio. Los dos tragaron saliva y miraron hacia otro lado.

—Perdona el paréntesis. —Brougham rompió el silencio—. Después de la muerte de mi madre, mi padre se quedó en una situación económica desesperada, pues los ingresos que ella recibía de las propiedades de su familia pasaron directamente a mí y mis tíos se aseguraron de que él no pudiera poner las manos sobre ese dinero. Fue entonces cuando se dedicó a conspirar.

—¿A conspirar? —Darcy arrugó la frente—. ¿Con quién?

—¡Con cualquiera! —Brougham levantó las manos—. Cualquiera que tuviera dinero: los franceses, los irlandeses, los prusianos, ¡los mismos piratas, por lo que sé! El castillo de Westmarch se convirtió en el paso obligado de todo el que quisiera eludir la vigilancia del gobierno.

—¡Un traidor! —Darcy no pudo contener la exclamación de condena.

—Sí, un traidor. —El rostro de Dy se endureció—. Y ni siquiera por una buena causa, por un ideal, sino exclusivamente por dinero. Cuando las autoridades por fin lo descubrieron, se disparó un tiro en la cabeza, antes de que pudieran apresarlo. Pero como su suicidio salvó al Ministerio del Interior de enfrentarse a un escándalo, todo se mantuvo en secreto. Dijeron que había tenido un accidente mientras estaba limpiando su pistola o algo así. Pero yo sabía la verdad, Fitz, ¡yo la sabía! —Dio media vuelta, con la cabeza y los hombros rígidos—. Podrás imaginarte, entonces, que esa oferta representó para mí la oportunidad de redimir el honor de mi apellido. Además, descifrar mensajes secretos también era un reto fascinante. Medirse intelectualmente con un enemigo desconocido era muy excitante. Terminé el último año de universidad repartiendo el tiempo entre la preparación de la tesis y mi trabajo para el Ministerio del Interior.

—¡Y aun así lograste ganar varios premios! —Darcy sacudió la cabeza con mortificación.

Brougham lo miró y sonrió.

—Creo que todavía no me has perdonado por eso.

—¡No! —respondió Darcy—. Pero después de esto, ya no puedo envidiarte ni guardarte resentimiento. Sigue —le instó a continuar, para que no se alejara del tema—. Porque todavía no veo qué tiene que ver todo eso con estos últimos siete años, o esas misteriosas estratagemas tuyas.

—Ah, pero ya preparé el escenario, por decirlo de algún modo. —Otra vez volvió a aparecer aquella mirada intensa y concentrada—. Después de valorar el contenido y la complejidad de los mensajes, se hizo evidente que procedían de las clases altas de la sociedad británica y que circulaban entre sus miembros antes de ser enviados a Francia. Cuando las fuerzas de Napoleón se reunieron en Boulogne en el año 1804, con la intención de iniciar una invasión, a los Ministerios del Interior y Exterior les entró el pánico. Los planos de las fortificaciones costeras de Pitt en Sussex y en Kent fueron descubiertos en un paquete que iba con destino a Holanda. Yo mismo los vi y descifré la nota que los acompañaba; una nota muy elegante e ingeniosa, debo añadir. —Brougham sonrió con sarcasmo al recordar.

—¡Bien hecho, Dy, pero el problema seguía latente! —exclamó Darcy, entusiasmado por el relato de su amigo—. ¡Todavía había que atrapar a los traidores!

—¡Exacto! —contestó Brougham—. Pero ¿cómo descubrirlos? Se movían en los círculos más altos de la sociedad. Eran muy inteligentes y posiblemente se trataba de hombres poderosos. ¡Incluso podían formar parte del propio gobierno! Infiltrar a un agente sería inútil, porque nunca sería aceptado y mucho menos lograría ganarse su confianza. Sólo quedaba, entonces…

—¡Tenía que ser uno de ellos! —Darcy miró a su amigo con asombro y un poco de inquietud—. Alguien al que aceptaran sin reparos y que los igualara en astucia e ingenio. ¡Por Dios, Dy! ¿Te convertiste en espía? —Brougham inclinó la cabeza como confirmación—. ¡Todo este tiempo! ¿Con esa pose de petimetre imbécil?

—Desgraciadamente, sí. —Suspiró—. Fue un poco deprimente ver la rapidez con que me aceptaron bajo esa caracterización, pero así es. ¡Por el rey y por el reino, ya sabes!

—¿Pero lograste descubrirlos? —insistió Darcy. ¡Aquello era demasiado increíble! ¡Su mejor amigo era un espía!

—Ah, sí, lo conseguí. —Una mirada de tensión apareció de pronto en el rostro de Brougham. Luego la escondió—. Pero no puedo revelar su nombre ni los de otros que he dejado al descubierto. Otras personas se ocupan de ellos silenciosamente, mientras que el petimetre sigue asistiendo a bailes y partidas de juego y de caza, y juega a ser el bufón de la sociedad. Te aseguro, Fitz, que no creo que te gustara saber las cosas relativas a los de nuestra clase de las que se entera un bufón.

—¿O un criado? —preguntó Darcy en voz baja. Es posible que todo hubiese comenzado como una noble cruzada para redimir el honor de su familia y un excitante desafío para su activo intelecto, pero ahora el juego estaba pasándole factura y podía verlo en cada rasgo de su amigo.

—Sí, cuando no dispongo de las conexiones adecuadas, como aquellas que me permitan entrar en el círculo de fanáticos que rodean a lady Monmouth. A ella no le gusta la gente como yo, es una dama demasiado fiel como para querer rodearse de bufones. ¿Me ofrecerías algo de beber, viejo amigo? —preguntó Dy bruscamente—. ¡Esta confesión me ha dejado seco! ¡Casi envidio tu manera de hacerlo!

—¿Te refieres a emborracharte? —replicó Darcy—. No te lo recomiendo. Además, es posible que digas algo que no debas. —Se dirigió a una vitrina y la abrió para mostrar diferentes licores—. ¿Vino, brandy?

—¡Vino! Cenaremos con tu hermana en pocos momentos y no quisiera que algo más fuerte ofuscara mis sentidos.

Darcy le sirvió una copa y luego guardó la botella. ¡No quería tomar nada hasta la cena!

—¿Y qué hay de tu amistad con los taberneros y tu magnífica habilidad con las cerraduras?

—Gajes del oficio, Fitz. —Brougham casi se bebe todo el vino de un solo sorbo—. En este negocio no es suficiente conocer únicamente a los poderosos. Uno debe perseguir cualquier tipo de traición a través de puertas cerradas, por las calles y dentro incluso de las cañerías. Hay partes de esta hermosa ciudad que no puedes ni imaginar que existen, aunque te jurara por mi honor que es verdad. Pero cloaca o mansión, el hedor siempre es el mismo y pocos son lo que parecen. ¡Yo me estaba empezando a preocupar por ti, viejo amigo!



—¿Por mí? —Darcy se quedó mirando a Brougham, con una mezcla de sorpresa e indignación.

—¡Ah, no había pensado que fueras desleal! ¡Por Dios, hombre, no te alteres tanto! —lo reprendió Brougham—. Pero estaba preocupado por la gente con la que te mezclabas últimamente. ¡Sayre y Trenholme siempre han sido unos individuos muy sospechosos, que nada tienen que ver contigo! Además parecías muy interesado en lady Sylvanie, ahora lady Monmouth, que se ha convertido en una mujer con la que no es muy recomendable relacionarse. Desde tu regreso de Kent, tu conducta se había vuelto tan extraña, sobre todo en relación con la señorita Darcy, que yo no sabía qué pensar. Cuando insististe en aceptar la invitación de Monmouth, temí por tu reputación y traté de desanimarte. —Dy le apuntó con el dedo al corazón—. Pero ignoraste incluso mi «punzante» advertencia.

—Pensé que todo ese despliegue tenía algo que ver con Georgiana —dijo Darcy, sólo parcialmente apaciguado—, que es otro tema sobre el que tenemos que discutir antes de reunirnos con ella.

—¿Tenemos que hacerlo? —Brougham apretó la mandíbula—. Yo preferiría no hablar de eso. —Se tomó el resto del vino.

—Creo que debemos hablar. —Darcy se puso tenso al advertir la reticencia de su amigo—. Tenías mucha razón sobre ella y tus reprimendas estaban más que justificadas. Te doy las gracias por ambas cosas. Veo que últimamente había dejado en tus manos responsabilidades que son sólo mías y que ahora debo pedirte que me devuelvas. —Brougham dio media vuelta de repente y volvió a dirigirse hacia la ventana. Darcy se quedó mirando con desconcierto la silueta de su amigo, recortada contra la luz del atardecer—. ¿Dy?

—¿Tienes idea de la jovencita tan extraordinaria y valiosa que tienes por hermana, Fitz? —Brougham se apoyó sobre el marco de la ventana—. No creo haber encontrado algo igual en ninguna mujer de nuestra clase social, ¡o al menos en ninguna mujer de la cual haya podido estar cerca el personaje que represento para la sociedad! Ella ya posee todas las virtudes que aprecia un hombre inteligente y sensible. ¡No me puedo imaginar cómo será cuando haya llegado a la madurez!

—¡Sólo tiene dieciséis años, Dy! —protestó Darcy, alarmado por la intensidad que percibió en la voz de su amigo—. Y tú me prometiste que…

—¡Que no representaría ningún peligro para ella! —Brougham se volvió hacia Darcy—. Todavía tienes mi palabra, amigo mío. ¡No he jugado ni nunca jugaría con los sentimientos de la señorita Darcy! He hecho un gran esfuerzo para reprimir mis propios sentimientos, ocultándolos tras la existencia de muchos intereses mutuos y una sincera amistad. Por mi honor, Fitz —protestó vigorosamente, al ver que su amigo guardaba silencio—, te juro que he sido extremadamente cuidadoso para que la señorita Darcy me vea principalmente como un amigo. Soy muy consciente de su edad; te ruego que creas que tengo al menos un poco de delicadeza.

—Pero pasarán varios años antes de que considere la posibilidad de entregarla en matrimonio. —Darcy trató de hablar con el tono más severo que pudo—. ¡Y la diferencia de edades, Dy!

—Lo sé, lo sé. —Se rió con tristeza—. Ni yo mismo lo habría creído. ¡La hermanita menor de mi mejor amigo! ¡Qué absurdo! Pero así es, Fitz. Soy lo suficientemente viejo para conocerme y saber qué es el amor. Cuando termine esta maldita guerra, ya sé qué voy a hacer con mi vida y te aseguro que no será seguir haciendo el papel del mayor bufón de Londres. A pesar de estos últimos años, tú me conoces, Fitz. Sabes que voy a venerar a la señorita Darcy por encima de mi propia vida y si algún día no cumplo con tus expectativas, tienes mi permiso para darme una paliza.

Darcy se quedó mirando a su amigo en silencio. No tenía dudas de que Dy hablaba con sinceridad y que cada palabra le salía del corazón, pero la idea de que Brougham amara a Georgiana y quisiera convertirla en su esposa era más de lo que había pensado oír ese día, o cualquier otro.

—Dy…

—Por favor, no hablemos más de esto ahora —lo interrumpió Brougham—. Tal como tú dices, ella es demasiado joven y yo estoy atrapado en esta maraña de intrigas que hace que mi vida no valga ni un centavo. ¡Tú sabes que de esta confesión no va a salir nada! Pero cualquier día aparecerá la noticia en los periódicos. Hasta que la guerra termine, no puedo decirte ni pedirte nada a ti o a la señorita Darcy. Tal vez cuando por fin nos deshagamos de Napoleón, ella tenga edad suficiente para escuchar mi propuesta. Lo dejo a tu criterio, amigo mío, entretanto podrás decidir si me permitirás o no hacerlo. Ahora… —Se enderezó y señaló la puerta—. ¿Vamos a cenar?

—Dy, con toda sinceridad, primero hay algo que debes saber. —Darcy hizo un último intento para disuadir a su amigo de aquella absurda idea de esperar a su hermana.

—¿Sí? —Brougham se detuvo con una mirada burlona—. ¿Hay algún oscuro secreto en la familia Darcy que pueda hacerme desistir?

—¿Oscuro? —Darcy se mordió el labio—. No, pero debes saber que ella… —¿Cómo iba a explicarlo? No había ninguna manera delicada de…

Se oyó un golpecito en la puerta del estudio y Dy adoptó enseguida una actitud cautelosa, que reemplazó a la expresión abierta que había tenido durante todo su relato.

—Adelante —dijo Darcy, observando con fascinación las fases de la transformación de su amigo, que rápidamente sustituyó los rasgos sinceros del hombre que había sido durante la conversación por la actitud de arrogante desdén que caracterizaba al personaje que representaba en público. La metamorfosis se completó en los escasos instantes que transcurrieron mientras un lacayo abría la puerta para dejar paso a Georgiana.

—¡Milord Brougham! —El placer reflejado en sus ojos era auténtico. Bajó los ojos sólo un momento, mientras le hacía una reverencia, y luego se dirigió a Darcy—: ¿Ya has terminado de conversar a puerta cerrada con su señoría, hermano, o debo hacer que vuelvan a llevar la cena a la cocina?

—Ah, ya estábamos terminando, señorita Darcy —intervino lord Brougham—. Ya hemos agotado todos los temas de conversación entre nosotros. Me temo que usted será la responsable de mantener la cordialidad entre ambos durante la cena.

Asumiendo de nuevo su pose con aterradora facilidad, Dy se portó como un excelente invitado y los entretuvo con absurdas anécdotas e historias salpicadas de datos curiosos sobre los grandes y famosos y aquellos que aspiraban a serlo. Darcy se sintió tentado a pensar que su conversación previa había sido sólo un sueño, pues el hombre que estaba sentado a la mesa no se parecía en lo más mínimo al que unos momentos antes le había confesado su verdadero carácter. No obstante, trató de descubrir, observando con atención, cualquier indicio de los lazos que podrían unir algún día a su hermana con su amigo. Tenía que reconocer que Georgiana florecía en presencia de Brougham y era menos reticente en su compañía que cuando estaba entre sus parientes; pero Darcy no pudo detectar ningún sentimiento por él, excepto una agradable amistad. Dy tampoco manifestó ninguna mirada secreta o suspiros significativos. Seguía representando el papel del petimetre que la sociedad creía que era, algunas veces ridículo, pero, con frecuencia, irónico; sin embargo, parecía menos agresivo en su compañía y ocasionalmente desplegaba una gran inteligencia y perspicacia.

Darcy sabía que su amigo cumpliría sus promesas, pero cuando Dy se despidió de Georgiana y llevó a Darcy hasta la puerta con actitud conspiradora, para informarle de que sus «deberes» exigían que se ausentara de la ciudad durante un período de tiempo indefinido, la verdad es que Darcy no sintió ningún pesar.

—Lo que más lamento es no estar aquí para la ceremonia de presentación del retrato de la señorita Darcy —dijo Dy, mientras se ponía el abrigo que un lacayo le sostenía y cogía su sombrero de copa y sus guantes.

—No te vas a perder de nada —contestó Darcy y, al ver la expresión de desconcierto de Brougham, añadió—: He llegado a la conclusión de que Georgiana tiene razón. Sólo la familia y luego lo mandaremos a Pemberley.

—¡Excelente! —exclamó Dy con actitud radiante—. ¡Me parece bien por tu parte, Fitz! Aunque entiendo la insatisfacción de la señorita Darcy con el retrato, espero poder tener el privilegio de verlo algún día adecuadamente colgado en tu galería. —Brougham le tendió la mano y Darcy se la estrechó con fuerza.

—Cuídate, viejo amigo. —Darcy sintió un nudo en la garganta al despedirse, pues el valor del hombre que tenía ante él lo llenó de gratitud y de temor—. Estás metido en un juego muy peligroso y por eso deseo de todo corazón que sobrevivas y no sufras daño alguno.

—Lo haré, Fitz —contestó Dy con la misma emoción—. No puedes imaginarte el alivio que me produce haber hablado honradamente contigo sobre eso… y lo otro. Estaré Dios sabe dónde durante los próximos meses, pero si llegaras a necesitarme envía una nota al sacristán de St. Dunstan's. Él se asegurará de que la reciba.

¿St. Dunstan's? Darcy sintió que algo del pasado parecía vibrar ante la mención de ese nombre. ¿Dónde había oído antes algo sobre St. Dunstan's?

Dy respiró profundamente.

—Entonces hasta luego, amigo mío —dijo, colocándose el sombrero sobre sus rizos bien peinados—. Cuida a la señorita Darcy y piensa en mí. Cuando volvamos a vernos, necesitaré un relato pormenorizado. —Se rió y luego preguntó—: ¿Por qué has puesto esa cara?

—¡St. Dunstan's! ¿Dónde he oído hablar antes de esa parroquia? ¡Ciertamente no frecuento esa parte de Londres!

Brougham se rió de manera provocativa.

—¡Ah, me sorprendería mucho que lo hicieras! ¿Dónde oíste hablar de ella? Me imagino que te cruzaste con ese nombre en las referencias que te suministró la excelente señora Annesley. —Le hizo una seña al lacayo para que abriera la puerta.

—¡La señora Annesley! —Darcy se quedó inmóvil, mirando estúpidamente a su amigo, mientras trataba de recordar el contenido de las cartas de referencia de la mujer.

—St. Dunstan's era la parroquia de Peter Annesley, el difunto marido de la señora Annesley —dijo Dy, mientras Darcy seguía inmóvil por la sorpresa—. Te ruego que no le menciones que conocí a Peter, ni le cuentes nada sobre las notas que envíes allí cuando me necesites. Ella no sabe absolutamente nada de nuestra relación ni de los asuntos en los que estaba envuelto Peter y él quería que eso se mantuviera así.

Darcy asintió con la cabeza.

—¡Por Dios, Dy! Y ahora ¿qué?

—¡El final de esta maldita guerra para derrotar a Napoleón, espero! —contestó de manera sombría—. Debo irme. —Suspiró y le dedicó a su amigo una sonrisa que reflejaba todos los años de aprecio mutuo—. ¡Cuídate, Fitz! —Dio media vuelta y en unos segundos fue devorado por la oscuridad.


Continuará...

10 comentarios:

luzyoshie dijo...

gracias, estuvo interesante el cap ^^

MariCari dijo...

Qué maravilloso relato nos ha regalado su creadora esta tarde, no te parece querida Lady Darcy????
Sí, merece la pena estar aquí sentada frente al ordenador leyendo en lugar de corretear campo a través recogiendo florecillas porque ya es primavera por Extremadura y qué sol!!
Muchas gracias por ofrecer otro pedazo más de esta tarta, digo historia, je, je..

Bss... amiga... cuídate!!!

El Drac dijo...

Me asombro de lo trabajoso que debe ser escribir una nnovela y no perder la trama la hilación de los personajes y la atención del lector. Para mí una tarea imposible que én tus manos parece muy sencilla. Un fuerte abrazo

J.P. Alexander dijo...

Uy estuvo genial a,o a Darcy y me facina Dy . Adoroco mo crece el personaje. Te mando un beso y te me cuidas Lady

Fernando García Pañeda dijo...

Parece que la historia va retomando su pulso con este capítulo, después del innecesario paréntesis anterior, respecto del cual incluso se explican algunas cosas (como esa indigna aparición de Brougham como criado).
Lo bueno es que Fitz va retomando la consciencia (de su lamentable refugio en el brandy) y la conciencia de su penoso comportamiento.
Supongo que es muy propio de los hombres, o al menos de ciertos hombres, colocar en su vida un listón ético o moral muy alto, demasiado alto para alcanzar... y fracasar estrepitosamente en el intento. «se había propuesto ser el mejor hombre posible en todo lo que hacía, que algún día pudiera llegar a ser el hombre que aparecía en el cuadro». Y cuando aparece la persona más importante de su vida y le ofrece de buen carácter todo el ingenio y la vivaz honestidad que la caracterizaban, y que eran lo que lo habían conquistado, cuando esa persona le pide implícitamente que se comporte como ese caballero representado en el retrato que debe (y quiere) ser, no consigue sino mostrarse como lo que nunca querría ser y tratarla con una torpeza vergonzosa y una inexcusable insensibilidad. Qué fatalidad, lograr engañarse a sí mismo totalmente...
Pero al menos empieza a redimirse con algo más de dignidad: «debo implorarte que me perdones porque no he hecho nada para merecer tanta clemencia». Y, lo que es más importante, empieza a darse cuenta de quién es «su semejante, el equivalente que le conviene, su otro yo, exactamente conforme a todo lo que desea su corazón».
Demasiada suerte junta para una sola persona, ¿no opina lo mismo, milady? ¿O quizá fuera justo reconocerle algún pequeño mérito?
Humanamente infinita, mi Señora.

creaciones un zapatito de cristal dijo...

el señor darcy todo un caballero de renombre besitos gaviota en vuelo.

AKASHA BOWMAN dijo...

Ha resultado toda una experiencia descubrir al orgulloso y siempre perfecto señor Darcy caer víctima de sus debilidades. Al fin que es un mortal como otro cualquiera, en posesión de tribulaciones y enfrentándose constantemente a terribles batallas internas que hacen tambalear sus regios cimientos. Cimientos que se volvieron de gelatina desde el día que Lizzie apareciera en su vida para convertirse en su alma gemela, la perfecta horma de su zapato.

Me encanta descubrir cómo Darcy por fin se da cuenta de en qué puntos exactamente de su trato con Elizabeth ha errado, del por qué del desprecio de esta y lo fatídico de sus procederes. Es un punto a favor que en vez de regocijarse en su orgullo (como hubiera hecho antes) sea consciente de sus errores y le conceda razón a la señoria Bennet.

Georgiana es un primor de muchacha, sin duda una señorita más cabal y sensata de lo que Darcy había supuesto. En vez de censurarlo y hacer leña del árbol caído lo perdona sin reparos y mantiene que será siempre su Porcia (genial comparación).

Ojalá Dy acabe en la vida de la señorita Darcy, sin duda es el mejor amigo que un caballero pueda tener y me parece justo que deje de ser el bufón de Londres jejejejjeje

Un capítulo adorable, mi lady amiga, siempre se me hace corto y me quedo con ganas de más. En serio que aprendo mucho de la señora Aidan.

Un beso.

Wendy dijo...

Querida, paso a despedirme, estaré ausente una temporada.
Felices vacaciones y muchos besos.

Unknown dijo...

Lady Darcy muchas gracias por pasarte por mi blog, gracias a MariCari amplio mis horizontes y conozco nuevos blogs como el tuyo el cual visitaré con frecuencia. Me encanta tu nombre y me gusta el románticismo de tu blog. Un abrazo fuerte. Ana.

Patricia. dijo...

Hola Rocely! Qué tal?
Mis obligaciones como nueva mamá me impiden ahora mismo seguir con la secuela... pero espero leerla más adelante porque tengo ganas de ver cómo sigue y acaba todo.
Besos.