domingo, 13 de febrero de 2011

DEBER Y DESEO. Capítulo XII (Final)


 Una novela de Pamela Aidan


Este asunto de las tinieblas



Alarmados por las iracundas palabras de Sayre, los otros caballeros, que se habían reunido a su alrededor, exigieron saber qué ocurría.


—¡Bloquear la entrada! —lord Chelmsford agarró bruscamente del brazo a su sobrino más joven— ¿Qué es esto, Sayre? —Manning se unió a él rápidamente y, vociferando, también exigió ser informado.


—¡No es nada! —Sayre les clavó la mirada y luego siseó—: ¡Las damas, caballeros! ¡Están asustando a las damas! —eso, al menos, era cierto, observó Darcy. Las palabras puente levadizo, bloqueen la entrada y magistrado habían resonado con claridad en el salón, haciendo que las damas se reunieran en un corrillo alrededor de Monmouth y Poole, con los ojos abiertos de miedo y una extraordinaria palidez en sus rostros a pesar del maquillaje.


—¿Qué pasa, Sayre? —preguntó lady Sayre con una voz casi inaudible, mientras avanzaba con paso inseguro hacia su esposo.


—¡No es nada! —repitió Sayre, mientras se zafaba de Chelmsford y Manning para tomar las manos de su esposa— Unos rufianes —admitió, cuando tuvo que enfrentarse a la mirada escrutadora de lady Sayre—, pero los criados ya se encargarán de ellos y he enviado a buscar al magistrado. No hay nada que temer.


Lady Sayre miró con angustia primero a su esposo y luego a Lady Sylvanie.


—¿Por qué? —preguntó con voz quejumbrosa, dejando escapar un sollozo— ¿Por qué esta noche? Usted prometió que sería esta noche.


—Shhh, Letty —Sayre comenzó a llevarla hacia la puerta—. Todo va a estar bien. Debes retirarte… Le daré instrucciones a tu doncella para que te lleve una bebida calmante, pero creo que debes retirarte —ya estaban casi en la puerta, cuando lady Sayre lo agarró del brazo.


—¿Me acompañarás esta noche, Sayre? Más tarde… Aunque me quede dormida. ¡Tienes que venir! ¡Prométemelo!



La respuesta de Sayre fue acallada por el sonido de una puerta que se abría. El rumor de unas instrucciones impartidas a un lacayo fue todo lo que Darcy alcanzó a oír, pero no hizo mucho caso, porque su atención estaba puesta en otra cosa. Después del estallido de lady Sayre, todos los presentes miraron momentáneamente a lady Sylvanie, pero el interés del drama que estaban protagonizando los Sayre volvió a atraerlos. Aprovechando que la atención de todo el mundo estaba sobre la pareja, lady Sylvanie se retiró a la zona de la biblioteca que estaba en penumbra, mientras avanzaba con sigilo hacia la puerta.


¡Va a huir! Darcy estaba seguro y, en consecuencia, decidió actuar, cruzando rápidamente la biblioteca.


—Milady —le dijo con fingida solicitud—, no estará usted tan preocupada por los «rufianes» de Sayre que nos va a dejar, ¿o sí?


—N-no, claro que no —contestó, claramente molesta por la manera en que él había interrumpido sus planes—. Lady Sayre querrá que la acompañe mientras se prepara para descansar. Debo ir con ella.


—No me pareció que su presencia fuese la que ella desearía tener esta noche —dijo Darcy enarcando una ceja.


—¡Le aseguro que sí, señor! —la ira de la dama aumentó— Yo… yo se lo prometí.


—Ah, sí. Ella mencionó una promesa; una promesa que usted le había hecho —los labios de Sylvanie esbozaron una sonrisa de triunfo—. Pero milady, usted también me hizo una promesa a mí, prometió que sería «mi dama» esta noche. Ya tengo el objetivo en el punto de mira, por lo tanto, no puedo permitir que se marche.


—Pero, u-usted no ha entendido bien —lady Sylvanie hizo el esfuerzo de controlar el temblor de la voz, pero Darcy no pudo saber si se debía a la rabia o al miedo.


—¿Acaso algún hombre es capaz de entender? —replicó Darcy con astucia y luego suavizó la voz para insistir—: Vamos, lady Sayre está bajo los cuidados de su doncella y del resto de la servidumbre. Quédese conmigo y cuando haya ganado la espada podrá ir a donde quiera. ¿O ya no tiene fe en su talismán… o en la fuerza de su deseo? —el desafío del caballero pareció atizar el fuego de lady Sylvanie, pero esa llama se enfrentó con una incomodidad que ella no pudo ocultar.


—¡Darcy! —la llamada de Sayre impidió que Darcy siguiera insistiendo. Al girarse hacia el salón, vio que Sayre ya estaba sentado a la mesa—. Estamos listos para comenzar, si eres tan amable —sin poder resistir la atracción del juego o la naturaleza de las apuestas, los otros caballeros habían tranquilizado sus conciencias con el miedo de sus damas y estaban otra vez reunidos alrededor de la mesa, para mirar la partida en primera fila.


—¿Milady? —Darcy le ofreció el brazo de una manera que indicaba que no aceptaría una negativa— Parece que nuestra presencia es requerida con urgencia.


Se obligó a mantener el control para no revelar la fría incertidumbre que le oprimió el pecho al ver que ella vacilaba. Fletcher todavía no había vuelto y si Sylvanie se negaba a acompañarlo, sin duda se evaporaría y se refugiaría en el mismo rincón del castillo en el que se ocultaba su desaparecida dama de compañía. Una fugaz sonrisa fue el único indicio del profundo alivio que sintió cuando la dama puso la mano sobre su brazo.


—Señor Darcy —aceptó ella, pronunciando su nombre con cierta reserva y con la mandíbula apretada. Darcy la condujo a su silla, detrás de él y a su derecha. Le hizo una reverencia y luego se volvió hacia el grupo, hizo un gesto de asentimiento a Sayre y ocupó su sitio. Radiante a la luz de las velas, el sable español reposaba entre los dos, sobre la mesa, envuelto en la funda de seda que lo había protegido durante su viaje por el castillo. Al lado del arma estaba la bolsa de Darcy, prácticamente llena gracias a las ganancias de la noche.


—¿Comenzamos? —Darcy miró a Sayre a los ojos, sintiéndose muy complacido al ver que el otro se intimidaba. El hombre estaba muy nervioso. ¿Cómo no estarlo? Una turba exaltada avanzaba hacia su propiedad; la lealtad de sus empleados era incierta; sus finanzas estaban en bancarrota; sus familiares lo odiaban; sus tierras habían sido el escenario de actos viles y anticristianos; su esposa estaba destrozada en la habitación de arriba; y ahora, una de sus posesiones más valiosas reposaba sobre la mesa de juego. Por un momento, Darcy sintió hacia su oponente un sentimiento de compasión que tendió a suavizar su actitud, pero luego Sayre tomó las cartas y la expresión de codicia que se apoderó de su rostro una vez tuvo en la mano el instrumento de su propia destrucción sirvió de acicate a Darcy. Si Sayre estaba dispuesto a sacrificarlo todo por su pasión, que así fuera. Él guardaría su simpatía para aquellos miembros de la casa que la merecían. Se preguntó durante un instante cuántos de los criados podrían pedirle que se los llevara a Pemberley.


El ruido de la puerta hizo que Darcy levantara la cabeza y con el rabillo del ojo vio, con alivio, que Fletcher regresaba de su «encargo».


—Perdón, señor —dijo, tomando el lugar acostumbrado, a la izquierda de Darcy, y luego añadió—: Discúlpeme, señor, esto parece haberse caído —se agachó y pareció como si recogiera algo del suelo—. Una moneda, señor Darcy, que estaba perdida —Fletcher se levantó y puso una reluciente guinea de oro sobre la mesa—, y Shylock en la puerta. Tendré más cuidado, señor —Darcy asintió, metiendo la moneda en la bolsa.


El mensaje de Fletcher era claro. La multitud se había reunido a causa del niño perdido y no estaba dispuesta a aceptar más que sangre por sangre. Darcy bajó la vista hacia el talismán de lady Sylvanie, que todavía llevaba sujeto a la solapa. No quería tener nada que ver con eso. Cualquiera que fuera el resultado del juego, la dama no debería pensar que había sido gracias a su poder. De manera deliberada, Darcy le dio un tirón al alfiler y el talismán cayó en su mano, al tiempo que se oía un iracundo resoplido de frustración que procedía desde atrás.


—Señora —Darcy se giró y, con una sonrisa fría, desvió el fuego de los furiosos ojos de lady Sylvanie, antes de dejar caer el pedazo de lino entre sus manos. Al mirar nuevamente hacia la mesa, le hizo una señal a Monmouth, que ya estaba listo para echar la moneda a cara y cruz—Cara —dijo, al mismo tiempo que metía su mano, por iniciativa propia, en el bolsillo del chaleco, buscando los hilos de bordar. Bondad y razón.


Darcy ganó el sorteo y tomó el mazo, lo barajó y se lo ofreció a Sayre para que cortara. Una vez cumplida esa formalidad, comenzó a repartir las cartas de tres en tres, hasta que cada uno recibió doce. Dejó a un lado el resto, tomó sus cartas y, tras identificar rápidamente los triunfos, series y palos que tenía, eligió qué cartas iba a descartar, cerró el abanico y miró a Sayre con una ceja levantada.


Al otro lado de la mesa, separado por la bolsa y la espada, Sayre organizó sus cartas en medio del pesado silencio de todos los caballeros que los rodeaban. Se pasó la lengua por los labios resecos, se mordió el labio inferior y luego el superior, antes de anunciar:


—Blancas —tosió y luego volvió a repetir—: B-blancas.


Trenholme soltó un gruñido suave desde el fondo, lo que provocó una orden tajante de su hermano para que «dejara ya de balbucear». Darcy asintió en señal de aceptación y le anotó a Sayre 10 puntos, en compensación por su insólita falta de figuras. Sayre examinó sus cartas con cuidado y, apretando la mandíbula, descartó unas y tomó del mazo otras para reemplazarlas. Una, dos… Darcy no se sorprendió en absoluto al ver que Sayre cambiaba la mitad de la mano y esperó a que dispusiera las nuevas cartas con una mirada de desinterés. Cuando lo hubo hecho, tomó las siguientes dos cartas del mazo y, tal como le correspondía, las miró y volvió a ponerlas, encima. Relajándose un poco, se recostó contra el asiento.


—Darcy —dijo con tono amable, invitándole a hacer lo mismo. Darcy puso sus descartes sobre los de Sayre y tomó tres cartas nuevas del mazo. Tras fijarse rápidamente en su valor, las colocó sobre las otras que tenía en la mano. Enseguida levantó la última carta del mazo, la memorizó y volvió a ponerla sobre la mesa.


—¿Cuál es tu apuesta? —la voz de Darcy atravesó el salón, resonando entre las estanterías vacías.


—Cuarenta y ocho —Sayre lo miró fijamente, después de poner sobre la mesa su combinación de picas. La atención del salón pasó entonces a las cartas que había sobre la mesa junto a Darcy.


—Cincuenta y uno —contestó Darcy, desplegando su combinación de diamantes.


—Gana el cincuenta y uno —dijo Monmouth jadeando—. Caballeros, los dos tenéis cinco puntos —Darcy recogió sus cartas y esperó la siguiente jugada de Sayre.


—Seis cartas, el as es la más alta —anunció Sayre y las desplegó frente a él.


—Una cuarta —anunció Monmouth—. Cuatro puntos para Sayre, para un total de nueve.


—Lo mismo —Darcy desplegó su combinación, para que Sayre la viera. Lord Sayre examinó las cartas con ojo experto y frunció el ceño.


—Nadie gana —informó Monmouth—, pero Darcy tiene una quinta que vale quince puntos, para un total de veinte. ¿Caballeros?


—Un catorce de damas —Sayre lanzó cada reina como si ellas tuvieran la culpa de la deficiencia previa de su juego.


—De jotas —Darcy mostró sus cartas.


—Gana Sayre —Monmouth miró a Darcy con preocupación y anotó 14 puntos más para Sayre—. Veintitrés —más que con aire de triunfo, Sayre sonrió con alivio y enseguida se apresuró a sacar un trío adicional, que le daba tres puntos más—. Entonces son veintiséis —Monmouth contabilizó los puntos de Sayre—. Contra los vein…


Un ruido en la puerta acalló el anuncio de Monmouth y al ver que el viejo mayordomo de Norwycke entraba, Sayre se puso de pie.


—¿Y ahora qué sucede? —rugió, antes de ver con claridad al hombre. Luego exclamó—: ¡Santo Dios! ¿Qué demonios ha sucedido?


Al oír la protesta de Sayre, Darcy se levantó y se puso detrás de la silla, atento a cualquier eventualidad. Buscó a Fletcher y ambos intercambiaron una mirada de alarma, mientras el viejo mayordomo avanzaba hacia el centro del salón. El hombre iba hecho un desastre. La corbata le colgaba deshecha sobre el pecho y tenía torcida la peluca empolvada. Los ojos enrojecidos brillaban atemorizados y, curiosamente, también con tristeza, pensó Darcy.


—Milord… milord —dijo el hombre jadeando.


—¡Sí! ¡Hable! —tronó Sayre.


—¡Yo no puedo, milord! Le he servido a usted, a su padre, a su abuelo… toda mi vida. No puedo traicionar…


—¡Traicionar! ¿Quién me ha traicionado? —estalló Sayre. Su voz se estrelló contra las paredes de la biblioteca, oscilando entre la rabia y el temor. Las damas preguntaron enseguida qué sucedía.


El anciano se tambaleó al ver la rabia de su patrón.


—Los criados, milord. No quieren encargarse de la defensa del castillo. Algunos —dijo y tomó aire—, algunos han dicho que no van a defender la maldad que reina aquí dentro de la justa indignación de los de fuera. ¡Entregue al niño, milord, se lo suplico!


—¡Oh, santo Dios! —gritó Trenholme.


—¿Niño? ¿Qué niño? —rugió Sayre. La pregunta alarmó al resto de los asistentes del salón, que enseguida corrieron hacia el anfitrión, pero Darcy dio media vuelta, pendiente de algo muy distinto.


—¡Fletcher! ¿Dónde está lady Sylvanie?


Mientras todos rodeaban a Sayre con gran alboroto, Darcy y Fletcher examinaron los rincones oscuros en busca de la dama. El caballero notó que, al parecer, algunas de las velas habían sido apagadas, lo que hacía que algunas partes del antiguo e inmenso salón quedaran en la penumbra.


—¡Allí, señor, en la puerta! —la voz de Fletcher fue la señal para salir y, de inmediato, los dos hombres rodearon el grupo de asustados invitados, en dirección hacia la puerta. Tras alcanzarla, salieron a un corredor vacío, iluminado sólo en una dirección por unas cuantas velas de temblorosa y débil luz. ¿Qué camino habría tomado lady Sylvanie?— Señor Darcy, me temo que… —comenzó a decir el ayuda de cámara.


—Sí, se ha ido amparada por las sombras. ¡Vamos! —Darcy se lanzó hacia delante, con Fletcher a su lado, corriendo en medio de una oscuridad cada vez más profunda. Rápidamente llegaron al cruce con otro pasillo, que estaba casi totalmente sumido en tinieblas. ¡Otra decisión!— ¡Escuche! —ordenó Darcy, tratando de acallar su respiración y el latido de la sangre en sus venas. A lo lejos, el ruido de los zapatos de una dama parecía perturbar la aterradora somnolencia que reinaba en el aire— ¡Allí!


—Se dirige a la parte antigua del castillo —el susurro de Fletcher resonó de manera espeluznante, mientras los dos hombres doblaban para seguir aquel sonido amortiguado—. Será totalmente imposible encontrarla si…


—Entonces tendremos que pedir ayuda a la providencia —dijo Darcy por encima del hombro, empezando a caminar a toda prisa por el pasillo, aguzando el oído para seguir los pasos de su presa.


—Ya lo he hecho, señor, y varias veces desde que llegamos a este… lugar.


Como la mayoría de los hombres nacidos en una posición privilegiada, Darcy se había acostumbrado desde muy niño a la presencia de los criados incluso en los lugares más íntimos; como consecuencia, la total ausencia de cualquier miembro de la servidumbre en todo el recorrido a través del castillo le pareció particularmente significativa. El viejo mayordomo había dicho la verdad. De los empleados de Sayre no se podía esperar mucha ayuda, si es que se podía esperar alguna, a la hora de defender Norwycke, y una vez alentados por los del exterior, era muy probable que se unieran a la caza de lady Sylvanie y su dama de compañía. Fletcher y él debían encontrarlas primero, para evitar cualquier tragedia que pudiera recaer para siempre tanto sobre los muros de Norwycke como sobre la conciencia de sus propietarios e invitados.


Al llegar a otra esquina, oyó una puerta que se cerraba con suavidad. Darcy dobló primero, pero fue recibido por una oscuridad infernal que no pudo penetrar. Era evidente que ahora estaban en un sótano.


—¡Una vela! ¿Fletcher, ve usted alguna vela?


—¡Un momento, señor! —Darcy oyó que su ayuda de cámara buscaba algo entre su ropa y pocos instantes después notó que le ponía una vela en la mano—. Sosténgala delante de usted, señor —Darcy estiró el brazo. Nunca en la vida le había gustado tanto oír el chasquido del pedernal para encender la vela.


—¿Ha traído usted una vela? —miró a Fletcher con asombro. La vela creó un vacilante rayo de luz a su alrededor. El ayuda de cámara se limitó a responderle con una sonrisa, antes de que los dos se volvieran para inspeccionar el pasadizo. Al parecer se encontraban en una sección abandonada de los almacenes del castillo, porque hasta donde alcanzaba a iluminar la vela se veía una serie de puertas alineadas en las paredes de piedra. Con la luz en alto, Darcy dio unos cuantos pasos vacilantes, aguzando el oído para percibir cualquier sonido, pero todo estaba en silencio.


—Señor Darcy —dijo Fletcher en voz baja—. ¡Deme la vela! ¡Por favor, señor! —Darcy se volvió enseguida y se la entregó.


—¿Ha descubierto algo?


—Cuando usted avanzó delante de mí, señor, noté… ¡Ahí! ¿Lo ve, señor?


Darcy dirigió la mirada en la dirección que señalaba Fletcher. ¡Huellas! Débilmente marcadas en el polvo que cubría el pasadizo abandonado se veían sus propias huellas, cuando se había adelantado a Fletcher. Y si se podían ver las huellas de él, ¿no se podrían ver también las de lady Sylvanie? Darcy tomó la vela y la acercó al suelo, en busca de cualquier indicio sobre el polvo que no hubiese sido hecho por él mismo. Mientras revisaba el corredor en ambos sentidos transcurrieron algunos minutos preciosos, pero su cuidadosa búsqueda pronto obtuvo recompensa.


—¡Aquí! ¡Fletcher! —gritó con tono triunfal. Luego empujó la manija, con la esperanza de que la puerta no estuviese cerrada por dentro. La maciza puerta giró de manera obediente sobre los silenciosos goznes, abriéndose hacia una estancia que parecía extrañamente brillante en medio de tanta oscuridad. Tanto Darcy como Fletcher parpadearon y entrecerraron los ojos al entrar, y la llama de su pequeña vela pareció desvanecerse entre la luz que ahora los rodeaba.


—¡Darcy! —lady Sylvanie salió de repente de la penumbra, destacada por la luz de las múltiples velas, y avanzó hacia él con una mirada autoritaria— ¡No ha debido seguirme!


Molesto por la continua arrogancia de la dama, a pesar de encontrarse en una situación difícil, el caballero se enderezó y le respondió con la misma actitud.


—Milady, si he debido hacerlo o no ya no tiene importancia —replicó con tono cortante—. Estoy aquí y he venido a advertirle que usted no puede seguir adelante. Sus detestables planes están poniendo en peligro la vida de su hermano, el bienestar de sus invitados y el futuro de los criados de esta casa. ¡Ríndase! Hay una chusma a las mismísimas puertas del castillo. Entrégueme el niño y me encargaré de que usted y su dama de compañía puedan salir de Norwycke sin sufrir daño alguno, y marcharse a donde quieran.


—Usted se encargará… —espetó ella.

 —Tiene mi palabra, pero tiene que estar de acuerdo —Darcy se inclinó hacia ella y la miró con gesto autoritario—. No pienso negociar. ¡Usted ya ha jugado sus cartas y ha perdido!


—Se equivoca usted, si piensa que puede asustarme o despertar en mí algo de compasión por mi hermano, señor —lady Sylvanie hizo un gesto de desprecio—. ¿Qué compasión tuvo él por mí cuando nos envió a mí y a mi madre a pudrirnos entre un montón de mohosas piedras a Irlanda? ¿Acaso le importó que casi nos muriéramos de hambre?  ¿Acaso mi hermano tiembla ante su Dios, cuando piensa en lo que le hizo a la esposa de su padre y a su propia hermana, sangre de su sangre?


—En efecto, Sayre tiene muchas cosas por las cuales responder…


—¡Y responderá! Esta noche iba a tener que rendir cuentas, si usted…


—¿Si yo lo hubiese llevado a la ruina, como usted esperaba? —Darcy se indignó— ¿Y qué más? ¿Se supone que debía proponerle matrimonio a usted después de haber vencido a Sayre?


—Si era mi deseo —contestó ella; los ojos de lady Sylvanie brillaron con insolencia y luego se clavaron en Darcy—. Y todavía puedo desearlo —dio media vuelta con los brazos cruzados sobre su pecho, alejándose—. ¡Tendré mi venganza, Darcy! ¡Veré a Sayre arruinado! —se giró otra vez hacia él y esa fiereza de hada que Darcy había admirado en ella el día que la conoció, brillaba ahora con un fervor sobrenatural— ¡Es una promesa y nadie va a negármela ahora!


El caballero la miró con asombro. El resentimiento de la dama hacia su pasado y su familia era tan profundo, tan imperdonable, que había preferido enfrentarse a todo el mundo. Si lady Sylvanie había sido alguna vez una mujer sensata, su apariencia y sus palabras de ahora demostraron a Darcy que había perdido la razón. Se había convertido en una criatura enferma, que había sufrido tanto que estaba más allá de la reconciliación.


—¿Entonces usted quiere destruir a Sayre y todo lo que lo rodea? ¿Destruir no sólo a los culpables del maltrato que usted recibió sino también a los inocentes?


—¿Acaso usted nunca ha deseado vengarse, Darcy? —lady Sylvanie bajó la voz hasta hablar casi en un susurro. En contra de su voluntad, él se acercó para poder oír sus palabras— ¿Acaso nadie lo ha herido nunca, hasta llegar casi a destruirlo? —Darcy se quedó paralizado, sintiendo un escalofrío que recorría su espalda— ¿Nadie ha tomado lo que para usted era más valioso… —un nombre brilló en la mente de Darcy, excluyendo cualquier otro pensamiento—… para ensuciarlo y rebajarlo más allá de todo reconocimiento o redención?


El caballero sintió brotar súbitamente de su corazón una rabia amarga que casi lo ahoga.


—Sí —continuó ella suavemente, arrastrando las palabras—, usted ha experimentado esa sensación. Y todavía desea vengarse. ¿Cuál es su nombre? —la cara burlona de Wickham, esa sonrisa triunfal, esa mirada sarcástica, se alzaron ante él tal como lo había visto cuando lo descubrió en Ramsgate y luego, otra vez, en Hertfordshire—. ¡Recuérdelo, Darcy! Piense en lo que le hicieron, en lo que le hicieron a sus seres queridos. La traición, el dolor —¡Georgiana! Darcy volvió a ver la sombra apesadumbrada en que se había convertido su dulce e inocente hermana… Wickham. Ese hombre había estado tan cerca, tan increíblemente cerca de destruirlos a todos.


«Él ha tenido la desgracia de perder su amistad». Darcy recordó la acusación que le había lanzado Elizabeth Bennet y la forma en que lo había mirado volvió a golpearlo como un látigo. Se vio a sí mismo esa noche, mudo ante la acusación de ella, perdiendo la última oportunidad de recuperar la buena opinión de la muchacha. ¡Wickham! Darcy sintió que un profundo rugido comenzaba a formarse en su pecho.


—¡Usted ya ha sufrido esa amargura durante mucho tiempo, ha soportado el dolor que le produjo más allá de todo límite! —las palabras de lady Sylvanie lo hicieron acercarse más— La razón no le produce ningún alivio, la lógica tampoco, ellas no tienen poder. Abrace la pasión, Darcy. Abrace «la voluntad inflexible, la sed insaciable de venganza». Y yo podré guiarlo en el camino, ayudarlo, consolarlo.


¡Venganza! La tentación que lady Sylvanie le ofrecía fue creciendo en la mente del caballero y, durante un breve instante, se permitió examinar ese deseo que había nacido en lo más profundo de su corazón desde la primera vez que Wickham lo había avergonzado falsamente ante su padre hasta los meses de sufrimiento de Georgiana.


—Pero el niño, milady —la débil súplica de Fletcher penetró en los exaltados sentidos de Darcy y detuvo el torrente de palabras de lady Sylvanie—. ¡Tenga piedad, querida señora!


Lady Sylvanie vaciló y luego se volvió a mirar al ayuda de cámara.


—El niño no sufrirá ningún daño serio, excepto unos cuantos cabellos arrancados y el hecho de pasar varias noches lejos de su madre. Dentro de poco ya no lo necesitaremos. Antes de que finalice esta semana, Lady Sayre estará convencida de que ha concebido y el niño será devuelto —soltó una carcajada—. ¿Se imagina? ¡Esa tonta! Se creyó mi cuento de que si le daba de mamar al hijo de un campesino y se tomaba unas cuantas hierbas, podría curar la esterilidad de su vientre. ¡Como si yo la fuera a ayudar en contra de mis propios intereses!


—Señora, usted ya no tiene tiempo —Darcy se recuperó por fin del hechizo producido por las palabras de lady Sylvanie—. Sólo le quedan unos cuantos minutos antes de que la chusma a la que su hermano se está enfrentando en este preciso momento descienda hasta este pasadizo en busca de ese niño —avanzó hacia ella, decidido a obligarla a entregarlo—. Le repito, señora, ríndase. Todo ha acabado. Entréguemelo ahora o correrá usted mucho peligro.


 —¿Rendirnos? ¿Cuando estamos a punto de lograr nuestro objetivo? —la voz resonó con fuerza y se estrelló contra las paredes de piedra de la estancia. De repente, se abrió una puerta que estaba en la pared inferior, unos cuantos escalones detrás de lady Sylvanie, y la figura jorobada de su dama de compañía subió las escaleras, con un niño exánime entre los brazos— ¡La hora ha llegado y no necesitamos su débil ayuda! ¡Doyle! —lady Sylvanie contuvo el aliento, mientras la anciana la apartaba a un lado y se enfrentaba a Darcy.


—El señor Darcy ya lo ha descubierto todo, ¿no es verdad, señor Darcy? ¿O fue su criado quien lo hizo? Un hombre inteligente —dijo, soltando una risita—, pero no lo suficiente. Los hombres nunca son inteligentes.


El asombro del caballero ante la audacia de la mujer no fue nada comparado con la perplejidad que sintió cuando la criada deforme pareció crecer ante sus ojos. La forma sobrenatural en que aumentó de tamaño coincidió con un rejuvenecimiento cuando, con una sonrisa de burla que se extendió a toda su cara, la mujer se desató la cofia de viuda y la lanzó lejos. Una melena de pelo negro como la noche, salpicado de mechones grises, se deslizó entonces por sus hombros.


—¡Lady Sayre! —exclamó Fletcher, aterrado al ver la figura alta que se erguía ahora en actitud desafiante frente a ellos.


—Sí, lady Sayre —respondió ella, pero sin quitar los ojos de encima de Darcy—. No esa marioneta a la que mi hijastro le ha dado el título. Han pasado doce largos años y todo se habría solucionado por fin esta noche, si usted hubiera hecho lo que se le dijo, señor Darcy. —Desvió los ojos para mirar a su hija—. Él tiene razón en una cosa, Sylvanie. Debemos marcharnos ahora, pero no nos vamos a ir con las manos vacías, derrotadas. Tendremos nuestra compensación…


Mientras la mujer estaba concentrada en otra cosa, el caballero se movió para tratar de agarrar al niño; pero cuando lo hizo, lady Sayre sacó una pequeña daga de plata repujada y la puso contra la garganta del niño.


—¡Mamá! —gritó lady Sylvanie. Darcy se quedó inmóvil, mirándola a los ojos, alarmado— ¿Qué estás haciendo?


—«Une femme a toujours une vengeance prête, ma petite» —contestó lady Sayre con una carcajada—. ¡Aléjense de la puerta, señores!


Con el rabillo del ojo, Darcy pudo ver que Fletcher estaba caminando alrededor de ellos lentamente.


—¿Qué hará con el niño cuando esté lejos de Norwycke, señora? —preguntó Darcy, tratando de concentrar la atención de la dama sobre él.


—Creo que ya lo sabe, señor Darcy.


—¿Otra visita a la Piedra del Rey? Fue usted, ¿no es cierto? Conejos, gatos, cerdos… —lady Sayre esbozó una sonrisa malévola a medida que el caballero enumeraba sus actividades— Usted fue la persona que yo vi la primera noche, cuando regresaba de la piedra después de hacer su última… —el rostro de Darcy se ensombreció con repugnancia— De hecho, todo ha sido un engaño desde el comienzo. Dígame, ¿el agente que envió Sayre todavía está vivo o está enterrado en algún lugar olvidado en Irlanda?


—Dile que no es así, mamá —lady Sylvanie miró desesperadamente a su madre, pero la mujer no contestó—. El niño no corre ningún peligro —dijo otra vez con convicción, mientras se volvía a mirar a Darcy— y el hombre recibió un soborno. ¡Yo vi el dinero! ¡Está en algún lugar de América!


—¿De verdad, milady? —le preguntó Darcy a lady Sayre con un tono sarcástico— ¿El enviado de Sayre está feliz viviendo en América y el niño estará a salvo?


—¡Díselo, mamá! —los ojos de Sylvanie brillaron con rabia. En ese momento, se oyó el eco de un grito, que resonó en algún lugar encima de ellos.


—La chusma de la aldea ha conseguido entrar en el castillo —observó Darcy con calma—. Lo más probable es que estén recorriendo todos los rincones mientras hablamos. Señora, creo que el tiempo se ha agotado.


—¡Sylvanie, déjanos! —ordenó lady Sayre con los ojos resplandecientes.


—Mamá, no te puedo dejar…


—¡Vete, ahora! ¡Ya sabes adónde! —gritó lady Sayre. Sylvanie dejó escapar un gemido y negó con la cabeza, mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas— ¡Sylvanie, obedece!


—Mamá —dijo la joven sollozando y, dando media vuelta, salió al corredor oscuro dando tumbos. Ellos oyeron sus pasos hasta que se perdieron en medio de la oscuridad.


—Usted la ha destruido y lo sabe —susurró Darcy.


—Usted no sabe nada —espetó lady Sayre, cambiando al niño de brazo. A lo largo de la conversación, el bebé no se había movido. Darcy pensó que seguramente había sido drogado y que eso era una ventaja. Si el niño hubiese pataleado, ahora probablemente estaría muerto—. Usted no sabe lo que es amar a alguien obsesivamente, haberle dado un hijo —continuó—. Haber criado a sus ingratos hijos, soportando con dignidad las afrentas de sus parientes y amigos, sólo para perderlo en un estúpido accidente y por culpa de un médico incompetente —en ese momento Fletcher ya había llegado hasta una mesa llena de velas e hizo ademán de darle la vuelta. Darcy hizo un gesto de asentimiento con la cabeza.


—Y luego Sayre las envió a usted y a su hija a Irlanda, donde durante doce años, usted planeó esta venganza.


—Sí, tal como pensé: un hombre inteligente. A punto estuvo de convertirse en mi yerno. ¡Imagínese! Pero no puedo permanecer más tiempo en su encantadora compañía, señor —la mujer se movió hacia la puerta.


—¡Ahora! —gritó Darcy. Fletcher le dio la vuelta a la mesa con gran estruendo, mientras Darcy acortaba de un salto la distancia que lo separaba de lady Sayre y le sujetaba la mano con la que sostenía la daga. Fletcher corrió enseguida junto a ellos y, después de varios intentos, logró arrebatarle el niño a la mujer. La dama lanzó un grito de furia y, por un fugaz instante, Darcy se sintió incapaz de ejercer más fuerza sobre ella, por temor a hacerle daño. Pero finalmente presionó un poco más su brazo, hasta que ella dejó caer la daga al suelo, con un grito de dolor.


—Perdóneme, milady —Darcy disminuyó la presión, pero no la soltó. Al oír más gritos y el sonido de pasos en el exterior de la estancia, los tres se giraron a mirar hacia la puerta. El primero en aparecer fue Trenholme, seguido de Sayre y Poole.


—¡Oh, santo Dios! —Trenholme casi se cae al tratar de entrar a la habitación— ¡Lady Sayre!


—¿Qué sucede? —preguntó Sayre, apartando hacia un lado a su hermano— ¡Darcy! ¿Qué estás…? ¡Oh! —a Sayre casi se le salen los ojos de las órbitas al ver el rostro de su madrastra— ¡Pero si usted está muerta! La carta… ¡decía que usted estaba muerta! —graznó.


—Y lo estoy, Sayre. Estoy muerta y he vuelto para atormentarte —lady Sayre se rió con crueldad y luego comenzó a recitar una retahíla de maldiciones que hicieron que Sayre y su hermano palidecieran de terror. Se oyeron más pasos y Monmouth asomó la cabeza.


—¿Lady Sylvanie? —preguntó, mirando a lady Sayre totalmente confundido.


—Su madre —explicó Poole.


—¿Madre? Eso no puede ser posible, Poole. ¡La madre está muerta! Aunque se parece muchísimo. Una prima, tal vez.


—Tris —dijo Darcy, interrumpiendo las especulaciones de Monmouth—. Lady Sylvanie se fue por el corredor. ¿Podrías encontrarla y traerla de vuelta? —Monmouth se rió y le hizo una inclinación, antes de emprender la nueva búsqueda. Darcy miró por encima del hombro de lady Sayre a su hijastro mayor— Los campesinos, ¿qué ha sucedido?


Sayre miró a Darcy con desconcierto, como si estuviera soñando, pero Poole se adelantó.


—Los detuvimos en el puente levadizo. Les mostramos nuestras pistolas y algunos de los mosquetes de Sayre. Eso los detendrá hasta que llegue el magistrado con sus guardias —hizo una seña hacia Fletcher, que todavía tenía en sus brazos al niño inconsciente—. ¿Ése es el chico que buscan?


—Ése es el niño, sí. Fletcher, será mejor que se ocupe de devolverles el niño a sus padres —ordenó Darcy con tono autoritario—. Pero tenga cuidado. Tal vez sería mejor escribirle primero una nota al magistrado.


—Sí, señor Darcy —Fletcher inclinó la cabeza y, con un suspiro de cansancio, se abrió camino a través de las personas que llenaban la habitación.


—¡Sayre! —Darcy se dirigió a su anfitrión con voz enérgica— ¿Qué quieres hacer con lady Sayre? ¡Sayre! ¿Me oyes?


—¿Hacer? —Sayre siguió encogiéndose ante la figura de su madrastra, que no cesaba de balbucear mientras lo miraba fijamente con odio— ¿Hacer? —repitió con voz débil.






* * * * * *






—¿Y entonces qué dijo ese pomposo idiota? Siempre dije que era mucho ruido y pocas nueces.


El coronel Fitzwilliam se tomó el último sorbo de brandy y colocó el vaso sobre la chimenea del estudio de su primo. Darcy había regresado de Oxfordshire hacía una semana, pero algunas obligaciones militares habían impedido que su primo acudiera a visitarlo a Erewile House. Sin embargo, eso no había tenido mucha importancia. Hasta aquel día, Darcy se había sentido incapaz de contar la historia. Había logrado resistir incluso las sutiles preguntas de Dy, lo que provocó que su amigo sacudiera la cabeza y afirmara de manera tajante que Darcy era «la persona más antipática» que conocía, por negarse a contarle lo que debía ser «el escándalo más delicioso de la temporada». Incluso después de una semana, Darcy sólo se atrevía a contar el asunto con cierta reserva. Georgiana tampoco lo había atormentado pidiéndole que le hiciera un relato de su visita. Con sólo mirarlo a la cara el día de su regreso, desistió de hacerlo y en lugar de eso ordenó que le llevaran a su estudio una gran cantidad de té y bizcochos. Luego procedió a hacer que él se sintiera lo más cómodo posible y le sirvió un dulce tras otro, mientras le acariciaba el brazo y le contaba con voz suave todas las actividades que había desarrollado durante su ausencia. Darcy casi se queda dormido en su hombro.


—¿Sayre? Ni Sayre ni Trenholme fueron de ninguna ayuda; estaban tan impactados, o se sentían tan culpables, no sé cuál de los dos cosas, que se quedaron sin palabras. Así que llevamos a lady Sayre arriba, a la parte del castillo habitada, donde nos encontramos con Chelmsford y Manning, que estaban armados, cada uno con una pistola. ¡Había que tomar una decisión, pero te juro que nunca había visto semejante colección de idiotas! Finalmente Manning se impacientó y declaró que no le importaba si la mujer era lady Sayre o no, pero que enviaría a la aldea a buscar al magistrado para que se la llevara bajo custodia, y que deseaba verla en el infierno o en Newgate, lo que llegara primero, por lo que había hecho.


Richard soltó un silbido.


—Manning siempre fue un canalla, aunque haya sido él quien te advirtió lo que pasaba —Darcy levantó su propio brandy mostrándose de acuerdo y le dio otro sorbo. Eso le dio una excelente excusa para hacer una pausa en su historia. Lo que venía después le resultaría difícil. Su primo le permitió esos momentos de silencio, mientras se distraía atizando el fuego en la chimenea. ¿Lo habría prevenido Georgiana antes de subir? Era probable. Darcy abrió la boca para comenzar, pero no encontró las palabras adecuadas. Richard notó su vacilación y, suspirando al verlo, preguntó en voz baja—: ¿Qué sucedió después, Fitz?


—Cuando lady Sayre vio que Manning estaba convenciendo a los demás para que tomaran una decisión, estalló en un horrible ataque de ira. Fue la cosa más diabólica que he visto en la vida, Richard. Se contorsionaba y se movía de tal forma que después de darme un terrible pisotón, logró soltarse.


—Eso era lo que necesitaba —dijo Richard.


Darcy apretó los labios, asintiendo con la cabeza.


—Así es. Se abalanzó sobre Manning. Pensé que intentaría golpearlo, pero en lugar de eso fue directamente hacia la pistola que él se había metido en el cinto. En un instante, la tenía lista y apuntó hacia el salón. Manning gritó que tenía un gatillo muy sensible y tengo que confesar que yo también corrí a refugiarme, al igual que el resto.


—Era lo único razonable que se podía hacer —aprobó Richard.


—Sí… bueno. —Darcy tragó saliva y miró con gesto pensativo el líquido ámbar que todavía quedaba en su vaso. Luego se lo bebió de un solo trago—. Ella se rió de nosotros, se rió y nos maldijo. Tan pronto como oímos sus pasos alejándose por el pasillo, salimos en su persecución. No habíamos llegado muy lejos, cuando oímos un disparo. Resonó una y otra vez… el eco parecía interminable.


—¡Oh, Fitz! —Richard contrajo el rostro con consternación.


—La encontramos en la galería, frente al gran retrato de ella, Sayre y Sylvanie.


—¡Oh, por Dios, Fitz! ¡Debe haber sido horrible! —Richard le puso una mano sobre el hombro— ¿Y qué pasó con lady Sylvanie? —preguntó, tratando, evidentemente, de hacer que los pensamientos de Darcy se alejaran de la imagen que sus palabras habían evocado.


—Ninguno de nosotros vio a Monmouth cuando regresó de su persecución. Pero al día siguiente supimos que se había marchado durante la noche, con su equipaje y su carruaje.


—¿Traición? —preguntó Richard.


—En cierta forma —Darcy señaló el periódico que reposaba sobre su escritorio. Richard avanzó hacia él y lo levantó.


—¿Qué debo buscar?


—Los anuncios. Tercera columna, séptima de arriba hacia abajo.


Su primo leyó: «Lord Tristram Penniston, vizconde de Monmouth, agradece los mensajes de felicitación de sus amigos con ocasión de su matrimonio con lady Sylvanie Trenholme, hermana de lord Carroll Trenholme, marqués de Sayre, del castillo de Norwycke, en Oxfordshire».


Richard miró a Darcy con asombro:


—¿Se casó con ella?


—Ella puede ser muy persuasiva —explicó Darcy—. Muy persuasiva.


—Ya veo —respondió Richard de manera escéptica. El reloj de la chimenea dio las diez y al oír la última campanada, el coronel miró por la ventana hacia la noche y luego se dirigió de nuevo a su primo—. Está nevando otra vez. Debo irme, si quiero presentarme a los servicios religiosos mañana. Mi madre —dijo con tono obediente, al ver la mirada de incredulidad de Darcy— me ordenó acompañarla a ella y a mi padre a St.… mañana, o si no me sacará los ojos. Te veré allí, supongo.


Darcy negó lentamente con la cabeza.


—No, tengo cosas… —dejó la frase sin terminar; luego dijo—: No, no voy a ir. ¿Me harías el favor de acompañar a Georgiana en mi lugar? —su primo lo miró con un gesto de sorpresa, pero se abstuvo de hacer más comentarios.


—¡Claro! ¡Encantado, Fitz! —avanzó hacia la puerta y recogió en el camino su chaqueta y su sombrero, dio media vuelta y añadió—: Lo olvidarás con el tiempo, ya verás. Te aseguro que cuando vayamos a visitar a lady Catherine no será más que un mal sueño. Trata de no pensar mucho en eso, amigo —concluyó con sinceridad y salió.


Darcy hizo una mueca mientras daba media vuelta y regresaba a la chimenea, donde se sirvió otro brandy. El consejo de Richard sería razonable si él se sintiese culpable, o todavía lo impresionara el suicidio de lady Sayre. Pero aunque había sido terrible, no sentía ninguna de esas dos cosas. Él había hecho todo lo que era humanamente posible para descubrir y evitar lo que había sucedido en Norwycke. No, lo que lo mortificaba no era el inmenso deseo de venganza que había provocado los acontecimientos del castillo de Norwycke, sino el deseo que había sentido en su propio interior durante esos breves momentos en que había estado bajo el hechizo de lady Sylvanie. Rogaba a Dios que no fuera así, que el deseo que había visto en el fondo de su alma no fuera auténtico; sin embargo, no conseguía una completa tranquilidad.


Se sentó en el diván, estiró las piernas y se quedó mirando el fuego. Al oír un golpeteo, levantó la cabeza. Ese sonido, seguido de un ruido en el pomo de la puerta, le advirtió de la identidad de su visitante. Poco después, Trafalgar estaba reclamando sus derechos sobre el diván. Darcy estiró la mano para acariciar las orejas del perro.


—¿A qué debo esta visita, monstruo? ¿Te encuentras otra vez metido en problemas? —Trafalgar se limitó a bostezar y a parpadear, antes de apoyar la cabeza sobre las piernas de su amo— Tienes la conciencia tranquila, ¿no es así?


Acarició la cabeza del perro y luego se detuvo. Cambiando un poco de postura, buscó en el bolsillo de su chaleco y sacó los hilos de bordar. Los sostuvo por el nudo y los agitó hasta que las hebras se separaron; luego los levantó lentamente y se quedó observándolos en silencio, mientras los colores danzaban a la luz del fuego.

FIN

13 comentarios:

MariCari dijo...

ohhhhhh!!!! ¡¡Qué belleza de relato!!!
Que bonito, qué bonito... Pero dime preciosa... ¿No te ha llegado la continuidad de la historia? Tras acariciar esos hilitos... no habrá un viaje de ensoñación, romance, amor...je, je..

Mira que haber puesto fin en el día de San Valentín sin un ramo de rosas rojas a la vista!!! No es justo, nuestro Darcy debe hacer un viaje a saludar a cierta damita.... je, je...

Ha sido un placer que nos hayas relatado la novela de esta excepcional autora, Pamela Aidan, maravillosamente presentada en tu bello y precioso Blog...
Muchas gracias... lo he disfrutado tanto que casi ha rayado en vicio... casto, por supuesto.
Bss, muchos besos y ¡¡¡FELIZ SAN VALENTÍN!!

J.P. Alexander dijo...

Me encnato el suspenso del relato, hastapena medio de la vibora. Me encnato esta historia da un neva fase de Darcy. Estoy ansiosa por leer el otro libro. Te mando un beso Lady y te deseo un lindo dia de la de san valentin .

anabel dijo...

oohhh!!! gracias por traernos esta continuacion, espero pronto nos deleites con la tercera parte!!!...

por lo pronto un abrazo a todos y feliz dia de San Valentin

Fernando García Pañeda dijo...

«Con sólo mirarlo a la cara el día de su regreso, ordenó que le llevaran a su estudio una gran cantidad de té y bizcochos. Luego procedió a hacer que él se sintiera lo más cómodo posible y le sirvió un dulce tras otro».
Eso sí que es saber tratar a un hermano... o a un hombre en general.
Algunos compensamos la falta de inteligencia con dulzura (¿o empalago?).
Feliz día de San Valentín, milady. Es precioso compartirlo. Como otros muchos.

princesa jazmin dijo...

Excelente final!debo decir que todo el segundo tomo de esta trilogía me tenía de sorpresa en sorpresa, por tratarse del tiempo que Darcy estuvo lejos de los ojos de quienes seguimos la historia de Orgullo y Prejuicio.
Espero con terribles ansias la última parte, tantas cosas tienen que pasar y todas emocionantes.
Gracias de nuevo por tu consideración y bondad, y espero estés pasando de lujo tus merecidas vacaciones.
Feliz día de San Valentín!(ya pasó un poquito pero bueno, vale igual)
Un abrazo!
Jazmín.

Anónimo dijo...

Muchas, muchas gracias! Por todo el trabajo que te tomaste y por compartir esta novela con todos nosotros

Wendy dijo...

Hola My Lady,
¿es el final de la novela? ¿se reduce a la visita de Darcy al castillo de Sayre? lo que está claro es que ha sido una visita de lo más entretenida e interesante, que de cosas han pasado.
Me sorprendió q a pesar de que la multitud estuviese acercndose al catillo, Sayre estuviese dispuesto a continuar con el juego, muy desesperada es su situación economica y le ha llevado a actuar en contra de cualquier norma de prudencia y decoro.
Por otro lado Darcy ha mantenido el control de la situación permaneciendo pendiente de Lady Sylvanie e impidiendole la fuga.
Menuda sorpresa la aparición de Lady Sayre al final, en su sed de venganza hacía la familia ha puesto en peligro la vida de su hija, la suya propia y sobre todo la de un niño inocente. Ya veo que la brujería estaba vigente, también, en aquella época. No dudo de que Lady Sayre y su hija hayan sufrido mucho por la forma en que fueron tratadas pero no justifica que se hayan comportado de la forma en que lo han hecho.
Trepidante acción la ue nos ha proporcionado este capitulo tan interesante.
Besos guapa y disfruta cuandto puedas del sol y del mar.
Muchos besos.

Patricia. dijo...

Lady Darcy, gracias por ofrecernos el final.
Fue un tanto esperado, aunque no me esperaba para nada que la criada resultara Lady Sayre.
Me ha agradado leer esta segunda parte, para mí estuvo mejor la primera. Ya veremos qué tal la tercera, dicen que también mejora.
Sea como sea la historia, (por cierto, con algunos tintes detectivescos a lo Sherlock Holmes) no deja se der agradable imaginarse una y otra vez a nuestro apuesto e inteligente caballero, Mr Darcy.
Un beso.

César dijo...

Saludos Lady Darcy, espero que todo en tu vida vaya bien. Veo que ha llegado el final de la novela, me pregunto qué vendrá ahora en tu siempre entretenido blog =).

Hasta pronto y espero saber alg de ti en estos días.

Anónimo dijo...

Durante mis vacaciones esperaba con ansia cada semana que subieras al blog un nuevo capitulo. Cada vez que terminaba uno; ya queria continuar con el siguiente! Te agradesco mucho el tiempo y esfuerzo que le dedicaste a subir un capitulo para todas estas fans de las buenas historias romanticas de epoca. Encontre el primer libro por accidente y me encanto, tu nos diste la continuacion y ahora ya voy en el trecero, leanlo chicas!! Es igual, o me atreveria a decir mejor que el segundo. Cuidence y si saben de alguna historia nueva, les agradeceria que me contaran ^^

Rocio M dijo...

Muy buen blog!! y tu esfuerzo es admirable, te felicito!!!

Anónimo dijo...

Tengo el último libro de la trilogía traducido, por si te interesa.
Pero necesito un mail!!!

J.P. Alexander dijo...

Hola nena solo pasaba a saludarte