domingo, 6 de febrero de 2011

DEBER Y DESEO. Capítulo XI

Una novela de Pamela Aidan


La apuesta de un caballero




Darcy acabó el contenido del vaso y se dio la vuelta al mismo tiempo que Poole se le acercaba a pedirle que formara la cuarta pareja con lady Beatrice. Después de colocar el vaso sobre una bandeja, atravesó el salón hasta el lado de las damas y le ofreció su mano a la señora, tratando de hablar lo menos posible. Lady Beatrice recibió los parcos cumplidos de Darcy con simpatía y enseguida tomaron su puesto en el baile. Como el caballero esperaba, los acordes de otra danza popular comenzaron a sonar. Buscó a Sylvanie con la mirada, pero ella no estaba entre los que estaban bailando.


—Ha salido, señor Darcy —Lady Beatrice se volvió hacia él durante la inclinación inicial, con una sonrisa traviesa—. Lady Sylvanie y su criada se fueron poco después de terminar su baile, por si le interesa saberlo —Darcy sintió un rubor que le subía hasta el endemoniado nudo de Fletcher.


—¿En serio?—contestó con indiferencia, ignorando las sugerentes miradas de la dama.


Lady Sylvanie regresó al cabo de un rato, después de haber sido anunciado el último baile de la noche, aunque sin su dama de compañía. Darcy la miró con el rabillo del ojo, mientras hacía girar a la señorita Farnsworth con la mano levantada. Cuando sonó el último compás, le hizo una apresurada inclinación a su pareja, pero lady Sylvanie ya había posado sus ojos en Sayre. Con la barbilla levantada, lo abordó mientras estaba conversando con lord Chelmsford y se lo llevó aparte. Aunque estaba demasiado lejos de ellos para alcanzar a oír lo que decían, Darcy vio claramente el efecto de las palabras de la dama. Sayre adoptó primero una expresión cautelosa y luego de disgusto. Miró alrededor del salón con inquietud, mientras su hermanastra seguía hablando. De repente, algo que ella dijo llamó su atención. Se puso pálido. Le lanzó una rápida mirada a Darcy y volvió a concentrarse en ella, al tiempo que se inclinaba para susurrarle algo. Lady Sylvanie asintió con la cabeza y el color regresó a la cara de Sayre. Él asintió rápidamente como respuesta y cada uno se retiró a un extremo diferente del salón.


Darcy estaba seguro de que la conversación tenía que ver con la espada. La dama le había exigido a su hermano que la pusiera sobre la mesa y la jugara y, según parecía, había ganado el pulso. Pero, para su sorpresa, la preciada arma no tenía nada que ver con el anuncio que Sayre les hizo enseguida a todos los asistentes.


—¡Caballeros, caballeros! —tronó, haciéndose oír sobre el murmullo de conversaciones— ¡Y damas! —el salón quedó en silencio— Se me ha informado de que el baile ha gustado tanto a las damas que están convencidas de que la velada no debe terminarse todavía. Me han propuesto que esta noche, si así lo desean, las damas más intrépidas sean invitadas a observar a los caballeros mientras nos enfrentamos a nuestra batalla nocturna con la suerte.


Al igual que el resto de los caballeros, Darcy, que no salía de su asombro, guardó silencio ante semejante propuesta. ¿Damas presentes durante una noche de juego? Él había oído rumores sobre ese tipo de reuniones entre los amigos cercanos a su alteza real, pero ¿qué era aquello? En contraste con la actitud de los caballeros, las damas más jóvenes parecían muy entusiasmadas con la idea y fue su entusiasmo lo que sacó a los caballeros de su sorpresa, arrancándoles una aprobación primero vacilante y después definitiva.


—¡Sayre! —gritó Monmouth por encima del murmullo— Yo propongo que tu metáfora sea llevada a la realidad y que «batallemos» ¡por el honor de la dama de cada caballero! —miró con una sonrisa maliciosa hacia el grupo tembloroso envuelto en sedas y agregó—: Desde luego, cada dama debe obsequiar a su paladín con algo que pueda llevar al campo, algo íntimo y personal que lo anime, una especie de amuleto que le dé suerte en la mesa —el clamor que surgió de entre las damas estaba teñido de un delicioso sentimiento de escándalo e inmediatamente todas comenzaron una frenética búsqueda de cintas, encajes o incluso pañuelos que llevaran encima y que pudieran ser adecuados para cumplir el requerimiento de lord Monmouth.


En ese momento, lady Sylvanie se acercó a Darcy, con una sonrisa de desdén que lo invitaba a reírse junto a ella de los aspavientos y poses de las otras. Sin decir ni una palabra, sacó de su corpiño un pedazo de lino blanco enrollado, atado con una tira de cuero y, tomando un alfiler que tenía escondido en el vestido para ese propósito, le puso el rollito de tela en la solapa, directamente encima del corazón.


—¿Qué es esto, señora? —preguntó Darcy en voz baja, mientras recordaba haberla visto cuando se lo metía entre el corpiño.


—Mi amuleto, mi caballero. ¿Acaso no estaba usted prestando atención? —dijo ella con tono burlón. Darcy sintió un estremecimiento involuntario. A pesar de todas las sospechas que tenía sobre ella, el hecho de tenerla tan cerca y ese íntimo contacto todavía eran difíciles de resistir.


—Pero usted no podía saber que Monmouth iba a hacer esa sugerencia y este «amuleto» no es algo que acabe de hacer ahora.


—No, no lo «acabo» de hacer, tiene usted razón —lady Sylvanie sonrió, mientras se aseguraba de que el amuleto estuviese firmemente sujeto al pecho de Darcy—. Pero es mucho más valioso que las fruslerías que todos están intercambiando en este momento. Fíjese, todo el mundo cree en la suerte. Sólo es cuestión de grado… o de capacidad de arriesgarse.


—¿Puedo arriesgarme a preguntar qué contiene? —replicó Darcy, ocultando su incomodidad tras una demostración de ingenio. Teniendo en cuenta lo que sospechaba de ella, las posibilidades eran repugnantes.


—Un poco de esto y de aquello —respondió de manera despreocupada. Luego clavó en él sus profundos ojos grises y añadió—: No nos fallará. Más tarde, cuando todo haya acabado y estemos en privado, se lo mostraré.


Sayre los llamó a todos al orden y pidió a los caballeros que llevaran a sus damas hasta la biblioteca. Las entusiasmadas parejas tomaron sus puestos y pronto se vio qué damas se habían arriesgado a aceptar la invitación. Darcy no se sorprendió lo más mínimo al ver a lady Felicia del brazo de Manning, y tampoco al enterarse de que la señorita Avery iba a retirarse por orden de su hermano. Lady Chelmsford también declinó aquella invitación a introducirse en los misterios de la mesa de juego, pues dijo que estaba demasiado fatigada para comenzar un nuevo entretenimiento. La señorita Farnsworth había concedido su favor a Poole, la mano de lady Beatrice descansaba en el brazo de Monmouth y lady Sayre estaba al lado de su esposo. En opinión de Darcy, ella parecía un poco inquieta y se imaginó que la intervención de Sylvanie en la planificación de las actividades de la velada no había sido muy bien recibida.


Sayre y su esposa se pusieron a la cabeza de la fila y todo el grupo se dirigió hasta la biblioteca detrás de ellos. Darcy levantó la cabeza a modo de silenciosa invitación hacia lady Sylvanie y le ofreció el brazo. La dama lo aceptó con la misma cortesía y los dos ocuparon su lugar. La magnífica procesión comenzó a avanzar con la ayuda de una sola lámpara que llevaba en alto un criado para iluminar el camino a través de los oscuros corredores. Aparte de los dos sirvientes que abrieron las puertas de la biblioteca, Darcy no vio a nadie más.


La biblioteca también se había transformado. Las estanterías vacías servían ahora de sostén a numerosas velas, el fuego chisporroteaba en la chimenea y alrededor del salón habían dispuesto mesas y sillas para las damas. La mesa que había a un lado, que normalmente sólo contenía bebidas fuertes, ostentaba ahora licores más suaves, de los que les gustaban a las damas, así como los más fuertes que necesitaban los hombres. También se habían añadido varias bandejas con pan y carnes frías, además de ensalada de pollo y frutas, que competían con las botellas amarillas y verdes para atraer la atención de los asistentes. Pero lo más llamativo era la forma en que habían dispuesto la mesa de juego. Ocupaba el centro del salón, y todo lo demás estaba organizado alrededor en círculos concéntricos. Los asientos de los caballeros ya estaban preparados y en cada sitio había una tarjeta. Un rápido examen confirmó las sospechas de Darcy. La tarjeta con su nombre estaba en un lugar que miraba hacia la ventana más cercana. Se giró hacia la mujer que llevaba del brazo, que le devolvió una sonrisa. Pero mientras Darcy asentía para mostrar que había entendido, de repente, la sonrisa desapareció del rostro de lady Sylvanie y la mano que reposaba sobre el brazo del caballero sufrió un estremecimiento. La dama miraba fijamente algo que estaba detrás del caballero.


—Buenas noches, señor… milady —la voz de Fletcher llegó desde la espalda de su patrón.


¡Gracias a Dios! Darcy exhaló con fuerza, intentando que la tensión causada por la velada cediese un poco. Luego se giró para saludar a su fiel aliado.


—¿Fletcher?


—Señor Darcy —Fletcher hizo una pronunciada reverencia—. Todo está listo, señor —se levantó y sus ojos se cruzaron brevemente con los de su patrón, antes de agregar con un tono revelador—: Yo mismo me he encargado de todo.


Darcy comprendió perfectamente lo que su ayuda de cámara quería decirle. Aquello significaba que había examinado las mesas y las sillas en busca de compartimentos ocultos y se había asegurado de que los mazos de cartas que reposaban en las cajas estuviesen debidamente sellados.


—Muy bien —Darcy asintió con la cabeza.


—¿Puedo prepararle un plato con algo de comer, señor? ¿O a la señora? —la mirada de Fletcher pasó de manera impasible de Darcy a lady Sylvanie— ¿Una copa de vino, tal vez?


—¿Milady? —preguntó Darcy, bajando la vista para mirar el rostro de Sylvanie.


La dama tenía los ojos entrecerrados y miraba a Fletcher con odio, mientras su mano seguía firmemente agarrada del brazo de Darcy. Ni en el rostro ni en la actitud de Fletcher apareció indicio alguno de que se diera cuenta de la animadversión de la dama. Y tampoco se mostró amedrentado ni renunció a su propósito, porque se quedó inmóvil, esperando una respuesta, en medio de un silencio respetuoso e indiferente.


La tensión de la dama pareció disminuir y, después de lanzarle una mirada fugaz a Darcy, contestó:


—Una copa de vino es todo lo que necesitaré durante la velada.


—Muy bien, milady —Fletcher se dirigió a su patrón—: Señor, lord Sayre ha ordenado abrir una botella que ha despertado cierto interés entre los caballeros. ¿Le gustaría examinarla antes de que le sirva un vaso? —aunque Fletcher todavía mantenía la expresión de amable desinterés con que se había dirigido a lady Sylvanie, Darcy no necesitó otra señal, a pesar de que los dos eran nuevos en esta clase de juego.


—Milady —le dijo Darcy, solícito, a lady Sylvanie—, ¿puedo acompañarla a su silla antes de ir a ver esa famosa botella?


—Por supuesto —respondió ella con suavidad y señaló una silla que estaba detrás y a la derecha de la que le había sido asignada a él en la mesa—. Aquí estaré muy cómoda. Los dos lo estaremos, ya verá usted —lady Sylvanie acarició suavemente el amuleto que le había puesto a Darcy en el pecho y luego, con una sonrisa discreta, le permitió acompañarla hasta su sitio. El caballero contuvo el escalofrío que le produjo el carácter conspirador y complaciente de las palabras de la dama, la ayudó a sentarse y luego se dirigió directamente hacia donde estaba Fletcher, junto a la mesa.


—¿Sí? —siseó, agarrando la botella que Fletcher le entregó y fingiendo contemplar atentamente la etiqueta.


—Algo está pasando, señor. La vieja tiene a todo el mundo alborotado con los preparativos para este juego. ¿No es poco habitual que las damas estén presentes, señor?


—Sí, al menos en lo que respecta a mi experiencia. Aunque he oído… Pero eso no viene al caso. ¿Dice usted que los criados están alterados?


—Sí, señor Darcy, pero no sólo debido al repentino cambio de planes. Hace algunas horas dejó de nevar y finalmente pudieron regresar al castillo algunos criados que se habían quedado atrapados en Chipping Norton, debido a la tormenta. Y lo que tiene a toda la servidumbre en estado de agitación es el rumor que ellos contaron, señor —Fletcher hizo una pausa y sus ojos se posaron en el amuleto de lady Sylvanie—. ¿Qué es eso, señor? —susurró horrorizado.


—Un amuleto que me dio lady Sylvanie para tener buena suerte esta noche en la mesa de juego. Pero ¡olvídelo, hombre! ¿Qué rumor trajeron los criados? —el esfuerzo que Darcy estaba haciendo para evitar que su voz y su cuerpo manifestaran la agitación que sentía estaba a punto de estrangularlo.


Con la vista todavía fija en el amuleto, Fletcher dijo de manera temblorosa:


—El rumor, señor, es que se ha perdido un niño, el hijo de uno de los arrendatarios más pobres de lord Sayre. Un bebé, en realidad, que todavía no tiene edad para caminar.


—¿Qué? —siseó Darcy, girando miró involuntariamente a lady Sylvanie.


La dama ladeó la cabeza a modo de pregunta y, de paso, mostrando a Darcy que se le estaba agotando la paciencia por aquella conversación con el ayuda de cámara. ¡Un niño perdido! ¡Por Dios! Darcy sintió que el estómago se le revolvía, mientras combatía el creciente temor de que la escena que había visto en las piedras estuviese a punto de ocurrir realmente. Si era así, el peligro de la situación se había multiplicado, pero él no se podía multiplicar ni enviar a Fletcher a que revisara todo el castillo solo. Tampoco podía apelar a Sayre. ¿Qué prueba tenía además de sus sospechas y un rumor de los criados? Se dio cuenta de sólo tenía una posibilidad y la puso en marcha.


—Debo tomar asiento y usted debe ayudarme. Pero lo enviaré a hacer varios «encargos» durante el juego. Vea qué puede averiguar. Pero, por amor de Dios, Fletcher, ¡tenga cuidado!


—Sí, señor —el ayuda de cámara respiró profundamente y asintió con la cabeza, luego señaló la botella—. ¿Desea tomar algo, señor?


—¡Pero no eso! —Darcy descartó la idea de probar aquella vieja botella de whisky escocés— Un poco de oporto será suficiente por ahora. Sus noticias… —dejó la frase sin terminar, despachó a Fletcher para que trajera el vino y el oporto y se giró hacia el salón.


Con los vasos en la mano, los otros caballeros estaban tomando asiento, mientras las damas se deslizaban hacia sus puestos, felices por haberse arriesgado a asistir a una actividad de la que hasta ahora habían estado excluidas. Lady Sylvanie estaba esperando a Darcy con una actitud de paciente calma, pero cuando él se sentó, estiró la mano y lo rozó con los dedos, y él pudo comprobar que ese fuego que había sentido mientras estaban bailando había vuelto. Se obligó a responder a su sonrisa de la misma manera, pero la verdad es que, después de las últimas noticias, apenas podía soportar estar cerca de ella. Incómodo con la idea de que ella estuviera a su espalda a lo largo de todo el juego, Darcy agradeció haber tenido la idea de pedir la ayuda de Fletcher.


Pocos momentos después, el ayuda de cámara se les acercó con dos vasos en la mano y el caballero volvió a maravillarse de la impasibilidad en el rostro y la actitud de Fletcher.


—Señor Darcy, milady —murmuró, entregándoles los vasos. Luego, al ver la seña de Darcy, tomó su lugar a la izquierda de su patrón.


—¿Su ayuda de cámara siempre se queda con usted? —preguntó lady Sylvanie con una voz ahogada, que contradecía la sonrisa que adornaba sus labios—. No sabía que eso era habitual.


—No más que la presencia de las damas —contestó Darcy con tono neutro, mientras Sayre, sentado frente a él, llamaba la atención de los demás.


Los caballeros acercaron sus asientos a la inmensa mesa de juego redonda que el anfitrión había mandado hacer especialmente, en tiempos más prósperos. Manning se sentó a la izquierda de Sayre y Poole al lado, a la derecha de Darcy. A la izquierda de Darcy estaba Monmouth, seguido de Chelmsford. Como había sido su costumbre hasta ahora, Trenholme no los acompañó en la mesa sino que se quedó revoloteando alrededor, observando con nerviosismo a su hermano, tratando de controlar sus temores con una gran cantidad de cualquier licor que tuviera a mano.


—Bueno, ¿empezamos? —Sayre tomó uno de los paquetes de naipes y se lo ofreció a Manning; el barón lo aceptó y rompió el sello, antes de pasárselo a Poole, que sacó las cartas de la envoltura y se las devolvió a Sayre— ¿Os parece bien jugar al primero ? —el anfitrión miró alrededor de la mesa y, al no encontrar ninguna objeción, comenzó a sacar los 8, 9 y 10 que no se necesitaban. Una vez terminada esa tarea, barajó el mazo y le repartió dos cartas a cada uno.


Darcy tomó sus cartas: el 4 y el 7 de picas, un numerus de 35, posiblemente el comienzo de un fluxus, pero no lo suficiente como para tentarlo a hacer una apuesta. Movió la mano para indicar que pasaba, tal como habían hecho Manning y Poole antes que él. Monmouth y Chelmsford hicieron lo mismo. Evidentemente nadie se sentía todavía con suerte. Sayre repartió las otras dos cartas y puso el mazo a un lado. Una ola de expectación recorrió la mesa, mientras las damas se inclinaban hacia delante para ver lo que habían recibido sus paladines. Darcy le echó una rápida mirada al grupo reunido alrededor de la mesa y calibró la expresión de cada dama a medida que los caballeros levantaban sus cartas y las organizaban en la mano. Los otros jugadores hicieron lo mismo y Darcy experimentó su primera satisfacción de la velada, cuando vio que las miradas de los otros apenas se posaron sobre la dama que estaba detrás de él y enseguida siguieron su camino. No, no iban a sacar nada observando a Sylvanie, de eso estaba más que seguro. Acomodó en la palma de la mano las dos cartas nuevas y calculó lo que tenía: un as de picas y un 2 de diamantes, aparte de las otras dos, es decir un numerus de 51. Todavía tenía la posibilidad de formar un fluxus en el descarte, pero si no obtenía lo que necesitaba, también tenía en la mano la mayoría de las cartas para hacer un maximus, aunque fuera una combinación menos importante. Decidió, entonces, pasar y ver qué le traía el descarte.


Manning pasó y cambió dos cartas, pero Poole puso media corona sobre la mesa y le apostó a un primero de 30; obviamente, una apuesta menor de la que correspondía. De acuerdo con su previa decisión, Darcy pasó y cambió el 2 de diamantes. Contra todo pronóstico, sacó el 6 de picas, lo cual completaba lo que necesitaba para tener tanto un maximus como un fluxus, que era una combinación mucho más poderosa. Aunque apenas podía respirar, sumó las cartas que tenía en la mano y obtuvo un total de 69, sólo un punto por debajo del 70 perfecto. Un ligero suspiro de satisfacción acompañado por el ruido que producen las faldas cuando una dama se las acomoda llegó hasta sus oídos desde atrás. Darcy tensó los hombros. ¿Acaso Sylvanie quería darle a entender que ella era la responsable de las cartas que tenía en la mano? Se negó a caer en esa tentación, mientras miraba la mano tan increíblemente afortunada que le había salido. ¡No, ni la dama ni su maligno amuleto tenían absolutamente nada que ver con aquello! Puso las cartas bocabajo sobre la mesa.


Monmouth aceptó la media corona de Poole, puso otra corona y le apostó a un primero de 36, para felicidad de lady Beatrice, mientras que Chelmsford pasó y cambió dos cartas. Llegó el turno de Sayre, que aceptó la apuesta de Monmouth y apostó dos guineas más a un primero de 40. Manning miró con disimulo las monedas que reposaban sobre la mesa y, con una sonrisa despreocupada, arrojó dos guineas y luego otras dos, apostándole a un primero de 42. Poole pagó y el turno llegó otra vez a Darcy. Dos guineas tintinearon sobre el montón de monedas que había en el centro de la mesa, seguidas de otras dos, al tiempo que Darcy anunció un maximus de 55. Poole se acobardó, pero Monmouth pagó valientemente la apuesta de Darcy. Chelmsford volvió a pasar y cambió una carta y el turno regresó nuevamente a Sayre. El anfitrión pagó las dos guineas, al igual que Manning, que miró atentamente a Darcy y luego apostó tres más. Poole no aguantó la tensión y pasó, cambiando una carta.


De nuevo le tocó el turno de Darcy. Manning obviamente tenía un juego mucho mejor que un primero de 40, pero a menos que tuviera un chorus, Darcy tenía una mano mejor. Sin mirar sus cartas, que todavía reposaban sobre la mesa, Darcy se inclinó hacia delante, puso tres guineas más en el centro y apostó otras cinco.


—Demasiado para esta mano —dijo Monmouth arrastrando las palabras y pasó. Chelmsford lo siguió. Sayre se mordió el labio y vaciló un momento, pero finalmente cerró el puño alrededor de sus monedas y pagó las cinco guineas de Darcy. Manning miró a Darcy y luego a Sayre. Cinco guineas más se unieron al montón, pero ni una más. Al no haber ninguna apuesta, la partida había llegado a su fin. Darcy dio la vuelta a su fluxus sobre la mesa. Más que ver la reacción de sorpresa de Fletcher, Darcy la percibió, pero no fue nada comparada con la reacción de los demás.


—¡Maldición, Darcy, una mano absolutamente perfecta! —Manning lo miró con asombro, mientras los demás exclamaron al ver las cartas y luego miraron a la dama por encima del hombro de Darcy.


—Excepto por un punto, Manning —lo corrigió Darcy, sosteniéndole la mirada.


—Excepto por uno —aceptó Manning, recogiendo las cartas para la siguiente ronda. Sayre se recostó contra la silla, con los ojos fijos en su hermana, mientras Trenholme le susurraba algo al oído de manera acalorada. Darcy se giró y le hizo señas a Fletcher, que sacó una bolsa del bolsillo de su chaqueta y procedió a tomar posesión de su parte de las ganancias. Monmouth se inclinó y dijo:


—¿Sabías de antemano que la noche sería buena que por eso has traído a tu ayuda de cámara para que te ayudara a cargar la bolsa, Darcy? —la pregunta tenía un tinte de malicia.


Darcy reprimió la mueca de disgusto que le produjo el comentario y decidió mejor tomar la ofensiva y contestar de manera seca:


—¿Llevas mucho tiempo lejos de Londres, Tris? Traer a la mesa de juego al ayuda de cámara es la última moda. El sirviente de lord… incluso le baraja las cartas —Monmouth palideció al oír el sarcasmo, lo que le indicó a Darcy que su dardo había dado en el blanco sobre algo que sólo había sospechado después de leer la carta de Dy. «Un nido de víboras», había escrito Dy, «bellacos, bribones e idiotas». Bueno, ciertamente tenía razón. Casi siempre la tenía, ¡condenado hombre!


—¡Darcy, estamos esperando! —Sayre ya se había desembarazado de su hermano y le hizo un guiño a Darcy— ¡Tu dama, señor! —al ver la cara de desconcierto de Darcy, Sayre le señaló algo detrás de él— ¡Preséntale los respetos a tu dama, Darcy, para que podamos seguir! —el caballero le lanzó una mirada a Fletcher, que abrió los ojos pero no hizo ninguna sugerencia. Con la mirada de todo el salón sobre él, se levantó, dirigiéndose hacia Sylvanie. Ella levantó una mano lánguida y la deslizó con suavidad entre las de Darcy.


—Usted me honra con su triunfo, señor —dijo Sylvanie con un tono que invitaba a tomarle más que la mano.


—A sus órdenes, milady —Darcy le apretó los dedos un momento y se inclinó sobre su mano, pero no le ofreció ningún saludo más personal. Cuando se volvió a sentar, entre los caballeros se escuchó un clamor de decepción general, pero la actitud de complacencia con la que Darcy recibió las protestas hizo que los caballeros prefirieran no hacer más comentarios. Manning comenzó a repartir las cartas para la siguiente ronda.


A medida que transcurría la velada y el juego se ponía más interesante, las ganancias de Darcy fueron aumentando de manera significativa. No ganó todas las rondas, pero, en general, superó con creces a los demás en el número de monedas que Fletcher tuvo que recoger de la mesa. También logró enviar a su ayuda de cámara a hacer varios «encargos», pero Fletcher volvió todas las veces sin ninguna otra noticia acerca del niño perdido o las actividades de la criada de lady Sylvanie, que parecía haber desaparecido. Si querían descubrir algo, parecía que tendría que ser a través de Sylvanie y eso lo dejaba solo en semejante tarea.


Uno por uno, los otros hombres fueron abandonando el juego para dedicarse a flirtear con las damas o a observar la partida, que se había reducido ahora a Sayre, Manning y Darcy. A veces, Trenholme se sentaba con ellos, pero estaba tan nervioso al ver todo lo que su hermano estaba perdiendo y sentía tanto odio hacia su hermanastra que pronto regresaba a la mesa a servirse otra copa y luego le daba una vuelta al salón con pasos cada vez más vacilantes. Finalmente Manning pidió un descanso, al cual accedió Darcy con gusto. Se levantó y se estiró tratando de aliviar la tensión de sus músculos. Lady Sylvanie, que se había levantado durante la última ronda y había estirado las piernas dando una vuelta al salón, vino a buscarle y lo llevó hacia la ventana a la que él se había asomado hacía un rato. La luna estaba ahora en el cielo y brillaba, redonda y austera, como la dama que los antiguos habían imaginado.


—Hay luna llena —observó lady Sylvanie con voz suave—. Incluso ella está a nuestro favor esta noche.


—Señora —comenzó a decir Darcy, adoptando un tono lacónico—, ¿cuál puede ser el interés de la luna en la diversión demasiado mortal de esta noche? Sólo somos un grupo de hombres que juegan una simple partida de cartas.


—Los hombres nunca hacen nada «simple», señor Darcy. Ya lo entenderá usted… a su debido tiempo —respondió ella.


—Pero usted quería que yo viera la luna llena. ¿Por qué? ¿Tiene eso algún significado? —insistió Darcy. Si ella creía que eso era un augurio, una señal para actuar, tenía que saberlo.


—¿Acaso nunca ha oído que la luna llena bendice a los amantes a los que acaricia con sus rayos, señor Darcy? —soltó una risa ronca— Pero lo había olvidado, usted probablemente descartó hace años esa noción tan poco matemática.


El giro hacia el romanticismo no lo estaba llevando a ninguna parte, pensó él.


—No he oído ninguna mención a la espada de Sayre, milady. ¡Tal vez lo que quedará descartado esta noche son sus ideas! —señaló con el dedo el pedazo de lino que tenía sujeto a la solapa. Lady Sylvanie apretó los labios, molesta, durante un momento, pero luego recuperó la compostura, esbozando una sonrisa forzada.


—Todavía no ha perdido lo suficiente, pero no falta mucho —dijo ella con convicción, mirándolo directamente a los ojos—. Usted ha visto a Trenholme, ¡cómo se pasea y se preocupa! En menos de una hora pondrá la espada sobre la mesa.


Darcy examinó el rostro de la dama, en busca de alguna señal que indicara que escondía un secreto más oscuro que la simple creencia en el contenido de un amuleto envuelto en lino y la fuerza de su propio deseo. Pero la mujer que tenía frente a él no se acobardó ante aquella atenta inspección.


—Venga —susurró ella finalmente—. Sayre está a punto de comenzar.


Después de acompañar a la dama de vuelta a su silla, Darcy ocupó su puesto y tomó el mazo de cartas, mientras les hacía una señal con la cabeza a Manning y a Sayre, que se sentaron enseguida para recibirlas. Manning tuvo muy mala suerte en las dos primeras rondas. Mientras jugaban, continuamente le lanzaba miradas de soslayo a lady Sylvanie. Luego volvía a mirar las cartas que tenía en la mano, con la mandíbula apretada. Finalmente, después de apostar mucho dinero a un fluxus sólo para perder frente al chorus de Darcy, arrojó las cartas sobre la mesa, invitó a Darcy y a Sayre a «matarse el uno al otro, si eso era lo que querían», y se retiró para dedicarse al pasatiempo mucho más agradable de permitir que la afectuosa lady Felicia le curara las heridas.


—Ahora sólo quedamos los dos —dijo Sayre. Buscó un nuevo paquete de naipes y se lo lanzó a Darcy, que lo tomó, pero no hizo ningún ademán de sacarlas del envoltorio.


—Si quieres declarar un empate, yo no tengo nada que objetar —dijo Darcy. Al oírlo, Trenholme, que ya desprendía un fuerte olor a whisky, se sentó pesadamente en el asiento de Manning, rogándole a su hermano que aceptara, pero Sayre no quiso.


—¿Empate, Bev? ¿Cuándo has visto a un Sayre declarando un empate? —contestó lord Sayre con desprecio y le dio la espalda. Al oír la negativa de su hermano, una mirada asesina cruzó el rostro de Trenholme. Se levantó de la silla tambaleándose y se marchó, para reconcomerse de rabia en un rincón del salón.


—Entonces, Darcy —dijo Sayre con una sonrisa tan falsa como su buen espíritu—, no quiero oír nada más sobre abandonar la mesa de juego sin tener un ganador —señaló el reducido montón de monedas que había junto a él—. Creo que todavía me queda suficiente para acabar con una exitosa victoria. Pero como ya es tarde y las damas se están cansando, me inclino ante la necesidad de llevar el asunto a feliz término. Propongo un juego distinto y apuestas más altas. ¿Qué dices?


Darcy vaciló. Sus ganancias eran significativas. Sumándoles sólo la cuarta parte del efectivo que tenía, estaba seguro de que podría poner a Sayre de rodillas, pero ¿con qué propósito? La ruina de Sayre podía ser el objetivo de Sylvanie, pero lo único que Darcy quería de él era la espada. ¡La espada! ¡Ésa era la solución! Miró a lady Sylvanie. Sus ojos, que lo invitaban a aceptar la propuesta de Sayre, fue lo que lo hizo decidirse. Darcy iba a actuar y, con esa estrategia, terminaría con esta farsa en sus propios términos.


—Acepto tu propuesta, pero con la condición de que yo diga qué apostamos —se hizo tal silencio en el salón, que pareció como si Darcy hubiese gritado su oferta.


El entusiasmo del anfitrión se evaporó y fue reemplazado por un recelo que se extendió a su esposa y su hermano, que abandonó el rincón en el que estaba para colocarse al lado de Sayre.


—¿Qué propones, Darcy?


—Puedes elegir el juego que quieras y yo apostaré la totalidad de las ganancias de esta noche —dijo, e hizo una pausa, mientras una exclamación de asombro recorría el salón— contra tu espada española.


—¡No! —gritó lady Sylvanie, pero Darcy no le hizo caso y mantuvo los ojos fijos en Sayre.


—¿Qué dices? —dijo Darcy para presionar a Sayre.


Con todos los ojos fijos en él, a lord Sayre le tembló momentáneamente la barbilla, pero exclamó al fin:
 —¡Hecho!


Una ola de entusiasmo asaltó a la concurrencia, mientras Sayre le ordenaba a uno de los criados que fuera enseguida a la armería y trajera la espada a la biblioteca. Luego se dirigió de nuevo a Darcy y dio un golpe en la mesa con la mano— Piquet —anunció.


—De acuerdo —Darcy abrió el nuevo paquete de cartas y se las pasó a Monmouth, que retomó su puesto a la izquierda de Darcy. Rápidamente se retiraron todos los 2, 3, 4 y 5 y el mazo pasó a manos de Poole, para que lo barajara. Mientras un rumor de especulaciones se extendía por el salón, Darcy vio que Fletcher regresaba de su último «encargo». Se disculpó, dirigiéndose rápido hacia las estanterías vacías, mientras le hacía señas a su ayuda de cámara—. ¿Noticias? —preguntó, tan pronto como Fletcher estuvo a su lado.


—Señor, creo que una especie de delegación viene hacia el castillo. Se han visto varias antorchas a lo lejos, que parecen venir de la aldea.


—¡Una delegación! ¿A qué vienen? ¿Qué piensa la servidumbre de Sayre?


Fletcher apretó los labios con preocupación.


—Los criados que trajeron el rumor sobre del niño no sólo dejaron su dinero en las tabernas de la aldea, sino también sus temores. Sea cierto o no, culpan de la desaparición del niño a la dama de compañía de lady Sylvanie.


—Entonces es más bien una turba… desorganizada, peligrosa e impredecible —respondió Darcy—, o hace horas habríamos recibido un aviso del magistrado del pueblo. ¿Ha visto usted mismo las antorchas? —Fletcher asintió. Darcy pensó unos instantes. Si aquella turba estaba convencida de que alguien en el castillo de Norwycke había raptado al niño, no se detendría fácilmente— ¿Algún rastro de la criada de lady Sylvanie?


—Nada, señor —contestó Fletcher con consternación.


Si la vieja se había escondido con el niño, la única persona que podría conocer su paradero en aquel edificio lleno de grietas era lady Sylvanie. Si no era demasiado tarde ya para encontrar al bebé, pensó Darcy, sintiendo un escalofrío ante aquella idea. ¿Acaso el precio de la espada había sido la vida de un niño? Darcy rogó que no fuera así.


—Quédese conmigo. Voy a informar a Sayre —ordenó Darcy—. Si él organiza a sus criados para que vayan al encuentro de esa «delegación», usted debe acompañarlos para averiguar qué es lo que desean. Si Sayre desea ignorar el asunto, manténgame informado del avance de la turba hacia el castillo. Yo trataré de evitar que lady Sylvanie abandone el salón, pero si lo hace, usted deberá seguirla. Ella es nuestra única esperanza de encontrarlos a los dos.


—Muy bien, señor —Fletcher se inclinó en señal de obediencia, pero en su rostro se podía ver la preocupación que lo embargaba.


Darcy llamó discretamente la atención de su anfitrión, mientras se sentaba junto a él.


—Sayre, según una fuente muy fidedigna, estás a punto de recibir visitas.


—¡Visitas! —respondió Sayre en voz alta. Trenholme levantó la cabeza al oír a su hermano— ¿A esta hora de la noche?

En ese momento, la puerta de la biblioteca volvió a abrirse y esta vez entró el viejo mayordomo del castillo, que avanzó tan rápidamente como se lo permitía su edad. Hizo una inclinación y comenzó a hablar antes de que Sayre pudiese protestar por la interrupción.


—Milord, hemos visto una gran cantidad de antorchas que parecen avanzar por el camino que viene de la aldea. ¿Desea usted enviar a un hombre para que averigüe cuál es la razón?


En medio de la rabia que le produjo la interrupción del mayordomo, Sayre palideció. Durante unos minutos de confusión, se quedó mudo, con los ojos abiertos como platos. Luego reaccionó y se golpeó la palma de la mano con el puño.


—¡La razón! ¡La razón no es ningún misterio! ¡Malditos ludistas! También han llegado hasta aquí —exclamó furioso. Alertados por el tono de lord Sayre, varios de los invitados interrumpieron sus conversaciones para prestar atención, pero el anfitrión hizo un gesto con la mano para que no se preocuparan. Darcy se quedó mirándolo con el ceño fruncido. ¿Ludistas? Nadie había oído que ninguno de esos pobres revolucionarios hubiese llegado tan al sur, y aunque no podía estar totalmente seguro, Darcy no podía recordar que Sayre tuviera entre sus propiedades nada que tuviera que ver con el tipo de industria que atacaban los seguidores de Ned Ludd—. Reúna a algunos de los criados y suban el puente levadizo —ordenó lord Sayre.


—Pero, milord —replicó el viejo—, el puente no se ha subido desde la época de mi padre ¡cuando yo era un niño! Dudo mucho que funcione, milord.


—¡Inténtelo! —gritó Sayre—. Y si no sube, entonces bloqueen la entrada. ¡Y envíe a alguien a buscar al magistrado! ¡Que él maneje el asunto! ¡Estoy ocupado en un asunto importante y no quiero que me vuelvan a molestar!


El viejo sirviente hizo una reverencia y se retiró hacia la puerta. En ese instante, un joven con un gran parecido al mayordomo entró con la valiosa espada envuelta en seda. Los dos hombres intercambiaron miradas y, en opinión de Darcy, pareció que el viejo le había hecho una seña de asentimiento al más joven. Al parecer, había un acuerdo previo y las cosas no parecían presentarse muy bien ni para Sayre ni para ningún otro ocupante del castillo.

Continuará...

13 comentarios:

Lady Deitmonth dijo...

Querida lady Darcy
Lamento fervientemente no habermme anunciado en mucho tiempo, pero temo que mi tiempo, y me apena mucho decirlo, se había desperdiciado en cosas superfluas correspondientes a las vacaciones de verano.
Debo comenzar a felicitarla por esta fascinante entrada, este es quizá uno de los capítulos más “astutos” de este libro y me refiero a los comportamientos de algunos personajes, en especial de nuestro querido Mr.Darcy. Debo reconocer su astucia y obviamente su prevención al escapar de las "garras" de lady Sylvanie, aunque debo reconocer que hay ciertas citas sobre la atracción que ejercía aquella "princesa de las hadas". supongo que a los superficiales ojos de los hombres, la sóla belleza de una joven "adecuada" constituye una inspiración.
Y entonces aquí viene mi pregunta:¿ por qué los seres humanos dsejamos que nuestro orgullo gobierne nuestra felicidad y nuestro futuro a la hora de elegir a nuestro compañero eterno?
A caso no basta tan sólo con el amor.

Lamento haberme explayado tanto y lamento tener algunas incoherencias.
Asumo que seré tomada por una romántica, pero supongo que la creencia de las demás personas, n0o hará ninguna diferencia en mis creencias y pensamientos.
me despido con un cálido abrazo.
su fiel y más reciente amiga.
Lady Deitmonth (K.CH.)

MariCari dijo...

Querida amiga, la novela de Pamela cada vez está más interesante, una pasada...
Oh! Lady Darcy, qué rato más bueno (lo de rato es un decir, porque ha sido más de un cuarto de hora leyendo) y qué dominio del juego de naipes, qué domino de la historia que acontece en esos lares... es maravilloso dejarse transportar por las letras a ese paraiso... me faltan sólo los olores y sabores... pero... disfruto con pasión...
Muchas gracias, bella dama, muchas gracias por tu generosidad...
Bss...

Wendy dijo...

Santo cielo My Lady, el capitulo de hoy es tan interesante que más que leerlo me lo he bebido.
Ha sido todo inesperado y sorpresivo, empezamos por algo insólito como es el juego entre caballeros teniendo a las damas como invitadas y algo más ya que cada una tiene que entregar un amuleto a su valedor, temo por el que recibe Darcy de manos de Lady Sylvanie, esta mujer no es trigo límpio y la veo muy capaz de hacer extraños y dabólicos conjuros junto con su criada.
La notícia de la desaparición del bebé coincidiendo con la partida incrementa mi sospecha y desconfianza, menos mal que Darcy está más o menos sobre aviso y cuenta con la inestimable compañía y ayuda de Fletcher.
darcy juega bien sus cartas y pone en jaque a su rival poniendo como condición que el trofeo sea su espada, sin embargo creo que el juego debería interrumpirse ante la llegada de los aldeanos que vienen en busca de la criatura perdida.
Muchos besos querida.

Aglaia Callia dijo...

Lady querida, al fin aquí, y he devorado las palabras, este capítulo ha resultado sensacional.

Esta Lady Sylvanie me resulta más que desagradable, pero no puedo evitarlo, una fan de la pareja de la novela no puede controlarse a veces. Me encantó la muestra de astucia de Darcy, siempre encuentra como hacerse más grande a mis ojos ♥

Espero que tuvieras unas fabulosas vacaciones, y mil gracias por pasarte a saludar por mi cumpleaños, te envío todo mi cariño y agradecimiento por seguir publicando esta historia.

Un abrazo, y que tengas una preciosa semana.

J.P. Alexander dijo...

Como estas Lady. Como detesto a la arpía de Lady Sylvanie es una hipocrita por lo menos Darcy ya no confia en ella y trata de escapar de su garras . Un beso mi Lady y te deseo una linda semana

Lady Tristania dijo...

Hola!, pasaba para decirte que en mi blog estoy organizando un concurso en el que puedes ganar un colgante con un SINSAJO grabado, pasa y echa un vistazo es muy fácil participar :)

http://www.labibliotecadelamorgue.com/2011/01/concurso-melodias-de-sinsajo.html

Besos de letras con Tinta (^_^)

Ivana dijo...

hola lady darcy por dios lo que me he perdido si q me tuve q poner al dia igualmente es mi culpa por dejarte abandonada.
sabes q tu blog es uno d mis preferidos asi q no puedo no pasar por este hermoso sitio
te amndo un beso grandote y espero que te encuentres bien
nos vemos

anabel dijo...

hola Lady Darcy:
que esto se esta poniendo muy intenso!!!...ahora si que hasta se me puso la carne de gallina!!!, espero ansiosa la continuacion...
saludos!!

Patricia. dijo...

Hola Rocely, sigo atrapada con la novela, acabo de terminar el capítulo X y veo que ya publicaste el XI, qué bueno. Casi nunca tuve que esperar por capítulos :-) Soy lenta como una tortuga para leer.

Confieso que este segundo libro no me está gustando tanto aunque esté enganchada. Se ha desviado muchísimo de la historia de Jane Austen con todo ese entramado sobre hechizos... Apenas encontramos personajes conocidos y la estadía de Darcy en esa mansión se hace eterna.
A ver si el último capi nos ofrece una cercanía hacia la historia original.
Besos.

Fernando García Pañeda dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Fernando García Pañeda dijo...

Valorando el carácter y las cualidades de lady Sylvanie, creo que una mezcla entre el salvaje apasionamiento de ésta y la inteligente dulzura de Lizzy Bennet daría como resultado una dama tan perfecta como irresistible. Pero, al igual que ocurre con un caballero como Darcy, todos sabemos que personas como esas no existen, o sólo existen en la imaginación de esas gentes de mal vivir que escriben, ¿verdad?
No, no es verdad. Milady sabe, como también lo sé yo, que hay al menos una mujer tan perfecta; y que Darcy puede ser real (un Darcy de verdad, no ése que le secuestra como un patán tabernario). Tan apasionado como respetuoso.
Lo que sea necesario, mi Señora, con enorme egoísmo.

Guevara dijo...

... Lady Deitmonth!!!

Guevara dijo...
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