domingo, 9 de enero de 2011

DEBER Y DESEO. Capítulo VII

Una novela de Pamela Aidan


La fragilidad de la mujer



Aunque Darcy habría preferido derrotar a su oponente, se sintió complacido de haber llevado a Manning a un empate antes de que los avisaran para reunirse con el resto de los invitados. En realidad, era un sentimiento bastante ridículo, pensó Darcy mientras se sacudía los pantalones de montar, pero el joven estudiante que todavía llevaba dentro y que había sufrido innumerables tormentos a manos de Manning no pudo evitar sentir una cierta satisfacción.


La excursión de la tarde para conocer los misteriosos círculos de piedra famosos en aquella región resultó más atractiva gracias a la oferta de lord Sayre de procurarles monturas a aquellos que prefirieran ir a caballo en lugar de usar el trineo. Bajo la influencia del recuerdo del éxito parcial sobre su antiguo antagonista y la perspectiva de pasar la tarde al aire libre, Darcy atravesó el patio del castillo mucho más alegre de lo que se había sentido últimamente. Con la fusta bajo el brazo y el sombrero de copa inclinado con elegancia, se estaba poniendo los guantes de montar cuando alcanzó a oír cómo la señorita Farnsworth alababa el tiempo que hacía.


—¿Te parece «espléndido», Judith? —le preguntó lady Chelmsford a su sobrina con tono de incredulidad— ¡Espléndido para qué, por Dios! ¿Para congelarse uno hasta los huesos?


—No hace tanto frío, tía —respondió la señorita Farnsworth con aire divertido—, y después de todo tú vas a viajar en un trineo con ladrillos calientes. No creo que lord Sayre permita que te congeles.


Darcy se puso una mano sobre los ojos y levantó la vista hacia un cielo despejado y azul. Tenía que estar de acuerdo con la señorita Farnsworth: era un día precioso. El aire era frío, pero los rayos del sol calentaban su rostro. A decir verdad, el trineo no parecía atractivo. Él preferiría montar a...


—Yo, personalmente, prefiero montar a caballo en un día así —la señorita Farnsworth se hizo eco de los pensamientos de Darcy—. Y le agradezco a lord Sayre la oportunidad de hacerlo —dejó de mirar a su tía para sonreír a los caballeros que estaban en el grupo y debió de notar algún indicio de aprobación en el rostro de Darcy, porque continuó—: Veo que usted está de acuerdo conmigo, señor Darcy. Debería apoyarme en esto, señor.


—Pero es que tú eres una amazona tan aguerrida, querida —intervino lady Felicia, dirigiéndole una sonrisa de superioridad a su prima—. Siempre en el campo de cacería. Debes hacer algunas concesiones a las representantes menos intrépidas de nuestro sexo, que no tenemos deseos de competir con los caballeros en lo que constituye su esfera natural —dijo y se volvió hacia Darcy—. El señor Darcy sólo estaba sorprendido —concluyó.


Una expresión de sorpresa y dolor cruzó fugazmente por el rostro de la señorita Farnsworth, mientras Darcy sentía en el pecho una oleada de indignación. ¡Así que las cosas iban a ser de ese tenor! Con deliberada frialdad, el caballero esquivó a lady Felicia y le ofreció la mano a su prima.


—¿Me permite acompañarla hasta su caballo, señorita Farnsworth? —preguntó.


—Es usted muy amable, señor Darcy —la señorita Farnsworth aceptó, subiendo, con ayuda de Darcy, con facilidad a la silla de montar de amazona y tomando las riendas con pericia.


—Encantado, señora —Darcy le dirigió una sonrisa. La señorita Farnsworth estaba muy guapa con su atractivo vestido de montar y, la verdad, el aire de seguridad y confianza que transmitía sobre un caballo desconocido no dejaba de causarle admiración—. Apoyo su opinión y también prefiero montar. Hombre o mujer, uno puede disfrutar mucho mejor de la vista desde el lomo de un caballo.


—Siempre he pensado lo mismo —la señorita Farnsworth le devolvió la sonrisa e inclinó la cabeza en señal de agradecimiento.


Darcy le devolvió el gesto y se giró hacia los demás caballeros. Monmouth y Trenholme también decidieron ir a caballo, y mientras esperaban por sus respectivas monturas, Darcy se subió al ágil bayo que le entregaron. El animal parecía lo suficientemente dócil, pero tan pronto como se acomodó en la silla y revisó los estribos, no pudo evitar desear tener a Nelson con él. Mientras observaba cómo se organizaban en dos trineos los otros invitados, notó la ausencia de un miembro del grupo. Darcy empujó un poco el caballo hacia delante y preguntó:
—¿Lady Sylvanie no nos va a acompañar, Trenholme?


 —Oh, no —contestó con tono sarcástico—, lady Sylvanie no se digna acompañarnos a «mirar unas piedras como si fuéramos tontos». Según dice Letty, lady Sayre, desde el principio le pareció una idea estúpida, y como no pudo imponer su opinión, no va a venir. Esa insufrible...


—¡Bev! —se oyó gritar a lord Sayre, que se acercó a ellos—. Por favor disculpa la interrupción, Darcy —dijo con una sonrisa de desdén—, pero mi hermano está mal informado, como suele ocurrir con todos los hermanos —levantó la mano y la puso sobre la muñeca de Trenholme, agarrándosela con fuerza antes de volverse de nuevo hacia Darcy—. Lady Sylvanie está indispuesta. Hace sólo unos minutos su criada me informó que padece un terrible dolor de cabeza producido, probablemente, por la tarta de manzana de la cena de anoche. Siempre le sucede lo mismo cuando come algo que contiene canela, pero la tentación de anoche fue tan grande que probó sólo un bocado y, voilà —dijo, suspirando con pena—, eso era todo lo que necesitaba para causar el malestar —Sayre soltó la mano de su hermano—. Pero no temas, Darcy, ya estará bien cuando regresemos, estoy seguro.


Darcy asintió y movió las riendas del caballo para que retrocediera, y luego le dio la vuelta para reunirse con Monmouth y la señorita Farnsworth, que estaban esperando a que la comitiva se pusiera en movimiento. Los ocupantes de los trineos por fin estuvieron listos y los conductores jalearon a los caballos. Cuando los animales comenzaron a tirar del arnés, la sacudida que se produjo en los trineos arrancó algunos grititos y risas a las damas. Cuando el trineo volvió a sacudirse, al liberar las cuchillas del hielo que ya se había formado debajo de ellas, lady Felicia se deslizó sobre Manning con una exclamación. Pensando en su primo, a Darcy no le gustó nada la expresión de complicidad que apareció en el rostro de Manning, mientras la ayudaba a incorporarse. Pero la dama había iniciado el intercambio y Darcy se recordó que él no estaba en el lugar del padre de la muchacha ni de su prometido. Si Chelmsford no controlaba a su hija...


Los trineos atravesaron pesadamente el patio, pero después de arrastrarse sobre el puente levadizo con un ruido bastante desagradable por fin revelaron su velocidad y su gracia. Las cuchillas chirriaban cortando la resbaladiza nieve mientras los caballos tiraban de los trineos, al lado de la senda por la cual los jinetes avanzaban. ¡Realmente era un espléndido día de invierno! Darcy se sorprendió al sentir la oleada de placer, casi dicha, que lo invadió. Como si estuviese leyendo su mente, el caballo sacudió la cabeza con vigor y resopló para mostrar que aprobaba el camino que tenían delante, mientras parecía suplicarle al jinete que lo dejara galopar libremente. Sonriendo al sentir el sincero entusiasmo del animal, Darcy le permitió acelerar el paso, pero no pasó mucho tiempo antes de que Monmouth y la señorita Farnsworth lo alcanzaran.


—¡Sooo, despacio, Darcy! —le gritó Monmouth— Tu caballo ha hecho que todos los demás se lancen a correr —dijo y miró fugazmente hacia la señorita Farnsworth, como queriendo insinuar algo.


—No se detengan por mí, caballeros —dijo ella un poco molesta por la insinuación de Monmouth—. Yo diría que puedo mantener el paso.


—¡Señorita Farnsworth! —protestó Monmouth— No dudo de sus habilidades como amazona en su propio caballo y con buen tiempo, pero bajo estas condiciones, señora...


—No tiene nada de que preocuparse, se lo aseguro, milord.


La señorita Farnsworth se rió y azuzó a su caballo para que los dejara atrás, pero era evidente que estaba un poco molesta por la preocupación de los caballeros. Monmouth se encogió de hombros y miró a Darcy y a Trenholme; luego apoyó la fusta contra el lomo del caballo, pero eso asustó al animal, que reaccionó dando un salto hacia el lado. Hombre y caballo se recuperaron enseguida, pero al animal no le gustó el gesto del jinete y en pocos segundos el caballo de Monmouth se acostumbró a sentir el freno entre los dientes y echó a correr.


—¡Tris! —gritó Darcy cuando el caballo de Monmouth trató de tomar la delantera.

Al sentir el ruido de voces y el golpeteo de cascos que se acercaban desde atrás, el caballo de la señorita Farnsworth pareció asustarse y echó las orejas hacia atrás, giró la grupa sobre el sendero y se quedó atravesado en el camino. Al prever la seriedad de las consecuencias que podría tener el hecho de dejar sola a la señorita Farnsworth en ese momento, Darcy espoleó a su propio caballo, con la esperanza de poder alcanzar a la dama antes de que ocurriera algo inevitable.


—¡Cuidado! ¡Fuera del camino! —gritó Monmouth, tirando de las riendas sin ningún éxito. Cuando la señorita Farnsworth miró por encima del hombro, vio que el vizconde se le acercaba a una vertiginosa velocidad. Se puso pálida y enseguida comenzó a maniobrar las riendas para mover el caballo, golpeándole con la fusta. Pero eso no le gustó al animal, que no sólo ignoró las órdenes de su amazona sino que comenzó a saltar y dar brincos para defender su posición de líder.


El caballo de Monmouth se echó hacia la derecha, decidido a pasar al otro, mientras que el de la señorita Farnsworth parecía igual de decidido a no dejarlo pasar. Cuando el caballo de Monmouth estuvo más cerca, el de la señorita Farnsworth relinchó a modo de advertencia y tensó los músculos. En un segundo, el animal soltó una coz que hizo que la montura de Monmouth trastabillara y relinchara.


Darcy alcanzó a la señorita Farnsworth justo cuando su caballo parecía estarse preparando para enfrentarse al desafío. Se inclinó para tomar las riendas, pero en ese momento la mujer dio un tirón a la cabeza del caballo, con la cara roja de ira.


—¡Aléjese! —le ordenó a Darcy, mientras manipulaba las riendas con furia— ¿Acaso cree que soy tan inútil? ¡Retroceda, le digo!


Desconcertado, Darcy se detuvo, pero luego volvió a tratar de tomar las riendas. Si pudiera hacer que el animal diera la vuelta completa... Pero sus dedos sólo alcanzaron el aire y luego, dando un gran salto, el caballo de la señorita Farnsworth echó a correr, detrás del otro. Darcy dio la vuelta a su montura y la siguió, rezando para que, con o sin la ayuda de la señorita Farnsworth, pudiese detener al fugitivo antes de que ocurriera un lamentable accidente.


La conmoción no pasó inadvertida para los que iban en los trineos, pero como no habían visto todo desde el comienzo, pensaron erróneamente que se trataba de una carrera. Los pasajeros les lanzaban gritos de aliento a los jinetes y animaban a sus conductores para que no se quedaran atrás. Al mirar hacia delante hacia Monmouth, Darcy pudo ver que el vizconde finalmente había logrado hacer que su caballo se saliera del camino y se metiera entre la nieve. Obstaculizado por los montículos de nieve acumulada, el animal iba cada vez más despacio y Darcy estuvo seguro de que rápidamente Monmouth podría controlarlo. Se fijó entonces en la señorita Farnsworth, que todavía iba corriendo por el sendero. ¡Maldita mujer! ¿Por qué no había hecho lo mismo que Monmouth?


Aunque de haberlo sabido no le habría hecho ninguna gracia, a la señorita Farnsworth no le habían dado precisamente el caballo más veloz del establo de lord Sayre, cosa que Darcy agradeció. El camino estaba tan liso que su caballo resbalaba de vez en cuando, pero el animal siempre se recuperaba rápidamente y sus largas patas fueron recortando la distancia entre ellos y la fugitiva. Consciente del temperamento tanto del caballo como de su jinete, esta vez Darcy tuvo la precaución de acercarse con cuidado y colocarse al lado.


—¿Qué está haciendo? —la señorita Farnsworth fulminó a Darcy con la mirada, pero no recibió ninguna respuesta, pues el caballero se iba acercando cada vez más, para obligar al caballo de la dama a salirse del camino y meterse en el campo cubierto de nieve—. ¡No necesito su ayuda! —chilló ella— ¡Va a hacer que se rompa las patas! —Darcy se inclinó, tomó las riendas y enseguida giró su montura, lo que obligó al otro caballo a hacer lo mismo. Después de avanzar así unos cuantos metros, por fin pudo detenerlos a los dos.

—Le ruego que me perdone, señorita Farnsworth —dijo Darcy, mientras contenía el impulso de devolverle la misma mirada asesina—. Pero me temo que no estoy de acuerdo. Ha sido demasiado peligroso permitir que el animal saliera corriendo así. ¡Mejor un caballo cojo que un cuello roto, señora! —antes de que la dama pudiera soltarle la airada respuesta que ya se asomaba a sus labios, llegaron Trenholme y Monmouth.


—¡Señorita Farnsworth! —comenzó a decir enseguida el vizconde— Estoy muy apenado por el riesgo que ha corrido por mi culpa. Por favor, permítame rogarle que me perdone y asegurarle que no fue mi intención poner a prueba sus dotes de amazona, por las cuales, entre otras cosas, debo felicitarla —el gesto adusto de la señorita Farnsworth pareció suavizarse rápidamente al oír las palabras conciliadoras de Monmouth y, al final, la dama volvió a ser la agradable jovencita que los había fascinado en el patio.


—Milord, tiene usted mi perdón inmediato, porque en realidad no estuve en tanto peligro —la señorita Farnsworth evitó deliberadamente mirar a Darcy y prefirió, en cambio, dedicarle todos sus encantos a Monmouth.


—Eres muy parco en tus elogios, Monmouth —interrumpió Trenholme—. ¡Señorita Farnsworth, ha estado usted magnífica! —Darcy miró a los dos hombres con incredulidad. Los dos incidentes habían mostrado una inmensa imprudencia por parte tanto de su antiguo compañero como de la dama, o bien un escaso dominio de los caballos. ¡Y el papel de Trenholme había sido el de un completo cobarde, pues no se había ofrecido a ayudar en lo más mínimo! Sin decir ni una palabra, Darcy azuzó a su caballo para que volviera al camino, con la convicción de que, con el estímulo que aquellos dos le estaban dando a la señorita Farnsworth, el accidente que acababa de evitarse sólo se había postergado.


Los trineos los alcanzaron en minutos, y durante un cuarto de hora, unos y otros estuvieron intercambiando explicaciones y exclamaciones acerca de lo que acababa de ocurrir. Cuando se pusieron en marcha de nuevo, los jinetes se colocaron a ambos lados de los trineos, de manera que las conversaciones que habían comenzado pudieran continuar. Lo que atrajo a Darcy al trineo en que viajaban la señorita Avery, su hermano, lord Sayre y lady Felicia fue, precisamente, una pregunta de la señorita Avery.


—No lo sé, Bella. Pregúntale a Sayre —le gruñó Manning a su hermana—. Y por favor habla bien, niña. La señorita Avery tragó saliva con nerviosismo mientras dirigía sus ojos hacia Sayre, lo cual hizo que Darcy sintiera un nuevo ataque de compasión por ella, pero, en este caso, la curiosidad superaba al temor, porque la muchacha finalmente soltó su pregunta:


—Mil-lord —comenzó a decir con voz temblorosa—, lady Sylvanie d-dijo q-que las p-piedras tienen un n-nombre, y q-que cuando las p-piedras tienen n-nombres, es p-porque tienen una historia. ¿Es eso ci-cierto? Sayre le sonrió a su cuñada.


—Señorita Avery, siempre hay historias, ridiculeces, en realidad, acerca de las cosas antiguas: castillos antiguos, tumbas antiguas, árboles antiguos, piedras antiguas. Los Hombres del Rey no son la excepción. Estoy seguro de que hay miles de historias acerca de ellas.


—¿Los Hombres del Rey? —la señorita Avery frunció el ceño con expresión de confusión—. ¡Lady Sylvanie no l-las llamó a-así!


—Ah... bueno —respondió Sayre, pero luego se quedó callado.


—La señorita Avery tiene razón, milord —dijo lady Felicia—. Lady Sylvanie las llamó los Caballeros, creo.


—¡Los C-caballeros S-Susurrantes! —declaró con gesto triunfal la señorita Avery— ¡Sí, e-eso era!


¿P-puede usted c-contarnos la historia, m-mi lord? —Darcy no fue el único de los que estaba escuchando que se sorprendió con la vehemencia de la respuesta de Sayre.


—¡Todo eso es charlatanería, ya se lo he dicho! ¡Pura invención! —los ojos de Sayre parecieron volverse más negros en medio de su cara pálida. La señorita Avery frunció el ceño.


—¿Qué es «charlatanería», mi querido hermano? —Trenholme avanzó con su caballo por el lado opuesto al que iba Darcy.


—¡Los Caballeros! —resopló Sayre— ¡Basura, pura basura!


—A mí me gustaría oír la historia —dijo lady Felicia, sonriéndole a Trenholme—, ya sea o no basura —Trenholme miró a su hermano con una ceja levantada, pero Sayre se limitó a soltar un gruñido y desvió la mirada.


—Es un cuento más bien sombrío, milady, y tal vez poco apto para los delicados oídos femeninos —comenzó a decir Trenholme con tono solemne. Darcy entornó los ojos, mientras el hombre captaba el interés de su audiencia. Tal como Darcy esperaba, todos los que estaban oyendo le pidieron a Trenholme que empezara de inmediato—. Las piedras se conocen con el nombre de los Hombres del Rey desde hace sólo cien años. En tiempos inmemoriales se les conocía como los Caballeros Susurrantes.


—¿Por qué han cambiado el nombre? —preguntó Manning—. ¡Los Hombres del Rey... los Caballeros Susurrantes! ¡Qué tontería!


—Tal y como he dicho —interrumpió Sayre. —Se dice —continuó Trenholme, retomando el lulo del relato—, que nuestro bisabuelo aprovechó la oportunidad de cambiarles el nombre cuando un escritor pasó por Oxfordshire recogiendo historias sobre la región. Nuestro bisabuelo le dijo a este hombre que se llamaban los Hombres del Rey, inventó un cuento chino sobre las piedras y despachó al escritor. Así, para todos los que no son de Chipping Norton, las piedras se llaman los Hombres del Rey, pero los que han vivido aquí toda su vida saben que no es cierto.


—¿P-por qué su b-bisabuelo hizo e-eso? —la señorita Avery estaba totalmente fascinada con la historia.


—A causa de la leyenda, señorita Avery, la leyenda de los Caballeros Susurrantes. Nuestro bisabuelo quiso ponerle punto final. Pero yo les pregunto, ¿creen ustedes que un simple cambio de nombre puede acabar con una leyenda? —Trenholme miró a su embelesada audiencia en espera de una respuesta, pero nadie se aventuró a contradecirlo, excepto Sayre, que volvió a resoplar y se movió nerviosamente en su sitio.


Darcy se mordió el labio para contener la risa que le causaba la facilidad con que había triunfado la estrategia de Trenholme. Había que decir que era bastante bueno para contar  historias.


—La leyenda, señor Trenholme, cuéntenos la leyenda —Lady Felicia tomó la mano de la señorita Avery.


—Sí, la leyenda... Hace mil años esta tierra era dominio de un poderoso señor. De hecho, el castillo de Norwycke está frente a la colina fortificada —Trenholme bajó la voz—. Como sucedía con muchos hombres en esa época, este señor tenía múltiples enemigos tanto fuera de sus dominios como dentro, incluyendo a uno de sus propios hijos. El hijo desleal contaba con la colaboración de seis de los caballeros de su padre, a quienes había prometido repartir las riquezas del tesoro de su progenitor o darles extensas propiedades, si lo apoyaban. Cuando llegó la noche en que tenían planeado atacar, el grito de «traición, traición» recorrió el dominio pocos minutos antes de que aparecieran —la señorita Avery apretó la mano de lady Felicia al oír el grito de Trenholme y se quedó sin aire. Manning y lady Felicia estaban igualmente atrapados por la historia, con los ojos fijos en Trenholme.


—¿Y qué pasó luego? —preguntó Manning.


—Los conspiradores sabían que habían sido traicionados, pero ¿quién era el traidor? No tenían tiempo de averiguarlo, porque la única oportunidad de sobrevivir que tenían era huir enseguida. Lucharon a brazo partido para poder salir de la propiedad y cruzar las puertas, sin preguntarse nunca cómo habían logrado abrirse paso a través de los poderosos hombres de su padre. Solamente sabían que la única posibilidad de vivir que tenían era atravesar estos campos y llegar hasta el mar, para pasar a Irlanda.


—Me parece un enorme descuido por parte del señor haber dejado que se le escaparan de las manos, después de haber sido avisado —observó Manning, con aire de desinterés.


—¿Descuido? ¿O parte del plan? —replicó Trenholme— El hijo traidor y sus hombres huyeron a través de estos campos, pero al llegar a un lugar fueron interceptados por su padre, que iba acompañado de su guardia personal. El señor le gritó a su hijo que depusiera las armas, pero éste lo insultó y pidió a sus hombres que resistieran. Formaron un círculo, la mejor manera de protegerse mutuamente la espalda, e hicieron una barrera contra el señor y su guardia, retándolos a luchar. Todos, menos uno. El traidor, o mejor, el caballero que todavía era leal al señor, salió del círculo y se pasó al otro bando. Sin poder contener la ira hacia el hombre gracias al cual se había desvanecido su sueño, el hijo sacó un cuchillo de su bota y lo arrojó. Surcó el aire con perfecta puntería y el caballero leal cayó muerto a los pies de su señor.


—¡Oh! —exclamaron lady Felicia y la señorita Avery, con los ojos tan abiertos como los botones del abrigo de Manning. Darcy sonrió. Sí, Trenholme era realmente bueno. Ahora sólo faltaba la maldición. Siempre había una maldición. Darcy miró a Sayre y descubrió que su expresión había cambiado de la burla al terror. ¡La mano con la que tenía agarrado el bastón estaba temblando! Y con la otra se aflojaba el nudo de la corbata, tratando de respirar normalmente para no atraer la atención de sus acompañantes. ¡Por Dios, el hombre estaba claramente desencajado! Darcy entrecerró los ojos y miró a Trenholme.


—¡Así es! —prosiguió el narrador— El señor se arrodilló al lado del caballero caído y le sacó el cuchillo del cuerpo. Luego se levantó y se enfrentó a su hijo. Al decirle que lo repudiaba, lo llamó traidor y cosas peores. Los rebeldes se mofaron y golpearon sus escudos con las espadas. «¿Estos son los perros que te han jurado fidelidad, hombres comprados que sobornaste con lo que te correspondía por nacimiento?», preguntó el señor. Su hijo no dijo nada, pero sus ojos dijeron todo lo que había en su negro corazón.


Trenholme hizo una pausa y luego continuó:


—«Esta noche te maldigo», dijo el señor, «a ti y a todos los que vendan su patrimonio. Y a ti te concedo el don de cazar con estos perros para que te acompañen aquí, en este lugar, para siempre». Tras decir estas palabras, arrojó el cuchillo ensangrentado al suelo, a los pies de su hijo, y en un instante todos quedaron convertidos en piedra.


La señorita Avery lanzó un grito al oír el final de Trenholme y se levantó para sentarse entre su hermano y lady Felicia. Manning tragó saliva varias veces antes de poder soltar una carcajada.


—Sayre tenía razón, Bev, eso no es más que basura, apropiada sólo para asustar a los niños —en ese momento el grupo alcanzó a ver las piedras a través de un pequeño valle. Los conductores de los trineos se salieron del camino principal y tomaron uno preparado para el paso de los invitados de Sayre.


—Una historia espeluznante, señor Trenholme —Lady Felicia se sacudió el abrigo—. No me sorprende que su bisabuelo quisiera cambiar el nombre —hizo una breve pausa y luego preguntó—: Pero¿por qué «susurrantes»? ¿Acaso hay algo que no nos ha contado, señor?


—Claro que lo hay, milady —contestó Trenholme, como si ella le hubiese recordado algo que había olvidado—. Se dice que los caballeros rebeldes vigilan las tierras que formaban parte del dominio de su antiguo señor, buscando al que se atreva a dividir la propiedad o a venderla por partes. Y si encuentran a alguien que tenga esa intención, le dan un aviso de advertencia para que se arrepienta antes de que ellos vengan a buscarle.


—¿Un aviso de advertencia? —preguntó Darcy, mientras en su mente crecía una apabullante sospecha.


—Sí, Darcy, susurran su nombre.

***********

Mientras los conductores de los trineos detenían los caballos al pie de la colina desde la cual los Caballeros mantenían su famosa vigilancia, Darcy desmontó y le entregó el caballo a un mozo del establo que apareció de repente detrás de una roca menos siniestra. Era evidente que el grupo había sido precedido por varios de los sirvientes de Sayre. A un lado del camino se veía ahora un trineo del que estaban descargando bebidas para los invitados y al otro lado los estaba esperando un acogedor fuego. Observando cómo se bajaban los ocupantes del trineo, Darcy no pudo decidir cuál parecía más afectado por la historia de Trenholme, si la señorita Avery o Sayre. Una vez fuera del vehículo, la señorita Avery dejó claro su deseo de mantenerse cerca de su hermano y se aferró a su brazo. Pero Manning mostró, con la misma claridad, su deseo de que ella estuviera en otro codo y finalmente la envió a sentarse junto al fuego, con la orden de «beber algo caliente y tratar de dejar de portarse como una tonta». Tan pronto descendieron, Sayre se fue directamente hacia el fuego y pidió que le alcanzaran una petaca de whisky, al que se apresuró a darle un largo trago, mientras miraba las piedras con ojos amenazadores.


Los que no habían tenido el privilegio de oír la historia de Trenholme avanzaron hacia el camino que conducía al círculo de piedras labradas por el tiempo y cubiertas de líquenes, que reposaban en un suelo casi libre de nieve a causa del viento.


—Vamos, Sayre, ¿no vienes con nosotros? —gritó Trenholme desde el grupo de invitados, y parecía tan contento por el terrible estado en que se encontraba su hermano» que a Darcy le pareció que, bajo esas circunstancias, su actitud no sólo era de mal gusto sino inquietante— ¡Tal vez oigamos algún que otro susurro!


—Vete al diablo —gritó Sayre, dando media vuelta para alejarse de las piedras y de las burlas de su hermano.


A pesar de lo perturbador que parecía el comportamiento de sus anfitriones, Darcy no tenía ganas de seguir especulando sobre el asunto. Desechó la sospecha que había subido en su mente durante la narración de la historia acerca del posible propósito de Trenholme, por considerar que era absurda y ponía en evidencia la confesión de sus propios pensamientos, más que las perversas intenciones del narrador.


Desde los tiempos de Eton, Sayre y su hermano siempre habían sido muy competitivos, recordó Darcy, y seguramente tal rivalidad viniera ya desde la cuna. El hecho de que esa animadversión hubiese aumentado en los años que habían transcurrido desde entonces no era de extrañar, aunque parecía haber tomado un matiz peculiar. Darcy nunca habría imaginado que ninguno de los dos fuese de una naturaleza más supersticiosa que la de cualquier hombre adicto al juego. Al menos habría rechazado la idea de que creyeran en historias de fantasmas y maldiciones, pero era innegable que Sayre estaba profundamente afectado. Mientras Darcy lo miraba, Sayre le dio otro sorbo al whisky, haciendo que su nariz se volviera cada vez más rosada sobre su rostro cada vez más pálido.


El caballero dio media vuelta y, reuniéndose con los que iban caminando, comenzó a subir la empinada colina. A la cabeza del grupo, Trenholme hacía las veces de guía. Poole y Monmouth lo seguían de cerca, al igual que la señorita Farnsworth, que se había recogido la cola del vestido con el brazo y ahora exhibía un esbelto par de tobillos, mientras caminaba con los caballeros. Tras ellos, lady Sayre se apoyaba en el brazo de lord Chelmsford, pues lady Chelmsford había decidido quedarse junto al fuego para disfrutar del calor, y los dos parecían absortos en una conversación íntima y privada, subiendo lentamente detrás de los demás. Habiéndose librado de su hermana, Manning acompañaba a lady Felicia, aprovechando todas las oportunidades que le ofrecía el terreno para ponerle las manos en la cintura con intención de ayudarla.


Darcy notó que sólo había una persona del grupo que subía sola hacia los Caballeros Susurrantes, y que parecía estar esperándolo a él.


—Ya ve, señor Darcy, parece que me he quedado atrás —lady Beatrice le sonrió con impotencia, a medida que él se acercaba. La dama se levantó de la piedra sobre la que estaba descansando—. Me temo que el camino es muy empinado.


—Por favor, permítame ofrecerle mi brazo, milady —Darcy tendió el brazo, mientras crecían sus sospechas sobre el verdadero propósito de la dama al esperarle y seguro de que no pasaría mucho tiempo antes de que ella mostrara sus intenciones.


—Gracias, señor. Veo que tiene usted unos modales más corteses que los de los tiempos actuales —lady Beatrice frunció los labios durante un minuto, mientras levantaba la vista para observar a todos los caballeros que habían tenido la descortesía de dejarla sola, y luego se giró hacia Darcy con una sonrisa.


—Es usted muy amable, señora —respondió Darcy con cortesía.


Lady Beatrice no era exactamente una joven viuda, rondaría los cuarenta años, aunque no se podía decir que revelara su edad. Con esa figura, esa delicada piel de porcelana y esos modales tan elegantes, era la culminación de lo que en su hija todavía era una promesa. No obstante, Darcy estaba bastante seguro de que la dama realmente quería hablar sobre su hija. Cualquiera que fueran las intenciones de lady Beatrice, Darcy no las descubriría todavía, pues un grito procedente de su espalda detuvo su marcha.


—M-milady, s-señor D-darcy —dijo jadeando la señorita Avery, mientras se apresuraba a alcanzarlos—. Les ruego m-me p-perdonen, pero ¿p-puedo acompañarlos? No quiero q-quedarme con lord... —se detuvo y se mordió el labio— Es d-decir, l-lord Sayre no está... ¡Oh, Dios! ¡D-debo ver a mi he-hermano!


—Claro, querida —lady Beatrice retiró la mano del brazo de Darcy y entrelazó el brazo de la jovencita con el suyo—. Claro que puede usted acompañarnos, ¿no es así, señor? —Darcy asintió, mientras miraba hacia el fuego y observaba a lord Sayre, que todavía estaba agarrado a la botella. ¡Condenado hombre! ¿Acaso era tan insensato como para deshonrar su nombre y luego asustar a su joven invitada con su imprudente comportamiento... todo a causa de una leyenda? ¡Y Manning! Darcy levantó la vista para mirar al barón y censuró mentalmente la integridad de un hombre que mostraba más interés por la prometida de otro que por la seguridad y el bienestar de su propia hermana.


—G-gracias, milady —dijo la señorita Avery con alivio. Retiró el brazo del de lady Beatrice y se adelantó un poco, de manera que lady Beatrice volvió a apoderarse del brazo de Darcy.


—Pobre chiquilla —comentó lady Beatrice, sacudiendo la cabeza—. ¿No tiene usted una hermana más o menos de la misma edad que la señorita Avery, señor?


—Sí, señora. La señorita Darcy es un año menor que la señorita Avery.


En ese momento Darcy pensó en lo diferente que era Georgiana de la señorita Avery. Sí, su hermana solía ser reservada y todavía era un poco tímida, pero Darcy no recordaba haber visto en sus ojos aquel temor crónico que parecía ser la eterna compañía de la señorita Avery. Por el contrario, la manera de ser de Georgiana siempre se había apoyado en su confianza en la bondad del mundo que la rodeaba... hasta que Wickham lo había destrozado. Últimamente, sin embargo, a partir de su recién adquirido interés por los temas religiosos y la serenidad que éstos parecían haberle brindado, Georgiana mostraba una madurez mental y social que superaba mucho la frágil capa de sofisticación social de la señorita Avery.


—Entonces todavía no ha sido presentada en sociedad —afirmó lady Beatrice, siguiendo con la conversación.


—No, milady. Tal vez el próximo año sea presentada en la corte —contestó Darcy con cautela.


—No hace mucho tiempo que mi hija pasó por eso, señor Darcy. ¡Es una prueba tremenda! Cuando era una niña, el señor Farnsworth siempre llevaba a Judith con él, debido a que no tenía hijos varones. Eso significa que la niña siempre estaba en los establos y en el campo, y no en los salones —lady Beatrice suspiró—. Desde luego, todo eso terminó cuando el señor Farnsworth tuvo su accidente. El pobre hombre finalmente encontró una cerca que no pudo superar y me convirtió en viuda —miró fugazmente a Darcy, mientras él murmuraba sus condolencias, tal como correspondía. Luego continuó—: Al comienzo a Judith no le gustó abandonar todas esas actividades que realizaba con su padre, pero me complace decir que, cuando fue presentada en la corte, ya había aprendido a reconocer dónde estaba su felicidad.


Lady Beatrice disminuyó el paso y Darcy hizo lo mismo, aunque sintió una extraña desazón en la boca del estómago.


—No puedo negar que Judith es una muchacha de un temperamento muy fuerte, señor Darcy. Es un poco como su padre en ese aspecto, pero todavía es joven. Estoy segura de que ella sabrá responder a una mano firme y que rápidamente aprenderá a disfrutar de todas esas habilidades domésticas que requiere un caballero de la más alta posición e influencia.


Darcy apretó la mandíbula con firmeza, seguro de la decisión que había tomado mientras escuchaba el discurso de lady Beatrice, que buscaba disculpar la desagradable exhibición de testarudez que acababa de hacer su hija. ¿Así que la señorita Farnsworth necesitaba una mano firme? ¿Y se esperaba que él decidiera hacerse cargo de su educación? Darcy se podía imaginar con facilidad las escenas que tendrían lugar en la casa de los Farnsworth cuando se contrariaba la voluntad de la señorita Farnsworth. Es posible que existiesen hombres a los que les gustara hacer entrar en cintura a una mujer así, pero él no formaba parte de ese grupo. ¡Por Dios! Se estremeció al pensar en toda una vida dedicada a batallar contra el temperamento de la señorita Farnsworth. ¡Había que acabar, a cualquier precio, con todas las esperanzas de lady Beatrice en ese sentido!


—Sin duda ése será el caso, cuando aparezca el hombre apropiado, milady —respondió Darcy con tanto desinterés como pudo.


—Pero usted, señor Darcy, ha tenido la responsabilidad de educar a su hermana y sabe desenvolverse en ese aspecto, ¿no es así? —insistió lady Beatrice— He oído maravillosos comentarios acerca de la señorita Darcy...


—Le agradezco sus palabras, señora —interrumpió Darcy—. Pero creo que la educación de una hermana no se puede comparar en absoluto con el tipo de instrucción que, según usted, necesitará recibir de su esposo la señorita Farnsworth. Creo que, en ese cometido, mi experiencia sería de poca utilidad.


—¡Bien! —respondió lady Beatrice, retirando la mano del brazo de Darcy— Le aseguro, señor, que es usted bastante directo.


—Le ruego que me disculpe, señora, pero estoy seguro de que usted no querría oír nada menos que la verdad, tratándose de la felicidad de su única hija —replicó Darcy con frialdad.


Lady Beatrice enarcó las cejas y luego sonrió con cierta complicidad.


—Veo que ha tenido varios encuentros con matronas casamenteras, señor Darcy —soltó una ronca carcajada—. Ha sido usted muy hábil, señor. Muy hábil, en verdad.


Como no había ninguna manera decente de responder a esa observación, el caballero guardó en silencio, pero se sentía cada vez más inquieto. Mientras seguían avanzando, percibió varias miradas sospechosas por parte de la dama y cuando ella tropezó con una piedra del camino y cayó en sus brazos, comenzó a alarmarse ante el posible significado de aquellas miradas. Cuando llegaron a la cima, se excusó rápidamente y se acercó al resto del grupo.


La señorita Avery había llegado antes que ellos y enseguida corrió hacia donde estaba su hermano, que casi no quiso escucharla y la miró con gesto de disgusto.


—Bella, deja ya de tartamudear, niña, o no te prestaré atención nunca más. ¿Qué ha pasado con Sayre? —la señorita Avery trató de satisfacer la solicitud de su hermano, pero Manning se giró rápidamente y llamó a su otra hermana— ¡Letty! Bella está totalmente conmocionada... Está diciendo algo sobre Sayre. Tal vez tú puedas entenderle, ¡porque yo ya no puedo tolerar sus balbuceos ni un segundo más!


Ante semejante reproche, y delante de todo el mundo, las mejillas de la señorita Avery se tiñeron de un color rosado que no favorecían nada a sus rasgos y se apartó apresuradamente de Manning. Con la intención de alejarse lo más posible, tomó la dirección opuesta a la del resto del grupo y se fue sola hacia una enorme piedra solitaria que descollaba unos pocos metros más allá, vigilando todo el paisaje.


Darcy la vio avanzar hacia allí y luego se giró hacia el resto del grupo, con la mandíbula apretada por la rabia que le producía la cruel demostración de desprecio de su propia sangre que acababa de hacer Manning. Realmente, no podía soportarlo más.


—¿Cree usted que las oiremos susurrar, señor Trenholme? —preguntó lady Felicia, pasando suavemente la punta de sus dedos enguantados por la superficie de la piedra más grande.


—No puedo decir que las haya oído alguna vez —confesó Trenholme—, pero me atrevería a decir que no vamos a oír nada a plena luz del día. Ese tipo de cosas —dijo y bajó la voz hasta adoptar un tono siniestro— pertenecen a los muertos de...


Un grito de terror interrumpió las palabras de Trenholme y congeló la sonrisa en el rostro de los presentes.


—¡Bella! —gritó Manning. Luego se oyó otro grito que los sacó a todos de esa parálisis momentánea. Cuando recuperaron el control, Darcy y Manning salieron corriendo en dirección a los gritos. Darcy adelantó rápidamente a Manning, a pesar de sus llamadas, y al llegar al gran monolito, lo rodeó para llegar hasta donde estaba la señorita Avery. Ella parecía embrujada y abría y cerraba las manos con nerviosismo, con el rostro blanco como el papel. Si reconoció a Darcy, no lo demostró, pues siguió gritando hasta que él estuvo casi a su lado.


—¡Señorita Avery! —Darcy se paró entre ella y la piedra, tapándole totalmente la vista— ¡Señorita Avery! —repitió, agarrándola de los brazos. Ella lo miró por fin, con los ojos desorbitados de terror y, después de soltar un grito desgarrador, se arrojó contra su pecho y hundió la cara entre su chaqueta, aferrándose a las solapas. Sin pensarlo dos veces, Darcy la rodeó con los brazos, tal como había hecho en innumerables ocasiones para consolar a Georgiana— ¿Qué sucede? —dijo con delicadeza, pero ella se limitó a negar con la cabeza, aferrándose a él con más fuerza.


Darcy pensó que los demás ya debían estar a punto de alcanzarlos y miró por encima del hombro. ¿Qué era lo que había asustado de esa manera a esta muchacha que temblaba ahora entre sus brazos? Detrás se erguía la Piedra del Rey. La solidez antigua del monolito desafió la mirada de Darcy y atrajo su atención hacia abajo... hacia el lugar donde se clavaba en la tierra. Se le congeló la sangre en las venas.


—¡Por Dios! —la voz de Manning tembló de horror, al tiempo que se alejaba de la base de la piedra y levantaba la vista para encontrarse con la mirada de Darcy.


—Sí —dijo Darcy de manera tajante. La señorita Avery seguía temblando y sollozando contra su pecho y él tuvo dudas de que pudiera sostenerse por sus propias fuerzas—. ¡Manning! —le gritó Darcy al barón, cuya atención estaba otra vez fija en el macabro envoltorio que tenía a los pies— ¡Manning! —gritó de nuevo Darcy, antes de que el hombre levantara la cabeza, con el rostro casi tan pálido como el de su hermana— La señorita Avery te necesita —siguió diciendo Darcy en un tono firme pero contenido—. Hay que sacarla de aquí enseguida y advertirles a los demás que no se acerquen.


—Sí... claro —respondió Manning con voz ronca, sacudiéndose como si se estuviera despertando de una pesadilla.


Con más gentileza de la que Darcy le había visto hasta aquel entonces, Manning soltó a la señorita Avery de los brazos de Darcy y la recostó contra él. La abrazó con fuerza durante un momento, susurrándole algo al oído, y luego se inclinó y la levantó del suelo, recostando la cara de su hermana contra su hombro. Le hizo un gesto de asentimiento a Darcy y comenzó a bajar la colina hacia el fuego. Tan pronto divisaron a Manning y a su hermana, el resto del grupo los rodeó. Desde su punto de observación, Darcy vio que Manning rechazaba vigorosamente la ayuda de los otros. Protegiendo a su hermana, la alejó de la curiosidad de los demás y siguió bajando hacia la hoguera, mientras el resto del grupo los seguía en medio de una gran confusión.

Al ver que todos estaban ocupados, Darcy se volvió hacia la monstruosidad que yacía a los pies de la piedra. Sintió que el estómago se le revolvía, pero resolvió ignorar aquella sensación, así como el cosquilleo helado que se deslizaba por la espalda y lo invitaba a huir de la tarea que tenía ante él. La imagen que contemplaban sus ojos sólo podía calificarse como lo que era: una monstruosidad diabólica. A los pies de la piedra, un ovillo de mantas ensangrentadas envolvía la figura de un niño. A pesar del frío que hacía, Darcy sintió que unas gotas de sudor descendían por su frente mientras quitaba con cuidado la primera capa de mantas, que dejó al descubierto la cara del niño que miraba hacia la piedra. Con el corazón en la garganta, Darcy giró la cabeza con delicadeza y contuvo el aliento, mientras entrecerraba los ojos con sorpresa y desconcierto. Lo que tenía frente a él era, ciertamente, una máscara. Fabricada con una tela del mismo color de la piel y hábilmente cosida, la máscara pretendía imitar la cara de un niño. Sus rasgos delicados y angelicales, rellenos de algodón, contribuían a producir la ilusión y cubrían por completo lo que había debajo.

—¡Darcy! —el grito de Trenholme hizo que levantara la vista al mismo tiempo que el hermano de su anfitrión aparecía detrás de la piedra— Darcy —repitió Trenholme cuando lo vio—. ¿Qué...? ¡Santo Dios! —Trenholme se llevó una mano a la boca, repitiendo involuntariamente la exclamación de horror de Manning y sacudiendo los hombros de tal manera que Darcy pensó que iba a vomitar el desayuno. Pero Trenholme recuperó el control enseguida y se puso en cuclillas al lado de Darcy— ¿Es... un niño? —preguntó en voz baja.

—Todavía no estoy seguro —respondió Darcy, con la voz ahogada por el esfuerzo de contener su propia conmoción—. Mira, Trenholme —Darcy señaló la cabeza—. Lleva una especie de máscara —Trenholme lo miró con estupefacción—. Estaba a punto de quitársela cuando llegaste —al ver el gesto de asentimiento de Trenholme, respiró hondo, estiró la mano y retiró la máscara. Durante un instante, los dos hombres sólo pudieron mirar con perplejidad la imagen que tenían ante ellos.

—¡Gracias a Dios! —Darcy cerró los ojos y se echó hacia atrás, para entregarse a la sensación de alivio que lo recorría y aflojaba la tensión de su cuerpo.

—¡Es un cerdo! —rugió Trenholme. Luego, levantando la voz con rabia, repitió—: ¡Es un maldito cerdo! ¡Oh, esto ha ido demasiado lejos! ¡No lo toleraré! ¿Dónde está mi caballo? —se puso de pie enseguida y habría salido corriendo, si Darcy no se hubiera levantado de inmediato para agarrarlo del brazo.

—¿Tú sabes quién ha hecho esto? —Darcy clavó sus ojos en el hombre— ¡Trenholme! ¿Lo sabes? —Trenholme lo miró con rabia, pero no pudo ocultarle a Darcy la sombra de terror que cruzó por sus ojos.

—¿A qué te refieres? ¡No! Por supuesto que no sé quién ha hecho esta... esta sucia... ¡ Aghh! —Trenholme se zafó y dio unos pasos hacia atrás— Las piedras siempre han atraído a gentes que creen en antiguos ritos... así como a lunáticos que bailan alrededor de ellas en medio de la noche. Pociones de amor, curas, maldiciones, todo eso... ¡pero nunca ha sucedido nada semejante! —negó con la cabeza, al tiempo que señalaba la piedra—. ¡Nada semejante! —bajo la mirada inquisitiva de Darcy, Trenholme dio media vuelta y bajó tambaleándose hacia donde estaban los demás. Darcy se quedó solo, contemplando su horrible descubrimiento.

Miró nuevamente la escena que tenía ante la inmensa piedra. Aunque la sensación de horror se había reducido significativamente al saber que lo que había entre las mantas ensangrentadas era un animal, Darcy no pudo eliminar el estremecimiento que recorrió su cuerpo y cruzó su mente. ¡Todo ha sido dispuesto para que pareciese un niño! Alguien había dedicado tiempo y trabajo a aquel horrendo y perverso sacrificio, pretendiendo hacerlo pasar por un bebé. La maldad de dicho acto tenía horribles implicaciones, que estaban en total contradicción con la cuidadosa visión del mundo que tenía Darcy. ¡Aquello simplemente no encajaba! Esas prácticas execrables pertenecían a otras épocas, hacía muchos siglos, cuando los hombres eran esclavos de la superstición y temblaban de pavor ante un universo caprichoso. ¡Estaban ya en el siglo XIX, por Dios! Hacía ya muchos años los hombres se habían acostumbrado a regirse por los dictados de la lógica, ¡y no los de una deidad sedienta de sangre que rondaba por las antiguas piedras en una colina de Oxfordshire! La idea era totalmente irracional, absurda incluso, pero lo terrible es que era un hecho que en ese mismo momento manchaba el suelo que estaba a sus pies.

Miró hacia abajo, hacia el confuso grupo de personas reunidas en la base de la colina. Un grito de Sayre llegó hasta sus oídos. Aunque Darcy no pudo entender las palabras de su anfitrión, su significado fue evidente cuando todos los criados corrieron a empaquetar la comida y el resto de las cosas que habían traído para atender a los invitados. El paseo había llegado a su fin y Darcy debía reunirse con los demás. No había nada más que él pudiera hacer allí.

A excepción de Trenholme, que meditaba junto al fuego con una taza de sidra caliente en la mano, el resto de los invitados se dividió en dos grupos cerca de los trineos. Manning estaba en uno de los grupos, todavía con su hermana abrazada. A su alrededor, las damas murmuraban, tratando de llamar la atención de la señorita Avery, para que levantara el rostro de los pliegues del abrigo de su hermano. Los otros caballeros formaban el otro grupo, pero al ver que Darcy se acercaba, Monmouth y Poole se separaron del resto y avanzaron hacia él.

—Darcy, ¿qué ha sucedido? —jadeó Poole al detenerse— Manning sólo dice que ha sido algo horrendo y Trenholme no quiere hablar con nadie.

—Recurrimos a ti, viejo amigo —Monmouth asintió en señal de acuerdo con las palabras de Poole—. Las damas se están imaginando todo tipo de escenas sórdidas, a la manera de la señora Radcliffe. «Nada de eso», les dije. «Esto es Inglaterra, no Italia ni los confines de los Cárpatos. Probablemente ha tropezado con un conejo o un pájaro muerto», dije. Pero, de verdad, Darcy, ¿qué ha pasado?

Darcy vaciló. Esto es Inglaterra. Él sabía exactamente lo que Monmouth quería decir con esa frase. ¿Acaso no era eso lo que todos los hombres de este país habían dicho alguna vez, o les habían oído decir a sus padres? Los franceses podían cortar brutalmente la cabeza de sus aristócratas para seguir luego a un loco a través de toda Europa, pero esto es Inglaterra. Los italianos podían formar sociedades secretas y asesinas y considerar que el veneno no era más que otra herramienta de la política, pero esto es Inglaterra. Sin embargo, allí arriba, en una colina inglesa, yacía una realidad más malvada que cualquier novela que hubiese escrito la señora Radcliffe.


Darcy miró a la cara a sus viejos compañeros de estudios. Al ver que lo que los impulsaba a importunarlo no era un sentimiento de preocupación o compasión por la señorita Avery, sino el deseo de satisfacer su curiosidad, se sintió asqueado. No estaba dispuesto a proporcionarles ese placer.


—Si nuestros anfitriones prefieren no discutir el incidente —respondió de manera seca—, es natural que respetemos sus deseos y también guardemos silencio —al oír las airadas protestas de los otros, Darcy añadió—: Disculpadme, pero el mozo tiene preparado mi caballo. Caballeros —hizo una rápida inclinación y los dejó atrás. El caballo agitó las orejas al sentirlo y dobló el cuello para observarlo, mientras él tomaba las riendas y se preparaba para montar.


—Señor Darcy —la señorita Farnsworth se colocó a su lado con su caballo—. Me temo que debo pedirle humildemente que me disculpe, señor. Tenía razón al preocuparse, y debo confesar que también tenía razón en el consejo que me dio —sonrió con arrepentimiento—. Mi caballo —añadió, al ver que Darcy la miraba con indiferencia. Él inclinó la cabeza con expresión cansada, cuando se dio cuenta de que ella finalmente reconocía su error, y se acomodó en la silla.


Los conductores de los trineos les hicieron señas a los mozos del establo, que se apartaron rápidamente, y el grupo abandonó la horrenda escena en medio de una charla nerviosa que hizo que Darcy prefiriera quedarse en la retaguardia de la comitiva, hasta que volvieran a salir al camino que conducía a Norwycke. Más adelante, alcanzó el trineo en que iba Manning para preguntar por la señorita Avery. Todavía estaba pálida y seguía temblando entre los brazos de su hermano, aunque su semblante iba adquiriendo ya un poco de color. Seguía con los ojos cerrados y gimiendo lastimeramente, mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas.


¡Ella todavía cree que era un niño! Al darse cuenta de que Trenholme no había calmado el sufrimiento de la señorita Avery contándole qué era realmente lo que había descubierto, Darcy se estremeció de rabia. Reprochándose el hecho de no haberse asegurado enseguida de que ella conociera la verdad, se inclinó hacia delante.
—Manning —dijo. Su viejo antagonista levantó los ojos, que todavía mostraban el desconcierto por lo que habían visto.
—Darcy —dijo suspirando—. ¿Cómo podré agradecértelo? Pobre Bella... Gracias a Dios que has tenido la suficiente entereza para mantener el control.
Ignorando las expresiones de gratitud del barón, Darcy continuó:
—Manning, es muy importante que sepas la verdad. Debes saberla y comunicársela a la señorita Avery. No era lo que parecía ser.
El barón frunció el ceño con expresión confusa.
—Pero, yo lo vi... en medio de toda esa...
—Sí —Darcy se apresuró a interrumpirlo, antes de que el barón describiera la escena y los otros ocupantes del trineo pudiesen oírle—. Eso es lo que parecía y con tal propósito fue hecho, pero no era semejante cosa, te lo aseguro. La señorita Avery se sentirá más tranquila al saberlo.


Desconcertado, Manning negó con la cabeza y luego miró a su hermana. Le acarició la mejilla y los rizos que se habían escapado de su sombrero.
—¿Por qué alguien querría hacer algo así? —preguntó jadeando y volvió a mirar a Darcy.
El caballero se enderezó y apretó la mandíbula al mirar hacia atrás. ¿Por qué? Volvió a mirar al barón e inclinó la cabeza.
—Me temo que no puedo responder a esa pregunta. Por favor, transmítele mi saludo a la señorita Avery.
Después de ver el gesto de asentimiento de Manning, Darcy detuvo su caballo y dejó que el trineo pasara ante él, deslizándose sobre la blanca nieve.


Cuando cruzaron por fin el puente del castillo y llegaron al patio, Darcy estaba aterido de frío y lo único que deseaba era la soledad y el consuelo de un baño caliente, para evitar que su mente siguiera dando vueltas a los sucesos del día. Lo que habían descubierto en la base de la piedra se había apoderado de su mente de tal manera que lo único que podía decir de su viaje de regreso al castillo de Norwycke era que un solemne crepúsculo se había extendido sobre ellos, mientras el viento se hacía más frío y soplaba con más fuerza.


Desmontó lentamente y le entregó el caballo a un mozo corpulento que ya llevaba otros dos animales de regreso al establo. Aunque él y el caballo habían llegado a respetarse mutuamente, se despidieron sin tristeza, con la esperanza de que quienes se ocupaban respectivamente de atenderlos estuviesen preparados para satisfacer sus necesidades. Aparentemente, Sayre y los otros invitados eran de la misma opinión, porque tan pronto se oyó cómo se cerraban las puertas de las habitaciones, el ala del castillo que ocupaban los invitados fue invadida por un rumor de voces y las carreras de los criados por las escaleras de servicio.

Darcy hizo girar el picaporte de la puerta de su habitación con la ferviente esperanza de que Fletcher no hubiese perdido la capacidad de anticiparse a sus necesidades. A juzgar por los ruidos que resonaban en el castillo, en pocos minutos el agua caliente fue todo un privilegio. Pero el caballero vio cumplidas sus esperanzas más allá de toda expectativa.

—Fletcher —Darcy suspiró al ver la bata sobre la cama—. Pienso que es usted realmente una joya —olfateó el aire—. ¡Y también comida!

—Sí, Señor —Fletcher hizo una inclinación—. A su baño sólo le falta un balde de agua caliente, que ya está en camino. Y la comida se mantendrá caliente hasta que usted lo desee. ¿Puedo ayudarle, señor? —Fletcher levantó las manos para agarrar los bordes de la chaqueta del caballero y se la sacó con pericia, Sacudiéndola ligeramente, la colocó en una silla y se giró otra vez hacia su patrón para seguir con el chaleco, cuando se detuvo en seco, con el ceño fruncido y un gesto interrogante en su rostro. Mientras Darcy se desabrochaba el chaleco, Fletcher volvió a mirar la chaqueta, agarró una manga y le dio varias vueltas al puño para examinarlo de cerca.
—¡Señor Darcy! —exclamó finalmente— ¡Hay sangre en el puño de su chaqueta, señor!
El caballero levantó la mirada.
—Había tanta sangre que no me sorprende lo más mínimo. ¿Se puede quitar?
—S-sí, señor —tartamudeó Fletcher, que parecía cada vez más agitado—, pero ¿está usted herido, señor Darcy? ¿Acaso ha habido un accidente? ¿Por qué nadie me ha informado?
Darcy lo miró con asombro, pero enseguida sintió una enorme sensación de júbilo.
—¿Será posible que usted no se haya enterado, Fletcher? —preguntó con seriedad, incapaz de resistir la tentación de aprovechar aquella ocasión tan singular, cuya novedad contrarrestaba, hasta cierto punto, las sombrías circunstancias que la habían hecho posible.

La angustia de Fletcher al tener que admitir que desconocía el importante acontecimiento que había provocado que la ropa de su patrón estuviese manchada de sangre habría sido algo difícil de contemplar, si Darcy no estuviese casi mareado por el cansancio, el hambre y la excesiva felicidad que le producía el hecho de haber podido, por fin, sorprender a su ayuda de cámara.

—No, señor, no me he enterado y estoy seguro de que no es de mi incumbencia, si usted no está herido —confesó Fletcher con voz contenida. Soltó la manga y se colocó detrás de Darcy para quitarle el chaleco—. No está usted herido, ¿verdad, señor? —añadió en voz baja.


Darcy estaba seguro de que la preocupación de Fletcher era auténtica y sintió una punzada de vergüenza por burlarse de él.
—No, no estoy herido —dijo por encima del hombro—. La sangre no es mía. No es sangre humana, de hecho, sino de un animal.
—Claro, señor —no había posibilidades de que Fletcher volviera a caer. Darcy se sentó al oír que alguien golpeaba en el vestidor. Fletcher abrió la puerta y le hizo señas al criado para que entrara y prosiguiera con su tarea, mientras que él supervisaba cómo vertían el último balde de agua en la bañera. Después de terminar, despachó al muchacho y esperó a que el sonido de sus botas se perdiera por las escaleras, antes de cerrar la puerta.
—El baño está listo, señor, pero tenga cuidado, está bastante caliente —el ayuda de cámara se movió para recoger la camisa que Darcy acababa de quitarse, mientras avanzaba hacia el vestidor.
Pocos minutos después, Darcy estaba relajándose en la bañera. El vapor que se elevaba de la superficie cubrió su rostro. Se echó hacia atrás, deleitándose con la sensación de alivio que el agua caliente producía en su cuerpo. Si existiese también un remedio semejante para la mente, pensó, cerrando los ojos. Pero en su mente volvieron a aparecer las escenas de la tarde: el temor de Sayre, la histeria de la señorita Avery, la rabia de Trenholme y, sobre todo, aquel bulto en la base de la piedra. ¿Qué significaba eso? Incluso Trenholme, que sabía que aquellas piedras eran punto de atracción para todo tipo de superstición, se había quedado impresionado y asqueado, y había dicho que nunca antes había ocurrido algo parecido. Si estaba diciendo la verdad, ¡aquel sacrificio implicaba un intento de manipular el destino de una manera mucho más sena que un remedio para las verrugas! Aquella máscara producía la sensación de estar ante el sacrificio de un niño, lo que indicaba que tras ese abominable acto estaba la intención de obtener poder, un enorme poder. Y si alguien buscaba poder, ¿no sería probable que estuviese dirigido contra un «poder» rival? ¿El de Sayre, tal vez, que se había puesto a temblar al ver las piedras? Pero, ¿con qué propósito? Dejó escapar un gruñido de frustración.


—¿Señor Darcy? —Fletcher apareció en la puerta— ¿Me ha llamado usted, señor?
—No —el caballero suspiró—. Pero puede echar el primer balde.
En segundos, una cascada de agua tibia cayó sobre su cara y sus hombros. Darcy se apartó el cabello de los ojos y parpadeó para sacar las gotas que quedaban.
—Su jabón, señor —una pastilla de fino jabón francés pasó frente a su nariz, acompañada de una toallita. Darcy trató de agarrar el jabón, que le resbaló de las manos como el corcho de una botella y cayó al agua sumergiéndose hasta el fondo, a diferencia del corcho. Fletcher enarcó una ceja, pero dio media vuelta y se concentró en la bandeja de artículos de tocador, sin hacer ningún comentario. El caballero recuperó el jabón y se enjabonó con vigor, mientras el silencio entre los dos se hacía cada vez más profundo e incómodo.


—¿El segundo, señor? —Darcy oyó a Fletcher, cuya voz revelaba un cierto tono de desinterés. Después de asentir con la cabeza, se preparó para el enjuague. El agua cayó con suavidad, arrastrando la espuma de su cabeza, dispersándola en varios chorritos. Cuando tuvo los ojos totalmente libres de espuma, Darcy levantó la vista para mirar deliberadamente a su ayuda de cámara. No sólo se había acostumbrado al intachable servicio de Fletcher, sino también a su extraordinaria capacidad de predicción y a su ingeniosa conversación. Era evidente que el ayuda de cámara se sentía molesto por no haberse enterado de lo que había ocurrido, el único defecto que se podía encontrar después de muchos años de un servicio impecable, y la falta de sensibilidad de Darcy había añadido «sal a la herida», como se solía decir.


¡Excelente, Darcy!, se felicitó con sarcasmo. ¡Ahora alejas a tu aliado más seguro, precisamente cuando más lo necesitas! ¿En qué otra persona que no fuese Fletcher podía confiar Darcy para que desenredara la telaraña que parecía estarse tejiendo a su alrededor? Volvió a recordar las imágenes de la infamia que había visto en la Piedra del Rey. Necesitaba que Fletcher estuviera en la mejor forma posible y no lamentándose por un error menor debido a la imprudencia que había cometido al tratar de burlarse de él.


Se levantó de la bañera con gesto meditabundo y se puso la bata que le tendía Fletcher, que de inmediato se dirigió a la cómoda con el fin de traerle un juego de ropa interior y medias. Después de vestirse con celeridad, Darcy trató de pensar en una forma de recuperar la confianza de Fletcher y dirigir su capacidad sin influenciar su percepción. ¿Debería contarle todo lo que había ocurrido? No le cabía duda de que Fletcher le sacaría la historia, o una versión de ella, a la criada o al ayuda de cámara de alguien. ¿No sería, entonces, más útil que Fletcher tuviera conocimiento de todos los hechos, para que pudiera observar libremente a los habitantes del castillo sin estar influenciado por el impacto de una revelación?


Mientras se ponía los pantalones negros de gala y se los abrochaba sobre las medias de seda, de repente recordó las obligaciones sociales que lo esperaban. Esa noche iban a jugar a las charadas, recordó con fastidio, y se suponía que él estaba buscando una esposa. En eso, también, Fletcher podía ser inapreciable. Darcy pasó revista a los rostros de todas las jóvenes que había conocido hasta ahora y las descartó a todas, menos a una: Lady Sylvanie. No podía negar que le tenía intrigado su belleza sobrenatural y sus enigmáticos ojos, pero también tenía que admitir que ella todavía no había despertado en él esa fuerza irreprimible que se apoderaba de él cada vez que Eliza...

—Su corbata, señor. ¿Está usted listo? —Fletcher le mostró la prenda perfectamente almidonada. Darcy asintió y se sentó. Bueno, la verdad es que no había habido tiempo, ¿o sí? El hecho de que ella hubiese despertado su interés con tanta rapidez, teniendo en cuenta el poco tiempo que hacía que se conocían, era un punto a favor de Sylvanie. Tal vez todavía había esperanzas de poder satisfacer sus necesidades y requerimientos rápidamente y de manera aceptable, para poder irse a casa. Con ese pensamiento en mente, sintió una punzada de nostalgia por su hogar... por la mujer que se había imaginado deambulando por él, en cada salón. Darcy sabía lo que deseaba; su deseo ya estaba comprometido con una insolente, ingeniosa y adorable criatura de nombre Elizabeth Bennet, que era absolutamente inadecuada. Pero él se encontraba allí para cumplir con su deber. Y el deber exigía que permaneciera en Norwycke, con gente que estaba llegando a aborrecer con una rapidez extraordinaria.


—Su chaqueta, señor Darcy —la voz neutra de Fletcher interrumpió, una vez más, los pensamientos del caballero. Deslizó los brazos por la levita y se la ajustó sobre los hombros; luego miró se miró en el espejo, mientras tiraba de los puños. La chaqueta era nueva y le sentaba como un guante, pero no se sintió complacido. Estaba casi listo y pronto tendría que dejar su habitación para enfrentarse a las batallas que lo esperaban en el piso de abajo. ¿Cómo podía hacer para cerrar la brecha y poner a trabajar a Fletcher?


—Fletcher —dijo Darcy por encima del hombro, mientras el ayuda de cámara le pasaba un cepillo por la espalda para quitarle las pelusas—. Me imagino que usted ha leído o visto alguna vez una representación de Macbeth, ¿no es así?


—Sí, señor Darcy. Es extraño que lo mencione, porque yo también estaba pensando en eso, señor. Su chaqueta me recordó eso de: «¡Fuera, mancha maldita!» —Fletcher se rió con tristeza y luego se volvió a poner serio, como el perfecto caballero de un caballero— Le ruego que me disculpe, señor.


—No se preocupe. Pero no estaba pensando precisamente en esa cuestión —Darcy esperó hasta que Fletcher se colocara frente a él, para pasar el cepillo por la parte delantera de la chaqueta—. ¿Recuerda usted ese verso: «Por el picor de mis dedos...»?

—¿«...noto que llega el infame», señor? —preguntó Fletcher y su rostro brilló con interés.

Darcy le clavó una mirada penetrante.


—Exacto, Fletcher.


Continuará...

22 comentarios:

Fernando García Pañeda dijo...

«Su deseo ya estaba comprometido con una insolente, ingeniosa y adorable criatura, que era absolutamente inadecuada».

Absolutamente inadecuada. Rotundo, absoluto, definitivo, ¿no es así, milady? Inadecuada, inadecuado...
Ciertamente, la razón utiliza adjetivos que el corazón no entiende. Así como el corazón conoce sentimientos, sensaciones, pulsiones que la razón no concibe, como esa «fuerza irreprimible que se apoderaba de él cada vez que ella...».
Cambiar los adjetivos por sentimientos complica mucho la vida, pero la enriquece y la expande como un Universo.

Como sólo milady puede conocer.

MariCari dijo...

Quiero que sepas que estoy leyéndote... pero debes darme tiempo, hoy la entrada es larga y tengo varias cosas entremanos... pero Querida... ja ,ja... me gusta el guiño que has hecho a otra peli inglesa que dicen... Los ingleses no decimos "montar a caballo" sólo decimos "montar" que es a caballo ya se sobreentiende...ja ,ja.

Típico humor inglés que se te está pegando... ¡muchísimo!
Bss... y seguiré saboreando el helado de chocolate...

MariCari dijo...

Pues nada, entrantes, primer plato, segundo plato, postre y copa y puro... una comida perfecta...

Cada día me gusta más tu relato... no sabría explicarlo... y mira que me explico de rechupete, je, je... pero cómo igualar mi comentario a tu bella narración y completa, por añadidura... si es que haces que esté en la historia con sólo leer dos frases seguidas... ¡Eres perfecta!
P.D. ¿Te he dicho ya que encuentro tus escritos perfectos como la perfección misma?
¡¡Pues queda dicho!!
Bss... susurrantes... ;-)

J.P. Alexander dijo...

Hola nena, espero que estes bien y te mando un beso. Ahora con el capitulo, que mal que me cae Lady Beatrice y me da pena Darcy en ese mundo tan hipocrita.

LADY DARCY dijo...

Mi Señor, ¿es acaso inadecuada...inadecuado, la palabra correcta cuando se está hecho el uno para el otro?? ¿es la persona, o las circunstancias que impone la sociedad, las que no son adecuadas?, vale la pena agregar que el cambiar sentimientos por adjetivos, lejos de complicar nuestra existencia, nos dá esa fuerza que convierte el Deseo en Deber, convirtiendo tiempo, espacio, circunstancias, obligaciones, culpa y expiación sólo en meras palabras. Cuando se ama, vale la pena convertir lo inadecuado en oportuno. ¿puede haber en este mundo algo más vehemente que ir en contra de la corriente por Amor?

Y mirando siempre en la misma dirección.

LADY DARCY dijo...

MariCari querida, ahora sí que puedo dedicar un tiempo para responder a los comentarios, y más aún porque la pena me acosa, y he de decir que me duele en el alma marchitar esas flores de halagos que tan injustamente me has brindado. Lo cierto es, que ya quisiera yo escribir con el talento de la señora Aidan (la verdadera autora de esta trilogía) yo sólo soy el humilde instrumento para dar a conocerla. Decepcionada?? espero que no, lo que me pondría muy triste :( pero te prometo que pronto leerás algo de mi puño y letra y verás que casi, casi voy a la par con Doña Pamela ;D (en definitiva, la modestia no es lo mío :))
No puedo dejar de agradecer tus fieles visitas a mi saloncito, y animarte a leer la trilogía completa que en breve publicaré. Sin duda, adentrarse en el pensamiento de Darcy es más que un placer.
Me alegra que hayas disfrutado de tu banquete como es debido, ya llevaré yo algunos pastelillos a la hora del té, sin estropear la figura, por supuesto.
Recibe mi beso más sincero, mi dulce amiga.

LADY DARCY dijo...

Querida Citu, gracias por tu visita. Una labor poco agradable de toda madre en esa época, la de buscar un buen partido a la hija, aunque ésta perteneciera también a la alta sociedad, y un Darcy, muy directo sin dejar de ser un caballero.
Besos miles mi querida amiga.

Aglaia Callia dijo...

Los últimos días han resultado, y siguen siendo, lamentablemente, tan ajetreados, que apenas hoy he podido ponerme al día con este precioso relato.

Me preguntaba, en un rapto de lucidez, qué habría sido de mi si no llegaba a este tu rincón, porque entonces nunca habría encontrado esta preciosa obra. De cuántas cosas increíbles me estaré perdiendo.

No pude evitar leer tu respuesta al comentario de la querida MariCari, y me ha encantado saber que también escribes y piensas publicar, eso sería maravilloso, y desde ya te digo que me tendrás aquí leyéndote.

Un beso, y que vaya todo muy bien.

Wendy dijo...

Un día que parecía presentarse apacible y sin embargo poco a poco se convierte en una pesadilla, pobrecilla Lady Avery.
El comportamiento de los caballeros ha sido muy poco considerado y respetuoso lo que potencia aún más los valores y principios de Darcy, un perfecto caballero, se mueve con mucha soltura esquivando habilmente a madres casamenteras y protegiendo a las damas cuando se encuentran en situaciones complicadas .
No esperaba ración doble, ha sido toda uns sorpresa!
Que tal va todo? estás mejor?
Muchos besos guapa.

princesa jazmin dijo...

Mi querida amiga Lady D,aprovecho esta ocasión para felicitarte por las pasadas festividades y desearte un feliz año nuevo,que este 2011 traiga un montón de cosas buenas para vos y tus seres queridos.
Gracias por acordarte de nosotros y subir siempre con tanta paciencia los nuevos capítulos. La novela está en un punto súper interesante e imperdible.
Espero de corazón que estés un poco mejor de salud.
Tienes siempre mi amistad y mis mejores deseos :)
Besitos, jazmín.

Fernando García Pañeda dijo...

¿Puede haber en este mundo algo más vehemente que ir en contra de la corriente por Amor? Creo que sí, mi Señora: aún más lo es vivir ese Amor en toda su plenitud, hasta el final. Aunque quizás ya lo daba por descontado.
Siempre en la misma dirección, con los mismos ojos.

AKASHA BOWMAN. dijo...

Sé que estoy llegando "inadecuadamente" tarde a esta hermosa cita con tan agradables lecturas, pero jamás olvides querida lady amiga que mi tardanza puede ser tan solo de unos días, jamás se me olvidará el camino a tu saloncito, pues precisamente no lo tengo señalado con migas de pan ;)

Iba a destacar precisamente ese párrafo que salienta nuestro querido Fernando, y es que realmente nadie está libre de juzgar lo que es o no es adecuado para otra persona, o para uno mismo, cuando está en juego el corazón. En estas hermosas historias románticas siempre se ha demostrado que ningún camino fácil nos lleva a ningún sitio que merezca la pena, y que el amor requiere lucha, constancia, sacrificio... y que aquellos que son considerados "adecuados" normalmente carecen de la nobleza, el empuje y la inocencia que exige este sentimiento.

Prometo ser más puntual con el próximo capítulo, querida mía, palabra de dama austeniana.

Besos

Patricia. dijo...

Hola my Lady! Sigo enganchada a esta novela, aunque inevitablemente voy atrasada, estoy finalizando el capítulo V y ya veo que publicaste el VII.
Es adorable cómo Darcy quiere y estima a su hermana, increíble esa profundidad en la relación. Por cierto, ¿cuantos capítulos tiene la novela?
Un beso.

Roci dijo...

es la verdadera?? en serio dime que si!! he buscado este libro por mas de 1 año!! adore el primero!!!
serias mi idola!

LADY DARCY dijo...

Descuida mi querida Aglaia, el tiempo no siempre nos juega limpio; soy yo la que se siente agradecida por tenerte aquí cada vez que te sea propicio.
No escribo más que simplezas de la vida, cosas reales o irreales que se quedan encerradas en un cajón y presiento que ahí se quedarán por mucho tiempo, si y sólo si, un rapto de locura me lleva a desempolvarlas.

Un beso.

LADY DARCY dijo...

Ciertamente mucho mejor mi querida Wen, gracias por preguntar, y queriendo avanzar con los capítulos antes de un merecido descanso; esta vez entre sol y playa y no entre médicos y medicinas ;)
Un beso pleno de todo mi afecto.

LADY DARCY dijo...

Princesita querida, recibe también mis sinceros deseos de dicha y prosperidad en estas fiestas, haciéndolo extensivo a todos los tuyos.
Y gracias por tus palabras que siempre son un aliciente que me animan a continuar, gracias de corazón.

LADY DARCY dijo...

"Vivir el amor en toda su plenitud..." aunque eso implique tener sentimientos que nos provocan daño?
con los mismos ojos, pero viendo las cosas aún más claras.

LADY DARCY dijo...

Un párrafo que al parecer ha tenido gran protagonismo en esta entrada, habrá que agradecer la iniciativa de nuestro querido amigo.
Ciertamente nadie debería atreverse a juzgar lo que es adecuado o no para alguien, más que uno mismo, siendo conocedores de nuestras debilidades y fortalezas, es algo a lo que estaríamos obligados, por así decirlo. Y aunque las circunstancias se empeñen en demostrar la imposibilidad de un amor, y aunque algunas damas se empeñen en demostrarle a nuestro caballero lo encantadoramente "adecuadas" que pudieran parecer, son los ojos del corazón los únicos dueños de la verdad. Pocas cosas resultan tan poco deseables que aquellas que no suponen esfuerzo alguno, incluso aquellas de distancias cortas y caminos fáciles, o damas que se ofrecen descaradamente.
Concuerdo en la gran mayoría, querida amiga.

Una promesa que no olvidaré, te lo aseguro.
Un beso.

LADY DARCY dijo...

Querida Patri, la mejor lectura se disfruta siempre a placer, cuando se decide el cómo, el cuándo y el por qué. Tienes un silloncito a tu disposición y eres bienvenida siempre, lo sabes.
De hecho ya falta poco para el final, son 12 capítulos, y luego continuaré con la tercera y última parte.

Besos.

LADY DARCY dijo...

Hola Roci, pues sí, es la verdadera y por el momento la única ;).
Sé bienvenida y que la disfrutes.
Saludos.

Fernando García Pañeda dijo...

Sí, mi Señora, aunque eso implique tener sentimientos que nos provocan daño.
Pero el ser amado, cuando es amado y amante, podrá curar cualquier daño que puedan provocar algunos sentimientos. Créame.
Con más claridad, cada día, cada hora, a pesar de la oscuridad que trae consigo la ausencia.