sábado, 24 de diciembre de 2011

Gloria a Dios en los cielos y en la tierra Paz a los Hombres de buena voluntad

Resulta gracioso pensar que a pesar de su corta edad, el niño Jesús parece haberse jubilado y le cedió la batuta a un viejito gordinflón.  La batalla entre el pequeño Jesús recien nacido y Santa Claus alias Papá Noel, alias San Nicolás, alias San Nikolaus, parece nunca terminar...
Gloria a Dios en los cielos y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad...reza un párrafo en la biblia, es el ángel anunciando el nacimiento de Jesús. Una estampa que en muchos hogares aún representamos, una estampa  presidida por un Niñito Dios que plácidamente descansa en su pesebre, rodeado por la Virgen, San José, los Reyes Magos, pastorcitos, algunos animales del establo y seres infiltrados desde otros imaginarios como un soldadito de juguete, un elefante, una foca y una tortuga en un lago y un tren eléctrico dando vueltas por el nacimiento, que en la mística familiar se solidarizan con la causa de Nochebuena.
Esta Navidad como en tantas otras, no quiero a Papá Noel, ni su pino nevado, ni su trineo, ni su Coca Cola. Quiero a mi Niño, a mi modesto niñito Dios, envuelto en pañales, con vacas y burros a su alrededor, y celebraré su nacimiento como lo vengo haciendo desde que tengo memoria. El ambiente navideño en cada rincón del hogar, la pirotecnia retumbando en la cuadra, el pavo relleno, lechón al horno, ensaladas y guarniciones navideñas, chocolate y panetón, todo bien dispuesto en la larga mesa, mientras nos abrazamos y brindamos, adoraremos y agradeceremos al niño con luces de bengala, entonaremos villancicos y a última hora, muy arrepentidos, pediremos perdón frente al pesebre si no nos hemos portado bien, todo al mismo tiempo,  tal vez así garanticemos la recepción de los regalos.
Gloria a Dios en los cielos y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad... ese es un buen deseo, un deseo que abarca muchísimo, un deseo que va con todo mi corazón para mis buenos amigos. Que en esta Navidad renazca en cada uno de nosotros la generosidad de compartir y la esperanza de seguir adelante a pesar de las adversidades, que dejemos de lado las preocupaciones cotidianas que solo apagan nuestros corazones, que renazca esa Paz y esa luz en los corazones apagados, que la Nochebuena les traiga sensaciones maravillosas llenas de buenos sentimientos en unión de nuestros seres queridos. Y que junto a vuestras familias y al niñito Jesús, recibamos su bendición.
Les obsequio un villancico peruano, como símbolo de unión entre los hombres a pesar de toda distancia, un abrazo largo y sentido, y un beso profundo, desde mi Perú. ¡Feliz Navidad a todos los rincones del mundo!



"Azucena kanchu

Clavelina kanchu
Niñucha waqaqtin
upallachinaypaq"

Traducción:

¿Tenemos azucenas?
¿Tenemos claveles?


Para consolar al Niño
cuando se ponga a llorar.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Cuando mucho oscurece, es para Amanecer


Si me leen hoy, creerán que no soy la misma persona, de hecho, no imaginé que mi retorno sería de esta manera, ni que diría cosas que nunca pensé que diría porque no quiero que sean las cosas que recuerden que alguna vez dije_ y aún a riesgo de decepcionar a muchos_ creo que lo mejor es que vaya al meollo del asunto.
Sin duda alguna, este no ha sido uno de mis mejores años, es más, está rankeando por encima de los peores que he vivido hasta ahora, y vivo contando los días esperando el 31 de diciembre en el que pueda decir "¡¡Por fin te fuiste, maldito año...!!" (corta frase arropada entre sapos y culebras) ¿ahora ven por qué temía decepcionarlos con un lenguaje impropio para una dama? Pero procuro ser honesta en mi comportamiento tanto como en mis palabras, sea cual fuere mi estado de ánimo, y esto no ha de ser la excepción_aunque ultimamente me he visto forzada por mí misma a frenar mis impulsos y mis sentimientos, pero en fin, esa es otra historia.
Pues sí; maldigo este año que a Dios gracias está por terminar.
Mi vida, en estos meses no ha sido muy placentera que digamos...Es cierto que todos tenemos algunos días malos, otros aún peores, y algunos cuantos que consideramos, aceptables...pero tener que hacerle frente a accidentes, enfermedades, separaciones, alejamientos, depresiones, decepciones de todo tipo,  y otras tantas bondades en menos de un año...Con todo y eso, es razón suficiente para vociferar y desear terminar lo antes posible con un pésimo año, a ver si el otro nos viene mejor...

Sin embargo.... soy consciente, que toda desgracia, todo error cometido, todo mal paso, es una experiencia más, algo de lo que debemos aprender y sacarle provecho. Una experiencia que, confieso, me costó muchísimo aprender.
Dicen que lo que no te mata te hace más fuerte, y que cuando mucho oscurece es para amanecer. Pues bien, debe ser por esa razón que aún estoy aquí.

Se cometen muchos errores en el día a día, el confiar demasiado, no solo en los demás sino en nosotros mismos, el hacer cosas o decir palabras que en su momento nos parecían lo mejor, pero que en el presente nos percatamos que tal vez no lo fué, (aunque la honestidad hacia los demás y hacia nosotros mismos haya estado de por medio) y más aún si se es alguien que sufre de sensibilidad crónica y arrebatos pasionales como esta, su servidora...
Pero según y como se presentan las circunstancias, nos damos cuenta que habría sido mejor frenar nuestros impulsos o nuestros sentimientos, sobretodo con las personas que queremos, y precisamente porque las queremos demasiado es que decidimos dar un paso atrás, y tratamos de enmendar nuestros errores de alguna forma. Ignoro si el tratar de retroceder nuestros pasos sea lo mejor, quizá estemos cometiendo un nuevo error, quien sabe, pero al menos es mejor que no hacer nada, y dejar el daño a la deriva.
Hay también quienes prefieren no pensar en el problema;  preferimos huir del dolor. Hay quienes prefieren no recordar, ni siquiera pensar en ello, distraerse por allí, porque creen que el salir y divertirse, o enfocarse en el trabajo, o en su vida cotidiana, manteniendo la mente ocupada, ayudará a olvidar. Pues yo creo que no es un buen consejo. Al hacer todo aquello solo distraes la atención de lo que te afecta, es como tomar una pastilla para el dolor en vez de atacar la enfermedad y cuando estás solo o sola, cuando ya no hay nadie, vuelves a lo mismo, los recuerdos, los arrepentimientos, las culpas te agobian hasta hundirte.
Hay también quienes levantan un muro a su alrededor, como una autodefensa por temor a ser heridos o a herir de nuevo...¿ Levantar muros? pero que tontería!! y después como salir de ahi??...
Al levantar muros seremos acomplejados, dejaremos de creer en las personas y quizá dejemos pasar a la persona adecuada, la que es para ti. Quizá dejes pasar al amigo verdadero, o al gran amor de tu vida, porque estas entre muros, sin que te vea ni poderlo ver...
Ahora bien, si lo que queremos es olvidar, déjenme decirles, que quizá eso jamás ocurra. Así quememos cartas, rompamos fotos, cerremos con llave casas y jardines y la arrojemos al fondo de un pozo...o alojemos un virus troyano en nuestra base de datos emocional, Nada, nada de lo que hagamos nos hará olvidar.
Lo que sí se puede hacer es aprender, aprender de lo que pasó, aprender en que fallamos, y no justificarnos ni justificar a nadie. Llorar toda la noche si es necesario, pensar en los momentos felices, y también en los tristes, pensar en las cosas que ibamos a hacer, y que tal vez ya no hagamos, y llorar, llorar de dolor, de fustración, de impotencia, de rabia...llorar hasta agotarnos y después... después cerrar el círculo. Decirle Adiós a ese momento porque ya no estará contigo, cumplió su misión, tal vez te preparó, te hizo mas fuerte. Aprendiste y no volverás a cometer los mismos errores, te preparaste quizá para algo o alguien más. Después... perdona y perdonate, agradece a la vida y sé feliz. Y en vez de encerrarnos entre muros, abramos nuestras alas y volemos.

La solución contra el dolor, contra los problemas, contra los errores, contra el daño cometido, no está en huir ni tratar de olvidar, sino en enfrentar las cosas y vencerlas, así de sencilla es la vida.

Les voy a contar una historia que leí por ahí:

Un día, un burro, propiedad de un campesino se cayó en un pozo. El animal lloró desesperadamente por horas, mientras el campesino trataba de buscar algo que hacer.
Finalmente, después de mucho pensar, el campesino decidió que el burro ya estaba viejo y como el pozo  estaba seco necesitaba ser tapado de todas formas; y que realmente ya no valía la pena sacar al burro del pozo.
Invitó a todos sus vecinos para que vinieran a ayudarle. Cada uno agarró una pala y empezaron a tirarle tierra al pozo.
El burro se dio cuenta de lo que estaba pasando y lloró horriblemente, desesperándose aún más, y dando terribles patadas.
Luego, para sorpresa de todos, se aquietó después de unas cuantas paladas de tierra.
El campesino miró al fondo del pozo y se sorprendió de lo que vio…
Con cada palada de tierra, el burro estaba haciendo algo increíble: Se sacudía la tierra y daba un paso encima de la tierra.
Muy pronto todo el mundo vio sorprendido cómo el burro llegó hasta la boca del pozo, pasó por encima del borde y salió trotando como si nada…

La vida va a tirarnos tierra, todo tipo de tierra… el truco para salir del pozo es sacudírsela y usarla para dar un paso hacia arriba. Cada uno de nuestros problemas es un escalón hacia arriba. Podemos salir de los más
profundos huecos si no nos damos por vencidos…

¡¡Usa la tierra que te echan para salir adelante!! sacúdete la tierra, porque en esta vida hay que ser solución y no problema.

Alguien, hace algunas horas me dijo: No hay que preguntar el por qué suceden las cosas, sino el para qué...(Gracias, Fernando)
Y lo entiendo como que hay un fin para todo, entonces, ¿por qué complicarnos la vida?
La preocupación no vacía el mañana de problemas. Vacía la fuerza del hoy. Necesitamos observar con cuidado los problemas, pues disfrazan las grandes oportunidades. Pareciera que no tenemos nada que ver con ellos. "¿Por qué a mí?" solemos decir, y nos agobiamos por ello...Pero están ahí por algo, son parte de nuestro Destino, ese en el que siempre he creído...el que está hecho especialmente para nosotros, pero en el que muchas veces nos quedamos esperando de brazos cruzados lo que este nos depara, como hojas al viento, sin rumbo fijo, sin fijarnos en las señales que nos llevan a él...O lo que es peor, tomamos otro camino aún sabiendo y sintiendo que no es el nuestro, solo porque nos resulta mucho más fácil porque no está cargado de tantos problemas. Cuando es precisamente ese camino, el más difícil, el que nos hará crecer, el que nos lleve al final del propósito de nuestra vida.

Existen mil y un posibilidades que se nos revelan frente a un problema, y un desafío de encontrar el aprendizaje en esta oportunidad; ¿pero la mayoría de las veces aprovechamos esta oportunidad?
¡nooo! por cada posible solución encontramos una excusa. A veces nos sentimos tan perdedores que creemos que somos parte del problema, cuando debemos sentirnos ganadores siendo parte de la solución.

Un perdedor verá un problema en cada alternativa, en cada solución, en cambio, un ganador verá una solución en cada problema.
Algunas veces ocurren hechos que los malinterpretamos, los observamos como negativos ¿pero cuánto tiempo nos vamos a quedar con esa perspectiva??

Cambiar la interpretación por otra que nos sirva. Observar de qué manera podemos hacernos cargo de lo que ocurrió. Considerar qué podemos a hacer en el futuro con eso. ¡¡Esa es la actitud.!!

Esta es una fotografía que encontré en la red, cuya imagen y texto deberíamos tener siempre a la vista...



“No importa cómo te haya ido durante el día…
Vuelve a casa siempre con la cabeza bien erguida”
Desplumado, aporreado, maltratado...¡ pero derechito!


"La felicidad no es la ausencia de problemas, sino la habilidad de salir adelante con ellos."

Al principio les decía que tal vez ya no era la misma persona, y a más de uno seguramente habré confundido al notar mi resentimiento con la vida, pido disculpas por ello, pero no existe tal resentimiento, sigo siendo la misma persona, para bien o para mal.

Los Hombres de Jane Austen, hizo tanto por mi vida y me enseñó tantas cosas a lo largo de estos dos años y cinco meses, y he vivido hermosísimas experiencias, muchas de ellas han contribuído a mi crecimiento personal, pero al mismo tiempo mi perspectiva de la vida experimentó continuos baldazos de agua fría, lo que me lleva a continuar con este blog pero de una manera mucho más íntima: Jane y sus Caballeros, las relaciones interpersonales, los amores imposibles, las damas y los caballeros, cómo son ellos y cómo nosotras...El amor, el amor verdadero, de la única forma en que puede ser... Porque todo radica en el amor, la vida empieza y termina con él. En todo tiempo y lugar.

Y recordemos que el mayor problema de nuestra vida es El MIEDO, y el AMOR es siempre la solución.
Liberemos nuestro corazón del rencor hacia los demás y sobretodo hacia nosotros mismos. liberemos nuestra mente de las preocupaciones. Simplifiquemos nuestra vida. Demos más y esperemos menos. Y por sobre todo Amemos, amemos mucho, y digamos a ese alguien cuánto le amamos...Quien sabe, puede ser el ultimo día de nuestra vida.

lunes, 22 de agosto de 2011

SÓLO QUEDAN ESTAS TRES Capítulo XII (FINAL)

La fina sutileza del amor



Llegaron terriblemente tarde. Cuando entraron, todo el mundo, incluidos Bingley y Jane, ya estaba sentado a la mesa. Encabezados por la hermana mayor de Elizabeth, enseguida todos preguntaron en coro:


—Mi querida Lizzy, ¿dónde os habíais metido?


Darcy resolvió asumir la culpa, pero la respuesta de Elizabeth, que habían caminado tanto que ella misma no sabía dónde habían estado, fue suficiente para satisfacer la curiosidad de todos.


Darcy echó un vistazo a la mesa. Elizabeth había tomado asiento en un lugar que estaba lejos de él, por temor a despertar especulaciones prematuras, pero ella era la única persona con quien él quería conversar y su sonrisa era la única que anhelaba. Miró con un poco de envidia a Bingley y Jane. Los novios oficiales no tenían ninguna restricción y podían hablar en medio de una cierta privacidad que le estaba negada al resto del grupo. Con creciente resignación, el caballero miró a los padres de Elizabeth y aceptó que era a ellos a quienes debía dirigir su atención. Durante sus recientes visitas a Longbourn había tenido más contacto con la señora Bennet del que deseaba, pero al señor Bennet lo conocía muy poco. ¿Por dónde podría empezar a relacionarse con aquel hombre al que muy pronto le estaría pidiendo la mano de Elizabeth?


Cuando la comida terminó, todos se levantaron y fueron al salón, donde Darcy sintió la necesidad de conversar con el padre de Elizabeth. Tras aceptar una taza de café de manos de la señora Bennet, se dirigió a su anfitrión.


—Señor Bennet —le dijo, levantando ligeramente la taza a modo de saludo.


—Señor Darcy —contestó el hombre y luego, con un gesto de la barbilla, señaló a Bingley y a Jane, que estaban solos, en un rincón del salón—. Hacen una buena pareja, ¿no le parece, señor Darcy? Aunque todas esas sonrisas y susurros son más bien molestos para el resto del mundo, la señora Bennet me asegura que eso es lo normal.


Darcy bajó la taza y se volvió hacia el señor Bennet.


—Creo que Bingley será un esposo estupendo —dijo con aire reflexivo—. Lo conozco desde hace varios años y es uno de los mejores hombres con los que he tenido el placer de encontrarme.


—¡Ah, no lo dudo! —contestó el señor Bennet—. Se llevarán muy bien, él y Jane. Sus hijos nunca oirán de ninguno de ellos una palabra de enfado e incluso es posible que les permitan a sus padres expresar su opinión, de vez en cuando. Sin embargo, estoy contento por ella. —Le dio un sorbo a su taza—. ¿Y usted, señor? ¿Se quedará mucho tiempo en Hertfordshire, o acaso Londres reclama su presencia?



—Todavía no tengo planes definidos, pero no sería raro que me quedara algún tiempo más.


—¡Vaya! —El señor Bennet pareció sorprendido—. Vaya —repitió—. Bueno, puede usted visitar Longbourn cuando quiera, señor Darcy. Como puede ver, tengo varias hijas que pueden ofrecerle una conversación sugerente a un hombre educado. —Señaló con la cabeza a Mary, sumergida en un libro, y a Kitty, que estaba arreglando las cintas de un sombrero. Después de dejar la taza sobre una mesa con expresión divertida, el señor Bennet se disculpó y le dijo a su esposa—: Estaré en mi estudio si alguien me necesita, querida.


Darcy miró a Elizabeth, sorprendido al ver que su anfitrión abandonaba de esa forma tan brusca a sus invitados y se preguntó si esto sería una señal para que él y Bingley se marcharan. Pero nadie más pareció notar el extraño comportamiento del señor Bennet o hacer ademán de concluir la velada; se limitaron a despedirse del dueño de la casa. A pesar de todo, ellos no se quedaron mucho tiempo y, cuando él y Bingley se pusieron en pie para marcharse, Elizabeth lo acompañó hasta la puerta y luego al exterior, tal como había hecho Jane con Bingley. Protegiéndose del frío con los brazos, Elizabeth lo vio montarse a su caballo. Al mirarla con el rostro hacia arriba bajo la luz de las estrellas, Darcy recordó la velada de un año atrás, a la salida del salón de baile de Meryton. Habían pasado tantas cosas desde esa noche que aquel día Darcy se sintió optimista con respecto al futuro. Sin embargo, al mismo tiempo estaba inquieto. Elizabeth era suya y no era suya, era la compañera de su corazón, pero todavía no estaba a su lado.


Darcy se inclinó hacia ella.


—Hasta mañana —le susurró.


Ella asintió con la cabeza.


—Hasta mañana —moduló con los labios, mientras se ponía al lado de su hermana y observaban cómo los caballos se perdían en la oscuridad de la noche.


Bingley iba canturreando cuando, después de espolear a su caballo, Darcy lo alcanzó. Con tono desafinado, la canción se perdía en la noche. Darcy sonrió al ver la distracción de su amigo y pensó en la felicidad que sentía en su propio corazón.


—¿Y a qué criatura estás invocando a esta hora, Charles? —le dijo bromeando—. Creo que todos los animales decentes están guardados en sus establos.


—Darcy, ¡soy el más afortunado de los hombres! —dijo Bingley, ignorando el sarcasmo de Darcy—. ¡Qué día tan maravilloso!


—Sí, así es —murmuró Darcy.


Bingley se volvió hacia él.


—Supongo que no ha resultado ser tan maravilloso para ti tener que pasar toda una velada con los Bennet. Has sido muy amable al soportarlo, Darcy, te lo agradezco.


—En absoluto, Charles —dijo Darcy, restándole importancia—. Es natural que quieras estar en compañía de tu prometida el mayor tiempo posible. Y, después de todo, yo estoy aquí por voluntad propia y puedo marcharme en cualquier momento.


—Eres muy amable —contestó Bingley. Guardó silencio un momento, antes de añadir, con un tono muy distinto—: Tan amable que nos dejaste a Jane y a mí rezagados en el bosque. ¿Cómo ha sucedido eso? No os volvimos a ver a partir de la primera media hora.


—¿Acaso no queríais estar solos?


—No me refiero a eso. —Bingley soltó una carcajada—. Bueno, yo no estaba muy preocupado, no tan preocupado como Jane, en todo caso; porque ella no había visto lo bien que os habíais llevado en Pemberley tú y su hermana. Pensé que nos habías dejado atrás a propósito, para darnos un poco de intimidad, y que no te importaba acompañar a la señorita Elizabeth mientras tanto.


—¿Y le dijiste eso a la señorita Bennet?


—Algo parecido. ¿Acaso no he debido hacerlo?


Darcy no le respondió de inmediato. ¿Tenía algún sentido reservarse su felicidad? Pronto sería del dominio público, y Bingley era su amigo íntimo. En todo caso, Darcy deseaba pronunciar en voz alta las palabras que darían solidez a los acontecimientos de aquella tarde. Y tenía curiosidad por ver la reacción de Charles. Adelantó el caballo hasta colocarse junto a Bingley.


—Tienes razón sólo en parte, amigo mío. Confieso que pensé muy poco en ti y en la señorita Bennet esta tarde. Mi propósito, después de que tuvieras la feliz idea de sugerir dar un paseo, era encontrar la forma de hablar con la señorita Elizabeth en privado.


—¡Hablar en privado! —Bingley le dio un tirón a las riendas y miró a Darcy bajo la luz de la luna—. Me pregunto sobre qué.


—Un asunto personal. —Darcy sonrió abiertamente.


—Claro. —Pero Bingley no se dejó intimidar—. ¿Un asunto personal acerca de qué, si puedo preguntar?


—Bueno, claro que puedes preguntar…


—¡Darcy! —El tono de Bingley sonó amenazante.


Su amigo se detuvo y soltó una carcajada.


—Acerca del hecho de que… y puede que esto te sorprenda o no, porque ya no puedo confiar en mis propias percepciones… El hecho de que he admirado… no, más que admirado a la señorita Elizabeth casi desde que nos conocimos.


—¡Santo cielo! —exclamó Bingley con perplejidad—. Este verano en Pemberley sospeché que había algo de afecto, pero ¿desde el otoño pasado? ¡Si lo único que hiciste fue pelearte con ella!


—Sí, eso es cierto. No nos entendimos bien el otoño pasado. Al principio, mi propio comportamiento fue el responsable de la pobre opinión que ella tenía de mí. Pero luego hubo ciertos rumores perniciosos relacionados conmigo y divulgados por Wickham, que terminaron de definir su manera de pensar.


—¡Ese sinvergüenza! Y pensar que tendré que ser su… —Bingley guardó silencio para no hablar más de ese tema y volvió al asunto que los ocupaba—. ¡Continúa, Darcy! ¡La has amado todo este tiempo! Bueno… —Bingley tomó aire—. ¡Eso es realmente maravilloso! Parece una obra de teatro… aquella de Shakespeare. Ah, ¿cuál era… acerca de un hombre… Benedick?


Darcy se rió.


—¡Sí, muy parecido!


—Pero ¿qué ocurrió entre el otoño pasado y Pemberley?


—La primavera pasada nos encontramos de nuevo, cuando ella fue a visitar a su amiga en Kent, cerca de la propiedad de mi tía, lady Catherine de Bourgh. Lamento decir que ahí hubo más malentendidos y conductas abominables por mi parte, pero finalmente quedó clara la naturaleza de los problemas que había entre nosotros. Cuando nos encontramos después en Pemberley, descubrimos que nos resultaba mucho más agradable estar juntos.


—¡Por favor, continúa! —le apremió Bingley, mientras volvían a poner en movimiento sus caballos, pero lentamente.


—Fue el comienzo de algo, pero eso fue todo. Cuando ella tuvo que regresar a su casa inesperadamente, parecía muy poco probable que volviéramos a tener ocasión de hablar.


—¡Ese sí que resultaba un gran problema! —Bingley sacudió la cabeza—. Pero luego te hablé de Netherfield. ¡No me sorprende que tuvieras tanto interés en que regresara!


—Estaré en deuda contigo para siempre, amigo mío —dijo Darcy con una sonrisa—, gracias a tu lamentable incapacidad para tomar una decisión. —Bingley aceptó su falta con un silbido de júbilo—. Eso me dio la oportunidad que necesitaba para concluir dos asuntos de vital importancia —continuó diciendo Darcy—. Primero, corregir mi imperdonable intromisión en tus asuntos y, segundo, para evaluar la inclinación de la señorita Elizabeth y ver si existía la posibilidad de que aceptara mi propuesta de matrimonio.


—¡Propuesta de matrimonio! ¡Eso es maravilloso, Darcy! Pero bueno, claro que te aceptará… ¿Qué mujer en Inglaterra no te aceptaría?


—Ah, existe una, te lo aseguro. Esta no ha sido mi primera propuesta. —Darcy miró la cara de asombro de su amigo—. El «malentendido» al que me referí durante la primavera pasada…


Bingley tomó aire.


—¡Increíble! ¿Elizabeth?


—¿No es ella increíble? —Se oyó una nota de placer en la voz de Darcy. Siguieron cabalgando en silencio hasta que las luces de Netherfield aparecieron entre los árboles. Luego Darcy dijo, más pensativo esta vez—: Me rechazó de plano y sin ninguna ceremonia, Charles. Y siempre estaré en deuda con ella por eso. Me sentí muy amargado. Estuve furioso durante un tiempo. Pero ella me bajó de mi pedestal y me hizo saber que todas mis pretensiones no significaban nada para una mujer valiosa e íntegra.


—Pero ¿respondió afirmativamente a esta segunda propuesta? —Había un tono de preocupación e incertidumbre en la pregunta de Bingley.


Darcy sonrió.


—Dijo que sí.


Clavando los pies en los estribos, Bingley lanzó un grito que fue respondido por los aullidos de los mastines de Netherfield. Su caballo caracoleó al oír el escándalo y el de Darcy retrocedió.


—Darcy, ¡esto es extraordinario! —continuó, después de sentarse otra vez en la montura—. ¿Te das cuenta? ¡Vamos a ser hermanos! Ah, Jane y yo habíamos hablado de eso, lo habíamos deseado, pero pensábamos que era imposible. ¡Se va a sorprender mucho!


—Charles, te ruego que no hables de esto hasta que hagamos el anuncio oficial. —Darcy interrumpió el entusiasmo de su amigo—. Todavía tengo que hablar con el señor Bennet y eso sería embarazoso…


—No digas más. —Bingley se rió con un poco de vergüenza—. Entiendo que no debo hablar, pero, ¡ay, va a ser extremadamente difícil! —Después de unos minutos de silencio, se volvió hacia Darcy—: Entonces, ¿volvemos a perdernos mañana?


—Los senderos de Hertfordshire nos resultan totalmente desconocidos —replicó Darcy.


—¡Así es! —confirmó Bingley—. ¡Condenado lugar!




**************

 
La noche siguiente, después de la cena, Darcy se acercó a la puerta de la biblioteca de Longbourn. Un rayo de luz salía por la rendija, pero no se oía nada. Golpeó suavemente y al oír desde dentro un suave «¿Sí?», abrió la puerta.


—Con su permiso, señor. ¿Puedo hablar un momento con usted?


—¡Señor Darcy! —El señor Bennet enarcó las cejas con asombro al verlo en el umbral. Después de recuperarse, se levantó del escritorio que tenía cubierto de papeles y libros, lo invitó a entrar y le señaló una silla frente a él—. ¿Quiere usted beber algo? ¿No? —Volvió a dejar sobre la mesa la botella que había levantado—. Muy bien. —Se sentó de nuevo—. Bueno, ¿en qué puedo servirle? Creo que mi esposa ya le ha ofrecido todas las aves de mis tierras. No la voy a desautorizar, si eso es lo que le preocupa.


—No, señor. Es muy generoso por su parte, pero he venido a hablar de un asunto muy distinto. —Hizo una pausa. Tenía que plantear el asunto sin más preámbulos.


—Es un honor informarle, señor, de que le he pedido a su hija Elizabeth que se case conmigo. Si usted lo aprueba, ella ha accedido a hacerme el más feliz de los hombres.


—¿Elizabeth? —El señor Bennet se enderezó en la silla, se puso pálido y, al poner la copa de vino sobre la mesa, le tembló la mano—. Usted debe de estar… —Luego cerró la boca y se reservó lo que iba a decir. Después de un momento, continuó con otro tono—: Elizabeth… Elizabeth es una muchacha muy vivaz y alegre. Espero que no se ofenda, pero ¿está usted seguro de que no está equivocado? Es posible que ella haya dicho algo en broma.



—No, señor, no estoy equivocado —contestó Darcy, sorprendido por esa respuesta—. Conozco bien su temperamento y le aseguro que me ha dado su consentimiento.


A juzgar por su expresión, era obvio que el señor Bennet no estaba convencido.


—Señor Darcy, ¡me deja usted atónito! —Se recostó contra el respaldo, sacudiendo la cabeza—. ¿Cómo ha sucedido esto? Nunca he apreciado evidencia de afecto entre ustedes dos, ni he oído nada al respecto.


—No dudo de que esto le resulte inesperado. —Darcy se enderezó—. Puedo entender su desaliento ante el hecho de que mi propuesta la haya llegado de manera tan súbita. Parece intempestiva, lo sé, pero tiene mucho fundamento. Mi admiración por Elizabeth ha ido creciendo a lo largo de los meses desde que la conozco. En realidad, señor, comenzó cuando la vi por primera vez el año pasado.


El señor Bennet frunció el ceño.


—Puede ser; si usted lo dice. Pero me preocupa mi hija. Usted quiere mi bendición. —Miró a Darcy desde el otro lado del escritorio—. Pero ¿está usted seguro de que existe entre ustedes un afecto verdadero y duradero?


—Mi interés por su hija no siempre fue recíproco, eso lo admito, y reconozco mis múltiples defectos. —Darcy se puso en pie—. Pero ¡he conquistado el corazón de Elizabeth a pesar de todo! Yo la amo, señor, y le juro que su felicidad y su bienestar son, y siempre serán, mi primera preocupación. —Guardó silencio un momento y luego continuó, en voz más baja pero no menos directa—: Señor Bennet, solicito su consentimiento.


El señor Bennet dejó escapar un suspiro y pareció encogerse en su silla. Pasaron unos momentos. Luego el hombre levantó ligeramente la barbilla y rompió su silencio.


—No es ningún secreto que Lizzy es mi hija favorita, señor Darcy. Le tengo un cariño especial desde que nació. Y creo que siempre será así. Su felicidad me preocupa mucho porque sé que ella, más que sus hermanas, sufrirá terriblemente si se casa con un hombre que no aprecie su carácter y sea inferior a su inteligencia. Usted parece ser un hombre sincero y honorable. Si usted se ha ganado el corazón de Elizabeth, no le negaré mi consentimiento.


—Gracias…


El señor Bennet levantó una mano para contener las palabras de gratitud de Darcy.


—Usted aspira a llevarse un tesoro poco común, señor Darcy —dijo el señor Bennet—, pero se lo advierto, señor, sólo será suyo si es usted más sabio que la mayor parte de los hombres.


—Así es, señor. —Darcy se inclinó ante la sagacidad de la advertencia del padre de Elizabeth—. Amo a Elizabeth por encima de todas las cosas. No le decepcionaré.


—Entonces usted será el más afortunado de los hombres, señor Darcy. —Miró al caballero con ojos cansados—. Tiene usted mi consentimiento.


—Gracias, señor. —Darcy volvió a inclinarse. Pero en lugar de tenderle la mano para estrechar la de Darcy o hablar sobre la dote de Elizabeth, su futuro suegro se dirigió hasta la puerta de la biblioteca y la abrió.


—Por favor, dígale a Elizabeth que venga —le dijo el señor Bennet a Darcy.


*********


—¿Fantaseando, señor Darcy? —Darcy se giró al oír la adorada voz de Elizabeth. Aquélla era la tercera vez en los tres días que habían transcurrido desde su compromiso que estaba esperándola afuera, mientras ella iba a buscar su sombrero para acompañarla en lo que se había convertido en su paseo diario, y había caído en una especie de ensoñación, en la cual el tema principal era lo poco que se merecía su buena fortuna. Pero allí estaba ya ella, con la cara sonriente y los ojos brillantes de alegría bajo el inoportuno sombrero.


—¡Vamos! —ordenó él con una sonrisa, señalando con la barbilla hacia el sendero. Cuando ya no podían verlos, Darcy estiró la mano y descubrió que Elizabeth estaba pensando lo mismo. Se tomaron de la mano y comenzaron a caminar rápidamente. Al principio, apresuraron el paso en medio de risas nerviosas, por su ansiedad por escapar a la mirada de los demás, pero una vez que lograron su objetivo, disminuyeron el ritmo; y la realidad de su complicidad invadió su espíritu con una cálida sensación de intimidad. Darcy sentía una alegría hasta entonces desconocida y buscaba una manera de comunicársela a Elizabeth, más allá de las palabras sencillas que acudían a su mente. Ella se merecía un soneto, pero él no era poeta. Acababa de decidir que las frases sencillas con que podía expresar sus sentimientos eran mejores que el silencio, cuando Elizabeth hizo que lo olvidara todo con una pregunta.


—¿Cuándo comenzaste a enamorarte de mí? —preguntó, enarcando la ceja de manera provocativa. Darcy la miró a la cara y sonrió—. Comprendo que una vez en el camino siguieras adelante —continuó diciendo Elizabeth con entusiasmo—, pero ¿cuál fue el primer momento en que te gusté?



—No puedo concretar la hora, ni el sitio… —contestó Darcy y luego se rió, al ver la expresión de impaciencia de Elizabeth a causa de su indecisión. Se detuvo y se inclinó para mirarla a los ojos—. Ni la mirada, ni las palabras que pusieron los cimientos de mi amor. Ha pasado mucho tiempo. Estaba ya medio enamorado de ti, antes de saber que te quería.


—Pero ¿cuándo te diste cuenta de que estabas medio enamorado? —Elizabeth frunció los labios y lo miró.


—No estoy completamente seguro, señora. —Se quedó callado y la miró con suspicacia—. Pero probablemente fue el día en que me convertí en ladrón.


—¡Ladrón! —Elizabeth se rió—. ¡Un hombre que lo tiene todo! ¿Por qué querría usted convertirse en ladrón, señor?


—Yo era un hombre que creía que lo tenía todo —la corrigió Darcy—. Pero me faltaba una cosa: el amor de una mujer excepcional.


Elizabeth se sonrojó al oír el cumplido, pero no permitió que eso la detuviera.


—¿Y qué hay de ese robo?


—¿No pensarás mal de mí si lo confieso? —Darcy fingió que estaba nervioso, encantado con su juego.


—Aún mejor, ¡actuaré como tu confesora! —A Elizabeth le encantó la idea—. ¡Confiesa, que yo te absolveré!


Darcy se volvió a reír.


—¿Recuerdas qué libro estabas leyendo en la biblioteca de Netherfield cuando tu hermana se puso enferma?


Ella negó con la cabeza.


—Con tal cantidad de libros, ¿quién podría recordarlo? Sólo estuve allí unos minutos.


—¡Estuviste el tiempo suficiente para hacerme perder la concentración por completo! ¡Creo que tuve que repetir tres veces cada página para entender lo que leía! No, estuviste un buen rato y dejaste algo para marcar la página en la que ibas.


De pronto el recuerdo pareció iluminar la cara de Elizabeth.


—Unos hilos… en un volumen de Milton. ¡Ya recuerdo! —Elizabeth arrugó la frente—. ¡Volví a buscar el libro, pero no pude encontrar la página!


—Eso fue a causa de mi robo. Yo me los llevé… y los guardé durante meses… aquí. —Darcy se dio una palmadita en el bolsillo del chaleco—. Me los enrollaba en el dedo y los guardaba en mi bolsillo, cuando no los estaba usando como marcapáginas.


—¿Y dónde están ahora? —Elizabeth levantó la vista para mirarlo, con una sonrisa dulce.


—Espero que formen parte del nido de algún pajarillo. Cuando sentí que ya no podía seguir atormentándome con ellos, los arrojé al viento, durante la primavera pasada, cuando iba rumbo a Kent. —Darcy se rió con pesar—. Finalmente había decidido olvidarte. Deshacerme de esos hilos iba a ser el principio. ¡Pero no me sirvió de mucho! —Se llevó la mano de Elizabeth a los labios y la besó con fervor—. Porque allí estabas tú, mi adorada Elizabeth, la realidad tras esos hilos, y yo quedé completa e irremediablemente perdido.




**************

—¡Cuidado, Fletcher, tiene que dejarlo respirar! —El coronel Fitzwilliam acudió perezosamente al rescate de su primo, desde la seguridad de una silla que estaba al otro lado del vestidor de Darcy, en Netherfield.


—Mi querido coronel, le aseguro que puede respirar —protestó Fletcher—. Listo, señor —le indicó a su amo—, sólo una vuelta más y podrá bajar la barbilla, pero lentamente, señor, lentamente. —Darcy resopló pero obedeció—. Así, señor. ¡Sí! ¡Observe, señor! —Fletcher le enseñó un espejo que mostró un exquisito arreglo de dobleces, nudos y vueltas que adornaban el cuello de Darcy y caían con elegancia sobre su chaleco.


—¿Cómo se llama, buen hombre? —preguntó Dy, mientras se acercaba los impertinentes a los ojos y observaba la nueva obra maestra con interés.


—El bonheur, milord. —Fletcher inclinó la cabeza.


—¿Felicidad? Eso es audaz, pero el roquet también lo era. —Dy se volvió a guardar los impertinentes en el bolsillo del chaleco—. Fletcher, lo felicito. —Lord Brougham se volvió hacia su amigo para darle una palmadita en el hombro—. Fitz, tienes que prometer que me prestarás a Fletcher cuando sea mi turno de casarme, o no te invitaré.


—¡Trato hecho! —contestó el novio, volviéndose a mirar en el espejo. A pesar de todas las incomodidades, tenía buen aspecto; y, después de todo, era el día de su boda. Darcy movió la cabeza hacia ambos lados para probar si le apretaba. Era soportable—. Richard, ¿qué opinas tú? —dijo por encima del hombro.


El coronel Fitzwilliam dejó su cómodo puesto de observación y se acercó cautelosamente. Cruzó los brazos y estudió a su primo con gesto pensativo.


—No es un uniforme —los hombres silbaron al oír eso—, pero Fletcher es un genio, como todo el mundo sabe. —Sonrió—. Estás estupendo, primo. ¡La señorita Elizabeth dirá «Acepto» sólo por ver tu corbata! —Darcy le arrojó una toalla.


—Gracias, querido Richard. —Darcy miró a su ayuda de cámara—. ¡Excelente trabajo, Fletcher! —Se levantó de la silla, miró la hora en el reloj de la chimenea y señaló su nueva levita azul—. ¿Ya estamos listos para eso?


—Sí, señor. —Fletcher se dirigió al armario y sacó la levita, sosteniéndola con el mayor cuidado.


—Así que, ¿cómo es la vida de casado, Fletcher? —preguntó Dy dirigiéndose al ayuda de cámara—. Ilustre a este par de solterones.


El ayuda de cámara se puso colorado, pero sacó pecho y echó los hombros hacia atrás.


—Muy buena, milord, muy buena de verdad, gracias. —Sostuvo la levita para que Darcy se la pusiera—. ¿Señor Darcy? —Deslizó las mangas por los brazos, luego se dio la vuelta y ajustó la parte delantera sobre los hombros y el chaleco y la abrochó.


—Y creo que la señora Fletcher es la doncella de la novia.


—Sí, milord, y está muy contenta por tener ese honor. —Fletcher alisó la espalda y le dio un tirón a uno de los faldones, antes de comenzar su examen en busca de hilos rebeldes o pelusas. Cuando terminó, Darcy fue hasta la cómoda y abrió un libro que había encima. Pasó las páginas hasta que halló lo que estaba buscando. Allí, entre las páginas y reposando junto a la nota escrita con la letra de Elizabeth, encontró el primer regalo de bodas que ella le había dado. Sonrió al ver la madeja de hilos que tenía en la mano —tres verdes, dos amarillos y uno azul, uno rosa y uno lavanda—, los acarició una vez y luego se los enrolló en el dedo y los guardó en el bolsillo del chaleco.


El reloj dio las campanadas, y los acompañantes de Darcy se enderezaron y abandonaron la posición relajada que habían adoptado.


—Es la hora, Fitz. —La voz de Richard tembló ligeramente. Se aclaró la garganta—. ¡Que me parta un rayo si no eres el más afortunado de los hombres! Ya sabes que te daría un puñetazo si pensara de otra manera. —Todos se rieron al oír eso, pero se pusieron serios cuando Richard estrechó la mano de su primo—. Nunca había visto una pareja más avenida en los aspectos tradicionales, pero la profunda emoción que compartís… —Guardó silencio—. Bueno, eso me da esperanzas. —Soltó la mano de Darcy y añadió, con una sonrisa—: Y ahora que ya estás fuera del mercado…


—¡Venga, muévete, Fitzwilliam! —Lord Brougham apartó a Richard con el hombro y soltó una carcajada. Luego le tendió la mano a Darcy—. Mi buen amigo. —La sonrisa de Dy se convirtió en una mirada solemne y afectuosa, directa a los ojos—. No puedo decirte lo feliz que me siento en este día.


—Dy… —Profundamente conmovido, Darcy comenzó a darle las gracias; pero Brougham lo interrumpió.


—No, permíteme terminar. —Dy respiró hondo—. Fitz, aprecio tu amistad, envidio a tu familia y en general te he admirado desde que nos conocimos, tú lo sabes. Pero este último año te vi estremecerte hasta la médula. Te quiero, Fitz, pero necesitabas con urgencia algo que te sacara de tu maldita y fría indiferencia. Gracias a Dios fue el amor —Dy tragó saliva— y el amor de una mujer extraordinaria.


Darcy apretó el hombro de su amigo.


—Si tú no me hubieses abierto los ojos…


—¿Para qué están los amigos? —susurró Dy y luego retrocedió y miró el reloj—. Ahora sí es la hora. —Estrechó la mano de Darcy con más fuerza—. Hubo momentos en los que casi perdí las esperanzas, pero tú, amigo mío, te enfrentaste a lo peor que puede reflejar el espejo de un hombre y has demostrado que eres una de las mejores personas que tengo el privilegio de conocer. —Luego esbozó una amplia sonrisa y, con un gesto de su elegante mano, ordenó—: ¡Ahora, fuera! Ve a por tu novia, porque te has ganado su corazón de la mejor manera posible.


***********

—Queridos hermanos, nos hemos reunido aquí en presencia de Dios, y de esta concurrencia, para unir a este hombre y a esta mujer en santo matrimonio; que es un estado honorable instituido por Dios, y representa la unión mística que hay entre Cristo y su Iglesia…


Allí estaban todos: aquellos que lo amaban y aquellos a quienes él amaba: Georgiana, sus parientes Matlock, Dy; y aquellos que habían venido por conveniencia: miembros de sus distintos clubes, amigos de la universidad, los vecinos de los Bennet y los parientes de Bingley. Todos juntos. Sin embargo, Darcy no podía mirar sino a los ojos de Elizabeth, que estaba a su lado. Su serena belleza lo tranquilizó, aplacando su corazón, mientras las palabras del ritual fluían a su alrededor, llenándolo de asombro. Este hombre, pensó Darcy, era él mismo, y esta mujer era esa maravillosa y preciosa mujer. La luz entraba a través de las vidrieras de la iglesia de Meryton, iluminando su pequeño círculo con una bendición de gloria suavemente coloreada. Hacía brillar de tal manera el cabello, los ojos y toda la figura de Elizabeth, que cuando el ministro habló de la «unión mística», Darcy sintió que esas palabras penetraban hasta su corazón.


Tan pronto como la vio en la puerta de la iglesia, se sintió desfallecer. ¡Estaba tan adorable! La sonrisa que adornaba sus labios y el brillo de sus ojos mientras ella y su hermana Jane se aproximaban a él y a Charles, mostraban su dicha y su confianza en él. Darcy debió de haber dado un paso atrás o debió de haberse tambaleado, porque de pronto sintió la mano de Richard sobre su brazo. Elizabeth, Jane y su padre ocuparon sus puestos, y Darcy se volvió para mirar al pastor y concentró todas las facultades que le quedaban en absorber las palabras que lo unirían físicamente a Elizabeth, tal como ya estaban unidos de corazón.


—¿Quieres tomar a esta mujer por tu legítima esposa —le preguntó de manera solemne el reverendo Stanley—, y vivir con ella, conforme a la ley de Dios, en santo matrimonio? ¿La amarás…?


Sí, Elizabeth, cantó el corazón de Darcy.


—… consolarás, honrarás en la salud y en la enfermedad…


Sí, mi amor.


—… y, renunciando a todas las demás, te reservarás para ella sola, hasta que la muerte os separe?


—Sí, quiero —respondió Darcy, con voz fuerte y sonora. Con mucho gusto, completamente, siempre.


El pastor se dirigió a Elizabeth. Ella bajó los ojos, pero Darcy podía sentir su felicidad.


—¿Quieres tomar a este hombre por tu legítimo esposo, para vivir con él conforme a la ley de Dios, en santo matrimonio? ¿Le obedecerás, servirás, amarás, honrarás y consolarás en la salud y en la enfermedad; y, renunciando a todos los demás, te reservarás para él solo, hasta que la muerte os separe?


—Sí, quiero.


—¿Quién entrega a estas mujeres para que se casen con estos hombres?


—Yo. —El señor Bennet se dirigió a sus hijas y les acarició lentamente la mejilla. Darcy alcanzó a ver que a Elizabeth se le humedecían los ojos cuando su padre tomó su mano derecha y, dando un paso atrás, se la entregó al sacerdote. Al ver el gesto de asentimiento del reverendo, Darcy se acercó a Elizabeth. El pastor puso la mano de la muchacha entre sus manos. Las palabras fluyeron… te recibo a ti… mejore o empeore tu suerte… El corazón de Darcy se hinchó de amor y orgullo —buen orgullo—, mientras pronunciaba cada palabra, mirándola fijamente a los ojos:


—… para amarte y cuidarte hasta que la muerte nos separe, según la santa ley de Dios; y de hacerlo así te doy mi palabra y fe.


Darcy separó lentamente sus dedos de los de ella. Elizabeth tomó la mano derecha de Darcy.


—Yo, Elizabeth Bennet, te recibo a ti, Fitzwilliam George Alexander Darcy, como mi legítimo esposo… —Darcy se sintió a punto de desfallecer al entender el significado de los votos de Elizabeth: que ella ponía en él toda su confianza hacia el futuro. Richard se inclinó sobre el ministro y puso el anillo de Elizabeth sobre el libro de oración. Darcy lo tomó.


—Con este anillo te desposo —prometió Darcy, jurando conservar para ella todo lo que era o llegara a ser—, con mi cuerpo te venero y con todos mis bienes terrenales te doto. —Deslizó la sortija adornada con un rubí en el dedo anular de Elizabeth, ajustándolo con suavidad antes de llevarse la mano a los labios, sin dejar de mirarla. El dolor del pasado: el rechazo y la revelación, la vanidad y la autocompasión, su aterradora soledad, ¡todo había terminado! Y más allá de esa bendición, que reunía a todas las demás, estaba la confianza y la devoción de aquella mujer. Durante todos los días de su vida serían uno en cuerpo y alma. Sólo faltaba una última bendición. Los dos se volvieron hacia el ministro.


—Por cuanto Fitzwilliam Darcy y Elizabeth Bennet y Charles Bingley y Jane Bennet consienten en su santo matrimonio, y lo han testificado delante de Dios y de los presentes… —A lo largo del ritual, el reverendo Stanley había leído todas las palabras, pero ahora, cuando se acercaba al final, hizo una pausa y levantó la vista para mirarlos a los dos con una cálida sonrisa—. Yo os declaro marido y mujer, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.


—Amén —respondió la congregación.


Darcy tomó la otra mano de Elizabeth y se las acercó al corazón. Ella era suya; él era de ella. No quería nada más.




—Elizabeth —susurró. Ella lo miró a los ojos—. Mi querida y adorada Elizabeth.

 
FIN
 

martes, 2 de agosto de 2011

SÓLO QUEDAN ESTAS TRES Capítulo XI

La corriente del amor verdadero



Londres todavía estaba bastante vacía, pues la mayoría de sus habitantes de clase alta permanecían en los cotos de caza el mayor tiempo posible, hasta que el Parlamento y la temporada de eventos sociales reclamaban de nuevo su presencia en las frenéticas actividades de la ciudad. Mientras se tomaban una copa en Boodle's, el coronel Fitzwilliam le comentó a su primo que se había extendido ya la noticia de que Bonaparte no había podido conquistar Moscú, aunque a un terrible precio. Darcy sacudió la cabeza. ¡Qué se podía decir de la enorme desesperación que impulsaba a los hombres a quemar sus propias casas —una ciudad entera— en lugar de dejarlas en manos de aquel avaricioso monstruo!


—¿De qué estáis cuchicheando ahora, Darcy? ¡Por Dios, parecéis un par de viejas!


Darcy se dio media vuelta al oír la voz, pero no se detuvo a fijarse en el rostro de su dueño sino que saltó de la silla para darle una fuerte palmada en la espalda.


—¡Dy! ¡Dios mío! ¿Cuándo has vuelto? ¿Por qué no me escribiste?


Lord Dyfed Brougham levantó las manos perfectamente cuidadas en señal de protesta por semejante saludo y dio un paso atrás cuando Fitzwilliam también se levantó.


—¿Escribir? ¡Eso es demasiado fatigoso, viejo amigo! Y tú, Fitzwilliam, puedes estrechar mi mano, pero nada más. Sí, así está bien. —Brougham les dirigió una risita triunfal a los dos y luego acercó una silla y les hizo señas para que tomaran asiento—. ¿Escribir? No, no… creí que era mejor sorprenderte, lo cual he hecho con bastante facilidad, según parece. —Darcy se volvió a sentar, mientras las absurdas palabras de Dy confirmaban el personaje que quería representar.


—¿Y qué tal te ha ido en América, Brougham? —Fitzwilliam se sentó y estiró sus largas piernas—. No parece que te haya sentado muy bien. —Al mirar detenidamente a su amigo, Darcy vio que su primo tenía razón y cuanto más lo observaba, más alarmantes se volvían sus conclusiones. Dy estaba vestido con la elegancia de siempre, pero la ropa parecía quedarle extrañamente grande. A pesar de que nunca había tenido un rostro de anchas facciones, estaba muy demacrado y tenía las mejillas hundidas. Seguramente no le había ido bien al otro lado del mar.


—¡Te ruego que no menciones ese lugar en mi presencia! —Dy se puso la mano en la frente de forma dramática—. ¡No sé cómo pude haberme dejado convencer para ir! ¡El viaje fue brutal, Fitzwilliam, absolutamente brutal! Los nativos carecen totalmente de cultura y no tienen la más mínima sensibilidad. ¡Fue espantoso!


Richard dejó escapar un silbido al oír la descripción de Dy y luego preguntó:


—¿Y qué nativos eran ésos, Brougham? ¿Los algonquinos, los iroqueses…? —Miró a Darcy para pedir auxilio, pero su primo se limitó a encogerse de hombros.


—No, no, viejo amigo. —Dy lo miró como si Richard estuviera diciendo una locura—. ¡Los nativos de Boston y Nueva York! —Se sacó un pañuelo del bolsillo de la chaqueta y se limpió las sienes—. ¡Horrible, sencillamente horrible!


Richard miró a Darcy y entornó los ojos. Luego se puso en pie.


—Bueno, te dejaré con mi primo, que será de más ayuda que yo en tu recuperación, estoy seguro. Fitz. —Dio media vuelta y se dirigió a Darcy—: Debo regresar al cuartel. Recuerda, su señoría el conde de Matlock y mi madre nos esperan a cenar esta noche, a las nueve en punto. —Le hizo una inclinación a Brougham—. Preferiría enfrentarme a los pieles rojas que llegar tarde a una cena de su señoría. Encantado de verte, Brougham. —Dy asintió y le dijo adiós con la mano.


Tanto Brougham como Darcy se quedaron callados, mirando cómo Fitzwilliam se abría paso hasta la puerta, en medio del bullicio de camareros y miembros del club.


Darcy se volvió hacia su amigo.


—¡Por Dios, Dy, tienes un aspecto horrible!


—¿Tan mal estoy? —preguntó Brougham, enderezándose en la silla, y luego llamó a un criado y pidió algo de beber—. No había querido aparecer en la ciudad hasta engordar un poco —dijo suspirando—, pero llevaba tanto tiempo ausente que el Ministerio del Interior temió que perdiera mi rango si tardaba más en volver. Así que aquí estoy. —Levantó los brazos—. ¡Parezco un espantapájaros!


—¿Qué ha sucedido? —Darcy se inclinó sobre la mesa.


—No puedo decírtelo, amigo mío. —Dy sonrió con tristeza—. Sólo puedo decir que ella logró evitarme.


—¿Y pudiste encontrar a Beverly Trenholme?


—Él jamás puso un pie en ese barco para el que tú le diste el billete. De hecho, nunca salió de Inglaterra. Alguien más pensó que ella era más útil que Trenholme.


—¡Sylvanie! Pero, nadie ha visto a Bev… ¡Por Dios, no querrás decir que…! —Dy asintió con la cabeza y los dos guardaron silencio. El murmullo de las conversaciones y las risas de los demás continuó con la misma intensidad. Un vaso se cayó al suelo en alguna parte y luego se oyó una discusión.


—Dime —preguntó Dy finalmente, rompiendo el silencio que se había instalado entre los dos—, ¿cómo está la señorita Darcy?


—Ella está bien —respondió Darcy con lentitud—. Bastante bien, en realidad, aunque echa de menos tu compañía. —Brougham volvió a esbozar una sonrisa tonta, pero muy distinta de la anterior porque era sincera. Darcy se recostó contra el respaldo y trató de adoptar una actitud de absoluto desinterés, antes de dar la noticia—. Durante tu ausencia hizo amistad con alguien que conoció.


La sonrisa de Dy se evaporó al instante.


—¿«Alguien que conoció», dices? —Pasó el dedo por el borde del vaso dos veces, y luego le dio un golpecito—. ¿Y puedo preguntar el nombre de esa persona?


 —Sí puedes y ya veo lo que estás pensando. No, no es eso a lo que me refiero. —Los hombros de su amigo se relajaron y la tensión de su mandíbula desapareció—. Su nueva amiga es Elizabeth Bennet.

—¡Elizabeth Bennet! —Dy miró fijamente a su amigo—. ¿Tu Elizabeth? ¿Y cómo demonios ha sucedido semejante cosa?


Manteniendo la misma actitud, Darcy le contó a Dy su encuentro casual en Pemberley en agosto. Brougham enarcó una ceja al oír la palabra «casual», pero no interrumpió a su amigo.


—Desgraciadamente, recibió una carta de su casa en la que le pedían que regresara a la mayor brevedad, de manera que Georgiana se vio privada de su compañía antes de lo esperado.


—Georgiana —repitió Dy con suspicacia—, ya veo. —Miró a Darcy con pesar—. Parece que la señorita Bennet no está ya tan predispuesta en tu contra como temías. ¡Qué pena que haya tenido que marcharse! ¿Y la has visto desde entonces, o has tenido noticias de ella?


Darcy asintió con la cabeza, arrellanándose en el sillón.


—Hace poco más de una semana fui a ver a mi amigo Bingley, ¿te acuerdas de Bingley, en el baile de los Melbourne? —Dy asintió—. Estuve de visita en Netherfield, la propiedad que está pensando en comprar en Hertfordshire. Fuimos a visitar a los Bennet el día después de mi llegada. Pero las cosas no salieron bien.


Dy le lanzó una mirada interrogante.


—¿Cómo que no salieron bien?


—Ella apenas me miró, casi no habló, aunque estuvimos juntos durante varias horas.


—¡Eso parece bastante extraño! —dijo Dy con actitud pensativa—. ¿Quieres decir que se negó a responderte cuando le dirigiste la palabra o que no quiso contestar a tu saludo?


—¡No, por supuesto que no! —Darcy se puso a la defensiva—. Ella estaba… no era ella misma y yo… —Darcy se miró las manos—. Yo no supe qué pensar ni qué decir.

—Ah, entonces ninguno de los dos le pudo decir mucho al otro —concluyó Dy—. Bueno, eso hace que resulte bastante difícil entablar una conversación o profundizar en una relación de cualquier tipo. Sin embargo, los dos tuvisteis menos dificultades cuando ella estuvo en Pemberley. ¿Se te ocurre alguna explicación?


Darcy miró a su amigo.


—Eres persistente, ¿verdad? —Dy se limitó a encogerse de hombros y sonreír—. Sí, hubo un problema familiar del que yo me enteré, quizá más de lo que debería haberse enterado un conocido lejano.

—¡La carta que recibió de su casa! —Dy dio un golpe en la mesa—. Sí, ahora todo encaja. ¡Ella se sentía avergonzada por lo que tú sabías de su familia! Una situación bastante incómoda para ella, después de haber criticado tu comportamiento con tanta severidad. —Se recostó contra el respaldo y, tras unos instantes, preguntó—: ¿De verdad le gustó a la señorita Darcy?

—Sí, así fue, en el poco tiempo que pasaron juntas. Georgiana expresó sus sinceros deseos de volverla a ver.

—Entonces —dijo Dy con suavidad—, ¿quieres un consejo, amigo mío? —Darcy lo pensó y después asintió con la cabeza—. Mi consejo es que tengas fe y esperes. Tu amigo está muy bien situado para que tengas razones suficientes para visitar el condado. Deja que el tiempo pase y vuélvelo a intentar cuando la tormenta se haya calmado un poco. Si ella merece la pena, también lo merecerá el tiempo y el esfuerzo que serán necesarios para conquistarla. Porque jamás he podido leer… —citó—. ¡Pero supongo que tú ya sabes eso! —Dy se levantó y miró a su amigo—. ¡Tengo que irme! Dale mis saludos a la señorita Darcy con tanto afecto como juzgues apropiado y dile que espero veros a los dos pronto. —Hizo una estrambótica reverencia y se dirigió al otro extremo del salón, donde se encontraban un grupo de caballeros jóvenes, conocidos por su ostentosa animación.


Cuando oyó que Dy preguntaba por una pelea de gallos, Darcy sacudió la cabeza y sonrió con pesar, al pensar en la vida que su amigo había elegido o, tal vez, que le había sido impuesta. Esperar había sido el consejo de Dy, esperar y tener esperanzas. Podía hacerlo, aunque le resultara doloroso.


Porque jamás he podido leer… Darcy trató de recordar las palabras de Shakespeare, mientras se levantaba para marcharse… en cuento o en historia, que se haya deslizado exenta de borrascas la corriente del amor verdadero. Acababa de recibir su sombrero y su bastón de manos de uno de los innumerables sirvientes de Boodle's, cuando otro se dirigió a él y le entregó una nota sobre una bandeja de plata.




**************




Darcy subió los escalones de Erewile House sin mirar casi el carruaje de su tía Catherine, que estaba estacionado en la calle. Ya era bastante singular que no hubiese escrito para comunicar su intención de hacer una visita, pero debía tratarse de algo urgente si había venido directamente hasta su casa. No podía imaginar cuál podía ser la razón de lady Catherine, excepto que estuviese relacionada con la salud de Anne. La puerta se abrió antes de que él llegara al último escalón y enseguida apareció Witcher, con una expresión bastante sombría, que recogió el sombrero y el bastón.


—¿Dónde está? —preguntó Darcy, quitándose los guantes y cruzando el vestíbulo.


—En el salón, señor. —Witcher le hizo una inclinación al tiempo que recogía los guantes—. Le ruego que me perdone, señor Darcy, pero ella insistió en que lo llamáramos.


—Y estoy seguro de que no le dio muchas opciones —le dijo el caballero a su mayordomo—. Ha hecho bien, Witcher. ¿Le han ofrecido algo de beber a lady Catherine?


—Sí, señor, pero no quiso nada. Tal vez ahora que usted está aquí…


—Traiga un poco de té, Witcher, si es usted tan amable. —Darcy subió las escaleras y se dirigió al salón. Fuese cual fuese el motivo de aquella aparición de su tía, estaba seguro de que pronto sabría más de lo que quería. ¡Ojalá no fueran malas noticias sobre su prima!


—¡Darcy! ¡Por fin has llegado! —Lady Catherine se había adueñado del salón. Estaba de pie, tan recta y rígida como el bastón con empuñadura de plata que tenía a su lado—. ¡Ven! —Le tendió la mano con urgencia. Darcy la tomó rápidamente y, ofreciéndole el apoyo de su brazo, la acompañó a sentarse.


 —¡Mi querida tía! —exclamó Darcy, al ver lo agotada que parecía y la manera en que se dejó caer sobre el diván—. ¿Qué sucede?

—Jamás, jamás en mi vida había estado sometida a la clase de maltrato e ingratitud que he experimentado hoy. ¡No sé hacia dónde va el mundo! —Su señoría pronunció aquellas palabras de manera enérgica—. ¡Nunca me había tomado tantas molestias sólo para ser insultada!


—¡Tía! —Darcy la miró con una mezcla de alivio y consternación. Si no se trataba de noticias sobre Anne, ¿qué habría podido impulsarla a emprender aquel viaje?


Lady Catherine le clavó la mirada.


—He decidido hacer este tremendo esfuerzo en tu nombre, sobrino. Sí —contestó ella al ver la expresión de sorpresa de Darcy—. ¡Y en nombre de toda la familia! Alguien debe ocuparse de estas cosas antes de que sea demasiado tarde, y como yo siempre estoy atenta a lo que exigen el honor y el decoro, la desagradable tarea ha recaído sobre mis hombros. Si toda la familia se une, tal vez todavía podamos evitar que esta perversa y escandalosa falsedad se extienda más.


Un golpe en la puerta interrumpió momentáneamente la asombrosa acusación de su tía. Cuando Darcy dio permiso, Witcher y un lacayo entraron en el salón con el té. Mientras lo servían, Darcy se levantó de su silla para escapar a la aguda mirada de su tía y tener oportunidad para pensar. ¿Una escandalosa falsedad? Al oír esas palabras, había pensado enseguida en Georgiana, pero luego su tía había dicho que había sido por su causa. ¿Podría tratarse de algo relacionado con los sucesos de Norwycke o lady Monmouth? Parecía poco probable, pero ¿qué otra cosa podía ser?


Después de terminar su tarea, los criados se retiraron y Darcy se volvió hacia su tía.


—No entiendo a qué se refiere. ¿Qué falsedad es ésa?


—¿Acaso no la has oído? —Una sonrisita se escapó de los labios fruncidos de lady Catherine, pero desapareció de inmediato—. Pero, claro, es demasiado increíble para que alguien sensato lo repita. —Lady Catherine miró a su sobrino con actitud de reproche—. Sin embargo, sobrino, debe ser enérgicamente rectificada, en especial por tu parte, y hay que demostrar que quien la difundió es un mentiroso.

Darcy empezó a perder la paciencia ante aquella extraña reticencia de su tía a hablar claro.


—Señora, si yo supiera qué es lo que ha despertado tanta inquietud en usted, tal vez pudiera tranquilizarla con más facilidad.


Lady Catherine abrió los ojos con desaprobación al oír el tono de Darcy, pero él pudo ver que no estaba intimidada. En lugar de eso, parecía a punto de sufrir un ataque.


—Esa joven… por la que me interesé tanto la primavera pasada… la amiga de la esposa de mi párroco…


—¿La señorita Elizabeth Bennet? —Darcy no dio crédito. ¡Por Dios! ¿Acaso se habían conocido sus gestiones a favor de Lydia Bennet?


—¡La misma! Ha mostrado ser totalmente indigna de la atención que recibió por mi parte. ¡Esa mujer ha difundido el rumor de que ella va a convertirse en la señora de Fitzwilliam Darcy! —Al decir esto último, lady Catherine golpeó el suelo con la punta de su bastón y se recostó contra el respaldo, con los ojos fijos en su sobrino.


El impacto que le causaron las palabras de su tía no podía excusar, de ninguna manera, la necesidad de mantener el control, pero el corazón comenzó a latirle como loco y sentía que la sangre corría desbocada por sus venas.


—Ya veo —logró responder en un tono neutro y rápidamente se dio media vuelta para dirigirse al diván que estaba enfrente del que ocupaba su tía, al otro lado de la mesita, y se sentó.


—¿De verdad lo entiendes, Darcy? El cuento ya se ha difundido por Hertfordshire y ha llegado a mis oídos en Kent, no hace más de tres días. He decidido tomar medidas de inmediato, claro, y he hecho lo que se podía hacer.


¿Qué había hecho su tía? Elizabeth… ¡Oh, Darcy necesitaba saberlo! Sin embargo, si quería obtener de ella toda la información que necesitaba sobre este asunto, debía ocultar sus propias emociones y aprovecharse de los prejuicios de lady Catherine con sumo cuidado.

—Lo que veo —le explicó a su tía— es que está bastante contrariada por algo que le contaron sobre la señorita Elizabeth Bennet. ¿De dónde ha salido esa historia? ¿Es fiable la fuente?


Su tía pareció relajar la tensión con que tenía agarrado el bastón y lo dejó a un lado.


—En los dos casos, proviene de la fuente más fidedigna. Mi pastor, el señor Collins, lo mencionó, y además de ser mi párroco, está emparentado con esa mujer. Y por si fuera poco, ella es la amiga íntima de su esposa. No puede haber ningún malentendido, sobrino.


—Tal vez —dijo Darcy lentamente, mientras se inclinaba sobre la mesita, para tomar de una taza de té que le sirviera de escudo. ¿Entonces lo había sabido a través de Collins? En realidad, debía de haber sido a través de su esposa. ¿Una carta de Elizabeth? ¿O una comunicación de la familia Lucas?—. ¿Y de que forma le llegó esa información?


—¿De qué forma? ¡Lo oí de los labios del propio Collins, Darcy! —exclamó lady Catherine con tono de protesta, al ver que Darcy enarcaba una ceja, pero luego se suavizó—. Una carta de la familia de su mujer, evidentemente, en la cual le contaban la noticia del compromiso de la hija mayor de los Bennet con tu amigo. —Lady Catherine levantó la voz—. Y se supone que pronto seguirá tu boda con la siguiente hija. ¡No podemos tolerar ese pernicioso chismorreo! —Lady Catherine volvió a golpear el suelo con el bastón, que había vuelto a agarrar con vehemencia.


Darcy negó con la cabeza.


—Mi querida tía, a lo largo de los años mi nombre se ha visto unido al de innumerables jovencitas. Todo rumores. Puro cuento. ¿Por qué debería preocuparse por este último?


—Porque —replicó ella— tú… o mejor, ella… —Lady Catherine cerró la boca y durante un momento se limitó a mirar fijamente a Darcy. Él le devolvió la mirada con toda la inocencia que pudo reunir, pero la verdad es que era esencial oír la respuesta de la anciana dama. Tenía que haber algo más que un simple chisme para que su señoría se alterara de esa forma.


—Por favor, continúe, señora.


—¡Ah! —estalló ella—. ¡Si hubieses permitido que tu compromiso con tu prima se hiciera público, esto no habría ocurrido! Para empezar, la muchacha no se habría atrevido a pensar que podía ser posible o, a falta de eso, yo habría obtenido su promesa…


—¡Su promesa! —Darcy se puso en pie como si hubiera sido impulsado por un resorte—. ¿Qué ha hecho? ¿Acaso se ha comunicado con la señorita Elizabeth Bennet?


—No creas, Darcy, que una carta es suficiente para poner fin a asuntos como éste. Me enfrenté a ella personalmente con su…


Darcy se quedó helado.


—¿Cuándo? —preguntó—. ¿Cuándo ha hablado con ella? ¿Qué le dijo?


—Esta mañana, señor, y fui recibida con obscena impertinencia y una ingratitud tal que espero no volver a ver nunca nada semejante.

Darcy se dirigió lentamente hasta la ventana, intentando sobreponerse al horror que le habían causado las palabras de lady Catherine. Pero aquel sentimiento dio paso de inmediato a un torrente de indignación por sí mismo, pero aún más por Elizabeth. Cuando volvió a mirar otra vez a su tía, sus emociones se habían fundido en una furia que no podía ocultar.

—¿Me está diciendo —comenzó en un tono preciso y exigente— que ha ido a Hertfordshire para acusar a la señorita Elizabeth Bennet de ese rumor y exigirle algún tipo de promesa? ¡Por Dios, señora! ¿Con qué propósito y con qué derecho interfiere en un asunto que sólo a mí me corresponde resolver?


Los ojos de lady Catherine brillaron con una luz marcial. Se enderezó y, agarrando su bastón, volvió a golpear el suelo.


—¡Por el derecho que me concede el hecho de ser tu pariente más cercana y pensando sólo en tus intereses! —Lady Catherine se levantó y se dirigió a Darcy con mordacidad—. ¡Sí, por tu bien! ¡Ay, yo capté tu debilidad cuando ella estuvo en Rosings durante la primavera, pero no podía creer que estuvieras tan dominado por las artes y los encantos de esa muchacha —¡y bajo mi propio techo!—, como para permitir ningún tipo de presunción! Si hubiera puesto este asunto en tus manos, ¿qué habría sucedido? Si ella no se conmueve con los argumentos del deber, el honor y la gratitud, ¿cómo se la puede convencer sino con la verdad de lo que le esperaría a semejante presunción? ¡Y yo estoy en todo mi derecho de decírselo! ¡Ella no debe atentar contra el deber que tienes con tu familia, ni puede interponerse en la felicidad de mi hija!

Darcy rodeó la mesa y le devolvió la mirada con toda la rabia que habían generado las palabras y las acciones de su tía.


—Se ha extralimitado, señora. No puede haber excusa suficiente para perdonar su intromisión en un asunto tan personal como el que describe, o para importunar a alguien tan absolutamente ajeno a usted, pero que, sin embargo, está sometido a sus caprichos por la superioridad de su rango.

—¡Si hubiese recurrido a ti, sólo lo habrías negado! Entonces, ¿dónde estaríamos? Ella, al menos, no negó…


—¿Negar qué? —Darcy sintió el impulso de sacudir a la mujer que tenía delante, aunque se tratase de su tía—. ¿Cómo quedaron las cosas entre ustedes?


—¡Ella no quiso prometerme nada! Aunque le hice un recuento de todas las desventajas que resultarían de semejante matrimonio, ¡no quiso oír nada! Se negó a prometer que no aceptaría un compromiso si le fuera ofrecido. ¡Criatura tozuda y obstinada! ¡Así se lo dije! ¡Ella está decidida a arruinarte! ¡Está determinada a convertirte en el hazmerreír de todo el mundo!


Algo parecido a la esperanza penetró a través del hielo que había rodeado el corazón de Darcy. ¡Ella se había negado a prometer! ¡Había sufrido la mayor invasión de su privacidad y un escandaloso enjuiciamiento de su carácter, y sin embargo se había negado a prometer! Elizabeth… Una sensación de calidez brotó dentro de su pecho y sintió deseos de alimentarla. Si alguna vez pudiera llegar a convertirse en algo más, tenía que allanar primero el camino, una tarea que debía comenzar inmediatamente.


—Su señoría —Darcy dio un paso atrás y se inclinó—, debo ser claro con usted. Nunca podré aprobar o excusar sus acciones con respecto a la señorita Elizabeth Bennet. Sin embargo, tal vez ha sido error mío.


—¡Hummm! —resopló su tía, cuyo rostro se iluminó con un aire de triunfo—. ¡Que yo tenga que recordarle al hijo de George Darcy su deber para con él mismo y con su familia!


—No, señora, mi error reside en algo totalmente distinto. La idea de un compromiso matrimonial entre Anne y yo es algo que ninguno de los dos desea y nunca hemos deseado. —Su señoría intentó abrir la boca en señal de protesta, pero Darcy la interrumpió—: Debí aclarar este asunto hace años, pero en lugar de eso tomé el camino más fácil de guardar silencio ante sus insinuaciones y manipulaciones, con la esperanza de que usted misma llegara a ver la imposibilidad de semejante unión. Debo rogarle humildemente que me perdone por lo que ahora veo que fue no sólo una cobardía sino una crueldad.


—Darcy, tú no puedes… Anne espera…


—Mi prima no espera casarse conmigo. Hemos hablado sobre este asunto y estamos de acuerdo. Mi crueldad reside en el hecho de permitir que usted siguiera albergando una ilusión imposible, en lugar de ser claro con respecto a la verdad de nuestra situación. Le ruego que me perdone por eso, señora. —Darcy volvió a inclinarse.


Por una vez en la vida, su tía se quedó sin palabras. Contrajo la cara por el esfuerzo que tuvo que hacer para asimilar lo que acababa de oír. Dio media vuelta, se puso de espaldas, y luego volvió a su postura original. Finalmente, con gran esfuerzo, hizo a un lado su decepción y atacó desde otro flanco.


—Aunque así sea, sobrino, ¡tú nunca le podrás imponer esa… esa… mujer a tu familia! ¡No puedes pretender hacerlo en contra de todos nuestros deseos y expectativas!


—¡Señora! —le advirtió Darcy.


—¡Semejante alianza va en contra de todos los intereses! ¡Ella no será bien recibida, no lo dudes! ¿Quién es su familia? No tienen ninguna influencia o posición, excepto por el hecho de ser el tema del escándalo más abominable. La hija más joven —¡seguramente lo habrás sabido!— huyó a Londres con un oficial. ¡Un matrimonio arreglado y vergonzoso!


—¡Señora, basta ya! —rugió Darcy, y por un momento su tía se estremeció.


Buscó apresuradamente su chal y su sombrero. Aferrándose a ellos, se volvió hacia él con una rabia que él nunca había visto.


—¡No me quedaré callada! Soy tu pariente más próxima y debo actuar en representación de tus padres. ¡Por su bien y por el tuyo, te digo que contraer matrimonio con esa mujer sería una desgracia! —Darcy se quedó mirándola en impasible silencio—. ¡Si persistes en esta locura —lo amenazó—, las puertas de Rosings quedarán cerradas para ti, tu nombre nunca volverá a ser pronunciado en mi presencia y te repudiaré!


—Que así sea, señora; como usted quiera. —Darcy le hizo nuevamente una reverencia y avanzó hacia la puerta—. ¡El carruaje de lady Catherine! —gritó y, dando media vuelta, le sostuvo la puerta abierta—. Su señoría.


—¡No creas que yo seré la única que rechazará semejante unión! —siguió diciendo lady Catherine, mientras pasaba delante de él y comenzaba a bajar las escaleras—. ¡Le escribiré de inmediato a tu tío, lord Matlock! Él te hará entrar en razón. Te hará saber…


Sólo cuando la puerta se cerró detrás de ella, Darcy pudo soltar la respiración que había contenido por la rabia que le producían los innumerables insultos de su tía. Se dirigió a la ventana y la vio salir a la calle como una tromba. Después de que el ligero carruaje se balanceara por la fuerza de su furia, el cochero arrancó rápidamente y arreó a los caballos para que apresuraran el paso. Ojalá desapareciera a toda prisa, pensó Darcy, mientras tomaba la botella de brandy y se servía un poco. ¡Por Dios! ¡Nunca había estado tan cerca de…! Tomó el vaso y le dio un sorbo. Luego lo dejó sobre una mesa y se acercó a la puerta, pero regresó enseguida. ¡Esa insoportable mujer! Bebió otro sorbo. ¡Qué había hecho! De pie en medio del salón, con la respiración entrecortada, Darcy se pasó una mano por el pelo. ¡Elizabeth asediada de semejante forma! Sacudió la cabeza. ¿Qué podría haber oído su tía que la hiciera ir de inmediato a Hertfordshire? ¿Un simple rumor? No, decidió Darcy. Tenía que haber algo más. Contuvo el aliento, tratando de calmarse para pensar de manera racional. ¿Qué había hecho su tía? ¿Cuál había sido el resultado final de su absurda pretensión?

Se sentó en el diván y examinó los hechos de aquella terrible entrevista. Elizabeth se había negado a prometer que no lo aceptaría. Eso era lo que había enfurecido tanto a su tía. ¿Podría él atreverse, entonces, a creer lo contrario? ¿Lo aceptaría Elizabeth? La actitud de la muchacha durante su última visita nunca lo habría inclinado a creer que podría aceptarlo. Pero, entonces, ¿por qué no lo había dicho y se había ahorrado todos esos insultos? ¿Qué la había impulsado a rechazar cada exigencia de lady Catherine: su corazón o su rabia? ¿Y cómo iba a saberlo él, si no regresaba a Hertfordshire?


—¡Witcher! —gritó escaleras abajo—. ¡Witcher!

—¿Señor? —El viejo mayordomo apareció con una expresión angustiada, a causa de los últimos acontecimientos que habían tenido lugar entre las paredes de la, por lo general, tranquila Erewile House.


—Ordene que preparen mi carruaje y dígale a Fletcher que haga el equipaje. ¡Quiero partir por la mañana!


—¡Sí, señor! —respondió el mayordomo y echó a correr escaleras abajo, tan rápido como se lo permitían sus viejas piernas, con el fin de transmitirle a la servidumbre, que ya estaba bastante escandalizada, las extraordinarias órdenes de su amo.




************


Ten fe y espera había sido el consejo de Dy. Mientras Darcy miraba por la ventanilla del landó el paisaje de Hertfordshire a la luz del atardecer, se podía imaginar la escena con facilidad. Él sabía bien lo autoritaria y antipática que podía ser su tía Catherine con el más mínimo detalle; pero este caso había despertado toda su vehemencia. Debía de haber sido terrible para Elizabeth ser el objeto de su furia, y, sin embargo, había resistido y se había negado a someterse a unas exigencias que habrían sido muy fáciles de aceptar si ella hubiese decidido que no quería tener nada que ver con él. Por enésima vez desde el día anterior, se preguntó qué pensaría Elizabeth y si estaría cometiendo la peor locura de su vida al regresar a Hertfordshire.


En menos tiempo de lo que esperaba debido a la ansiedad, el carruaje enfiló el sendero de Netherfield, y Darcy divisó la casa. No había enviado una carta anunciando su vuelta, y Bingley no sabía cuándo regresaría su amigo. Él había querido mantener las cosas así, en caso de que decidiera no volver. Era posible que Charles no estuviera en casa. Pero cuando el vehículo comenzó a acercarse, la puerta se abrió y Bingley apareció en la entrada, con una expresión de auténtica felicidad.



—¡Darcy! ¡Darcy! —exclamó, al bajar los escalones para darle la bienvenida—. ¡Esto es extraordinario! —Tan pronto como descendió del coche, estrechó la mano de su amigo.


—Charles —comenzó a decir Darcy—, por favor, perdóname por no avisarte…


—¡Pamplinas! —contestó Bingley—. Estoy muy contento de que estés aquí. Estaba a punto de enloquecer sin tener a nadie con quien compartir mi buena suerte. Vamos, entra. ¡Tengo tantas cosas que contarte! —Bingley ordenó que les trajeran algo de beber, mientras conducía a Darcy a la biblioteca y le rogaba que tomara asiento.


—¡Pero, Charles, estoy cubierto de polvo! —protestó Darcy, señalando su ropa.

—¡Al diablo con el polvo, Darcy! —se rió Bingley. Un criado llamó y entró con una bandeja, pero casi antes de que se cerrara la puerta, Bingley estalló—: ¡Estoy comprometido! ¡Comprometido con el ángel más adorable del mundo! Mi hermosa Jane ha aceptado y su padre estuvo de acuerdo. ¡Nos vamos a casar, Darcy, nos vamos a casar! —Volvió a soltar otra carcajada—. ¿Puedes creerlo? Porque yo no puedo. ¡Es demasiado maravilloso!


—¡Claro que sí, Charles! —Darcy le puso las manos sobre los hombros—. No puedo pensar en otro hombre que se merezca más esa felicidad, de verdad que no puedo. ¿Acaso pensaste que podría rechazarte? ¡Qué absurdo! Te deseo mucha felicidad, amigo mío, a ti y a tu futura esposa. —Al oír estas palabras, a Bingley se le humedecieron los ojos. Darcy le dio una enérgica palmada en los hombros y dio media vuelta.


—Gracias, Darcy. —Bingley carraspeó—. Gracias. Ahora, ¿en qué puedo servirte?


—No sabría decirte, excepto que espero que me permitas quedarme. Puede ser sólo un día, tal vez más; todavía no lo sé.


Bingley lo miró con curiosidad.


—Mi casa está a tu disposición, ya lo sabes. Pero ¿no puedes decirme nada más?


—Desgraciadamente, no —respondió Darcy—. Es un asunto personal. Tal vez sea una locura, no lo sé. Pero —siguió diciendo con una sonrisa— no es nada que deba alterar tu felicidad, sea cual sea el resultado. Lo único que te pido es que me permitas acompañarte la próxima vez que visites a tu prometida en su casa.


—Por supuesto —contestó Bingley—. Voy a visitarla mañana. Como Jane y yo estamos comprometidos, no hay ningún momento en que no sea bienvenido. Podemos ir tan temprano o tan tarde como quieras. —Bingley siguió mirándolo con curiosidad.

—¿Qué dices de una partida de billar antes de la cena? —Darcy propuso una distracción que siempre había funcionado con su primo.

—¡Claro! —Bingley apretó los labios—. ¿Apostamos a quién ganará?



**************




Al día siguiente temprano, Darcy y Bingley salieron rumbo a Longbourn, impulsados por una fresca brisa otoñal. Las hojas estaban comenzando a ponerse amarillas y ocres y los árboles multicolores enmarcaban los campos cultivados y los pastos dorados. Aunque Bingley había puesto a Darcy al día a propósito de todos los sucesos que habían ocurrido desde su marcha, dos semanas antes, todavía parecía haber algunos detalles que había que atender; así que el viaje estuvo acompañado por el desbordante entusiasmo de Bingley hacia sus futuros parientes políticos. Lejos de aburrirse, Darcy escuchó con atención, pendiente de cualquier información que pudiera darle alguna idea sobre el carácter de la familia Bennet en general y de Elizabeth en particular. Según sus descripciones, parecía que todos se encontraban en un estado de excitación y buen ánimo por la futura boda. Sobre Elizabeth, Darcy sólo supo que era muy buena con su hermana y que con frecuencia se había llevado a su madre a hacer alguna cosa, con el fin de permitirle a Bingley unos preciosos momentos de soledad con su futura esposa.


Su llegada fue recibida con toda la felicidad que Bingley había descrito, aunque Darcy fue objeto de varias miradas de curiosidad. Bastante temeroso acerca de lo que podría traer ese día, apenas pudo mirar a Elizabeth. Después de desmontar y presentar sus respetos, Bingley sugirió enseguida que, con ese día tan hermoso, todos deberían salir a dar un paseo. Su propuesta fue rápidamente aceptada y, mientras Jane, Elizabeth y Kitty subían a buscar sus sombreros y abrigos, la señora Bennet tomó a su futuro yerno del brazo y le dijo con un tono autoritario que los caminos de Longbourn eran los más hermosos de la región, aunque tenía que confesar que ella no tenía costumbre de caminar mucho.


Mientras Bingley estaba ocupado con la señora Bennet, Darcy se alejó y observó el jardín. La mayor parte de las plantas habían sido arrancadas y la tierra había sido removida, pero algunas flores temerarias todavía mecían sus pétalos multicolores en medio de la brisa. El caballero aspiró el olor a humedad y lo retuvo por un momento, intentando calmar la agitación de su corazón. De nuevo el tiempo parecía introducirse de cabeza en el futuro, su futuro, consumiendo y descartando el precioso presente de la forma más inclemente. Ansiaba que Elizabeth apareciera, pero al mismo tiempo deseaba ardientemente que se retrasara, al menos hasta que él pudiera conseguir aquietar, aunque sólo fuese momentáneamente, su corazón.


Un ruido procedente de la puerta le informó de que las jóvenes estaban listas. Se dio la vuelta para ver cómo Bingley le ofrecía la mano a Jane. Elizabeth salió de la casa con paso ligero y la luz del sol proyectó luces y sombras sobre su chaquetilla color cobre. No había nada elegante en su apariencia. Iba vestida para dar un paseo. Sin embargo, su actitud en conjunto despertó la admiración de Darcy.


Bingley tomó la mano de su Jane para ponerse en marcha, Elizabeth se dio la vuelta con una sonrisa y luego —¡oh, Darcy se quedó sin respiración!— levantó los ojos para mirarlo a él. No necesitó obligar a su cuerpo a moverse para colocarse junto a la muchacha, ya que, de repente, se encontró a su lado, avanzando por el sendero, detrás de Bingley y Jane, mientras que la hermana menor se quedaba ligeramente rezagada. Después de una breve discusión sobre la ruta que tomarían, en la cual Darcy no participó ni se interesó, decidieron dirigirse hacia la casa de los Lucas, donde Kitty se quedaría para visitar a la señorita Maria Lucas. El arreglo no podía ser más favorable. Sólo quedaba poner un poco de distancia entre ellos y los recién comprometidos, y Darcy no tendría excusa —nada, salvo sus propios temores— que le impidiera conocer su destino.


El grupo avanzó por el camino entre campos cultivados y luego atravesó un pequeño bosque. Antes de lo que esperaba, Bingley y Jane se quedaron rezagados, pues a medida que la intimidad que les ofrecía el paisaje aumentaba, la pareja caminaba cada vez más despacio.



—El señor Bingley ha elegido un hermoso día para caminar —dijo Elizabeth—, aunque no creo que se dé cuenta de por dónde va.


—Sí, es un hermoso día. —Darcy miró hacia atrás—. Y creo que tiene razón sobre Bingley. ¿Igual que su hermana, tal vez?


—Es muy probable. —Siguieron caminando sobre las hojas secas que crujían bajo sus pies y el silencio se instaló de nuevo entre ellos. Pasaron varios minutos antes de que Darcy le preguntara si aquél era su paseo favorito.


—Sólo cuando Charlotte está en casa, porque allí… ¿lo ve usted? —Elizabeth señaló una bifurcación del camino rodeada de árboles—. Ese es el camino hacia la casa de los Lucas. Supongo que podría recorrerlo con los ojos cerrados. —El caballero asintió con la cabeza, sí, veía el cruce del camino. En ese momento, Kitty pasó rápidamente junto a ellos.


—¿Me puedo ir ya, Elizabeth? —preguntó, evitando mirar a Darcy. Él pudo notar que lo que ella más deseaba era alejarse de su pesada compañía.


—Sí, puedes irte, pero vuelve antes del atardecer y no le pidas a sir William que te traiga en coche —le advirtió Elizabeth a su hermana menor.


Entornando los ojos, Kitty los abandonó y se apresuró a tomar el camino hacia la casa de su amiga. Darcy miró hacia atrás, pero no vio a Bingley y a Jane. Estaban solos. Esperó hasta ver qué dirección tomaría Elizabeth. Con una rápida mirada, ella pasó delante y siguió por el camino. Él la siguió. Tenía que hacerlo ahora, se dijo para sus adentros.


La alcanzó y estaba a punto de agarrarla del brazo para detenerla, cuando ella disminuyó el paso por voluntad propia y levantó los ojos para mirarlo, con expresión ansiosa.


—Señor Darcy, soy una criatura muy egoísta —comenzó a decir— y con tal de aliviar mis propios sentimientos, poco me importa cuánto esté hiriendo los suyos. —Sorprendido por semejante introducción, Darcy se detuvo y la miró con consternación—. Pero ya no puedo pasar más tiempo sin darle a usted las gracias por su bondad con mi pobre hermana —se apresuró a decir Elizabeth, aunque apenas podía mirarlo a los ojos—. Desde que lo supe, he estado ansiando manifestarle mi gratitud. Si mi familia lo supiera, ellos también lo habrían hecho.


¡Elizabeth lo sabía! El corazón de Darcy se convirtió en un nudo de hielo al oír aquella revelación que trastocaba todo y tal vez anulaba para siempre toda posibilidad entre ellos. Ahora le resultaba bastante clara la razón de su comportamiento durante su última visita.


—Lamento muchísimo —logró contestar Darcy— que haya sido usted informada de una cosa que, mal interpretada, podía haberle causado alguna inquietud. —Miró hacia delante y soltó un suspiro de resignación, antes de añadir—: No creí que la señora Gardiner fuese tan poco reservada.


—No debe culpar a mi tía —replicó Elizabeth con tono de súplica—. Una indiscreción de Lydia fue la que me reveló su intervención en el asunto; y, como es natural —confesó—, no descansé hasta que supe todos los detalles. —Respiró hondo—. Déjeme que le agradezca una y mil veces, en nombre de toda mi familia, el generoso interés que lo llevó a tomarse tantas molestias y a sufrir tantas mortificaciones para dar con el paradero de los dos fugitivos.

Con el corazón libre de los temores iniciales, Darcy escuchó cómo Elizabeth describía sus actos en los términos más benevolentes. No lo culpaba por interferir. Estaba agradecida, eso era evidente. Pero la simple gratitud podía ser devastadora para sus esperanzas. Darcy quería más que la gratitud de Elizabeth, o una alianza fundada en semejante desigualdad. Él quería su corazón, que ella se lo entregara total y libremente, o no quería nada.

—Si quiere darme las gracias, hágalo sólo en su nombre —le respondió Darcy con firmeza—. No negaré que el deseo de tranquilizarla se sumó a las otras razones que me impulsaron a actuar. Pero su familia no me debe nada. Siento un gran respeto por ellos, pero no pensé más que en usted. —Darcy esperó un momento, en medio de la ansiedad y el temor de que ella entendiera lo que quería decir, pero Elizabeth guardó silencio.

El rubor que Darcy alcanzaba a ver era inconfundible. Luego, algo en su interior se movió con una emoción tan poderosa que tenía que saberlo todo… allí… ahora.


—Tiene usted un espíritu demasiado generoso para burlarse de mí —comenzó a decir, al poner su futuro en las manos de Elizabeth—. Si sus sentimientos son aún los mismos que el pasado mes de abril, dígamelo sin rodeos. Mi cariño y mis deseos no han cambiado; pero con una sola palabra suya, no volveré a insistir más.

—Señor Darcy —dijo ella con voz entrecortada, levantando la cabeza para mirarlo—. Por favor… mis sentimientos… —Elizabeth parecía estar luchando por respirar, pero el brillo de sus ojos mostraba que no corría peligro alguno—. Mis sentimientos han sufrido un cambio tan radical desde aquel desdichado día de la primavera pasada que el hecho de oír que los suyos continúan siendo los mismos sólo me puede producir gratitud y el más profundo de los placeres.


—Elizabeth. —Darcy susurró su nombre por temor a que se rompiera el encanto que sabía que lo rodeaba—. Elizabeth —repitió, agarrando sus manos, mientras se deleitaba con la dulce sonrisa y los ojos brillantes de la muchacha. Darcy se llevó las manos de Elizabeth a los labios y las besó con ternura, para ponerlas luego sobre su corazón, mientras le decía, por fin, todo lo que guardaba en su pecho sobre su profundo amor, su gratitud y las esperanzas que tenía para el futuro.


El caballero no supo cómo ocurrió, tenía el corazón demasiado pletórico, pero de repente comenzaron a caminar, sin que él supiera hacia dónde. Había tanto que sentir, tanto que decir, tanta felicidad que imploraba salir a la luz. Darcy le contó la visita de su tía, y su doloroso enfrentamiento con ella y, sin embargo, cómo le había permitido concebir una esperanza. Habló sobre sus esfuerzos para corregir su manera de ser y cómo se había propuesto demostrarle en Pemberley que los reproches acerca de su carácter habían sido subsanados. Elizabeth expresó su sorpresa al conocer la seriedad con que Darcy había tomado sus duras palabras y se sonrojó al recordarlas. El caballero abjuró de su carta, aunque ella la recordaba con cariño y le aconsejó no pensar en el pasado más que para recordar lo placentero.


—No puedo atribuirte esa clase de filosofía —respondió Darcy, besando otra vez la mano de Elizabeth—. Tus recuerdos deben de estar tan limpios de todo reproche, de forma que la satisfacción que te producen no procede de ninguna filosofía sino de algo mejor: de la tranquilidad de conciencia. —Darcy metió la mano de Elizabeth bajo su brazo—. Pero conmigo es distinto. Me asaltan recuerdos penosos que no pueden ni deben ser ahuyentados. —Se detuvo y, acariciándole la mejilla, suspiró—. Toda mi vida he sido un egoísta en la práctica, aunque no en los principios. De niño me enseñaron lo que era correcto, pero no a corregir mi temperamento. Me inculcaron buenos valores, pero dejaron que los siguiese cargado de orgullo y presunción. Me permitieron, me consintieron y casi me enseñaron a ser egoísta y arrogante, a pensar tan sólo en mi círculo familiar y a despreciar al resto del mundo o, por lo menos, a creer que la inteligencia y los méritos de los demás eran muy inferiores a los míos.



Darcy bajó el brazo y volvió a tomar las manos de Elizabeth entre las suyas, mirándola a los ojos y hablándole con toda el alma.

—Así fui desde los ocho hasta los veintiocho años, y así continuaría siendo de no haber sido por ti, mi adorada Elizabeth. ¡Te lo debo todo! Me diste una lección que resultó muy dura al principio, es cierto, pero también muy provechosa. Me humillaste como convenía. Me dirigí a ti sin dudar de que me aceptarías, pero tú me hiciste ver lo insuficientes que eran mis pretensiones para halagar a una mujer digna de ser halagada.


Caminaron varias millas. Elizabeth le contó la inquietud que había sentido cuando él la había descubierto en Pemberley, pero él le aseguró que su único propósito había sido lograr que ella lo perdonara. Darcy le hizo partícipe, a su vez, de lo complacida que estaba Georgiana por haberla conocido, y lo decepcionada que se había sentido por la súbita interrupción de su amistad, y le explicó que el aspecto serio y pensativo que tenía cuando se despidieron en la posada de Lambton se debía a que ya estaba planeando la manera de rescatar a su hermana. Elizabeth le volvió a dar las gracias, pero ninguno de los dos quiso hablar más sobre ese doloroso asunto.


—¿Qué habrá sido de Bingley y de Jane? —Elizabeth miró el reloj y luego hacia atrás, hacia el camino—. ¡Deberíamos regresar ya, pero no los veo! —Luego dieron media vuelta y Darcy le tomó la mano para colocarla en su brazo—. Tengo que preguntarte —dijo Elizabeth, dirigiéndose a Darcy— si te sorprendió enterarte de su compromiso.


—De ningún modo. Al marcharme, comprendí que la cosa era inminente.


—Es decir, que le diste tu permiso. Ya lo sospechaba.


—¡Mi permiso! —exclamó Darcy—. ¡No, no, eso sería una pretensión demasiado elevada, a la cual nunca me atrevería a llegar, mi querida niña! ¡Espero haber aprendido la lección! —Elizabeth sonrió. Darcy le contó que le había confesado todo a Bingley la noche antes de salir para Londres, y lo equivocado que había estado acerca de lo que había ocurrido el pasado otoño—. Le dije que podía ver con facilidad el afecto que él sentía por ella y que estaba convencido de que ella lo amaba. Luego tuve que confesarle que había sabido que tu hermana había estado en la ciudad durante el invierno y que había conspirado para que no fuera informado. Se enfadó mucho. Pero estoy seguro de que se le pasó al convencerse de que tu hermana le amaba todavía. Ya me ha perdonado de todo corazón.


Siguieron caminando, y aunque en el pasado Darcy siempre se quedaba callado cuando estaba en presencia de Elizabeth, eso había terminado porque ahora sabía que ella comprendía todas sus opiniones y los planes que tenía para el futuro. Continuaron así hasta llegar a la casa y sólo se separaron antes de entrar en el comedor de Longbourn.



 
Continuará...