sábado, 1 de enero de 2011

DEBER Y DESEO. Capítulo VI

Una novela de Pamela Aidan

Juego peligroso

 Cuando Darcy cruzó las puertas del comedor, que le abrieron con diligencia unos lacayos vestidos con uniforme de satén, los criados estaban en el proceso de retirar el segundo plato de la larga mesa alrededor de la cual estaban sentados los huéspedes de Sayre. La enorme mesa le pareció a Darcy tan larga y ancha como el puente levadizo por el que habían entrado en el castillo su carruaje y los caballos que lo tiraban. La superficie de la mesa relucía al haber sido frotada durante muchos años con cera, y el brillo reflejaba la luz de los pesados candelabros de brazos situados a intervalos regulares sobre aquélla.

El grupo allí reunido brillaba tanto como las llamas de los candelabros. Darcy contó rápidamente siete damas y un número igual de caballeros, incluido él, antes de presentarle sus respetos a Sayre. Los caballeros se levantaron para darle la bienvenida, mientras que Sayre saludó su aparición con una demostración del auténtico buen humor por el cual era conocido cuando todos estaban en Cambridge.
—Tu puesto está allí, mi querido amigo, justo al lado de Bev —Sayre señaló a su hermano menor, el honorable Beverley Trenholme—. Ya terminamos con los platos ligeros y estamos a punto de atacar lo que de verdad viene uno a buscar a la mesa —Sayrtf le hizo un guiño a Darcy, pero lady Sayre lo reprendió enseguida.


—Caramba, milord, pensé que lo que un hombre venía a buscar a la mesa era la compañía de las damas —Lady Sayre frunció los labios hasta hacer un perfecto puchero, mientras miraba a las otras mujeres del grupo—. Queridas, lamento comunicaros que hemos sido derrotadas por un trozo de lomo de ternera —las protestas de los caballeros se mezclaron con las risas de las damas, mientras Darcy avanzaba hacia su sitio. Cuando llegó a su puesto, descubrió con sorpresa entre los huéspedes a la prometida de su primo D'Arcy, lady Felicia, y a sus padres, el marqués y lady Chelmsford.


—Darcy —dijo el marqués de Chelmsford asintiendo, mientras el caballero se sentaba—, no sabía que usted había sido compañero de Sayre.


—Iba dos años por detrás, su señoría —respondió Darcy, abriendo su servilleta para colocarla sobre las piernas. Chelmsford se limitó a carraspear al oír la respuesta, gesto que su hija cubrió delicadamente con una encantadora sonrisa dirigida a Darcy.


—Papá es primo segundo de lord Sayre, señor Darcy —Lady Felicia posó delicadamente sus ojos azules sobre él—. Su señoría ha invitado a papá muchas veces, pero sólo esta última invitación llegó en un momento conveniente. Pero supongo, señor, que usted ha sido muy a menudo huésped de esta maravillosa mansión.


—No, milady, ésta es mi primera visita —al ver la mirada de sorpresa de lady Felicia, Darcy agregó—: Como en el caso de su familia, ésta es la primera vez que he podido aceptar la invitación —el «Ah...» que lady Felicia pronunció en respuesta a aquellas palabras estuvo acompañado de una mirada que sugería que ella entendía perfectamente las obligaciones de Darcy, y de la más dulce de las sonrisas, lo cual hizo que el caballero recordara de repente las numerosas veces en que habían bailado juntos. Una sensación de calidez muy agradable se apoderó de él.


—¿Conoce usted al resto de los caballeros? —preguntó lady Felicia.


Darcy miró alrededor de la mesa.


—Sí, todos los demás son de Cambridge. Conozco a Sayre desde Eton. Y a su hermano, que iba un año detrás de mí. Lord Manning —dijo señalando al caballero que estaba dos puestos más allá— estaba en el mismo curso de Sayre. El señor Arthur Poole es un año menor que ellos; y el vizconde Monmouth estaba en mi curso, un año antes. Pero de las damas sólo la conozco a usted y a lady Chelmsford —Darcy sonrió, invitando a lady Felicia a instruirlo.


—Bueno, no estoy totalmente segura de que deba presentárselas —dijo ella con elegante coquetería—, porque así usted tendrá la libertad de sacarlas a bailar tarde o temprano —era evidente que lady Felicia recordaba sus bailes tan bien como él.


—Como usted diga —respondió Darcy.


Lady Felicia recompensó la discreción de Darcy con una risita y se giró para señalar a la dama que estaba justo frente a Darcy, al otro lado de la enorme mesa.


—Esa es la hermana viuda de mi madre, lady Beatrice Farnsworth. Su hija, mi prima, la señorita Judith Farnsworth, está sentada al lado del señor Poole —Lady Felicia señaló a la joven de rizos castaños peinados à la grecque—. Ahora, debe usted saber que lady Sayre es hermana de lord Manning. Pero es posible que no sepa que ellos tienen una hermana menor, la honorable señorita Arabella Avery, que está sentada junto a lord Monmouth.


Darcy asintió con la cabeza al localizar a la dama que, al notar su mirada, se sonrojó y clavó los ojos en el plato.


—En el otro extremo sólo queda lady Sylvanie Trenholme, la hermana de Sayre —los ojos de Darcy siguieron la elegante mano de lady Felicia hasta contemplar el rostro de una mujer que sólo podría describir como una princesa de las hadas, cuyo cabello negro y ojos grises establecían un perfecto contraste con la diosa dorada que él tenía a su lado.



 —No sabía que Sayre tuviese una hermana —confesó Darcy con sorpresa, al tiempo que lady Felicia se volvía hacia él, tapándole totalmente la vista.


—Lo mismo que la mayoría de nosotros —respondió—. Ella es la hija de la segunda esposa del padre de Sayre y acaba de regresar del colegio y de una larga visita a los parientes de su madre en Irlanda para venir a vivir al castillo de Norwycke. Aunque ya ha traspasado la edad acostumbrada, Sayre pretende presentarla en la corte durante esta temporada. A mí me parece muy simpática —Lady Felicia bajó la mirada, mientras extendía la mano para tomar su copa de vino.


—¿Cómo es eso, milady? —Darcy la miró con curiosidad. La lady Felicia que él conocía no era una persona a la que le preocuparan mucho los problemas de las otras jóvenes. Tal vez el compromiso con su primo había disminuido sus sentimientos de rivalidad.


—Se dice que Sayre quiere deshacerse de ella lo más pronto posible. Los dos hermanos no querían nada a su madrastra —Lady Felicia soltó un delicado suspiro.


—¡Darcy! —retumbó la voz de Monmouth a través de la mesa— ¿Es cierto lo que dice Sayre?


—¿Y qué dice, Tris? —Darcy desvió su atención de lady Felicia y le dirigió una sonrisa a su antiguo compañero.


Tristram Penniston, vizconde Monmouth, apoyó los codos sobre la mesa, frente a él.


—¡Que el viejo George se ha alistado en un regimiento en algún lado! No lo creo, no creo ni una palabra.


La sonrisa de Darcy desapareció de su rostro.


—Me temo que tienes que creerlo. Es cierto —un grito de triunfo proveniente de Sayre lo hizo añadir—: ¡Espero que no hayas apostado a lo contrario!


—¡Sí, lo ha hecho! —intervino Manning— Traté de disuadirlo, recordándole la última vez que había apostado dinero por Wickham, pero ¿crees que me ha hecho caso?


—¿A qué regimiento se ha unido, Darcy? —preguntó Poolem que hizo un gesto con el tenedor hacia su anfitrión— ¡Sayre jura que debe ser un vistoso regimiento acuartelado en Londres sólo para George!


Darcy negó con la cabeza y frunció el ceño:


—No, es un regimiento bajo las órdenes del coronel Forster, acuartelado en Hertfordshire.


—Nunca pensé que Wickham tuviera madera de soldado —dijo Monmouth, suspirando—. No tiene estómago para ese tipo de vida. Pensé que se inclinaría por el derecho. Veinte, ¿no es así, Sayre?


Darcy hizo una mueca.


—Lo intentó, pero descubrió que no le gustaba.


—¿Quién no preferiría el rojo y el dorado al negro y una estúpida peluca? —comentó Trenholme— Wickham sabe, como cualquier hombre, que a las damas les fascinan los uniformes. ¿No es así, señorita Avery? —preguntó con tono de burla.


La señorita Avery se puso colorada como un tomate al notar que todas las miradas de la mesa se concentraban en ella. Miró con desconsuelo a su hermano, cuyo único gesto de aliento fue fruncir el ceño con irritación.


—L-los u-uniformes son b-bonitos —tartamudeó con un gesto de impotencia.


—¿Bonitos? ¡Bella! —el tono de desdén de Manning hizo que Darcy frunciera el ceño, mientras que otros dirigían su atención a la magnífica cubertería o a la cristalería— ¡Por Dios, habla y deja de...!


—Pero si ella ya ha dado su opinión, milord, ¡y de manera muy acertada! —Lady Felicia sonrió con gentileza y miró los ojos húmedos de la jovencita—. Los uniformes son bonitos —luego miró a los demás y enarcó una ceja—. Hacen que un hombre vulgar se vea apuesto; que un tonto parezca inteligente; y que un tímido aparente ser valiente, sólo por el hecho de ponerse un uniforme... ¡Al menos, eso es lo que ellos piensan! —un coro de negativas masculinas, mezcladas con risas entre dientes, levantaron el ánimo de la desventurada señorita Avery.


—¿Y qué hace un uniforme por un hombre más talentoso, lady Felicia? —preguntó lady Sayre— Supongo que opera un verdadero «milagro».


—Oh, mi querida lady Sayre —Lady Felicia miró a su anfitriona—. Es bien sabido que un uniforme hace que un hombre apuesto se vea radiante; que un hombre inteligente parezca un genio; y que un hombre valiente adquiera aspecto de héroe tan pronto como su ordenanza se lo pone encima —el coro de señores soltó un nuevo aullido, mientras que las damas recurrían a sus abanicos.


Darcy sonrió con aprobación. La manera en que lady Felicia había salvado a la señorita Avery al convertir en un comentario ingenioso el despectivo reproche que Manning le había dirigido a su hermana había sido una admirable muestra de compasión. La conversación giró luego hacia otros temas, pero Felicia le sonrió fugazmente a Darcy, antes de atender al caballero que tenía al otro lado. Simultáneamente, los criados entraron con el siguiente plato.


Tras descubrir que tenía gran apetito, Darcy se concentró en el excelente trozo de lomo que tenía ante él. Habían pasado varias horas desde la mediocre comida que había tomada en la última posada y estaba hambriento, tal como Sayre había pronosticado. Durante varios minutos, todos los invitados, al igual que el propio anfitrión, dirigieron su atención a la exquisita comida. Poco a poco la conversación fue resurgiendo y Darcy observó a sus viejos compañeros de universidad, mientras reían, comían y bebían copa tras copa del excelente vino tinto de Sayre. De los seis, sólo Sayre se había casado. Darcy había olvidado que la esposa de Sayre era la hermana de Manning, y nunca había sabido que Manning tuviese otra hermana, más joven. Casarse con la hermana de un amigo tenía ciertas ventajas, sin duda. Siempre y cuando ella fuese tolerable, se corrigió a sí mismo, después de imaginarse a la señorita Bingley como su novia. Al parecer, había varias hermanas presentes: la excesivamente tímida señorita Avery y el hada encantada, lady Sylvanie, y una prima, la sofisticada señorita Farnsworth.


Una risa discreta e íntima, que procedía de la dama sentada a su lado, volvió a atraer la atención de Darcy a la presencia en el grupo de lady Felicia. La prometida de su primo. Ciertamente era una mujer hermosa, y Darcy sabía que poseía todos los talentos que se esperaban de una dama. Esa noche le había demostrado que también poseía una naturaleza compasiva. ¿Acaso Darcy había renunciado demasiado prematuramente a cortejarla? Tal vez se había equivocado al creer que ella requería la admiración de múltiples pretendientes. Algo que alcanzó a ver con el rabillo del ojo llamó su atención y al bajar la mirada encontró que el fleco del delicado chal de gasa de lady Felicia había caído sobre la manga de su chaqueta y ahora estaba enredado en el botón de su puño. Ella no parecía haberlo notado. Darcy levantó la mano y desenredó con suavidad los delicados hilos, pero no alcanzó a terminar antes de que ella lo descubriera. Lady Felicia buscó los ojos de Darcy y el significado de su silenciosa expresión fue evidente para él.


Darcy retiró la mano del fleco, dejando que el chal cayera entre ellos como un velo, mientras lady Felicia le daba las gracias en voz baja. Una serie de conversaciones se desarrollaban alrededor de él, pero su atención parecía concentrarse en lo que acababa de ocurrir. Tomó su copa y le dio un sorbo generoso, fingiendo escuchar a los demás. Darcy no era ningún corderito ingenuo; comprendió perfectamente lo que lady Felicia quería decirle. Ella, la mismísima prometida de su primo, lo había invitado a embarcarse en un flirteo amoroso.


Esas relaciones eran comunes en la alta sociedad y todos los que participaban en ellas, así como sus familias, las valoraban por las ventajas políticas y sociales que conllevaban. Una vez dicho eso, en la práctica el flirteo amoroso era el refugio de aquellos que deseaban evitar las intrigas del mercado del matrimonio, y el alivio de aquellos que habían sucumbido a sus tediosos resultados. Las reglas del flirteo eran extremadamente precisas y todo el mundo reconocía abiertamente sus límites; pero, como toda arma de doble filo, aquel juego también contemplaba el ofrecimiento de incentivos para sobrepasar esos límites.


La primera experiencia de Darcy en ese campo tuvo lugar al comienzo de su segundo año en la universidad. Poco después de cumplir los diecinueve años, el padre de Darcy lo hizo venir a Erewile House desde Cambridge, debido a los rumores acerca de cierta dama que se había interesado por él. Aunque se conocían hacía muy poco y su relación no había progresado hasta el punto de un flirteo reconocido (con franqueza, hasta ese momento, Darcy no había entendido qué era lo que la dama buscaba), la imprudencia de estar en compañía de ella le fue expuesta por su padre con toda claridad. Después de la advertencia de su progenitor y aliviado al saber que no había pasado a formar parte de las filas de inmaduros amantes que eran la presa preferida de la dama, Darcy regresó a Cambridge sabiendo un poco más sobre el mundo y, en consecuencia, más prevenido contra la parte femenina de él.


Desde luego, la invitación de aquella ávida dama no fue la única que Darcy tuvo que soportar. Su fortuna, su posición social y su figura llamaron la atención desde el comienzo y, al principio, fue difícil ser el objeto de tanta admiración femenina. Pero el modelo que Darcy había adoptado desde que se sentaba en las rodillas de su padre, el recuerdo del amoroso y respetuoso ejemplo de sus padres y su propia inteligencia natural habían logrado, en general, controlar las pasiones de la juventud. Ah, claro que Darcy había experimentado el deseo y el enamoramiento varias veces. Pero una vez que pasaba la primera oleada de sentimiento, el objeto de su interés perdía importan invariablemente, después de hacer un cuidadoso examen de su estructura mental y la corrección de su conducta, o de explorar las profundidades de la dama en el impredecible mar de la bondad femenina. Luego estaban, además, las fortunas que se esperaba que su dinero reparara, las reputaciones que su posición debía crear o restaurar y la influencia que su apellido debía conceder. Todas estas expectativas, y muchas otras, yacían delicadamente encubiertas bajo el movimiento de un abanico, la exhibición de un tobillo o la profundidad de un escote. Para Darcy se había vuelto desagradable, y más tarde insultante, el hecho de saber que él mismo, su personalidad, era lo que menos les interesaba a las damas.


En ese momento de desilusión con la vida, Dyfed Brougham se cruzó en su camino. Siendo ya conde al entrar en la universidad, Dy había experimentado las mismas insatisfacciones con las mujeres elegibles de su círculo y un día fue a parar a la taberna en la que estaba Darcy para expresar su decepción emborrachándose como una cuba. Consciente de ser el único estudiante que estaba en la taberna en ese momento, Darcy levantó la vista de su vaso de cerveza (cuando el camarero le trajo un vaso y una botella enviados por un muchacho que luego se desplomó en el asiento de enfrente y se presentó con cinismo como el «joven y rico conde»). Aunque no se puede decir que se emborracharan, sí lograron animarse mutuamente a través del descubrimiento de una gran afinidad mental, y cuando salieron del local no sólo se iban apoyando físicamente para regresar tambaleándose a sus dormitorios, sino de una forma más profunda. Desde ese día, acordaron entre ellos que la lucha por los encantos femeninos era menos importante que la competencia académica que acababan de comenzar.


Más tarde, después de la muerte de su padre, Darcy tuvo que asumir la responsabilidad de encargarse de Pemberley y cuidar a Georgiana, lo que significó el fin de la pequeña incursión en la alta sociedad que había iniciado al regresar de la universidad. Hacía dos años que había hecho un esfuerzo consciente por volver, pero encontró que las cosas no habían cambiado mucho. Las caras eran distintas, pero todo lo demás era exactamente igual a como siempre había sido. Tal vez incluso peor, debido a que la guerra en el continente se había llevado a muchos jóvenes de la alta sociedad, lo que había provocado una competencia cada vez más desesperada entre las damas. De nuevo, Darcy se sintió decepcionado. Hasta que...


Miró de reojo a la mujer que tenía a su lado. Lady Felicia era el epítome de lo que se consideraba perfecto entre las damas de su posición social. Se había comprometido con su primo y estaba destinada a convertirse en una de las mujeres más influyentes de su mundo. Lo tenía todo a su alcance, si es que no lo poseía ya. ¡Sin embargo, eso no significaba nada! ¡El honor —ni el de ella, ni el de Darcy ni el de su primo— entraban en consideración! La dama deseaba flirtear con él. ¿Con él en concreto o le serviría cualquier hombre de la mesa? Darcy miró al resto de los invitados. Si él no mordía el anzuelo, ¿se atrevería ella a alentar a alguien más? Recordó la inquietud de Alex después del anuncio de su compromiso y la inexplicable rabia que le produjo la broma de su hermano Richard. Se preguntó entonces si habría encontrado por casualidad la explicación del extraño comportamiento de su primo. Y más aún, si debería guardar silencio mientras la dama ponía en ridículo a su primo.


El dilema que le planteaba aquella situación hizo que el resto de la cena le pareciera insípida, pero como su cuerpo necesitaba alimentarse, Darcy degustó un plato tras otro. Después de la cena, los caballeros fueron invitados a pasar al salón de armas de Sayre para tomarse un brandy y fumar, mientras que lady Sayre sugirió que las damas se retiraran al ambiente más femenino de un salón que estaba en otras dependencias del castillo, en el piso superior. Con un revuelo de abanicos y chales, las damas se levantaron e hicieron su reverencia ante los caballeros. Estos se inclinaron a su vez, y Sayre les prometió que no las harían esperar mucho.


—Porque —dijo, al oír que la puerta se cerraba detrás de ellas— espero enviarlas a la cama tan pronto como sea posible, para que nosotros podamos comenzar a divertirnos de verdad —el comentario de lord Sayre fue captado inmediatamente por todos, y Darcy no fue la excepción. En la universidad, Sayre era un jugador empedernido y su inclinación por los juegos de cartas era considerada casi una adicción. Según parecía, los años que habían transcurrido desde entonces no habían saciado su gusto por los juegos de azar. Aquélla sería una larga noche.


El salón de armas era, en efecto, el antiguo arsenal del castillo, que había sido adaptado para exhibir la colección de armas de su dueño, desde picas, pasando por espadas y sables, hasta armas de fuego, en medio de una atmósfera marcada por una decoración que se ajustaba estrictamente a la idea masculina de la comodidad. Los criados que los estaban esperando trajeron el brandy y el whisky, así como una selección de puros y cigarros. Darcy rechazó el tabaco y consideró durante un instante el brandy, pero luego lo reemplazó por un pequeño vaso de oporto. Si iban a jugar, deseaba tener pleno dominio de sus facultades. El juego de esa noche podía comenzar de manera cordial, pero pronto adquiriría un carácter más agresivo. Las bebidas fuertes y el tabaco podían ser una peligrosa distracción.


—Darcy, ¿ya has visto los sables? —le preguntó Monmouth, llamando su atención hacia una pared dedicada al arte de los artesanos de espadas. Era una colección impresionante. Las elegantes armas y sus espléndidas empuñaduras brillaban a la luz de las ve¬las, y prácticamente parecían suplicar que las sacaran de la vitrina para evaluar su contrapeso y probar su peligrosidad. Darcy pasó el dedo por una espada particularmente hermosa que procedía de España, creada por uno de los fabricantes más famosos, cuyo nombre era casi una leyenda— Una belleza, ¿no es cierto? —comentó Monmouth, soltando una carcajada— Yo estaba presente cuando Sayre se la ganó al joven Vasingstoke. Su abuelo, el antiguo barón, trató de recuperarla, pero Sayre no quiso desprenderse de ella. Eso le costó a Vasingstoke un mes desterrado al campo, según recuerdo —Darcy dejó escapar un silbido. La colección del barón era legendaria, pero aun así, aqué¬lla debía ser una valiosa pieza.


—Te gusta ese sable, ¿verdad? —Sayre se acercó a ellos con evidente orgullo. Al ver el gesto de asentimiento de Darcy, señaló el arma— ¡Tómalo! Dime qué opinas.


Casi sin poder creérselo, Darcy alzó la mano y lo sacó con cuidado de su lugar en la vitrina. La empuñadura pareció deslizarse en su mano, y sus dedos se cerraron sobre ella con un ajuste perfecto, mientras que las bandas plateadas de la guarnición parecían acentuar la belleza letal del arma. Lo levantó con reverencia, flexionando los músculos y tendones de la mano y el antebrazo, y lo inclinó lentamente hacia delante, observando cómo jugaba la luz de las ve¬las sobre el filo y probando su exquisita elasticidad.


—Vamos, Darcy —lo instó Trenholme, mientras los demás se congregaban a su alrededor—. ¡Muéstranos lo que se puede hacer con esa belleza! Mi hermano nunca fue buen espadachín. Me gustaría verlo como se supone que debe ser, ¡en acción!


Sonriendo ante semejante expectativa, Darcy ejecutó unos movimientos sencillos. La espada flotó y luego cortó el aire, mientras los lances tradicionales hicieron que el arma sonara de una forma particular. Perfecto, pensó Darcy, o tan cercano a la perfección como puede ser cualquier cosa elaborada por la mano del hombre.


—¡Demasiado tímido! —se burló Manning.


—¡Muéstranos algo más que ejercicios de principiante, Darcy! —gritó Poole.


Darcy suspendió el ejercicio, puso el sable sobre una mesa con suavidad y comenzó a desabrocharse la chaqueta. Con una sonrisa picara, Monmouth se le acercó por detrás y le ayudó a sacársela. Después de liberar un brazo, se quitó la otra manga y arrojó la prenda sobre una silla, recuperando el sable. Se adaptó a su mano tan suavemente como antes y se dio cuenta de que jamás había soñado con la perfección de su equilibrio. Se alejó del grupo y comenzó a blandir el arma en arcos cada vez más amplios, para estirar los músculos de la espalda y la parte superior de los brazos.


—Debería tener un contrincante —observó Chelmsford, pero nadie hizo ademán de ofrecer sus servicios. En lugar de eso, el silencio invadió el salón, mientras los caballeros esperaban con ansiedad el primer movimiento. Darcy respiró profundamente varias veces para serenarse, mientras repasaba los pasos del ejercicio que se había inventado recientemente para practicar hacía más de una semana.


Comenzó lentamente con movimientos clásicos que le ayudaron a calentar los músculos y fueron acelerando el ritmo de su corazón. Luego, el ritmo y la complejidad de las fintas fue aumentando hasta que la espada se convirtió sólo en una confusa sombra, mientras él avanzaba y retrocedía en su combate con un enemigo invisible. El arma respondía a sus más mínimos deseos, convirtiéndose en una extensión de su cuerpo. Darcy se exigió un poco más.


Gritos de «¡Bien hecho!» y «¡Buena exhibición!» fueron invadiendo lentamente su concentración. Era hora de terminar. Tras avanzar hacia su anfitrión, Darcy disminuyó la marcha, y haciendo una espléndida maniobra, lanzó el sable al aire. Lo agarró, se lo puso sobre el brazo doblado y le ofreció la empuñadura a Sayre, que lo miraba con ojos desorbitados. Lord Sayre tomó el arma después de hacer una inclinación, mientras el resto de los asistentes palmeaban a Darcy en la espalda y las exclamaciones de admiración resonaban contra los arcos de piedra del viejo arsenal.


—¡Demonios, Darcy! —exclamó Sayre, mirándolo con ojos sorprendidos— Pensé que estos siete años habrían disminuido la velocidad de tu brazo. Desde luego, con semejante espada... —dejó la frase sin terminar. Darcy volvió a ponerse la chaqueta y comenzó a abrochársela.


—Termina lo que ibas a decir, Sayre. «Con semejante espada», ¿qué? —insistió Monmouth.


—Es sólo una idea —Sayre no iba a permitir que lo apresuraran—. Tal vez te gustaría tener la oportunidad de adquirir el arma, ¿no es cierto, Darcy?


La pregunta disparó las sospechas de Darcy, así que contestó con indiferencia.


—¿Me la estás ofreciendo en venta, Sayre?


—¡Oh, no! ¡No en venta, Darcy! —su anfitrión lo miró con malicia— ¡Si quieres tener la espada, debes ganármela!

********



Los caballeros entraron en el salón de lady Sayre atraídos por el sonido de un dueto musical. Al ser el último en entrar, Darcy se detuvo en el umbral, porque la escena que tenía ante sus ojos había sido cuidadosamente planeada. Lady Felicia estaba sentada al piano, con la señorita Avery a su lado para pasar las páginas, mientras la señorita Farnsworth estaba detrás de ellas, acariciando con el arco las cuerdas de un violín. La música era dulcemente melancólica, un lamento popular, y con las intérpretes agrupadas con tanto encanto, resultaba ideal para deleitar los sentidos.


Era una imagen deliciosa, admitió Darcy mientras buscaba una silla. A pesar de ser un veterano en las campañas de salón, no era inmune a la belleza y la elegancia; y las damas presentes poseían ambas cualidades de sobra. Todas eran mujeres bien parecidas. Lady Chelmsford, la mayor, todavía era atractiva; y su hermana, lady Beatrice, parecía más bien la hermana mayor de la señorita Farnsworth y no su madre. Lady Sayre había sido declarada una «belleza» durante su primera temporada por los miembros de la alta sociedad que todavía tenían entrada en Almack y se le atribuía el hecho de poner de moda el pelo rojo. A pesar de que habían transcurrido seis años desde su triunfo y su matrimonio, sus oscuros ojos, su esbelta figura y aquellos labios gordezuelos y coquetos todavía eran más que capaces de producir estremecimientos en un hombre.


Darcy dirigió su atención a las damas más jóvenes. La señorita Avery, la hermana más joven de lady Sayre, era una copia de ella, pero en otro tono. También poseía el cabello Avery, pero imitaba a su hermano en el hecho de ver el mundo a través de unos ojos verdes como los campos. Pero la diferencia más obvia estaba en su manera de ser. Mientras que sus hermanos miraban el mundo con seguridad y complacencia, la señorita Avery lo hacía con tal timidez que uno podía pensar que no estaba muy segura de ser bienvenida. Esa inseguridad se veía exacerbada por la impaciencia que despertaba en su hermano y una desafortunada tendencia a tartamudear. Darcy notó que era una muchacha muy joven e impresionable. Estaba tan agradecida con lady Felicia por su intervención durante la cena que ya parecía adorarla y no podía despegar los ojos de ella.


En contraste, la señorita Farnsworth era una espléndida belleza, moldeada dentro de los patrones clásicos. Alta como su madre, se movía con una seguridad que daba testimonio de su reputación de ser una excelente amazona y cazadora. Una verdadera Diana, la señorita Farnsworth parecía como si acabara de salir de los bosques y los campos del Olimpo. En eso era un complemento perfecto para su prima. La celebrada belleza de lady Felicia era el resultado de la combinación entre la flor y nata inglesas y los ancestros noruegos. A la luz del sol o los candelabros, no importaba, su cabello tenía un magnífico aspecto dorado y sus ojos brillaban con el más claro tono azul. Cuando Darcy se concentró en la interpretación del piano, recordó lo encantado que se había sentido cuando habían sido presentados, hacía casi un año, y su posterior retiro de la corte de pretendientes, varios meses después. Lady Felicia era hermosa, de eso no cabía duda. Su gusto y su aire refinado eran exquisitos. Ella era la consorte perfecta para un hombre distinguido. Pero Darcy había renunciado a su lugar en la fila; ahora era la prometida de su primo, y aunque todavía podía reaccionar ante su belleza, Darcy se dio cuenta, de repente, que no lamentaba haberse apartado. Él quería una esposa y una señora para Pemberley, no una consorte, y en especial no una en la que no pudiera confiar cuando estaba fuera de su vista.


Lady Sylvanie era la única de las jóvenes que no estaba encantadoramente agrupada con las otras para la contemplación de los caballeros. Después de revisar rápidamente el salón, Darcy la encontró en un rincón, medio escondida detrás de Trenholme, que daba la espalda al salón. Era obvio que entre ellos se desarrollaba una acalorada discusión, pues Darcy reconoció enseguida los signos de un hombre al que le han tendido una trampa. Beverley Trenholme nunca se había distinguido por manejar sus emociones de manera estoica. Ahora se balanceaba hacia delante y hacia atrás, como cuando estaba agitado, pero Darcy no podía culparlo, porque el vaivén le permitía ver intermitentemente a la dama. Mientras observaba el frío desprecio con que lady Sylvanie parecía escuchar las palabras de su hermanastro, Darcy recordó la primera impresión que había tenido al verla. Había pensado que era como una princesa de las hadas. Tenía el pelo negro, recogido en una trenza que le rodeaba la cabeza como una corona, aunque unos cuantos mechones oscuros se habían soltado y ahora jugueteaban delicadamente sobre su rostro etéreo. Sus ojos color gris humo miraban a través de Trenholme como si él no estuviera frente a ella, empeñado en demostrar su punto de vista. La mirada de la dama parecía fija en otra parte, más allá de su hermano o dentro de sí misma, Darcy no estaba seguro. Concluyó que no se trataba de un hada infantil, sino de las pertenecientes a esa clase de hadas temibles y más tradicionales, a las que los hombres deben tratar con precaución.


Consciente de que no debía ser testigo de una riña familiar, decidió desviar la mirada, pero en ese momento los ojos de lady Sylvanie se cruzaron con los suyos. Una lenta sonrisa se dibujó en los labios de la dama. Al ver el cambio en la expresión de su hermana, Trenholme dio media vuelta y la expresión de enfado de sus rasgos fue reemplazada por una sonrisa de incomodidad, al ver la cara de sorpresa de Darcy. Mirando por encima del hombro, Trenholme dijo algo que hizo que ella se riera, antes de abandonarla bruscamente justo donde estaba.


Lady Sylvanie entrecerró una vez más los ojos, avanzó hacia un asiento que estaba junto a lady Chelmsford y, sin mirar más a Darcy, pareció concentrar toda su atención en el dueto.


Las últimas notas de la pieza se dispersaron finalmente por el salón y fueron recibidas con un entusiasta aplauso por parte de los caballeros y las damas por igual. Darcy se sumó al aplauso, pero el implacable recuerdo de la presentación de otra dama frente al piano moderó su reacción. Mientras las dos intérpretes agradecían la admiración de su audiencia, Darcy no pudo evitar comparar sus exageradas reverencias con la sencilla inclinación de Elizabeth Bennet, que había agradecido el aprecio de sus oyentes con tan dulce sinceridad. La interpretación de Elizabeth no había sido mejor en su ejecución, admitió Darcy, pero su expresión musical había despertado en él una profunda respuesta, que la de lady Felicia no había alcanzado a evocar. Darcy cerró los ojos, dejándose atravesar por aquel placentero recuerdo.


Una súbita cascada de risa femenina le hizo abrir los ojos rápidamente, sintiendo una oleada de calor que le subía por el cuello. ¿Acaso alguien había notado su desliz hacia la ensoñación? No, lo que había causado la risa había sido un comentario de Poole. Darcy volvió a cerrar los ojos y esta vez se llevó los dedos a las sienes para masajearlas. ¿Es que no había nada que no se la recordara, o simplemente había perdido por completo la razón? ¡Estás aquí para encontrar un antídoto para sus encantos, no para fortalecerlos, hombre! Levantó la vista hacia el grupo de mujeres que tenía frente a él. ¿Acaso la mujer que podía curarlo estaba se encontraba entre ellas? Suspiró suavemente, sintiendo otra vez los efectos del viaje. Tal vez sólo necesitaba descansar y un poco de tiempo para conocerlas. Quizás, en ese momento, ella asumiría gentilmente la apariencia de una de las damas presentes. Sólo podía esperar que así fuera.


—Un delicioso regalo —dijo lord Sayre, felicitando a sus invitadas—, tan delicioso como cualquier concierto que yo, o estas paredes, hayamos tenido el privilegio de escuchar, estoy seguro. ¿No estás de acuerdo, Bev? —se dirigió a su hermano, que ya no mostraba ninguna señal de su inquietante entrevista con lady Sylvanie.


—¡Un privilegio, en efecto! —comentó Trenholme, ofreciendo su brazo a la señorita Farnsworth, mientras su hermano hacía lo propio con lady Felicia, acompañándolas hasta el diván.


—Entonces, ¿servimos ya el té? —Sayre miró a su mujer— ¿Milady?


—Sí, Sayre, ya te entiendo —respondió lady Sayre, dejando escapar un delicado resoplido—, y te prometo no sugerir que escuchemos más música por esta noche —enarcó una ceja y les hizo una seña a los criados—. Beban su té, señoras, que los caballeros tienen sus propios planes para esta noche.


Luego se oyeron susurros de decepción que provenían del grupo de las damas y que fueron respondidos con elaboradas disculpas por parte de los caballeros. Darcy aceptó su té y los bizcochos en silencio, con la esperanza de que la pequeña rebelión de lady Sayre contra los planes de su esposo para pasar la noche jugando ganara alguna influencia. La idea de una noche de apuestas altas y juego temerario le resultaba espantosa.


—Milady —la voz de Sayre se alzó por encima de las de los demás—. ¿Puedo sugerir que las damas aprovechen la separación de esta noche para planear las actividades de mañana? Prometo que estaremos a vuestras órdenes, sea lo que sea que decidáis. ¿No es así, caballeros? —la oferta fue secundada con entusiasmo por los hombres y aceptada con seriedad por las damas.


—Entonces no permitas que sea una noche muy larga —replicó su esposa, haciendo una mueca de satisfacción—, o vuestra promesa valdrá muy poco por la mañana, querido.


Sayre permitió a los caballeros suficiente tiempo para hacerles justicia a los dulces, antes de excusarlos a todos de la compañía de las damas para llevarlos al ambiente más vigorizante de su biblioteca. Mientras se preparaba mentalmente para las batallas que le esperaban, Darcy se levantó con los demás e hizo una reverencia. Las damas les desearon buena suerte con dulces sonrisas cargadas de impotencia.


—Bonne chance, papá —Lady Felicia cruzó rápidamente el salón hacia Chelmsford, que estaba junto a Darcy, y le estampó un beso en la mejilla. Fue una bonita imagen, pero debido a lo cerca que se encontraba, Darcy pudo ver la reacción inicial de sorpresa de Chelmsford, que enmascaró después con unas palmaditas en el hombro de su hija. Lady Felicia se apartó un poco para evitar el gesto de su padre, mientras que los otros caballeros susurraban exclamaciones de aprobación por ese despliegue de afecto. Darcy observó en silencio, totalmente perplejo.


—Esa es una ventaja muy injusta, Chelmsford —rugió Monmouth, bromeando detrás de él—. Yo no tengo ninguna rubia hermosa que me desee suerte de esa manera —Chelmsford se rió con los demás, pero arrugó un poco el entrecejo cuando su hija se levantó de su reverencia.


Lady Felicia le sonrió a Monmouth con condescendencia.


—Milord, es verdad que no tiene usted una rubia hermosa, pero si se apresura, es posible que pronto pueda reclamar el favor de una dama de pelo oscuro.


—¡Cuidado, Monmouth! —rezongó Manning por encima del coro de bromas de los caballeros por la imprudencia del vizconde— No hay que tomarse esas palabras a la ligera, hay que estar alerta.


—Sí, tenga cuidado, milord, como lo tendré yo —Lady Felicia se volvió hacia Darcy y lo retuvo unos instantes, mientras el resto de los caballeros se marchaban.


—¿Milady? —preguntó él con cortesía, aunque el vello de la nuca se le erizó por la mirada que ella le lanzaba. Sus ojos azules como el cielo lo atraparon desde el fondo de unas hermosas pestañas, al tiempo que la mano de la dama se apoyaba en su brazo.


—Como ya casi somos de la familia, señor Darcy, permítame desearle buena suerte a usted también —la incredulidad de Darcy ante la audacia de la dama debió de resultar palpable, o tal vez ella sintió cómo le temblaba el brazo, porque lady Felicia enarcó una ceja y sonrió—. Pero tal vez usted no necesita que le desee suerte —murmuró, aproximándose más a él— y conoce bien su camino.


Un segundo después lady Felicia había desaparecido, para reunirse con las otras mujeres, pero la sensación de calidez de su mano y de la mirada que le había lanzado permaneció con Darcy. Luego dio media vuelta y abandonó el salón, pero se sentía tan aturdido que no pudo avanzar. No había esperanza de error o posibilidad de negarlo; lady Felicia había dejado muy claro que no deseaba de él sólo un flirteo amoroso. ¡Por Dios, pobre Alex! La idea lo dejó paralizado. Por eso no le resultó sorprendente que su primo hubiese estado a punto de liarse a puñetazos cuando Richard había lanzado aquella broma. ¡Alex lo sabía! ¿Acaso conocía la «propensión» de su prometida antes de proponerle matrimonio? ¡Seguramente no! Darcy apretó los labios mientras miraba hacia atrás por el corredor. ¿Cómo era posible que sus tíos se hubiesen dejado engañar de esa manera? Entrecerró los ojos. A todos los demás talentos de lady Felicia, había que añadir entonces el de ser una actriz consumada.


—¡Darcy! —Monmouth dobló la esquina de repente, en sentido contrario— ¿Vienes, mi buen amigo? Ya te he reservado una silla —su antiguo compañero de cuarto se detuvo y lo miró con atención—. ¿Pasa algo? ¡Por Dios, tienes una cara!


Darcy miró a su compañero con contrariedad.


—N-no, Tris. Sólo ha sido un día muy largo.


—Ah, bueno. Claro, me refiero a que me alegra que no te pase nada malo —Monmouth le dio unas palmaditas en el hombro—. Entonces, vamos. Será como en los viejos tiempos: tú y yo contra todos los demás, ¿no es cierto? Aunque creo recordar que tú pasabas mucho tiempo con ese otro muchacho después de nuestro primer año. ¿Quién era? El que ganó todos los premios cuando nos graduamos.


—Brougham —contestó Darcy, mientras los recuerdos suavizaban su expresión.


—Ah, sí... ¡Brougham! Conde de Westmarch, ¿no es cierto? ¿Qué fue de él?


—Ah, todavía anda por ahí. Por lo general, se codea con el grupo de los Melbourne, pero nos vemos de vez en cuando —en ese momento llegaron a la biblioteca y otro criado lujosamente ataviado les abrió la puerta.


—¡El grupo de los Melbourne! —silbó Monmouth— Con razón no me sorprende que nunca lo haya visto. Mi padre me desheredaría si alguna vez me atreviera a...


—¡Monmouth, Darcy! —tronó la voz de Sayre alrededor de ellos— ¡Daos prisa!


Darcy miró a su alrededor al entrar al salón, con más curiosidad por ver la biblioteca de Sayre que las mesas de cartas. Asombrado, miró a un lado y a otro de la estancia.


—Pensé que era tu biblioteca, Sayre.


—Y lo es, viejo amigo —Sayre levantó fugazmente la vista de las cartas que estaba barajando.


—Entonces, ¿dónde están los libros? —Darcy señaló las estanterías vacías.


—¡Los vendí! —contestó lord Sayre— Y obtuve una buena suma por ellos. ¿Quién habría pensado que alguien los querría lo suficiente como para pagar por ellos? —soltó una carcajada— Mejor tener el efectivo en mi bolsillo que todas esas rancias antigüedades que no me servían para nada en las estanterías.


—¡Los vendiste! Sayre, ¿acaso no había unos manuscritos muy antiguos entre la colección? —Darcy miró con asombro a lord Sayre.


—Es posible... es probable. Traje a un tipo para que los tasara y fue lo suficientemente tonto como para dejarme ver su entusiasmo con lo que había encontrado. Le saqué mil más —Sayre comenzó a disponer las cartas—. ¿Comenzamos, caballeros?

*************


La última carta se jugó a las tres de la mañana y Darcy salió contento por haber sido capaz de mantener su juego, a pesar de lo cansado que estaba, y haber terminado con una ganancia de veinte guineas. Aunque no había jugado tan bien como solía hacerlo, confesó mientras bostezaba y arrojaba las monedas de oro sobre la cómoda.


—¡Mmm! —resopló Fletcher, ayudándole a quitarse el traje— ¡Un juego mejor del que lord Sayre esperaba, sin duda! Si me disculpa usted, señor —añadió rápidamente, antes de ir hasta el aguamanil para echar el agua caliente de la jarra.


—No, continúe, Fletcher —lo animó Darcy, tratando de contener otro bostezo—. Ya ha tenido usted toda una noche y espero que se haya formado algunas opiniones.


El ayuda de cámara volvió a colocar la jarra con cuidado, antes de girarse hacia su patrón.


—A lord Sayre le habría convenido prestar atención a los consejos del viejo Polonio, señor. Pues los hábitos de su señoría no sólo han embotado «el filo de la economía» sino que son una amenaza para todo su patrimonio.


Darcy asintió con la cabeza con gesto reflexivo.


—Hinchcliffe me dijo lo mismo antes de que saliéramos de Londres, y hoy he visto evidencias de eso con mis propios ojos. ¡Ha vendido toda su biblioteca, Fletcher!


—¿Su biblioteca, señor? —En el rostro del sirviente se vio reflejada una expresión de sorpresa moderada— Eso tiene sentido. ¿Ha visto usted ya la galería, señor Darcy? Todos los marcos dorados han sido retirados, vendidos, según he podido comprobar, y han sido reemplazados por marcos de madera pintada.


—No es oro todo lo que reluce —pensó Darcy en voz alta, paseándose por la habitación. Al llegar a la ventana, se inclinó contra el marco y se quedó mirando la noche iluminada por la luz de la luna—. También vi su colección de armas y es realmente impresionante. Me atrevería a decir que está intacta.


—Sí, eso es cierto, pero según mis informaciones, es la única parte de las propiedades de lord Sayre, ya sea aquí o en Londres, que no ha sufrido saqueos.


—Mmm —Darcy reflexionó sobre la información de Fletcher—. Sin embargo esta noche sacó una de sus espadas más valiosas y la jugó a las cartas. La cantidad que perdió no llegó hasta ese punto, pero... ¿Cómo? ¿Qué es eso? —Darcy se enderezó y aguzó la vista tratando de ver en la oscuridad.


—¿Señor Darcy? —Fletcher se reunió con su patrón en la ventana y alcanzó a ver una figura cu¬bierta con una capa con capucha, que se movía rápidamente a lo largo de la pared del patio cerrado, antes de desaparecer de su vista.


—¿Un criado? —especuló Darcy.


—No, señor, no podía ser un criado, a juzgar por la caída de la capa. Parecía ser de buena lana y probablemente forrado —Fletcher frunció el ceño—. Lamento admitirlo, pero desde este ángulo no pude distinguir con certeza si se trataba de la capa de un hombre o de una mujer.


A pesar de la curiosidad, Darcy ya no podía negar la necesidad de dormir; su siguiente bostezo fue tan grande que hasta Fletcher alcanzó a oír cómo le crujía la mandíbula. Estaba demasiado cansado. Era un milagro que no hubiese perdido hasta la camisa en el juego de esa noche. El resto de los descubrimientos de Fletcher tendrían que esperar hasta mañana. Darcy se quitó la camisa mientras caminaba hasta el aguamanil y se quitaba los zapatos. Después de finalizar su aseo, tomó el camisón de dormir de manos de Fletcher y lo mandó a descansar, con instrucciones de no molestarlo hasta el mediodía. La puerta apenas se había cerrado tras el ayuda de cámara, cuando Darcy apagó las velas y se deslizó entre las mantas de su magnífica cama. Tras acomodar las almohadas y las mantas a su gusto, se recostó con un suspiro.


¡Lady Felicia! Darcy casi se incorpora de un salto, al recordar súbitamente el problema que le atormentaba. ¿Lo habría esperado durante un buen rato o habría aceptado rápidamente que él nunca se presentaría? ¿Por qué se había comportado de manera tan afectuosa? Darcy no recordaba haber detectado un gran pesar en ella cuando había dejado de cortejarla, meses atrás. Había habido un corto período de chismorreo, como siempre ocurría, pero luego se habían separado de manera civilizada, y él no había visto ninguna señal de tristeza por su separación. ¿Y qué pasaría si la ponía en evidencia? ¿Acaso la dama no temía quedar expuesta a los ojos de todos? ¿Despreciaba de tal manera el honor de Darcy o pensaba que Alex estaba tan idiotizado que se negaría a creer lo que su propio primo le dijera? Cerró los ojos y la fatiga lo golpeó por fin de manera irresistible. ¿Y qué pretendía Sayre ofreciendo una suntuosa invitación, con criados vestidos con uniformes de satén, cuando estaba al borde de la bancarrota? ¡No tenía sentido! Pero se sentía tan... tan cansado. Con un gruñido, se dio la vuelta, abrazó una almohada y se rindió a las insistentes llamadas de su mente y su cuerpo agotados.

*************


Cuando Fletcher llamó a la puerta, justo a mediodía, Darcy acababa de desistir de obtener más descanso en su revuelta cama. Nunca podía dormir por las mañanas, pues el hábito de levantarse con el alba, que había desarrollado desde una temprana edad, prevalecía sobre el imprudente uso de la velada de la noche anterior. Al mirar hacia la salita de su habitación, Darcy vio a su ayuda de cámara seguido por un lacayo que llevaba una bandeja llena de platos humeantes, cuyos aromas produjeron un milagro en la percepción del día que comenzaba. Se puso una bata con rapidez, pero no antes de que Fletcher destapara los platos y le preparara una taza de café, que lo esperaba sobre la mesita.


—Buenas días, señor —lo saludó Fletcher en voz baja—. Ninguno de los otros invitados ha dado señales de vida, y ninguno de los criados que los atienden tienen orden de molestarlos antes de las dos. Así que usted podrá disfrutar de su comida con tranquilidad, señor.


Darcy levantó la vista con sorpresa de su plato de carne, lonchas de bacon, tostadas y huevos cocidos.


—¡Antes de las dos! Supongo que no me debería sorprender que Sayre mantenga en el campo el mismo horario que tiene en la ciudad —trinchó un trozo de carne—. Bueno, Fletcher, ¿qué otra cosa debo saber?


—Las damas han decidido dar un paseo en trineo esta tarde. Quieren ver unas famosas piedras gigantes que hay en la región. Luego, los planes para la noche incluyen poesía y juegos de cartas.


—Poesía y juegos de cartas —Darcy suspiró—. Podría ser peor.


—Señor, es mi responsabilidad añadir que en la lista de actividades también aparecían el baile y las charadas.


—¡Charadas! —Darcy bajó la taza que acababa dellevarse a los labios— ¡Oh, por favor, charadas no!


—Lo siento, señor, pero con seguridad habrá charadas. Las damas insistieron mucho en ese punto.


—¿Y por casualidad sabe usted quién será el maestro o la maestra de ceremonias de las charadas?


Fletcher se irguió totalmente.


—Desde luego, señor. Será su señoría lady Sayre. Lord Sayre tiene sus propios planes para el resto de la noche todos los días.


—El juego —afirmó Darcy con contundencia, partiendo un trozo de tostada y metiéndoselo en la boca. Fletcher asintió con la cabeza, pero no dijo nada—. Gracias, Fletcher. Me retrasaré sólo unos minutos más.


—Muy bien, señor —el ayuda de cámara hizo una inclinación y avanzó hacia el vestidor, dejando al caballero masticando su desayuno con gesto meditabundo. ¡Charadas! Bueno, no había nada que hacer; no podía disculparse. Miró el reloj que había sobre la chimenea. Tenía tiempo de sobra para vestirse y escribir a Georgiana para informarle que había llegado bien. Sin duda había llegado bien, ¡pero qué cantidad de extrañas experiencias había tenido desde entonces! Tomando una cucharilla de plata, golpeó suavemente la parte superior de los huevos y quitó con cuidado la cáscara, que dejó ver enseguida su interior perfectamente hecho. ¡Dios mío, charadas!

**************


Una vez que Fletcher terminó de vestirlo, Darcy aprovechó el resto del tiempo que tenía hasta que los otros invitados se levantaran para escribir una carta a su hermana. La correspondencia tan intensa que había mantenido hasta ahora con Georgiana hacía que aquellos mensajes siempre le proporcionaran un inmenso placer, pero la nueva serenidad que demostraba ahora su hermana no le ayudó a plasmar sus ideas sobre la hoja en blanco. Parte de la dificultad residía en la forma en que se habían despedido. Los cambios que mostraba su hermana últimamente y la falta de comprensión entre ellos habían hecho que Darcy se preguntara si estaría bien seguir dirigiéndose a ella como siempre lo había hecho. Por otra parte, la curiosa conducta del grupo reunido allí, y el propósito de Darcy de formar parte de ellos, tampoco contribuían a facilitar la tarea de escribirle a Georgiana. Después de todo, ¿cómo hacía uno para decirle a su hermana que estaba... ¿cuál era esa expresión tan abominable? ¿«Buscando esposa»?


Al final terminó relatándole los percances que había tenido durante el viaje, luego hizo una breve descripción de sus anfitriones y del resto de los invitados y finalizó animándola a disfrutar de todas las diversiones que su tía sugiriera y a tomar los consejos de lord Brougham con la mayor seriedad, independientemente de la forma en que se los ofreciera. Tras espolvorear la carta con la arenilla secante y doblarla, buscó su sello, pero no pudo encontrarlo entre los objetos que había sobre el escritorio. Era extraño que Fletcher no hubiese notado su ausencia.


Echó la silla hacia atrás, se levantó y cruzó la habitación hasta el vestidor. Probablemente todavía estaba en el joyero, teniendo en cuenta que no lo había necesitado durante el viaje. Después de abrir el cerrojo, levantó la tapa del estuche y buscó en su interior. Ah, sí, allí estaba, justo a lado de... Los hilos de bordar reposaban tranquilamente en el lugar en que él los había dejado. Pasando por encima del sello, Darcy acercó los dedos a los hilos. La tentación de tomarlos nuevamente y volverlos a guardar en el bolsillo de su chaleco le resultó casi irresistible. El sabía que si los tocaba... ¡No! Aferró rápidamente el sello y cerró el estuche. Debía mantener su decisión a toda costa. Regresó a la carta y, después de calentar la barra de cera, dejó caer dos gotas e imprimió su sello. Luego pegó el sello del franqueo y dejó la carta sobre el escritorio, junto con su sello personal, para que Fletcher se ocupara de enviarla. Ya eran las dos de la tarde, así que se arregló los puños y el chaleco y se dirigió hacia la puerta. En ese instante, oyó que alguien tamborileaba sobre ella desde el corredor.


—¡Manning! —lo saludó Darcy sorprendido, pues esperaba encontrarse con cualquiera, menos con el barón. En la época en que fueron compañeros de residencia, Darcy y Manning no solían entenderse bien y, en consecuencia, no habían mantenido ningún contacto desde la graduación.


—¿Te gustaría jugar una o dos partidas de billar antes del paseo de esta tarde? —el barón examinó a Darcy con sus fríos ojos verdes— Supongo que ya has desayunado.


Darcy asintió con la cabeza e hizo señas a Manning para que fuese delante.


—Dada tu larga amistad con Sayre y la estrecha relación que te une a él a través de lady Sayre, debes conocer bien el castillo y sus alrededores.


—Conozco Norwycke bastante bien, sí —contestó Manning—. La sala de billar, los salones, el comedor, sin duda —miró a Darcy con suspicacia y luego añadió—: Y también sé donde están algunas de las habitaciones de las criadas, en caso de que desees alguna indicación.


—Eres muy amable —murmuró Darcy, enfatizando su tono de disgusto.


—Encantado, Darcy —replicó Manning.


Entraron en un salón revestido de madera, que albergaba una mesa de billar cubierta con paño verde y delicadamente tallada. Darcy siguió a lord Manning hasta una vitrina de vidrio que contenía una variedad de tacos, y al pasar, notó sobre los paneles de madera que recubrían las paredes vanos en los que había unas extrañas manchas oscuras. Sólo después de escoger un taco y fijarse en la forma de esas manchas, se le ocurrió una explicación. Esos debían ser los huecos que solían ocupar los cuadros que ya no adornaban las paredes, pero que habían dejado su sombra oscura sobre el lugar que ocultaban de la luz del sol. Tampoco estaban ya los clavos de los que colgaban esos cuadros, lo cual indicaba que las pinturas no volverían. Una evidencia más, pensó Darcy mientras echaba tiza a su taco, de que la información de Hinchcliffe y las observaciones de Fletcher eran correctas, como siempre.


—¿Juegas al billar con la misma intensidad con que practicas la esgrima, Darcy? No puedo recordarlo —la mirada de Manning tenía intención de desconcertar a Darcy. Siempre había sido así en la universidad. Por razones que sólo él conocía, Manning se divertía asumiendo el papel de su inquisidor personal, y el joven Darcy casi no podía hacer nada que no despertara un comentario desdeñoso de Manning.


—La clemencia ni se pide ni se da —contestó Darcy con voz neutra, negándose a ceder a la provocación.


Manning soltó una carcajada.


—Tal como imaginaba. Tan independiente como siempre, ¿no es así, Darcy? —el caballero miró a Manning con indiferencia, limitándose a enarcar una ceja a modo de respuesta.


El barón volvió a reírse


—Pero has aprendido a controlar tu temperamento, por lo que veo. Aunque me pregunto cuánto durará eso —Manning levantó el triángulo de madera e hizo un gesto indicándole la mesa—. Empieza tú y juega lo mejor que puedas. Adelante.


El estallido de las bolas al recibir el primer golpe del taco fue particularmente gratificante para Darcy, al igual que la explosiva exclamación que soltó su oponente cuando las bolas se quedaron quietas.

17 comentarios:

Guacimara dijo...

Me gustó mucho la manera cómo explica la indiferencia que Darcy muestra respecto a las mujeres, a la que llega poco a poco con el tiempo y experiencia.
Feliz 2011! Un beso.

MariCari dijo...

Querida Lady Darcy... he estado hasta tarde leyendo esta bella entrada, tanto me gusta que no me importa robar tiempo a mi sueño... y así, poder soñar con tu relato... me parece fascinante, tan bien hilado... que casi he estado jugando con el sable, tocando al piano, yo era la de la capa de noche, he comido abundantemente, idem para el desayuno y... ahora acabo de romper en la mesa del billar el tapete verde... ¡son los nervios! je, je...
Qué feliz 2011 voy a tener con tu Darcy y sus hilos en el bolsillo...
Un placer leer tan buen escrito.
Bss. y ya estoy impaciente...

Stars Seeker A.k dijo...

Hola!!
Noooo, cada vez me estoy quedando atrás XD avanzo un capítulo pero al final no avanzo mucho jejeje. Ya llegará un día en que esté al corriente jejeje.
Bueno, no he leído este capítulo en esta ocasión porque como mencioné voy un poquito atrás, peeeero vengo a decir:

FELIZ AÑO NUEVO!!!
Amiga mía, que este año que viene te llene de bendiciones y muchos momentos que atesorar, nuevas palabras que disfrutar, nuevos pedazos de vida que vivir... Que la alegría toque a tu puerta y que nunca la deje :D
Te deseo lo mejor de lo mejor n_n
Besos y Abrazoooos!! :D

Anónimo dijo...

Gracias por publicar esta segunda parte tan dificil de conseguir de la trilogía de Pamela Aidan.Tengo leidos la primera y la tercera pero me fue imposible lograr la segunda.
Feliz año nuevo

Wendy dijo...

Disfrutando de la cena y su posterior velada amenizaa con tantas actividades no dejo d pensar que en esta época se mimaba la vida social, disfrutaban de la mútua compañia y no dejaban lugar al tédio. Me gustaría que estas costumbres no estuviesen tan alejadas de los tiempos que nos toca vivir.
Coincido con Lady Felicia en su apreciación acerca de los hombres con uniforme y celebro que haya echado un capote a la dulce Mis Avery.
Mucho ha de cavilar darcy, que la prometida se du primo flirtee con él de forma sútil pero inequivoca es un asunto complejo,creo que no debería jugar un juego tan peligroso.
Aprovecho para desearte un Nuevo Año llenoe venturas.
Muchos besos querida.

Fernando García Pañeda dijo...

Ah, milady, cómo desentonaría mi Señora con su natural elegancia y exquisita sencillez en ese cuadro tan artificiosamente compuesto por ese conjunto de miladies menores, por muy "deliciosa" que le pareciera a un Darcy que no está en sus mejores momentos, precisamente. Desentonaría tanto como la señorita Bennet, aventuro.
Me temo que muy poco podrá sacar en claro el bueno de Fitz entre tanta superficialidad y falta de valores que parecen desplegar los huéspedes de Norwycke, tanto hombres como mujeres.
Sin duda, esa tarea de "buscar esposa" no puede acabar nada bien. No sólo por el alto nivel de exigencia que imponen el sentido moral y la experiencia de Darcy, sino también porque es absurdo buscar después de haber encontrado. En mi humilde opinión, claro.
Y permítame añadir que la decoración de este Pemberley digital empieza a superar en belleza y elegancia al literario.
Suyo siempre, milady.

César dijo...

Saludos Lady Darcy!!! Feliz año 2011, espero que estos nuevos tiempos te sean favorables y consigas alcanzar las metas que te propones.

Hasta pronto, que estés bien!

Anónimo dijo...

Muchas gracias por subir este nuevo capítulo, espero con ansias los siguiente. Feliz año nuevo!!

Unknown dijo...

Hola ! bueno, de casualidad pasé y me sorprendí con la actualización ! Me encanta este Darcy, a pesar de sus vanos intentos de olvidar a Lizzie.Me parece ( estoy segura debería decir) que va a salir de allí con más necesidad de encontrarla que antes... Esos hilos tienen un poder increíble. Gracias por el regalo, muero de ansiedad por leer lo que sigue... y ni te cuento las ganas de ver la tercera parte de la trilogía ! Besos y Feliz 2011!
Naty

Moonsiren dijo...

Antes que nada feliz año nuevo, gracias por esta bella historia, jamas dejare de amar al Sr. Darcy sin duda un hombre tan maravilloso que simplemente no existe. Din embargo el placer que me produce esta encantadora historia jamas me aburre y me hace muy feliz. Perdopn por ser tan impaciente pero quiero preguntarte en donde puedo encontrar los libros en pdf de la trilogia, los he buscado sin exito pero realmente quiero leerlos. Espero tu respuesta y gracias nuevamente.

Anónimo dijo...

Feliz Año!!!!, estoy feliz de poder participar en este foro!!! y de poder leer Deber y deseo en español, lo he buscado por todas partes sin èxito, pero te agradezco mucho Lady Darcy.
Tengo el 3er libro de la trilogia, (que es excelente!!) podría hacer la contribuciòn (poco a poco por que tendrçe que pasarlo yo sola) como lo puedo hacer?
Saludos
MP

Anónimo dijo...

hola!!! Me encanta leer cada capitulo. Solo me imaginaba que seria mas facil con una multifuncional que escanee texto. En ocasiones yo pasaba texto de libros para algun trabajo de la universidad. Gracias Lady Darcy!!!!!!!!!!

J.P. Alexander dijo...

Hola nen feliz a;o, te mando un beso y te deseo una buena semana. Tambien te digo que me facino el capitulo cuidate mucho.

AKASHA BOWMAN. dijo...

Nuevamente debo darte las gracias, mi lady amiga, por este regalo que no brindas cada semana en forma de capítulo. Es una saga hermosa esta que nos traes y confieso (ya lo he hecho varias veces) que la he ido descubriendo de tu mano.

Me ha hecho gracia la primera impresión de Darcy ante la mesa de la cena: similar al puente del castillo; eso nos da la facilidad de imaginarnos la suntuosidad del lugar.

Confieso que lady Felicia me gustaba en un principio: elocuente, ligeramente mordad y compasiva... pero fue esa mirada incitando el flirteo lo que me la bajó del semi-altar en que la colocara. Cualquiera desearía poseer el corazón de Darcy, aunque fuera por un tiempo limitado, pero la promiscuidad no va con esta dama que escribe, por muy de moda que estuviera por aquel entonces.

Un gusto saber de los fliteos de Fizwilliam D. en su época Universitaria, y un pequeño matiz a la hora de ir conociendo su controvertida persona.

Las imágenes, como siempre, ideales.

Besos y que estés pasando con salud y gracia estos primeros días de Enero.

Vanessita dijo...

Hola! he llegado al blog buscando este libro y quedé encantada!!! me puse al dia con todos los capitulos, pero ahora estoy en la etapa de angustia de no saber como continúa...
En verdad es un libro maravilloso que crea una nueva visión de la personalidad oculta de F. Darcy, (aunque nosotras que amamos a Darcy ya lo conociamos... jeje)

Bueno, espero con ansias el siguiente capitulo deseando que su talisman lo torture cada dia de su estancia en Norwycke

Saludos de una nueva seguidora!!!

Anónimo dijo...

Leer el mundo blog, bastante bueno

Anónimo dijo...

Hi, guantanamera121212