sábado, 11 de diciembre de 2010

DEBER Y DESEO. Capítulo V

Una novela de Pamela Aidan


Un hombre honorable





Cuando las ruedas alcanzaron la carretera que conducía a Londres, el carruaje abandonó su infernal balanceo y adoptó un vaivén más suave, permitiendo que sus dos ocupantes aliviaran el tedio del viaje con los libros que habían metido en sus maletas. Después de pasar media hora absortos cada uno en su propia lectura, Darcy le lanzó una mirada a su hermana. Georgiana se estaba mordiendo el labio inferior y el gesto de su frente parecía confirmar el aire de profunda concentración en las palabras que tenía ante ella. Darcy atenuó su suspiro y volvió a concentrarse en su lectura, pero ésta ya no pudo absorberlo tanto como antes. De manera distraída, tomó los delicados hilos del marcador de páginas que reposaba sobre su rodilla y se los enredó entre los dedos, mientras pasaba revista a la forma en que se habían desarrollado las fiestas, ya terminadas.



De acuerdo con sus deseos, la tradición navideña Pemberley se había llevado a cabo con una majestuosidad que colmó las expectativas de sus vecinos. La víspera del día de Navidad, los salones abiertos al público se prepararon para recibir la visita de todos los que quisieran ver la mansión engalanada con el esplendor de las celebraciones navideñas. Los visitan¬tes fueron guiados en grupos por los criados de la casa, que mostraban el aspecto y la decoración de cada salón con el orgullo de un propietario. Al final del recorrido, a cada grupo se le ofrecía sidra caliente y algunos dulces. En el exterior había juegos y puestos de castañas asadas, trineos y una pista de patinaje sobre el lago congelado; todo esto acompañado de grupos itinerantes de músicos o cantantes. Más tarde se contrataron todos los carruajes y transportes posibles para llevar a la gente desde Pemberley hasta la celebración religiosa en la iglesia de St. Lawrence para luego traerlos de vuelta al baile de los criados y los arrendatarios, que se realizó en el granero más grande de la propiedad. Allí la generosidad de Pemberley siguió manifestándose en una gran fiesta, con bebidas y música, que duró hasta medianoche. Todos los niños regresaron a su casa con una manzana agridulce, un puñado de nueces y un par de calcetines de lana gruesa, mientras que sus padres se llevaban a los labios la brillante media corona que habían recibido, en señal de agradecimiento con el Creador por haberlos destinado a Pemberley.


La diversión dentro de la mansión fue sólo un poco más moderada que la del exterior, pues, con la ayuda de su tía, Darcy ofreció un pequeño baile y una cena para la burguesía local. Él mismo abrió el baile con lady Matlock primero y luego con Georgiana. Pero haciendo gala de sus obligaciones como anfitrión, cambió luego el centro de la pista de baile por la periferia y la tarea de reencontrarse con los vecinos y sus preocupaciones. Como Wellesley se encontraba en sus cuarteles de invierno, las revueltas de los tejedores contra la industria textil de la región y el poco éxito que habían tenido los que habían sido enviados a controlarlos parecían ser la principal preocupación de la mayor parte de los caballeros presentes. También se escucharon duras críticas, muy similares a las que Darcy había oído en su club de Londres, contra cierto joven miembro de la nobleza de Escocia, por su apoyo a los radicales y el impresionante efecto que ejercía sobre las damas.


La paz entre los primos Fitzwilliam duró toda la estancia, y sólo se vio perturbada ocasionalmente por los audaces comentarios sarcásticos que se lanzaban el uno al otro. Sin embargo, el hecho de tener que contener los ataques mutuos pareció animarlos a hacer un esfuerzo conjunto para molestarlo a él, pensó Darcy con un poco de resentimiento. El conde de Matlock y lady Matlock habían sido unos huéspedes encantadores. Además, la insistencia de su tía en ayudarle con Georgiana en la ciudad había sido un interesante ofrecimiento, y Darcy había descubierto un renovado respeto por ellos, que se centraba en su manera de ser y no en la relación que tenían con él.


Todo había salido bien, muy bien, considerando los temores con los que había llegado a la mansión. Darcy volvió a mirar a Georgiana mientras jugueteaba con los hilos y entrecerró los ojos con disgusto. ¡Tal vez las diversiones de la ciudad la despegaran de ese condenado librito! Darcy nunca se había imaginado que se encontraría en la situación de querer que su hermana se limitara a leer novelas, en lugar de dedicarse a cumplir con el requisito de que los miembros del sexo débil cultivaran su mente mediante amplias lecturas.


Georgiana abrió todos los regalos de Darcy con dulces exclamaciones de gratitud y el placer con que los recibió coincidió con el gusto que él sintió al dárselos. Lo que más apreció fueron los libros y la música, porque ella era una Darcy, a pesar de todo lo que había cambiado. Su hermana acogió la nueva novela de Maria Edgeworth con gratitud y su tía sonrió al verla. D'Arcy resopló con incredulidad al ver Los jefes o caudillos escoceses, pues no creía que su joven prima pudiera concentrase en un libro tan voluminoso y se ofreció a contarle una sinopsis. Al oír eso, Richard le aconsejó no aceptar ese ofrecimiento, pues dudaba que «su hermano hubiese podido mantener la atención en una sola cosa durante tanto tiempo». El regalo de su tía, la nueva novela de un autor desconocido, apenas salió de su envoltorio cuando su tía lo tomó para hojearlo y luego le rogó a Georgiana que se lo prestara cuando lo terminara.


—Es sobre una viuda y sus tres hijas, que quedan desamparadas en el mundo y a cargo de un hijastro malvado y su odiosa mujer, querida. Estoy casi segura de que está basado en una historia real. ¿No recuerdas el escándalo, milord?


—No, no lo recuerdo, querida —respondió el conde de Matlock, mientras examinaba el título del lomo—, pero espero que la «sensatez» sea elogiada y la «sensibilidad» condenada, querida.


Entonces se encendió un animado debate entre los Fitzwilliam, acerca de los méritos del sentido en oposición a la sensibilidad a la hora de abrirse camino en el mundo. Y mientras estaban distraídos en eso, Georgiana abrió su último regalo. Darcy se sorprendió al verlo, pues no recordaba haber comprado nada más. Cuando el papel cayó al suelo, lo recordó: era el libro que había usado como excusa para zafarse de la fascinación de «Poodle» Byng por el nudo de Fletcher.


—Georgiana —comenzó a decir Darcy—, perdóname, pero eso no se suponía que...


—¡Fitzwilliam! ¡Ay, cuánto te lo agradezco! —exclamó Georgiana con voz suave, acercándose para darle un beso en la mejilla, con el libro abrazado contra su pecho—. Es exactamente lo que deseaba.


—¿En serio? —respondió Darcy— Eso es asombroso, pues lo compré por error, sin saber qué era —al oír eso, Georgiana lo miró de una manera extraña y giró el libro para que él viera el título—. Una Visión Práctica del Sistema Religioso Predominante —comenzó a leer y luego la miró con escepticismo—. El título no me parece muy recomendable, Georgiana. No estoy seguro de que sea una lectura totalmente apropiada para alguien de tu edad.


—Por favor, Fitzwilliam —suplicó ella—, sé que tengo que aceptar tus recomendaciones, pero te ruego que me permitas quedarme con este libro. Su autor es uno de los miembros más respetados del Parlamento. Así que no creo que sea totalmente inapropiado, ¿o sí?


Al oír eso, Darcy supo que ella había ganado, si no por el argumento sí por la manera como se plegó a su voluntad en el asunto. Así que accedió. Desde entonces, el libro se había convertido en el compañero permanente de su hermana.


Tras volver a organizar los hilos una vez más sobre su rodilla, Darcy volvió a tomar su libro. Las diversiones y las actividades interesantes de Londres eran una gran distracción y comenzarían a reclamar la atención de Georgiana casi de inmediato. Darcy se aseguraría de ello.


—Señor Darcy, le ruego que me perdone, señor. —Witcher interceptó a su patrón en el vestíbulo, varios días después de su regreso a Londres.


—Sí, ¿qué ocurre, Witcher? —preguntó el caballero, después de deshacerse del bastón y el sombrero y quitarse los guantes para empezar a desabrocharse su abrigo. Aunque ya estaba bien entrada la tarde, los vientos de enero habían mantenido el día frío, tan frío que Darcy estaba considerando seriamente la posibilidad de cancelar la cita que Georgiana tenía para posar en casa de Lawrence. Hasta ahora sólo habían intentado unos pocos bocetos preliminares, y aunque Lawrence era de un carácter más serio que lo que se esperaba de un artista, Darcy sabía que no le iba a gustar un aplazamiento.


—Ha llegado una nota, señor, y el mensajero trae órdenes de esperar una respuesta sin importar la hora —Witcher le hizo señas al lacayo para que recogiera el abrigo del patrón y tomara el resto de sus pertenencias—. La he colocado bajo el secante sobre su escritorio, en la biblioteca.


Alertado por las palabras de su mayordomo, Darcy asintió con la cabeza.


—Gracias, Witcher. Por favor, mándeme un poco de té fuerte e informe a la señorita Darcy de que ya he vuelto y que me reuniré con ella en media hora.


—Muy bien, señor. ¿Envío a un lacayo para que recoja la respuesta?


—No —Darcy se quedó callado un momento. No sabía quién podía ser el remitente de la misiva. Así que, cuantas menos manos intervinieran en el asunto, mejor—. No —repitió—, por favor, venga usted mismo. Terminaré con ese asunto antes de subir a reunirme con la señorita Darcy.


—Sí, señor Darcy. —Witcher hizo una inclinación, mientras Darcy comenzaba a subir hacia el calor y la comodidad de la biblioteca de Erewile House. Ya llevaban una semana en la ciudad y, tal como esperaba, una vez que la aldaba fue instalada en su puesto de honor sobre la puerta, se vieron inundados de invitaciones. Aunque Georgiana todavía no había sido presentada oficialmente en sociedad, había suficientes actividades adaptadas para jovencitas en esa condición como para mantenerla ocupada desde el desayuno hasta el amanecer. Darcy la animaba a asistir a las que lograban sobrevivir a su juicioso examen y añadió, además, las sesiones con Lawrence para posar para el retrato, una visita a Madame LaCoure para elegir los adornos que complementarían las telas que él había comprado y, por la noche, visitas al teatro.


Después de cerrar la puerta a su espalda, Darcy avanzó hacia el enorme escritorio tallado y, haciendo a un lado el secante, tomó la nota que era tan importante para el remitente que el mensajero todavía estaba sentado en su cocina esperando la respuesta. La llevó hasta la chimenea, donde la giró, mientras se dejaba acariciar por el calor del fuego después de su viaje de regreso del club. El papel no tenía ninguna marca y el sello no revelaba nada sobre la identidad de su autor. Darcy se encogió de hombros, se sentó en una de las sillas de cuero junto al fuego, rompió el sello y leyó:


Ha ocurrido algo terrible que, me temo, ¡puede arruinar completamente nuestros planes! En este momento de absoluta desesperación, recurro nuevamente a usted, que con tanta pericia disipó el peligro en el pasado, para que acuda una vez más en ayuda de su amigo. En resumen, ¡la señorita Bennet está en la ciudad! Ha enviado una nota a la calle Aldford. ¿Qué debemos hacer, señor? B. no sabe nada todavía. Mi hermana y yo esperamos sus instrucciones.


Todo se hará como usted diga.


Darcy sintió que una oleada de rabia le subía por el pecho. ¡Qué asunto tan inoportuno! Con una impetuosidad poco característica, se puso de pie, arrugó la nota y la arrojó a las llamas. ¿Acaso aquella enojosa situación nunca iba a tener fin? La molestia que le causaban las repetidas solicitudes de ayuda de la señorita Bingley fue seguida de cerca por un sentimiento de rabia que se extendió rápidamente a Bingley y su incapacidad para comportarse con la necesaria sensatez. Ésa había sido la causa de que estuvieran metidos en aquel enredo. El hecho de ver el apellido Bennet en la nota hizo que Darcy comenzara a preguntarse si la dama habría venido acompañada de su hermana, y entonces una desagradable sensación de inquietud embargó su corazón, dejándolo en un peligroso estado de turbación.


Se dirigió a grandes zancadas hasta su escritorio, sacó bruscamente una hoja y buscó afanosamente una pluma. Tras encontrar lo que necesitaba, se inclinó hacia delante y destapó el tintero. Pero, de repente, con la pluma en la mano e inclinado sobre el tintero, se detuvo. ¿Qué demonios iba a aconsejarle a la señorita Bingley? Miró de manera estúpida la pluma y el papel y se desplomó en el asiento. La relación entre los Bingley y la señorita Bennet tenía que acabar y de una manera tan definitiva que no dejara lugar a dudas para ninguna de las dos partes. Era la única manera de resolver el asunto de una vez por todas. Mordiéndose el labio inferior, Darcy trató de buscar la mejor manera de enfrentarse al asunto. Mientras pensaba e intentaba hilvanar algunas ideas, fue interrumpido por un golpe en la puerta.


—Sí, entre —ordenó con voz seca.


—¿Qué? ¿Otra vez te he pillado entre tus libros? Esto sencillamente no funciona, Fitz, y yo soy el indicado para ponerle fin.


—¡Dy! —Darcy levantó la cabeza al mismo tiempo que su amigo lord Dyfed Brougham entraba en la biblioteca, con un monóculo colgando de la mano— ¿Qué le has hecho a Witcher, sinvergüenza? —rugió, entusiasmado, al verlo.


—¿Qué le he hecho a Witcher? Nada, viejo amigo, a menos que sea un crimen haberle dado una moneda para que me dejara anunciarme por mí mismo y, ojalá, tener la posibilidad de atraparte en algo raro. A propósito, ¿te atrapé en algo? —Dy lo miró con una sonrisa de curiosidad.


—¡No, nada! —Darcy tomó la hoja para volver a ponerla en su lugar, pero al ver la expresión de sospecha en la cara de su amigo, se detuvo y, haciéndole caso a un súbito ataque de inspiración, se corrigió—: En realidad, sí me has pillado en medio de algo. Me han pedido consejo en un asunto que está precisamente dentro tu especialidad.


—¿De veras? ¿Mi especialidad, dices? Y, por favor, ¿qué campo del saber es ese? —Brougham se sentó en una silla cercana.


—Un asunto un poco delicado. Recuerdas a Bingley, ¿verdad?


Brougham asintió con la cabeza.


—Según recuerdo, tú estabas tratando de convencerlo de pastar en otros prados en relación con cierta jovencita. ¿Has tenido suerte?


—Suerte o razón, no sé cuál de las dos, pero el hecho es que Bingley había desistido antes de que yo partiera hacia Pemberley —Darcy se puso a jugar con la pluma entre losados y frunció el ceño—. Pero creo que no exagero si digo que todavía siente una cierta debilidad por la dama en cuestión. Si vuelven a encontrarse pronto... —Darcy dejó inconclusa la frase mientras imaginaba ese encuentro.


—¡Pero no hay muchas posibilidades de que eso ocurra! La dama reside en Hertfordshire, ¿no es así?


—Acaba de llegar a la ciudad y desea visitar a las hermanas de Bingley. Y ahora ellas están aterradas y no saben cómo proceder —Darcy fijó sus penetrantes ojos en su amigo—. ¿Qué sugieres, Dy?


* * * * * *


Darcy le hizo los últimos toques a la nota para la señorita Bingley y luego buscó cera en su escritorio para sellar la hoja doblada que contenía las instrucciones que había elaborado junto a Brougham. Mientras lo hacía, su amigo deambuló por la biblioteca, fijando su atención en un libro o en una revista en particular y llevándose ocasionalmente el monóculo al ojo para examinar con detenimiento lo que había encontrado.


—No tienes nada interesante aquí, Fitz.


Darcy levantó la vista de su tarea con sorpresa.


—Entonces no debes haber descubierto mi ejemplar del Sitio de Badajoz. Puedo prestártelo, si quieres. Está ahí, en la estantería de la derecha. Hatchard me lo envió tan pronto como fue publicado.


—¿Dónde? Ah, sí —Brougham volvió a levantar el monóculo para examinar el lomo del libro—. ¿Ya lo has leído?


—Sí, cuando estaba en Hertfordshire.


—Mmm —respondió su amigo, que seguía husmeando en la estantería—. Pensé que estabas tan ocupado alejando al joven Bingley de las adorables hermanas Bennet que no te había quedado mucho tiempo para leer. Vaya, ¿qué es esto? —Darcy se levantó alarmado, al ver que Brougham tenía en la mano un volumen totalmente distinto de aquel sobre el que estaban hablando y que de su mano colgaba una pequeña trenza de brillantes hilos.


—¡Nada! —Darcy estiró la mano para agarrar los hilos, pero Brougham los quitó enseguida de su alcance, con una ceja levantada y una alegre expresión de burla.


—Eso no es cierto. Con seguridad es algo, mi querido amigo, o si no...


—Un marcador de páginas. ¡Es un marcador de páginas! —insistió Darcy, agarrándolo del brazo. Brougham soltó una carcajada y le entregó los hilos, ofreciéndole también el libro en el que estaban guardados. Pero Darcy rechazó el libro, se enrolló rápidamente los hilos en un dedo y los guardó en el bolsillo de su chaleco, al tiempo que volvía a su escritorio—. Entonces, ¿quieres que te preste Badajoz? —preguntó, con la esperanza de distraer la atención de su amigo.


—No, ya lo he leído —Brougham agitó el volumen que tenía todavía en la mano, antes de volver a ponerlo en la estantería—. Fuentes de Oñoro también, a pesar de ser tan insignificante —añadió bostezando—. Aunque yo no tenía el incentivo de un marcador como ése para sentirme atraído hacia sus páginas.


—¿No crees que sean relatos fieles? —Darcy miró a su amigo con curiosidad.


—¡Fitz! —Brougham giró el rostro hacia él con una expresión de auténtica desilusión— ¡No es posible que te dejes engañar tan fácilmente!


—¿Por qué? ¿Qué sabes tú? —preguntó Darcy con vivo interés.


—¡Oh, nada! —contestó rápidamente Brougham, que pareció perder interés, al tiempo que la expresión de desilusión era reemplazada por una de burla—. Nada que no revele una cuidadosa lectura de la prosa absolutamente horripilante del libro. ¡El tipo no es más que un adulador! No debe de haber visto más que algunas escaramuzas, ¡y apuesto que ni eso! Probablemente obtuvo parte de la historia de los pobres diablos que sobrevivieron después de estar en el frente de batalla y se inventó el resto.


Un golpe en la puerta los interrumpió antes de que Darcy pudiese hacer alguna réplica a los interesantes comentarios de Brougham. Al abrirse, apareció Witcher.


—Señor Darcy. ¿Su carta?


—Sí, Witcher, aquí está —el caballero la tomó del escritorio y la puso sobre la palma del viejo mayordomo—. Désela al mensajero y que se vaya, y esperemos que esto sea el final de este asunto. ¿Está listo el té?


—Sí, señor, está preparado. ¿Desea tomarlo aquí?


Darcy miró a Brougham.


—¿Te gustaría ver a Georgiana, Dy?


—Será un gran placer —contestó su amigo de manera formal, pero al bajar la voz añadió—: Hace mucho tiempo.


—¡Bien! Witcher, que lleven el té al salón. Nosotros subimos ahora. —Al mismo tiempo que Witcher se marchaba para organizado todo, los dos salieron al corredor; pero Darcy disminuyó la marcha cuando el hombre se perdió de vista—. La vas a encontrar muy cambiada, Dy —comenzó a decir.


—Eso me imagino —interrumpió Brougham—. ¡Han pasado casi siete años!


—¡Siete! —exclamó Darcy—. ¿Tanto tiempo?


—¡Desde la universidad! La última vez que la vi fue en esta casa, durante la recepción que ofreció tu padre con motivo de tu graduación. Él y Georgiana bajaron durante unos minutos. Creo que la salud del señor Darcy le impidió quedarse más tiempo.


—Sí. —Darcy asintió con la cabeza y frunció el entrecejo al recordar—. Fue la última vez que apareció en público. Yo no me enteré de su enfermedad hasta después de eso. No permitía que nadie hablara de ello, ni siquiera conmigo —a grandes zancadas alcanzaron finalmente las puertas del salón—. Georgiana —llamó Darcy antes de que el criado que les abrió la puerta pudiera anunciarlos—, un viejo amigo ha venido a verte. ¿Puedes adivinar de quién se trata?


Darcy y Brougham se encontraron a Georgiana profundamente concentrada en una lección, porque al levantar la cabeza de los libros que ella y la señora Annesley tenían desplegados ante ellas, su expresión fue la de alguien que trata de reordenar sus pensamientos para atender un tema muy distinto de aquel en el que estaba absorto. Sonriendo por la intromisión de su hermano, Georgiana se levantó y le hizo una reverencia a su acompañante, pero Darcy no vio en sus ojos ningún indicio de que lo hubiese reconocido.


—Vamos, señorita Darcy, ¡no me diga que no me reconoce! —Brougham le hizo una elegante inclinación y, al levantarse, le dedicó su famosa sonrisa encantadora.


—¿Mi... milord Brougham? —Georgiana volvió a inclinarse, confundida— Por favor, perdóneme, no le he reconocido.


—¡De inmediato! ¿Quién puede negarse a algo que pida la encantadora señorita Darcy? Pero me temo que acabamos de interrumpir una de sus clases. ¿Acaso su hermano la mantiene siempre entre libros como le sucede a él mismo? —Brougham pasó su monóculo por encima de los libros abiertos sobre la mesita baja—. ¡Debe usted echar de menos un poco de distracción!


—¡Oh, no, milord! La señora Annesley y yo... disfrutamos... disfrutamos b-bastante de nuestras ac-actividades —tartamudeó Georgiana.


—Por favor no me trate usted de «milord», señorita Darcy —dijo Brougham con un suspiro—. ¡Eso me aburre mortalmente! Puede llamarme Brougham, como hace su hermano —se llevó el monóculo al ojo y la examinó desde la punta de los zapatos hasta los rizos que rodeaban su rostro—. Pero, Dios mío, ha crecido usted mucho, querida niña.



Georgiana se sonrojó, desconcertada por el curioso personaje que tenía ante ella, cuya cuidadosa apariencia y peculiares modales no se parecían en nada al joven serio que recordaba de la infancia. Dando un paso atrás, señaló a su dama de compañía.


—¿Me permite presentarle a mi dama de compañía, la señora Annesley? Señora Annesley, lord Brougham, conde de Westmarch.


Brougham hizo una reverencia.


—Encantado, señora. Perdóneme por interrumpir su clase, ¿o se trataba más bien de una conversación privada?


—Milord —La señora Annesley le hizo una reverencia—. Ninguna de las dos, señor. Más bien un estudio conjunto, pero que se puede dejar para otro momento sin problema.


—¡Un estudio! —los ojos de Brougham brillaron con interés— Esperaba que la señorita Darcy fuese una alumna aventajada. Después de todo, su hermano y yo competimos hombro con hombro en la universidad. ¡Pero usted me deja pasmado, señora! —se acercó a la mesa—. ¿Qué está usted estudiando, señorita Darcy?


Preocupado por la posibilidad de que Georgiana quedara expuesta al terrible sarcasmo de su amigo si descubría el tema de estudio de su hermana, Darcy intervino.


—-¿Y desde cuándo te interesa tanto la educación femenina, Dy? —preguntó, mientras la señora Annesley, al ver su gesto, recogía rápidamente los libros y los colocaba en un montón.


—¿Qué no daría un hombre por comprender la mente femenina, Fitz? —contestó Brougham, irguiéndose en una pose declamatoria a la vez que las damas recogían los volúmenes— Es uno de los misterios originales de la creación, destinado, sin duda, a recordarnos a los hombres que, dentro de nuestra armadura de lógica y pasión marcial, todavía estamos incompletos sin la hembra de nuestra raza. ¿No es así, señorita Darcy?


Ocupada en ayudar a la señora Annesley a recoger los objetos de su estudio, Georgiana se sobresaltó de repente al oír que Brougham se dirigía a ella. En medio de su sorpresa, los libros que tenía en los brazos comenzaron a resbalar y el más pequeño se escapó de sus manos, aterrizando sobre el pie de Brougham.


—¡Milord! —gritó Georgiana, uniéndose al involuntario aullido de dolor de Brougham, y enseguida se inclinó para recoger el travieso volumen.


—No es nada —dijo Brougham jadeando y mordiéndose el labio. Luego hizo un gesto con la mano para evitar que Georgiana se agachara a recoger el libro—. Por favor, permítame. Como recompensa por el golpe que acabo de recibir, exijo conocer el objeto de su estudio, aunque su hermano me saque a rastras. Mientras Brougham se agachaba para recoger el libro, Witcher llegó con el té y en medio de la actividad que siguió, a Darcy le pareció que el libro había sido olvidado. La conversación giró hacia las últimas noticias y rumores que corrían en los más selectos salones y clubes de la ciudad, un tema que Brougham conocía detalladamente y que, con gusto, accedió a compartir con sus anfitriones. Darcy sabía que el domino de Dy en aquellos asuntos era indiscutible, pero cuando su invitado les contó que la señora Siddons estaba a punto de anunciar su retiro de los escenarios, Darcy intervino.


—Lleva años amenazando con retirarse, Dy —señaló Darcy con tono de burla—. ¿Por qué crees que es cierto esta vez?


—Porque lo oí de sus propios labios, Fitz, y ya vi el cartel que anuncia su última representación —contestó Brougham con un sentimiento de superioridad. Luego se volvió a Georgiana—. También he oído que usted, señorita Darcy, canta y toca maravillosamente. ¿Sería usted tan amable de honrarnos con un poco de música?


Darcy se levantó al ver que una sombra de reticencia nerviosa cruzaba por el rostro de su hermana y se colocó a su lado. Tomando su mano entre las suyas, le dijo:


—La pieza que has estado practicando con tanta dedicación... eso será perfecto. Y no tienes que cantar, si prefieres no hacerlo.


—Renunciaré a la canción, señorita Darcy, sólo si usted accede a tocar —insistió Brougham con suavidad, y sus ojos sonrientes trataron de transmitirle seguridad.


Tras inclinar la cabeza en señal de aceptación, Georgiana tomó la mano de Darcy y permitió que la acompañara al piano. Mientras ella organizaba sus partituras, él volvió a su puesto y miró a Brougham con una sonrisa de agradecimiento antes de sentarse. Georgiana nunca antes había tocado para nadie que no fuera de la familia. Y ya era hora de que lo hiciera, pensó Darcy. Su hermana colocó los dedos sobre las teclas. Sería presentada en sociedad dentro de un año y debía vencer su timidez, o sería ensombrecida por otras jovencitas con menos talento que ella. ¿Quién sino Dy habría tenido la temeridad y el tacto para convencerla de que tocara? En el transcurso de una hora, Brougham ya había dado dos muestras de su amistad. Darcy lo miró. La expresión de satisfacción que invadía el rostro de su amigo era todo lo que podía haber deseado para Georgiana. Aunque Brougham tenía la reputación de ser una persona frívola y banal, sus conocimientos en materia musical eran muy reconocidos y si él decía algo sobre las habilidades de Georgiana, sus palabras se extenderían rápidamente por los salones de la alta sociedad.


Volvió a mirar a su hermana. La tensión que había percibido en ella parecía haberse disipado a medida que sus dedos acariciaban las teclas y de pronto se le ocurrió que la pieza elegida no sonaba tan bien cuando practicaba en Pemberley. Tal vez debería comprar un nuevo instrumento. Al notar cierto movimiento con el rabillo del ojo, Darcy volvió a mirar a su amigo. Brougham tenía los ojos casi totalmente cerrados, reducidos a una fina ranura en su rostro, y levantaba lentamente algo que tenía al lado. Un frío estremecimiento de temor lo sacudió al ver que Dy giraba sigilosamente el libro que tenía en la mano para ver el título. Darcy sabía lo que su amigo iba a leer. Se trataba de aquel volumen que él había comprado de manera tan imprudente en Hatchard's y que se había convertido en el compañero inseparable de su hermana. Si Brougham lo reconocía, la catalogaría como una pobre «entusiasta», y a menos que Darcy pudiera influenciarlo, así quedaría clasificada Georgiana ante toda la sociedad, antes incluso de que tuviera oportunidad de hacer su primera reverencia.


Miró a su amigo con inquietud, conteniendo el aliento mientras esperaba ver una risita de desprecio o un resoplido de molesta desaprobación. Bajo la observación de Darcy, Dy se acercó el libro al chaleco y, después de mirar a su alrededor, examinó el lomo con atención. Durante un instante, el semblante de Brougham palideció. Frunció el ceño y volvió a mirar, como si no creyera lo que acababa de leer. Luego, sacudiendo ligeramente la cabeza, volvió a deslizar el libro hacia su escondite y miró a Georgiana con una curiosa intensidad, cuyo significado Darcy no pudo descifrar.


Su hermana llegó al final de su interpretación y las notas todavía resonaban con dulzura en el salón, cuando se levantó e hizo una inclinación mientras recibía el aplauso de su pequeña audiencia. Antes de que Darcy se pudiera poner de pie, Brougham ya estaba al lado de Georgiana, ofreciéndole su compañía para acompañarla hasta su sitio. Darcy la vio tomar el brazo de Dy con un poco de vacilación, sin levantar los ojos para mirarlo, y clavar más bien la mirada en él, en un gesto mudo que suplicaba su ayuda.


—¡Fitz, tú has estado escondiendo un tesoro! —Brougham avanzó con ella a través del salón y la ayudó gentilmente a tomar asiento— Señorita Darcy —le hizo una reverencia antes de soltarle la mano—. Permítame decirle que es usted una jovencita sorprendente —después de incorporarse, se volvió hacia Darcy y dijo—: Viejo amigo, debo rogarte que me perdones. Esta noche tengo que ir a Holland House y mi ayuda de cámara me ha advertido que debo ponerme en sus manos más temprano de lo habitual. En consecuencia, he de marcharme. Señorita Darcy, señora Annesley —les hizo una reverencia, mientras Darcy se levantaba y lo acompañaba a la puerta.


Los dos hombres recorrieron el pasillo en medio de lo que a Darcy le pareció un inquietante silencio. Su amigo parecía absorto en sus pensamientos. Temeroso del tema de éstos, Darcy no sabía si lo mejor sería guardar silencio o pedirle que le dijera qué estaba pensando. Cuando llegaron a las escaleras, su preocupación por el futuro de su hermana lo obligó a ir directamente al grano.


—Dy...
—Fitz —le dijo Brougham al mismo tiempo—. ¿Cuándo se va a presentar Georgiana en la corte?
Sorprendido por la pregunta, Darcy se detuvo y miró a su amigo con cautela.
—¿Por qué? A comienzos del próximo año, creo.
—¿Y quién la va a apadrinar?
—Mi tía, lady Matlock, va a presentarla. Ella llegará a Londres la próxima semana para encargarse de Georgiana.
—Lady Matlock —Darcy casi podía ver la forma en que giraban los pensamientos en la cabeza de Brougham—. Sí, excelente. De lo más selecto en estilo y elegancia, pero totalmente alejada de los snobs. Muy bien —murmuró.
—Me complace enormemente contar con tu aprobación —dijo Darcy con tono cortante, demasiado irritado para tener precaución.
—Oh, con mucho gusto, Fitz, con mucho gusto —Brougham se adelantó para bajar el resto de los escalones—. Estas cosas requieren cuidadosa atención —al llegar al final, se giró y miró deliberadamente a Darcy a los ojos—. Y yo estaré encantado de prestarte toda la ayuda que necesites.


El pánico que había notado oprimiéndole el pecho durante la última media hora se desvaneció de repente, haciéndole sentir casi débil. Entonces alargó la mano y estrechó la de Dy con fuerza, con tanta fuerza, de hecho, que su amigo enarcó las cejas.


—Encantado de ayudarte, viejo amigo —le aseguró Dy, flexionando los dedos—. Ahora bien, ¿te veré en Drury Lane el jueves por la noche?
—Sí, Georgiana y yo vamos a ir.
—Entonces pasaré por tu palco durante el intermedio. Si no tenéis ningún compromiso, ¿puedo invitaros a cenar después?
—¡Eso sería espléndido! —Darcy sintió que su sensación de alivio crecía— Pero debes saber que la señora Annesley también asistirá, si te parece bien.



—Claro, ¡la dama de compañía de la señorita Darcy! Sí, la buena señora Annesley será bienvenida. Nos ayudará a entretener a mi prima, que también formará parte del grupo. Una anciana encantadora, pero un poco sorda —Witcher y un lacayo aparecieron con las cosas de lord Brougham y le ayudaron a ponérselas, mientras él y Darcy hablaban sobre el próximo torneo de ajedrez—. ¿Vas a competir, Fitz? —preguntó Brougham, poniéndose el sombrero de copa con garbosa elegancia sobre sus rizos rojos.


—No, este año me han pedido que actúe como juez otra vez.


—¡Qué lástima! ¡Me habría gustado verte derrotarlos! —Brougham avanzó hacia la puerta— Oh, a propósito, Fitz —dijo, frunciendo el ceño y bajando tanto la voz que Darcy tuvo que inclinarse para poder oírlo—, tú nunca le dijiste a Georgiana que fui yo quien escondió su muñeca cuando era una niña, ¿cierto?


—No —contestó Darcy, sorprendido al ver la expresión consternada de su amigo—. No lo hice. ¿Por qué?


—¡Bien! ¡Muy bien! ¡No lo hagas! ¡Adiós, Fitz! —Darcy cruzó la puerta a pesar del golpe de aire frío y observó a Dy mientras bajaba corriendo las escaleras.


—¿Cierro la puerta, señor? —preguntó el lacayo.


—Sí... sí. —Intrigado, Darcy dio media vuelta y regresó al calor de Erewile House.






* * * * * *




—Mi querida Georgiana —dijo Caroline Bingley con voz ronca—, le ruego que se deje guiar por mí —hojeó la página de La Belle Assemble sobre la que estaban discutiendo—. Le aseguro que pensará de una forma muy distinta cuando sea presentada en sociedad y vea que todas las jóvenes llevan estos vestidos. ¡Es la moda! Cualquier otra cosa será motivo de comentarios desagradables.


Darcy levantó la vista de los naipes que Hurst acababa de repartirle y miró a la señorita Bingley con los ojos entrecerrados. ¿Caroline Bingley aconsejando a su hermana en la elección de la ropa para su pre-sentación en sociedad? ¡De ninguna manera! Jugó una carta y se recostó contra el respaldo del asiento. Georgiana le dirigió una sonrisita a su anfitriona, pero una cierta tensión en su expresión que sólo un hermano podía detectar hizo que Darcy archivara enseguida las palabras de advertencia que ya estaba preparando. Su mirada volvió a concentrarse en los naipes que tenía en la mano, mientras esperaba que los otros participantes de la mesa terminaran de organizar sus cartas y aceptaran el desafío de su primera jugada. Hacía mucho tiempo que había abandonado la práctica de poner las cartas en orden; eso podía darle demasiada información a un oponente observador y, en su opinión, era una muestra de pereza mental.
—¡Ahí tienes! —Bingley arrojó su respuesta a la carta de Darcy con exasperación—. ¡Y puedes regodearte por tu triunfo! —la advertencia de Hurst de que guardara silencio no disminuyó el desaliento de Bingley por la mano que le había tocado; en lugar de eso, lo animó a mirar con resentimiento a su cuñado, haciendo que Darcy se preguntara qué le pasaría a su amigo. Hurst sacó una carta de su mano y, usándola a manera de pala, empujó el montón de cartas hacia Darcy.
—Interesante apertura, Darcy —refunfuñó, mientras Darcy recogía con sus largos dedos las cartas que había ganado y lanzaba su nueva jugada.
—Para Darcy es toda una ciencia ser interesante en la mesa de juego —se quejó Bingley, lamentándose por las cartas que le habían tocado—. Y, debo decir, que eso deja a todo el mundo en desventaja —suspirando, tomó una carta y la arrojó de manera descuidada encima de la de Darcy.
El caballero enarcó una ceja y miró a su amigo.
—¿Estás de mal humor, Charles? —un triunfante «¡aja!», procedente de Hurst mientras tiraba su carta, impidió que Darcy oyera la respuesta de Bingley, pero, a juzgar por la expresión de su rostro, se cuido mucho de no volver a preguntar. Terminaron la partida en silencio, permitiendo que la conversación de las damas les sirviera de excusa para no hablar entre ellos.
—¿Cuándo sales para visitar a lord Sayre? —la súbita pregunta de Bingley suspendió la conversación del salón e hizo que la señorita Bingley se pusiera de pie.

—El próximo lunes —contestó Darcy, reuniendo sus cartas.

—Señor Darcy —comenzó a decir la señorita Bingley—, esto es bastante repentino, ¿no es así? No sabía que estaba usted a punto de marcharse. —Le lanzó una mirada a su hermano.

—Creo que podremos sobrevivir sin Darcy durante una semana, Caroline, en especial si él pretende ganar siempre a las cartas —contestó Charles. Luego se volvió hacia su amigo y dijo—: Pero es verdad que es un poco repentina esta idea de salir corriendo. Al menos, no me habías hablado hasta ahora de ello.

La señorita Bingley secundó las palabras de su hermano añadiendo:

—¿Cómo va hacer la señorita Darcy para seguir con sus actividades si usted la abandona?

—Mi tía, lady Matlock, acaba de regresar a la ciudad y se encargará de acompañar a Georgiana durante la semana que yo estaré fuera —Darcy puso el montón de cartas sobre la mesa y, tomando el pequeño vaso de oporto que tenía a la derecha, le dio un sorbo y dejó que el dulce sabor del licor inundara su boca antes de continuar—: Mis primos también estarán pendientes de ella y mi amigo lord Brougham ha prometido hacer lo mismo. Nunca dejaría sola a Georgiana sin asegurarme antes de que va a estar bien.

La señorita Bingley palideció al oír el tono tajante de la última afirmación y regresó rápidamente a su revista de modas.

—Muy bien —Bingley tosió y levantó las cartas—. Entonces, ¿continuamos? —Darcy asintió con la cabeza y tomó las cartas que Bingley le acababa de entregar. Su decisión de aceptar la invitación de lord Sayre a pasar varios días en el castillo de Norwycke parecía más bien repentina e insólita, pero a pesar de todo, Darcy sabía que su asistencia era esencial.

Cuando Darcy le indicó a Hinchcliffe que debía enviar un mensaje aceptando la invitación de Sayre, consiguió que su secretario enarcara las cejas al mismo tiempo que fruncía el ceño con desaprobación.

—¿Por qué, qué ha oído usted? —le preguntó a su secretario.

—Sus finanzas son un completo desastre, señor. Probablemente no lo ha pensado, pero lord Sayre debería hacer serias economías en la primavera. Les debe dinero a comerciantes, banqueros y prestamistas por igual. Deudas de honor...

—En otras palabras, un típico noble —lo interrumpió Darcy—. Pero yo no he aceptado su invitación con el fin de convertirme en su banquero, Hinchcliffe. Ni de asociarme con él en ningún negocio —añadió rápidamente, antes de que su secretario pudiera hacer esa objeción—. Usted me ha enseñado muchas cosas a ese respecto. Sólo tengo deseos de divertirme un poco.

—Muy bien, señor —respondió Hinchcliffe, aunque después de conocerlo durante tantos años, Darcy sabía que no lo decía de corazón.

En total contraste con la tensa actitud de desaprobación de su secretario, su ayuda de cámara recibió la decisión de emprender aquel viaje con alborozo.

Fletcher abrió los ojos como platos al oír la noticia y la expectativa del viaje lo convirtió en un auténtico quebradero de cabeza para todos los empleados de Erewile House. En el castillo de Norwycke, aparte de encontrarse entre otros maestros de su arte, Fletcher estaría en su elemento y Darcy admitió con cierta reserva que tendría que permitirle algunas libertades.

—Dentro de ciertos límites, Fletcher —le advirtió—. No me voy a convertir en un petimetre para satisfacer su reputación. ¡Y sin sorpresas!

—¡Por supuesto, señor! —respondió Fletcher, haciendo una reverencia— Nada llamativo en sí mismo, nada ostentoso o vulgar, sólo un mayor grado de elegancia —continuó lacónicamente el ayuda de cámara; luego, después de una pausa, añadió—: ¿Señor Darcy? —cuando el caballero le hizo una seña para indicarle que podía hablar, dijo—: El roquet, señor. ¿Aceptaría usted...?
—¿Su abominable nudo? —renegó Darcy, desviando la mirada y recordando toda la incomodidad que le había causado el reciente triunfo de Fletcher. Después de evaluar con cuidado el daño que una negativa por su parte podría causar al orgullo de su ayuda de cámara y a su posición entre sus colegas, Darcy se volvió hacia Fletcher y le hizo un rápido gesto de asentimiento— ¡Pero que ese sea el final de su invento!
—Sí, señor. ¡Gracias, señor! —farfulló Fletcher, sin apenas poder contener su entusiasmo, y se marchó frotándose las manos.

Cuando le contó a su hermana que tenía previsto hacer aquel viaje, la reacción fue muy distinta. Georgiana ocultó rápidamente la sorpresa y la desilusión que le causó su extraño anuncio durante la cena. Darcy sabía que estaba causando una preocupación a su hermana y rogó al Cielo para que ella no le pidiera explicaciones sobre su repentino abandono, pues no podía darle una respuesta coherente o esperar que ella entendiera las supuestas razones con las cuales había tratado de tranquilizar su propia conciencia. Porque, en realidad, la decisión de aceptar la invitación de lord Sayre había tenido más que ver con un impulso que con la razón.

Darcy conocía a Sayre desde su época de Eton, y aunque más tarde nunca fueron compañeros, de pequeños se habían convertido en buenos amigos durante sus años escolares. Más adelante, en Cambridge, compartieron el mismo dormitorio y la invitación a pasar unos días en el castillo de Norwycke obedecía, precisamente, a una reunión de antiguos compañeros de residencia. Pero lo que había impulsado a Darcy a aceptar la invitación de manera tan repentina no fue la idea de recordar los viejos tiempos. Curiosamente, la desesperada nota de Carolina Bingley había sido el detonante. Días después de que él y Brougham planearan la respuesta para la señorita Bingley, las palabras de la misiva regresaron a su mente en medio de las oscuras horas de la noche y perturbaron su alma. «La señorita Bennet está en la ciudad». Aunque ahora creía que la forma en que estaba redactada la nota indicaba que no era probable que Elizabeth Bennet hubiese acompañado a su hermana, en el momento de leerla, el corazón le había dado un brinco y su cuerpo había sido atravesado por un curioso estremecimiento de placer que lo había dejado sin aire. El poder de esa momentánea suposición lo había asombrado y desconcertado. Sin embargo, ahora, en medio de la tranquila reflexión que favorecía la noche, Darcy se daba cuenta de que la maravillosa embriaguez que había sentido al contemplar la posibilidad de la presencia de Elizabeth en Londres procedía del hecho de haber pensado que así se cumplía la fantasía que había acariciado —no, en realidad, alimentado— desde los días que pasaron juntos en Netherfield.

Darcy se levantó entonces y buscó en el bolsillo de su chaleco el recuerdo que tenía de ella, para examinar sus emociones y deseos con el mismo cuidado con que examinaba los hilos que ella había olvidado entre los versos de El paraíso perdido. Todo lo que tenía que ver con Elizabeth: su sonrisa, el hermoso color y los rizos de su pelo, el contraste de sus cejas oscuras con el terso color crema de su piel, sus ojos... Todo le causaba gran admiración, intensificando sus sentimientos. Pudo recordarla fácilmente la noche del baile: su figura, impactante por la redondez de sus curvas femeninas; los dedos pequeños enfundados en los guantes, que habían reposado con delicadeza en la mano de Darcy. De una cosa estaba seguro: estar en presencia de Elizabeth era conocer la dicha en su expresión más pura, sentirse más vivo que nunca. La prueba de la profundidad de su fantasía era el hecho de que, a pesar de todas sus reservas, Darcy no había sido capaz de dejarla en Hertfordshire, sino que la había traído a su casa, a Pemberley, para que deambulara por los corredores y adornara los salones como una presencia casi tangible, siempre a su lado.

Acarició los hilos con delicadeza entre el pulgar y el índice, mientras pensaba en los otros atractivos de Elizabeth. Porque Darcy había tenido numerosas pruebas de la inteligencia que había visto reflejada en sus enigmáticos ojos, a través de un ingenio que había conquistado el suyo con firmeza y de una manera que lo había conmovido hasta la médula. La audacia con que Elizabeth se había enfrentado a cada uno de sus desafíos y los había rechazado con una agudeza, femenina en el fondo, pero libre de toda coquetería, correspondía exactamente a su idea de lo que debía ser la verdadera relación entre un hombre y una mujer. Además, ella era compasiva con aquellos a quienes amaba. Darcy había sido testigo de ello muchas veces. Aunque odiaba admitirlo, el interés que Elizabeth había mostrado por el canalla de Wickham era evidencia de que ella no albergaba ninguna pretensión, artificio o engaño. Era ella misma, tal como se presentaba ante el mundo, como se presentaba ante él. Como venía a él...

Al darse cuenta de lo que se estaba haciendo a sí mismo, Darcy cerró la mano con fuerza alrededor de los hilos de seda. Elizabeth Bennet no estaba viniendo hacia él. ¿Qué diablos estaba pensando? Se levantó de la silla junto al fuego y comenzó a pasearse de un lado a otro de su habitación. En la situación de Elizabeth nada había cambiado. Su posición social, sus relaciones, la deplorable condición de su familia inmediata, todo eso seguía formando una barrera insuperable a la hora de contemplar una unión. Imaginó la reacción de sus conocidos y amigos: ¿Los Bennet de Hertfordshire? ¿Quiénes son para que el apellido Darcy se degrade de tal forma y sus intereses sufran semejante pérdida? No pienses solamente en los intereses que no vas a adquirir a través de un matrimonio apropiado. ¿Acaso estás dispuesto a perder todo lo que tu familia ha logrado a través de varias generaciones? Aún más, ¿crees que semejante dueña de Pemberley sería bien recibida en sociedad? ¿No crees que, con el tiempo, terminarías arrepintiéndote del círculo tan reducido en el que te obligaría a moverte una esposa como ésa? ¿Y qué pasaría con los hijos de esa desafortunada alianza? ¿Con quién se casarían, con las hijas e hijos de tus arrendatarios?

Darcy se detuvo ante el fuego y observó las llamas sin pestañear. Debía poner fin a aquella locura. La fantasía por la cual se había dejado hechizar debía terminar y él tenía que concentrarse en sus obligaciones. Con seguridad debía haber una mujer de su misma posición social que fuera tan hermosa e inteligente como Elizabeth Bennet, y cuyos encantos hicieran que ella desapareciera de su mente y la desplazaran de su corazón. ¡Era hora de encontrar a esa mujer! El apellido Darcy necesitaba un heredero, Pemberley necesitaba una señora, Georgiana necesitaba una hermana mayor que la guiara, y él necesitaba... Cerró los ojos y sintió un intenso dolor en el fondo de su corazón. Necesitaba cumplir con su deber.

Abrió el puño y miró el recuerdo de Elizabeth, que resplandecía suavemente en la palma de su mano. Luego volvió a concentrar la mirada en el fuego. El sabía que debía condenarlo al olvido y lanzarlo a las llamas. Tendió la mano hacia el fuego y los hilos quedaron colgando de sus dedos. El deber y el deseo luchaban a brazo partido dentro de su pecho. Tenía que prevalecer el deber. ¡Darcy sabía que debía ser así! Pero antes de que los hilos pudiesen resbalar, apretó la mano y se aferró de manera impulsiva a ellos, dándole la espalda al fuego. Los envolvió entre sus dedos, abrió el joyero, los guardó allí convertidos en un apretado ovillo y cerró la tapa. Luego se dirigió pausadamente hasta la mesita junto al fuego, se sirvió un poco de brandy, se lo tomó y dejó que su mente vagara hasta que se percató de la invitación de lord Sayre. Allí comenzaría a concentrarse en prestar atención a sus obligaciones. ¡Era un lugar tan bueno como cualquiera! Se sirvió otro brandy y, levantando el vaso en honor a la desconocida a la cual en aras del deber tomaría como esposa, dio un sorbo y luego arrojó el vaso a las llamas.

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—¡Señor Darcy! —la partida de cartas había terminado; Bingley, Hurst y el resto se habían acercado al refrigerio que acababan de traer los criados, lo cual le dio a la señorita Bingley la oportunidad de susurrarle de manera disimulada—: ¡Voy a visitar a la señorita Bennet el sábado! ¿Qué me aconseja usted, señor?
Darcy se llevó el oporto a los labios y bebió lentamente todo el contenido del vaso. Luego, levantándose, miró a la dama con un aire de superioridad y dijo
—Haga con la señorita Bennet lo que mejor le parezca. No deseo volver a oír ese nombre nunca más.

* * * * * *

Cuando James, el cochero, logró hacer que la desigual reata de caballos que se vieron obligados a alquilar en la última posada se detuviera por fin bajo el pórtico de Norwycke, Darcy ya estaba completamente agotado y comenzaba a arrepentirse de su impetuosa decisión de aceptar la invitación de Sayre para pasar unos días en el castillo. El viaje se había visto plagado de incidentes, entre otros, la rotura del eje posterior del carruaje. Los caminos cubiertos de nieve habían dificultado el trayecto, haciéndolo más largo de lo habitual. Cuando el caballero llegó, ya estaban encendidas las luces del pórtico del antiguo castillo, al igual que las del enorme vestíbulo, donde Darcy esperó a que fueran a avisar a Sayre, que estaba en mitad de la cena.

—¡Darcy, querido amigo! —gritó el anfitrión tan pronto como entró— ¡Qué viaje tan desagradable has debido soportar! ¡Y ésta es tu primera visita a Norwycke! ¡Debes permitirme que te compense por eso!

Darcy le hizo una inclinación a su anfitrión.

—Sayre, soy yo el que debe disculparse por interrumpirte la cena y apartarte de...

—Shhh, shhh, Darcy, no digas más. ¡Dos viejos compañeros no necesitan tratarse con tanta ceremonia! Estoy seguro de que estás hambriento y la mesa está servida. Permite que un criado te muestre tus habitaciones y, por favor, baja cuando estés listo —le aseguró Sayre con una sonrisa, haciéndole señas a uno de los sirvientes.

Seguido por Fletcher, Darcy acompañó al lacayo hasta una habitación grande y lujosamente decorada, que daba a un pequeño jardín cerrado, cubierto ahora de nieve. Más allá del jardín reinaban las sombras de la noche, pero el caballero supuso que el foso que había cruzado al venir se extendería también hacia el este. Apenas tuvieron tiempo de detenerse a observar las comodidades de la habitación, cuando el sonido de los baúles contra el suelo del vestidor reclamó la atención de Fletcher. Rápidamente aparecieron jarras de agua caliente y toallas calientes, testimonio de la discreta eficiencia de su ayuda de cámara, y Darcy sintió renacer en su pecho la esperanza de estar en vías de olvidar la desazón y la inquietud de los últimos días, y poder, al fin, mirarlas con cierta perspectiva.

¡Perspectiva!, repitió Darcy, sentándose para permitir que Fletcher comenzara a quitarle la incipiente barba que había aparecido después de aquella larga jornada de viaje. Buscó con los dedos inconscientemente en el bolsillo de su chaleco, pero no encontró nada. ¿Qué? Ya estaba comenzando a enderezarse, cuando se detuvo, pero no antes de que la navaja de Fletcher le pellizcara la barbilla.

—¡Ay, señor! —gritó el ayuda de cámara con angustia, apretando rápidamente una toalla contra el corte.

—¡Maldición! —exclamó Darcy, salpicando crema de afeitar a todas partes, cuando apartó al ayuda de cámara y tomó él mismo la toalla. Luego miró la mancha rojo brillante sobre la tela. Apretando la toalla una vez más contra su barbilla, suspiró y se desplomó otra vez en la silla— ¡Un final perfecto para semejante día! —durante un momento se limitó a mirar al techo, luego se dirigió a su ayuda de cámara y dijo—: ¿Se puede hacer algo, Fletcher?

El sirviente le dio un golpecito en el corte y le puso un pequeño esparadrapo, mientras estudiaba la herida con consternación.

—No es profunda, señor, y curará rápidamente, pero no puedo decir si podremos sacar el adhesivo antes de que usted baje a cenar.

Darcy hizo una mueca.

—Después de llegar tan tarde, tengo que bajar. Negarme a acompañarlos sería una afrenta para Sayre y el resto de sus invitados —Darcy volvió a adoptar la postura adecuada para el afeitado—. Termine, Fletcher. Si el esparadrapo ha de quedarse donde está como testimonio de mi estupidez, entonces, que así sea.

El ayuda de cámara le lanzó una mirada curiosa. Agarró la taza de la crema de afeitar y la brocha, pero no dijo nada.

La había llamado estupidez, y estupidez era. ¡Por supuesto que los hilos ya no estaban en su bolsillo! Reposaban en el joyero, en donde él los había guardado para tenerlos lejos. ¿Cómo es posible que hubiese permitido que se convirtieran casi en un talismán, en un endemoniado amuleto de la suerte? ¡Dios mío, no permitas que me vuelva más estúpido de lo que soy!

Perspectiva. Darcy organizó sus pensamientos y esta vez se remontó al momento en que había salido de la ciudad el día anterior y la tensión que marcó la despedida de su hermana. Desde el instante en que él había anunciado su repentina decisión de dejarla sola durante una semana para disfrutar de la compañía de gente que apenas conocían, Georgiana se sintió desconcertada. A partir de entonces y hasta el día en que se marchó, Georgiana luchó noblemente con su desilusión y le dedicó sonrisas decididas, lo cual lo hizo sentir todavía más culpable por abandonarla. Tal vez ésa había sido la razón por la cual comenzó a enumerar la lista de planes que su tía tenía para distraerla, y de que mencionara la promesa de Brougham de pasar a visitarla. En ese punto, Georgiana perdió la compostura.

—¿Milord Brougham? —repitió Georgiana— ¿Por qué lord Brougham se comprometería a hacer eso? —lo miró con una expresión que Darcy no logró entender— Hermano, no le habrás pedido que esté pendiente de mí, ¿verdad? ¡Dime que no has hecho semejante cosa!

—No, querida, él se ofreció a hacerlo cuando le conté mis planes de aceptar la invitación de Sayre. Como sabes, él también vivió en la misma residencia y recibió la misma invitación.

En ese momento Georgiana se alejó y dijo en voz baja y contenida:

—Me sorprende que lord Brougham no asista. Ese tipo de reuniones son, según entiendo, bastante afines a su afabilidad natural.

—¡Georgiana! —sorprendido al oír el tono de su hermana, Darcy la reprendió—: Lord Brougham ha sido un buen amigo durante muchos años y, aunque no apruebo la manera en que vive su vida, nadie puede acusarlo de otra cosa que de desperdiciar una valiosa inteligencia. Es indigno de tu parte que lo veas con malos ojos, aún más cuando él ha accedido a proteger tus intereses.

—¿Proteger mis intereses? —repitió Georgiana, con las mejillas encendidas por el tono de regañina de Darcy— No entiendo a qué te refieres.

—Siendo una muchacha de buena familia, no hay razón para que entiendas —le respondió Darcy con tono tajante e irritado, producto más de su propio sentimiento de culpa que de una falta cometida por su hermana. La mirada de dolor que ella le lanzó lo hizo contenerse y reprenderse—: Georgiana, por favor, perdóname, no quise...

—¿El está enterado? —susurró Georgiana, al tiempo que Darcy le tomaba las manos entre las suyas.
—¡No, no me refiero a eso!
—Entonces, ¿a qué? —Georgiana se atrevió a mirarlo, pero Darcy no supo qué responder y sólo miró con tristeza sus manos entrelazadas— Fitzwilliam, debes decirme a qué te refieres. ¿Cómo está protegiendo mis intereses lord Brougham?
—Por razones que, según puedo deducir, tienen que ver con nuestra larga amistad —confesó Darcy con tono vacilante—, él no ha querido exponer tu «entusiasmo» ante la clase alta.
—Mi «entusiasmo» —repitió Georgiana con voz débil, retirando sus manos de las de su hermano—. Ya veo —se levantó del diván y se dirigió al piano—. ¿Y cómo es que lord Brougham conoce mi «entusiasmo»? ¿Acaso lo has discutido con él?
—No, nunca hemos hablado de ello —Darcy también se levantó, pero guardó la distancia que ella parecía querer mantener entre ellos.
—Entonces, ¿cómo...?
—¡Tu libro! ¿No recuerdas el primer día que vino? Yo pensé que lo había olvidado, pero mientras tú tocabas para nosotros, Brougham lo miró con mucha discreción. Su reacción fue bastante reveladora.

Georgiana le dio la espalda y deslizó los dedos por encima de la reluciente madera del piano, en medio de un silencio cargado de temor.
—Entonces, ¿yo te avergüenzo, hermano? —exclamó finalmente— Lo que mi obstinada imprudencia y el engaño de Wickham no pudieron hacer, han conseguido hacerlo mis inclinaciones religiosas. Y lord Brougham conspira contigo para esconderle al mundo mis rarezas.
—No, Georgiana... No, querida, no me avergüenzo —Darcy luchó por encontrar las palabras—. Me siento incómodo, me preocupa adonde pueda conducir esto... Oh, no lo sé —concluyó con tono de frustración, sabiendo que sus palabras no podrían reparar el daño que habían causado. Pero lo intentó de nuevo, imprimiendo a su voz toda la sinceridad que poseía—. Debes creerme cuando te digo que conozco el mundo en el cual nos movemos, y que éste no es nada tolerante con aquellos que se salen de los límites aceptados. Un día, muy pronto, tú tomarás tu lugar en ese mundo, tal como te corresponde. Y yo no estaría cumpliendo la promesa que le hice a mi padre, ni te estaría demostrando mi amor, si no hiciera todo lo posible por asegurarme de que tu deber y tu felicidad coincidan. —Al oír aquellas palabras, Georgiana suspiró profundamente y se estremeció. Darcy sintió que el corazón le dolía al verla, pero se plantó con firmeza, totalmente convencido de la certeza de sus palabras.
—Creo que te entiendo, Fitzwilliam, y debes saber que agradezco tu interés —susurró Georgiana cuando finalmente se volvió hacia él, con los ojos brillantes por las lágrimas. Entonces Darcy se le acercó, la abrazó, y le dio un beso en la frente—. ¡Pero, lord Brougham, hermano! —insistió Georgiana, apoyada con el pecho de su hermano— Es un hombre tan frívolo y su conversación no es más que un cúmulo de elaboradas naderías.
—Así es, y sin embargo, a veces eso sólo es una apariencia —le advirtió Darcy—. Dy es mucho más que lo que la sociedad conoce y he descubierto que, escondidas entre esas «naderías», con frecuencia hay «cosas» valiosas —le acarició la barbilla—. No lo subestimes, querida. Como mínimo, su aprobación te abrirá puertas que tal vez algún día quieras cruzar.

Georgiana no pudo esconder la duda que le causó la última afirmación de Darcy, pero no dijo nada más.

Mientras Fletcher borraba con hábiles y suaves movimientos de brocha y navaja la sombra de barba que había aparecido durante el día, Darcy volvió a pensar en las lágrimas de su hermana. Georgiana lo había acusado de sentirse avergonzado por su causa y esa acusación lo había acechado durante todo el trayecto, lo mismo que las razones que le habían impulsado a emprender ese viaje. Porque, a pesar de lo que le había dicho a la señorita Bingley y de la promesa que se había hecho a sí mismo y que había sellado con brandy, el rostro de Elizabeth Bennet y su voz seguían presentes en sus pensamientos. Darcy se había desprendido del marcador de páginas como un primer paso en el proceso de restablecer el orden de su vida, pero todavía lo buscaba en momentos de distracción, tal como acababa de suceder. Desde la noche en que había decidido buscar esposa, se había consolado con el pensamiento, perfectamente razonable y lógico, de que su incapacidad para alejar de su mente a Elizabeth Bennet sólo se debía a que todavía no había encontrado a la mujer apropiada. Cuando lo hiciera, la otra se desvanecería, o tal vez sería eclipsada por completo. Pero, tal como había expresado Shakespeare a través de las astutas palabras del viejo rey Juan, ése había sido un «tibio consuelo». Para un hombre que siempre se había preciado de su capacidad de autocontrol, esta debilidad de la voluntad, esta falta de control sobre sus propias facultades parecía un tormento enviado directamente desde el infierno.
Para acabar de menoscabar su seguridad, la mirada de preocupación de Georgiana se había sumado ahora a la mirada pensativa de Elizabeth. ¡Claro que tenía razón en su apreciación!

Cuando Fletcher terminó, le pasó una toalla limpia y caliente. Darcy la apretó contra su cara y se quitó lentamente los restos de crema de afeitar, reflexionando sobre una idea. Se levantó de la silla, se quitó el chaleco y la camisa y fue hasta el aguamanil lleno de agua caliente para completar su aseo. ¿Acaso Georgiana era capaz de ver en su corazón con más claridad que él mismo? ¿Tal vez su incomodidad con la devoción de su hermana se debía más a las consecuencias sociales que ésta podía acarrear que a sus propias e inquietantes dudas sobre el hecho de que esa devoción estuviese ingenuamente mal enfocada?

Formó un cuenco con las manos e, inclinándose sobre el aguamanil, se echó agua en la cara y el pecho. El golpe del agua caliente fue estimulante, al igual que la vigorosa aplicación de la toalla que Fletcher le dejó a mano. ¡Había estado pensando demasiado y eso era claramente peligroso! Lo que su mente y su cuerpo necesitaban era acción, actividad, no esas reflexiones interminables, que giraban siempre sobre sí mismas. Había venido a encontrar una buena esposa, o al menos a iniciar seriamente la búsqueda de una, y a divertirse. ¡Así que, a ello!
Fletcher sacó una camisa almidonada de fino algodón y la deslizó por los brazos de Darcy hasta los hombros.
—Señor Darcy —murmuró, mostrándole el traje que había seleccionado para su aprobación.
—Sí —asintió Darcy—. Fletcher, ¿qué hay del corte? —el ayuda de cámara lo miró con cuidado, estiró la mano y le dio un delicado tirón al esparadrapo. Darcy hizo una mueca de dolor.
—Todavía está sangrando un poco, señor. Y no me gustaría verle la corbata manchada de sangre mientras está en compañía de jóvenes damas. Gracias a Dios el corte está en la parte posterior de la barbilla. Creo que el cuello y el nudo ocultarán el esparadrapo totalmente.
—¿El nudo? —le preguntó Darcy al ayuda de cámara— ¿Qué tiene usted en mente para mí esta noche, Fletcher?
—Oh, esta noche será uno más bien sencillo, señor, yo... es decir, usted no querrá comenzar con una gran exhibición para no tener luego nada que mostrar.
—¡Sin duda! —Darcy torció la boca, mientras Fletcher lo ayudaba a ponerse el traje, al tiempo que esbozaba su estrategia.
—Lamento no poder ser más específico, señor, pero acabamos de llegar —se disculpó—. Cuando haya descubierto los planes de su anfitrión para estos días y la identidad de los otros invitados, sabré exactamente cómo proceder.

Darcy decidió que la meticulosidad con que el ayuda de cámara se enfrentaba a sus deberes y el orgullo que sentía por su trabajo merecían un poco de franqueza de su parte.
—Hay un factor que debe usted tener en cuenta, Fletcher.
—¿Sí, señor? —la expresión de Fletcher mostró claramente su convencimiento de que nada importante podía habérsele escapado a su juiciosa atención.
—He decidido que es hora de tomar esposa.
—¿Esposa, señor? ¿De verdad, señor Darcy, esposa? —una peculiar sonrisa cruzó el rostro de Fletcher— Entonces, ¿están aquí, señor?
—¿Quién está aquí? No he tenido el placer de conocer toda la lista de invitados de lord Sayre. ¿A quién se refiere, Fletcher? —preguntó Darcy al oír la extraña respuesta de su ayuda de cámara.
Fletcher lo miró con desconcierto.
—Entonces, ¿por qué estamos aquí, señor?
—¿Por qué? Para buscar una candidata apropiada... ¡Eso es obvio! ¿Dónde más deberíamos estar?
Darcy observó a su ayuda de cámara con asombro. Fletcher abrió la boca para responder, pero luego la cerró antes de que se le escapara más de una sílaba ininteligible. El ayuda de cámara se puso colorado al decir con voz entrecortada:
—¡En ninguna parte, señor! Es decir... aquí, supongo, señor. ¡Perdóneme, señor Darcy! —luego le dio la espalda para rebuscar en un cajón que acababa de arreglar.

Darcy siguió vistiéndose, mirando de reojo los curiosos movimientos de su ayuda de cámara, hasta que sólo le quedó por hacer el nudo de la corbata de lazo.
—¡Fletcher! —se vio obligado a llamar— Estoy listo para usted.
—Sí, señor —el ayuda de cámara se le acercó con un regimiento de corbatas en los brazos, una clara indicación de su perturbación.
—Pensé que sería algo sencillo esta noche —dijo Darcy, señalando la carga de los brazos de Fletcher.
—Perdóneme, señor Darcy, pero de repente me he sentido mal. Esto es sólo una precaución —sacó la primera corbata, la puso alrededor del cuello de su patrón y comenzó a anudarla.
—¡Mal, Fletcher! ¿Se pone usted enfermo cuando más lo necesito? —señaló Darcy con sarcasmo, dudando de que la causa del intrigante comportamiento de su ayuda de cámara fuera realmente una súbita enfermedad— ¿Cómo voy a encontrar una esposa si no estoy bien vestido? ¡Dependo de usted, hombre!

En lugar de una sonrisa, la respuesta de Fletcher al comentario burlón de Darcy fue fruncir el ceño y preguntarle con una ceja enarcada:
—¿Va usted a bailar esta noche, señor?
—No tengo ni idea. Supongo que lo descubriré durante la cena. ¿Por qué? —preguntó Darcy, esperando que Fletcher le contestara con una respuesta igual de ingeniosa a su comentario.
—Si va a haber baile, señor, yo evitaría la giga escocesa, si no, tal vez usted descubra después que la zarabanda se convierte en una ocupación de por vida —Fletcher dio un último tirón a las puntas de la corbata—. Listo, señor, creo que ya está.
—¿De verdad, Fletcher? —el caballero miró al ayuda de cámara— ¿Y de cuál de las obras de Shakespeare ha extraído esa cita? No logro recordarla —Fletcher abrió la puerta hacia el corredor y le hizo una reverencia para despedirlo, pero Darcy agarró la puerta y la mantuvo abierta antes de que su ayuda de cámara alcanzara a retirarse detrás de ella—. ¿De qué obra, Fletcher? —insistió Darcy.
Fletcher movió la barbilla y frunció todavía más el ceño; pero como Darcy no tenía intenciones de moverse hasta obtener uña respuesta, esperó. Finalmente levantó la vista y miró a su patrón. Enderezando los hombros hacia atrás, dijo:

Mucho ruido y pocas nueces, señor Darcy, y ¡ésa es mi opinión sobre el asunto... señor!

Continuará...

17 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Lady Darcy... asi como la mayoría de quienes te siguen llegué a tu sitio revisando y revisando en busca de mas y mas inforación de las novelas de Austen, y así como vos y muchas otras mujeres mi libro favorito es Orgullo y Prejuicio. Cuando supe del libro de la señora Aidan me enloquecí buscando la trilogía, encontré en la red la primera y me topé con una pared con la segunda, hasta que te encontré... mil gracias por ir subiendola, se que es un trabajo grandísimo.

Internarse en la vida, mente y sentimientos de F. Darcy es una de las cosas mas fantásticas que puede ocurrir, creo que la señora Aidan logró una muy buena interpretacion del carácter de Darcy y logra expresar el debate interno de este caballero entre sus razones y sus sentimientos o como ella ha titulado el libro, entre el deber y el deseo.

Otra vez, mil gracias...

RominaC.

Anónimo dijo...

Gracias! Estaba esperando ansiosa un nuevo capítulo!!

Maria dijo...

Hola, he descubierto tu blog en una de mis etapas de "re-lectura" de mis libros de Austen, en las que aprovecho para investigar sobre más libros y actualizarme. Me he leido de un tirón todos los capitulos que tienes colgados de Deber y Deseo, (el primero de la trilogía me lo leí hace 5 días y ya me he comprado el original XD ).
Muchas gracias por los capitulos de esta segunda parte, me está gustando mucho saber más sobre Darcy... ya estoy deseosa de seguir leyendo ;)

María

MariCari dijo...

¡Magnífico! ¡Magnífico! Te has lucido, Querida, me has tenido embelesada hasta el final.... Y me has quedado intrigada... por varios motivos... je, je. Uno por el relato en sí y otro por sus aledaños... sí... sí,...por el ejemplar del Sitio de Badajoz, ¡Pero qué periñana! ja, ja.

Supongo que este libro será el que narra la batalla de La Albuera (un pueblecito muy cerquita de Badajoz, pero no Badajoz) dónde lucharon las tropas inglesas contra las francesas y claro, los españoles en el medio... creo que esa vez estábamos con los ingleses en contra de los franceses y, que las tropas las mandaba un tal "comandante welintong" ... bueno, espero que sea ese el libro... si no, tendré que estudiar algo de historia, je, je... Claro que es cierto que por esta zona hay mucho pelirrojo con pecas... quizás a Welintong le acompañaran escoceses "charoleses", je, je....
Bss y muchas gracias por este regalo... sé que sigues un poquito enfermita... pero por favor... no dejes la historia... continua...
Bss...

luzyoshie dijo...

gracias!!!!!!!!!!1 la he estado buscando en todas partes, cuando sale proximo capitulo!!!! ^^

César dijo...

Hola Lady Darcy, me apena mucho tu ausencia del mundo de los blog. Debo entender que son por motivos de fuerza mayor, pues aún sigo esperando alguna dirección electrónica para poder visualizar tu obra artística (ya debo caerte pesado!)

Por cierto, gracias por tu comentario en mi blog. Espero puedas darte una vuelta pronto.

Hasta pronto, cuídate mucho!

Maria Fuertes dijo...

Por supuesto, ya me he leído esta saga.
Un saludo y gracias por pasar.

princesa jazmin dijo...

Hola querida mía!es una pena que blogger no esté actualizando las entradas, con lo interesante que está la novela!
Gracias, gracias y gracias de nuevo por tomerte el tiempo de ir subiéndola, sos un ángel!
Besos, jazmín.

J.P. Alexander dijo...

Ay nena genial capitulo cada vez me enamoro ma de Darcy te me cuidas mucho Lady espero que estes mejor

Wendy dijo...

Hola My Lady, paso a desearte una Feliz Navidad y te dejo mis mejores deseos para el próximo año, te leo con más calma a la vuelta.
Besos de mazapán

Anónimo dijo...

Muchas gracias!!! realmente muy bueno todo lo que publicas. Espero ansiosa el proximo capitulo!

Anónimo dijo...

Muchas gracias!!! realmente muy bueno todo lo que publicas. Espero ansiosa el proximo capitulo!

Fernando García Pañeda dijo...

Ay, ay, el bueno de Fitz: en lugar de tratar de hacer posible lo imposible, que es lo que debería intentar con la ayuda espiritual de esos hilos trenzados (los fetichistas son así), decide huir hacia adelante.
Realmente no sé cómo pueden tener tanta paciencia las damas con caballeros tan nobles y atractivos, sí, pero tan patosos y tan necesitados de ayuda... como niños.
Ahora bien, algunos tratan de aprender, poco a poco, o mucho a mucho. Tratando de merecer la pena. Tratando de alcanzar la gloria.

Suyo, milady, admirando cada vez más su elegancia y delicadeza. Sin límites. Real y verdaderamente.

J.P. Alexander dijo...

Hola nena pasaba a decirte que te deseo una feliz navidad y te mando un gran beso

Ivana dijo...

por dios !! cuantas cosas que estan pasando georgina es un amor =)
nuestro darcy esta mas q enamorado de lizzy, pero no estoy de acuerdo con que valla a buscar otra señorita, que pueda hacerlo olvidar de su amada.
al final Fletcher no esta de acuerdo con lo que darcy va a hacer no? y creo que su ayuda de camara sospecha que Darcy esta enamorado de Lizy?
que opinas lady Darcy espero tu respuesta.
feliz navidad !!

AKASHA BOWMAN. dijo...

Siempre me deshago en halagos (verdaderos) hacie este tipo de literaturas, y desde que la querida Lady Darcy me brindara la oportunidad de conocer la obra de la señora Aidan no puedo menos que inclinarme a los pies de ambas.

Me fascina saber más acerca de mi caballero austeniano favorito: Darcy, y de la encantadora y elocuente Lizzie.

En este capítulo me ha encantado, como siempre, la expresividad y el detalle que caracteriza siempre la narración. Georgiana mordiéndose el labio inferior, Darcy observándola con el ceño fruncido, temeroso de lo que las nuevas lecturas obren en su cabecita impresionable...

Me ha encantado también la mención a Sense and Sensibility, una grandísima obra, sin duda alguna.

Darcy muestra una gran posesividad y un enorme recelo hacia ese marcador de páginas elaborado con hilos de mil colores, quizás se aferre a él con la convicción de que es lo único que le resta de la señorita Bennet, la certeza de que esa señorita existió y llegó a turbarlo de un modo impresionante.

Jane está en la ciudad... veremos cómo acontecen las cosas ahora (ya las sabemos, pero siempre es agradable conocer el punto de vista de Darcy, este maravilloso caballero).

Mil besos y un gusto siempre pasarse por aquí.

Unknown dijo...

Hola Rocely ! en mi búsqueda por internet me encontré con tu blog y con la segunda parte de esta trilogía de Darcy , que se me había quedado trunca en la primera parte. Ni te cuento mi alegría al leer! de un tirón me devore los 5 cap. que tenés publicados.... y espero ansiosa el próximo. Leí que no estás del todo recuperada así que espero te mejores muy pronto, y que hayas pasado una hermosa Navidad! te mando muuuchos besos y cuidate !
Naty