viernes, 24 de diciembre de 2010

Te veré en un lucero.



Caminando por las calles escuchaba a la gente hablar sobre sus planes en Navidad, algunos ya muy comunes en este mundo convulsionado y consumista, ese "algo" que forma parte del nuevo espíritu navideño: el juguete de moda para el pequeño engreído, el vestido que se pondrán en estas fiestas y si combinará con el mantel...porque todo ha de lucir perfecto! incluso ellos, los más serios están pendientes de lo último en tecnología y sus pretenciones no son ajenas a la de la mayoría de los "niños". Caminando por las calles también escuché decir, cosas como: "ya tengo ganas de que pasen estas fechas", "cuando escucho villancicos me provoca suicidarme", "¡otra vez tener que aguantar a mis suegros!", y... descalificativos ofensivos entre las principales tiendas de la competencia...entonces los veo me siento y pienso, si todo eso, si ese "algo" es parte de la Navidad? (y no voy a lavarme las manos y negar que en Navidades pasadas no he sido víctima del mismo consumismo) un consumismo que nos hace olvidar la esencia de la Navidad: El Nacimiento de Jesús, El Cristo, para redimir al mundo; y la obra de San Nicolás de ayudar a los niños pobres, que fueron el origen de los obsequios que se reciben en la Nochebuena. Estas "fechas" a las que nos referimos en lugar de decir "Navidad", y ese "algo" que no tiene nada que ver con ella, tal vez sea la última oportunidad de sentarse un momento para reflexionar y dejar que nuestra alma se sensibilice, Hoy por ese "algo" que no puede llamarse, Navidad.

En este injusto planeta, existen millones de personas, la mayoría de ellas, humildes, muy humildes que esperan con inmensa ilusión esos días en los cuales le dan una pequeña tregua a su desdichada vida. Porque tienen la posibilidad de echar un trozo de leña mas al fuego, o un pedazo de carne a una sopa fría. Porque vuelve el inmigrante que un día se fué, porque para muchos desafortunados con culpa o sin ella, es el único día que reciben un abrazo, o un beso.
Una noche en que no sólo aquellos, los más desdichados esperan algo, estamos nosotros, personas como ustedes o como yo que añoran los afectos ya olvidados, sólo esperando el reencuentro, una llamada, un mail, una carta, una tarjeta que nos haga confirmar los lazos afectivos con la fuerza del corazón.
Una noche de recuerdo de quienes ya no están, esos padres que se fueron dejándonos todo un mundo de amor para transitar, el consejo y el ejemplo; ese amigo que sabía entendernos y compartía con nosotros nuestro mundo. Seres queridos que pasaron por nuestra vida y que seguramente esta noche nos acompañan desde alguna estrella y esperan una sonrisa elevada al cielo en su nombre.
Pero también una noche que esperamos para compartir, para perdonar, para confirmar lazos afectivos, para llenarnos de esperanzas de un mundo mejor. Una noche para darnos cuenta que todos los seres humanos son un regalo de Dios., y que no debemos juzgarlos sin más.
Porque al sentarme y escuchar y observar a toda esa gente, ví que todas las personas son esos regalos de Dios...algo que, seguramente, pulula hoy por la red, pero que hace mucho y en su momento caló muy hondo dentro de mí y me recuerda lo que un día mi padre me contó, y seguramente su padre lo hizo con él, en una noche como ésta...
...Las personas son regalos que vienen bellamente envueltos y otras veces, sabe Dios cómo.
Algunas personas han sido maltratadas con el envío; y otras llegan flamantes y sin una arruga;
Algunas llegan encerradas como ostras escondidas, otras se puede ver a travez de su envoltura.
A veces esos regalos se abren fácilmente, otras, se necesita la fuerza y la ayuda de alguien.
Tal vez es por que tienen miedo. Porque no quieren abrirse. Quizás hayan sido heridas antes y no quieren ser lastimadas de nuevo.
O puede ser que alguna vez se abrieron, y luego se encerraron para siempre...

Quizá ahora se sienten más como "cosas"como simples "paquetes" que como "seres humanos".
Todos ustedes son un regalo, porque los amigos son el mejor regalo de Dios. Y yo soy sólo una persona más y que quizá también sea un pequeño regalo.
Un regalo de envoltura simple, transparente y sin mayores pretenciones, con un miedo terrible a ver dentro mío y decepcionarme o que se decepcionen. Quizás no confío en lo que llevo dentro o pudiera ser que en realidad, nunca he aceptado el regalo que soy.

Cada encuentro y comunicación entre personas, es un intercambio de regalos.
Mi regalo soy yo y ustedes son el mío.
Una noche que esperamos, para abrir esos regalos.
Una noche que esperamos, sólo para darnos cuenta _absurdamente_ que no necesitamos de una noche, sólo una vez al año., sino que tenemos el resto de ellas para hacerlo.

Y compartiré también con uds algo muy bello que me fué enviado:

Quisiera Armar en estos días
Un árbol dentro de mi corazón
Y colgar en lugar de regalos,
los nombres de todos mis amigos.
Los de cerca, y los de lejos. Los de siempre y los de ahora.
Los que veo cada día, y los que raramente encuentro.
Los de siempre recordados, y los que a veces se me olvidan.
Los constantes y los inconstantes. Los de las horas difíciles, y los de las horas alegres.
A los que sin querer herí, y sin querer me hirieron.
Aquellos a quienes conozco profundamente, y aquellos a quienes conozco apenas por sus
apariencias.

Los que me deben, y a quienes debo mucho.
Mis amigos humildes y mis amigos importantes.
Los nombro a todos y a los que pasaron por mi vida.

Un árbol de raíces profundas para que sus nombres nunca sean arrancados
de mi corazón, y que al florecer el año próximo traiga esperanza, amor y paz.
Y en la Navidad del Señor, nos podamos encontrar para compartir uvas de
esperanza, poniendo un poco de felicidad en aquellos que todo lo han perdido.

Sólo por hoy les propongo, mis buenos amigos, que cuando el estruendo de la pirotecnia, las sirenas de la ciudad, los saludos de Feliz Navidad les avisen que es Noche Buena, miren al cielo…busquen la estrella más grande, un lucero...y allí será nuestro punto de encuentro, una reunión sin Fronteras para unirnos en un solo deseo: Paz y Amor para el mundo entero. Feliz Navidad.

sábado, 11 de diciembre de 2010

DEBER Y DESEO. Capítulo V

Una novela de Pamela Aidan


Un hombre honorable





Cuando las ruedas alcanzaron la carretera que conducía a Londres, el carruaje abandonó su infernal balanceo y adoptó un vaivén más suave, permitiendo que sus dos ocupantes aliviaran el tedio del viaje con los libros que habían metido en sus maletas. Después de pasar media hora absortos cada uno en su propia lectura, Darcy le lanzó una mirada a su hermana. Georgiana se estaba mordiendo el labio inferior y el gesto de su frente parecía confirmar el aire de profunda concentración en las palabras que tenía ante ella. Darcy atenuó su suspiro y volvió a concentrarse en su lectura, pero ésta ya no pudo absorberlo tanto como antes. De manera distraída, tomó los delicados hilos del marcador de páginas que reposaba sobre su rodilla y se los enredó entre los dedos, mientras pasaba revista a la forma en que se habían desarrollado las fiestas, ya terminadas.



De acuerdo con sus deseos, la tradición navideña Pemberley se había llevado a cabo con una majestuosidad que colmó las expectativas de sus vecinos. La víspera del día de Navidad, los salones abiertos al público se prepararon para recibir la visita de todos los que quisieran ver la mansión engalanada con el esplendor de las celebraciones navideñas. Los visitan¬tes fueron guiados en grupos por los criados de la casa, que mostraban el aspecto y la decoración de cada salón con el orgullo de un propietario. Al final del recorrido, a cada grupo se le ofrecía sidra caliente y algunos dulces. En el exterior había juegos y puestos de castañas asadas, trineos y una pista de patinaje sobre el lago congelado; todo esto acompañado de grupos itinerantes de músicos o cantantes. Más tarde se contrataron todos los carruajes y transportes posibles para llevar a la gente desde Pemberley hasta la celebración religiosa en la iglesia de St. Lawrence para luego traerlos de vuelta al baile de los criados y los arrendatarios, que se realizó en el granero más grande de la propiedad. Allí la generosidad de Pemberley siguió manifestándose en una gran fiesta, con bebidas y música, que duró hasta medianoche. Todos los niños regresaron a su casa con una manzana agridulce, un puñado de nueces y un par de calcetines de lana gruesa, mientras que sus padres se llevaban a los labios la brillante media corona que habían recibido, en señal de agradecimiento con el Creador por haberlos destinado a Pemberley.


La diversión dentro de la mansión fue sólo un poco más moderada que la del exterior, pues, con la ayuda de su tía, Darcy ofreció un pequeño baile y una cena para la burguesía local. Él mismo abrió el baile con lady Matlock primero y luego con Georgiana. Pero haciendo gala de sus obligaciones como anfitrión, cambió luego el centro de la pista de baile por la periferia y la tarea de reencontrarse con los vecinos y sus preocupaciones. Como Wellesley se encontraba en sus cuarteles de invierno, las revueltas de los tejedores contra la industria textil de la región y el poco éxito que habían tenido los que habían sido enviados a controlarlos parecían ser la principal preocupación de la mayor parte de los caballeros presentes. También se escucharon duras críticas, muy similares a las que Darcy había oído en su club de Londres, contra cierto joven miembro de la nobleza de Escocia, por su apoyo a los radicales y el impresionante efecto que ejercía sobre las damas.


La paz entre los primos Fitzwilliam duró toda la estancia, y sólo se vio perturbada ocasionalmente por los audaces comentarios sarcásticos que se lanzaban el uno al otro. Sin embargo, el hecho de tener que contener los ataques mutuos pareció animarlos a hacer un esfuerzo conjunto para molestarlo a él, pensó Darcy con un poco de resentimiento. El conde de Matlock y lady Matlock habían sido unos huéspedes encantadores. Además, la insistencia de su tía en ayudarle con Georgiana en la ciudad había sido un interesante ofrecimiento, y Darcy había descubierto un renovado respeto por ellos, que se centraba en su manera de ser y no en la relación que tenían con él.


Todo había salido bien, muy bien, considerando los temores con los que había llegado a la mansión. Darcy volvió a mirar a Georgiana mientras jugueteaba con los hilos y entrecerró los ojos con disgusto. ¡Tal vez las diversiones de la ciudad la despegaran de ese condenado librito! Darcy nunca se había imaginado que se encontraría en la situación de querer que su hermana se limitara a leer novelas, en lugar de dedicarse a cumplir con el requisito de que los miembros del sexo débil cultivaran su mente mediante amplias lecturas.


Georgiana abrió todos los regalos de Darcy con dulces exclamaciones de gratitud y el placer con que los recibió coincidió con el gusto que él sintió al dárselos. Lo que más apreció fueron los libros y la música, porque ella era una Darcy, a pesar de todo lo que había cambiado. Su hermana acogió la nueva novela de Maria Edgeworth con gratitud y su tía sonrió al verla. D'Arcy resopló con incredulidad al ver Los jefes o caudillos escoceses, pues no creía que su joven prima pudiera concentrase en un libro tan voluminoso y se ofreció a contarle una sinopsis. Al oír eso, Richard le aconsejó no aceptar ese ofrecimiento, pues dudaba que «su hermano hubiese podido mantener la atención en una sola cosa durante tanto tiempo». El regalo de su tía, la nueva novela de un autor desconocido, apenas salió de su envoltorio cuando su tía lo tomó para hojearlo y luego le rogó a Georgiana que se lo prestara cuando lo terminara.


—Es sobre una viuda y sus tres hijas, que quedan desamparadas en el mundo y a cargo de un hijastro malvado y su odiosa mujer, querida. Estoy casi segura de que está basado en una historia real. ¿No recuerdas el escándalo, milord?


—No, no lo recuerdo, querida —respondió el conde de Matlock, mientras examinaba el título del lomo—, pero espero que la «sensatez» sea elogiada y la «sensibilidad» condenada, querida.


Entonces se encendió un animado debate entre los Fitzwilliam, acerca de los méritos del sentido en oposición a la sensibilidad a la hora de abrirse camino en el mundo. Y mientras estaban distraídos en eso, Georgiana abrió su último regalo. Darcy se sorprendió al verlo, pues no recordaba haber comprado nada más. Cuando el papel cayó al suelo, lo recordó: era el libro que había usado como excusa para zafarse de la fascinación de «Poodle» Byng por el nudo de Fletcher.


—Georgiana —comenzó a decir Darcy—, perdóname, pero eso no se suponía que...


—¡Fitzwilliam! ¡Ay, cuánto te lo agradezco! —exclamó Georgiana con voz suave, acercándose para darle un beso en la mejilla, con el libro abrazado contra su pecho—. Es exactamente lo que deseaba.


—¿En serio? —respondió Darcy— Eso es asombroso, pues lo compré por error, sin saber qué era —al oír eso, Georgiana lo miró de una manera extraña y giró el libro para que él viera el título—. Una Visión Práctica del Sistema Religioso Predominante —comenzó a leer y luego la miró con escepticismo—. El título no me parece muy recomendable, Georgiana. No estoy seguro de que sea una lectura totalmente apropiada para alguien de tu edad.


—Por favor, Fitzwilliam —suplicó ella—, sé que tengo que aceptar tus recomendaciones, pero te ruego que me permitas quedarme con este libro. Su autor es uno de los miembros más respetados del Parlamento. Así que no creo que sea totalmente inapropiado, ¿o sí?


Al oír eso, Darcy supo que ella había ganado, si no por el argumento sí por la manera como se plegó a su voluntad en el asunto. Así que accedió. Desde entonces, el libro se había convertido en el compañero permanente de su hermana.


Tras volver a organizar los hilos una vez más sobre su rodilla, Darcy volvió a tomar su libro. Las diversiones y las actividades interesantes de Londres eran una gran distracción y comenzarían a reclamar la atención de Georgiana casi de inmediato. Darcy se aseguraría de ello.


—Señor Darcy, le ruego que me perdone, señor. —Witcher interceptó a su patrón en el vestíbulo, varios días después de su regreso a Londres.


—Sí, ¿qué ocurre, Witcher? —preguntó el caballero, después de deshacerse del bastón y el sombrero y quitarse los guantes para empezar a desabrocharse su abrigo. Aunque ya estaba bien entrada la tarde, los vientos de enero habían mantenido el día frío, tan frío que Darcy estaba considerando seriamente la posibilidad de cancelar la cita que Georgiana tenía para posar en casa de Lawrence. Hasta ahora sólo habían intentado unos pocos bocetos preliminares, y aunque Lawrence era de un carácter más serio que lo que se esperaba de un artista, Darcy sabía que no le iba a gustar un aplazamiento.


—Ha llegado una nota, señor, y el mensajero trae órdenes de esperar una respuesta sin importar la hora —Witcher le hizo señas al lacayo para que recogiera el abrigo del patrón y tomara el resto de sus pertenencias—. La he colocado bajo el secante sobre su escritorio, en la biblioteca.


Alertado por las palabras de su mayordomo, Darcy asintió con la cabeza.


—Gracias, Witcher. Por favor, mándeme un poco de té fuerte e informe a la señorita Darcy de que ya he vuelto y que me reuniré con ella en media hora.


—Muy bien, señor. ¿Envío a un lacayo para que recoja la respuesta?


—No —Darcy se quedó callado un momento. No sabía quién podía ser el remitente de la misiva. Así que, cuantas menos manos intervinieran en el asunto, mejor—. No —repitió—, por favor, venga usted mismo. Terminaré con ese asunto antes de subir a reunirme con la señorita Darcy.


—Sí, señor Darcy. —Witcher hizo una inclinación, mientras Darcy comenzaba a subir hacia el calor y la comodidad de la biblioteca de Erewile House. Ya llevaban una semana en la ciudad y, tal como esperaba, una vez que la aldaba fue instalada en su puesto de honor sobre la puerta, se vieron inundados de invitaciones. Aunque Georgiana todavía no había sido presentada oficialmente en sociedad, había suficientes actividades adaptadas para jovencitas en esa condición como para mantenerla ocupada desde el desayuno hasta el amanecer. Darcy la animaba a asistir a las que lograban sobrevivir a su juicioso examen y añadió, además, las sesiones con Lawrence para posar para el retrato, una visita a Madame LaCoure para elegir los adornos que complementarían las telas que él había comprado y, por la noche, visitas al teatro.


Después de cerrar la puerta a su espalda, Darcy avanzó hacia el enorme escritorio tallado y, haciendo a un lado el secante, tomó la nota que era tan importante para el remitente que el mensajero todavía estaba sentado en su cocina esperando la respuesta. La llevó hasta la chimenea, donde la giró, mientras se dejaba acariciar por el calor del fuego después de su viaje de regreso del club. El papel no tenía ninguna marca y el sello no revelaba nada sobre la identidad de su autor. Darcy se encogió de hombros, se sentó en una de las sillas de cuero junto al fuego, rompió el sello y leyó:


Ha ocurrido algo terrible que, me temo, ¡puede arruinar completamente nuestros planes! En este momento de absoluta desesperación, recurro nuevamente a usted, que con tanta pericia disipó el peligro en el pasado, para que acuda una vez más en ayuda de su amigo. En resumen, ¡la señorita Bennet está en la ciudad! Ha enviado una nota a la calle Aldford. ¿Qué debemos hacer, señor? B. no sabe nada todavía. Mi hermana y yo esperamos sus instrucciones.


Todo se hará como usted diga.


Darcy sintió que una oleada de rabia le subía por el pecho. ¡Qué asunto tan inoportuno! Con una impetuosidad poco característica, se puso de pie, arrugó la nota y la arrojó a las llamas. ¿Acaso aquella enojosa situación nunca iba a tener fin? La molestia que le causaban las repetidas solicitudes de ayuda de la señorita Bingley fue seguida de cerca por un sentimiento de rabia que se extendió rápidamente a Bingley y su incapacidad para comportarse con la necesaria sensatez. Ésa había sido la causa de que estuvieran metidos en aquel enredo. El hecho de ver el apellido Bennet en la nota hizo que Darcy comenzara a preguntarse si la dama habría venido acompañada de su hermana, y entonces una desagradable sensación de inquietud embargó su corazón, dejándolo en un peligroso estado de turbación.


Se dirigió a grandes zancadas hasta su escritorio, sacó bruscamente una hoja y buscó afanosamente una pluma. Tras encontrar lo que necesitaba, se inclinó hacia delante y destapó el tintero. Pero, de repente, con la pluma en la mano e inclinado sobre el tintero, se detuvo. ¿Qué demonios iba a aconsejarle a la señorita Bingley? Miró de manera estúpida la pluma y el papel y se desplomó en el asiento. La relación entre los Bingley y la señorita Bennet tenía que acabar y de una manera tan definitiva que no dejara lugar a dudas para ninguna de las dos partes. Era la única manera de resolver el asunto de una vez por todas. Mordiéndose el labio inferior, Darcy trató de buscar la mejor manera de enfrentarse al asunto. Mientras pensaba e intentaba hilvanar algunas ideas, fue interrumpido por un golpe en la puerta.


—Sí, entre —ordenó con voz seca.


—¿Qué? ¿Otra vez te he pillado entre tus libros? Esto sencillamente no funciona, Fitz, y yo soy el indicado para ponerle fin.


—¡Dy! —Darcy levantó la cabeza al mismo tiempo que su amigo lord Dyfed Brougham entraba en la biblioteca, con un monóculo colgando de la mano— ¿Qué le has hecho a Witcher, sinvergüenza? —rugió, entusiasmado, al verlo.


—¿Qué le he hecho a Witcher? Nada, viejo amigo, a menos que sea un crimen haberle dado una moneda para que me dejara anunciarme por mí mismo y, ojalá, tener la posibilidad de atraparte en algo raro. A propósito, ¿te atrapé en algo? —Dy lo miró con una sonrisa de curiosidad.


—¡No, nada! —Darcy tomó la hoja para volver a ponerla en su lugar, pero al ver la expresión de sospecha en la cara de su amigo, se detuvo y, haciéndole caso a un súbito ataque de inspiración, se corrigió—: En realidad, sí me has pillado en medio de algo. Me han pedido consejo en un asunto que está precisamente dentro tu especialidad.


—¿De veras? ¿Mi especialidad, dices? Y, por favor, ¿qué campo del saber es ese? —Brougham se sentó en una silla cercana.


—Un asunto un poco delicado. Recuerdas a Bingley, ¿verdad?


Brougham asintió con la cabeza.


—Según recuerdo, tú estabas tratando de convencerlo de pastar en otros prados en relación con cierta jovencita. ¿Has tenido suerte?


—Suerte o razón, no sé cuál de las dos, pero el hecho es que Bingley había desistido antes de que yo partiera hacia Pemberley —Darcy se puso a jugar con la pluma entre losados y frunció el ceño—. Pero creo que no exagero si digo que todavía siente una cierta debilidad por la dama en cuestión. Si vuelven a encontrarse pronto... —Darcy dejó inconclusa la frase mientras imaginaba ese encuentro.


—¡Pero no hay muchas posibilidades de que eso ocurra! La dama reside en Hertfordshire, ¿no es así?


—Acaba de llegar a la ciudad y desea visitar a las hermanas de Bingley. Y ahora ellas están aterradas y no saben cómo proceder —Darcy fijó sus penetrantes ojos en su amigo—. ¿Qué sugieres, Dy?


* * * * * *


Darcy le hizo los últimos toques a la nota para la señorita Bingley y luego buscó cera en su escritorio para sellar la hoja doblada que contenía las instrucciones que había elaborado junto a Brougham. Mientras lo hacía, su amigo deambuló por la biblioteca, fijando su atención en un libro o en una revista en particular y llevándose ocasionalmente el monóculo al ojo para examinar con detenimiento lo que había encontrado.


—No tienes nada interesante aquí, Fitz.


Darcy levantó la vista de su tarea con sorpresa.


—Entonces no debes haber descubierto mi ejemplar del Sitio de Badajoz. Puedo prestártelo, si quieres. Está ahí, en la estantería de la derecha. Hatchard me lo envió tan pronto como fue publicado.


—¿Dónde? Ah, sí —Brougham volvió a levantar el monóculo para examinar el lomo del libro—. ¿Ya lo has leído?


—Sí, cuando estaba en Hertfordshire.


—Mmm —respondió su amigo, que seguía husmeando en la estantería—. Pensé que estabas tan ocupado alejando al joven Bingley de las adorables hermanas Bennet que no te había quedado mucho tiempo para leer. Vaya, ¿qué es esto? —Darcy se levantó alarmado, al ver que Brougham tenía en la mano un volumen totalmente distinto de aquel sobre el que estaban hablando y que de su mano colgaba una pequeña trenza de brillantes hilos.


—¡Nada! —Darcy estiró la mano para agarrar los hilos, pero Brougham los quitó enseguida de su alcance, con una ceja levantada y una alegre expresión de burla.


—Eso no es cierto. Con seguridad es algo, mi querido amigo, o si no...


—Un marcador de páginas. ¡Es un marcador de páginas! —insistió Darcy, agarrándolo del brazo. Brougham soltó una carcajada y le entregó los hilos, ofreciéndole también el libro en el que estaban guardados. Pero Darcy rechazó el libro, se enrolló rápidamente los hilos en un dedo y los guardó en el bolsillo de su chaleco, al tiempo que volvía a su escritorio—. Entonces, ¿quieres que te preste Badajoz? —preguntó, con la esperanza de distraer la atención de su amigo.


—No, ya lo he leído —Brougham agitó el volumen que tenía todavía en la mano, antes de volver a ponerlo en la estantería—. Fuentes de Oñoro también, a pesar de ser tan insignificante —añadió bostezando—. Aunque yo no tenía el incentivo de un marcador como ése para sentirme atraído hacia sus páginas.


—¿No crees que sean relatos fieles? —Darcy miró a su amigo con curiosidad.


—¡Fitz! —Brougham giró el rostro hacia él con una expresión de auténtica desilusión— ¡No es posible que te dejes engañar tan fácilmente!


—¿Por qué? ¿Qué sabes tú? —preguntó Darcy con vivo interés.


—¡Oh, nada! —contestó rápidamente Brougham, que pareció perder interés, al tiempo que la expresión de desilusión era reemplazada por una de burla—. Nada que no revele una cuidadosa lectura de la prosa absolutamente horripilante del libro. ¡El tipo no es más que un adulador! No debe de haber visto más que algunas escaramuzas, ¡y apuesto que ni eso! Probablemente obtuvo parte de la historia de los pobres diablos que sobrevivieron después de estar en el frente de batalla y se inventó el resto.


Un golpe en la puerta los interrumpió antes de que Darcy pudiese hacer alguna réplica a los interesantes comentarios de Brougham. Al abrirse, apareció Witcher.


—Señor Darcy. ¿Su carta?


—Sí, Witcher, aquí está —el caballero la tomó del escritorio y la puso sobre la palma del viejo mayordomo—. Désela al mensajero y que se vaya, y esperemos que esto sea el final de este asunto. ¿Está listo el té?


—Sí, señor, está preparado. ¿Desea tomarlo aquí?


Darcy miró a Brougham.


—¿Te gustaría ver a Georgiana, Dy?


—Será un gran placer —contestó su amigo de manera formal, pero al bajar la voz añadió—: Hace mucho tiempo.


—¡Bien! Witcher, que lleven el té al salón. Nosotros subimos ahora. —Al mismo tiempo que Witcher se marchaba para organizado todo, los dos salieron al corredor; pero Darcy disminuyó la marcha cuando el hombre se perdió de vista—. La vas a encontrar muy cambiada, Dy —comenzó a decir.


—Eso me imagino —interrumpió Brougham—. ¡Han pasado casi siete años!


—¡Siete! —exclamó Darcy—. ¿Tanto tiempo?


—¡Desde la universidad! La última vez que la vi fue en esta casa, durante la recepción que ofreció tu padre con motivo de tu graduación. Él y Georgiana bajaron durante unos minutos. Creo que la salud del señor Darcy le impidió quedarse más tiempo.


—Sí. —Darcy asintió con la cabeza y frunció el entrecejo al recordar—. Fue la última vez que apareció en público. Yo no me enteré de su enfermedad hasta después de eso. No permitía que nadie hablara de ello, ni siquiera conmigo —a grandes zancadas alcanzaron finalmente las puertas del salón—. Georgiana —llamó Darcy antes de que el criado que les abrió la puerta pudiera anunciarlos—, un viejo amigo ha venido a verte. ¿Puedes adivinar de quién se trata?


Darcy y Brougham se encontraron a Georgiana profundamente concentrada en una lección, porque al levantar la cabeza de los libros que ella y la señora Annesley tenían desplegados ante ellas, su expresión fue la de alguien que trata de reordenar sus pensamientos para atender un tema muy distinto de aquel en el que estaba absorto. Sonriendo por la intromisión de su hermano, Georgiana se levantó y le hizo una reverencia a su acompañante, pero Darcy no vio en sus ojos ningún indicio de que lo hubiese reconocido.


—Vamos, señorita Darcy, ¡no me diga que no me reconoce! —Brougham le hizo una elegante inclinación y, al levantarse, le dedicó su famosa sonrisa encantadora.


—¿Mi... milord Brougham? —Georgiana volvió a inclinarse, confundida— Por favor, perdóneme, no le he reconocido.


—¡De inmediato! ¿Quién puede negarse a algo que pida la encantadora señorita Darcy? Pero me temo que acabamos de interrumpir una de sus clases. ¿Acaso su hermano la mantiene siempre entre libros como le sucede a él mismo? —Brougham pasó su monóculo por encima de los libros abiertos sobre la mesita baja—. ¡Debe usted echar de menos un poco de distracción!


—¡Oh, no, milord! La señora Annesley y yo... disfrutamos... disfrutamos b-bastante de nuestras ac-actividades —tartamudeó Georgiana.


—Por favor no me trate usted de «milord», señorita Darcy —dijo Brougham con un suspiro—. ¡Eso me aburre mortalmente! Puede llamarme Brougham, como hace su hermano —se llevó el monóculo al ojo y la examinó desde la punta de los zapatos hasta los rizos que rodeaban su rostro—. Pero, Dios mío, ha crecido usted mucho, querida niña.



Georgiana se sonrojó, desconcertada por el curioso personaje que tenía ante ella, cuya cuidadosa apariencia y peculiares modales no se parecían en nada al joven serio que recordaba de la infancia. Dando un paso atrás, señaló a su dama de compañía.


—¿Me permite presentarle a mi dama de compañía, la señora Annesley? Señora Annesley, lord Brougham, conde de Westmarch.


Brougham hizo una reverencia.


—Encantado, señora. Perdóneme por interrumpir su clase, ¿o se trataba más bien de una conversación privada?


—Milord —La señora Annesley le hizo una reverencia—. Ninguna de las dos, señor. Más bien un estudio conjunto, pero que se puede dejar para otro momento sin problema.


—¡Un estudio! —los ojos de Brougham brillaron con interés— Esperaba que la señorita Darcy fuese una alumna aventajada. Después de todo, su hermano y yo competimos hombro con hombro en la universidad. ¡Pero usted me deja pasmado, señora! —se acercó a la mesa—. ¿Qué está usted estudiando, señorita Darcy?


Preocupado por la posibilidad de que Georgiana quedara expuesta al terrible sarcasmo de su amigo si descubría el tema de estudio de su hermana, Darcy intervino.


—-¿Y desde cuándo te interesa tanto la educación femenina, Dy? —preguntó, mientras la señora Annesley, al ver su gesto, recogía rápidamente los libros y los colocaba en un montón.


—¿Qué no daría un hombre por comprender la mente femenina, Fitz? —contestó Brougham, irguiéndose en una pose declamatoria a la vez que las damas recogían los volúmenes— Es uno de los misterios originales de la creación, destinado, sin duda, a recordarnos a los hombres que, dentro de nuestra armadura de lógica y pasión marcial, todavía estamos incompletos sin la hembra de nuestra raza. ¿No es así, señorita Darcy?


Ocupada en ayudar a la señora Annesley a recoger los objetos de su estudio, Georgiana se sobresaltó de repente al oír que Brougham se dirigía a ella. En medio de su sorpresa, los libros que tenía en los brazos comenzaron a resbalar y el más pequeño se escapó de sus manos, aterrizando sobre el pie de Brougham.


—¡Milord! —gritó Georgiana, uniéndose al involuntario aullido de dolor de Brougham, y enseguida se inclinó para recoger el travieso volumen.


—No es nada —dijo Brougham jadeando y mordiéndose el labio. Luego hizo un gesto con la mano para evitar que Georgiana se agachara a recoger el libro—. Por favor, permítame. Como recompensa por el golpe que acabo de recibir, exijo conocer el objeto de su estudio, aunque su hermano me saque a rastras. Mientras Brougham se agachaba para recoger el libro, Witcher llegó con el té y en medio de la actividad que siguió, a Darcy le pareció que el libro había sido olvidado. La conversación giró hacia las últimas noticias y rumores que corrían en los más selectos salones y clubes de la ciudad, un tema que Brougham conocía detalladamente y que, con gusto, accedió a compartir con sus anfitriones. Darcy sabía que el domino de Dy en aquellos asuntos era indiscutible, pero cuando su invitado les contó que la señora Siddons estaba a punto de anunciar su retiro de los escenarios, Darcy intervino.


—Lleva años amenazando con retirarse, Dy —señaló Darcy con tono de burla—. ¿Por qué crees que es cierto esta vez?


—Porque lo oí de sus propios labios, Fitz, y ya vi el cartel que anuncia su última representación —contestó Brougham con un sentimiento de superioridad. Luego se volvió a Georgiana—. También he oído que usted, señorita Darcy, canta y toca maravillosamente. ¿Sería usted tan amable de honrarnos con un poco de música?


Darcy se levantó al ver que una sombra de reticencia nerviosa cruzaba por el rostro de su hermana y se colocó a su lado. Tomando su mano entre las suyas, le dijo:


—La pieza que has estado practicando con tanta dedicación... eso será perfecto. Y no tienes que cantar, si prefieres no hacerlo.


—Renunciaré a la canción, señorita Darcy, sólo si usted accede a tocar —insistió Brougham con suavidad, y sus ojos sonrientes trataron de transmitirle seguridad.


Tras inclinar la cabeza en señal de aceptación, Georgiana tomó la mano de Darcy y permitió que la acompañara al piano. Mientras ella organizaba sus partituras, él volvió a su puesto y miró a Brougham con una sonrisa de agradecimiento antes de sentarse. Georgiana nunca antes había tocado para nadie que no fuera de la familia. Y ya era hora de que lo hiciera, pensó Darcy. Su hermana colocó los dedos sobre las teclas. Sería presentada en sociedad dentro de un año y debía vencer su timidez, o sería ensombrecida por otras jovencitas con menos talento que ella. ¿Quién sino Dy habría tenido la temeridad y el tacto para convencerla de que tocara? En el transcurso de una hora, Brougham ya había dado dos muestras de su amistad. Darcy lo miró. La expresión de satisfacción que invadía el rostro de su amigo era todo lo que podía haber deseado para Georgiana. Aunque Brougham tenía la reputación de ser una persona frívola y banal, sus conocimientos en materia musical eran muy reconocidos y si él decía algo sobre las habilidades de Georgiana, sus palabras se extenderían rápidamente por los salones de la alta sociedad.


Volvió a mirar a su hermana. La tensión que había percibido en ella parecía haberse disipado a medida que sus dedos acariciaban las teclas y de pronto se le ocurrió que la pieza elegida no sonaba tan bien cuando practicaba en Pemberley. Tal vez debería comprar un nuevo instrumento. Al notar cierto movimiento con el rabillo del ojo, Darcy volvió a mirar a su amigo. Brougham tenía los ojos casi totalmente cerrados, reducidos a una fina ranura en su rostro, y levantaba lentamente algo que tenía al lado. Un frío estremecimiento de temor lo sacudió al ver que Dy giraba sigilosamente el libro que tenía en la mano para ver el título. Darcy sabía lo que su amigo iba a leer. Se trataba de aquel volumen que él había comprado de manera tan imprudente en Hatchard's y que se había convertido en el compañero inseparable de su hermana. Si Brougham lo reconocía, la catalogaría como una pobre «entusiasta», y a menos que Darcy pudiera influenciarlo, así quedaría clasificada Georgiana ante toda la sociedad, antes incluso de que tuviera oportunidad de hacer su primera reverencia.


Miró a su amigo con inquietud, conteniendo el aliento mientras esperaba ver una risita de desprecio o un resoplido de molesta desaprobación. Bajo la observación de Darcy, Dy se acercó el libro al chaleco y, después de mirar a su alrededor, examinó el lomo con atención. Durante un instante, el semblante de Brougham palideció. Frunció el ceño y volvió a mirar, como si no creyera lo que acababa de leer. Luego, sacudiendo ligeramente la cabeza, volvió a deslizar el libro hacia su escondite y miró a Georgiana con una curiosa intensidad, cuyo significado Darcy no pudo descifrar.


Su hermana llegó al final de su interpretación y las notas todavía resonaban con dulzura en el salón, cuando se levantó e hizo una inclinación mientras recibía el aplauso de su pequeña audiencia. Antes de que Darcy se pudiera poner de pie, Brougham ya estaba al lado de Georgiana, ofreciéndole su compañía para acompañarla hasta su sitio. Darcy la vio tomar el brazo de Dy con un poco de vacilación, sin levantar los ojos para mirarlo, y clavar más bien la mirada en él, en un gesto mudo que suplicaba su ayuda.


—¡Fitz, tú has estado escondiendo un tesoro! —Brougham avanzó con ella a través del salón y la ayudó gentilmente a tomar asiento— Señorita Darcy —le hizo una reverencia antes de soltarle la mano—. Permítame decirle que es usted una jovencita sorprendente —después de incorporarse, se volvió hacia Darcy y dijo—: Viejo amigo, debo rogarte que me perdones. Esta noche tengo que ir a Holland House y mi ayuda de cámara me ha advertido que debo ponerme en sus manos más temprano de lo habitual. En consecuencia, he de marcharme. Señorita Darcy, señora Annesley —les hizo una reverencia, mientras Darcy se levantaba y lo acompañaba a la puerta.


Los dos hombres recorrieron el pasillo en medio de lo que a Darcy le pareció un inquietante silencio. Su amigo parecía absorto en sus pensamientos. Temeroso del tema de éstos, Darcy no sabía si lo mejor sería guardar silencio o pedirle que le dijera qué estaba pensando. Cuando llegaron a las escaleras, su preocupación por el futuro de su hermana lo obligó a ir directamente al grano.


—Dy...
—Fitz —le dijo Brougham al mismo tiempo—. ¿Cuándo se va a presentar Georgiana en la corte?
Sorprendido por la pregunta, Darcy se detuvo y miró a su amigo con cautela.
—¿Por qué? A comienzos del próximo año, creo.
—¿Y quién la va a apadrinar?
—Mi tía, lady Matlock, va a presentarla. Ella llegará a Londres la próxima semana para encargarse de Georgiana.
—Lady Matlock —Darcy casi podía ver la forma en que giraban los pensamientos en la cabeza de Brougham—. Sí, excelente. De lo más selecto en estilo y elegancia, pero totalmente alejada de los snobs. Muy bien —murmuró.
—Me complace enormemente contar con tu aprobación —dijo Darcy con tono cortante, demasiado irritado para tener precaución.
—Oh, con mucho gusto, Fitz, con mucho gusto —Brougham se adelantó para bajar el resto de los escalones—. Estas cosas requieren cuidadosa atención —al llegar al final, se giró y miró deliberadamente a Darcy a los ojos—. Y yo estaré encantado de prestarte toda la ayuda que necesites.


El pánico que había notado oprimiéndole el pecho durante la última media hora se desvaneció de repente, haciéndole sentir casi débil. Entonces alargó la mano y estrechó la de Dy con fuerza, con tanta fuerza, de hecho, que su amigo enarcó las cejas.


—Encantado de ayudarte, viejo amigo —le aseguró Dy, flexionando los dedos—. Ahora bien, ¿te veré en Drury Lane el jueves por la noche?
—Sí, Georgiana y yo vamos a ir.
—Entonces pasaré por tu palco durante el intermedio. Si no tenéis ningún compromiso, ¿puedo invitaros a cenar después?
—¡Eso sería espléndido! —Darcy sintió que su sensación de alivio crecía— Pero debes saber que la señora Annesley también asistirá, si te parece bien.



—Claro, ¡la dama de compañía de la señorita Darcy! Sí, la buena señora Annesley será bienvenida. Nos ayudará a entretener a mi prima, que también formará parte del grupo. Una anciana encantadora, pero un poco sorda —Witcher y un lacayo aparecieron con las cosas de lord Brougham y le ayudaron a ponérselas, mientras él y Darcy hablaban sobre el próximo torneo de ajedrez—. ¿Vas a competir, Fitz? —preguntó Brougham, poniéndose el sombrero de copa con garbosa elegancia sobre sus rizos rojos.


—No, este año me han pedido que actúe como juez otra vez.


—¡Qué lástima! ¡Me habría gustado verte derrotarlos! —Brougham avanzó hacia la puerta— Oh, a propósito, Fitz —dijo, frunciendo el ceño y bajando tanto la voz que Darcy tuvo que inclinarse para poder oírlo—, tú nunca le dijiste a Georgiana que fui yo quien escondió su muñeca cuando era una niña, ¿cierto?


—No —contestó Darcy, sorprendido al ver la expresión consternada de su amigo—. No lo hice. ¿Por qué?


—¡Bien! ¡Muy bien! ¡No lo hagas! ¡Adiós, Fitz! —Darcy cruzó la puerta a pesar del golpe de aire frío y observó a Dy mientras bajaba corriendo las escaleras.


—¿Cierro la puerta, señor? —preguntó el lacayo.


—Sí... sí. —Intrigado, Darcy dio media vuelta y regresó al calor de Erewile House.






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