miércoles, 24 de noviembre de 2010

DEBER Y DESEO. Capítulo IV

Una novela de Pamela Aidan

La naturaleza de la Clemencia



Darcy dio otro golpe a las riendas, haciendo que los dos caballos que tiraban del trineo empezaran a correr. Como resultado, una lluvia de copos de nieve diminutos cayó sobre ellos, mientras surcaban los campos. Miró de reojo a su hermana, pero ella todavía miraba fijamente hacia delante, y su delicada barbilla seguía recordando la de una estatua de mármol. Volvió a concentrarse en los caballos, adoptando la misma expresión que Georgiana.
¡Habían discutido! ¡Darcy apenas podía creerlo! A. pesar de lo mucho que lo intentaba, no podía recordar ni una sola vez en el pasado en que hubiesen llegado a ese punto. Su hermana siempre había recurrido a él en busca de consejo y se había dejado guiar por sus deseos, pero hoy... El hecho de que hubiesen discutido era un poco menos molesto que el motivo de la discusión, y el hecho de que estuvieran en el trineo en ese preciso momento mostraba cuál de las dos voluntades había prevalecido. Volvió a mirar a Georgiana.
No parecía estar disfrutando de su victoria. A decir verdad, esa humedad que se veía en sus ojos se debía probablemente a la decepción que Darcy le había causado y no al golpe de aire frío, como ella había dicho. ¡Era culpa de esa mujer, la señora Annesley! Darcy torció la boca con rabia mientras le echaba la culpa a la dama ausente. ¿Quién más podía haber influenciado a Georgiana para que adoptara ese comportamiento tan extraño, y la había animado a caer en ese exceso de sentimentalismo? No había sido precisamente el vicario de St. Lawrence, pensó Darcy. Él conocía al reverendo Goodman desde hacía por lo menos diez años y nunca lo había oído decir una palabra sobre aquella cuestión desde el pulpito. Soltó una bocanada de aire contenido. Estar fuera, en medio de ese frío, haciendo «visitas de caridad», cuando en casa los esperaba una chimenea que chisporroteaba con alegría no era lo que él había pensado cuando se propuso corregir su comportamiento. Los problemas que Fletcher le había comunicado por la mañana habían debido ponerlo sobre aviso de lo que le esperaba aquel día.


Georgiana se había reunido con él en el desayuno muy sonriente, y tras rechazar la silla que la esperaba al otro extremo de la mesa, se había sentado a su derecha, para tomarse su taza de chocolate con una tostada. Luego le había preguntado si había dormido bien.


—Muy bien, gracias —le había, asegurado Darcy con una mirada que pretendía disuadirla de hacerle más preguntas, pero ella se había limitado a sonreír, antes de darle un sorbo a su chocolate.


Después de decidir que no encontraría mejor momento que aquél, Darcy dejó su taza sobre la mesa.


—Georgiana, he sido muy negligente contigo desde que llegué a casa. —Negó con la cabeza cuando ella trató de protestar—. No, es cierto, preciosa. Al no estar aquí durante la cosecha, tenía retrasados terriblemente todos los asuntos de negocios, pero eso ya se acabó. Estoy decidido a corregir mi conducta y por eso me pongo a tu disposición. ¿Qué te gustaría hacer? —Darcy se rió al ver la cara de sorpresa de su hermana, pero se puso serio cuando vio que sus rasgos adoptaban una expresión suspicaz—. Te aseguro que voy a mantener mi palabra. Lo que quieras hacer. Puedes elegir lo que quieras.
Se recostó contra el respaldo de la silla con una sonrisa que pretendía animar a su hermana, mientras esperaba su respuesta.


—No es que no te crea, hermano —se apresuró a decir Georgiana—. Es sólo que... bueno, hoy es domingo.
—Sí —contestó Darcy, mientras volvía a agarrar su taza—, pero la nieve hace que el viaje hasta Lambton sea difícil. Creo que hoy tendremos que dejar de asistir a los servicios.
—Estoy segura de que tienes razón, Fitzwilliam. —Fijó la mirada en su plato unos instantes, antes de añadir—: Hay algo que me gustaría hacer... algo que he estado haciendo y me preguntaba cómo iba a continuar con esta nieve. Pero ya que tú estás aquí, puedes conducir el trineo.
—¡Conducir el trineo! —Darcy la miró con incredulidad—. ¿Quieres salir a pasear con esta nieve?
—No precisamente a pasear. —Georgiana levantó el rostro y lo observó durante un segundo, antes de desviar la mirada—. ¿Recuerdas que te escribí que había comenzado a visitar a nuestros arrendatarios ya las familias de nuestros trabajadores, tal como hacía mamá?
—Sí, recuerdo que lo hiciste —replicó Darcy—. Pero, Georgiana, nuestra madre nunca los «visitó» realmente. Era un asunto más formal, que se realizaba cada tres meses en las casas de los arrendatarios más importantes. —Miró a su hermana con desaprobación—. No te estarás refiriendo a que realmente vas a su casa, ¿o sí?
Georgiana vaciló un poco al oír el tono de Darcy, pero respondió:
—Todos los domingos por la tarde. He dividido la propiedad, ¿sabes? Y los visito regularmente en el domingo que les corresponde. Bueno, no a todos, sino a los más pobres y en especial a los que tienen niños pequeños...
—¡Georgiana! —vociferó Darcy, aterrado—. ¡Por Dios! ¿En qué estás pensando? —Echó hacia atrás la silla y se levantó prácticamente de un salto, mientras su hermana se ponía pálida al ver su reacción. Darcy se pasó una mano por el pelo y la miró con incredulidad—No se espera en absoluto que tú te expongas de ese modo o te portes con tanta familiaridad... ¡Un Darcy de Pemberley! ¡Suspenderás esas «visitas» de inmediato!
—Pero, Fitzwilliam...
—¿Y qué hay del riesgo de contraer una enfermedad ? —la interrumpió Darcy, mientras comenzaba a pasearse delante de ella—. Aunque me enorgullezco del buen estado de salud de la gente que vive en Pemberley, las enfermedades contagiosas no son raras entre las clases más bajas... incluso aquí. —El hecho de pensar en esa posibilidad lo hizo estremecerse, pero luego una nueva idea de apoderó de él—. Tú no puedes haber concebido esto sola. ¿Quién te ayudó en esta locura? Quiero...


—¡Hermano! —El tono de Georgiana sonaba tranquilo pero firme—. Por favor, escúchame. —La intensidad de su súplica hizo que Darcy se detuviera—. Por favor —repitió ella, señalándole la silla—. Ya es bastante desagradable haberte causado este disgusto, y más aún si estás ahí de pie, recriminándome. —Las palabras de Georgiana le hicieron recordar la manera en que Bingley lo molestaba por su «gesto autoritario» y sirvieron para que contuviera su temperamento, pero no lo apaciguaron. Se inclinó con frialdad para indicar que accedía a su solicitud y volvió a tomar asiento.
—Fitzwilliam, no puedo seguir llevando una vida tan inútil y banal —comenzó a decir con voz suave—. Mi música, mis libros, todo eso a lo que me dedicaba eran cosas buenas y cumplían un propósito, pero son demasiado débiles para constituir una razón de vida.
Darcy se movió en el asiento con actitud defensiva.
—Has recibido la mejor educación que puede tener una mujer de tu posición social. ¿Cómo puedes decir que es demasiado débil? ¿Qué sabes tú de la vida, siendo tan joven, para decidir eso? —preguntó Darcy.
—Yo me conozco, hermano, y sé lo que estuve a punto de hacer, a pesar de mi educación y de las ventajas de mi posición social. —Darcy frunció el ceño al oír la franqueza de su hermana y rápidamente desvió la mirada—. Después de Ramsgate —siguió diciendo Georgiana—, todas mis ilusiones se vinieron abajo y vi mi vida tal como era, una existencia lánguida y vacía, en medio de hermosos juguetes. Nada en ella me había preparado contra los engaños de Wickham.
—Si hubieses tenido una vigilancia apropiada... Si yo no hubiese sido tan descuidado...
—Fitzwilliam —insistió Georgiana—, lo que le ayudó fue mi frágil corazón, que llenó con palabras de amor los lugares en que él sólo había hecho insinuaciones. ¿Acaso no lo ves? —Se inclinó hacia delante, con los ojos fijos en Darcy—. Yo tenía que reconocerlo, tenía que entender las razones de lo que sucedió y rogar que lo que había descubierto se convirtiera en una ventaja, gracias a la acción de la providencia. —Se levantó del asiento para arrodillarse frente a él.
—¡Georgiana! —Alarmado al verla de rodillas, Darcy la tomó de las manos y la habría levantado, si la forma en que ella lo miraba no lo hubiese disuadido de hacerlo.
—Hermano querido, aunque tú hubieses estado allí, aunque se tratara de Wíckham o de cualquier otro, el verdadero peligro para mí no provenía de algo externo sino de mí misma. Y la posibilidad de hacer este descubrimiento, el alivio que trajo a mi corazón son razones suficientes para darle gracias a Dios por lo sucedido. —Georgiana se detuvo y levantó los ojos para mirar a Darcy a la cara, buscando su comprensión, pero él no pudo dársela. Sin embargo, sintió la cercanía necesaria para expresar sus frustraciones.
—¿Entonces ésa es la razón para estas «visitas» y esa absurda carta a Hinchcliffe? ¿Crees que debes expiar la existencia de esa debilidad interior con un exceso de buenas acciones?
—¿Le dijiste que no entregara el dinero? —preguntó Georgiana, al tiempo que retiraba sus manos de las de Darcy.
—Mi querida niña, ¿la Sociedad para devolver jovencitas del campo a sus familias? —Darcy no pudo evitar que su voz dejara traslucir un tono de disgusto, así que se levantó y se sirvió un poco más de café—. ¿Dónde oíste hablar sobre esas mujeres? —continuó diciendo por encima del hombro—. Es totalmente impropio que una muchacha de tu edad haya oído ni siquiera mencionar esa sociedad, y mucho más que pretenda apoyarla, ¡y con una suma de cien libras al año! Las veinte libras ya han sido una demostración de generosidad más que suficiente y eso, en mi opinión, debe ser toda tu caridad en ese sentido. —Darcy miró a su hermana mientras levantaba la cuchara para revolver la leche, pero enseguida la dejó sobre el plato. Al rostro de Georgiana había vuelto aquella expresión que ni él ni su primo fueron capaces de remediar.
—Querida, ¿qué sucede? —Mientras Darcy se reprendía por su falta de tacto y consideración, se acercó a ella y estiró los brazos para abrazarla. Pero Georgiana se apartó y lo miró fijamente.
—¿Una muchacha de mi edad, hermano? La Sociedad rescata a muchachas de mi edad y más jóvenes, Fitzwilliam.
—Sí, eso es cierto, Georgiana —contestó Darcy con cuidado, mientras fruncía el ceño debido a la preocupación—, pero eso no debe perturbarte. Hay otras causas muy valiosas que tú...
—Quiero apoyar ésta en particular. —Georgiana levantó la barbilla, aunque la voz le tembló ligeramente—. Porque yo... Porque yo podría haberme convertido en una de esas muchachas.
—¡Nunca! —La indignación de Darcy ante semejante idea sobrepasó todos los límites—. ¡Te refieras a lo que te refieras con esas palabras!
Georgiana negó con la cabeza..
—¡Yo creí a Wickham, Fitzwilliam! Yo le creí, de la misma forma que esas pobres muchachas creen a los que las seducen hasta degradarlas. ¿Qué habría pasado si tú no llegas a Ramsgate? ¿Me habría fugado con él? —Darcy miró a su hermana sin poder articular palabra—. He examinado mi corazón, hermano, y confieso que, a pesar de tus amorosos cuidados, a pesar de lo que significa ser una Darcy de Pemberley, yo me habría ido con él. Así de embrutecida estaba, así de engañada.
—Georgiana se calló un instante para tomar aire. '
—Yo te habría buscado, Georgiana —Darcy se inclinó sobre ella, con la voz entrecortada por la emoción—, y te habría encontrado. Wickham quería que os encontrara a los dos para...
—Sí, para poder cobrar una recompensa por mi honor.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Darcy con ansiedad.
—Cuando Wickham accedió a renunciar a mí con tanta facilidad, hice algunas averiguaciones. —Mientras Georgiana recuperaba la compostura para explicarse, Darcy sintió que el corazón se le paralizaba en el pecho—. El pastor que se supone iba a casarnos era un actor de teatro. Yo me habría entregado a él creyendo que era su esposa, y luego tú te habrías visto obligado a pagarle para que fuera mi marido.


Una oleada de rabia ciega sacudió a Darcy hasta la médula. Dando media vuelta, se dirigió a la ventana, pero el extraordinario paisaje que se podía apreciar desde allí no le sirvió para calmar sus tormentosas emociones.
—¿Lo ves, Fitzwilliam? ¡Mi situación podría haber sido distinta a la de las muchachas que quiero ayudar en algunos aspectos, pero yo te tenía a ti y ellas no tienen a nadie! ¡Déjame hacer lo único que está en mi mano! —Georgiana se acercó a él, apoyando una mano sobre la manga de su chaqueta y siguió diciendo con voz suave—: Y te equivocas acerca de mis razones, querido hermano: No tengo que expiar nada y la alegría que me produce ese hecho es precisamente lo que me impulsa a hacer estas cosas y a complacer así a la providencia.


La dulzura de las palabras de Georgiana se apoderó de Darcy, pero aun así no podía aceptarlas.
—¿Cuándo deseas hacer tus «visitas»? —preguntó Darcy, con la voz quebrada por el esfuerzo de contener la ira para no asustar a su hermana.
—Esta tarde, si te parece bien, Fitzwilliam. —La sonrisa de Georgiana, tan parecida a la de su madre, se desvaneció al oír las palabras de Darcy.
—No me parece bien —contestó de manera brusca—, pero, de ahora en adelante, yo, y solamente yo, soy el único que deberá acompañarte en esas excursiones, si es que hay más. ¿Y te atendrás a mis decisiones con respecto a tu seguridad?
—Sí, hermano —respondió Georgiana en voz baja.
—Muy bien. A la una en punto, entonces. —Darcy le hizo una fría inclinación y salió del comedor, sin pensar adonde se dirigía. Sus agresivos pasos le hicieron saber a todo el mundo que el patrón no estaba de buen humor, así que los corredores iban quedando libres a su paso. Después de unos pocos minutos, el sonido de las pisadas de unas patas sobre el suelo de roble llegó hasta sus oídos. Darcy miró hacia el fondo y vio a Trafalgar corriendo hacia él.
—Bueno, monstruo, ¿a qué debo el placer? ¿Has enfurecido de nuevo al cocinero o engañaste a Joseph? ¿O se trata de alguna otra diablura, de cuyas consecuencias quieres escapar buscando mi protección? —Trafalgar gimió brevemente y luego hundió el hocico contra la mano de su amo hasta que lo metió debajo—. Ah, quieres que te acaricien, ¿es eso? Bueno, vamos, entonces.
Sus pasos los llevaron hasta el estudio y ambos entraron. Darcy se desplomó en el sofá y después dé un fugaz momento de vacilación, Trafalgar se acomodó a su lado, colocando su enorme cabeza sobre las piernas de su amo. Con la mirada perdida, el caballero se quedó mirando hacia el frente, mientras un torrente de sentimientos invadía su pecho. ¿Qué debía hacer? ¿Sobre qué catástrofe?., preguntó su voz interior de manera sarcástica.
—Oh, Dios, ¡qué desastre! —Suspiró profundamente. Trafalgar volvió a meter el hocico entre su mano, pero esta vez le dio una lametada—. ¡No, no te he olvidado, viejo amigo! —Comenzó a acariciar la cabeza del perro y los hombros. El animal suspiró de felicidad, acercándose aún más a su amo—. Si todos mis problemas se pudieran resolver tan fácilmente. —Miró los ojos del perro, transfigurados por el éxtasis—. ¿Qué dices de dar un paseo en el trineo para visitar a los chuchos de la vecindad? —El sabueso alzó la cabeza y miró a Darcy con desconcierto, antes de bostezar y volver a bajar la cabeza—. Yo pienso lo mismo, pero si yo tengo que ir, tú tienes que acompañarme


Aparte del nuevo régimen de «caridad dominical» de Georgiana, al cual se había sometido contra su voluntad, Darcy encontró que los días antes de Navidad evocaban la alegría tradicional de la época y sus agradables costumbres. Todos los criados, desde el artesano más refinado hasta el mozo más humilde de las caballerizas, parecían realizar su trabajo con una alegría de ánimo y una sonrisa que atestiguaba la gran expectativa que despertaba el gran día. La noticia de que Pemberley volvería a recuperar las tradiciones del pasado después de guardar cinco años de luto por la muerte del último amo se había extendido más allá de los límites de la propiedad, llegando a los vecinos y al pueblo de Lambton, e incluso hasta las proximidades de Derby. Así que se había convertido en algo habitual que Darcy levantara la vista de su libro o de los papeles que estaba leyendo para ver a un alegre Reynolds que venía a anunciar la llegada de otro vecino que esperaba ser recibido en el salón o de otro grupo de personas que querían deleitarse con la decoración de los salones de Pemberley que estaban abiertos al público.


Aunque seguían estando en silencioso desacuerdo en lo relativo al tema de sus visitas y sus actos de caridad, Darcy no pudo evitar caer rendido ante la felicidad de su hermana mientras participaba en los preparativos para las fiestas. Pasaban los días en afectuosa armonía, preparándose para la visita de sus parientes. Por las noches, cuando Darcy unía su voz a la de Georgiana en una canción, o la acompañaba con su violín, la cálida atmósfera del salón de música se llenaba con las melodías de sus dúos, rebosantes de alegría.


Darcy podría haber dicho que se sentía feliz, si no fuera por una cierta inquietud que ensombrecía sus días y acechaba sus noches. Le resultaba difícil caminar por los engalanados salones de su casa, perfumados con pino y canela, sin que lo asaltaran los recuerdos de navidades anteriores, cuando sus padres todavía vivían. La sombra de sus padres lo asaltaba en los momentos más inesperados, obligándolo a aguzar la vista, y cuando se desvanecía, Darcy sacudía la cabeza mientras se reprendía a sí mismo. Georgiana no parecía tan afectada por los recuerdos, pues siendo más joven, Darcy suponía que estos no debían ser tan intensos como los suyos. Pero aquellas evocaciones del pasado no eran la única causa de su pesadumbre. Una permanente inquietud, una sensación de estar incompleto lo invadía a cada momento.


Con el paso de los días todo estuvo dispuesto para las festividades. La víspera de la llegada de sus tíos, Georgiana estaba practicando tranquilamente al piano la parte que le correspondía del dúo que iban a interpretar, pero Darcy deambulaba por el salón de música, sin poder sumergirse en la calma de las actividades que solía desarrollar mientras esperaba a que su hermana terminara. Finalmente la muchacha dejó de tocar.
—Hermano, ¿te pasa algo? —La voz de Georgiana lo hizo detenerse.
—No, sólo estoy un poco nervioso, supongo —dijo suspirando—. Por el viaje de nuestro tío. —Darcy se volvió hacia Georgiana y tomó su violín—. ¿Estás lista para que toquemos juntos? —¿Nervioso, Fitzwilliam? —Georgiana frunció un poco el ceño—. Si eso es cierto, entonces has estado «nervioso» desde que regresaste. —Darcy acomodó el instrumento contra su barbilla y deslizó el arco sobre las cuerdas para comprobar la afinación.
—Estoy seguro de que son imaginaciones tuyas. —Darcy descartó enseguida la preocupación de su hermana—. En todo caso, ya pasará. —Tomó su posición detrás de ella, junto al piano—. ¿Empezamos desde el principio?
—¿De verdad? —contestó Georgiana, poniendo las manos sobre el regazo y girándose hacia él—. Me gustaría que empezaras desde el principio y me dijeras la verdad. Fitzwilliam, ¿qué es lo que te tiene tan distraído?
—Te ruego que me creas cuando te digo que son imaginaciones tuyas, Georgiana. —Darcy no quería mirarla a los ojos, así que mantuvo la mirada fija en la partitura que estaba detrás de ella. ¿Cómo podía decirle algo que ni siquiera él mismo sabía?
—Yo creo que te sientes solo y echas de menos a alguien —insistió Georgiana con voz suave.—¡Solo! —exclamó Darcy, al tiempo que apartaba el violín de su barbilla.
—Y creo que ese «alguien» es la señorita Elizabeth Bennet —concluyó Georgiana con seguridad.
Un largo silencio se extendió entre ellos. Darcy observó a su hermana, tratando de contrastar la teoría de Georgiana con sus propias emociones. La muchacha le dio unas palmaditas en el brazo y luego se levantó del taburete y se dirigió hasta una mesa, de donde tomó un libro del que colgaba un arco iris de hilos de bordar. Tras abrir cuidadosamente el libro, agarró el entramado de hilos que reposaba entre las páginas y se lo mostró, extendido sobre la palma de su mano.
Este es un marcador de páginas poco usual para un caballero, Fitzwilliam. —Una sonrisa traviesa cubrió su rostro—. A menos que también sea un recuerdo especial, el preciado recuerdo de una dama especial. —Georgiana avanzó hasta donde estaba Darcy, tomó su mano y le puso el entramado de hilos sobre la palma—. Tú observas el aire, estudias una habitación o miras los jardines cubiertos de nieve, y es como si yo no estuviera aquí. O mejor, como si alguien más estuviera aquí. En esos momentos, por tu rostro cruzan las expresiones más interesantes: a veces es la tristeza, a veces, la inflexibilidad, y en otras ocasiones tus ojos reflejan una soledad tan grande que no puedo soportar mirarte.


Darcy bajó la mirada hacia la trenza de hilos brillantes que reposaba en la palma de su mano; luego, endureciendo el corazón, cerró los dedos sobre ella.
—Tal vez tengas razón, Georgiana, pero debes unirte a mí y rogar para que no sea así, porque la dama en cuestión y su familia están tan claramente por debajo de la nuestra que una alianza sería impensable. Convertirla en mi esposa, y madre del heredero de Pemberley, sería degradar el apellido Darcy, cuyo honor he jurado mantener en todos los aspectos. —Al contemplar la imagen que conjuraron sus palabras, sintió que la voz se le quebraba en la garganta.
—¡Oh, Fitzwilliam, eso no puede ser cierto! —protestó Georgiana, apretándole el brazo—. La señorita Bennet no puede ser de una cuna tan baja que los dos debáis negaros la felicidad.
—Los dos no —replicó Darcy con amargura—. La dama no me mira con muy buenos ojos, y si ella descubre que... —Darcy se contuvo—. No tiene muchas razones para cambiar de opinión —concluyó—. Pero no pienses en mí como una figura trágica, mi niña. Ese papel no me queda bien. —Darcy se inclinó y besó la frente de Georgiana.
—Pero los hilos, con seguridad significan algo —exclamó Georgiana.
—¡Se los robé, querida! —Darcy guardó la trenza en el bolsillo de su chaleco—. Los olvidó en Netherfield y yo me apropié de ellos —confesó—. Ya ves, se trata de una situación más patética que trágica. O, más bien, cómica; no sé cuál de ellas. Debo preguntarle a Fletcher —dijo entre dientes—. El sabrá decírmelo.


Georgiana levantó los ojos para mirarlo a la cara, todavía con una expresión de preocupación.
—¿ La amas ?
—Realmente no lo sé —dijo Darcy en voz baja e hizo una pausa—. No tengo mucha experiencia con ese tipo de sentimientos en concreto. —Condujo a su hermana hasta el diván—. Conozco el amor en diferentes aspectos: amor por la familia, por la casa, por el honor. Pero ese vínculo entre un hombre y una mujer... —Darcy guardó silencio—. Lo he visto en su expresión más sublime en nuestros padres y, ocasionalmente, en otros matrimonios; pero eso parece una excepción. Los hombres y las mujeres se profesan amor eterno todo el tiempo, sólo para desmentirlo un mes después. ¿Era realmente amor? ¡Sospecho que no! Enamoramiento, más bien, un impulso hacia la pasión motivado por un bonito rostro o unas palabras cautivadoras.
—Entonces —dijo Georgiana alargando la palabra—, ¿catalogas a la señorita Bennet sólo como un bonito rostro que te incitó...
—No, querida. —Darcy se movió con incomodidad y se ruborizó al pensar en el significado de lo que su hermana estaba a punto de sugerir—. No es eso lo que estoy tratando de decir y seguir discutiendo sobre el asunto sería una falta de delicadeza. —Miró a la muchacha, y al notar su insatisfacción por la manera en que él se había apresurado a responder a su pregunta, continuó—: Al menos yo no pienso en ella en términos de «sólo» ésto o aquello, como tú sugieres. —Le devolvió a su hermana la sonrisa de triunfo—. Admiro su inteligencia, su gracia y también su compasión. Me gusta la manera como me mira a los ojos y me dice exactamente lo que está pensando o lo que quiere que yo crea que está pensando. A veces es difícil distinguir.
—Y la echas de menos, eso ya lo sé. Sin embargo, ¿no estás preparado para llamarlo amor? —insistió Georgiana.
—No me atrevo y no lo haré —contestó él de manera tajante— ¿Con qué propósito? —preguntó al ver el gesto de desacuerdo de su hermana—. ¡Ya te expliqué todas las razones por las cuales, tanto para Elizabeth como para mí, esa declaración sería inútil!
—Pero —insistió Georgiana— ¿estarías dispuesto, ante Dios, de serle fiel sólo a ella?


Darcy abrió los ojos al oír aquella pregunta tan directa, pero rápidamente la imagen de su rostro fue reemplazada por imágenes de su propia creación, que él había tratado de dejar a un lado, aunque no había conseguido alejar. ¿Dispuesto? Darcy se llevó la mano al bolsillo del chaleco y sacó los sedosos hilos anudados. Jugando con ellos entre los dedos, los contó: tres verdes, dos amarillos, uno azul, uno rosado y uno lavanda, unidos por un bonito y gracioso nudo.
Si sus hermosos ojos se dignaran a mirarlo de verdad, de la manera en que él se imaginaba... Darcy casi se abandona a aquel pensamiento, pero, de repente, la imagen que tenía ante él se convirtió en otra muy distinta, devolviéndolo enseguida a la realidad.
—¡Bingley! —gruñó, sorprendiendo a su hermana.
—¿El señor Bingley? —repitió Georgiana, y el sonido de su voz trajo a Darcy de nuevo a lo que le rodeaba—. ¿Acaso el señor Bingley también ama a Elizabeth?
—No, no —replicó Darcy de manera tajante—. Pero sí juega un importante papel en este asunto, el cual no puedo divulgar —dijo y luego, anticipándose a la reacción de su hermana, continuó—: Y no, Elizabeth tampoco cree estar enamorada de él. Me temo que tendrás que contentarte con eso, querida, y yo tendré que encontrar la felicidad en otro lugar, independientemente de mis inclinaciones. —Volvió a guardarse los hilos en el bolsillo y se levantó del diván—. Ahora, ¿practicamos el dueto? —Le ofreció la mano a su hermana y ésta la tomó, agradecida. Tras acompañarla hasta el piano, Darcy le acercó el taburete y volvió a tomar su violín.
—Fitzwilliam, ¿te molestaría que yo incluyera ésto en mis oraciones? —La tierna preocupación de Georgiana lo conmovió profundamente, y aunque no podía entender el giro que había dado la vida de aquella muchacha, no era inmune al amor con el que ella la expresaba.


—No, preciosa, no me molesta en absoluto. —Se inclinó y la besó en la mejilla—. Los hombres estamos notoriamente mal preparados para dirigir los asuntos del corazón. —Se incorporó y volvió a ponerse el violín bajo la barbilla, antes de añadir—: Pero sería una negligencia de mi parte no recordarte que no vivimos en la era de los milagros y que eso es lo único que podría resolver este asunto.


************


—Richard, ¡qué alegría verte! —Darcy estrechó la mano de su primo y lo invitó a entrar en el vestíbulo de Pemberley, lejos de la ventisca—. ¿El viaje ha sido horrible? ¿Cómo está mi tía?
—Lo suficientemente bien, Fitzwilliam, como para contestar por sí misma —fue la respuesta que se oyó desde atrás del voluminoso abrigo del coronel—. Sí, ha sido horrible, como suelen ser siempre los viajes en esta época del año. —La cara flemática de lady Matlock apareció finalmente detrás del hombro de su hijo—. Pero eso no significa que lamentemos haber venido. Pasar la Navidad en Pemberley es algo por lo que vale la pena enfrentarse a cualquier desafío que nos presente el tiempo. —Darcy dio un paso hacia ella, se inclinó ante su mano y luego estampó un beso de saludo sobre la mejilla de su tía—. Vaya, querido —le dijo ella con afecto—, es maravilloso volver a verte. Tu tío y yo llevamos años sin verte. —Lady Matlock tiró de las cintas de su sombrero y lo depositó con elegancia sobre los brazos de uno de los numerosos criados que se apresuraban a descargar los carruajes que habían transportado a la familia del conde y sus sirvientes.


—Estuve en el campo —contestó Darcy—, visitando la propiedad que ha adquirido un amigo recientemente, señora.
—Y la cacería fue buena —le dijo su tía, mientras se quitaba los guantes—. Sí, sí, he oído esa historia varias veces.
—Así es. —Darcy sonrió como respuesta y dio media vuelta para saludar a su tío—. Bienvenido, milord.
—¡Darcy! —El conde de Matlock y el dueño de Pemberley intercambiaron reverencias, antes de que su tío estrechara la mano de Darcy y le diera un buen apretón—. Tu tía tiene razón. —Se volvió ligeramente hacia su esposa—. Como siempre, querida. —Ella hizo una reverencia como respuesta a aquella asombrosa declaración, al tiempo que el conde le hacía un guiño a su sobrino—. No hemos tenido el placer de verte durante la mayor parte del otoño. Ahora, si es verdad que una buena cacería te impidió ir a visitarnos, entonces, como cabeza de esta familia, debo insistir en mi derecho de saber dónde queda ese paraíso.
—A su debido tiempo, padre —interrumpió su hijo más joven—. ¡Brrr! Está haciendo tanto frío como en... ¡Ah, huelo algo por ahí! Fitz, ¿tienes algo para calentar la sangre de un pobre hombre? Mi hermano estaría feliz de tomarse algo ardiente ahora, ¿no es así, Alex?


Lord Alexander Fitzwüliam, vizconde D'Arcy, le lanzó a su hermano una mirada de furia, antes de inclinarse ante su primo.
—No le hagas caso, Darcy. Mandamos al menor al ejército, y todavía no ha aprendido a comportarse como un caballero.
—¡Si yo sólo estaba velando por tus intereses, hermano!
—¡Richard, no me conviertas en excusa de tus malos modales! —replicó Darcy.
—Como ves, Fitzwilliam, tus primos todavía no pueden pasar más de media hora en el mismo carruaje sin pelearse como cuando eran niños. —Lady Matlock les lanzó una mirada de censura a sus hijos, que la sobrepasaban bastante en estatura—. Pero ¿dónde está Georgiana?
Darcy le ofreció el brazo a su tía.
—Os está esperando en el salón amarillo, entre la multitud de platos que juzgó apropiados para daros la bienvenida, señora. —Miró por encima del hombro a sus primos y a su tío y añadió—: Incluyendo algunos tés y cafés «ardientes» que, si deseáis, yo estaré encantado de complementar con algo más fuerte.
Después de oír esto último, la expresión del coronel sufrió una gloriosa transformación.
—Entonces, ¡condúcenos hacia allí, Fitz! ¡No debemos hacer esperar a mi prima! —Darcy se rió y acompañó a su tía y a sus parientes escaleras arriba. Entraron en un salón pintado de un color amarillo limón muy pálido, adornado con un hermoso friso de yeso color crema compuesto por ramos de viñas y rosas entrelazados. La chimenea presentaba la misma decoración y sus extremos se levantaban para enmarcar un magnífico espejo que captaba y reflejaba la amplitud del salón y los delicados candelabros de oro y cristal. Diseñado por la difunta lady Ann, el salón tenía la espléndida capacidad de proyectar una gran calidez en las estaciones frías y una refrescante atmósfera en el verano, y por eso era uno de los lugares de reunión favoritos de la mansión. Decorado con los adornos navideños, el efecto del salón fue inmediato sobre los visitantes, y cuando Georgiana avanzó hacia la puerta para saludar a su familia, parecía un ángel en medio de aquella festiva decoración.
—¡Mi querida niña! —exclamó lady Matlock, antes incluso de que Georgiana se hubiese levantado de hacer su reverencia—. ¡Pero qué milagro es éste! ¡Te has convertido en toda una damita mientras tu hermano te tenía sepultada en el campo! —Se zafó del brazo de Darcy y avanzó hacia su sobrina. Tomando las manos de Georgiana entre las suyas, lady Matlock se dirigió a su sobrino—: Fitzwilliam, ¿por qué tu hermana no ha estado en Londres ?
—¡Señora! —protestó Darcy—. Sólo tiene dieciséis años.
—¡Dieciséis! ¡Sólo dieciséis! Bueno, está bien; pero esto no debe continuar. No es bueno que una joven damita no sepa nada de Londres y de la vida iocial antes de su primera temporada. ¿En qué estás pensando, Fitzwilliam?
—Tía, por favor... no debes enfadarte con mi hermano —intervino rápidamente Georgiana—. He sido yo la que quiso quedarse tranquila en Pemberley. —Sonrió al ver la mirada de desaprobación de su tía—. Pero él ha insistido mucho en que lo acompañe de regreso a Londres después de Navidad.
—Así debe ser, querida. —Lady Matlock le dirigió una sonrisa de simpatía a su sobrino—. Aunque, a tu edad, Darcy, no me sorprende que hayas tenido poco tiempo u ocasión de acompañar a una jovencita y estar al mismo tiempo detrás de tu primo.



—¡Madre! —objetó Fitzwilliam.
Lady Matlock ignoró a su hijo menor.
—Debes llevármela cuando tu tío y yo regresemos a la ciudad. Hay que presentársela a la prometida de D' Arcy lo más pronto posible.
La reacción de los dos hermanos ante el anuncio de su tía fue exactamente lo que la dama deseaba.
—¿Prometida? —preguntaron al unísono Darcy y Georgiana, fijando la mirada en su primo, que recibió las felicitaciones con una sonrisa forzada.
—¡Oh, Alex, me alegro por ti! —continuó Georgiana.
—Sí, bueno... claro, tenéis razón —contestó D'Arcy y luego le lanzó a su hermano una mirada de advertencia, antes de añadir—: Lady Felicia es exactamente lo que deseaba para ser mi vizcondesa.
—La hija de lord Lowden, marqués de Chelmsford —informó lord Matlock—, es intachable, un gran honor para su familia, y muy pronto también para la nuestra. Una unión excelente.


Darcy miró a su primo fijamente, mientras le estrechaba la mano. Lady Felicia Lowden era, según había tenido ocasión de comprobar, todo lo que su tío había dicho y mucho más. De hecho, había sido la reina de la última temporada social, alabada por su belleza, su conversación, su linaje y su fortuna. Darcy había formado parte del grupo de caballeros a los cuales la dama había favorecido con su atención y la había acompañado a la ópera y a varios bailes, pero pronto se dio cuenta de que lady Felicia necesitaba más admiración de la que un solo hombre podía prodigar. Al no ser uno de esos hombres que aspiran a formar parte de una corte, le cedió su lugar a aquellos que sí estaban felices de hacerlo, aunque no dejó de lamentarlo un poco. De acuerdo con los estrictos estándares de la sociedad, lady Felicia era un premio; sin embargo, Richard no parecía muy complacido con el éxito de su hermano. Intrigado por lo que percibió, Darcy le hizo un gesto con las cejas a Fitzwilliam, pero sólo recibió una sonrísita como respuesta.


En otro momento, entonces, se prometió para sus adentros, y se unió a su hermana para desempeñar los deberes de anfitrión. En realidad, encontró que el  peso de esas obligaciones no era excesivamente pesado, puesto que Georgiana asumió el papel de anfitriona con una sonrisa tímida pero decidida. A decir Verdad, su única contribución fue ofrecerles a los hombres de la familia la licorera de cristal que contenía el brandy y participar en su conversación. Ocasionalmente sentía sobre él los ojos de su hermana, que parecían hacerle una pregunta, y entonces se acercaba. Pero durante la mayor parte del tiempo, una sonrisa de su parte era todo lo que ella necesitaba para sentirse segura. Notó que Fitzwilliam miraba a Georgiana en repetidas ocasiones, hasta que la curiosidad finalmente lo venció. Con admirable discreción, se abrió paso hasta el diván donde ella conversaba con su madre y se sentó cautelosamente en el asiento de al lado. Cuando se volvió a reunir por fin con los otros miembros de su mismo sexo, tenía el aire de un hombre que se ha enfrentado a un enigma inesperado.


El deseo de Darcy de tener una entrevista privada con su primo se cumplió antes de lo esperado cuando, a la mañana siguiente, durante el desayuno que normalmente tomaba solo, el rostro de Fitzwilliam apareció por encima de su periódico.
—¡Richard! Es un poco temprano para ti, ¿no es así? —Darcy bajó el periódico, señaló las bandejas humeantes que había sobre la mesita auxiliar y añadió—: Por favor, ¡sírvete lo que quieras! —Luego volvió a concentrarse en la lectura, mientras Fitzwilliam se arrastraba hasta la mesa. Su primo procedió a servirse una taza de la fuerte variedad de café que le gustaba a Darcy y, tras tomar un panecillo dulce de una delicada bandeja de porcelana, se sentó junto a él, dejándose caer en la silla que estaba a su derecha, con un bostezo y un suspiro.


—Parece que el reposo es un privilegio del que sólo gozan los justos —comentó Darcy de manera seca tras el tercer bostezo de Fitzwilliam. Dobló su periódico y lo dejó a un lado, al tiempo que el coronel lo fulminaba con la mirada por encima de su taza de café.


—Y a juzgar por tus palabras, supongo que no crees que yo sea uno de esos privilegiados —replicó con sarcasmo—. Puedes tener razón, al menos cuando se trata de mi hermano. Siempre me ha gustado mortificarlo. —Se recostó en la silla en actitud reflexiva—. Pienso que lo que alimenta esa perversa inclinación de mi carácter a lanzarle cuanto dardo se me ocurre es su eterno estado de apesadumbrada indignación.


—¿Acaso lo culpas a él por tu comportamiento? —Darcy negó con la cabeza en señal de desaprobación, llevándose a los labios su propia taza—. ¡Richard!


—¡En absoluto, Fitz! Sólo me remito a la bien conocida verdad universal de que toda acción tiene su equivalente en sentido contrario. Y como estoy seguro de ser el equivalente de Alex, excepto por el hecho de que él es el mayor... —Se sentó con la espalda recta y echó los hombros hacia atrás—. Siento que mi inclinación está justificada, aunque no sea justa. ¡Es un asunto de simple física, primo! —El coronel mordió su panecillo, totalmente satisfecho de su teoría, al parecer sin percatarse de que su primo casi se atraganta con el último sorbo de café.


Darcy puso la taza sobre la mesa y tomó su servilleta.


—Richard, ese es un sofisma absurdo y... —dijo con voz ahogada.
—Háblame de Georgiana —lo interrumpió Fitzwilliam en voz baja, pero con cierta autoridad.


Darcy apretó la servilleta contra los labios con el ceño fruncido debido a su estado de perplejidad.
—No sé por dónde empezar, Richard, porque yo mismo estoy todavía intrigado.
—Parecía perfectamente tranquila ayer, mientras conversaba con mi familia con toda comodidad. Apenas puedo creer que se trate de la misma niña que, hace tan sólo unos pocos meses, no era capaz de levantar la vista más a allá de los botones de mi chaleco. —Fitzwilliam le dio un sorbo a su café con gesto meditativo—. ¿Cómo la encontraste cuando volviste? Darcy se inclinó hacia delante. —Al principio la situación fue un poco tensa entre nosotros, y yo lo malinterpreté como una continuación de su melancolía, pero es tal como dices. ¡No es la misma niña, Richard! Ciertamente no es la misma desde Ramsgate y, me atrevo a decir, que ya no es la misma de antes.
—¿Hablaste con ella acerca del asunto de la donación a una obra de caridad?
—Por supuesto. —Darcy entrecerró los ojos—. Es inflexible en esa cuestión, y te asombrarás al oír esto, además ha comenzado visitar semanalmente, los domingos, a los arrendatarios más pobres.
—¡Por Dios!
—Precisamente —dijo Darcy en señal de acuerdo—. ¿Puedes entenderlo, Richard?


Su primo negó con la cabeza lentamente.
—Parece un comienzo un poco extraño. He oído algo parecido, pero no puede ser eso. —Los dos le dieron un sorbo a su café en silencio, hasta que Richard finalmente dijo—: Fitz, yo quiero mucho a Georgiana, tú lo sabes, y su felicidad mi interesa casi tanto como a ti. —Esperó hasta ver el gesto de asentimiento de Darcy para continuar—: No puedo decirte por qué o cómo, pero sí puedo asegurarte que estoy totalmente convencido de que ella es feliz de verdad, que la sombra que Wickham dejó en su vida se ha desvanecido. Mi consejo, viejo amigo, es que ¡no hagas preguntas!


—¡Su dama de compañía me aconsejó justamente lo contrario! —dijo Darcy con voz pensativa. —¿Su dama de compañía?
—La señora Annesley —contestó Darcy—, la viuda de un clérigo que contraté el verano pasado con excelentes referencias. —Fitzwilliam se encogió de hombros para mostrar que no sabía nada al respecto—. Ahora se encuentra de visita en casa de sus hijos en Weston-super-Mare durante las vacaciones. Fue ella quien me aconsejó que le preguntara a Georgiana, pero todavía no me he atrevido a hacerlo directamente.
—Bueno, ahí lo tienes, Fitz, ¡eso lo explica todo! ¡La viuda de un clérigo!
—Tal vez —respondió Darcy—, ¡pero ella dice que no! —Dejó su taza sobre la mesa, al igual que su primo, y los dos se pusieron de pie—. Así que estamos en un punto muerto, pues ninguno de los dos tiene el coraje suficiente para hacer más al respecto.
—Dejemos las cosas como están, Fitz. —Fitzwilliam le dio una palmadita en el hombro—. Mamá estaba encantada con ella anoche; el conde de Matlock dijo que era como volver a ver a su hermana. Es Navidad, ¡dejemos las cosas como están!
—¿Seguirás observándola... vigilándola? —preguntó Darcy.
—Tienes mi palabra, primo. —Fitzwilliam estrechó con firmeza la mano de Darcy—. Ahora tengo un misterio que espero soluciones. Mi puerta, que recuerdo haber cerrado bien anoche, apareció abierta esta mañana y, Dios me ayude, ¡una de mis botas ha desaparecido!



************Las palabras de la liturgia del día de Navidad resonaron entre los viejos muros de piedra de St. Lawrence, mientras todos los que habían podido asistir desde las granjas y propiedades vecinas ocupaban su sagrado recinto. La antigua iglesia resplandecía con la luz de los candelabros que se reflejaba en las placas de plata y oro, iluminando la pulida madera de la barandilla del coro y del presbiterio, adornada con ramas de acebo. La belleza del santuario no impedía que muchos de los asistentes dirigieran su mirada al banco de los Darcy, que ese día estaba completo, pues su señoría el conde de Matlock y su familia habían venido con el dueño de Pemberley y su hermana. Para aquellos menos allegados a Pemberley, la presencia de la familia del conde de Matlock era la prueba más evidente de que las celebraciones tradicionales de Navidad de la gran propiedad realmente habían vuelto. Entre susurros y gestos de asentimiento, los más enterados aseguraron incluso al más humilde de los presentes que la víspera del gran día los esperaba una afectuosa bienvenida, un estómago lleno y unas cuantas horas de alegría.


Darcy se alzaba con gesto solemne junto a su hermana, recitando las palabras de sus libros de plegarias mientras su mirada oscilaba entre la página y las bellísimas vidrieras que flanqueaban el coro. Como las vidrieras lo habían atraído desde niño, eran incontables las ocasiones en que Darcy se había quedado fascinado observando el dramatismo y la riqueza de sus colores. ¡Cuántas veces se había sentado al lado de su padre, tratando con todas sus fuerzas de no mover las piernas sino de «comportarse como un Darcy», y las espléndidas vidrieras lo habían salvado!


Sin embargo, aquel día la voz de Georgiana resonaba con tanta claridad a su lado, leyendo con particular seriedad las oraciones, que Darcy se olvidó de las vidrieras y se concentró en su hermana. Bajó la vista para mirarla, pero el sombrero de la muchacha le impidió ver su rostro.
—«... para que tomase sobre sí nuestra naturaleza, y naciese en semejante día de una Virgen pura...». Mientras recitaba las plegarias, Georgiana levantó sus brillantes ojos. Como ahora podía verle la cara, Darcy siguió su mirada hasta las mismas ventanas que tanto le gustaban. Luego volvió a bajar los ojos para mirarla y la dulzura de su rostro lo hizo reconsiderar la incomodidad que le provocaba el excesivo celo religioso de su hermana. Y fue bueno que lo hiciera, porque enseguida Georgiana posó sus ojos sobre él, con una sonrisa temblorosa.

 —«... siempre un solo Dios, por los siglos de los siglos. Amén».
—«Amén» —dijeron todos. La sonrisa que Darcy le dirigió a su hermana contenía al mismo tiempo todo su afecto y una pregunta. Con un movimiento de cabeza casi imperceptible, Georgiana se puso seria otra vez y volvió a concentrarse en su libro y la lectura de la epístola del día, pero no antes de que su hermano percibiera un cierto aire de tristeza. Más intrigado todavía, él también volvió a concentrarse en la lectura.


—«Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres».


Aquel conocido precepto de las Escrituras sacudió a Darcy con una fuerza enorme. En ese momento, se dio cuenta, con súbita convicción, de que a su lado tenía un motivo tangible para estar alegre. Porque, a pesar de su descuido momentáneo, que había provocado la actuación del mal, y de su posterior fracaso al tratar de rescatar a Georgiana de la profunda melancolía en que se vio sumida, ella estaba ahora a su lado, íntegra y feliz, sin que él hubiese hecho nada para lograrlo.
—«No os inquietéis por cosa alguna; antes bien, en toda ocasión presentad a Dios vuestras peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias. Y la paz de Dios, que supera todo conocimiento, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús».


Darcy no iba más allá de «la paz de Dios» cuando las palabras del texto volvieron a sacudirlo, esta vez con tanta fuerza que se quedó callado. Apretando el libro de oraciones, lo acercó más y volvió a leer la última línea: «... la paz de Dios, que supera todo conocimiento...». Volvió a mirar a Georgiana, pero el desafortunado sombrero le tapaba de nuevo el rostro. ¿Acaso era eso lo que ella había estado tratando de decirle?


El resto de la ceremonia transcurrió en medio de textos conocidos y pronto llegó la hora en que la congregación se puso en pie para cantar el último himno. Como conocía la letra de memoria, Darcy dejó a un lado el libro de himnos y cantó con el resto de los feligreses, pero un rayo de sol atrajo nuevamente su atención hacia la gloria y el dramatismo de las vidrieras. Su belleza le proporcionó la seguridad de que todo estaba bien en el mundo y lo confortó. Una mano diminuta se metió entonces entre su brazo. Darcy se sintió feliz al percibir el calor y el afectuoso apretón de su hermana. Bajó la vista de las ventanas hacia el amado rostro de Georgiana, pero al darse cuenta de que la expresión de embeleso de su hermana no estaba dirigida a él, sino que su atención también estaba dirigida a las vidrieras del coro, se borró de su rostro la sonrisa de confianza. No, no a los vidrieras... ¡sino más allá! se corrígió Darcy al examinar a la joven mujer que tenía a su lado y a quien ya no estaba seguro de conocer.


—Ejem. —El ruido que hizo Richard al aclararse la garganta precisamente en ese momento hizo que Darcy regresara al presente—. Creo que su nombre es Georgiana Darcy. ¿Quieres que te la presente?
—¿Qué? —Riéndose, Georgiana levantó la vista para mirar la cara de su primo y luego la de su hermano.
—Tu hermano parece estar muy asombrado por algo —dijo Fitzwilliam arrastrando las palabras—. Si fuera yo, diría que es por ese atractivo sombrero. Pero conociendo a Darcy, probablemente estaba reflexionando sobre alguna gran cuestión y tú, mi querida niña, sólo estabas en el camino de su mirada. —Darcy recompensó a su primo con una mirada gélida y el ceño fruncido, antes de salir al pasillo.
—¡Caramba! ¡Debe ser realmente una cuestión muy importante! —insistió Fitzwilliam—. Ahora bien, ¿qué podrá ser?
—¡Richard, ya basta! —le ordenó Darcy en voz baja.
—Pienso que no es una cuestión. No, esa expresión tan autoritaria indica que es algo más mundano que la filosofía.
—¡Filosofía! —exclamó D'Arcy, que se reunió con ellos en.el pasillo—. ¿Acaso acabo de oír a Richard pronunciando las palabras «pensar» y «filosofía» casi en la misma frase? Darcy, debes llamar al obispo, porque con toda seguridad acaba de ocurrir un milagro entre estas paredes. ¡Gracias al cielo, mi hermano acaba de pensar!
—Ése es uno de mis talentos, Alex —replicó Fitzwilliam—. Me sorprende que no lo supieras, pero estoy seguro de que lady Felicia te mantendrá mejor informado. —El comentario sarcástico de Fitzwilliam hizo que D'Arcy se pusiera rígido y comenzara a mirar intermitentemente a Darcy y a su hermano, con la mandíbula apretada.
—¡Vete al diablo! —siseó D'Arcy. Luego les dio la espalda y salió rápidamente de la iglesia, ignorando las múltiples demostraciones de respeto que le ofrecían los que estaban a su alrededor.
Furioso, Darcy se volvió hacia su otro primo y le dijo de manera cortante:
—Te agradeceré que mantengas tus peleas en privado, Richard, y no las hagas públicas para que todo el mundo las vea y mi hermana las oiga.
Conteniéndose al oír el tono de Darcy, Fitzwilliam echó los hombros hacia atrás y se preparó para recibir el ataque sorpresa de una fuerza que hasta ahora consideraba aliada, cuando los ojos grandes y consternados de Georgiana se encontraron con los suyos.
—Mil excusas, Georgiana —dijo, ruborizándose por el sentimiento de culpa—. Me dejé llevar... después de una enorme provocación, debo añadir. —Miró a Darcy y luego se volvió de nuevo hacia la muchacha y dijo—: Pero no he debido sucumbir con tanta facilidad al aguijón de Alex. Te ruego que me perdones, prima.
—Estás perdonado, primo —respondió suavemente Georgiana—, pero me temo que el primo Alex está muy molesto y tal vez sería mejor que buscaras su perdón y no el mío.


Después de que una amable sonrisa remplazara la expresión de enojo de su rostro, Fitzwilliam tomó suavemente la mano de Georgiana y le estampó un beso sobre los dedos enguantados, mientras confesaba: —Tienes mucha razón, mi querida niña, y haré lo que dices. Darcy, confío en que tú me perdones. —Le hizo una ligera inclinación a su primo y tomó el mismo camino que su hermano había seguido hacia la puerta.


Los dos hermanos se quedaron observándolo un momento y luego se miraron el uno al otro, mientras Darcy le ofrecía el brazo a Georgiana. Ella lo tomó con elegancia y juntos avanzaron hacia las antiguas puertas de la iglesia.


—Estoy aterrado por el comportamiento de nuestros primos y no puedo entender cómo pueden olvidarse de que están en tu presencia, Georgiana. ¡Pero debo decir que has actuado a la perfección! —Darcy casi suelta una carcajada—. Rara vez había visto a Richard tan arrepentido en un lapso de tiempo tan corto. ¡Ése sí que ha sido un milagro!
—¿Milagro? —A Georgiana se le asomó el hoyuelo al oír el elogio de Darcy—. Te agradezco el cumplido, pero ya sea dentro de estas santas paredes o fuera, no puedo atribuirme semejante mérito.
—El hecho de que lo digas te honra —contestó él en voz baja.

Ya habían salido de la iglesia y estaban llegando al carruaje. Darcy le dio la mano a Georgiana y se subió detrás de ella. Tras asegurarse de que su hermana estaba bien acomodada y darle al cochero la señal de salida, se recostó contra los cojines. El coche arrancó lentamente, mientras James maniobraba para conducir a los caballos por el sendero que bajaba de Church Hill y a través de las estrechas callecitas de Lambton. Minutos después estaban cruzando el antiguo puente de piedra sobre el Ere y se acercaban a la entrada de Pemberley.


Aunque Georgiana miraba por la ventanilla del carruaje, Darcy podía ver la expresión de su delicada barbilla bajo el borde del sombrero. La observó en silencio, mientras ella iba ensimismada en sus pensamientos. Alcanzó a oír varias veces pequeños suspiros que él no debía haber escuchado, pero que le hicieron tomar la decisión de esperar hasta que ella quisiera hablar.
Por fin la muchacha se giró hacia él, con actitud vacilante.


—Fitzwilliam, ¿recuerdas las palabras de la liturgia de esta mañana?
—¿Cuáles, querida? —Darcy la miró con seriedad.
—La oración acerca de la gracia y la clemencia de nuestro Señor en la parte que Él nos permite dirigir. —La voz le tembló un poco y Darcy se dio cuenta de que Georgiana parecía muy emocionada.
—Sí, las recuerdo —respondió.
—Cuando dijiste que había hecho que el primo Richard se sintiera arrepentido, eso no fue obra mía. Eso es... clemencia. Estoy segura de que la motivación de su arrepentimiento fue la clemencia del perdón, que se dá tan libremente como se recibe.—Georgiana tembló de tal manera al terminar la frase que Darcy se quitó el abrigo de viaje y lo colocó sobre los hombros de su hermana. Luego tomando sus manos las frotó entre las suyas.
—Pero, Georgiana, la clemencia tiene su propio poder, está por encima de la autoridad del cetro, si hemos de creer a Shakespeare, y tiene más efecto que "la corona de un monarca sobre su trono". Es...
—"...dos veces bendita"—citó Georgiana __"Bendice al que la concede y al que la recibe" Fitzwilliam, sólo dí a Richard lo que yo he recibido, y por eso me siento tan agradecida como él.
Darcy soltó un pesado suspiro y metió las manos de Georgiana debajo de la manta del coche, como solía hacerlo cuando ella era una niña.
—Quisiera hacerte una pregunta. El pasaje de esta mañana que decía, "Y la paz de Dios que supera todo conocimiento..."¿Es eso lo que has estado tratando de decirme? ¿Que tu recuperación de...todo se debe a...?—No pudo seguir hablando porque le faltaron las palabras.
—¿Se debe a la clemencia divina?—completó Georgiana con ternura—Sí, mi querido hermano, exactamente eso.
El coche redujo la marcha para tomar la curva del sendero que conducía hasta la puerta, pero la disminución del golpeteo no animó a ninguno de los dos ocupantes del vehículo a seguir hablando. En lugar de eso, cada uno miró al otro en medio de un silencio reflexivo que ninguno de los dos pudo romper.


Cuando todos se reunieron finalmente en la mansión y Darcy les rogó a sus tíos que se sentaran a la mesa para disfrutar de la estupenda comida que su cocinero tenía el orgullo de ofrecerles a los invitados de Pemberley, era evidente que los hijos del conde habían arreglado sus diferencias. La conversación entre los dos y las miradas que intercambiaban eran una muestra de tolerancia mutua que llamó la atención de todos los que estaban sentados a la mesa e hizo que su padre enarcara las cejas de vez en cuando a medida que la comida avanzaba.


—Darcy, por favor pídele al lacayo que me traiga un vaso de soda y agua, porque me temo que esta demostración de civismo y urbanidad me va a resultar indigesta —pidió finalmente el conde de Matlock, después de observar otro amable intercambio entre los dos hermanos.


—¡Padre! —exclamó Fitzwilliam—. Yo diría que tu digestión va a mejorar, ahora que Alex y yo hemos declarado una «tregua».
—¿Una tregua? —El conde de Matlock miró a su alrededor para ver si alguno de los presentes era consciente de la forma en que su hijo pequeño había explicado este nuevo acuerdo—. D'Arcy, ¿qué dices tú?
—Es tal como dice Richard, su señoría —respondió enseguida D'Arcy y bebió un sorbo de vino—. Al menos de momento. —Colocó la copa sobre la mesa con delicada precisión, al mismo tiempo que esbozaba una sonrisa traviesa.
—Entonces que el momento presente se extienda por toda la eternidad —suspiró lady Matlock—, porque eso es precisamente lo que yo deseo. Me ofrezco como testigo de tu tregua, Alex. —Miró a su hijo de manera penetrante y luego a Richard—. ¡Richard, si mantenéis los términos del acuerdo al menos hasta el día de Reyes, no quiero otro regalo de Navidad!


Los dos hijos tuvieron la elegancia de ruborizarse, pero fue Fitzwilliam quien se puso de pie y tomó la mano de su madre entre las suyas, antes de decir:
—Será como tú desees, madre. Para hacer honor A la época en que estamos y honrarte a ti, los hombres de nuestra familia descansarán en medio de la alegría. Darcy miró con disimulo a Georgiana, para ver su reacción ante la inesperada escena que se desarrollaba ante ellos. Con lágrimas en los ojos, la muchacha observó cómo Richard se inclinaba ante la mano de su madre y le estampaba un afectuoso beso. Cuando Alex se unió a ellos desde el otro lado y se inclinó para besar la mejilla de su madre, Georgiana cerró los ojos. Darcy la observó mientras ella recitaba en silencio lo que supuso era una plegaria de agradecimiento y luego vio cómo la lágrima, que hasta entonces había contenido, se deslizaba solitaria por su mejilla. Pero antes de que ella pudiera darse cuenta de que él la observaba, desvió la mirada.


La cena transcurrió en un ambiente tan alegre que los caballeros prefirieron prescindir del brandy y el tabaco para quedarse con las damas y disfrutar del entretenimiento que les habían prometido. Georgiana se levantó, acercándose a su tía, que todavía estaba muy conmovida por la reconciliación de sus hijos. Lady Matlock tomó el brazo de su sobrina con tanta alegría que la jovencita se olvidó por un momento de todos los años que parecía haber ganado debido al sufrimiento y su corazón saltó de alegría mientras conducía a su tía por el corredor.


Darcy se sintió feliz y muy aliviado al ver aquella especie de regreso de su hermana a la infancia, y siguió con la mirada a las dos mujeres que se dirigían al salón de música. Pero en lugar de seguirlas a ellas o a D'Arcy, decidió esperar a su tío. Al dar media vuelta para ver si el conde estaba listo, vio que estaba concentrado en un emotivo diálogo con su hijo menor, y se estrechaban fuertemente las manos. Salió entonces sigilosamente del comedor para esperarlos en el pasillo, mientras sentía un ataque de nostalgia que lo oprimía en su interior y lo dejaba sin aire. Todavía no estaba bien. El dolor por la muerte de su padre, fallecido hacía cinco años, aún se apoderaba de él y lo golpeaba de tal forma que podía arrancarle lágrimas si no se controlaba enseguida.


Enderezó los hombros y comenzó a avanzar hacia el salón de música. El hecho de regresar a las deliciosas tradiciones navideñas de Pemberley había sido al mismo tiempo un bálsamo y una prueba para su equilibrio. Casi todo le recordaba de alguna manera sus recientes pérdidas y las responsabilidades actuales, que sólo podía olvidar cuando se dejaba atrapar por la alegría de la época, o cuando se permitía perderse en los recuerdos más inmediatos de sus perturbadoras conversaciones con la señorita Elizabeth Bennet. Darcy había revivido los momentos de su baile en Netherfield docenas de veces, y se había obligado a recordar cada una de las palabras de la muchacha y los matices de su actitud. Desde luego, no había olvidado la sensación de la mano de ella entre las suyas y la dulzura de su esbelta figura pasando a su alrededor durante el baile. Ni tampoco la inexplicable sensación de intimidad que había experimentado al compartir el libro de plegarias con ella y oír el coro de sus voces unidas recitando los salmos.


Pero estos recuerdos placenteros e inquietantes no habían sido suficientes. Como había deducido su hermana, era cierto que él había adquirido el hábito de imaginar que Elizabeth estaba allí, a su lado. ¿Le agradarían sus tíos? Los jardines y el parque de Pemberley eran umversalmente admirados, pero ¿le gustarían a Elizabeth? Se había llegado a sorprender examinando minuciosamente una pieza de plata y preguntándose si su intrincada decoración sería del gusto de Elizabeth. ¿Y qué pensaría ella de aquella incomprensible evolución de su hermana? Cuando su imaginación trajo nuevamente a Elizabeth a su lado y puso su mano sobre su brazo, Darcy admitió por fin que estaba necesitando desesperadamente el consuelo de alguien más. Bajó la vista y la vio, mientras lo miraba con las cejas levantadas y una sonrisa burlona en los labios. Sí, ella podría sacarlo de aquel estado tan circunspecto. Pero ¿dónde podría encontrar otra mujer semejante?


El sonido de una risa femenina y una risita masculina atravesó sus pensamientos, desvaneciendo aquella ilusión. Dobló la esquina y entró en el salón para reunirse con sus familiares. D'Arcy estaba susurrando al oído de Georgiana algo que volvió a hacerla estallar en risas, mientras lady Matlock los miraba con aprobación.
—¡No! ¡No puedes estar contándome toda la verdad, Alex!
—Pregúntale a mi padre si lo dudas, prima —contestó D'Arcy con una sonrisita de superioridad—, porque tu hermano jamás lo admitirá.
—¿Admitir qué, Alex? —preguntó Darcy mientras se servía un vaso de vino.
—Que una vez te escapaste durante la víspera de Navidad para unirte a los mimos de Derbyshire, justo antes de que actuaran en Lambton. —Darcy frunció el ceño-—. Tenías diez años, creo, y cuando desapareciste, todos estábamos en la iglesia de St. Lawrence, en el servicio religioso.
—¡Hermano, eso no puede ser cierto! —Georgiana lo miró con asombro.


Darcy asintió lentamente, mientras el vino despertaba su paladar.
—Es cierto, pero sólo tenía diez años; y puedes estar segura de que nuestro padre me hizo ver con claridad cuan inapropiada había sido esa aventura.
—Pero nuestro tío...
—Ah, tu padre se vio obligado a llamar al mío para que le ayudara a rescatar a tu hermano de un altercado con algunos de los actores más jóvenes, que lo superaban en número —completó D'Arcy alegremente.
—¡Alex! —Darcy miró a su primo con desaprobación—. Esto no es una conversación apropiada...
—¡Pero es muy interesante! —se oyó decir a Fitzwilliam desde la puerta—. Recuerdo el caso bastante bien y recuerdo haberte lanzado unos cuantos gritos de aliento desde la ventanilla del coche. ¡Oh, fue una adorable pelea, una adorable pelea! —Levantó su vaso para brindar por Darcy, mientras que D'Arcy y el conde lo imitaban—. ¡Que nunca se diga que tú no eres un valiente hasta el final, Fitz! Uno contra tres, ¿no es cierto?
Darcy inclinó la cabeza.
—Eran cuatro... y lo admito sólo porque me gusta la exactitud. —Se volvió hacia Georgiana—. Fue una tontería increíble y sólo me sentí orgulloso durante unos pocos minutos, antes de que papá me hiciera entrar en razón.
—¡Que hiciera entrar en razón a su trasero! —apostilló Fitzwilliam—. Recuerdo verte de pie durante la cena de Navidad de ese año y sentirme profundamente agradecido de no estar en tu lugar.
—¿Escuchamos un poco de música?
Mientras que todos los jóvenes presentes recordaban situaciones similares con sus propios padres, Darcy aprovechó la pausa que se produjo en la conversación para cambiar el tema. Durante la siguiente media hora, Darcy y su hermana deleitaron a sus invitados con los duetos que habían preparado. Lady Matlock se sentó luego al gran arpa y tocó composiciones que conmovieron a todo el mundo en la medida en que les recordaron navidades pasadas y la presencia de seres queridos ya fallecidos.


Cuando terminó, Fitzwilliam la acompañó a sentarse nuevamente en su sitio y se dirigió al resto de la familia:


—No creo poseer ningún talento musical ni he practicado para prepararme, pero voy a tocaros algo.y cantad conmigo si recordáis la letra. —Se sentó frente al piano y tocó la primera tecla.


All hail to the days that merit more praise
Than all the rest of the year,
And welcome the nights that double delights
As well for the poor as the peer!
Good fortune attend each merry man`s friend
That doth but the best that he may,
Forgetting old wrongs with carols and songs 
To drive the cold winter away.

La contribución de Fitzwilliam a la velada fue aclamada por un coro de risas y luego su hermano, su padre y su primo se dejaron tentar y se unieron a él junto al instrumento.


'Tis ill for a mind to anger inclined
To think of small injuries now,
If wrath be to seek, do no lend her your cheek
Nor let her inhabit thy brow.
Cross out of thy books malevolent looks,
Both beauty and youth's decay,
And wholly consort with mirth and sport
To drive the cold winter away.
This time of the year is spent in good cheer 
And neighbors together do meet,
To sit by the fire, with friendly desire,
Each other in love to greet.
Old grudges forgot are put in the pot,
All sorrows aside the lay;
The old and the young doth carol this song,
To drive the cold winter away.
When Christmas's tide comes in like a bride,
With holly and ivy clad,
Twelve days in the year much mirth and good
cheer
In every household is had.
The country guise is then to devise
Some gambols of Christmas play,
Whereat the young men do the best that the can
To drive the cold winter away".


* Canción tradicional navideña del siglo XVIII, titulada «In Praise of Christmas» o «Drive the Cold Winter Away», de autor anónimo, según algunos, pero atribuida por otros a Tom Durfey, cuya letra dice:

«Todos saludan los días que merecen más elogios
que el resto del año, 
 y le dan la bienvenida a las noches en que se doblan las delicias 
 tanto para los pobres como para los nobles. 
 La buena suerte ayuda al amigo del hombre feliz 
 que hace lo mejor que puede
y olvida los viejos errores con canciones y melodías 
 para alejar el frío invierno. 
 Porque no es conveniente para un alma inclinarse hacia la rabia 
 ni pensar ahora en viejas heridas. 
 Si la rabia te busca,
 no le prestes tu mejilla
ni permitas que ocupe tu frente. 
 Tacha de tus libros las miradas malévolas, 
 que dañan tanto la belleza como la juventud, 
 y asocíate plenamente con la dicha y la alegría 
 para alejar el frío invierno. 
 Esta época del año transcurre en medio de la armonía 
 y los vecinos se reúnen, 
 para sentarse alrededor del fuego, con un sentimiento de amistad, 
 y saludar a cada uno con amor. 
 Los viejos rencores se olvidan, 
 todas las penas se hacen a un lado;
los viejos y los jóvenes cantan esta canción, 
 para alejar al frío invierno. 
 Cuando la marea de la Navidad llega como una novia, 
 con su vestido de acebo y hiedra, 
 en cada casa gozamos durante doce días al año 
 de dicha y alegría. 
 La apariencia del campo tiene entonces que diseñar 
 algunos juegos de Navidad, 
 en los cuales los jóvenes hagan su mejor esfuerzo 
 para alejar el frío invierno».

Al terminar la canción, el improvisado cuarteto hizo múltiples reverencias a su público, en medio de risas y aclamaciones. Pero cuando Darcy se levantó después de hacer otra inclinación, le pareció ver esa figura nupcial sobre la cual acababa de cantar, radian­te con su vestido de novia, cruzando la puerta del sa­lón de música. Y el adorable rostro que se veía bajo el ramo de acebo y hiedra era el de Elizabeth.

continuará...

15 comentarios:

AKASHA BOWMAN. dijo...

Oooh mi querida, este asunto blogger es realmente lamentable pues en mi blogroll no aparece actualización alguna y siempre me he guiado mucho por el.
No sé por qué sucede esto así...

Creo que comprendo a Georgiana y al cambio acontecido a su persona. Cierto que como Darcy observa ha tenido una magnífica educación para una señorita de su posición pero ¿no es cierto que su vida se limitaba a una existencia lánguida y tediosa? Como bien reconoce la dama el estar continuamente bordando, pintando o tocando el piano no la ayudaban a sentirse plena, satisfecha como persona y como ser humano.

Ese gesto humanitario y caritativo de visitar a sus arrendatarios más desfavorecidos es un gesto magnífico por parte de los señores y debo decir que una vez más Darcy (el querido Darcy) me ha decepcionado con su clasismo. ¿Qué es eso de coger enfermedades durante esas visitas? ¿Qué es eso de que resulta de mal gusto que una señorita de Pemberley se rebaje a visitar a los pobres? ¡Oh Darcy, Darcy, debes cambiar de mentalidad pues la joven Georgiana te da una lección llegados a ese punto!

Es una damita muy inteligente, aunque aparente fragilidad e inocencia, y reconoce lo poco formado que estaba su caracter en el momento de resultar seducida por Whickam. El problema era ella, que no estaba preparada para los avatares del mundo (y eso que en aquella época las señoritas estaban más instruídas en ese aspecto que las campesinas, pues poseían la lectura de novelas románticas que siempre y cuando les enseñaban acerca de amores y pasiones ocultas).

¡Darcy al fin reconoce su vivo enamoramiento ante otra persona! Reconoce que se apoderó del marcapáginas de forma casi automática y también (grrrr) que Lizzie está muy por debajo de su posición social...
menos mal que Georgie va a rezar por ese asunto jejejeje

Mucho me temo que la puerta abierta y la bota desaparecida sea asunto de Trafalgar jejejejejje

Besos querida, quee stés bien y que sepas que es un placer leerte. Muackkksksksksk

MariCari dijo...

Bravo, Bravo, Bravo!!!!!!
Se nota que ya estás mejor... qué ritmo... qué ir y venir en las palabras... cómo formas la atmófera, el mundo interior de los personajes... parece que es una cinta de cine en lugar de líneas escritas... están en movimiento, en tensión, están vivas!!!!
Maravilloso, Lady, maravilloso.
¡Bien por tí!

Espero la siguiente entrega... con una reverencia completa...
Bss...

César dijo...

Saludos Lady Darcy, hace mucho que no sé de ti. Espero que te encuentres bien!

Hasta otra oportunidad

Patricia dijo...

Hola Rocely, gracias por esta cuarta entrega. Por cierto, espero que estés mejor de esas dolencias de la muñeca.
Yo leo lentamente, apenas voy a empezar el tercer capítulo.
La verdad es que el principio de este libro me está gustando, me gusta cómo describe las posturas de los personajes y los sentimientos que sienten ante ciertos diálogos.
Ciertamente no se actualiza tu blog, a ver si cambia esto, de todas formas paso igual porque no me fío de las actualizaciones que hace blogger.
Besos.

Aglaia Callia dijo...

Hola, querida, muchas gracias por el aviso, de otro modo me habría perdido esta magnífica entrada.

Me ha gustado tanto este capítulo, me gusta cuando un texto me inspira sentimientos encontrados. Georgina ha sido tan adorable, mostrándose tan generosa y noble, tan madura, si cabe, reconociendo su pasado, y lo que sufrió entonces, no para apenarse por sí misma, sino preocupándose por los demás, me ha encantado. Y he sentido rabia hacia Darcy, tan clasista y con ese carácter a veces desagradable, que me choca, porque idealizo a los personajes a veces y él es una prueba viviente de ello, pero entiendo que él evoluciona luego en ese sentido. Me apenan sus dudas y preocupaciones referentes a Lizzie, espero con ansias ver cómo se desarrolla la historia.

Me alegra que te sientas mejor, y que podamos tenerte aquí entre nosotros de nuevo.

Que tengas una preciosa semana.

Ivana dijo...

hola lady darcy tanto tiempo !! gracias por avisarme ya que no puedo consegir el libro, porque en mi pais aun no llego, tu esapcio es el unico donde he podido deleitarme con este libro.
me encanta conocer un poquito mas d ela familia darcy y de la dulce georgina y esos detalles que nombran a Lizzy me vuelven loca de alegria
nuestro darcy es todo un apasionado y conocemos un perfil de su hermana, al ser confidente de nuestro querido caballero,que hace que uno disfrute de cada conversacion de ellos con respecto al corazon.
me laegra que estes un poquito mejor te madno un beso grande nos vemos

Wendy dijo...

Hola Rocely, efectivamente el blogroll no actualiza tu contenido y me parece recordar que no es la primera vez.
Me gusta el caracter de Georgiana, sin duda ha encontrado el equilibrio tras un mal trago y se muestra decidida en sus decisiones, quiere participar de forma activa en la comunidad y para ello se acuerda de sus arrendatarios para ofrecerles su cariño y ayuda, me extraña que Darcy se muestre tan quisquilloso en este asunto aunque finalmente decide acompañarla.
Si lo tuviese delante le diria que no puede andar por la vida con esa eterna nostalgia, hace mucho que no ve al objeto de sus inquitudes y desvelos, ya es hora de que haga algo para ver a Elisabeth.
Me ha encantada esa complicidad de Georgiana y su hermana en los preparativos de la fiesta, se ha creado un ambiente muy agradable.
Muchos besos y me alegra verte de nuevo.

Fernando García Pañeda dijo...

En mi opinión, las ideas de Darcy sobre las clases sociales y sus respectivos roles, por muy inapropiadas que nos parezcan en esta época, están en consonancia con lo que se podría esperar de un caballero (e incluso de sus propios sirvientes, que tenían asumidas las diferencias entre clases) de finales del XVIII.
Pero, a pesar de todo, a pesar de su mente, deja espacio para su corazón al margen de las convenciones sociales y del deber para con su apellido, lo que le honra como persona y como hombre. Un corazón en el que, como estamos comprobando, pueden caber muchas personas, no sólo la verdadera y única propietaria de ese marcapáginas robado.
Y hablando de robos, ¿por qué saldrá muchas veces a relucir el verbo robar con múltiples conjugaciones cuando se habla de amor? En fin, es una pregunta retórica, milady :)
Suyo siempre, milady, como no puede ser de otra manera.

princesa jazmin dijo...

Poderosísimo capítulo, querida Lady D., es una lástima que el señor blogger esté haciendo problemas, me uno al agradecimiento de Ivana porque yo, como ella, difícilmente hubiera podido acceder a esta maravilla de historia.
Lo he dicho antes, pero Pamela Aidan me sorprende a cada paso, y disfruto mucho de su inspirada escritura.
Todos estos momentos pasados en Pemberly, la familia de Darcy, la iglesia, todo...está tan perfecto, ni una línea se sale de lo que ya sabíamos o intuíamos.
Al leer la historia original quería saber más de Georgiana, y aquí la vemos en todo su potencial, su dulzura y su sensibilidad.
Me encanta imaginar a Darcy tocando el violín, ése ha sido un inspirado aporte de esta escritora, pero no me sorprende la arrogancia del caballero ni sus rígidas ideas acerca de las clases sociales.
Debemos recordar que él sólo cambiará luego del discurso y el rechazo de Lizzie, en estas instancias él aún era un hombre poco agradable a la vista del público.
Magnífico capítulo, mil gracias por subirlo y avisarnos,te envio mucha fuerza y cariño.
Jazmín.

Lady Deitmonth dijo...

Querida lady Darcy, no sabe lo feliz que me hizo su respuesta, y me siento dichosa de poder iniciar una fructífera amistad! :)
Lamento tanto no tener un lugar donde pueda devolverme la visita...
en fiin

Respecto a esta maravillosa historia, no puedo evitar pensar en el amor y en el poder que tiene sobre nosotros, los pobres mortales, que debemos sucumbir fielmente a su poder. Comprendo las ideas y creencias del señor Darcy, ya que las diferencias de clases estaban muy marcadas en esa época y también puedo compender la influencia que tiene sobre el caracter de un ser, y eso hace aún mas impensable la unión de este caballero con Elizabeth. ¿A caso no es verdad que el amor supera todo tipo de barrera?
A mi parecer el hombre tiene una única enfermedad, que a su vez es su peor enemigo, y ese es el amor. Porque es tan fuerte, que es capaz de cambiar aún nuestros más profundos sentimientos y prejuicios, hacernos olvidar de quiénes somos y que sentimos. Aunque cuando encuentras a la persona indicada, como en el caso de Darcy y Elizabeth, no queda otra alternativa que dejarse arrastrar por tu peor enemigo, porque sabes te llevará a la gloria en la tierra.
Sin más que decir me despido, con un cariñoso abrazo.
Su fiel y reciente amiga.
Lady Deitmonth(karin)

J.P. Alexander dijo...

Hola nena como estas espero que andes mejor. Y que malo que tu blog no indique actualizacion. Bueno dejando todo eso perdon que no te he visitado antes . Y ahora Darcy es tan lindo aun no reconoce que esta loco por Elizabeth y trata de negarselo ay quiero leer que pasa luego.

MariCari dijo...

Otra vez estoy intranquila... ¿Cómo estás? Espero que bien... te echo de menos... Bss...

Anónimo dijo...

Hola, muy interesante el post, saludos desde Panama!

MariCari dijo...

Hola, nena aún estoy más intranquila, por favor... da señales de vida!!!
Bss...

Lady Deitmonth dijo...

Querida lady Darcy
estoy ciertamenet muy preocupada por usted, espero que su salud no se encuentre deteriorada.

Un abrazo muy cálido

Lady Deitmont (Karin CH.)