lunes, 8 de noviembre de 2010

DEBER Y DESEO. Capítulo II

Una novela de Pamela Aidan


La mano de la providencia


Darcy se recostó contra los cojines verde oscuro de su carruaje, mientras dejaba atrás el peaje de Hampstead, que desaparecía de su vista entre la penumbra de la madrugada. Se desabrochó el abrigo sólo lo suficiente para poder meter la mano en el bolsillo del chaleco y sacar el reloj, que sostuvo a la luz del incipiente día. Eran las siete y cuarto, lo cual significaba que habían tardado menos de una hora en recorrer las calles de la ciudad y cruzar el peaje. Ahora los caballos tenían por delante un camino ancho y despejado. El látigo de su cochero resonaba en medio del amanecer, asegurándole a Darcy que James era muy consciente no sólo de las excelentes condiciones de viaje, sino de la impaciencia de su amo por llegar a casa. El carruaje avanzaba con rapidez.
¡A casa! Darcy cerró los ojos y se dejó mecer por el balanceo del carruaje. Hasta que la partida no se hizo absolutamente inminente, apenas se había permitido pensar en Pemberley o en el viaje de regreso. Sin embargo, ahora podía pensar en ello, porque todos los obstáculos que se interponían en el camino por fin habían desaparecido el día anterior como por arte de magia.
Hinchcliffe le había presentado el último asunto de negocios hacia las once, dándole la oportunidad de tomar un almuerzo ligero y relajarse con un tonificante paseo por el parque antes de su cita con Lawrence. Aquella entrevista había resultado sorprendentemente satisfactoria, y cuando Darcy salió de Cavendish Square en dirección a su club, tenía un contrato con el famoso artista para que hiciera los primeros bocetos del retrato de Georgiana una semana después de su vuelta a la ciudad. En la calle, una multitud de carruajes y lacayos alrededor de las puertas del club le había indicado a Darcy que Boodle's debía de estar lleno y casi da media vuelta al pensar en lo desagradable que sería llamar más la atención. Pero mientras se paseaba por los salones y las mesas de juego del club, todas las conversaciones parecían girar alrededor de un joven noble recién llegado del continente, cuyo discurso inaugural ante el Parlamento había enfurecido a la mayoría tory.
—Ese tipo es un lunático —afirmaba más de un miembro.
—O peor. —Era el comentario más común, acerca del apasionado pero imprudente discurso en defensa de los seguidores del mítico «General Lud» y sus ataques contra la maquinaria textil y en contra del decreto que pedía su inmediata ejecución.
—Le debe de encantar vivir dando escándalos —afirmó lord Devereaux, al tiempo que arrojaba sobre la mesa los naipes en respuesta al rey de diamantes de Darcy—, porque también está camino de convertirse en la nueva mascota de lady Caroline... y la última humillación de Lamb. ¿Los vio usted en Melbourne House el viernes? —Darcy sintió que le picaban las orejas al oír la referencia a la escandalosa velada de su triunfo, o mejor, del triunfo de su ayuda de cámara.
—¡Por Dios, claro que sí! ¡Qué espectáculo! —respondió sir Hugh Goforth— Pensé que Lamb iba a expulsarlo por apoyar a su mujer en semejante despropósito. Si ella fuera mi esposa, ahora estaría bordando pañuelos bien encerrada en mi propiedad más remota y lord Byron estaría despertándose a esta hora en un barco en dirección a la India.


Un coro de exclamaciones expresaron su acuerdo con esa manera de proceder y el juego terminó casi enseguida. Darcy pidió su abrigo y se marchó poco después, sin que le hicieran ni una sola pregunta sobre el abominable nudo. Cuando la puerta de Boodle's se cerró detrás de él dio gracias al cielo por el hecho de que las acciones del intrépido e imprudente lord Byron hubiesen desplazado con tanta rapidez su notoriedad ante los ojos del público.
La última cita del día era la que Darcy más temía. Su preocupación por la velada no podía haber sido más evidente. Mientras Fletcher lo preparaba con cuidado para la cena en la calle Aldford, se había visto obligado a susurrar discretas instrucciones para poder finalizar la tarea. Totalmente concentrado en la velada que tenía por delante, Darcy no se dio cuenta de su fúnebre apariencia hasta que entró en el salón de Bingley a la hora acordada y fue recibido por un par de miradas de asombro.

 —¿Qué ocurre, Darcy? ¡Ninguna mala noticia, espero! —exclamó Bingley, levantándose y dirigiéndose rápidamente hacia él, mientras su hermana se llevaba una mano al corazón y el pañuelo a los labios.
—¿Malas noticias? —Darcy los miró a los dos con desconcierto—. ¡Creo que no! ¿Por qué pensáis eso?
—Por tu traje, Darcy —Una expresión de burla reemplazó entonces el gesto de preocupación en el rostro de su amigo—. ¡Por un momento pensé que el rey había muerto! ¿En qué estaba pensando tu ayuda de cámara al convertirte en un enorme cuervo negro? —Bingley soltó una carcajada, dando una vuelta alrededor de Darcy para observar el efecto del traje.


 En ese momento, Darcy bajó la mirada para fijarse en el negro absoluto de su atuendo y apretó los labios maldiciendo a Fletcher, pero ya no había nada que hacer. Al mal que no tiene cura, ponerle la cara dura, se recordó a sí mismo, pero el mensaje de su ayuda de cámara era muy claro.

—El señor Darcy no se parece en absoluto a un cuervo, Charles —La señorita Bingley ya se había recuperado y avanzó hacia ellos—. Ésa es la moda de los caballeros ahora, vestir con discreta elegancia, a lo Brummell. El señor Darcy sólo se ha anticipado a la moda, y a ti te sentaría muy bien imitarlo, hermano —Darcy se inclinó sobre la mano de la señorita Bingley y se sorprendió al sentir que ella le daba un ligero apretón como queriendo decirle algo, pero Darcy no sabía qué.
—Bueno, si no es un cuervo, entonces una corneja. ¡Una corneja muy brummelliana, si quieres, Caroline! —Bingley se rió, aunque la sonrisa de sus labios no se reflejó en sus ojos— Pero ven, Darcy. La cena está lista y esta noche seremos sólo los tres —suspiró y se sumió en el silencio, mientras atravesaban el salón hacia el corredor.
—Debe estar asombrado de verme en la ciudad, señor Darcy —dijo la señorita Bingley con voz temblorosa, mirando nerviosamente a su hermano—. Charles se sorprendió muchísimo, pues pensaba que me había dejado bien instalada en Hertfordshire, lo cual, desde luego, es cierto. Pero resulta que yo no estoy tan enamorada del campo como mi hermano... Al menos, no de Hertfordshire. Y le pregunto a usted, señor, ¿qué iba a hacer yo sola con Louisa y Hurst como compañía? ¡Y en esta época! —se rió, pero la risa le sonó falsa. Darcy notó que Bingley fruncía el ceño al oírla.
—Todo el vecindario estaba a tus pies, Caroline —replicó Bingley en voz baja—. No te habría faltado compañía, estoy seguro.
—Tal vez tengas razón, pero yo habría echado mucho de menos a nuestros amigos de la ciudad. ¡Y las compras, ya sabes! ¿Cómo puedes comparar a Meryton con Londres a la hora de hacer compras? —la señorita Bingley miró a Darcy buscando confirmación a sus palabras.
—Con mucho gusto te habría acompañado a un viaje para hacer compras —respondió Bingley, antes de que Darcy pudiera acudir en auxilio de su hermana—. No había necesidad de cerrar Netherfield —la señorita Bingley comenzó a protestar, pero Bingley la interrumpió—. Pero eso ya es asunto concluido y estoy seguro de que no queremos aburrir a Darcy con riñas familiares —Caroline se sonrojó al oír las palabras de su hermano y le lanzó una mirada de súplica a Darcy. El caballero vaciló. La atmósfera estaba cargada de tensión, y quizá por primera vez, le estaba costando trabajo adivinar el estado de ánimo de su amigo. ¿La señorita Bingley habría seguido sus instrucciones, o ambos hermanos se habrían enfrentado furiosamente a causa de la señorita Bennet? Bingley no le dio ninguna pista; tenía los ojos fijos en el plato mientras los sirvientes revoloteaban alrededor, con movimientos precisos, sirviendo la cena.
La señorita Bingley carraspeó delicadamente.


—¿Cómo ha ido tu entrevista con Lawrence hoy? —preguntó Bingley, levantando la vista con la expresión de alguien que quiere que lo distraigan de sus preocupaciones.
—Bastante bien, en realidad —respondió Darcy, agradecido por no tener la responsabilidad de buscar un tema de conversación—. Esperaba encontrarme con todo tipo de sensibilidades exacerbadas y neurosis artísticas, pero Lawrence resultó ser una persona bastante civilizada y su estudio parecía totalmente respetable.
—¿Entonces no viste ninguna mancha de pintura en las paredes ni modelos con vestidos escandalosos reclinadas por ahí?
Darcy se rió.
—No, nada de eso. Siento decepcionarte, pero el asunto se desarrolló más bien como un negocio cualquiera. Me enseñaron su estudio, me ofrecieron té y me preguntaron qué tipo de retrato tenía en mente. Luego pasamos a su taller, donde él me mostró ejemplos de algunos cuadros terminados y otros todavía en proceso. Acordamos una fecha para que Georgiana pose por primera vez, me agradecieron el encargo y me acompañaron a la puerta. ¡Asunto concluido en sólo cuarenta y cinco minutos!
—¡Caramba! Acabas de echar por tierra todas mis ideas sobre los artistas —señaló Bingley, con un ánimo que reflejaba mejor su manera de ser—. Supongo que para apoyar mi impresión del temperamento artístico tendré que contentarme con la descripción que hizo lord Brougham de la histeria de la Catalani el jueves pasado.


El resto de la cena transcurrió dentro de ese mismo espíritu de cordialidad. La señorita Bingley se relajó y habló un poco mientras comían, pero se abstuvo de dominar la conversación como tenía por costumbre. En lugar de eso, se dedicó a prestar mucha atención a las historias de su hermano, enfatizándolas con expresivas miradas dirigidas a Darcy, que no consiguió entender su significado. Cuando Charles y Darcy se disculparon para retirarse al estudio de Bingley después de la cena, ella quedaba mordiéndose el labio inferior, pero Darcy no pudo saber si aquel gesto era una muestra de molestia o de agitación nerviosa.
Charles volvió a caer en el mutismo mientras se dirigían al estudio y, al no encontrar una manera apropiada de romperlo, Darcy prefirió seguir su ejemplo. La puerta no había terminado de cerrarse detrás de ellos cuando Charles ya le estaba alcanzando a su amigo un pesado vaso de cristal tallado lleno de un líquido ambarino. Bingley levantó su vaso y, tras hacer un brindis, se tomó todo su contenido, mientras Darcy lo observaba consternado.
—Charles... —comenzó a decir, pero se detuvo al ver que Bingley tenía los ojos cerrados y un extraño gesto de tristeza en la boca. De repente, abrió los ojos y ladeó un poco la cabeza.
—¿Recuerdas nuestra conversación en la posada donde cambiamos de caballos? Tú me advertiste allí sobre mi propensión a exagerar —Bingley le miró a los ojos y Darcy necesitó una buena dosis de control para no desviar la mirada.
—Sí, la recuerdo —contestó en voz baja.
—También me previniste contra los peligros de quedar tan atrapado entre los fantasmas de mi imaginación que podía llegar a aislarme de mi familia, mis amigos y la sociedad en general —Bingley apartó la mirada y dio media vuelta para servir otra ronda de licor.
—Fuiste muy tolerante con mis consejos, Charles —replicó Darcy, sin saber todavía cuál era el estado de ánimo de su amigo. Bingley le ofreció la licorera, pero él la rechazó.
—He pensado mucho en lo que dijiste, Darcy. He discutido conmigo mismo, y en mi mente también contigo —se inclinó, quitó los periódicos que había sobre los sillones frente al fuego y luego hizo una seña para invitar a su amigo a sentarse—. He pasado los últimos dos días, desde la inesperada llegada de Caroline, comparando lo que yo tomaba como una verdad con las observaciones de mi hermana.


En ese momento Darcy se movió inquieto en su silla, esperando que aquella alteración no hubiese sido demasiado evidente. Bingley hizo entonces una pausa y se quedó mirando al fuego durante tanto tiempo que a Darcy le costó trabajo mantener su actitud de indiferencia. Finalmente, su amigo continuó después de soltar un suspiro:


—También he pensado mucho en la advertencia de lord Brougham y, a la luz del amor que me profesan mis amigos y mi familia, he llegado a una conclusión —Bingley volvió a levantar la mirada y, con una sonrisa de autoreproche, confesó—: Tenías razón, Darcy. Estaba muy equivocado al creer que la señorita Bennet me ofrecía algo más que su amistad. Toda la culpa es mía. Ella no tiene ni la más mínima responsabilidad, en absoluto —le dio otro sorbo a su vaso—. Ella siempre será mi ideal de lo que debe ser una mujer... su belleza, su amabilidad. La llevaré siempre en mi recuerdo; pero insistir en mis deseos sólo podría causarle incomodidad, y eso es algo que no puedo tolerar —terminó en voz baja.


Mientras el carruaje avanzaba con celeridad hacia el norte, Darcy recordó cómo, al oír las palabras de Bingley, había clavado la mirada en el fondo de su vaso, sin saber qué responder. Al parecer había logrado su objetivo con muchos menos problemas de los que había temido y, al mismo tiempo, había conservado la amistad de Bingley. Sin embargo, no podía alegrarse totalmente por el éxito de su misión. La emoción más fuerte era el alivio. No había muchas posibilidades de volverse a encontrar otra vez con las hermanas Bennet. Su amigo sobreviviría a su pena de amor y no le culparía por ésta. Pero no podía evitar entristecerse al ver tan desanimado a Charles, cuyo alegre carácter había apoyado en tantas ocasiones la severa reserva de Darcy.


—Eso será lo mejor —había dicho finalmente, sorprendiéndose de repetirlo otra vez en aquel momento.
—¿Señor Darcy? —en la esquina opuesta, Fletcher se agitó para ponerse alerta, después de haber caído en un sopor a pocas calles de Grosvenor Square— Perdón, señor. ¿Ha dicho usted algo?
—Eso será lo mejor, Fletcher. Por lo general así es, ¿no es verdad?
Su ayuda de cámara lo miró con curiosidad durante un instante, antes de deslizarse de nuevo contra los cojines.
—Si se ha puesto en las manos de la providencia, señor, indudablemente es lo mejor.
—¡Sooo, sooo! —Darcy se inclinó y apretó la cara contra la ventanilla del carruaje, al oír que James contenía al caballo principal para que tomara la curva que los llevaría finalmente hasta Lambton a un paso más lento. Darcy conocía bien el temperamento de sus caballos, después de todo eran suyos, y sabía lo ansiosos que debían de estar desde que pasaron la última posada antes de Lambton; las ganas que tenían de regresar al establo que conocían tenía bien ocupado a James con las riendas. La capa de treinta centímetros de nieve brillaba, haciendo guiños a Darcy bajo un brillante pero frío sol de invierno, mientras el carruaje saltaba y se abría paso a través de los surcos marcados en el camino. La tarde estaba llegando a su fin cuando se acercaron al pueblo, y a pesar de la nevada que había caído por la mañana, Lambton era un hervidero de actividad, dedicado, a su manera, a sus pequeñas ocupaciones provincianas, con la misma seguridad que cualquier gran establecimiento de Londres.


Bajo el control del cochero, los caballos adoptaron un paso más tranquilo cuando entraron en la calle St. John y pasaron junto al lago del pueblo, ahora congelado. Sobre su helada superficie, varios muchachos mayores armados con escobas formaban una fila a cada lado del sendero que habían limpiado de nieve, esperando a que uno de sus compañeros lanzara una piedra. Antes de perderlos de vista, Darcy vio cómo la piedra describía una espiral y los otros muchachos frotaban furiosamente el hielo para ayudarla a deslizarse.


—Tremenda espiral ésa —comentó Fletcher, cuando se volvió a recostar, después de acompañar momentáneamente a su patrón en la ventanilla. Darcy resopló en señal de acuerdo, mientras fijaba su atención en los cambios que había sufrido el pueblo desde su partida a comienzos del otoño. Algunos techos recién reparados y unas cuantas fachadas blanqueadas eran las únicas diferencias, pero la nieve que llenaba las esquinas y colgaba de los aleros de las casitas y los antiguos establecimientos de Lambton enmarcaba una imagen tan querida a su corazón que sólo era superada por Pemberley.


Un grito procedente de la calle hizo que Darcy y Fletcher se giraran a mirar hacia delante. El caballero tuvo que hacer un esfuerzo para contener la sonrisa de curiosidad que le causó ver a los posaderos del Green Man y del Black's Head saliendo al mismo tiempo de la puerta de sus establecimientos a ambos lados de la calle. Desde hacía varios años se había convertido en un asunto de honor entre ambos ver quién era el primero en saludar a cualquier carruaje de la familia Darcy que pasara por el pueblo. El otoño pasado, cuando Darcy salió para Londres, Matling, del Black's Head, hizo salir a su esposa a todo correr, para que saludara con él, lo cual hizo que el viejo Garston, del Green Man, mirara con odio a su rival. Aquel día Darcy pudo ver otra vez a Matling y a su esposa, y al pasar les hizo un gesto con la cabeza en contestación al saludo de la pareja. Pero cuando Matling miró hacia los escalones del Green Man para sellar su victoria, el caballero vio que el placer que le había causado su mirada se desvanecía, reemplazado por una expresión de terrible odio.


—¡Señor Darcy, mire, señor! —exclamó Fletcher con una voz casi ahogada por la risa, cuando se asomó por la ventanilla del otro lado. En la escalinata del Green Man, en una fila organizada de mayor a menor, estaban todos los nietos del viejo Garston haciendo una reverencia, mientras el propio posadero saludaba desde atrás, radiante de dicha.
Los niños aclamaron a Darcy mientras éste sacudía la cabeza al ver hasta dónde llegaba la rivalidad de los posaderos y los saludaba. Cuando el carruaje dobló la esquina, se volvió a recostar contra el asiento, con una sonrisa similar a la de su ayuda de cámara. El cochero dejó que los caballos alcanzaran un poco de velocidad cuando llegaron al final de la fila de tiendas de St. John y giraron hacia la calle King. Momentos después pasaron junto al pozo del pueblo, cuyas puras aguas eran famosas por haber resistido la peste negra ciento cincuenta años atrás. Luego llegaron al sendero bordeado de árboles que subía la colina hasta la iglesia de St. Lawrence, en donde la torre y sus pináculos llevaban quinientos años resistiendo los embates del mundo y respondiendo al cielo por el bienestar de las almas de los Darcy desde hacía tres siglos. Después atravesaron el viejo puente de piedra sobre el Ere, que bordeaba sinuosamente los límites de Pemberley, y recorrieron las cinco millas que los separaban de la entrada al parque, a la máxima velocidad que permitía el camino.


—Será estupendo volver a casa, señor —dijo Fletcher mientras el caballero se volvía a asomar por la ventanilla, ansioso por ver finalmente las tierras de sus ancestros y su casa.


—Mmm —fue todo lo que respondió, cuando el carruaje embocó el sendero que conducía a la imponente entrada que se abría justo en ese momento para recibirlo. El vigilante de la entrada saludó a los caballos y al cochero, y después de hacer una reverencia, se incorporó con una amplia sonrisa para saludar a los viajeros, antes de apresurarse a cerrar la verja de hierro forjado detrás de ellos.


—¿Qué tiene Samuel en la gorra, Fletcher? ¿Un ramito de acebo? —preguntó Darcy, al mismo tiempo que agradecía la calurosa bienvenida del guarda.
—Eso creo, señor. Sí, indudablemente es acebo. Totalmente apropiado, debido a la época, señor.
—Ah, sí, claro... la época —Darcy volvió a guardar silencio, absorto en el recorrido de la larga entrada.


El sendero se abría camino lentamente a través del bosque que circundaba los extremos del parque. Diseñado un siglo atrás bajo la dirección del abuelo de Darcy, el sendero exigía a los visitantes que disminuyeran el paso de sus caballos hasta un trotecito ligero y luego recompensaba su paciencia con más de una encantadora vista de aquellos hermosos parajes y los riachuelos que formaban parte de la belleza natural de las tierras de Pemberley.
Los árboles inmensos que bordeaban el sendero estaban cargados de nieve. Bajo el sol del ocaso, proyectaban largas sombras de color lavanda sobre el sendero y el bosque que se extendía más allá, envolviendo el coche en una gélida quietud que contrastaba con la realidad de su paso implacable. Darcy abrió la ventanilla y respiró el aire tonificante, saboreando esos aromas ácidos que le resultaban tan familiares, como si fuera un buen vino. Ya casi estaban llegando. Momentos antes de que salieran del bosque en la cima de la colina, los caballos apresuraron el paso y su entusiasmo contagió a los ocupantes del carruaje. De repente, Pemberley apareció ante ellos.



Los sinuosos muros de la fachada occidental resplandecían con la luz rosada del atardecer, mientras que los rincones se iban tornando violetas, a medida que se alejaban del resplandor. Aunque la luz estaba a punto de desaparecer, las ventanas de Pemberley parecían atraer el fuego que aún quedaba. Encendidas con la luz de su propio esplendor, reflejaban los rayos dorados y rojizos sobre la nieve, y el efecto se veía increíblemente realzado por el reflejo de todo aquel paisaje sobre el lago congelado. Al verlo, Darcy sintió que el corazón le daba un brinco y el peso de las semanas anteriores pareció disiparse.
Comenzaron a descender desde la cima de la colina. Los caballos, excitados por el deseo de llegar a casa, corrieron de una forma que nadie en el coche quiso impedir. Al alcanzar al llano, el golpeteo de sus cascos acompañado por el crujido del cuero y la madera y el sonido del vidrio era ensordecedor. Después de la última curva del sendero, los caballos y carruaje levantaron piedras y barro con su ansia. Cuando alcanzaron la entrada de Pemberley Hall, Darcy pudo oír cómo James llamaba al caballo principal mientras tiraba de las riendas para contener al resto de la reata. Los caballos disminuyeron el paso primero a un trote suave y luego a un paso ligero con las patas rígidas, hasta que finalmente se detuvieron con suavidad frente al arco de entrada del jardín privado de Pemberley.
Los mozos del establo tomaron las riendas del animal principal y dieron la bienvenida a los caballos con afecto. Una pequeña tropa de lacayos apareció para bajar los baúles del coche, mientras el mayordomo abría la portezuela.
—¡Bienvenido a casa, señor Darcy! ¡Bienvenido a casa, señor! —la voz de Reynolds tembló un poco cuando su patrón se bajó del carruaje.
—¡Reynolds! ¡Qué alegría volver a casa... estoy encantado! —Darcy le sonrió a otro de esos empleados que lo conocían desde niño y luego levantó la vista para observar los adornos de ramas verdes que decoraban el arco de entrada al patio—. Veo que han recibido mis instrucciones.
—¡Claro, señor! Ya hemos empezado, pero la señorita Darcy quería consultar con usted algunos detalles antes de proseguir con las decoraciones navideñas. —Reynolds se inclinó con un aire de complicidad y susurró—: Ella ha estado tan feliz como un duende mirando todas las decoraciones en el ático e inspeccionando los manteles y las vajillas de Navidad, señor. ¡Gracias a Dios! —luego se enderezó, dándose la vuelta para dirigir la descarga de los baúles, al tiempo que Darcy pasaba bajo el arco.
Mientras el caballero apresuraba el paso hacia la escalera de dos tramos que conducía al vestíbulo levantó la mirada y alcanzó a ver una sombra de color en la ventana del segundo piso, que tenía la mejor vista del camino que llevaba hasta la casa. Se detuvo. Entrecerrando los ojos, inspeccionó de nuevo la ventana, pero esta vez no vio a nadie; así que, sonriendo, prosiguió escaleras arriba mientras se iba desabrochando el abrigo para librarse de inmediato de todas las incomodidades tan pronto estuviera dentro. Justo cuando las puertas se abrieron, dejó el abrigo en las manos de un lacayo, pero se sintió un poco decepcionado. Georgiana no estaba en el vestíbulo. Darcy miró a su alrededor desconcertado, pero recuperó la compostura cuando vio que la señora Reynolds y los criados de arriba le hacían una reverencia para saludarlo.
—¡Señor Darcy, bienvenido a casa, señor! —el ama de llaves repitió las palabras de saludo de su marido, con la misma genuina sinceridad.
—¡Señora Reynolds! Gracias. Es estupendo estar en casa —Darcy le dirigió una sonrisa y miró a la mujer que conocía a su familia desde que él tenía cuatro años—. ¿La señorita Darcy no ha bajado a saludarme?
—La señorita Darcy lo recibirá en el salón de música, señor, tal y como corresponde. Ella ya no es una chiquilla que pueda salir corriendo escaleras abajo tan pronto como usted llega, señor —le dijo de manera afectuosa la señora Reynolds—. ¡Ahora es usted quien debe correr! Yo le acompañaré, señor, para mostrarle algo que le alegrará el corazón —las palabras parecieron atorársele en la garganta un instante, mientras sus ojos se humedecían—. Tanto como ha alegrado nuestro viejo corazón —la señora Reynolds sacó un pañuelo del bolsillo de su delantal y se secó los ojos, mientras señalaba la escalera con la otra mano—. ¡Subiré con usted!
—Sí señora —respondió Darcy de manera obediente y luego sonrió con picardía—. Le agradecería que la cena estuviera lista temprano esta noche. El talento del nuevo cocinero del Leicester Arms deja un poco que desear, así que no he comido más que pan, queso y un poco de cerveza desde el mediodía.
—Eso nos imaginamos, señor —suspiró la señora Reynolds—. La señorita Darcy ha planificado una espléndida cena de bienvenida que estará lista a las seis en punto, si le parece, señor.
—¿Ha sido planificada por la señorita Darcy? —el caballero miró escaleras arriba con asombro—. Tendrá que excusarme, señora —hizo un gesto con la cabeza en respuesta a la reverencia del ama de llaves y se apresuró a subir. Mientras se acercaba al salón de música, una chispa de esperanza se unió a la precaución que siempre tenía en todas las cosas relacionadas con su hermana. Después de dar unos cuantos pasos, disminuyó la marcha, esperando ser recibido por los encantadores acordes del piano o por una voz delicada y melodiosa, pero nada de eso interrumpió el silencio. Lo único que pareció celebrar su llegada fue el tic-tac del reloj del gran vestíbulo.


¿Qué está haciendo Georgiana? Darcy frunció el ceño con intriga. No había bajado a recibirlo y tampoco parecía que planeara darle la bienvenida con una canción. Tal vez la señora Reynolds estaba equivocada y su hermana no lo estaba esperando en el salón de música. Se detuvo en el lugar en que se cruzaba el corredor por el que iba con el que conducía a las habitaciones privadas de la familia y se mordió el labio inferior mientras echaba un vistazo a ambos lados. El silencio parecía acechar sus esperanzas. ¿Era posible que se hubiese engañado? ¿Acaso los cambios que mostraban las cartas de su hermana habían sido únicamente producto de su imaginación?
Con una inquietud creciente a cada paso, Darcy avanzó por el corredor en penumbra hasta que descubrió una brillante luz que salía de la puerta del salón de música. Se detuvo ante la entrada y trató de aguzar los sentidos como si así pudiera atisbar algo de lo que le esperaba en el interior. Pero no logró percibir nada. Ante aquella quietud, respiró hondo y traspasó el umbral en silencio.
Georgiana estaba sentada en uno de los dos divanes confrontados y separados por una mesa de centro, con la espalda hacia la ventana y el cuerpo recto pero relajado. Estaba muy guapa, con un vestido de lana azul ribeteado con una cinta bordada. Aunque era un traje sencillo, dejaba traslucir a la perfección que Georgiana había dicho adiós a la infancia. Tenía la mirada baja, aparentemente fija en sus delicadas manos, que reposaban sobre el regazo, permitiendo a Darcy sólo la vista de los rizos brillantes que enmarcaban su cara. No ha habido ningún cambio. Darcy relajó los hombros y su decepción amenazó de muerte la esperanza que había alimentado durante las últimas semanas. La tentación de perder toda esperanza casi lo abrumó por completo, pero intentó alejarla. Georgiana lo necesitaba, necesitaba su fuerza; y juró no fallarle.
—¿Georgiana? —dijo Darcy con voz suave.
Al oír su nombre, Georgiana levantó la cabeza. y, para sorpresa de Darcy, unos ojos brillantes de la felicidad se clavaron enseguida en los suyos. Su hermana se levantó con elegancia del diván y, sin decir palabra, tendió los brazos hacia él, con una sonrisa tímida en el rostro. Sin saber cómo, Darcy atravesó el salón como un rayo y en segundos se sorprendió parado al lado de ella.
—¡Georgiana! —exclamó con voz ahogada, abrazando con fuerza a su querida hermana.
—Hermano querido —susurró Georgiana contra su pecho. Darcy parpadeó varias veces rápidamente, antes de permitirle separarse lo suficiente para mirarle a la cara—. ¡No sabes qué feliz me hace el que estés en casa!


La cristalina transparencia de su rostro, tan opuesta a la horrible melancolía del verano pasado, dejó al caballero sin habla. Con un asombro lleno de gratitud, contempló en silencio la plácida profundidad con que Georgiana lo miraba. Su hermana se sonrojó al notar aquel examen detallado, y volvió a apoyar la mejilla colorada sobre el pecho de su hermano antes de que él pudiera decirle que también le hacía feliz estar en casa.


—Quise recibirte de manera apropiada —murmuró Georgiana—. Quería portarme de manera formal, ya sabes, y decir: «Así que estás en casa, hermano» y «¿Qué tal ha sido el viaje?» —Georgiana se apartó un segundo del pecho de Darcy— Pero cuando entraste y te vi a mi lado, todo eso se me olvidó. ¡Oh, mi querido, querido hermano! —la sonrisa que Georgiana le dedicó hizo que el corazón de Darcy brincara de nuevo y otra vez se quedó sin palabras— ¿Quieres un poco de té ahora, antes de vestirte para la cena? Está todo aquí, sobre la mesa.


—S-sí —logró responder Darcy—, un poco de té sería perfecto —Darcy soltó a su hermana con reticencia y dejó que ella lo llevara hasta el diván para sentarse luego junto a ella. El hoyuelo que ambos habían heredado de su padre se asomó en medio de la mejilla de la muchacha mientras servía el té. Y se hizo más profundo cuando ella se dio la vuelta y le pasó la taza.
—Aquí tienes. No hace tanto tiempo que te fuiste como para que haya olvidado cómo te gusta, pero por favor dime si he recordado todo bien —Darcy tomó la taza y le dio un sorbo con cautela, decidido a asegurar que estaba magnífico, independientemente del sabor. Pero no tuvo necesidad de mentir. Estaba perfecto, y por alguna razón inexplicable, ese hecho pareció desatar una oleada de dulzura que alivió la pesada culpa que lo venía abrumando desde la primavera. Sus labios dejaron escapar entonces un suspiro irreprimible. Georgiana sonrió en voz baja, pero al ver la curiosa luz que su risa despertó en los ojos de Darcy, bajó la mirada y se concentró en su taza, con un poco de confusión.


—Lo has recordado perfectamente, querida —se apresuró a asegurarle, con la esperanza de volver a ver el hoyuelo, pero Georgiana mantuvo la vista fija en la taza. Aunque en su cabeza se agolpaban cientos de preguntas acerca de la transformación de su hermana, Darcy vaciló ante la idea de tocar ese tema, temeroso de que el hecho de mencionarlo rompiera en mil pedazos la maravillosa paz que los invadía en ese momento. Por eso decidió que sería mejor mantenerse dentro de los límites de la charla social hasta no estar más seguro del estado anímico de Georgiana.
—Entonces, ¿quieres saber qué tal ha ido mi viaje de vuelta? —preguntó con suavidad— ¿O preferirías oír noticias de Londres?
Al oír la pregunta, Georgiana levantó un poco la barbilla, pero en lugar de mirarlo directamente prefirió examinar el delicado bordado de su servilleta.
—En realidad, hermano, lo que más me gustaría es que me contaras cómo te ha ido en Hertfordshire —Georgiana lo miró fugazmente a la cara y luego desvió la mirada. Darcy no pudo saber qué había visto su hermana en su rostro, porque aquella petición le sorprendió por completo y no tuvo tiempo de controlar su expresión.
—¡Hertfordshire! —repitió Darcy con voz ronca, sintiendo una opresión en su interior, y un súbito recuerdo de aroma a lavanda y rizos besados por el sol desató una lluvia de nostalgia que penetró hasta lo más profundo de su ser, haciendo añicos los restos de su tranquilidad.
—Sí —contestó Georgiana y el hoyuelo volvió a salir cuando ladeó un poco la cabeza y lo miró a los ojos—. Tu carta de Londres no decía nada sobre el baile. ¿Asistió mucha gente?
La manera en que Georgiana pareció animarse de repente colocó a Darcy ante un dilema. Con cuánta devoción deseaba olvidarse de Hertfordshire o, al menos, relegar sus recuerdos a los momentos en que estuviera solo y seguro, sintiéndose capaz de enfrentarse a los sentimientos que ese nombre evocaba. Pues su simple mención lo desazonaba por completo, arrastrándolo a lugares que sólo se atrevía a hollar con mucho cuidado. ¡Sin embargo, ese peligroso tema era precisamente lo que su hermana más deseaba oír!


—Sí —respondió Darcy, desviando la mirada—, fue muy concurrido. No pasó mucho tiempo antes de que empezara a creer que todo el condado estaba allí —Darcy esperaba que su tono cortante desalentara la curiosidad de su hermana.
—¿Y el señor Bingley? Debió de sentirse muy complacido al ver que tantas personas aceptaron su invitación —Georgiana sonrió, anticipándose a la confirmación de Darcy.
—Sí, Bingley estaba muy contento —Darcy hizo una pausa, supuestamente para tomar más té, pero en realidad buscaba ganar tiempo para ordenar sus pensamientos—. Debo decir que la señorita Bingley también estaba complacida. Al menos, al comienzo de la velada —se corrigió.
Una mirada de desconcierto apareció en el rostro de Georgiana, pero no pidió más explicaciones. Darcy descubrió después que estaba interesada en otra cosa.
—¿Y bailó con la joven sobre la que me escribiste? ¿La señorita Bennet?
—Sí —contestó Darcy con tono cortante.
—¿Y fue muy considerado con ella? —Darcy miró atentamente a su hermana, pero no pudo detectar en sus ojos ningún interés particular por los asuntos de Bingley. No, no lo está preguntando pensando en ella, decidió Darcy. Sólo piensa en él como mi amigo.
—Lamento decir que se portó casi como un idiota a causa de ella —contestó Darcy con un tono un poco más brusco del que tuvo intención de utilizar—. Pero ya ha entrado en razón y la señorita Bennet es agua pasada. No creo que Bingley regrese a Hertfordshire —concluyó con tono tajante, pero suavizó el tono al ver que su hermana palidecía—. No fue nada grave, Georgiana, sólo una falta de criterio por su parte, te lo aseguro. Pero el asunto ya está arreglado, y Bingley ha aprendido mucho de esta experiencia.
—Como digas... pero ¡pobre señor Bingley! —el rostro de Georgiana se cubrió de preocupación mientras bajaba la vista hacia la taza. Después de unos instantes de silencio, durante los cuales Darcy dio por zanjado el tema, éste puso la taza sobre la mesa, liberó a Georgiana de la suya y le tomó las manos entre las suyas. Las suaves y complacientes manos de la muchacha descansaron unos momentos entre las musculosas manos de Darcy y no opusieron resistencia cuando él se llevó a la boca primero una y luego la otra, para besarlas con ternura.
—No te preocupes, querida. Él es un hombre adulto y puede aguantar un golpe. Ya conoces su naturaleza alegre. Se recuperará.
Georgiana lo miró con expresión de seriedad.
—Pero ¿qué hay de la señorita Elizabeth Bennet? ¿Pudo cambiar la opinión que tenía de ti? ¿Cómo voy a conocerla si el señor Bingley no regresa a Hertfordshire, ni desea renovar su amistad con los Bennet?
Darcy casi deja caer las manos de su hermana a causa de la sorpresa.
—¿Ese es el motivo de tu preocupación? ¡Quieres conocer a la señorita Elizabeth Bennet! ¡Por Dios, Georgiana! ¿Por qué?
Su hermana retiró con suavidad las manos y, mientras él la miraba fijamente, se levantó del diván, dirigiéndose hasta la ventana que estaba junto al antiguo piano. Pasó los dedos por la superficie lisa y brillante, antes de volverse hacia él para responder a su pregunta.
—Te decía en mi carta que no podía soportar pensar que alguien a quien tú admiraras no te correspondiera con la misma admiración y más bien pensara mal de ti. Quería saber si ella había admitido su error —miró a Darcy esperando una confirmación, pero, al ver su expresión, se apresuró a añadir—: Oh, no con palabras, tal vez, pero ¿modificó su opinión? ¿Os despedisteis en buenos términos?
—Como caballero, no puedo saber si fueron buenos términos a los ojos de la señorita Elizabeth. Le correspondería a ella decirlo —contestó Darcy con cuidado. La curiosidad que despertaba el interés de su hermana por Elizabeth superaba su determinación de alejar todos los pensamientos sobre ella.
—Pero ¿por tu parte sí fueron buenos? —la inocente mirada llena de esperanza que le dirigió su hermana hizo que él deseara haberse esforzado más por seguir el consejo de Georgiana.
—Seguí tu consejo lo mejor que pude, teniendo en cuenta mis escasas capacidades en semejantes asuntos —Darcy sonrió con amargura mientras se reunía con ella junto al piano—. Fui tan amigable como puedo ser en una pista de baile.
—Entonces, ¿bailaste con ella?
Darcy tuvo ganas de gruñir. Cuanto más trataba de esconder, más parecía descubrir su hermana. A este paso, Georgiana pronto conocería todos los detalles de la historia. La miró con perplejidad, parada frente a él, con los ojos llenos de interés. La transformación de Georgiana era asombrosa, no, milagrosa, y Darcy quería saber exactamente cómo se había producido. Empezaría mañana mismo. Se prometió entrevistar a primera hora a la mujer bajo cuyos cuidados la muchacha había superado su enorme pena.
Movió la cabeza, negándose a responder a esa pregunta, y luego sonrió y la miró.
—Mi querida niña, si quieres un relato pormenorizado, debes ofrecerme algo más que una taza de té. Ahora bien, ¿qué ordenaste para esa cena de la que habló la señora Reynolds? ¡Porque te advierto que tengo mucha hambre!
El hoyuelo que apareció en la mejilla de Darcy encontró réplica en la de su hermana cuando ella le devolvió la mirada con el mismo afecto, y suavemente volvió a deslizarse entre sus brazos.
—Oh, Fitzwilliam, ¡estoy tan contenta de tenerte en casa!
Mientras abrazaba con fuerza a Georgiana, Darcy miró con gratitud hacia el cielo y luego, hundiendo su cara entre los rizos, sólo pudo reunir fuerzas para susurrar:
—No más que yo, querida. No más que yo.


Continuará....



30 comentarios:

Rocío dijo...

Gracias Lady Darcy!!
Sigo atenta al siguiente.
un abrazo.

Anónimo dijo...

Ainnnss!! qué linda la relación de Darcy y Georgiana!!
Gracias por subir nuevo capi.
Saludos.

Anónimo dijo...

Recien descubri tu pagina, me encanta, Gracias por subir este libro!!!, nada me encantaria mas que comprarlos pero aqui en provincia de Mexico es dificil... de todas formas no parare hasta encontrarlos.
Gracias otra vez!!!!

AKASHA BOWMAN. dijo...

Querida Lady Darcy: feliz, feliz estoy de tenerla a usted, a ti querida, fugazmente entre nosotros y feliz de poder perderme de nuevo en las maravillosas letras de la señora Aidan, gracias a ti.

Cuando leo un libro necesito siempre visualizarlo todo, cada escena, cada ambientación, incluso oler las fragancias con que una estancia permanece inundada... y con estas letras lo consigo.

¡qué agradable esa ingenuidad mezclada con el eterno buen humor de Charles B.! ¡Una corneja jajajjajaja! Pues a mí personalmente me fascinan los caballeros vestidos pulcramente de ese color...

Secretamente y en un segundo plano (que no en el pescante) he viajado con el querido Darcy en el carruaje, fascinándome sin duda ante la primera visión de Pemberley en navidad. ¡qué hermosa ensoñación! ¿qué parajes nevados tan propensos a la imaginación!

Y esa encantadora Georgiana, convertida en una señorita y preparada para su salida al mundo. Sin duda muy lejos de ser la niñita desvalida que Darcy recordaba. Su constante interrogatorio seguro que hizo mella en el corazón del caballero, al hacerle recordar lo que pretendía mantener en el olvido.

Se espera la continuación para cuando puedas, querida.
Besos y que estés bien

MariCari dijo...

Querida Lady, querida, queridísima, tu lectura ha sido un bálsamo en esta tarde de lluvia.
Podíamos haber tomado un café (tú un té ¿verdad? ¿con azúcar o miel?) como tú prefieras, hoy no te podría negar nada después de haber leído este maravilloso relato.
Muchas gracias... esperando a su pluma me quedo...
Bss

Aglaia Callia dijo...

Lady querida, aquí para ponerme a leer esta preciosidad, que de no ser por ti, jamás habría conocido, muchas gracias.

Qué maravillosa forma de continuar la historia; me ha fascinado todo, especialmente Georgiana, pensar que sabíamos tan poco de ella, y ahora puedo imaginar más leyendo esta obra.

Gracias de nuevo, besos, estaré atenta.

Juan A. dijo...

Querida Lady Darcy:

Tengo que decirte una vez más que ejerces una fascinación indecible con ese don que consiste en recrear una atmósfera ideal, imposible, permitiéndonos respirar luego en ese horizonte reconstruido en una suerte de prodigiosa gesta.

Gracias por compartir ese don con quienes te queremos.

Beso tu mano.

J.P. Alexander dijo...

Espero que te encuentres mejor Lady te mando un beso y estunpendo capitulo me encanto ver a Darcy con su hermana

Wendy dijo...

Hola querida, te dije que no tardaría mucho, me alegra tanto ver que has podido seguir publicando.
En su momento comenté la fascinación que siento por Lady Caroline Lambd, se que su comportamiento pudo parecer excentrico pero todo lo hizo por amor y le fué muy duro así que no la voy a criticar.
Me alegra que de nuevo se haga referencia a la moda y, concretamente, a Brummel, cuanta elegancia la de nuestro admirado Darcy.
Georgiana ya es una mujer y ambos hermanos están encantados con el encuentro.
Me apena que los consejos de Darcy hayan hecho tanta mella en su amigo, por ellos ha decidido alejarse de la señorita Bennet, espero que esto pueda cambiar.
Besos y cuidate.

princesa jazmin dijo...

Lady Darcy: primero que nada gracias de nuevo por hacer a un lado tus molestias de salud para subirnos los capítulos, no sabes cuánto te agradezco el gesto.
Con cada nuevo capítulo que leo me gusta más y más esta historia, es increíble la cantidad de cosas y personajes con que Pamela Aidan ha llenado esos momentos en los que, en la historia original, sólo sabíamos de Lizzie. Es absolutamente coherente en todo sentido,fascinante.
El momento en que Bingley se rinde a los argumentos de su hermana y amigo, cuando vemos a Darcy y Georgiana juntos, la curiosidad que ésta siente por Elizabeth y los apuntes del viaje y el aspecto de Pemberley.
Como te dije antes, si no fuera por tu amabilidad, difícilmente yo hubiera siquiera conocido estos libros. Para los que amamos Orgullo & Prejuicio esto es lo mejor.
Te mando mucha fuerza y abrazos.
Jazmín.

LADY DARCY dijo...

ROCÍO:
Encantada, es un placer.

ANÓNIMO:
Gracias por pasar.

ANÓNIMO:
Me alegro que ahora tengas la oportunidad de leerlo. Bienvenid@ y gracias por tu visita.

Fernando García Pañeda dijo...

La embaucadora Sra. Aidan sigue dando muestras de sus dotes, ¿no cree, milady? Primero, da entrada a personajes históricos como Lord Byron o Thomas Lawrence, o lugares reales como Boodle's. Por otra parte, nos muestra a un Bingley muy apartado del apocado carácter con que se le recuerda en la novela madre.
Y, last but not least, vemos a un Darcy sensible en extremo y emocionado en un aspecto muy íntimo de su vida. En este sentido, la imagen de un Darcy con una sonrisa franca y plena abrazado a su hermana es una delicia, por su rareza y su expresividad. Y en una calma tan placentera que casi hipnotiza hasta el punto de verse uno contemplando la escena.
Cómo echo de menos a una Georgiana que me supiera orientar y aconsejar con su sabiduría, cariño e intuición...
Siempre aquí, milady, en este mar de sentimientos.

Uma dijo...

Es mi primera vez por este blog, casualmente pertenezco a un club de lectura y llevamos unos meses leyendo a Jane Austen, como vd., Lady Darcy a mi me habría encantado nacer en esa época. En estos momentos estamos leyendo Orgullo y Prejuicio uqe, por cierto, he visto que van a poner la película en TV, por supuesto estaré en primera fila.

Pasaré por aquí a menudo sí a Vd., no le importa.

Patricia. dijo...

Hola Rocely,
Estoy muy contenta de encontrar este libro, te lo agradezco mucho.
Sólo leí ''Una fiesta como esta'' y me faltaba empezar con este, no lo encontraba por ningún sitio en forma de libro electrónico y ya está aquí! Bien!
Te leeré siempre que puedas publicar. Por cierto, espero que la dolencia de tus muñecas remita y te encuentres mejor, dichosa salud, ¡cómo la queremos cuando falta!.
Muy agradecida, besos.

Anónimo dijo...

hola, lady D espero que estés muy bien, ayer me quede esperando el tercer capitulo de deber y deseo y solo escribía para preguntar cuando lo publicaras??? de verdad que te agradezco de corazón lo que haces ya que en mi país o bueno exactamente en la ciudad donde vivo no e podido encontrarlo por ser "no comercial" como me han dicho en cada una de las librerías a las que he ido. espero pronto por ese capitulo. cuídate, y muchas gracias por tomarte ese tiempo.

LADY DARCY dijo...

Akasha querida, ya imaginaba que quedarías encantada con el atuendo de Darcy, conozco tu predilección por este color ;), y ciertamente Bingley sorprende y agrada aún más, cuando le toma tan descaradamente el pelo a Darcy, en una faceta que no conocíamos hasta ahora. La descripción del paraje es extraordinaria, coincido contigo. Mil gracias por pasar.

LADY DARCY dijo...

Mari Cari, amiga mía, mi jardinera fiel...un café, un té, agua o lo que fuera, cualquier cosa pero en tu compañía es lo que quiero. Un beso y te espero siempre.

LADY DARCY dijo...

Aglaia querida, me complace enormemente que puedas leerla, y me alegra el poder compartirla. Actualizaré una vez por semana para que no pierdan el hilo. gracias por tu visita.
Un beso inmenso.

LADY DARCY dijo...

Don Vito, gracias por tus palabras y por tu visita, daré un paseo por tu blog a la brevedad posible.
Un saludo sincero.

Lady Deitmonth dijo...

Querida lady Darcy, me es preciso ofrecerle mis mas sinceras felicitaciones por este capítulo maravilloso. Si bien es cierto, ningún libro se comporararía con la NOVELA MADRE (Excuse cierto caballero al utilizar sus términos. Sólo que los consideré oportunos al emplearlos)Este libro es una nueva prespectiva de la historia, que te inquieta a explorar las distintas emociones y sentimientos de los demás personajes, y como efecto, te revela a seres muy significativos y apasionantes en sus razgos específicos que te embelezan aún más con la historia y te hace desear formar parte de ella.
Le reitero mis Felicitaciones y me congratulo con la felicidad que debe sentir al tener consigo a una perfecto caballero como Mr.Darcy.
Me despido con mucho afecto y un tierno abrazo. Solicitando un pedido especial para iniciar una amistad.
Lady Deitmonth (karin CH.)

LADY DARCY dijo...

Querido Juan Antonio,
El mayor don, el mayor regalo que puedo poseer, es el afecto, el cariño y la amistad sincera que tú y personas como tú, me profesan.
Gracias infinitas.

LADY DARCY dijo...

Citu querida,
me alegra verte siempre aquí, acompañándome.
Un beso sincero desde esta lado del planeta.

LADY DARCY dijo...

Wendy, mi gran amiga,
Sin duda Darcy lamentará haber intervenido de esa manera en los sentimientos de Bingley. Ya empieza a ver las consecuencias de sus actos, aunque aún falte mucho para que toque fondo.
Gracias por pasar y te espero siempre.

LADY DARCY dijo...

Princesita querida,
Es un placer compartir la novela con todos ustedes, y sin duda alguna la señora Aidan posee un talento extraordinario en mantener la relación entre los personajes originales y sus nuevas aportaciones, y ni qué decir de la descripción de situaciones y escenarios.
Mil gracias por tus palabras y gracias también por estar aquí.

LADY DARCY dijo...

Mi querido Señor, Bingley nos sorprende a cada instante, aunque yo diría que siempre dió muestras de ser bastante listo y nada tonto, claro que no tanto como Darcy, y es de comprender que frente a otras personas del círculo social de Darcy, Charles se sienta algo cohibido,(y quién no, digo yo) pero su buen ánimo y su simpatía natural lo acompañan siempre en la confianza que le dá la gran amistad que les une; en lo personal, me encanta la forma en suele tomarle el pelo. En todo caso quien más me sorprende es nuestro caballero: tan sensible, y tan dado a emociones contradictorias que lo marcan y definen en la novela original. Noto cierta tristeza y melancolía en sus palabras, quizá no sea necesaria una hermana sino las palabras y el afecto de una buena amiga.
Aquí también, en el mismo mar.

LADY DARCY dijo...

Buen día Uma,
Me complace saber de tu gusto por la época y los libros y novelas que la acompañan. En lo personal fué gracias a Orgullo y Prejuicio que me enamoré de la época, espero que su lectura te sea grata y placentera como lo hizo conmigo.
Sé bienvenida siempre.

LADY DARCY dijo...

Hola Patri!!
Qué gusto saber de ti. Me alegro que nuevamente puedas acompañarme, estoy segura que disfrutarás de las nuevas aventuras de nuestro caballero favorito.
Mil gracias por tus deseos, yo también espero pronto recuperarme del todo.
Un beso inmenso.

LADY DARCY dijo...

Gracias Amig@ por tus palabras y buenos deseos. Publicaré siempre cada semana, (si Dios lo permite, claro está)
Espero que me sigas acompañando.
Un beso.

PS. Por cierto, ya que nos veremos seguido, me gustaría mucho conocer tu nombre, sabes bien que eres siempre bienvenid@.

LADY DARCY dijo...

Mi querida Lady Deitmonth,
Será para mí un gusto, si acaso un enorme placer el contar con vuestra amistad. He tratado inutilmente de conseguir un enlace que me lleve a devolverle su amable visita, pero todo ha sido en vano; en todo caso es usted bienvenida hoy y siempre.
Estoy segura que disfrutará de esta novela, como yo de sus interesantes opiniones.
Hasta entonces y reciba mis saludos sinceros.

Guevara dijo...
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