miércoles, 7 de julio de 2010

UNA FIESTA COMO ÉSTA Capítulo X (...Un último capítulo antes de viajar...feliz lectura).

Una novela de Pamela Aidan
Capítulo X

Totalmente inaceptable


—¡Señor Darcy, ¡no pretenderá usted salir al aire libre! —Darcy miró por encima del hombro mientras cerraba la puerta y vio la cara de asombro de Caroline Bingley—. Debería darle vergüenza, señor —continuó diciendo con fingido tono de desaliento—, dejarme sola atendiendo a los bárbaros… ¡y en mi propia casa! ¡Qué descortesía!
Darcy sonrió y le ofreció su brazo.
—Llega usted demasiado tarde, señorita Bingley. Acabo de regresar de tomar un poco de aire fresco. Diré, en mi defensa, que dudo que mi ausencia haya ocasionado la exhibición de un comportamiento inapropiado por parte de sus invitados. Todo parece estar en orden —añadió, mirando a su alrededor—. En todo caso, usted ciertamente puede reclutar los servicios de su hermano si necesita refuerzos.
Al oír las afirmaciones de Darcy, la mirada de la señorita Bingley adquirió un matiz de inquietud.
—¡Charles! Él no serviría de nada, ¡qué hombre tan provocador! —Viendo la mirada de desconcierto de Darcy, la señorita Bingley se apresuró a explicar—: Lo que más me ha afectado en su ausencia es precisamente el comportamiento de Charles. La desconsideración que ha mostrado de manera tan abierta al prestarle exclusiva atención a la señorita Bennet ya no puede pasar inadvertida para los otros invitados. —Levantó la mano con un gesto de impotencia—. Señor Darcy, ¿qué vamos a hacer? Si un buen amigo no lo aconseja, me temo que Charles cometerá un grave error… uno que bien le puede cerrar las puertas de la alta sociedad.
—Entonces, ¿todavía está con ella? —El rostro de Darcy adquirió una expresión sombría.
—Oh, sí —suspiró la señorita Bingley—, es posible que ya esté atrapado. De verdad, señor Darcy, ¡la gente ya está empezando a murmurar! Justo ahora, ese insufrible hombre, sir William, me estaba insinuando que los deberes como señora de Netherfield ya pronto dejarían de ser una carga para mí. Si ese hombre se atreve a decirme semejante cosa, lo más probable es que se lo haya dicho también a los demás. De eso puede estar usted seguro. —La señorita Bingley guardó silencio durante un segundo, y apoyando la mano sobre el brazo de Darcy, lo miró a la cara con expresión de súplica—. Charles lo escuchará a usted. Siempre ha sido un buen amigo para él.
—Hablaré con su hermano, señorita Bingley. Es lo único que puedo prometer. —Darcy miró detrás de ella, hacia la puerta del salón de baile y ella siguió la dirección de su mirada, pero sólo vio al ridículo clérigo que había acompañado a las Bennet esa noche.
—Contar con su orientación es lo mejor que puedo desear para Charles. Él es, en efecto, muy afortunado en lo que respecta a sus amigos. —Le dio una discreta palmadita al brazo de Darcy—. Cambiando de tema, me pareció ver que hoy ha recibido una carta de su tía, lady Catherine de Bourgh. Debe de haberlo invitado a Rosings para Navidad, ¿no es así?
—La carta era de lady Catherine —admitió Darcy mientras la conducía de regreso al salón de baile—, pero mi tía nunca me invitaría a Rosings para Navidad. Las visitas siempre se realizan, necesariamente, durante la primavera y, si es posible, en compañía de mi primo, el coronel Fitzwilliam. Mi prima Anne, la hija de lady Catherine, es de constitución delicada y le afecta particularmente el invierno —explicó.
—Entonces, ¿tendremos la felicidad de contar con su compañía en Londres durante las fiestas, así como durante la temporada de eventos sociales?
—De nuevo tengo que responderle negativamente, señorita Bingley. Cuando concluya mis asuntos en Londres la próxima semana, partiré hacia Pemberley y pasaré la Navidad con mi hermana. —Darcy se encogió de hombros—. Mi padre, y el suyo antes que él, siempre pasó la Navidad en Pemberley. Nuestra gente así lo espera y se ha convertido en una tradición de los Darcy que, bajo la administración de mi padre, despertaba gran expectativa con varias semanas de antelación. Ya han pasado cinco años desde su muerte y es hora de que Georgiana y yo revivamos la costumbre. Creo que ella no disfrutaría mucho si pasa la Navidad en Londres, lejos de los agradables recuerdos de las celebraciones del pasado.
—¡Qué hermano tan considerado! —bromeó la señorita Bingley.
—Tal vez —dijo Darcy—, pero Georgiana se merece cualquier placer que yo le pueda proporcionar.
—Estoy segura de que así es —replicó rápidamente la señorita Bingley—. ¿Regresará ella a Londres con usted para la temporada social de este año?
—Considero que todavía es demasiado joven para eso, señorita Bingley, pero pretendo persuadirla de ir a la ciudad durante parte del invierno, al menos. —Un toquecito en el codo interrumpió su atención y Darcy se giró para ver al desafortunado pariente de Elizabeth levantándose después de hacer una solemne reverencia. ¡Qué cosa tan inconveniente! Darcy respondió al saludo con un gesto sencillo de cabeza, momentáneamente fascinado por la vulgar presunción del hombre.






—Señor Darcy —comenzó a decir el hombre sin que mediara ningún preámbulo—, por favor permítame presentarle mis respetos, señor, después de asegurarle primero que mi negligencia al saludarlo se ha debido enteramente al total desconocimiento de la relación que existía entre usted y mi más noble protectora, lady Catherine de Bourgh. Porque debe usted saber que su graciosa y supremamente bondadosa pariente le ha confiado a este humilde servidor el cuidado de su gente al otorgarme el derecho a vivir en la parroquia de Hunsford. El hecho de que yo pudiera encontrarme aquí, en este lugar, con el sobrino de esa maravillosa dama estaba fuera del alcance de mi imaginación; en consecuencia, no me he dado cuenta y debo expresarle mis más sentidas excusas por no presentarme enseguida ante usted, señor. —El hombre terminó su discurso sin aire y se inclinó nuevamente.
—Es usted demasiado exigente, señor —respondió Darcy con fría cortesía—. Estoy seguro de que debe ser de gran utilidad para lady Catherine…
—En eso, señor Darcy —interrumpió el señor Collins—, encuentro mi mayor apoyo y satisfacción. Lady Catherine de Bourgh es una mujer de tal perspicacia y agudeza mental que sólo puede ser enormemente apreciada por todos sus parientes. Como su sobrino, usted debe estar ávido por saber cómo se encuentra, y yo me hallo felizmente en posesión de noticias tan frescas sobre su señoría que puedo asegurarle que continúa gozando de buena salud.
Este hombre es un completo idiota, decidió Darcy, una vez que su paciencia fue puesta a prueba más allá de los límites de la cortesía. Fijó la mirada más allá del pastor de su tía para buscar a Bingley, pero no estaba en ningún lugar del salón de baile. ¡Bingley, no me digas que también la has acompañado a cenar!, renegó Darcy en silencio. ¡Tenía que encontrarlo! Pero parecía que el obsequioso discurso del hombre que tenía frente a él iba a continuar indefinidamente a menos que algo lo obligara a detenerse. A la primera oportunidad que Collins tuvo para detenerse a tomar aire, Darcy inclinó rápidamente la cabeza y, sin decir palabra, se alejó en dirección al comedor, decidido a hacer entrar a su amigo en razón.
El salón destinado a servir la cena estaba lleno de invitados. Primero Darcy disminuyó el paso y luego se detuvo justo al pasar la puerta, pues la reticencia a mezclarse hombro con hombro con todo Hertfordshire casi lo hace desistir de su búsqueda. Aprovechando su estatura, echó un vistazo al salón y localizó a su presa. La señorita Bingley no había exagerado. Allí estaba Charles, sentado a la mesa con la señorita Jane Bennet todavía a su lado, rodeado por una buena cantidad de sus invitados, ignorando con alegre despreocupación todos los límites que lo liberarían de la necesidad de declarar sus intenciones ante el padre de la señorita Bennet por la mañana.
¡Idiota!, dijo Darcy para sus adentros. ¿Qué estás haciendo, por amor de Dios? ¿Cómo puedo ayudarte ahora? No había manera de atraer discretamente la atención de Bingley. Darcy podría abrirse paso entre la gente, pero ¿qué iba a decir cuando llegara al lado de su amigo, si éste estaba ocupado con sus invitados? ¡Un criado! Sí, ¡podría enviar a un criado para que lo llamara con urgencia! Pero ¿qué podría decirle en una entrevista tan corta, que sirviera a su propósito? En lugar de eso, lo más probable es que despertara la desafortunada tendencia de Bingley a la testarudez, y ¡Dios sabía lo que podría pasar entonces! No se veía ninguna otra solución posible, lo cual ponía a Darcy en una situación incómoda. Al parecer, no había otra cosa que hacer que esperar hasta que Bingley estuviese solo.
Tras inclinarse por ese camino tan poco satisfactorio, los deliciosos aromas de la mesa del banquete comenzaron a atraer sus sentidos. Agradecido por no tener que tomar ninguna decisión más urgente que comer, se acercó a la mesa y, tomando un plato, se sirvió una selección de carnes y un vaso de vino. Luego dio media vuelta y se dedicó a la tarea de encontrar la tarjeta con su nombre entre los adornos que llenaban las largas mesas. Su mirada recorrió las filas de mesas de un lado a otro, buscando la silla vacía que indicaría su lugar reservado. ¡Allí! Darcy miró la tarjeta que estaba al otro lado de la mesa más cercana, pero cuando se encontraba concentrado en eso, su atención fue atraída por unos rizos adornados con flores que subían y bajaban. Volvió a mirar el nombre de la tarjeta y luego, justo frente a él, se encontró con los ojos asombrados y cautelosos de Elizabeth. Enseguida cruzó por su mente la idea de que aquella disposición de lugares había sido hecha a propósito, y no por la señorita Bingley. Le lanzó una mirada a su amigo. ¿Charles? Quienquiera que lo hubiese arreglado, ya no había nada que hacer. Con un cosquilleo de inquietud, puso su plato sobre la mesa y tomó asiento en silencio frente a Elizabeth.
—… será pronto, de eso puede estar usted segura, lady Lucas. No estoy de acuerdo con los compromisos largos y no creo engañarme al pensar que al señor Bingley tampoco le gustan. Mírelos y verá usted que él está más que impaciente por concluir el asunto.
El complaciente ronroneo que caracterizaba la voz de la mujer hizo que Darcy recordara con claridad la primera impresión que había tenido de la señora Fanny Bennet. Estaba sentada frente a él, pero dos puestos más allá, tan regordeta e indiferente a su presencia como un viejo gato atigrado, cuyos ávidos ojos estuviesen fijos en un ratón particularmente apetitoso. Darcy siempre había detestado a los gatos, pues su atención selectiva frente a la autoridad y su propensión a divertirse amenazando su comida no resultaban muy recomendables para la disciplinada forma de vida de Darcy. La noche que se vieron por primera vez, la señora Bennet le causó exactamente la misma impresión.
—Un joven tan encantador, ¡y tan rico! El partido perfecto para mi hermosa Jane, en todos los aspectos. ¡Y cuando uno piensa que Netherfield está sólo a tres millas de Longbourn! Bueno… siendo usted también madre, lady Lucas, puede apreciar las ventajas enseguida.
Darcy frunció el ceño ante la abrumadora vulgaridad de la señora Bennet al hablar sobre las expectativas que le despertaba la idea de tener a Bingley como yerno. Tomó el cuchillo y el tenedor y, casi sin saber lo que hacía, comenzó a cortar la carne.
—Usted se puede imaginar el enorme consuelo que siento al ver la deferencia y el cariño con que tratan a Jane las hermanas del señor Bingley. Con toda seguridad, ellas deben anhelar el compromiso. Y ¿por qué no? El apellido Bennet, aunque no es noble, tampoco es desconocido entre los grandes de Inglaterra.
Cuando el trozo de jamón que acababa de meterse a la boca amenazó con atragantarlo, Darcy tomó rápidamente su vaso de vino y le dio un generoso sorbo para facilitar el paso del bocado por la garganta. ¡Insoportable! Un cruel desprecio congeló su actitud. ¿Acaso aquella mujer había perdido el juicio o simplemente le gustaba engañarse? Miró de reojo a Elizabeth al otro lado de la mesa y enseguida sintió en sus propias mejillas el calor que ruborizaba a la muchacha. Sus ojos miraban en todas direcciones menos hacia él y le temblaba el labio inferior. Darcy volvió a mirar su copa y agitó su contenido.
—Aún más, es una circunstancia muy prometedora para las niñas más jóvenes y un gran alivio para mí. ¿Le sorprende que diga eso? ¿Por qué? Con seguridad… el hecho de que Jane se case tan bien contribuirá a poner a sus hermanas en el camino de otros hombres ricos.
—¡Mamá, por favor! —La súplica de Elizabeth llegó hasta los oídos de Darcy, pero era tal la indignación por su amigo, y no por él, que le restó importancia.
—… y así las cosas, será tan placentero poder dejarlas al cuidado de su hermana. Así ya no estaré obligada a acompañarlas a todas partes y podré asistir sólo a los eventos sociales que me apetezca.
—¡Por el amor de Dios, mamá, habla más bajo! —Había verdadera desesperación en la voz de Elizabeth, y cuando Darcy la oyó, su desprecio dejó paso a una dosis de rabia hacia aquella mujer por cuenta de las súplicas de su hija.
—Lizzy, no me interrumpas. Discúlpeme, lady Lucas, ¿por dónde iba? Ah, sí. Estaba a punto de asegurarle que, en medio de mi buena suerte, no me he olvidado de sus obedientes hijas. Estoy segura de que, en muy poco tiempo, usted estará en la misma situación en que yo me encuentro.
Darcy observó que Elizabeth volvía a inclinarse sobre su madre, con el rostro transfigurado por el disgusto y la vergüenza, que se veía acentuada por el excesivo brillo de sus ojos. Susurró algo en voz inaudible. Darcy supuso que era algo que tenía que ver con él. Su deducción no tardó en ser confirmada.
—¿Y qué me importa a mí el señor Darcy? Dime, ¿por qué habría de tenerle miedo? —La respuesta de la señora Bennet lo golpeó como una bofetada en el rostro—. No le debemos ninguna consideración especial como para sentirnos obligadas a no decir nada que pueda molestarle.
Darcy le dio un pequeño sorbo a su vino y dejó el vaso sobre la mesa de manera deliberada. Nunca había sido testigo de un despliegue de grosería tan monumental. Aún más, el hecho de ser objeto de semejante despliegue era tan asombroso, tan desagradable, que no tenía palabras. La señora Bennet siguió parloteando, ignorando las miradas de incomodidad que le dirigían tanto su hija como lady Lucas. Para su consuelo, Darcy comprobó que nadie lo estaba mirando, excepto Elizabeth, cuyo malestar por la conducta de su madre la cubría de vergüenza. Un inesperado deseo de aliviarla de alguna manera atenuó su disgusto, pero no logró cambiar la resolución implacable que acababa de tomar: no había nada bajo el cielo que lo detuviera de evitar una equivocada unión entre Bingley y aquella familia. Darcy tomó el tenedor y, sin saborear ni un solo bocado, concentró su atención en terminar la comida de su plato, mientras reflexionaba sobre la estrategia que adoptaría para dirigir su próxima campaña.


Darcy pasó el resto de la velada haciendo un cuidadoso escrutinio de la familia Bennet. Su primer objetivo fue determinar la magnitud del encaprichamiento de su amigo y el afecto de la señorita Bennet. Conociendo perfectamente la tendencia de Charles a entusiasmarse, Darcy no podía concluir con seguridad si Bingley estaba realmente «enamorado» o sólo había sucumbido al atractivo de una cara bonita y unos modales distinguidos. La señorita Bennet era otro asunto. Bajo la cuidadosa observación de Darcy, Jane parecía recibir las atenciones de Bingley con gracia y modestia, pero la dichosa intensidad que irradiaba la actitud de Bingley no tenía un reflejo correspondiente ni en el rostro ni en la actitud de la muchacha. Ella parecía complacida con las atenciones de Bingley, claro, pero indiferente; y Darcy no podía detectar en su actitud otra cosa que gratitud por el honor que le hacía su amigo al ser tan deferente con ella. No, decidió Darcy, ella no tenía la mirada del verdadero amor. Si Charles así lo creía, se estaba engañando.
Terminada la cena, se oyó una demanda general por parte de los caballeros para que las damas interpretaran alguna canción. Darcy se recostó en su silla, mientras experimentaba al mismo tiempo la esperanza y el temor de que Elizabeth respondiera a aquella solicitud. Tras echarle un vistazo, Darcy supo que ella no estaba en condiciones de presentarse ante el público. Tenía los ojos fijos en sus guantes, y los labios casi transparentes por tenerlos tanto tiempo apretados. Sólo levantó la vista cuando una oleada de agitación entre las jóvenes asistentes se produjo ante la figura de otra de las hermanas Bennet.
Oh, Dios… Mary Bennet. —Darcy oyó un murmullo que provenía de atrás y que fue respondido por un suave gruñido—. ¡Preparaos ahora, mis valientes! —Fue la advertencia que les hizo un teniente a los compañeros que estaban cerca—. Sobrevivid a esto y los gritos de batalla de los franchutes no os asustarán ni lo más mínimo.
Darcy le lanzó una mirada de alarma a Elizabeth, temeroso de que hubiese escuchado los comentarios de mal gusto que flotaban entre la multitud. Tenía los ojos cerrados, como en una actitud de sufrimiento. Sus labios se estaban moviendo, pero no se oía ningún sonido. Los aplausos de rigor reclamaron la atención de Darcy a la actuación que estaba a punto de comenzar, y él se dio la vuelta, preparado para lo que podía suceder.
Cuanto más cantaba la señorita Mary Bennet, más sombría se volvía la actitud de Darcy. En contraste con su hermana mayor, aquella muchacha tenía una voz cuya principal característica era la debilidad, que trataba de ocultar con movimientos afectados, más apropiados para el escenario que para una cena privada. Pero ni su incapacidad para mantener la melodía ni el ridículo que estaba protagonizando la detuvieron, porque, a pesar de obtener unos débiles aplausos, se animó a interpretar otra canción.
Para Darcy, tanto interés por convertir en espectáculo la falta de talento y modestia no sólo resultaba de pésimo gusto sino que era incomprensible. ¿Acaso nadie había pensado en refrenar en la muchacha esa tendencia al descaro? Darcy descartó de inmediato a la madre, pero ¿qué sucedía con el padre? El señor Bennet era conocido por ser un hombre peculiar que, excepto por el silencioso saludo en casa del squire Justin, seguía siendo un desconocido para Darcy. Era obvio que Bennet ejercía escasa influencia sobre su esposa. El caballero hizo una mueca. ¿Se extendería esa indiferencia también a sus hijas? Examinó discretamente el salón y descubrió al caballero en cuestión abriéndose camino hacia el frente. Al ver a un padre haciéndose cargo de su familia, lo invadió un sentimiento de alivio muy masculino y entonces se permitió lanzarle una mirada a Elizabeth, con la esperanza de percibir una disminución en la magnitud de su angustia.
—Niña, ya basta. Has estado muy bien. —Oyó Darcy que le decía el señor Bennet a su hija—. Ya nos has deleitado bastante. Ahora deja que se luzcan otras jovencitas.





Asombrado por la franqueza de las palabras del señor Bennet, Darcy no podía creer lo que había oído. Pero la verdad de la situación fue atestiguada por la ola de rubor que cubrió el rostro de Elizabeth. Darcy fijó los ojos en el suelo. ¡Esos comentarios tan mordaces para dirigirse a su propia hija! ¡Y nada menos que en público! La incomodidad de Darcy sólo por haber sido testigo de aquella escena fue casi tan aguda como su oprobio ante semejante demostración.
—Si yo tuviera la suerte de tener aptitudes para el canto, me gustaría mucho entretener a la concurrencia con una romanza. —La voz, vagamente familiar, sacó a Darcy de su ensoñación. Levantó la vista y vio al adulador vicario de su tía—. Sin embargo, no quiero decir, por esto, que esté bien consagrar demasiado tiempo a la música, pues hay, desde luego, otras cosas que atender…
¡Y ahora vamos a tener que soportar un sermón en mitad de un baile! Darcy no daba crédito. Recibió las miradas del clérigo con creciente temor.
—… lo más llevaderas posible. Y estimo como cosa de mucha importancia que un clérigo sea atento y conciliador con todo el mundo, y en especial con aquellos a quienes debe su cargo.
¡No lo hagas, hombre! No te dirijas a mí…—Considero que esto es indispensable —seguía diciendo el señor Collins, y entonces, con una sonrisa lisonjera, se volvió hacia Darcy—. Y no puedo tener en buen concepto al hombre que desperdicia la ocasión de presentar sus respetos a cualquiera que esté emparentado con la familia de sus bienhechores. —Para horror de Darcy, el salón se quedó en silencio mientras el vicario le hacía una pronunciada reverencia. Por fortuna, el hombre no esperaba una respuesta y se sentó. Transcurridos unos instantes, el salón concluyó que el extraño discurso del clérigo no tendría ninguna respuesta y dirigió su atención a otra cosa.
Darcy se permitió respirar nuevamente y le hizo señas a un criado para que volviera a llenar su vaso. Agarrándolo con dedos fríos a causa de la indignación, se levantó y se dirigió rápidamente hacia la exigua sombra de la chimenea. Le dio un generoso sorbo a su vaso y luego se giró para observar a los invitados de Bingley. ¡Su valoración inicial había sido totalmente acertada! Iracundo, bebió otro trago. La sociedad campesina y su idea de modales y distinción estaban lejos de lo que se consideraba correcto. Desde el momento en que llegó al campo, había sido insultado, humillado o halagado de manera servil por sus habitantes principales. Se desconocían totalmente las reglas sociales, se permitía que las jovencitas crecieran sin control y en cualquier momento uno podía ser víctima de la mayor falta de decoro, ¡incluso en un baile!
Recorrió con su mirada la multitud hasta encontrar a Bingley en un rincón, con la cabeza inclinada, en medio de una conversación privada con la señorita Bennet, mientras el baile se desarrollaba sin orden ni concierto. ¡No! Darcy sacudió la cabeza. ¡Por el bien de Charles, aquello debía llegar a su fin! A pesar de las afirmaciones de su madre, la señorita Bennet no tenía más mérito que ser la hija de un caballero, sin ninguna influencia que beneficiara a su amigo, y una pequeña dote que no significaría ningún aumento en sus ingresos o propiedades. A eso había que añadir que significaría para Bingley la adquisición de una suegra increíblemente vulgar, de cuatro —no, tres— hermanas sin ningún talento, a las cuales se esperaría que presentara en sociedad, un sarcástico ermitaño por suegro y una innumerable cantidad de personas de la clase profesional. Era una descripción que presagiaba el desastre. Darcy sabía cuánta influencia tenía sobre su amigo, y era probable que aquel asunto la pusiera a prueba, pero tenía que, debía, salvarlo de un destino condenado al fracaso.
Bebió lo que quedaba del vino y, con un propósito claro en mente, depositó el vaso sobre la mesa más cercana, preparado para poner en marcha su plan, cuando el susurro de un papel interrumpió sus pensamientos y le recordó las expectativas con las cuales había iniciado la velada. ¿Qué era lo que deseaba que resultara de esta noche? ¿Sólo la buena opinión de Elizabeth Bennet sobre él? Darcy dio un paso atrás entre las sombras. Ella todavía estaba sentada, escuchando de manera respetuosa a una dama cuyo atractivo eclipsaba de lejos. Todavía estaba un poco colorada, pero tenía mejor aspecto. La sesión de canto terminó y el comedor comenzó a vaciarse en busca de más baile. Elizabeth se levantó junto con los demás y se dirigió hacia donde se encontraba su amiga, la señorita Lucas.
Su respeto. Darcy había deseado granjearse el respeto de Elizabeth, su amistad, un oasis de ingenio y gracia en medio de un desierto de estupidez provinciana. Quería la sensación de vitalidad que sentía en su presencia y que fluía a través de él como un buen vino. Deseaba que esos maravillosos ojos se posaran en él con un sentimiento más profundo que la burla o la rivalidad. Elizabeth y la señorita Lucas salieron del salón; Darcy las siguió con la mirada, mientras sentía un espasmo de dolor en lo más profundo de su corazón. La carta que tenía en el bolsillo de la chaqueta volvió a crujir cuando él se tocó el pecho casi sin darse cuenta. Ya no habría forma de conseguir una buena opinión de la señorita Elizabeth Bennet. Lo que él quería hacer, lo que debía hacer, por el bien de Charles, le aseguraría su irrevocable antipatía.


—Caroline, te ruego que no pidas mi opinión ni mi ayuda, ni nada más esta noche —le dijo Bingley a su hermana, después de cerrar la puerta tras la partida de la familia Bennet—. Toda la velada ha resultado espléndida, querida.
—Hizo una pausa en su elogio, mientras el reloj de pared daba una campanada.


— ¿De verdad son las dos y media? ¡Por Dios! Darcy, si vamos a salir mañana, tengo que irme a la cama enseguida. —Bingley se detuvo al pie de las escaleras, trató infructuosamente de reprimir un bostezo y luego le dijo a su hermana con un tono que la desarmó—: De verdad, Caroline, mereces la mayor de las felicitaciones. Todo el mundo hablará de esta noche durante semanas. Bien hecho y ¡buenas noches a todos! —les dijo a los criados que estaban cerca y que todavía trabajaban para restablecer el orden en los salones ahora vacíos—. Darcy —añadió, haciendo un gesto hacia su amigo—, hoy tendrás que servirte el brandy solo. Yo no sería capaz.
—A la cama, Charles. Si lo necesito, ya sé dónde está. Dile a tu ayuda de cámara que te tenga preparado a las doce o yo mismo iré a buscarte —lo amenazó Darcy en tono jocoso.
—Después de esa advertencia, os deseo a todos buenas noches —dijo Bingley, estremeciéndose—. Excepto a Darcy, que espero que dé vueltas toda la noche.
El caballero se rió en respuesta al comentario burlón de su amigo y se preguntó hasta qué punto se cumplirían los deseos de Bingley. No le cabía duda de que el sueño le sería esquivo esa noche. La tarea que tenía ante él era una pesada carga para su mente.
—Louisa, tú y el señor Hurst no tenéis que esperarme. Todavía tengo algo que hacer esta noche. —La señorita Bingley le dirigió una sonrisa de agotamiento a su hermana. Darcy vio que la señora Hurst parecía demasiado fatigada para preguntarse si sería apropiado que su hermana se quedara en compañía de Darcy a solas, y por esa vez, se alegró de ello. Su plan para separar a Bingley de la señorita Bennet necesitaba un aliado, y Darcy sabía que en Caroline encontraría uno bien dispuesto.
—Señor Darcy. —La señorita Bingley se volvió hacia él tan pronto como subieron los Hurst—. ¡Charles todavía está en las garras de esa muchacha! ¡Esperaba que usted hablara con él!
—Lamento mucho haberla decepcionado, señorita Bingley. No he tenido oportunidad de complacerla. No podía agarrarlo del cuello y sacudirlo como una marioneta. —Darcy la miró con frialdad y con un aire de superioridad—. Y usted sabe perfectamente cómo se tomaría Charles una charla sobre este tema, incluso viniendo de mí.
—Él no quiere oír más que elogios sobre la señorita Bennet.
—Precisamente —respondió Darcy de manera contundente—. Pero si usted es capaz de seguir mis instrucciones, creo que todavía podemos salvarlo de cometer un desastroso error.
—Lo que sea, señor Darcy. Todo lo que esté a mi alcance.
A Darcy se le congeló la sangre al oír esas palabras, exactamente lo mismo que Charles le había dicho hacía sólo unos días. ¿Qué estaba haciendo? Aquella duplicidad era totalmente ajena a su carácter y le resultaba repugnante. Pero al acordarse de la funesta naturaleza de las inclinaciones de su amigo, suprimió la oleada de inquietud que sintió en lo más hondo de sus entrañas.
—Señor Darcy, ¿qué quiere usted que haga? —insistió la señorita Bingley.
—Espere unos cuantos días después de que hayamos salido para Londres. Luego despida a los criados, cierre la casa y síganos a la ciudad. Pero no permita que Charles se entere de su llegada. Cuando tenga la certeza de que mis planes han dado fruto, le enviaré una nota. Sólo en ese momento debe usted avisarle de su llegada. Lo único que tendrá que hacer será confirmar a su hermano lo que yo le he dicho, pero con el más suave de los tonos. ¡No lo atosigue! ¿Podrá hacerlo, señorita Bingley?
—S-s-sí, será como usted dice, señor Darcy. —La señorita Bingley se estremeció ante la seriedad de la actitud de Darcy.
—Muy bien, señorita Bingley. Entonces, yo también le deseo buenas noches. —Hizo una reverencia y se dirigió a las escaleras, pero se detuvo en el primer escalón para fulminarla otra vez con su autoritaria mirada—. Una cosa más. Deberá enviarle una carta muy clara a la señorita Bennet. Dígale que lo más probable es que Charles se quede en la ciudad y que ustedes han ido a reunirse con él. Y que ninguno de ustedes regresará a Netherfield antes de Navidad. De hecho, que es posible que nunca vuelvan. Diga todo lo que exige la cortesía, pero deje muy claro el punto esencial. ¡Qué Charles no regresará! ¿Ha comprendido usted?
—Sí, señor. —La señorita Bingley asintió con la cabeza, con los ojos muy abiertos. Darcy volvió a inclinarse y continuó su camino hacia sus aposentos. Ya eran las tres de la mañana y cada paso que daba hacia su habitación confirmaba lo exhausto que lo habían dejado todas las tensiones y emociones de la noche. El picaporte de su habitación giró al mismo tiempo que él estiraba la mano para agarrarlo y la puerta se abrió en silencio, dejando ver a un Fletcher grave y taciturno, contra la luz de una sola vela que reposaba en la mesilla de noche.
—Señor Darcy.
—Fletcher. —Suspiró Darcy mientras se sentaba—. No pensé que un baile de provincia terminara tan tarde.
—No se preocupe, señor. He aprovechado muy bien este tiempo y ya he empaquetado todas sus pertenencias, señor —contestó el ayuda de cámara, retirando el alfiler de esmeralda de la corbata de Darcy y comenzando a deshacer el nudo. Mientras se desabrochaba el controvertido chaleco, Darcy miró con curiosidad la cabeza inclinada de su empleado.
—¿Todas mis pertenencias?
—Sí, señor… y he ordenado a los mozos del establo que envíen a Trafalgar a Pemberley. ¿Querrá usted montar a Nelson en su viaje a Londres o debo enviar al caballo junto con el perro, señor? —Fletcher se arrodilló para retirar con cuidado los zapatos de baile de Darcy.
—Envíe a Nelson a Pemberley. Fletcher, ¿usted sabía que yo no iba a volver?
El ayuda de cámara lo miró de reojo.
—Desde luego, señor Darcy. ¿Todavía quiere partir a mediodía, señor?
Darcy miró a su ayuda de cámara con suspicacia.
—¡Tal vez debería decírmelo usted!
—Oh, no, señor. Eso sería una ligereza por mi parte y causa de despido, aunque he oído que lord… depende mucho de la opinión de su ayuda de cámara, que lo acompaña incluso en la mesa de juego.
—Lo mismo he oído yo —contestó Darcy lentamente—. Entonces, debo replantear la pregunta. ¿A qué hora sugiere usted que parta, Fletcher?
—El mediodía es lo más tarde que se puede partir, señor, en la medida en que eso le permitirá llegar a Erewile House un poco tarde, pero no demasiado. El mediodía también es la hora más recomendable, pues es lo más temprano que el ayuda de cámara del señor Bingley puede comprometerse a tenerlo listo. ¿Ya puedo quitarle la chaqueta, señor?
Darcy se levantó de la silla con esfuerzo, se quitó la chaqueta y, mientras Fletcher la recogía, también se desprendió del chaleco. Estaba seguro de haber oído cómo suspiraba su ayuda de cámara cuando dejó las dos prendas encima de un taburete tapizado. Darcy lo miró con disimulo mientras se quitaba los puños y el cuello de la camisa.
—Entonces será a mediodía. ¿No siente pena por marcharse de Hertfordshire, Fletcher?
El ayuda de cámara tardó un poco en contestar, pero su expresión se volvió melancólica, mientras vertía un poco de agua caliente de la jarra de cobre que tenía calentando junto al fuego en la jofaina que reposaba sobre el lavabo.
—¿Pena, señor? Londres tiene sus encantos, y Pemberley es el lugar más hermoso de esta verde tierra. ¿En cuanto a Hertfordshire? Hertfordshire, según he descubierto, tiene sus propios tesoros, señor; y ¿qué hombre no lamenta dejar atrás un tesoro?
—¿Qué hombre, en efecto? —susurró Darcy, mientras desfilaban ante sus ojos las imágenes de la primera vez que había visto a Elizabeth esa noche: la atractiva figura, los rebeldes rizos, sus ojos brillantes y, luego, su ceño fruncido, su voz calmada y aquella mirada de angustia. Darcy cerró los ojos agotado.
—¿Señor Darcy?
—El hombre que conoce su deber y lo cumple contra toda inclinación natural, ese hombre, Fletcher, al final no tendrá de qué arrepentirse.
—Como usted diga, señor. —El rostro de Fletcher no mostró ninguna reacción ante las palabras de Darcy, mientras señalaba la jofaina y la ropa de dormir que reposaba sobre la colcha—. ¿Hay algo más que necesite esta noche, señor?
—No, no, eso es todo. Ya lo he tenido levantado demasiado tiempo. Si no estoy en pie a las diez, por favor despiérteme.
Fletcher recogió la ropa que Darcy se había quitado, e inclinándose en señal de agradecimiento por la gentileza de su amo, se retiró hacia la puerta del vestidor.
—Señor Darcy. —Se detuvo en el umbral. Darcy terminó de quitarse la camisa por encima de la cabeza y lo miró con curiosidad—. Hay un poco de brandy en la mesa junto al fuego, en caso de que desee beber un poco, señor. Buenas noches, señor.
Darcy miró hacia la mesa, mientras la puerta se cerraba. No tenía intención de beber al ser tan tarde, pero la idea no le disgustó. Tal vez el brandy apaciguara las voces que invadían ahora su cabeza durante suficiente tiempo para conciliar el sueño. Se sirvió una copa, pero la dejó sobre la mesa, vacilante, mientras terminaba sus abluciones y se ponía la ropa de dormir. Allí seguía, cuando terminó, brillando de manera tentadora a la luz del fuego. Cerró la mano alrededor de la copa y, con un movimiento rápido, se bebió la mitad del contenido. El líquido ardiente descendió por su garganta y su falso calor invadió el cuerpo de Darcy en minutos.
¡Su deber! Sí, él conocía su deber bastante bien… y las consecuencias de ignorarlo. Georgiana acababa de ser rescatada de una situación provocada por su negligencia. Él no iba a fallarle a Charles de esa manera. Ni siquiera por todos los «tesoros» de Hertfordshire.
Se tomó el resto del brandy antes de que el rostro de Elizabeth apareciera de nuevo ante él y dejó la copa sobre la bandeja. Se dirigió a la cama y retiró las sábanas, que todavía estaban agradablemente cálidas a causa del calentador de cobre, y se deslizó entre ellas, acomodándose en una postura que lo ayudara a dormirse. Apagó la vela. La oscuridad lo envolvió mientras los efectos del brandy comenzaban a hacerse sentir. Un par de ojos hermosos lo miraron confundidos y tristes, y Darcy metió la cabeza entre la almohada para esquivarlos.
—Dios —susurró en la profundidad de la noche— ¡espero estar obrando correctamente!




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Me despido con todo el cariño y la amistad de siempre, me voy unos días de viaje, bueno, mejor dicho, un mes, aprovechando las vacaciones de invierno. Pero prometo no desaparecer del todo y darme un agradable paseo por sus hogares virtuales en la medida de mis posibilidades. Espero regresar con la energía y los ánimos necesarios y así poder seguir narrándoles capítulo a capítulo el resto de esta historia, y así mismo, subir con el debido honor los premios y regalos que en los últimos días, he sido obsequiada.
Hasta entonces mis buenos amigos, les dejo un beso inmenso y uno especial a alguien "muy especial".
Lady Darcy.

28 comentarios:

Wendy dijo...

Te deseo Lady Darcy unas felices vacaciones, te echaré de menos.
Un beso

Anouna dijo...

La figura e imágen de Mr Darcy es tan potente, tiene encanto en su enigma, en su carácter que parece indiferente, distante, ensimismado, pero, se intuye a un hombre grandioso, atractivo y atrayente, eso hace la historia tan poderosa, con estas dos fuerzas que se atraen y nos atraen.

Un abrazo, Anouna

J.P. Alexander dijo...

Nena genial capitulo como siempre. Espero que te diviertas mucho en tus vaciones y te mando un beso.

Juan A. dijo...

Disfruta tus merecidas vacaciones, querida Lady Darcy. Pero no nos hagas esperar demasiado. Te echaremos de menos.

Un beso.

AKASHA BOWMAN. dijo...

Echaré de menos pasearme por estos lares y leer los pensamientos del querido Darcy, que realmente me regocijan mucho y no dejan de sorprenderme. Serán tres semanas muy largas en las que se la echará de menos, mi buena Dama. Disfrute de sus vacaciones y muchos besos de su amiga

LADY DARCY dijo...

Muchas gracias Wendy,
Aunque disfrutaría mucho más si mis vacaciones fueran a Nunca Jamás ;)
Un beso.

LADY DARCY dijo...

En efecto querida amiga, y conozco a alguien que tiene un carácter tan similar y por ende ese mismo encanto.
un beso mi querida Anouna.

LADY DARCY dijo...

Gracias Mi querida Citu por tus buenos deseos, yo también lo espero.
Un besito.

LADY DARCY dijo...

Muy agradecida Juan Antonio, ya sentía que las necesitaba, yo también les echaré de menos, de hecho ya lo hago.
un beso.

LADY DARCY dijo...

Gracias por tus palabras Akasha, sin duda Darcy se hará extrañar, pero regresará sorprendiéndonos cada vez más. En lo que a mí se refiere, no lo extrañaré demasiado, no podría alejarme mucho tiempo de él, siempre que puedo y de alguna manera, lo llevo en mi equipaje ;)
igual de besos.

César dijo...

Saludos, espero que te vaya bien y sobre todo puedas descansar, que no sabes qué falta nos hace en esta vida en la que no se dispone de tiempo para el descanso.

Hasta pronto y espero que podamos retomar la conversación, ya leyendo la novela que he prometido comenzar dentro de poco.

Hasta otra oportunidad, que estés bien

Eleanor Atwood dijo...

Lo mire por donde lo mire, sea narrado desde la perspectiva de Darcy, Lizzie, o cualquier otro personaje, no hay manera de que me caiga bien la estirada de miss Bingley. ¡Por Dios, qué cansina!

Espero que disfrute de sus vacaciones, lady Darcy, y vuleva con energía para seguir deleitándonos con sus historias.

Un abrazo.

Carm9n dijo...

Felices vacaciones, Lady Darcy!!! Se te echará de menos...
Un beso,

Eliane dijo...

Bueno, mi buena amiga....que tengas un lindo viaje! Y te felicito por todos los premios que has recibido... señal que estás haciendo las cosas muy bien y te los merecés!Te envidio un poquito!!! Hasta la vuelta! Besos

fergie dijo...

hola guapa, bueno, yo tambien como todas te deseo buen viaje. el capitulo me encanto!! las imagenes le dan un muy buen complemento a todo y adoro de algun modo a mr darcy. Todo siempre es de algun modo bastante interesante, como narras la historia...
muy linda
besos

princesa jazmin dijo...

He llegado hace muy poquito a su blog y en cuestión de días leí todas sus publicaciones. La feicito por un blog tan hermoso y espero con ansias que regrese de sus vacaciones para poder seguir leyendo este entretenido libro que nos deja ver un poco más de nuestro querido Mr Darcy. Suya desde ahora y siempre.

Fernando García Pañeda dijo...

"El hombre que conoce su deber y lo cumple contra toda inclinación natural, ese hombre al final no tendrá de qué arrepentirse". Es lo que un hombre leal y honesto debe pensar. A la edad de Darcy. Puede que, con el tiempo, esa opinión sea un tanto matizable.
Es un capítulo, entrañable, milady. Por una parte, se siente uno afortunado cuando ve por el mundo hombres como Mr. Collins; le sube a uno la autoestima. Por otra parte, sufre uno codo a codo con el pobre Fitzwilliam cuando, en medio del gigantesco y grosero pandemonium formado por Mrs. Bennet y algunas de sus hijas, se encuentra con el continuo rubor de Elizabeth y no puede calmar como quisiera su ceño fruncido y la mirada de angustia. Y dejarla atrás... Sin tener siquiera un regalo especial, sin ser alguien "muy especial". No, no me cambiaría por Darcy en ese momento por nada de este mundo (ni del otro).
Admirado y arrebatado, milady.

Dubois dijo...

Que caracter eh!!! Ojalá estés de regreso pronto amiga!

J.P. Alexander dijo...

Te extraño lady esperoq ue estes bien y te diviertas.

J.P. Alexander dijo...

Te extraño lady esperoq ue estes bien y te diviertas.

J.P. Alexander dijo...

Te extraño lady esperoq ue estes bien y te diviertas.

Anne Shirley dijo...

Muy buenas noches, Lady Darcy! Bueno... al menos por aquí es muy de noche, de hecho: debería estar durmiendo. Pero ahora que encontré este hermoso lugar: tu blog, me voy a quedar un ratito más =)
Qué lindo que compartamos este gran amor por Jane ♥
Un gran abrazo!

LADY DARCY dijo...

Queridos César, Eleanor y Carmen,
Mil gracias por los buenos deseos que tuvieron conmigo, de hecho, me han servido mucho, he regresado más relajada y con muy buen ánimo, ya me daré un paseito por sus blogs y me pondré al día.
Un gran beso.

LADY DARCY dijo...

Eliane, Fergie y Dubois, mis buenos amigos,
Han sido unos días fantásticos en todo sentido, y estoy segura que sus buenas vibras surtieron el efecto deseado. Estoy feliz de haber regresado. Besos.

LADY DARCY dijo...

Querida Princesa Jazmin y
Querida Anne Shirley:
Me siento honrada y agradecida por su visita, y les doy la bienvenida formalmente a mi humilde salón. Será un placer contar con vuestra compañia de hoy en adelante, estoy segura que pasaremos gratos momentos no sólo de lectura si no también de opinión. Desde ya reciban un saludo y un abrazo muy sincero.

LADY DARCY dijo...

Mi querido Fernando,
Es cierto, nunca hay que decir "de esta agua no he de beber..." me consta que cuando el agua es tan dulce, resultaría imposible no doblegarse, no saciarse ante tal lluvia de vida...
Tampoco me cambiaría ni por Lizzy ni por nadie en este momento de mi vida.
Cautivada y sin palabras mi querido Señor.

LADY DARCY dijo...

Gracias Citu, por haberme recordado todo este tiempo, yo también echaba de menos volver, a pesar de los buenos momentos, y las maravillosas emociones que he vivido en esos días (en todo sentido), echaba de menos a todos mis buenos amigos como tú.
Un beso inmenso.

Fernando García Pañeda dijo...

Hay aguas de las que uno nunca puede saciarse. Cuando se prueban, no pueden dejarse de beber hasta el final de los días. Y los días se acaban, pero las aguas permanecen.

Deseo se alargue lo más posible su cautiverio, mi señora. Con o sin palabras.