viernes, 24 de diciembre de 2010

Te veré en un lucero.



Caminando por las calles escuchaba a la gente hablar sobre sus planes en Navidad, algunos ya muy comunes en este mundo convulsionado y consumista, ese "algo" que forma parte del nuevo espíritu navideño: el juguete de moda para el pequeño engreído, el vestido que se pondrán en estas fiestas y si combinará con el mantel...porque todo ha de lucir perfecto! incluso ellos, los más serios están pendientes de lo último en tecnología y sus pretenciones no son ajenas a la de la mayoría de los "niños". Caminando por las calles también escuché decir, cosas como: "ya tengo ganas de que pasen estas fechas", "cuando escucho villancicos me provoca suicidarme", "¡otra vez tener que aguantar a mis suegros!", y... descalificativos ofensivos entre las principales tiendas de la competencia...entonces los veo me siento y pienso, si todo eso, si ese "algo" es parte de la Navidad? (y no voy a lavarme las manos y negar que en Navidades pasadas no he sido víctima del mismo consumismo) un consumismo que nos hace olvidar la esencia de la Navidad: El Nacimiento de Jesús, El Cristo, para redimir al mundo; y la obra de San Nicolás de ayudar a los niños pobres, que fueron el origen de los obsequios que se reciben en la Nochebuena. Estas "fechas" a las que nos referimos en lugar de decir "Navidad", y ese "algo" que no tiene nada que ver con ella, tal vez sea la última oportunidad de sentarse un momento para reflexionar y dejar que nuestra alma se sensibilice, Hoy por ese "algo" que no puede llamarse, Navidad.

En este injusto planeta, existen millones de personas, la mayoría de ellas, humildes, muy humildes que esperan con inmensa ilusión esos días en los cuales le dan una pequeña tregua a su desdichada vida. Porque tienen la posibilidad de echar un trozo de leña mas al fuego, o un pedazo de carne a una sopa fría. Porque vuelve el inmigrante que un día se fué, porque para muchos desafortunados con culpa o sin ella, es el único día que reciben un abrazo, o un beso.
Una noche en que no sólo aquellos, los más desdichados esperan algo, estamos nosotros, personas como ustedes o como yo que añoran los afectos ya olvidados, sólo esperando el reencuentro, una llamada, un mail, una carta, una tarjeta que nos haga confirmar los lazos afectivos con la fuerza del corazón.
Una noche de recuerdo de quienes ya no están, esos padres que se fueron dejándonos todo un mundo de amor para transitar, el consejo y el ejemplo; ese amigo que sabía entendernos y compartía con nosotros nuestro mundo. Seres queridos que pasaron por nuestra vida y que seguramente esta noche nos acompañan desde alguna estrella y esperan una sonrisa elevada al cielo en su nombre.
Pero también una noche que esperamos para compartir, para perdonar, para confirmar lazos afectivos, para llenarnos de esperanzas de un mundo mejor. Una noche para darnos cuenta que todos los seres humanos son un regalo de Dios., y que no debemos juzgarlos sin más.
Porque al sentarme y escuchar y observar a toda esa gente, ví que todas las personas son esos regalos de Dios...algo que, seguramente, pulula hoy por la red, pero que hace mucho y en su momento caló muy hondo dentro de mí y me recuerda lo que un día mi padre me contó, y seguramente su padre lo hizo con él, en una noche como ésta...
...Las personas son regalos que vienen bellamente envueltos y otras veces, sabe Dios cómo.
Algunas personas han sido maltratadas con el envío; y otras llegan flamantes y sin una arruga;
Algunas llegan encerradas como ostras escondidas, otras se puede ver a travez de su envoltura.
A veces esos regalos se abren fácilmente, otras, se necesita la fuerza y la ayuda de alguien.
Tal vez es por que tienen miedo. Porque no quieren abrirse. Quizás hayan sido heridas antes y no quieren ser lastimadas de nuevo.
O puede ser que alguna vez se abrieron, y luego se encerraron para siempre...

Quizá ahora se sienten más como "cosas"como simples "paquetes" que como "seres humanos".
Todos ustedes son un regalo, porque los amigos son el mejor regalo de Dios. Y yo soy sólo una persona más y que quizá también sea un pequeño regalo.
Un regalo de envoltura simple, transparente y sin mayores pretenciones, con un miedo terrible a ver dentro mío y decepcionarme o que se decepcionen. Quizás no confío en lo que llevo dentro o pudiera ser que en realidad, nunca he aceptado el regalo que soy.

Cada encuentro y comunicación entre personas, es un intercambio de regalos.
Mi regalo soy yo y ustedes son el mío.
Una noche que esperamos, para abrir esos regalos.
Una noche que esperamos, sólo para darnos cuenta _absurdamente_ que no necesitamos de una noche, sólo una vez al año., sino que tenemos el resto de ellas para hacerlo.

Y compartiré también con uds algo muy bello que me fué enviado:

Quisiera Armar en estos días
Un árbol dentro de mi corazón
Y colgar en lugar de regalos,
los nombres de todos mis amigos.
Los de cerca, y los de lejos. Los de siempre y los de ahora.
Los que veo cada día, y los que raramente encuentro.
Los de siempre recordados, y los que a veces se me olvidan.
Los constantes y los inconstantes. Los de las horas difíciles, y los de las horas alegres.
A los que sin querer herí, y sin querer me hirieron.
Aquellos a quienes conozco profundamente, y aquellos a quienes conozco apenas por sus
apariencias.

Los que me deben, y a quienes debo mucho.
Mis amigos humildes y mis amigos importantes.
Los nombro a todos y a los que pasaron por mi vida.

Un árbol de raíces profundas para que sus nombres nunca sean arrancados
de mi corazón, y que al florecer el año próximo traiga esperanza, amor y paz.
Y en la Navidad del Señor, nos podamos encontrar para compartir uvas de
esperanza, poniendo un poco de felicidad en aquellos que todo lo han perdido.

Sólo por hoy les propongo, mis buenos amigos, que cuando el estruendo de la pirotecnia, las sirenas de la ciudad, los saludos de Feliz Navidad les avisen que es Noche Buena, miren al cielo…busquen la estrella más grande, un lucero...y allí será nuestro punto de encuentro, una reunión sin Fronteras para unirnos en un solo deseo: Paz y Amor para el mundo entero. Feliz Navidad.

sábado, 11 de diciembre de 2010

DEBER Y DESEO. Capítulo V

Una novela de Pamela Aidan


Un hombre honorable





Cuando las ruedas alcanzaron la carretera que conducía a Londres, el carruaje abandonó su infernal balanceo y adoptó un vaivén más suave, permitiendo que sus dos ocupantes aliviaran el tedio del viaje con los libros que habían metido en sus maletas. Después de pasar media hora absortos cada uno en su propia lectura, Darcy le lanzó una mirada a su hermana. Georgiana se estaba mordiendo el labio inferior y el gesto de su frente parecía confirmar el aire de profunda concentración en las palabras que tenía ante ella. Darcy atenuó su suspiro y volvió a concentrarse en su lectura, pero ésta ya no pudo absorberlo tanto como antes. De manera distraída, tomó los delicados hilos del marcador de páginas que reposaba sobre su rodilla y se los enredó entre los dedos, mientras pasaba revista a la forma en que se habían desarrollado las fiestas, ya terminadas.



De acuerdo con sus deseos, la tradición navideña Pemberley se había llevado a cabo con una majestuosidad que colmó las expectativas de sus vecinos. La víspera del día de Navidad, los salones abiertos al público se prepararon para recibir la visita de todos los que quisieran ver la mansión engalanada con el esplendor de las celebraciones navideñas. Los visitan¬tes fueron guiados en grupos por los criados de la casa, que mostraban el aspecto y la decoración de cada salón con el orgullo de un propietario. Al final del recorrido, a cada grupo se le ofrecía sidra caliente y algunos dulces. En el exterior había juegos y puestos de castañas asadas, trineos y una pista de patinaje sobre el lago congelado; todo esto acompañado de grupos itinerantes de músicos o cantantes. Más tarde se contrataron todos los carruajes y transportes posibles para llevar a la gente desde Pemberley hasta la celebración religiosa en la iglesia de St. Lawrence para luego traerlos de vuelta al baile de los criados y los arrendatarios, que se realizó en el granero más grande de la propiedad. Allí la generosidad de Pemberley siguió manifestándose en una gran fiesta, con bebidas y música, que duró hasta medianoche. Todos los niños regresaron a su casa con una manzana agridulce, un puñado de nueces y un par de calcetines de lana gruesa, mientras que sus padres se llevaban a los labios la brillante media corona que habían recibido, en señal de agradecimiento con el Creador por haberlos destinado a Pemberley.


La diversión dentro de la mansión fue sólo un poco más moderada que la del exterior, pues, con la ayuda de su tía, Darcy ofreció un pequeño baile y una cena para la burguesía local. Él mismo abrió el baile con lady Matlock primero y luego con Georgiana. Pero haciendo gala de sus obligaciones como anfitrión, cambió luego el centro de la pista de baile por la periferia y la tarea de reencontrarse con los vecinos y sus preocupaciones. Como Wellesley se encontraba en sus cuarteles de invierno, las revueltas de los tejedores contra la industria textil de la región y el poco éxito que habían tenido los que habían sido enviados a controlarlos parecían ser la principal preocupación de la mayor parte de los caballeros presentes. También se escucharon duras críticas, muy similares a las que Darcy había oído en su club de Londres, contra cierto joven miembro de la nobleza de Escocia, por su apoyo a los radicales y el impresionante efecto que ejercía sobre las damas.


La paz entre los primos Fitzwilliam duró toda la estancia, y sólo se vio perturbada ocasionalmente por los audaces comentarios sarcásticos que se lanzaban el uno al otro. Sin embargo, el hecho de tener que contener los ataques mutuos pareció animarlos a hacer un esfuerzo conjunto para molestarlo a él, pensó Darcy con un poco de resentimiento. El conde de Matlock y lady Matlock habían sido unos huéspedes encantadores. Además, la insistencia de su tía en ayudarle con Georgiana en la ciudad había sido un interesante ofrecimiento, y Darcy había descubierto un renovado respeto por ellos, que se centraba en su manera de ser y no en la relación que tenían con él.


Todo había salido bien, muy bien, considerando los temores con los que había llegado a la mansión. Darcy volvió a mirar a Georgiana mientras jugueteaba con los hilos y entrecerró los ojos con disgusto. ¡Tal vez las diversiones de la ciudad la despegaran de ese condenado librito! Darcy nunca se había imaginado que se encontraría en la situación de querer que su hermana se limitara a leer novelas, en lugar de dedicarse a cumplir con el requisito de que los miembros del sexo débil cultivaran su mente mediante amplias lecturas.


Georgiana abrió todos los regalos de Darcy con dulces exclamaciones de gratitud y el placer con que los recibió coincidió con el gusto que él sintió al dárselos. Lo que más apreció fueron los libros y la música, porque ella era una Darcy, a pesar de todo lo que había cambiado. Su hermana acogió la nueva novela de Maria Edgeworth con gratitud y su tía sonrió al verla. D'Arcy resopló con incredulidad al ver Los jefes o caudillos escoceses, pues no creía que su joven prima pudiera concentrase en un libro tan voluminoso y se ofreció a contarle una sinopsis. Al oír eso, Richard le aconsejó no aceptar ese ofrecimiento, pues dudaba que «su hermano hubiese podido mantener la atención en una sola cosa durante tanto tiempo». El regalo de su tía, la nueva novela de un autor desconocido, apenas salió de su envoltorio cuando su tía lo tomó para hojearlo y luego le rogó a Georgiana que se lo prestara cuando lo terminara.


—Es sobre una viuda y sus tres hijas, que quedan desamparadas en el mundo y a cargo de un hijastro malvado y su odiosa mujer, querida. Estoy casi segura de que está basado en una historia real. ¿No recuerdas el escándalo, milord?


—No, no lo recuerdo, querida —respondió el conde de Matlock, mientras examinaba el título del lomo—, pero espero que la «sensatez» sea elogiada y la «sensibilidad» condenada, querida.


Entonces se encendió un animado debate entre los Fitzwilliam, acerca de los méritos del sentido en oposición a la sensibilidad a la hora de abrirse camino en el mundo. Y mientras estaban distraídos en eso, Georgiana abrió su último regalo. Darcy se sorprendió al verlo, pues no recordaba haber comprado nada más. Cuando el papel cayó al suelo, lo recordó: era el libro que había usado como excusa para zafarse de la fascinación de «Poodle» Byng por el nudo de Fletcher.


—Georgiana —comenzó a decir Darcy—, perdóname, pero eso no se suponía que...


—¡Fitzwilliam! ¡Ay, cuánto te lo agradezco! —exclamó Georgiana con voz suave, acercándose para darle un beso en la mejilla, con el libro abrazado contra su pecho—. Es exactamente lo que deseaba.


—¿En serio? —respondió Darcy— Eso es asombroso, pues lo compré por error, sin saber qué era —al oír eso, Georgiana lo miró de una manera extraña y giró el libro para que él viera el título—. Una Visión Práctica del Sistema Religioso Predominante —comenzó a leer y luego la miró con escepticismo—. El título no me parece muy recomendable, Georgiana. No estoy seguro de que sea una lectura totalmente apropiada para alguien de tu edad.


—Por favor, Fitzwilliam —suplicó ella—, sé que tengo que aceptar tus recomendaciones, pero te ruego que me permitas quedarme con este libro. Su autor es uno de los miembros más respetados del Parlamento. Así que no creo que sea totalmente inapropiado, ¿o sí?


Al oír eso, Darcy supo que ella había ganado, si no por el argumento sí por la manera como se plegó a su voluntad en el asunto. Así que accedió. Desde entonces, el libro se había convertido en el compañero permanente de su hermana.


Tras volver a organizar los hilos una vez más sobre su rodilla, Darcy volvió a tomar su libro. Las diversiones y las actividades interesantes de Londres eran una gran distracción y comenzarían a reclamar la atención de Georgiana casi de inmediato. Darcy se aseguraría de ello.


—Señor Darcy, le ruego que me perdone, señor. —Witcher interceptó a su patrón en el vestíbulo, varios días después de su regreso a Londres.


—Sí, ¿qué ocurre, Witcher? —preguntó el caballero, después de deshacerse del bastón y el sombrero y quitarse los guantes para empezar a desabrocharse su abrigo. Aunque ya estaba bien entrada la tarde, los vientos de enero habían mantenido el día frío, tan frío que Darcy estaba considerando seriamente la posibilidad de cancelar la cita que Georgiana tenía para posar en casa de Lawrence. Hasta ahora sólo habían intentado unos pocos bocetos preliminares, y aunque Lawrence era de un carácter más serio que lo que se esperaba de un artista, Darcy sabía que no le iba a gustar un aplazamiento.


—Ha llegado una nota, señor, y el mensajero trae órdenes de esperar una respuesta sin importar la hora —Witcher le hizo señas al lacayo para que recogiera el abrigo del patrón y tomara el resto de sus pertenencias—. La he colocado bajo el secante sobre su escritorio, en la biblioteca.


Alertado por las palabras de su mayordomo, Darcy asintió con la cabeza.


—Gracias, Witcher. Por favor, mándeme un poco de té fuerte e informe a la señorita Darcy de que ya he vuelto y que me reuniré con ella en media hora.


—Muy bien, señor. ¿Envío a un lacayo para que recoja la respuesta?


—No —Darcy se quedó callado un momento. No sabía quién podía ser el remitente de la misiva. Así que, cuantas menos manos intervinieran en el asunto, mejor—. No —repitió—, por favor, venga usted mismo. Terminaré con ese asunto antes de subir a reunirme con la señorita Darcy.


—Sí, señor Darcy. —Witcher hizo una inclinación, mientras Darcy comenzaba a subir hacia el calor y la comodidad de la biblioteca de Erewile House. Ya llevaban una semana en la ciudad y, tal como esperaba, una vez que la aldaba fue instalada en su puesto de honor sobre la puerta, se vieron inundados de invitaciones. Aunque Georgiana todavía no había sido presentada oficialmente en sociedad, había suficientes actividades adaptadas para jovencitas en esa condición como para mantenerla ocupada desde el desayuno hasta el amanecer. Darcy la animaba a asistir a las que lograban sobrevivir a su juicioso examen y añadió, además, las sesiones con Lawrence para posar para el retrato, una visita a Madame LaCoure para elegir los adornos que complementarían las telas que él había comprado y, por la noche, visitas al teatro.


Después de cerrar la puerta a su espalda, Darcy avanzó hacia el enorme escritorio tallado y, haciendo a un lado el secante, tomó la nota que era tan importante para el remitente que el mensajero todavía estaba sentado en su cocina esperando la respuesta. La llevó hasta la chimenea, donde la giró, mientras se dejaba acariciar por el calor del fuego después de su viaje de regreso del club. El papel no tenía ninguna marca y el sello no revelaba nada sobre la identidad de su autor. Darcy se encogió de hombros, se sentó en una de las sillas de cuero junto al fuego, rompió el sello y leyó:


Ha ocurrido algo terrible que, me temo, ¡puede arruinar completamente nuestros planes! En este momento de absoluta desesperación, recurro nuevamente a usted, que con tanta pericia disipó el peligro en el pasado, para que acuda una vez más en ayuda de su amigo. En resumen, ¡la señorita Bennet está en la ciudad! Ha enviado una nota a la calle Aldford. ¿Qué debemos hacer, señor? B. no sabe nada todavía. Mi hermana y yo esperamos sus instrucciones.


Todo se hará como usted diga.


Darcy sintió que una oleada de rabia le subía por el pecho. ¡Qué asunto tan inoportuno! Con una impetuosidad poco característica, se puso de pie, arrugó la nota y la arrojó a las llamas. ¿Acaso aquella enojosa situación nunca iba a tener fin? La molestia que le causaban las repetidas solicitudes de ayuda de la señorita Bingley fue seguida de cerca por un sentimiento de rabia que se extendió rápidamente a Bingley y su incapacidad para comportarse con la necesaria sensatez. Ésa había sido la causa de que estuvieran metidos en aquel enredo. El hecho de ver el apellido Bennet en la nota hizo que Darcy comenzara a preguntarse si la dama habría venido acompañada de su hermana, y entonces una desagradable sensación de inquietud embargó su corazón, dejándolo en un peligroso estado de turbación.


Se dirigió a grandes zancadas hasta su escritorio, sacó bruscamente una hoja y buscó afanosamente una pluma. Tras encontrar lo que necesitaba, se inclinó hacia delante y destapó el tintero. Pero, de repente, con la pluma en la mano e inclinado sobre el tintero, se detuvo. ¿Qué demonios iba a aconsejarle a la señorita Bingley? Miró de manera estúpida la pluma y el papel y se desplomó en el asiento. La relación entre los Bingley y la señorita Bennet tenía que acabar y de una manera tan definitiva que no dejara lugar a dudas para ninguna de las dos partes. Era la única manera de resolver el asunto de una vez por todas. Mordiéndose el labio inferior, Darcy trató de buscar la mejor manera de enfrentarse al asunto. Mientras pensaba e intentaba hilvanar algunas ideas, fue interrumpido por un golpe en la puerta.


—Sí, entre —ordenó con voz seca.


—¿Qué? ¿Otra vez te he pillado entre tus libros? Esto sencillamente no funciona, Fitz, y yo soy el indicado para ponerle fin.


—¡Dy! —Darcy levantó la cabeza al mismo tiempo que su amigo lord Dyfed Brougham entraba en la biblioteca, con un monóculo colgando de la mano— ¿Qué le has hecho a Witcher, sinvergüenza? —rugió, entusiasmado, al verlo.


—¿Qué le he hecho a Witcher? Nada, viejo amigo, a menos que sea un crimen haberle dado una moneda para que me dejara anunciarme por mí mismo y, ojalá, tener la posibilidad de atraparte en algo raro. A propósito, ¿te atrapé en algo? —Dy lo miró con una sonrisa de curiosidad.


—¡No, nada! —Darcy tomó la hoja para volver a ponerla en su lugar, pero al ver la expresión de sospecha en la cara de su amigo, se detuvo y, haciéndole caso a un súbito ataque de inspiración, se corrigió—: En realidad, sí me has pillado en medio de algo. Me han pedido consejo en un asunto que está precisamente dentro tu especialidad.


—¿De veras? ¿Mi especialidad, dices? Y, por favor, ¿qué campo del saber es ese? —Brougham se sentó en una silla cercana.


—Un asunto un poco delicado. Recuerdas a Bingley, ¿verdad?


Brougham asintió con la cabeza.


—Según recuerdo, tú estabas tratando de convencerlo de pastar en otros prados en relación con cierta jovencita. ¿Has tenido suerte?


—Suerte o razón, no sé cuál de las dos, pero el hecho es que Bingley había desistido antes de que yo partiera hacia Pemberley —Darcy se puso a jugar con la pluma entre losados y frunció el ceño—. Pero creo que no exagero si digo que todavía siente una cierta debilidad por la dama en cuestión. Si vuelven a encontrarse pronto... —Darcy dejó inconclusa la frase mientras imaginaba ese encuentro.


—¡Pero no hay muchas posibilidades de que eso ocurra! La dama reside en Hertfordshire, ¿no es así?


—Acaba de llegar a la ciudad y desea visitar a las hermanas de Bingley. Y ahora ellas están aterradas y no saben cómo proceder —Darcy fijó sus penetrantes ojos en su amigo—. ¿Qué sugieres, Dy?


* * * * * *


Darcy le hizo los últimos toques a la nota para la señorita Bingley y luego buscó cera en su escritorio para sellar la hoja doblada que contenía las instrucciones que había elaborado junto a Brougham. Mientras lo hacía, su amigo deambuló por la biblioteca, fijando su atención en un libro o en una revista en particular y llevándose ocasionalmente el monóculo al ojo para examinar con detenimiento lo que había encontrado.


—No tienes nada interesante aquí, Fitz.


Darcy levantó la vista de su tarea con sorpresa.


—Entonces no debes haber descubierto mi ejemplar del Sitio de Badajoz. Puedo prestártelo, si quieres. Está ahí, en la estantería de la derecha. Hatchard me lo envió tan pronto como fue publicado.


—¿Dónde? Ah, sí —Brougham volvió a levantar el monóculo para examinar el lomo del libro—. ¿Ya lo has leído?


—Sí, cuando estaba en Hertfordshire.


—Mmm —respondió su amigo, que seguía husmeando en la estantería—. Pensé que estabas tan ocupado alejando al joven Bingley de las adorables hermanas Bennet que no te había quedado mucho tiempo para leer. Vaya, ¿qué es esto? —Darcy se levantó alarmado, al ver que Brougham tenía en la mano un volumen totalmente distinto de aquel sobre el que estaban hablando y que de su mano colgaba una pequeña trenza de brillantes hilos.


—¡Nada! —Darcy estiró la mano para agarrar los hilos, pero Brougham los quitó enseguida de su alcance, con una ceja levantada y una alegre expresión de burla.


—Eso no es cierto. Con seguridad es algo, mi querido amigo, o si no...


—Un marcador de páginas. ¡Es un marcador de páginas! —insistió Darcy, agarrándolo del brazo. Brougham soltó una carcajada y le entregó los hilos, ofreciéndole también el libro en el que estaban guardados. Pero Darcy rechazó el libro, se enrolló rápidamente los hilos en un dedo y los guardó en el bolsillo de su chaleco, al tiempo que volvía a su escritorio—. Entonces, ¿quieres que te preste Badajoz? —preguntó, con la esperanza de distraer la atención de su amigo.


—No, ya lo he leído —Brougham agitó el volumen que tenía todavía en la mano, antes de volver a ponerlo en la estantería—. Fuentes de Oñoro también, a pesar de ser tan insignificante —añadió bostezando—. Aunque yo no tenía el incentivo de un marcador como ése para sentirme atraído hacia sus páginas.


—¿No crees que sean relatos fieles? —Darcy miró a su amigo con curiosidad.


—¡Fitz! —Brougham giró el rostro hacia él con una expresión de auténtica desilusión— ¡No es posible que te dejes engañar tan fácilmente!


—¿Por qué? ¿Qué sabes tú? —preguntó Darcy con vivo interés.


—¡Oh, nada! —contestó rápidamente Brougham, que pareció perder interés, al tiempo que la expresión de desilusión era reemplazada por una de burla—. Nada que no revele una cuidadosa lectura de la prosa absolutamente horripilante del libro. ¡El tipo no es más que un adulador! No debe de haber visto más que algunas escaramuzas, ¡y apuesto que ni eso! Probablemente obtuvo parte de la historia de los pobres diablos que sobrevivieron después de estar en el frente de batalla y se inventó el resto.


Un golpe en la puerta los interrumpió antes de que Darcy pudiese hacer alguna réplica a los interesantes comentarios de Brougham. Al abrirse, apareció Witcher.


—Señor Darcy. ¿Su carta?


—Sí, Witcher, aquí está —el caballero la tomó del escritorio y la puso sobre la palma del viejo mayordomo—. Désela al mensajero y que se vaya, y esperemos que esto sea el final de este asunto. ¿Está listo el té?


—Sí, señor, está preparado. ¿Desea tomarlo aquí?


Darcy miró a Brougham.


—¿Te gustaría ver a Georgiana, Dy?


—Será un gran placer —contestó su amigo de manera formal, pero al bajar la voz añadió—: Hace mucho tiempo.


—¡Bien! Witcher, que lleven el té al salón. Nosotros subimos ahora. —Al mismo tiempo que Witcher se marchaba para organizado todo, los dos salieron al corredor; pero Darcy disminuyó la marcha cuando el hombre se perdió de vista—. La vas a encontrar muy cambiada, Dy —comenzó a decir.


—Eso me imagino —interrumpió Brougham—. ¡Han pasado casi siete años!


—¡Siete! —exclamó Darcy—. ¿Tanto tiempo?


—¡Desde la universidad! La última vez que la vi fue en esta casa, durante la recepción que ofreció tu padre con motivo de tu graduación. Él y Georgiana bajaron durante unos minutos. Creo que la salud del señor Darcy le impidió quedarse más tiempo.


—Sí. —Darcy asintió con la cabeza y frunció el entrecejo al recordar—. Fue la última vez que apareció en público. Yo no me enteré de su enfermedad hasta después de eso. No permitía que nadie hablara de ello, ni siquiera conmigo —a grandes zancadas alcanzaron finalmente las puertas del salón—. Georgiana —llamó Darcy antes de que el criado que les abrió la puerta pudiera anunciarlos—, un viejo amigo ha venido a verte. ¿Puedes adivinar de quién se trata?


Darcy y Brougham se encontraron a Georgiana profundamente concentrada en una lección, porque al levantar la cabeza de los libros que ella y la señora Annesley tenían desplegados ante ellas, su expresión fue la de alguien que trata de reordenar sus pensamientos para atender un tema muy distinto de aquel en el que estaba absorto. Sonriendo por la intromisión de su hermano, Georgiana se levantó y le hizo una reverencia a su acompañante, pero Darcy no vio en sus ojos ningún indicio de que lo hubiese reconocido.


—Vamos, señorita Darcy, ¡no me diga que no me reconoce! —Brougham le hizo una elegante inclinación y, al levantarse, le dedicó su famosa sonrisa encantadora.


—¿Mi... milord Brougham? —Georgiana volvió a inclinarse, confundida— Por favor, perdóneme, no le he reconocido.


—¡De inmediato! ¿Quién puede negarse a algo que pida la encantadora señorita Darcy? Pero me temo que acabamos de interrumpir una de sus clases. ¿Acaso su hermano la mantiene siempre entre libros como le sucede a él mismo? —Brougham pasó su monóculo por encima de los libros abiertos sobre la mesita baja—. ¡Debe usted echar de menos un poco de distracción!


—¡Oh, no, milord! La señora Annesley y yo... disfrutamos... disfrutamos b-bastante de nuestras ac-actividades —tartamudeó Georgiana.


—Por favor no me trate usted de «milord», señorita Darcy —dijo Brougham con un suspiro—. ¡Eso me aburre mortalmente! Puede llamarme Brougham, como hace su hermano —se llevó el monóculo al ojo y la examinó desde la punta de los zapatos hasta los rizos que rodeaban su rostro—. Pero, Dios mío, ha crecido usted mucho, querida niña.



Georgiana se sonrojó, desconcertada por el curioso personaje que tenía ante ella, cuya cuidadosa apariencia y peculiares modales no se parecían en nada al joven serio que recordaba de la infancia. Dando un paso atrás, señaló a su dama de compañía.


—¿Me permite presentarle a mi dama de compañía, la señora Annesley? Señora Annesley, lord Brougham, conde de Westmarch.


Brougham hizo una reverencia.


—Encantado, señora. Perdóneme por interrumpir su clase, ¿o se trataba más bien de una conversación privada?


—Milord —La señora Annesley le hizo una reverencia—. Ninguna de las dos, señor. Más bien un estudio conjunto, pero que se puede dejar para otro momento sin problema.


—¡Un estudio! —los ojos de Brougham brillaron con interés— Esperaba que la señorita Darcy fuese una alumna aventajada. Después de todo, su hermano y yo competimos hombro con hombro en la universidad. ¡Pero usted me deja pasmado, señora! —se acercó a la mesa—. ¿Qué está usted estudiando, señorita Darcy?


Preocupado por la posibilidad de que Georgiana quedara expuesta al terrible sarcasmo de su amigo si descubría el tema de estudio de su hermana, Darcy intervino.


—-¿Y desde cuándo te interesa tanto la educación femenina, Dy? —preguntó, mientras la señora Annesley, al ver su gesto, recogía rápidamente los libros y los colocaba en un montón.


—¿Qué no daría un hombre por comprender la mente femenina, Fitz? —contestó Brougham, irguiéndose en una pose declamatoria a la vez que las damas recogían los volúmenes— Es uno de los misterios originales de la creación, destinado, sin duda, a recordarnos a los hombres que, dentro de nuestra armadura de lógica y pasión marcial, todavía estamos incompletos sin la hembra de nuestra raza. ¿No es así, señorita Darcy?


Ocupada en ayudar a la señora Annesley a recoger los objetos de su estudio, Georgiana se sobresaltó de repente al oír que Brougham se dirigía a ella. En medio de su sorpresa, los libros que tenía en los brazos comenzaron a resbalar y el más pequeño se escapó de sus manos, aterrizando sobre el pie de Brougham.


—¡Milord! —gritó Georgiana, uniéndose al involuntario aullido de dolor de Brougham, y enseguida se inclinó para recoger el travieso volumen.


—No es nada —dijo Brougham jadeando y mordiéndose el labio. Luego hizo un gesto con la mano para evitar que Georgiana se agachara a recoger el libro—. Por favor, permítame. Como recompensa por el golpe que acabo de recibir, exijo conocer el objeto de su estudio, aunque su hermano me saque a rastras. Mientras Brougham se agachaba para recoger el libro, Witcher llegó con el té y en medio de la actividad que siguió, a Darcy le pareció que el libro había sido olvidado. La conversación giró hacia las últimas noticias y rumores que corrían en los más selectos salones y clubes de la ciudad, un tema que Brougham conocía detalladamente y que, con gusto, accedió a compartir con sus anfitriones. Darcy sabía que el domino de Dy en aquellos asuntos era indiscutible, pero cuando su invitado les contó que la señora Siddons estaba a punto de anunciar su retiro de los escenarios, Darcy intervino.


—Lleva años amenazando con retirarse, Dy —señaló Darcy con tono de burla—. ¿Por qué crees que es cierto esta vez?


—Porque lo oí de sus propios labios, Fitz, y ya vi el cartel que anuncia su última representación —contestó Brougham con un sentimiento de superioridad. Luego se volvió a Georgiana—. También he oído que usted, señorita Darcy, canta y toca maravillosamente. ¿Sería usted tan amable de honrarnos con un poco de música?


Darcy se levantó al ver que una sombra de reticencia nerviosa cruzaba por el rostro de su hermana y se colocó a su lado. Tomando su mano entre las suyas, le dijo:


—La pieza que has estado practicando con tanta dedicación... eso será perfecto. Y no tienes que cantar, si prefieres no hacerlo.


—Renunciaré a la canción, señorita Darcy, sólo si usted accede a tocar —insistió Brougham con suavidad, y sus ojos sonrientes trataron de transmitirle seguridad.


Tras inclinar la cabeza en señal de aceptación, Georgiana tomó la mano de Darcy y permitió que la acompañara al piano. Mientras ella organizaba sus partituras, él volvió a su puesto y miró a Brougham con una sonrisa de agradecimiento antes de sentarse. Georgiana nunca antes había tocado para nadie que no fuera de la familia. Y ya era hora de que lo hiciera, pensó Darcy. Su hermana colocó los dedos sobre las teclas. Sería presentada en sociedad dentro de un año y debía vencer su timidez, o sería ensombrecida por otras jovencitas con menos talento que ella. ¿Quién sino Dy habría tenido la temeridad y el tacto para convencerla de que tocara? En el transcurso de una hora, Brougham ya había dado dos muestras de su amistad. Darcy lo miró. La expresión de satisfacción que invadía el rostro de su amigo era todo lo que podía haber deseado para Georgiana. Aunque Brougham tenía la reputación de ser una persona frívola y banal, sus conocimientos en materia musical eran muy reconocidos y si él decía algo sobre las habilidades de Georgiana, sus palabras se extenderían rápidamente por los salones de la alta sociedad.


Volvió a mirar a su hermana. La tensión que había percibido en ella parecía haberse disipado a medida que sus dedos acariciaban las teclas y de pronto se le ocurrió que la pieza elegida no sonaba tan bien cuando practicaba en Pemberley. Tal vez debería comprar un nuevo instrumento. Al notar cierto movimiento con el rabillo del ojo, Darcy volvió a mirar a su amigo. Brougham tenía los ojos casi totalmente cerrados, reducidos a una fina ranura en su rostro, y levantaba lentamente algo que tenía al lado. Un frío estremecimiento de temor lo sacudió al ver que Dy giraba sigilosamente el libro que tenía en la mano para ver el título. Darcy sabía lo que su amigo iba a leer. Se trataba de aquel volumen que él había comprado de manera tan imprudente en Hatchard's y que se había convertido en el compañero inseparable de su hermana. Si Brougham lo reconocía, la catalogaría como una pobre «entusiasta», y a menos que Darcy pudiera influenciarlo, así quedaría clasificada Georgiana ante toda la sociedad, antes incluso de que tuviera oportunidad de hacer su primera reverencia.


Miró a su amigo con inquietud, conteniendo el aliento mientras esperaba ver una risita de desprecio o un resoplido de molesta desaprobación. Bajo la observación de Darcy, Dy se acercó el libro al chaleco y, después de mirar a su alrededor, examinó el lomo con atención. Durante un instante, el semblante de Brougham palideció. Frunció el ceño y volvió a mirar, como si no creyera lo que acababa de leer. Luego, sacudiendo ligeramente la cabeza, volvió a deslizar el libro hacia su escondite y miró a Georgiana con una curiosa intensidad, cuyo significado Darcy no pudo descifrar.


Su hermana llegó al final de su interpretación y las notas todavía resonaban con dulzura en el salón, cuando se levantó e hizo una inclinación mientras recibía el aplauso de su pequeña audiencia. Antes de que Darcy se pudiera poner de pie, Brougham ya estaba al lado de Georgiana, ofreciéndole su compañía para acompañarla hasta su sitio. Darcy la vio tomar el brazo de Dy con un poco de vacilación, sin levantar los ojos para mirarlo, y clavar más bien la mirada en él, en un gesto mudo que suplicaba su ayuda.


—¡Fitz, tú has estado escondiendo un tesoro! —Brougham avanzó con ella a través del salón y la ayudó gentilmente a tomar asiento— Señorita Darcy —le hizo una reverencia antes de soltarle la mano—. Permítame decirle que es usted una jovencita sorprendente —después de incorporarse, se volvió hacia Darcy y dijo—: Viejo amigo, debo rogarte que me perdones. Esta noche tengo que ir a Holland House y mi ayuda de cámara me ha advertido que debo ponerme en sus manos más temprano de lo habitual. En consecuencia, he de marcharme. Señorita Darcy, señora Annesley —les hizo una reverencia, mientras Darcy se levantaba y lo acompañaba a la puerta.


Los dos hombres recorrieron el pasillo en medio de lo que a Darcy le pareció un inquietante silencio. Su amigo parecía absorto en sus pensamientos. Temeroso del tema de éstos, Darcy no sabía si lo mejor sería guardar silencio o pedirle que le dijera qué estaba pensando. Cuando llegaron a las escaleras, su preocupación por el futuro de su hermana lo obligó a ir directamente al grano.


—Dy...
—Fitz —le dijo Brougham al mismo tiempo—. ¿Cuándo se va a presentar Georgiana en la corte?
Sorprendido por la pregunta, Darcy se detuvo y miró a su amigo con cautela.
—¿Por qué? A comienzos del próximo año, creo.
—¿Y quién la va a apadrinar?
—Mi tía, lady Matlock, va a presentarla. Ella llegará a Londres la próxima semana para encargarse de Georgiana.
—Lady Matlock —Darcy casi podía ver la forma en que giraban los pensamientos en la cabeza de Brougham—. Sí, excelente. De lo más selecto en estilo y elegancia, pero totalmente alejada de los snobs. Muy bien —murmuró.
—Me complace enormemente contar con tu aprobación —dijo Darcy con tono cortante, demasiado irritado para tener precaución.
—Oh, con mucho gusto, Fitz, con mucho gusto —Brougham se adelantó para bajar el resto de los escalones—. Estas cosas requieren cuidadosa atención —al llegar al final, se giró y miró deliberadamente a Darcy a los ojos—. Y yo estaré encantado de prestarte toda la ayuda que necesites.


El pánico que había notado oprimiéndole el pecho durante la última media hora se desvaneció de repente, haciéndole sentir casi débil. Entonces alargó la mano y estrechó la de Dy con fuerza, con tanta fuerza, de hecho, que su amigo enarcó las cejas.


—Encantado de ayudarte, viejo amigo —le aseguró Dy, flexionando los dedos—. Ahora bien, ¿te veré en Drury Lane el jueves por la noche?
—Sí, Georgiana y yo vamos a ir.
—Entonces pasaré por tu palco durante el intermedio. Si no tenéis ningún compromiso, ¿puedo invitaros a cenar después?
—¡Eso sería espléndido! —Darcy sintió que su sensación de alivio crecía— Pero debes saber que la señora Annesley también asistirá, si te parece bien.



—Claro, ¡la dama de compañía de la señorita Darcy! Sí, la buena señora Annesley será bienvenida. Nos ayudará a entretener a mi prima, que también formará parte del grupo. Una anciana encantadora, pero un poco sorda —Witcher y un lacayo aparecieron con las cosas de lord Brougham y le ayudaron a ponérselas, mientras él y Darcy hablaban sobre el próximo torneo de ajedrez—. ¿Vas a competir, Fitz? —preguntó Brougham, poniéndose el sombrero de copa con garbosa elegancia sobre sus rizos rojos.


—No, este año me han pedido que actúe como juez otra vez.


—¡Qué lástima! ¡Me habría gustado verte derrotarlos! —Brougham avanzó hacia la puerta— Oh, a propósito, Fitz —dijo, frunciendo el ceño y bajando tanto la voz que Darcy tuvo que inclinarse para poder oírlo—, tú nunca le dijiste a Georgiana que fui yo quien escondió su muñeca cuando era una niña, ¿cierto?


—No —contestó Darcy, sorprendido al ver la expresión consternada de su amigo—. No lo hice. ¿Por qué?


—¡Bien! ¡Muy bien! ¡No lo hagas! ¡Adiós, Fitz! —Darcy cruzó la puerta a pesar del golpe de aire frío y observó a Dy mientras bajaba corriendo las escaleras.


—¿Cierro la puerta, señor? —preguntó el lacayo.


—Sí... sí. —Intrigado, Darcy dio media vuelta y regresó al calor de Erewile House.






* * * * * *


miércoles, 24 de noviembre de 2010

DEBER Y DESEO. Capítulo IV

Una novela de Pamela Aidan

La naturaleza de la Clemencia



Darcy dio otro golpe a las riendas, haciendo que los dos caballos que tiraban del trineo empezaran a correr. Como resultado, una lluvia de copos de nieve diminutos cayó sobre ellos, mientras surcaban los campos. Miró de reojo a su hermana, pero ella todavía miraba fijamente hacia delante, y su delicada barbilla seguía recordando la de una estatua de mármol. Volvió a concentrarse en los caballos, adoptando la misma expresión que Georgiana.
¡Habían discutido! ¡Darcy apenas podía creerlo! A. pesar de lo mucho que lo intentaba, no podía recordar ni una sola vez en el pasado en que hubiesen llegado a ese punto. Su hermana siempre había recurrido a él en busca de consejo y se había dejado guiar por sus deseos, pero hoy... El hecho de que hubiesen discutido era un poco menos molesto que el motivo de la discusión, y el hecho de que estuvieran en el trineo en ese preciso momento mostraba cuál de las dos voluntades había prevalecido. Volvió a mirar a Georgiana.
No parecía estar disfrutando de su victoria. A decir verdad, esa humedad que se veía en sus ojos se debía probablemente a la decepción que Darcy le había causado y no al golpe de aire frío, como ella había dicho. ¡Era culpa de esa mujer, la señora Annesley! Darcy torció la boca con rabia mientras le echaba la culpa a la dama ausente. ¿Quién más podía haber influenciado a Georgiana para que adoptara ese comportamiento tan extraño, y la había animado a caer en ese exceso de sentimentalismo? No había sido precisamente el vicario de St. Lawrence, pensó Darcy. Él conocía al reverendo Goodman desde hacía por lo menos diez años y nunca lo había oído decir una palabra sobre aquella cuestión desde el pulpito. Soltó una bocanada de aire contenido. Estar fuera, en medio de ese frío, haciendo «visitas de caridad», cuando en casa los esperaba una chimenea que chisporroteaba con alegría no era lo que él había pensado cuando se propuso corregir su comportamiento. Los problemas que Fletcher le había comunicado por la mañana habían debido ponerlo sobre aviso de lo que le esperaba aquel día.


Georgiana se había reunido con él en el desayuno muy sonriente, y tras rechazar la silla que la esperaba al otro extremo de la mesa, se había sentado a su derecha, para tomarse su taza de chocolate con una tostada. Luego le había preguntado si había dormido bien.


—Muy bien, gracias —le había, asegurado Darcy con una mirada que pretendía disuadirla de hacerle más preguntas, pero ella se había limitado a sonreír, antes de darle un sorbo a su chocolate.


Después de decidir que no encontraría mejor momento que aquél, Darcy dejó su taza sobre la mesa.


—Georgiana, he sido muy negligente contigo desde que llegué a casa. —Negó con la cabeza cuando ella trató de protestar—. No, es cierto, preciosa. Al no estar aquí durante la cosecha, tenía retrasados terriblemente todos los asuntos de negocios, pero eso ya se acabó. Estoy decidido a corregir mi conducta y por eso me pongo a tu disposición. ¿Qué te gustaría hacer? —Darcy se rió al ver la cara de sorpresa de su hermana, pero se puso serio cuando vio que sus rasgos adoptaban una expresión suspicaz—. Te aseguro que voy a mantener mi palabra. Lo que quieras hacer. Puedes elegir lo que quieras.
Se recostó contra el respaldo de la silla con una sonrisa que pretendía animar a su hermana, mientras esperaba su respuesta.


—No es que no te crea, hermano —se apresuró a decir Georgiana—. Es sólo que... bueno, hoy es domingo.
—Sí —contestó Darcy, mientras volvía a agarrar su taza—, pero la nieve hace que el viaje hasta Lambton sea difícil. Creo que hoy tendremos que dejar de asistir a los servicios.
—Estoy segura de que tienes razón, Fitzwilliam. —Fijó la mirada en su plato unos instantes, antes de añadir—: Hay algo que me gustaría hacer... algo que he estado haciendo y me preguntaba cómo iba a continuar con esta nieve. Pero ya que tú estás aquí, puedes conducir el trineo.
—¡Conducir el trineo! —Darcy la miró con incredulidad—. ¿Quieres salir a pasear con esta nieve?
—No precisamente a pasear. —Georgiana levantó el rostro y lo observó durante un segundo, antes de desviar la mirada—. ¿Recuerdas que te escribí que había comenzado a visitar a nuestros arrendatarios ya las familias de nuestros trabajadores, tal como hacía mamá?
—Sí, recuerdo que lo hiciste —replicó Darcy—. Pero, Georgiana, nuestra madre nunca los «visitó» realmente. Era un asunto más formal, que se realizaba cada tres meses en las casas de los arrendatarios más importantes. —Miró a su hermana con desaprobación—. No te estarás refiriendo a que realmente vas a su casa, ¿o sí?
Georgiana vaciló un poco al oír el tono de Darcy, pero respondió:
—Todos los domingos por la tarde. He dividido la propiedad, ¿sabes? Y los visito regularmente en el domingo que les corresponde. Bueno, no a todos, sino a los más pobres y en especial a los que tienen niños pequeños...
—¡Georgiana! —vociferó Darcy, aterrado—. ¡Por Dios! ¿En qué estás pensando? —Echó hacia atrás la silla y se levantó prácticamente de un salto, mientras su hermana se ponía pálida al ver su reacción. Darcy se pasó una mano por el pelo y la miró con incredulidad—No se espera en absoluto que tú te expongas de ese modo o te portes con tanta familiaridad... ¡Un Darcy de Pemberley! ¡Suspenderás esas «visitas» de inmediato!
—Pero, Fitzwilliam...
—¿Y qué hay del riesgo de contraer una enfermedad ? —la interrumpió Darcy, mientras comenzaba a pasearse delante de ella—. Aunque me enorgullezco del buen estado de salud de la gente que vive en Pemberley, las enfermedades contagiosas no son raras entre las clases más bajas... incluso aquí. —El hecho de pensar en esa posibilidad lo hizo estremecerse, pero luego una nueva idea de apoderó de él—. Tú no puedes haber concebido esto sola. ¿Quién te ayudó en esta locura? Quiero...


—¡Hermano! —El tono de Georgiana sonaba tranquilo pero firme—. Por favor, escúchame. —La intensidad de su súplica hizo que Darcy se detuviera—. Por favor —repitió ella, señalándole la silla—. Ya es bastante desagradable haberte causado este disgusto, y más aún si estás ahí de pie, recriminándome. —Las palabras de Georgiana le hicieron recordar la manera en que Bingley lo molestaba por su «gesto autoritario» y sirvieron para que contuviera su temperamento, pero no lo apaciguaron. Se inclinó con frialdad para indicar que accedía a su solicitud y volvió a tomar asiento.
—Fitzwilliam, no puedo seguir llevando una vida tan inútil y banal —comenzó a decir con voz suave—. Mi música, mis libros, todo eso a lo que me dedicaba eran cosas buenas y cumplían un propósito, pero son demasiado débiles para constituir una razón de vida.
Darcy se movió en el asiento con actitud defensiva.
—Has recibido la mejor educación que puede tener una mujer de tu posición social. ¿Cómo puedes decir que es demasiado débil? ¿Qué sabes tú de la vida, siendo tan joven, para decidir eso? —preguntó Darcy.
—Yo me conozco, hermano, y sé lo que estuve a punto de hacer, a pesar de mi educación y de las ventajas de mi posición social. —Darcy frunció el ceño al oír la franqueza de su hermana y rápidamente desvió la mirada—. Después de Ramsgate —siguió diciendo Georgiana—, todas mis ilusiones se vinieron abajo y vi mi vida tal como era, una existencia lánguida y vacía, en medio de hermosos juguetes. Nada en ella me había preparado contra los engaños de Wickham.
—Si hubieses tenido una vigilancia apropiada... Si yo no hubiese sido tan descuidado...
—Fitzwilliam —insistió Georgiana—, lo que le ayudó fue mi frágil corazón, que llenó con palabras de amor los lugares en que él sólo había hecho insinuaciones. ¿Acaso no lo ves? —Se inclinó hacia delante, con los ojos fijos en Darcy—. Yo tenía que reconocerlo, tenía que entender las razones de lo que sucedió y rogar que lo que había descubierto se convirtiera en una ventaja, gracias a la acción de la providencia. —Se levantó del asiento para arrodillarse frente a él.
—¡Georgiana! —Alarmado al verla de rodillas, Darcy la tomó de las manos y la habría levantado, si la forma en que ella lo miraba no lo hubiese disuadido de hacerlo.
—Hermano querido, aunque tú hubieses estado allí, aunque se tratara de Wíckham o de cualquier otro, el verdadero peligro para mí no provenía de algo externo sino de mí misma. Y la posibilidad de hacer este descubrimiento, el alivio que trajo a mi corazón son razones suficientes para darle gracias a Dios por lo sucedido. —Georgiana se detuvo y levantó los ojos para mirar a Darcy a la cara, buscando su comprensión, pero él no pudo dársela. Sin embargo, sintió la cercanía necesaria para expresar sus frustraciones.
—¿Entonces ésa es la razón para estas «visitas» y esa absurda carta a Hinchcliffe? ¿Crees que debes expiar la existencia de esa debilidad interior con un exceso de buenas acciones?
—¿Le dijiste que no entregara el dinero? —preguntó Georgiana, al tiempo que retiraba sus manos de las de Darcy.
—Mi querida niña, ¿la Sociedad para devolver jovencitas del campo a sus familias? —Darcy no pudo evitar que su voz dejara traslucir un tono de disgusto, así que se levantó y se sirvió un poco más de café—. ¿Dónde oíste hablar sobre esas mujeres? —continuó diciendo por encima del hombro—. Es totalmente impropio que una muchacha de tu edad haya oído ni siquiera mencionar esa sociedad, y mucho más que pretenda apoyarla, ¡y con una suma de cien libras al año! Las veinte libras ya han sido una demostración de generosidad más que suficiente y eso, en mi opinión, debe ser toda tu caridad en ese sentido. —Darcy miró a su hermana mientras levantaba la cuchara para revolver la leche, pero enseguida la dejó sobre el plato. Al rostro de Georgiana había vuelto aquella expresión que ni él ni su primo fueron capaces de remediar.
—Querida, ¿qué sucede? —Mientras Darcy se reprendía por su falta de tacto y consideración, se acercó a ella y estiró los brazos para abrazarla. Pero Georgiana se apartó y lo miró fijamente.
—¿Una muchacha de mi edad, hermano? La Sociedad rescata a muchachas de mi edad y más jóvenes, Fitzwilliam.
—Sí, eso es cierto, Georgiana —contestó Darcy con cuidado, mientras fruncía el ceño debido a la preocupación—, pero eso no debe perturbarte. Hay otras causas muy valiosas que tú...
—Quiero apoyar ésta en particular. —Georgiana levantó la barbilla, aunque la voz le tembló ligeramente—. Porque yo... Porque yo podría haberme convertido en una de esas muchachas.
—¡Nunca! —La indignación de Darcy ante semejante idea sobrepasó todos los límites—. ¡Te refieras a lo que te refieras con esas palabras!
Georgiana negó con la cabeza..
—¡Yo creí a Wickham, Fitzwilliam! Yo le creí, de la misma forma que esas pobres muchachas creen a los que las seducen hasta degradarlas. ¿Qué habría pasado si tú no llegas a Ramsgate? ¿Me habría fugado con él? —Darcy miró a su hermana sin poder articular palabra—. He examinado mi corazón, hermano, y confieso que, a pesar de tus amorosos cuidados, a pesar de lo que significa ser una Darcy de Pemberley, yo me habría ido con él. Así de embrutecida estaba, así de engañada.
—Georgiana se calló un instante para tomar aire. '
—Yo te habría buscado, Georgiana —Darcy se inclinó sobre ella, con la voz entrecortada por la emoción—, y te habría encontrado. Wickham quería que os encontrara a los dos para...
—Sí, para poder cobrar una recompensa por mi honor.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Darcy con ansiedad.
—Cuando Wickham accedió a renunciar a mí con tanta facilidad, hice algunas averiguaciones. —Mientras Georgiana recuperaba la compostura para explicarse, Darcy sintió que el corazón se le paralizaba en el pecho—. El pastor que se supone iba a casarnos era un actor de teatro. Yo me habría entregado a él creyendo que era su esposa, y luego tú te habrías visto obligado a pagarle para que fuera mi marido.


Una oleada de rabia ciega sacudió a Darcy hasta la médula. Dando media vuelta, se dirigió a la ventana, pero el extraordinario paisaje que se podía apreciar desde allí no le sirvió para calmar sus tormentosas emociones.
—¿Lo ves, Fitzwilliam? ¡Mi situación podría haber sido distinta a la de las muchachas que quiero ayudar en algunos aspectos, pero yo te tenía a ti y ellas no tienen a nadie! ¡Déjame hacer lo único que está en mi mano! —Georgiana se acercó a él, apoyando una mano sobre la manga de su chaqueta y siguió diciendo con voz suave—: Y te equivocas acerca de mis razones, querido hermano: No tengo que expiar nada y la alegría que me produce ese hecho es precisamente lo que me impulsa a hacer estas cosas y a complacer así a la providencia.


La dulzura de las palabras de Georgiana se apoderó de Darcy, pero aun así no podía aceptarlas.
—¿Cuándo deseas hacer tus «visitas»? —preguntó Darcy, con la voz quebrada por el esfuerzo de contener la ira para no asustar a su hermana.
—Esta tarde, si te parece bien, Fitzwilliam. —La sonrisa de Georgiana, tan parecida a la de su madre, se desvaneció al oír las palabras de Darcy.
—No me parece bien —contestó de manera brusca—, pero, de ahora en adelante, yo, y solamente yo, soy el único que deberá acompañarte en esas excursiones, si es que hay más. ¿Y te atendrás a mis decisiones con respecto a tu seguridad?
—Sí, hermano —respondió Georgiana en voz baja.
—Muy bien. A la una en punto, entonces. —Darcy le hizo una fría inclinación y salió del comedor, sin pensar adonde se dirigía. Sus agresivos pasos le hicieron saber a todo el mundo que el patrón no estaba de buen humor, así que los corredores iban quedando libres a su paso. Después de unos pocos minutos, el sonido de las pisadas de unas patas sobre el suelo de roble llegó hasta sus oídos. Darcy miró hacia el fondo y vio a Trafalgar corriendo hacia él.
—Bueno, monstruo, ¿a qué debo el placer? ¿Has enfurecido de nuevo al cocinero o engañaste a Joseph? ¿O se trata de alguna otra diablura, de cuyas consecuencias quieres escapar buscando mi protección? —Trafalgar gimió brevemente y luego hundió el hocico contra la mano de su amo hasta que lo metió debajo—. Ah, quieres que te acaricien, ¿es eso? Bueno, vamos, entonces.
Sus pasos los llevaron hasta el estudio y ambos entraron. Darcy se desplomó en el sofá y después dé un fugaz momento de vacilación, Trafalgar se acomodó a su lado, colocando su enorme cabeza sobre las piernas de su amo. Con la mirada perdida, el caballero se quedó mirando hacia el frente, mientras un torrente de sentimientos invadía su pecho. ¿Qué debía hacer? ¿Sobre qué catástrofe?., preguntó su voz interior de manera sarcástica.
—Oh, Dios, ¡qué desastre! —Suspiró profundamente. Trafalgar volvió a meter el hocico entre su mano, pero esta vez le dio una lametada—. ¡No, no te he olvidado, viejo amigo! —Comenzó a acariciar la cabeza del perro y los hombros. El animal suspiró de felicidad, acercándose aún más a su amo—. Si todos mis problemas se pudieran resolver tan fácilmente. —Miró los ojos del perro, transfigurados por el éxtasis—. ¿Qué dices de dar un paseo en el trineo para visitar a los chuchos de la vecindad? —El sabueso alzó la cabeza y miró a Darcy con desconcierto, antes de bostezar y volver a bajar la cabeza—. Yo pienso lo mismo, pero si yo tengo que ir, tú tienes que acompañarme


Aparte del nuevo régimen de «caridad dominical» de Georgiana, al cual se había sometido contra su voluntad, Darcy encontró que los días antes de Navidad evocaban la alegría tradicional de la época y sus agradables costumbres. Todos los criados, desde el artesano más refinado hasta el mozo más humilde de las caballerizas, parecían realizar su trabajo con una alegría de ánimo y una sonrisa que atestiguaba la gran expectativa que despertaba el gran día. La noticia de que Pemberley volvería a recuperar las tradiciones del pasado después de guardar cinco años de luto por la muerte del último amo se había extendido más allá de los límites de la propiedad, llegando a los vecinos y al pueblo de Lambton, e incluso hasta las proximidades de Derby. Así que se había convertido en algo habitual que Darcy levantara la vista de su libro o de los papeles que estaba leyendo para ver a un alegre Reynolds que venía a anunciar la llegada de otro vecino que esperaba ser recibido en el salón o de otro grupo de personas que querían deleitarse con la decoración de los salones de Pemberley que estaban abiertos al público.


Aunque seguían estando en silencioso desacuerdo en lo relativo al tema de sus visitas y sus actos de caridad, Darcy no pudo evitar caer rendido ante la felicidad de su hermana mientras participaba en los preparativos para las fiestas. Pasaban los días en afectuosa armonía, preparándose para la visita de sus parientes. Por las noches, cuando Darcy unía su voz a la de Georgiana en una canción, o la acompañaba con su violín, la cálida atmósfera del salón de música se llenaba con las melodías de sus dúos, rebosantes de alegría.


Darcy podría haber dicho que se sentía feliz, si no fuera por una cierta inquietud que ensombrecía sus días y acechaba sus noches. Le resultaba difícil caminar por los engalanados salones de su casa, perfumados con pino y canela, sin que lo asaltaran los recuerdos de navidades anteriores, cuando sus padres todavía vivían. La sombra de sus padres lo asaltaba en los momentos más inesperados, obligándolo a aguzar la vista, y cuando se desvanecía, Darcy sacudía la cabeza mientras se reprendía a sí mismo. Georgiana no parecía tan afectada por los recuerdos, pues siendo más joven, Darcy suponía que estos no debían ser tan intensos como los suyos. Pero aquellas evocaciones del pasado no eran la única causa de su pesadumbre. Una permanente inquietud, una sensación de estar incompleto lo invadía a cada momento.


Con el paso de los días todo estuvo dispuesto para las festividades. La víspera de la llegada de sus tíos, Georgiana estaba practicando tranquilamente al piano la parte que le correspondía del dúo que iban a interpretar, pero Darcy deambulaba por el salón de música, sin poder sumergirse en la calma de las actividades que solía desarrollar mientras esperaba a que su hermana terminara. Finalmente la muchacha dejó de tocar.
—Hermano, ¿te pasa algo? —La voz de Georgiana lo hizo detenerse.
—No, sólo estoy un poco nervioso, supongo —dijo suspirando—. Por el viaje de nuestro tío. —Darcy se volvió hacia Georgiana y tomó su violín—. ¿Estás lista para que toquemos juntos? —¿Nervioso, Fitzwilliam? —Georgiana frunció un poco el ceño—. Si eso es cierto, entonces has estado «nervioso» desde que regresaste. —Darcy acomodó el instrumento contra su barbilla y deslizó el arco sobre las cuerdas para comprobar la afinación.
—Estoy seguro de que son imaginaciones tuyas. —Darcy descartó enseguida la preocupación de su hermana—. En todo caso, ya pasará. —Tomó su posición detrás de ella, junto al piano—. ¿Empezamos desde el principio?
—¿De verdad? —contestó Georgiana, poniendo las manos sobre el regazo y girándose hacia él—. Me gustaría que empezaras desde el principio y me dijeras la verdad. Fitzwilliam, ¿qué es lo que te tiene tan distraído?
—Te ruego que me creas cuando te digo que son imaginaciones tuyas, Georgiana. —Darcy no quería mirarla a los ojos, así que mantuvo la mirada fija en la partitura que estaba detrás de ella. ¿Cómo podía decirle algo que ni siquiera él mismo sabía?
—Yo creo que te sientes solo y echas de menos a alguien —insistió Georgiana con voz suave.—¡Solo! —exclamó Darcy, al tiempo que apartaba el violín de su barbilla.
—Y creo que ese «alguien» es la señorita Elizabeth Bennet —concluyó Georgiana con seguridad.
Un largo silencio se extendió entre ellos. Darcy observó a su hermana, tratando de contrastar la teoría de Georgiana con sus propias emociones. La muchacha le dio unas palmaditas en el brazo y luego se levantó del taburete y se dirigió hasta una mesa, de donde tomó un libro del que colgaba un arco iris de hilos de bordar. Tras abrir cuidadosamente el libro, agarró el entramado de hilos que reposaba entre las páginas y se lo mostró, extendido sobre la palma de su mano.
Este es un marcador de páginas poco usual para un caballero, Fitzwilliam. —Una sonrisa traviesa cubrió su rostro—. A menos que también sea un recuerdo especial, el preciado recuerdo de una dama especial. —Georgiana avanzó hasta donde estaba Darcy, tomó su mano y le puso el entramado de hilos sobre la palma—. Tú observas el aire, estudias una habitación o miras los jardines cubiertos de nieve, y es como si yo no estuviera aquí. O mejor, como si alguien más estuviera aquí. En esos momentos, por tu rostro cruzan las expresiones más interesantes: a veces es la tristeza, a veces, la inflexibilidad, y en otras ocasiones tus ojos reflejan una soledad tan grande que no puedo soportar mirarte.


Darcy bajó la mirada hacia la trenza de hilos brillantes que reposaba en la palma de su mano; luego, endureciendo el corazón, cerró los dedos sobre ella.
—Tal vez tengas razón, Georgiana, pero debes unirte a mí y rogar para que no sea así, porque la dama en cuestión y su familia están tan claramente por debajo de la nuestra que una alianza sería impensable. Convertirla en mi esposa, y madre del heredero de Pemberley, sería degradar el apellido Darcy, cuyo honor he jurado mantener en todos los aspectos. —Al contemplar la imagen que conjuraron sus palabras, sintió que la voz se le quebraba en la garganta.
—¡Oh, Fitzwilliam, eso no puede ser cierto! —protestó Georgiana, apretándole el brazo—. La señorita Bennet no puede ser de una cuna tan baja que los dos debáis negaros la felicidad.
—Los dos no —replicó Darcy con amargura—. La dama no me mira con muy buenos ojos, y si ella descubre que... —Darcy se contuvo—. No tiene muchas razones para cambiar de opinión —concluyó—. Pero no pienses en mí como una figura trágica, mi niña. Ese papel no me queda bien. —Darcy se inclinó y besó la frente de Georgiana.
—Pero los hilos, con seguridad significan algo —exclamó Georgiana.
—¡Se los robé, querida! —Darcy guardó la trenza en el bolsillo de su chaleco—. Los olvidó en Netherfield y yo me apropié de ellos —confesó—. Ya ves, se trata de una situación más patética que trágica. O, más bien, cómica; no sé cuál de ellas. Debo preguntarle a Fletcher —dijo entre dientes—. El sabrá decírmelo.


Georgiana levantó los ojos para mirarlo a la cara, todavía con una expresión de preocupación.
—¿ La amas ?
—Realmente no lo sé —dijo Darcy en voz baja e hizo una pausa—. No tengo mucha experiencia con ese tipo de sentimientos en concreto. —Condujo a su hermana hasta el diván—. Conozco el amor en diferentes aspectos: amor por la familia, por la casa, por el honor. Pero ese vínculo entre un hombre y una mujer... —Darcy guardó silencio—. Lo he visto en su expresión más sublime en nuestros padres y, ocasionalmente, en otros matrimonios; pero eso parece una excepción. Los hombres y las mujeres se profesan amor eterno todo el tiempo, sólo para desmentirlo un mes después. ¿Era realmente amor? ¡Sospecho que no! Enamoramiento, más bien, un impulso hacia la pasión motivado por un bonito rostro o unas palabras cautivadoras.
—Entonces —dijo Georgiana alargando la palabra—, ¿catalogas a la señorita Bennet sólo como un bonito rostro que te incitó...
—No, querida. —Darcy se movió con incomodidad y se ruborizó al pensar en el significado de lo que su hermana estaba a punto de sugerir—. No es eso lo que estoy tratando de decir y seguir discutiendo sobre el asunto sería una falta de delicadeza. —Miró a la muchacha, y al notar su insatisfacción por la manera en que él se había apresurado a responder a su pregunta, continuó—: Al menos yo no pienso en ella en términos de «sólo» ésto o aquello, como tú sugieres. —Le devolvió a su hermana la sonrisa de triunfo—. Admiro su inteligencia, su gracia y también su compasión. Me gusta la manera como me mira a los ojos y me dice exactamente lo que está pensando o lo que quiere que yo crea que está pensando. A veces es difícil distinguir.
—Y la echas de menos, eso ya lo sé. Sin embargo, ¿no estás preparado para llamarlo amor? —insistió Georgiana.
—No me atrevo y no lo haré —contestó él de manera tajante— ¿Con qué propósito? —preguntó al ver el gesto de desacuerdo de su hermana—. ¡Ya te expliqué todas las razones por las cuales, tanto para Elizabeth como para mí, esa declaración sería inútil!
—Pero —insistió Georgiana— ¿estarías dispuesto, ante Dios, de serle fiel sólo a ella?


Darcy abrió los ojos al oír aquella pregunta tan directa, pero rápidamente la imagen de su rostro fue reemplazada por imágenes de su propia creación, que él había tratado de dejar a un lado, aunque no había conseguido alejar. ¿Dispuesto? Darcy se llevó la mano al bolsillo del chaleco y sacó los sedosos hilos anudados. Jugando con ellos entre los dedos, los contó: tres verdes, dos amarillos, uno azul, uno rosado y uno lavanda, unidos por un bonito y gracioso nudo.
Si sus hermosos ojos se dignaran a mirarlo de verdad, de la manera en que él se imaginaba... Darcy casi se abandona a aquel pensamiento, pero, de repente, la imagen que tenía ante él se convirtió en otra muy distinta, devolviéndolo enseguida a la realidad.
—¡Bingley! —gruñó, sorprendiendo a su hermana.
—¿El señor Bingley? —repitió Georgiana, y el sonido de su voz trajo a Darcy de nuevo a lo que le rodeaba—. ¿Acaso el señor Bingley también ama a Elizabeth?
—No, no —replicó Darcy de manera tajante—. Pero sí juega un importante papel en este asunto, el cual no puedo divulgar —dijo y luego, anticipándose a la reacción de su hermana, continuó—: Y no, Elizabeth tampoco cree estar enamorada de él. Me temo que tendrás que contentarte con eso, querida, y yo tendré que encontrar la felicidad en otro lugar, independientemente de mis inclinaciones. —Volvió a guardarse los hilos en el bolsillo y se levantó del diván—. Ahora, ¿practicamos el dueto? —Le ofreció la mano a su hermana y ésta la tomó, agradecida. Tras acompañarla hasta el piano, Darcy le acercó el taburete y volvió a tomar su violín.
—Fitzwilliam, ¿te molestaría que yo incluyera ésto en mis oraciones? —La tierna preocupación de Georgiana lo conmovió profundamente, y aunque no podía entender el giro que había dado la vida de aquella muchacha, no era inmune al amor con el que ella la expresaba.


—No, preciosa, no me molesta en absoluto. —Se inclinó y la besó en la mejilla—. Los hombres estamos notoriamente mal preparados para dirigir los asuntos del corazón. —Se incorporó y volvió a ponerse el violín bajo la barbilla, antes de añadir—: Pero sería una negligencia de mi parte no recordarte que no vivimos en la era de los milagros y que eso es lo único que podría resolver este asunto.


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—Richard, ¡qué alegría verte! —Darcy estrechó la mano de su primo y lo invitó a entrar en el vestíbulo de Pemberley, lejos de la ventisca—. ¿El viaje ha sido horrible? ¿Cómo está mi tía?
—Lo suficientemente bien, Fitzwilliam, como para contestar por sí misma —fue la respuesta que se oyó desde atrás del voluminoso abrigo del coronel—. Sí, ha sido horrible, como suelen ser siempre los viajes en esta época del año. —La cara flemática de lady Matlock apareció finalmente detrás del hombro de su hijo—. Pero eso no significa que lamentemos haber venido. Pasar la Navidad en Pemberley es algo por lo que vale la pena enfrentarse a cualquier desafío que nos presente el tiempo. —Darcy dio un paso hacia ella, se inclinó ante su mano y luego estampó un beso de saludo sobre la mejilla de su tía—. Vaya, querido —le dijo ella con afecto—, es maravilloso volver a verte. Tu tío y yo llevamos años sin verte. —Lady Matlock tiró de las cintas de su sombrero y lo depositó con elegancia sobre los brazos de uno de los numerosos criados que se apresuraban a descargar los carruajes que habían transportado a la familia del conde y sus sirvientes.


—Estuve en el campo —contestó Darcy—, visitando la propiedad que ha adquirido un amigo recientemente, señora.
—Y la cacería fue buena —le dijo su tía, mientras se quitaba los guantes—. Sí, sí, he oído esa historia varias veces.
—Así es. —Darcy sonrió como respuesta y dio media vuelta para saludar a su tío—. Bienvenido, milord.
—¡Darcy! —El conde de Matlock y el dueño de Pemberley intercambiaron reverencias, antes de que su tío estrechara la mano de Darcy y le diera un buen apretón—. Tu tía tiene razón. —Se volvió ligeramente hacia su esposa—. Como siempre, querida. —Ella hizo una reverencia como respuesta a aquella asombrosa declaración, al tiempo que el conde le hacía un guiño a su sobrino—. No hemos tenido el placer de verte durante la mayor parte del otoño. Ahora, si es verdad que una buena cacería te impidió ir a visitarnos, entonces, como cabeza de esta familia, debo insistir en mi derecho de saber dónde queda ese paraíso.
—A su debido tiempo, padre —interrumpió su hijo más joven—. ¡Brrr! Está haciendo tanto frío como en... ¡Ah, huelo algo por ahí! Fitz, ¿tienes algo para calentar la sangre de un pobre hombre? Mi hermano estaría feliz de tomarse algo ardiente ahora, ¿no es así, Alex?


Lord Alexander Fitzwüliam, vizconde D'Arcy, le lanzó a su hermano una mirada de furia, antes de inclinarse ante su primo.
—No le hagas caso, Darcy. Mandamos al menor al ejército, y todavía no ha aprendido a comportarse como un caballero.
—¡Si yo sólo estaba velando por tus intereses, hermano!
—¡Richard, no me conviertas en excusa de tus malos modales! —replicó Darcy.
—Como ves, Fitzwilliam, tus primos todavía no pueden pasar más de media hora en el mismo carruaje sin pelearse como cuando eran niños. —Lady Matlock les lanzó una mirada de censura a sus hijos, que la sobrepasaban bastante en estatura—. Pero ¿dónde está Georgiana?
Darcy le ofreció el brazo a su tía.
—Os está esperando en el salón amarillo, entre la multitud de platos que juzgó apropiados para daros la bienvenida, señora. —Miró por encima del hombro a sus primos y a su tío y añadió—: Incluyendo algunos tés y cafés «ardientes» que, si deseáis, yo estaré encantado de complementar con algo más fuerte.
Después de oír esto último, la expresión del coronel sufrió una gloriosa transformación.
—Entonces, ¡condúcenos hacia allí, Fitz! ¡No debemos hacer esperar a mi prima! —Darcy se rió y acompañó a su tía y a sus parientes escaleras arriba. Entraron en un salón pintado de un color amarillo limón muy pálido, adornado con un hermoso friso de yeso color crema compuesto por ramos de viñas y rosas entrelazados. La chimenea presentaba la misma decoración y sus extremos se levantaban para enmarcar un magnífico espejo que captaba y reflejaba la amplitud del salón y los delicados candelabros de oro y cristal. Diseñado por la difunta lady Ann, el salón tenía la espléndida capacidad de proyectar una gran calidez en las estaciones frías y una refrescante atmósfera en el verano, y por eso era uno de los lugares de reunión favoritos de la mansión. Decorado con los adornos navideños, el efecto del salón fue inmediato sobre los visitantes, y cuando Georgiana avanzó hacia la puerta para saludar a su familia, parecía un ángel en medio de aquella festiva decoración.
—¡Mi querida niña! —exclamó lady Matlock, antes incluso de que Georgiana se hubiese levantado de hacer su reverencia—. ¡Pero qué milagro es éste! ¡Te has convertido en toda una damita mientras tu hermano te tenía sepultada en el campo! —Se zafó del brazo de Darcy y avanzó hacia su sobrina. Tomando las manos de Georgiana entre las suyas, lady Matlock se dirigió a su sobrino—: Fitzwilliam, ¿por qué tu hermana no ha estado en Londres ?
—¡Señora! —protestó Darcy—. Sólo tiene dieciséis años.
—¡Dieciséis! ¡Sólo dieciséis! Bueno, está bien; pero esto no debe continuar. No es bueno que una joven damita no sepa nada de Londres y de la vida iocial antes de su primera temporada. ¿En qué estás pensando, Fitzwilliam?
—Tía, por favor... no debes enfadarte con mi hermano —intervino rápidamente Georgiana—. He sido yo la que quiso quedarse tranquila en Pemberley. —Sonrió al ver la mirada de desaprobación de su tía—. Pero él ha insistido mucho en que lo acompañe de regreso a Londres después de Navidad.
—Así debe ser, querida. —Lady Matlock le dirigió una sonrisa de simpatía a su sobrino—. Aunque, a tu edad, Darcy, no me sorprende que hayas tenido poco tiempo u ocasión de acompañar a una jovencita y estar al mismo tiempo detrás de tu primo.



—¡Madre! —objetó Fitzwilliam.
Lady Matlock ignoró a su hijo menor.
—Debes llevármela cuando tu tío y yo regresemos a la ciudad. Hay que presentársela a la prometida de D' Arcy lo más pronto posible.
La reacción de los dos hermanos ante el anuncio de su tía fue exactamente lo que la dama deseaba.
—¿Prometida? —preguntaron al unísono Darcy y Georgiana, fijando la mirada en su primo, que recibió las felicitaciones con una sonrisa forzada.
—¡Oh, Alex, me alegro por ti! —continuó Georgiana.
—Sí, bueno... claro, tenéis razón —contestó D'Arcy y luego le lanzó a su hermano una mirada de advertencia, antes de añadir—: Lady Felicia es exactamente lo que deseaba para ser mi vizcondesa.
—La hija de lord Lowden, marqués de Chelmsford —informó lord Matlock—, es intachable, un gran honor para su familia, y muy pronto también para la nuestra. Una unión excelente.


Darcy miró a su primo fijamente, mientras le estrechaba la mano. Lady Felicia Lowden era, según había tenido ocasión de comprobar, todo lo que su tío había dicho y mucho más. De hecho, había sido la reina de la última temporada social, alabada por su belleza, su conversación, su linaje y su fortuna. Darcy había formado parte del grupo de caballeros a los cuales la dama había favorecido con su atención y la había acompañado a la ópera y a varios bailes, pero pronto se dio cuenta de que lady Felicia necesitaba más admiración de la que un solo hombre podía prodigar. Al no ser uno de esos hombres que aspiran a formar parte de una corte, le cedió su lugar a aquellos que sí estaban felices de hacerlo, aunque no dejó de lamentarlo un poco. De acuerdo con los estrictos estándares de la sociedad, lady Felicia era un premio; sin embargo, Richard no parecía muy complacido con el éxito de su hermano. Intrigado por lo que percibió, Darcy le hizo un gesto con las cejas a Fitzwilliam, pero sólo recibió una sonrísita como respuesta.


En otro momento, entonces, se prometió para sus adentros, y se unió a su hermana para desempeñar los deberes de anfitrión. En realidad, encontró que el  peso de esas obligaciones no era excesivamente pesado, puesto que Georgiana asumió el papel de anfitriona con una sonrisa tímida pero decidida. A decir Verdad, su única contribución fue ofrecerles a los hombres de la familia la licorera de cristal que contenía el brandy y participar en su conversación. Ocasionalmente sentía sobre él los ojos de su hermana, que parecían hacerle una pregunta, y entonces se acercaba. Pero durante la mayor parte del tiempo, una sonrisa de su parte era todo lo que ella necesitaba para sentirse segura. Notó que Fitzwilliam miraba a Georgiana en repetidas ocasiones, hasta que la curiosidad finalmente lo venció. Con admirable discreción, se abrió paso hasta el diván donde ella conversaba con su madre y se sentó cautelosamente en el asiento de al lado. Cuando se volvió a reunir por fin con los otros miembros de su mismo sexo, tenía el aire de un hombre que se ha enfrentado a un enigma inesperado.


El deseo de Darcy de tener una entrevista privada con su primo se cumplió antes de lo esperado cuando, a la mañana siguiente, durante el desayuno que normalmente tomaba solo, el rostro de Fitzwilliam apareció por encima de su periódico.
—¡Richard! Es un poco temprano para ti, ¿no es así? —Darcy bajó el periódico, señaló las bandejas humeantes que había sobre la mesita auxiliar y añadió—: Por favor, ¡sírvete lo que quieras! —Luego volvió a concentrarse en la lectura, mientras Fitzwilliam se arrastraba hasta la mesa. Su primo procedió a servirse una taza de la fuerte variedad de café que le gustaba a Darcy y, tras tomar un panecillo dulce de una delicada bandeja de porcelana, se sentó junto a él, dejándose caer en la silla que estaba a su derecha, con un bostezo y un suspiro.


—Parece que el reposo es un privilegio del que sólo gozan los justos —comentó Darcy de manera seca tras el tercer bostezo de Fitzwilliam. Dobló su periódico y lo dejó a un lado, al tiempo que el coronel lo fulminaba con la mirada por encima de su taza de café.


—Y a juzgar por tus palabras, supongo que no crees que yo sea uno de esos privilegiados —replicó con sarcasmo—. Puedes tener razón, al menos cuando se trata de mi hermano. Siempre me ha gustado mortificarlo. —Se recostó en la silla en actitud reflexiva—. Pienso que lo que alimenta esa perversa inclinación de mi carácter a lanzarle cuanto dardo se me ocurre es su eterno estado de apesadumbrada indignación.


—¿Acaso lo culpas a él por tu comportamiento? —Darcy negó con la cabeza en señal de desaprobación, llevándose a los labios su propia taza—. ¡Richard!


—¡En absoluto, Fitz! Sólo me remito a la bien conocida verdad universal de que toda acción tiene su equivalente en sentido contrario. Y como estoy seguro de ser el equivalente de Alex, excepto por el hecho de que él es el mayor... —Se sentó con la espalda recta y echó los hombros hacia atrás—. Siento que mi inclinación está justificada, aunque no sea justa. ¡Es un asunto de simple física, primo! —El coronel mordió su panecillo, totalmente satisfecho de su teoría, al parecer sin percatarse de que su primo casi se atraganta con el último sorbo de café.


Darcy puso la taza sobre la mesa y tomó su servilleta.


—Richard, ese es un sofisma absurdo y... —dijo con voz ahogada.
—Háblame de Georgiana —lo interrumpió Fitzwilliam en voz baja, pero con cierta autoridad.


Darcy apretó la servilleta contra los labios con el ceño fruncido debido a su estado de perplejidad.
—No sé por dónde empezar, Richard, porque yo mismo estoy todavía intrigado.
—Parecía perfectamente tranquila ayer, mientras conversaba con mi familia con toda comodidad. Apenas puedo creer que se trate de la misma niña que, hace tan sólo unos pocos meses, no era capaz de levantar la vista más a allá de los botones de mi chaleco. —Fitzwilliam le dio un sorbo a su café con gesto meditativo—. ¿Cómo la encontraste cuando volviste? Darcy se inclinó hacia delante. —Al principio la situación fue un poco tensa entre nosotros, y yo lo malinterpreté como una continuación de su melancolía, pero es tal como dices. ¡No es la misma niña, Richard! Ciertamente no es la misma desde Ramsgate y, me atrevo a decir, que ya no es la misma de antes.
—¿Hablaste con ella acerca del asunto de la donación a una obra de caridad?
—Por supuesto. —Darcy entrecerró los ojos—. Es inflexible en esa cuestión, y te asombrarás al oír esto, además ha comenzado visitar semanalmente, los domingos, a los arrendatarios más pobres.
—¡Por Dios!
—Precisamente —dijo Darcy en señal de acuerdo—. ¿Puedes entenderlo, Richard?


Su primo negó con la cabeza lentamente.
—Parece un comienzo un poco extraño. He oído algo parecido, pero no puede ser eso. —Los dos le dieron un sorbo a su café en silencio, hasta que Richard finalmente dijo—: Fitz, yo quiero mucho a Georgiana, tú lo sabes, y su felicidad mi interesa casi tanto como a ti. —Esperó hasta ver el gesto de asentimiento de Darcy para continuar—: No puedo decirte por qué o cómo, pero sí puedo asegurarte que estoy totalmente convencido de que ella es feliz de verdad, que la sombra que Wickham dejó en su vida se ha desvanecido. Mi consejo, viejo amigo, es que ¡no hagas preguntas!


—¡Su dama de compañía me aconsejó justamente lo contrario! —dijo Darcy con voz pensativa. —¿Su dama de compañía?
—La señora Annesley —contestó Darcy—, la viuda de un clérigo que contraté el verano pasado con excelentes referencias. —Fitzwilliam se encogió de hombros para mostrar que no sabía nada al respecto—. Ahora se encuentra de visita en casa de sus hijos en Weston-super-Mare durante las vacaciones. Fue ella quien me aconsejó que le preguntara a Georgiana, pero todavía no me he atrevido a hacerlo directamente.
—Bueno, ahí lo tienes, Fitz, ¡eso lo explica todo! ¡La viuda de un clérigo!
—Tal vez —respondió Darcy—, ¡pero ella dice que no! —Dejó su taza sobre la mesa, al igual que su primo, y los dos se pusieron de pie—. Así que estamos en un punto muerto, pues ninguno de los dos tiene el coraje suficiente para hacer más al respecto.
—Dejemos las cosas como están, Fitz. —Fitzwilliam le dio una palmadita en el hombro—. Mamá estaba encantada con ella anoche; el conde de Matlock dijo que era como volver a ver a su hermana. Es Navidad, ¡dejemos las cosas como están!
—¿Seguirás observándola... vigilándola? —preguntó Darcy.
—Tienes mi palabra, primo. —Fitzwilliam estrechó con firmeza la mano de Darcy—. Ahora tengo un misterio que espero soluciones. Mi puerta, que recuerdo haber cerrado bien anoche, apareció abierta esta mañana y, Dios me ayude, ¡una de mis botas ha desaparecido!